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1 La novela criminal como manifestación artística de un momento histórico Carlos Albeiro Agudelo Montoya 1 Resumen La literatura colombiana ha producido en los últimos treinta años una gran variedad de textos literarios que exploran las nuevas formas de violencia urbana, por lo que suponemos que no sólo han surgido nuevas formas de representación literaria de la violencia, sino géneros como lo es la novela de crímenes, donde se representa la situación social y política del mencionado periodo. Novelas como Scorpio City (1998) de Mario Mendoza y El Eskimal y la Mariposa (2004) de Nahum Montt, se publican en dicho contexto y nos interesa analizarlas como el resultado de la violencia social y política que ha azotado a Colombia en las últimas décadas. Palabras clave: Scorpio City, El Eskimal y la Mariposa, Historia y Novela, Novela criminal El presente texto fue presentado en el II Congreso Internacional de Literatura Iberoamericana. Cartografías Literarias: Rutas, trazos y Miradas. Seminario 3. Teoría y Crítica Literaria. Universidad Santo Tomás. Facultad de Filosofía y Letras. Bogotá-Colombia, septiembre 22 al 25 de 2010. Las ideas expresadas son de exclusiva responsabilidad del autor, y en nada comprometen a la Institución ni la orientación del II CILI. 1 Universidad de Antioquia. Maestría en Literatura Colombiana.

Novela criminal

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La novela criminal como manifestación artística de un momento histórico∗

Carlos Albeiro Agudelo Montoya1

Resumen

La literatura colombiana ha producido en los últimos treinta años una gran

variedad de textos literarios que exploran las nuevas formas de violencia urbana,

por lo que suponemos que no sólo han surgido nuevas formas de representación

literaria de la violencia, sino géneros como lo es la novela de crímenes, donde se

representa la situación social y política del mencionado periodo. Novelas

como Scorpio City (1998) de Mario Mendoza y El Eskimal y la Mariposa (2004) de

Nahum Montt, se publican en dicho contexto y nos interesa analizarlas como el

resultado de la violencia social y política que ha azotado a Colombia en las

últimas décadas.

Palabras clave: Scorpio City, El Eskimal y la Mariposa, Historia y Novela, Novela

criminal

∗ El presente texto fue presentado en el II Congreso Internacional de Literatura Iberoamericana. Cartografías Literarias: Rutas, trazos y Miradas. Seminario 3. Teoría y Crítica Literaria. Universidad Santo Tomás. Facultad de Filosofía y Letras. Bogotá-Colombia, septiembre 22 al 25 de 2010. Las ideas expresadas son de exclusiva responsabilidad del autor, y en nada comprometen a la Institución ni la orientación del II CILI. 1 Universidad de Antioquia. Maestría en Literatura Colombiana.

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La literatura policíaca

La llamada literatura policíaca o en el caso colombiano su vertiente de novela

criminal es un tipo de literatura de alto consumo por sus temáticas y forma de

escritura. Muchos lectores la consideran un tipo de literatura fácil que no alcanza

los cánones de la alta literatura por lo que en muchas ocasiones su estudio o su

lectura no hace parte de la academia. Aún así estas novelas cumplen una función

estética ligada a la norma de las producciones de las últimas tres décadas en el

país; la cantidad de oferta y demanda que tienen las novelas del género amerita

mirarlas desde diferentes punto de vista, por ejemplo como manifestaciones

artísticas que dan cuenta de un momento histórico coyuntural para Colombia. No

es posible negar que, como en todo el universo literario, muchas de las

manifestaciones del género están mal escritas o tratan de manera insipiente los

temas que se proponen desarrollar y no alcanzan así un nivel estético que las

convierta en literatura perdurable en el tiempo, tal vez muchas de estas

producciones serán olvidadas como gran parte de la literatura de baja calidad,

sin embargo existen creaciones con un nivel estético que podría hacerlas

perdurar y por ello vale la pena estudiarlas.

Un estudio extenso sobre el tema no se había realizado en Colombia hasta inicios

del siglo XXI con el trabajo de Hubert Pöppel (2001). La novela policíaca ha sido

una lectura recurrente en escritores y en las últimas décadas una producción con

alta oferta. Diferentes escritores colombianos han concentrado su obra en

novelas del género, aunque, como es evidente en el trabajo del profesor Pöppel,

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se han aproximado más a las vertientes del género como la novela negra y la

novela criminal. Ello se debe tal vez a que las características clásicas de lo

policíaco en el caso Latinoamericano son poco aplicables por su incapacidad de

brindar justicia o la solución al caos como bien lo manifiesta el escritor argentino

Mempo Giardinelli en la entrevista “Sobre el género negro”:

En Latinoamérica el género se ha ido vinculando con lo social, o sea con la vida

de nuestros pueblos. Y eso es en sí una evolución formidable. La vertiente

clásica, anglosajona, ha estado siempre más vinculada a lo individual. Tanto para

los ingleses (Christie, el Padre Brown, etc.) como para los norteamericanos

(Chandler, MacDonald y otros) lo importante ha sido siempre el heroísmo

personal en el marco de la completa confianza en el Estado y sus instituciones

como restauradores del orden quebrado por el delito. En cambio, entre nosotros

el heroísmo personal es menos apreciado y los Estados e instituciones en

América Latina han sido, históricamente, enemigos de los pueblos. Eso ha

significado un cambio fundamental para el género (en línea, 2009).

