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Viviendo la semana santa

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Jesús ha dormido en el pueblo de Betania, en la casa de Lázaro, Marta y María, sus mejores amigos.

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A media mañana sube andando a Jerusalén, que está a unos cuatro kilómetros. En el camino, como es la hora de comer. Se acerca a una frondosa higuera, llena de hojas,

pero en la que no hay higos, entonces la secó por no tener frutos.

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Al llegar a Jerusalén, va al templo y lo encuentra lleno de comerciantes haciendo negocios y los echa a latigazos, pidiéndonos que tratemos con respeto a Dios y a las cosas de Dios. Por la tarde pasa por el monte

de los olivos, donde estuvo haciendo un rato de oración, y vuelve a pie a Betania.

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A lo mejor Dios tampoco encuentra en ti los frutos que Él esperaba. Pídele perdón.Fíjate como Jesús dedicaba todos los días a hacer un rato de oración como tú ahora.

No lo dejes ningún día, aunque sea unos pocos minutos.

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Jesús vuelve a Jerusalén. Pasan por el lugar de la higuera maldecida. Al ver el templo, profetiza que será destruido.

Los discípulos están tristes porque Jesús les anuncia que dentro de dos días le matarán.

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Los cristianos, como Él, hemos aprendido a cumplir siempre la voluntad de Dios Padre, por encima de todo. No tengamos miedo de aceptar la voluntad de Dios

porque el quiere siempre lo mejor para nosotros aunque no lo comprendamos en el momento.

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Jesús se queda en Betania. Simón, el leproso que había sido curado por Jesús, invita al Señor a comer en su casa, por lo agradecido que le estaba. Mientras están comiendo, entra en la casa una mujer del pueblo

llamada María; rompe un frasco de perfume carísimo y lo echa a los pies del Señor. Los besa y los seca con sus cabellos. A Jesús le gustó ese detalle de cariño.

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Debemos ser siempre muy agradecidos con el Señor, que nos ama sin límites.Tengamos siempre una muestra de cariño hacia él con obras de amor hacia los demás

y estando cada vez que podamos en su Presencia para adorarlo como él se merece.

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La última Cena. Por la mañana del Jueves, Pedro y Juan se adelantan para preparar la cena en Jerusalén. A la tarde llegaron al Cenáculo. Allí Jesús lavó los pies uno a uno.

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Luego, sentados a la mesa celebra la primera Misa: les da a comer su Cuerpo y su Sangre y les ordena sacerdotes a los Apóstoles para que, en adelante, ellos celebren la Misa.

Judas salió del Cenáculo antes, para entregarle.

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Jesús se despidió de su Madre y se fue al huerto de los Olivos.

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Allí sudó sangre, viendo lo que le esperaba. Los discípulos se durmieron.

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Llegó Judas con todos los de la sinagoga y le da un beso.

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Entonces, le tomaron preso y todos los Apóstoles huyeron. Lo llevan al Palacio de Caifás, el Sumo Sacerdote.

Le interrogan durante toda la noche: no duerme nada.

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Hazle tú hoy compañía al Señor, que está solo. Haz el propósito de no abandonarle nunca, y de visitarle con frecuencia en el sagrario.

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Hoy muere. Al amanecer del viernes, le juzgan. Tiene sueño, frío, le han dado golpes. Deciden condenarle y lo llevan a Pilatos. Judas, arrepentido, no supo volver con la Virgen y pedir perdón, y se ahorcó.

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Los judíos prefirieron a Barrabás. Pilatos se lava las manos y manda crucificar a Jesús.

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Antes, ordenó que le azotaran.

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Después, le colocan una corona de espinas y se burlan de Él.

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Jesús recorre Jerusalén con la Cruz.

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Al subir al Calvado se encuentra con su Madre.

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Simón le ayuda a llevar la Cruz.

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Alrededor de las doce del mediodía, le crucificaron.

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Nos da a su Madre como Madre nuestra.

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Hacia las tres se murió y entregó el espíritu al Padre.

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Para certificar la muerte, le traspasaron con una lanza.

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Por la noche, entre José de Arimatea y Nicodemo le desclavan.

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Dejan el Cuerpo en manos de su Madre para que se despida.

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Son cerca de las siete cuando le entierran en el sepulcro.

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Ya que no pudimos estar con el Señor al pie de la cruz acompañándolo en sus momentos de dolor, seamos capaces de amarlo en nuestros hermanos especialmente en los que sufren

porque él vive en cada uno de nosotros.

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Jesús ha muerto para redimirnos. Todo el día de hoy, su Cuerpo reposa en el sepulcro, frío y sin vida.

Ahora nos damos cuenta de lo que pesan nuestros pecados.

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Estamos tristes. La Virgen María también está triste.

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Pasa el día unido a la Virgen, y con Ella acompáñale a Jesús en el sepulcro. Haz el propósito de correr al regazo de la Virgen cuando te hayas separado de Él.

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En cuanto se hace de día, tres mujeres van al sepulcro donde Jesús estaba enterrado y ven que no está su Cuerpo. Un Ángel les dice que ha resucitado.

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Van corriendo donde está la Virgen con los Apóstoles y les dan la gran noticia: ¡Ha resucitado!

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Pedro y Juan corren al sepulcro y ven las vendas en el suelo. Ahora entienden que Jesús es Dios. El desconsuelo que tenían, ayer, se transforma en una inmensa alegría. Y rápidamente

lo transmiten a los demás Apóstoles y discípulos. Y todos permanecen con la Virgen esperando el momento de volver a encontrarse con el Señor.

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Desde entonces, todos los cristianos podemos tratar al Señor, que está Vivo. Hoy estamos muy contentos y es momento de darle constantemente gracias a Dios.

Como Pedro y Juan, nosotros también debemos dar ese mensaje de esperanza invitando a todos a seguir a Jesús resucitado, porque como lo había dicho él es la Verdad, el Camino y la Vida.

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