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Victorine le dieu cuenta su vida a los niños

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En Roma…

_ ¡Buenos días, Madre!– ¡Buenos días, niños! Venid, venid conmigo. Os felicito porque Sor Rafaela me ha dicho que hoy os habéis portado muy bien; por eso, le he dicho que os prepare una buena merienda.– Gracias, Madre. Tú estás siempre contenta con nosotros aunque a veces no nos portamos b ien. Sonríes siempre...– Estar con vosotros me llena el corazón de alegría, pero Jesús está aún más contento porque sois buenos y os está is haciendo mayores...

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– Tú hablas distinto que nosotros. ¿Por qué?– Sí, es verdad, mi acento es diferente del vuestro sencillamente porque no he nacido aquí, en Italia. Aprendí esta hermosa lengua después...– ¿Y dónde naciste?– En Francia, un país grande que limi ta con Italia .– ¿Y desde cuándo vives aquí? ¿Desde niña?– No. Vivo aquí desde hace poco tiempo.– ¿ Y qué hacías antes?– Pero… ¡cuántas preguntas!

– ¡Por favor, háb lanos un poco de ti!– De acuerdo, os diré algo de mi vida, aunque no os

puedo contar todo porque necesitar íamos mucho tiempo. Como veis no soy tan joven.

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Nací en Avranches, una ciudadque está muy lejos de aquí, en elnoroeste de Francia. Mi padre se llamabaFélix Alejandro, mi abuelo habíasido consejero del rey y después fuejefe de correos. Mi madre, María Teresa,provenía de una familia noble. Se casaronen 1808 y yo nací a l año siguientede su boda. Era el 22 de mayo de 1809y me bautizaron al día después.

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Pasé una infanciafe liz rodeada delamor de mis padres y demis dos hermanos, Eduardo yAugusto, con quien compartíalos juegos. También me gustabaleer , gracias a mi primer maestro, queme transmitió la afición a la lectura.Y desde muy pequeña me gustaba componerpoesías para leérselas a mi fami liadurante las vacaciones.

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Desde muy pequeña siempre he quer ido mucho al Señor . Deseaba conocerlo mejor y, cuando empecé a ir a la catequesis, me sentía muy feliz. A los 12 años hicemi Primera Comunión. Fue un día maravil loso. Cuando recibí a Jesús en mi corazón, le prometí que me consagraríaa Él para siempre. Yo era una n iña, pero sabía que e lSeñor me quería toda para Él.

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Se lo conté a mis padres con mucha alegría, pero no les pareció bien Porque ellos tenían otros p lanes sobre mí. Decían que era inte ligente, guapa y rica, y pensaban quepodría triunfar en la sociedad, sin embargo yo tenía un proyecto que me parecía mucho más impor tante: la idea de pertenecer completamente a Dios llenaba mi corazón de una alegr ía que no se puede describ ir. Mis padres, a pesar de mi insistencia, no querían hablar de este asunto. Y por miedo a que mi decisión se hiciera más firme, decidieron matricularme en un colegio laico en Rennes, con la esperanza de que olvidara esa idea.

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Estuve en el colegio varios años y aprendí muchas cosas importantes durante ese tiempo. Estudiar la literatura, la ciencia y las artes, especialmente la música, me ayudó en mi crecimiento personal . Solía volver a casa durante las vacaciones y apreciaba esos momentos; estar con mifamilia siempre me daba mucha alegría.– ¿Y Jesús estaba siempre en tu corazón?– Sí, Jesús estaba siempre conmigo y me ayudó a vivircada día con serenidad.

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Alos 18 años, cuando terminé los estudios, mi deseo se había hecho más fuerte. Así que, un día hablécon valentía y decisión a mis padres. Les dije que seguía decid ida a dedicar mi vida al Señor. E llos se opusieron enérgicamente, y me invitaron a que lo pensara bien, prometiéndome que, cuando tuviera 20 años, si todavía quería seguir adelante, no se interpondrían en mi camino. Pero la verdad era que mi padre sabía que pronto se trasladaría a una ciudad grande por motivos de trabajo, y pensaba que allí yo tendr ía un montón de oportunidades para distraerme y cambiar de idea.

