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Adivinanzas y mas

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Adivinanzas

Agua pasa por mi casa, cate por mi corazón. El que no lo adivinara, será un burro cabezón. (El aguacate) Tiene ojos y no ve, tiene agua y no la bebe, tiene carne y no la come tiene barba y no es hombre. (El coco) Si tú me quieres comer, me verás marrón peludo y no me podrás romper porque por fuera soy duro. (El coco) Tengo duro cascarón, pulpa blanca y líquido dulce en mi interior. (El coco) Me conocen en la guerra, mi nombre es de capital, si me pones en la mesa seguro que he de gustar. (La granada) En Granada hay un convento

y más de mil monjas dentro con hábito colorado; cien me como de un bocado. (La granada) Una madre con cien hijas y a todas pone camisas. (La granada) Agrio es su sabor, bastante dura su piel y si lo quieres tomar tendrás que estrujarlo bien. (El limón) Somos verdes y amarillas, también somos coloradas, es famosa nuestra tarta y también puedes comernos sin que estemos cocinadas. (Las manzanas) A esta fruta se le culpa y fue cosa del demonio, pues comieron de su pulpa los del primer matrimonio. (La manzana) Amarillo por fuera amarillo por dentro

y con un corazón en el centro. (El melocotón) Yo soy aquel que nació para ser acuchillado, soy, sin estudios, letrado y de aromático olor. El que quisiera saber una cosa de mi nombre, esta pista le daré: está en San Bartolomé. (El melón) Ni espero que me lo aciertes ni espero que me bendigas y, con un poco de suerte, espero que me lo digas. (El níspero) Es como algunas cabezas y lleva dentro un cerebro, si la divido en dos piezas y la como, lo celebro. (La nuez) Arca, monarca, llena de placer; ningún carpintero te ha sabido hacer. (La nuez)

Refranes

Aunque la mona se vista de seda, mona se queda. A las diez, en la cama estés (Eduardo) El niño regalado, siempre esta enojado. El que se fue a Sevilla perdió su silla. El pez grande se come al chico. En boca cerrada no entran moscas. Gato con guantes, no caza ratones. Habló el buey y dijo mu. Juego de manos, juego de villanos. Juan palomo: yo me lo guiso y yo me lo como. COLMOS ¿Cuál es el colmo de un abogado? Haber perdido la muela de juicio

¿Cuál es el colmo de un abogado? Tener una esposa que se llame Amparo, y... -desayunar huevos divorciados.

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¿Cuál es el colmo de un perro salchicha? Que lo llamen pancho... ¿Cuál es el colmo de un gato? Tener un día de perros ¿Cuál es el colmo de la Primavera? Tenerle alergia a las flores ¿Cuál es el colmo de un policía? Que lo asalte la duda Cuál es el colmo de un médico?

Que una de sus hijas se llame Dolores y la otra Remedios ¿Cuál es el colmo de un pez? Morirse de... sed ¿Cuál es el colmo de un jardinero? Que su esposa se llame Rosa y su hija Margarita ¿Cuál es el colmo de un jardinero? Que lo dejen plantado

ACERTIJOS 01. ¿De qué color es el caballo blanco de Santiago? 02. Un pato y un niño nacen el mismo día. Al cabo de un año ¿cuál es mayor de los dos? 03. ¿Por qué en todos los hospitales hay un sacerdote? 04.¿Cómo se llama en Alemania al ascensor? 05. ¿Cuál es el país que tiene nombre de postre? 06. De siete patos metidos en un cajón, ¿cuántos picos y patas son? 07. ¿Qué mar es dos veces mar? 08. ¿Cuál es el día más largo de la semana? 09. ¿Cuál es el número que si lo pones al revés vale menos? 10. Un león muerto de hambre ¿de qué se alimenta? RESPUESTAS 01. Blanco. 02. El pato, porque tendrá un año y pico (Enviado por Olga y Laura Palomino). 03. Para que los enfermos tengan cura. 04. Apretando el botón. 05. Macedonia. 06. Dos picos y cuatro patas, porque sólo «metí dos» en el cajón. 07. El mar de Mármara (Enviado por Julián del Salado Rodríguez). 08. El miércoles, porque es el que tiene más letras. 09. El nueve. 10. De nada, porque está muerto. FABULAS 1 Una zorra saltaba sobre unos montículos, y estuvo de pronto a punto de caerse. Y para evitar la caída, se agarró a un espino, pero sus púas le hirieron las patas, y sintiendo el dolor que ellas le producían, le dijo al espino:

-- ¡ Acudí a tí por tu ayuda, y más bien me has herido !

A lo que respondió el espino:

-- ¡Tu tienes la culpa, amiga, por agarrarte a mí, bien sabes lo bueno que soy para enganchar y herir a todo el mundo, y tú no eres la excepción !

Nunca pidas ayuda al que acostumbra a hacer el daño.

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2 Protegido por la seguridad del corral de una casa, un cabrito vio pasar a un lobo y comenzó a insultarle, burlándose ampliamente de él. El lobo, serenamente le replicó:

-- ¡ Infeliz ! Sé que no eres tú quien me está insultando, sino el sitio en que te encuentras.

Muy a menudo, no es el valor, sino la ocasión y el lugar, quienes proveen el enfrentamiento arrogante ante los poderosos.

3 Sentía una corneja celos contra los cuervos porque éstos dan presagios a los hombres, prediciéndoles el futuro, y por esta razón los toman como testigos. Quiso la corneja poseer las mismas cualidades.

Viendo pasar a unos viajeros se posó en un árbol, lanzandoles espantosos gritos. Al oír aquel estruendo, los viajeros retrocedieron espantados, excepto uno de ellos, que dijo a los demás:

-- Eh, amigos, tranquilos; esa ave es solamente una corneja. Sus gritos no son de presagios.

Cuando vanidosamente y sin tener capacidades, se quiere rivalizar con los más preparados, no sólo no se les iguala, sino que además se queda en ridículo.

4

Algunas grullas escarbaban sobre terrenos recién sembrados con trigo. Durante algún tiempo el labrador blandía una honda vacía, ahuyentándolas por el pánico que les producía.

Pero cuando las aves se dieron cuenta del truco, ya no se alejaban de su comida. El labrador, viendo esto, cargó su honda con piedras y mató muchas de las grullas.

Las sobrevivientes inmediatamente abandonaron el lugar, lamentándose unas a otras:

-Mejor nos vamos a Liliput, pues este hombre ya no contento con asustarnos, ha empezado a mostrarnos lo que realmente puede hacer.

Cuando las palabras no dan a entender, la acción sí lo hará.

CUENTOS

El vikingo de los cien cuernos

Olav Brutolsen era el más terrible de los vikingos. Con sus propios brazos era capaz de luchar contra un toro y vencerle en unos pocos segundos. Y para que todos le conocieran y distinguieran, llevaba adornados su casco y su capa con los trofeos de sus victorias: más de cien cuernos sobre la cabeza y mil piedras preciosas colgando de sus hombros, una por cada uno de los enemigos derrotados.

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En su ciudad todos se apartaban a su paso, pero cierto día, un joven que leía despistado se cruzó en su camino y le hizo tropezar. Furioso, Olav le increpó y le desafió a un combate a muerte. El delgaducho joven no tenía elección, así que sólo puso una condición.

- Puesto que no veo muy bien y no te conozco, necesito que lleves el casco y la capa durante la lucha, para poder distinguirte.

Olav lanzó una risotada y aceptó orgulloso aquella estúpida condición, justo antes de lanzarse sobre el joven para destrozarlo. El chico, ágil, se escabulló por poco. Lo mismo ocurrió con las siguientes embestidas de Olav, y según iba pasando el tiempo, cada vez esquivaba al gigantón más fácilmente. Aunque nadie podía creer que aguantase tanto, todos esperaban que con el primer golpe el joven caería muerto. Ese golpe no llegó nunca. Olav estuvo luchando poco más de cinco minutos, y a los diez cayó como muerto.