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En aquella época Francia estaba pasando por tiempos d ifíciles. Sufrí mucho porque en todos los sitios había violencia, asesina tos, odio... Muchas ig lesias fueron saqueadas y en las calles había mul titud de n iños abandonados, sin padres y sin casa...– ¡Bueno, niños, por hoy termino aquí mi historia, la continuaremos mañana!– No, madre, todavía no estamos cansados, cuéntanos a lgo más. Tu historia es tan in teresante que nos gustaría seguir escuchándote.– ¡Bueno! En esa dramática situación, Jesús, me hizo sentir más cla ra e intensa la voz de que me quería para Él, y asípoder reparar las numerosas ofensas que recibía de la gente. Yo in tentaba

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Inesperadamente, mi querido hermano Eduardo, un joven de20 años siempre sereno y alegre, cayó gravemente enfermo y,a pesar de la atención de los médicos, murió. Dios le habíallamado. ¡Quédesesperación la de mis padres! Estabandesconsolados. Comprendí que no podía dejarlos solos y quemi trabajo por la reconciliación tenía que esperar.

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Pasó el tiempo. Un día, mi madre me invitó a acompañarla a París porque tenía que hacer a lgunas cosas en la capita l.Acepté encantada y aproveché para ir a un Instituto de monjas con la esperanza de cumplir mi sueño. Yo me sentía fel iz porque pensaba que había llegado a la meta deseada. Pero no era así. Mis padres seguían

oponiéndose con todas sus fuerzas.

Estaban preocupados por mí, por mi salud y mi futuro.No entendían que mi felicidad fuerala vida religiosa... y, además,estaban sufriendo mucho por la pérd ida de nuestro queridoEduardo. Así que tuve que volver a casa.

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Tenía l ibertad para orar y dedicarme a los necesitados, pero el deseo de seguir el camino que el Señor me mostraba crecía cada vez más dentro de míy no estaba tranquila

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Un día, con la ayuda de un sacerdote amigo de la familia, decid í volver a l convento, pero ¡qué sufrimiento! Mi madre me suplicó que me quedara y mi padre se negó a despedirme...Sufrí mucho y unos meses después caí gravemente enferma. Los Super iores avisaron a mi familia, y mi madre vino inmediatamente. Yo era feliz de volver a abrazarla y también de leer la cariñosa car ta que mi padre me había enviado. Me consoló mucho saber que él todavía me llevaba dentro desu corazón.

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–Así que rezaste y rezaste, y, al fina l, tu oración fue escuchada.¿Se acabaron entonces tus problemas?– ¡Ah, h ijos míos, no es tan sencillo como creéis! Jesús nos recomiendaque vayamos a Él con fe, pero no nos ha prometido que los que oran se libren de las dificultades de la vida. Nos invita a no tener miedo, porque Él siempre está con nosotros, y nos da la fuerza que necesitamos para superar todos losobstáculos.– ¿Y después te curaste?– Sí, sí, lentamente me fu i recuperando y vo lví a estar bien.

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Poco después de mi curación, supe que mi madre, repentinamente,había caído enferma y había ido a l cielo.Mi padre se quedó solo y las Hermanas me aconsejaron que volviera con él . Me di jeron que en ese momento la obra de caridad más importante que podía hacer, era ayudarle.Lo pensé mucho, vi que las monjas tenían razón y me fui.

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Me ocupé de mi familia con todo el cariño que pude. Recé mucho, me dediqué a las obras de caridad, tuve total confianza en el Señor y me dejéguiar por Él. Luego, mi hermano Augusto cayó gravemente enfermo. Había hecho sufrir mucho a mis padres porque era poco responsable… pero muriótranqui lo y reconciliado con Dios.

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Ahora el único miembro de la familia que me quedaba era mi padre. El tiempo había pasado y con é l mi juventud. Por o tra parte yo no gozaba de buena salud. Por eso parecía que iba a tener que renunciar al deseo que albergaba en mi corazón. Mi padre me permitiótransformar una habitación de la casa en capilla, donde venía a rezar mucha gente.

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Ahora el único miembro de la familia que me quedaba era mi padre. El tiempo había pasado y con é l mi juventud. Por o tra parte yo no gozaba de buena salud. Por eso parecía que iba a tener que renunciar al deseo que albergaba en mi corazón. Mi padre me permitiótransformar una habitación de la casa en capilla, donde venía a rezar mucha gente.

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Me llevaron en una camilla al lugar donde unos años antes la Virgen se había aparecido a dos niños, Melaniay Maximino. En estas apariciones la Virgen María lloró viendo la maldad de los hombres y nos p idió rezar y reparar el mal que se estaba haciendo en el mundo...Ta l vez no lo creáis, pero durante el viaje fu i curada de repente.Le estaba muy agradecida a la Virgen y volví alguna vez más en peregrinación para darle gracias. Después de la muerte de mi padre, regresé al lí y, de rodillas ante la Virgen, sentí que el Señor me pedía que trabajara por la reparación y reconciliación de l mundo.

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- Pero, ¿Qué hay que reparar? ¿Cómo se hace eso?– Debemos ayudar a los hombres a vivir en el amor para que su corazón crezca en armonía, reconciliado consigo mismo. Es el gran mensaje que Jesús nos comunicó y debemos darlo a conocer a todos.Precisamente por eso empecé a viajar. Conocí al cura de Ars, Juan María Vianney, y a mucha gente importante, amigos de Jesús… Me animaron a fundar una Congregación asegurándome que la obra estaba bendecida por Dios.– ¡Por fin!– Sí, por fin, pero no fue fácil.

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Padecí persecuciones, malentendidos, dificultades económicas,calumnias... pero nunca perdí el ánimoni la fuerza. Confiaba en Dios y eso me bastaba. Él también había sufridopara salvar a los hombres y yo quería seguir su ejemplo. Decidí ir a Roma. Tuve la gracia extraord inaria de ser recibida en audiencia por el Papa Pío IX, que escuchó mi historia y acogió mideseo. Antes de despedirme me bendijo , me animó y aprobó la fundación de una nueva Congregación relig iosa que quería que se llamara Religiosas de Jesús Redentor. Junto con mis Hermanas me dediqué a la adoración y a todas las obras de misericordia en el mundo según las necesidades, los tiempos y los lugares.– Pero con tantas horas dedicadas a la oración, ¿te quedaba tiempo para atender a los pobres?– ¡Sí, por supuesto! ¡Estad seguros de que nunca me he olvidado de ellos! Debéis saber que hablando con Jesús se recibe mucha fuerza y valor para ayudar a los demás.– ¿Y te hiciste monja?– ¡Todavía no, todavía no!

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Volví a Francia, a Avranches, mi ciudad natal, que seencuentra frente al Monte San Miguel. Unos meses despuésel obispo me dio permiso para in iciar e l proyecto que habíasoñado durante tanto tiempo y así, junto con una joven, empecéla adoración en la casa de mi padre.

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Pronto nos invitaron para que fuéramos a realizar nuestro trabajo en el Monte San Miguel. Es una gran abadía en medio del mar. Allí, durante muchos años, los monjes han a labado a l Señor, y en tiempo de la Revolución se habíaconvertido en una prisión. Los locales estaban en pésimas condiciones. Nos asignaron los más incómodos de todo el edi ficio y tuvimos que trabajar mucho para acondicionarlos y hacer los habitables… pero éramos fe lices. El Obispo me pidió que cuidáramos de los niños abandonados. Acogíamos también a los peregr inos que querían disfrutar de un tiempo de si lencio y oración.

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A los pocos meses se nos un ieron varias jóvenes. Y cuando finalmente hice los votos hubo una gran fiesta. ¡Me sentía muy fe liz! ¿Sabíais que algunos re ligiosos cambian su nombre cuando se consagran a Dios? Es una forma de decir que han eleg ido una nueva vida. Antes me llamaba Victorine y, de monja, e legí el nombre de Sor María José de Jesús.

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Enseguida llegaron los pr imeros niños pobres y desnutridos. Los acogimos con los brazos abiertos en medio de una gran alegría. Por la noche, cuando se quedaban dormidos, preparábamos la ropa que se tenían que poner a l d ía siguiente. Estos niños estaban absolutamente solos en el mundo, y no tenían nada ni a nadie en qu ien confiar... Nosotras no teníamos muchos medios, pero hicimos todo lo posible, para que sesintieran quer idos y nunca les faltara lo necesario para vivir.

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-¡Los niños estarían muy fel ices!- Sí, lo estaban. Antes de llegar al Monte San Miguel habían vivido momentos muy d ifíciles y para ellos era un gran regalo sentirse seguros con gente que les quería . Estaban encantados con e l mar y la playa donde iban a jugar... Pasaban el tiempo pescando y se ponían muy contentos cuando podían ofrecer e l fruto de su trabajo a los bienhechores que iban a visitarlos...Eran unos n iños muy vivaces y también algo traviesos, y por la noche, creyendo que nadie los veía, se divertían dando sa ltos sobre las camas antes de dormirse.