Muchos pensaron entonces que aquel joven era un brujo o un hechicero, pero Virtensen, que así se llamaba el despistado estudiante de medicina, mostró a todos que el orgullo y la ostentación del vikingo fuero más que suficientes para que cayera desmayado bajo el peso del casco y la capa. Olav, como buen guerrero, aceptó su derrota al despertar, y desde entonces cambió los símbolos inútiles y superfluos por la austeridad, pasando en todas partes como uno de tantos. En todas, menos en el campo de batalla, donde no se le reconocía por cuernos, espadas o capas, sino por una fiereza sin igual.

El felicímetro

Dani estaba muy disgustado con Papá Noel. Era un niño muy bueno, pero le molestaba tremendamente ver que casi todos los años muchos otros niños, claramente más malos, recibían más juguetes por Navidad. Y fueron tantas sus quejas, que una noche el propio Papá Noel apareció con el trineo en su habitación, y le llevó con él al Polo Norte.

- Quiero enseñarte el mayor de los secretos -le dijo Papá Noel-. Si vienes te mostraré cómo decidimos cuántos juguetes recibe cada niño en Navidad.

Cuando llegaron, Santa Claus le mostró algunos raros artilugios, mientras le explicaba:

- Esto fue nuestro primer medidor de juguetes. Era una balanza, y los juguetes se regalaban por peso. Dejamos de usarlo cuando un niño recibió tantos globos que al explotar derrumbaron las paredes de su casa. - Ese otro con forma de molde se llamaba "igualator". Servía para asegurarnos de que todos los niños recibieran los mismos juguetes, pero como luego no tenía gracia cambiarlos con otros niños, nadie los quería... Puff, casi me quedo sin trabajo, hubo un año que apenas recibí unas pocas cartas y tuvimos que cambiarlo a toda prisa...

Y así fue hablando de los inventos que habían utilizado; algunos realmente ridículos, otros un poco simplones, hasta que finalmente dijo:

- .. pero todo se arregló con este invento, y desde entonces cada año recibo muchos más millones de cartas que el anterior. Se llama Felicímetro, y sirve para medir la felicidad de los niños. Cuando visitamos un niño, ponemos en el felicímetro todo lo que tiene, y automáticamente nos dice los mejores regalos para él. - Pues debe estar estropeado, a mí siempre me tocan pocos regalos...- protestó el niño. - ¡Qué va! funciona perfectamente. Los niños que como tú tienen muchos amigos, unos papás y hermanos que les quieren mucho, son generosos y no buscan la felicidad en las cosas tienen miles de puntos en el felicímetro, y regalarles muchos juguetes sólo podría bajárselos.

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Sin embargo, los niños que están más solos, o cuyos papás les hacen menos caso, o que no tienen hermanos ni amigos, tienen tan pocos puntos que da igual cuántos regalos añadamos al felicímetro: nunca pasan de la mitad... ése es el gran secreto del felicímetro: reciben más quienes de verdad menos tienen.

Como no parecía terminar de creerlo, aquella Navidad Dani acompañó a Santa Claus en su trineo llevando el felicímetro, comprobando él mismo cómo quienes más regalos recibían eran los menos felices de todos. Y no pudo evitar llorar cuando vieron un niño muy rico pero muy triste, que después de haber abierto cien regalos, pasó la noche solitario en su habitación...

Y sintió tanta pena por esos niños, que ya nunca más volvió a envidiar sus regalos y sus cosas, y se esforzó cada día por hacerles llegar a aquellos niños una pequeña parte de su gran felicidad.

El ladrón de pelos

Valeria era una niña muy preocupada por su papá. Desde hacía algún tiempo, había visto que se estaba quedando calvo, y que cada vez tenía menos pelo. Un día, se atrevió a preguntárselo:

- Papá, ¿por qué cada día tienes menos pelo?

Su papá le dijo sonriente: - Es por el ladrón de pelos. Hay por esta zona un ladronzuelo chiquitito que visita mi cabeza por las noches cuando estoy dormido, y me quita todos los pelos que le da gana. ¡Y no hay forma de atraparlo!

Valeria se quedó preocupada, pero decidida a ayudar a su papá, aquella misma noche aguantó despierta tanto como pudo. Cuando oyó los primeros ronquidos de su padre, agarró una gran maza y se fue a la habitación de sus padres. Entró muy despacito, sin hacer ruido, para que el ladrón de pelos no pudiera sentirla, y cuando llegó junto a su papá, se quedó observando detenidamente su cabeza, decidida a atrapar al ladrón de pelos en cuanto apareciera. Al poco, vio una una sombra sobre la cabeza, y con todas las fuerzas que tenía, lanzó el porrazo más fuerte que pudo.

¡Menudo golpe! Su papá pegó un enorme grito y se levantó de un salto, con un enorme chichón en la cabeza y un buen susto en el cuerpo. Al encerder la luz, se encontró con Valeria de frente, con la mano en alto sujetando la maza, y diciendo:

- ¡casi lo tenía! papá. ¡Creo que le he dado, pero el ladrón de pelos se ha escapado!

Al oir eso, y ver al papá con la cabeza bien dolorida, la mamá comenzó a reirse:

- Eso te pasa por contarle tonterías a la niña - dijo divertida.

Y el padre de Valeria tuvo que explicarle que no existía ningún ladrón de pelos, y contarle la verdad de por qué se quedaba calvo. Y así, con la ayuda de un gran chichón en su cabeza, comprendió lo importante que era no engañar a los niños y contarles siempre la verdad. Y Valeria, que seguía preocupada por su papá, dejó de buscar ladrones de pelos, y le compró un bonito gorro de dormir.

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El ladrón de pelos

Valeria era una niña muy preocupada por su papá. Desde hacía algún tiempo, había visto que se estaba quedando calvo, y que cada vez tenía menos pelo. Un día, se atrevió a preguntárselo:

- Papá, ¿por qué cada día tienes menos pelo?

Su papá le dijo sonriente: - Es por el ladrón de pelos. Hay por esta zona un ladronzuelo chiquitito que visita mi cabeza por las noches cuando estoy dormido, y me quita todos los pelos que le da gana. ¡Y no hay forma de atraparlo!

Valeria se quedó preocupada, pero decidida a ayudar a su papá, aquella misma noche aguantó despierta tanto como pudo. Cuando oyó los primeros ronquidos de su padre, agarró una gran maza y se fue a la habitación de sus padres. Entró muy despacito, sin hacer ruido, para que el ladrón de pelos no pudiera sentirla, y cuando llegó junto a su papá, se quedó observando detenidamente su cabeza, decidida a atrapar al ladrón de pelos en cuanto apareciera. Al poco, vio una una sombra sobre la cabeza, y con todas las fuerzas que tenía, lanzó el porrazo más fuerte que pudo.

¡Menudo golpe! Su papá pegó un enorme grito y se levantó de un salto, con un enorme chichón en la cabeza y un buen susto en el cuerpo. Al encerder la luz, se encontró con Valeria de frente, con la mano en alto sujetando la maza, y diciendo:

- ¡casi lo tenía! papá. ¡Creo que le he dado, pero el ladrón de pelos se ha escapado!

Al oir eso, y ver al papá con la cabeza bien dolorida, la mamá comenzó a reirse:

- Eso te pasa por contarle tonterías a la niña - dijo divertida.

Y el padre de Valeria tuvo que explicarle que no existía ningún ladrón de pelos, y contarle la verdad de por qué se quedaba calvo. Y así, con la ayuda de un gran chichón en su cabeza, comprendió lo importante que era no engañar a los niños y contarles siempre la verdad. Y Valeria, que seguía preocupada por su papá, dejó de buscar ladrones de pelos, y le compró un bonito gorro de dormir.