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Una de las Hermanas les enseñaba a leer y escribi r. Les dábamos todo e l cariño que podíamos, como haría una madre. Quien se siente amado es feliz con el más mínimo regalo. Igual que vosotros ¿no? Por la expresión de vuestros rostros, puedo ver que estáis contentos y que os gusta la naran jaque os he preparado.– Y ¿qué pasó después? No te pares, continúa…

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- De acuerdo. ¿Dónde nos habíamos quedado? Ah, sí…Las Hermanas pasábamos largas horas en adoración, de díay de noche. Só lo Jesús, que nos ama de verdad, puedeenseñarnos a amar a nuestros hermanos... Estábamos tambiénencargadas de atender a la gente que vivía en el Monte SanMiguel, especialmente a las familias pobres y a los enfermos.El domingo venían a rezar con nosotras... Todos estaban encantados.

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Un día llegó un sacerdote cuyo objetivo era restaurar la abadía. Él no va loraba nuestro trabajo y destinaba a las obras de restauración el dinero que los bienhechores daban para los niños... Nuestra comunidad carecía de todo… Él hubiera quer ido que estos niños trabajaran en lugar de estud iary disfrutar del tiempo necesario para descansar y jugar. Y como nosotras defendíamos a los niños para que no fueran explotados, el sacerdote me obligó a marcharme... Dejé el Monte San Miguel con gran sufrimiento, pues pensaba en todos los n iños que tenía que de jar allí...

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_ ¿Yqué pasó con los niños pobres?– Se quedaron con las hermanas durante algún tiempo, perodespués fue imposible vivir a llí, pues ni siquiera había aguapara beber... Hubo que cerrar la casa y buscar o tro alojamientopara ellos.

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Yo estaba en San Maximino, una ciudad del sur de Francia. Después las Hermanas fueron al lí conmigo. V ivíamos en una gran pobreza y con muchas dificu ltades. Algunos malin tencionados aconsejaron a las Hermanas que se fueran. Entonces me quedé sola, pero, a pesar de los sufrimientos que pasé, nunca perdí la esperanza, porque sabía que Dios nunca abandona a sus hijos... Después de un tiempo, tuve que dejar la casa, que fue subastada. Me quedé sin nada.

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Fui a París, donde encontré alojamiento en un ático en muy malas condiciones. El invierno era muy frío y el día de Navidad puse a hervi r por tercera vez un hueso para poder comer algo caliente... Un día oí llamar a la puerta. Abrí. Y me llevé la sorpresa y la alegría de ver que Sor Micaela, arrepentida por haberme abandonado, venía de nuevo conmigo. Nos abrazamos y lloramos de alegr ía.

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Poco después me llamó el Prefecto, una autoridad civil que había oído hablar de lo que habíamos hecho en el Monte San Miguel. Hablamos mucho tiempo y me preguntó si yo estaría dispuesta a acoger a algunos niños pobres y huérfanos de aquella gran ciudad. No pedía más: ayudar a los niños que seveían obligados a vivir en la calle... Acepté enseguida. Así acogí a los dos primeros niños y, aprovechando la bondad de un lechero que nos dejó usar su carro, partimos hacia Aulnay, a las afueras de la capital. Los niños estaban muy contentos... yo no tenía nada, pero confiaba en Dios.

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En Aulnay me alojé en una casa a lquilada. Algunas Hermanasregresaron y a los primeros niños se les sumaron muchosmás... No fue fácil conseguir lo necesario para a limentar atodos. Así que, a primera hora de la mañana, después derezar, sol ía ir a París a pedi r limosna... nunca lo había hecho, peroel amor a estos pequeños que carecían de todo me llevó ahacer frente a cualquier dificultad... Algunas personas noscontestaban con dureza, pero muchas nos ayudaban.

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Los niños iban a la escuela y a la par roquia , donde se lesenseñaba el catecismo. Yo solía acompañar las cancionescon el armonio y organizábamos unas fiestas hermosas...Cuando se portaban b ien, les premiaba con un paseo por el ríoen una barca que yo misma gu iaba. ¡Qué alegría verlos jugar contentos!

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Estábamos muy atentas a las personas necesitadas del pueblo y hacíamos todo lo posible para ayudarlas. En cada hermano debemos ver e l rostro de Jesús, así nos lo ha enseñado Él mismo en el Evangelio.

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Para mí y para las Hermanas que me habían seguido, la mayor riqueza era Jesús y pasábamos largas horas con Él en oración. Nos sentíamos fe lices de estar con Él y con los pobres, especialmente con los n iños, a los que ayudábamos a crecer en la a legría y en el amor.Intentábamos ayudar a las personas a reconciliarse con e l Señor, a perdonar y a construir la paz, como la Virgen María había pedido en La Salette.

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Sin embargo, encontrábamos muchos obstáculos en nuestro camino. Me di cuenta de que tenía que buscar ayuda en Roma, donde nuestra Congregación había sido aprobada muchos años antes. Dejé a los niños con las Hermanas y me fu i. ¡Sabía que estaba dejando todo en buenas manos!

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Llegué a Roma, la ciudad donde estamos ahora. No fue fácil encontrar un sitio para vivir y tuve que ir a comer al comedor de los pobres... pero era fe liz, porque sentía dentro de mí que Dios me amaba; y el deseo de volver a acoger a tantos niños que sufren, me animaba mucho.Enseguida vino conmigo Sor María José, una monj ita que se había quedado en Francia. Poco después una joven muy val iente también p idióformar parte de nuestra familia relig iosa. Se llamaba Tarsila, ahora se llama Sor Rafaela y vosotros la conocéis muy bien. Ta l vez no sabéis cuánto trabajó y cuánto hizo por todos nosotros... ¡Vale mucho. Es una mujer estupenda! Lo comprenderéis mejor cuando seáis mayores.

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Muchas personas generosas nos han ayudado y siguen haciéndolo cada día como la marquesa Serlupi, esa noble dama que nos ha permitido vivir en esta casa grande y acogedora. Pero también es muy importante la ayuda que recibimos de aquellos que, aunque no son ricos, comparten con nosotros lo que tienen...

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Todo lo bueno viene del Señor, siempre presente en la Eucaristía . Esa es la razón por la que pedí permiso al Cardenal para ce lebrar la Misa en nuestra casa para continuar la adoración y reparación, la oración de la que os he hablado.¡Estoy muy feliz de haber recibido por fin ese permiso!

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–Niños, os he contado brevemente algunos ep isod ios de mi vida, que ha sido bastante ajetreada y, a veces, d ifícil.– ¿Y qué pasó con los niños de Francia?– Nuestras hermanas siguieron cuidando de el los, y no sólo eso sino que además abr ieron otras casas porque muchas personas en el mundo necesitan ayuda. Me gustaría poder cumplir esta misión, incluso en países lejanos, pero, como veis, ya soyanciana, y aunque tengo muchos deseos en mi corazón, Ya no tengo muchas fuerzas.– Nosotros te ayudaremos...– ¡Muy bien, niños! ¡Estupendo! Eso es lo que el Señor quiere.La misión que hacemos no es sólo de las Hermanas sino de todo el mundo y de todos los tiempos… puede ser vivida por cualquiera: niños, adu ltos, familias, sacerdotes... ¡Vosotros también podéis ser pequeños apóstoles de la reparación y la reconcil iación para construir un mundo mejor!

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La semilla que el Señor pusoen el corazón de Victorine

creció con el tiempo. Hoy las Rel igiosas de Jesús Redentor

continúan la obra iniciada por e lla.El 26 de octubre de 1884, la Fundadora, después de una vidallena de amor, antes de abandonar esta tie rra, les encomendólos niños, y les dijo que vivieran en la paz, en la humildad y enel perdón; y a todos dejó un mensaje siempre actual: lo quecuenta en la vida no es e l éxito, sino el amor y la esperanza.Desde el cielo protege y guía a todos los que continúan la misiónque ella comenzó en un mundo donde abunda la violencia,la pobreza, la d ivisión y la marg inación… en Francia, Italia,España, Colombia, Rumanía, Nigeria...

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“¡Que su amor brille en todo el mundo!

¡Amor, amor, amor!”Victorine Le Dieu

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¡Ven! Formemos juntos una cadena de amor, para construir así un

mundo más reconciliado.

Tú también puedes ser constructor de paz, de justicia , de perdón,

de reconciliación… en la familia, enel colegio, con tus compañeros...

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