Lo manifestado por Giardinelli nos brinda las bases iníciales para sostener que las

novelas del género en Latinoamérica, pero en especial en Colombia, son

manifestaciones de un momento histórico.

El género en Europa y Estados Unidos fue acogido por la naciente burguesía que

necesitaba sostener y demostrar que el nuevo orden en construcción fuera

protegido gracias al positivismo de la razón expresado en Sherlock Homes o en

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las novelas de Agatha Christie. Joan Ramon Resina en El cadáver en la cocina

expone que el caso español se alejó del resto de Europa porque no tuvieron

durante muchas décadas en la época franquista una burguesía en la que pudiera

acogerse lo policíaco (1997). De manera parecida el género no se desarrolló en

nuestro contexto, las situaciones sociales de América Latina aunque sí crearon

una burguesía ésta fue tan minoritaria que la novela policíaca no tuvo un gran

impacto. Sin embargo, poco a poco las vertientes del género fueron calando

entre los escritores que comenzaron a crear historias que dan cuenta de la

situación social y política del país. Así se desarrolló el género hasta finales de la

década del ochenta cuando fueron publicadas diferentes obras que propiciaron

las bases para un cambio trascendental en la literatura colombiana del género

que perdura hasta nuestros días. Muchos escritores asumieron este tipo de

literatura como una forma de denuncia social gracias a la oportunidad de recrear

lo que ha ocurrido en nuestra historia reciente. De ahí el auge de las novelas

sobre el narcotráfico, el sicariato2

y los hechos sociales que han transformado a

Colombia en las últimas tres décadas.

A la novela policíaca tradicional se le puede atribuir una falta de sentido histórico

—aunque en realidad no sean ahistóricas (Resina 1997: 14)—, porque en sus

inicios respondían a la solución de enigmas que servían como entretenimiento

para los lectores burgueses y no exploraron los temas sociales de su época. Pero

no puede decirse lo mismo de la novela criminal ya que no soluciona enigmas ni

2 Margarita Jácome publicó una investigación sobre lo sicaresco en el 2009 que muestra las influencias de estas novelas en la literatura colombiana.

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resalta valores humanos desde el positivismo, sino que en ocasiones tienen un

carácter de denuncia como se puede ver en Scorpio City de Mario Mendoza o

simplemente ficcionalizan un vacío en la Historia hegemónica creando una nueva

versión de los acontecimientos como en El Eskimal y la Mariposa de Nahum

Montt.

Scorpio City

La novela de Mario Mendoza publicada en 1998 por Seix Barral es la segunda del

autor después de La ciudad de los umbrales. Mendoza asumió dentro de su obra

la consolidación de Bogotá como una ciudad literaria, por ello la gran mayoría de

sus escritos se desarrollan allí. Scorpio City narra la historia de Leonardo

Sinisterra, un inspector de la policía encargado de las investigaciones de

diferentes crímenes ejecutados en la capital colombiana. Es un conocedor del

bajo mundo capitalino, un antropólogo frustrado y un investigador que se

preocupa por terminar sus trabajos.

La novela inicia cuando Sinisterra está en medio de la investigación de una serie

de asesinatos de prostitutas y travestis. Durante el capítulo inicial el primer

narrador ubica al lector en los acontecimientos y devela lo que pudo haber sido

una novela policíaca tradicional, ya que Sinisterra se propone restablecer el

orden atrapando al asesino, pero a medida que avanza la narración la historia se

convierte no sólo en un drama policial sino también en una interpretación de la

realidad colombiana representada en Bogotá:

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Qué mierda, se dijo Sinisterra. En esta ciudad, a diferencia de las películas

gringas, no había buenos y malos. Sólo animales que intentaban defender su

madriguera, el hueco donde gastaban sus noches y sus días. En Bogotá no había

una realidad maniquea con dos polos encontrados, sino una cultura del rebusque

y la supervivencia (Mendoza 2004: 17).

El investigador acompañado de su ayudante, otro policía de apellido González, da

tras las pistas correctas que lo llevan justo frente a los autores intelectuales de

los asesinatos. Es ahí donde la novela deja de ser una representante de lo

policíaco y se convierte en una novela de las que habla Mempo Giardinelli, donde

la denuncia social es el centro narrativo. Sinisterra ingresa al lugar de encuentro

de una secta religiosa y escucha una conversación en la que están hablando de él

y las soluciones que plantean para sacarlo del camino y poder terminar su

trabajo. Mario Mendoza ficcionaliza a los autores intelectuales pero no les da

nombres o rostros. Sólo son tipos de voces que ordenan. Es un acierto frente a la

historia reciente de Colombia donde los cabecillas pocas veces con enjuiciados o

atrapados. Para el colombiano del común el crimen se manifiesta en pequeños

maleantes o en “grandes” cabecillas que son atrapados o asesinados, pero pocas

veces se explora si dicho caos está impuesto por personas más poderosas. Esto

mismo hace Nahum Montt en su novela, pero de ello hablaremos más adelante.

Todos los capítulos de Scorpio City son narrados por voces diferentes que

muestran los avatares de Sinisterra: su despido de la policía, el rapto del que es

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víctima por parte de manos oscuras que lo abandonan en un manicomio donde

es sometido a electrochoques y drogado hasta que finalmente olvida quién es y

se convierte en un ente sin objetivo de vida. Mendoza ficcionaliza una de tantas

desapariciones de las que son víctimas jueces, abogados, policías y demás

investigadores que están tras los pasos de grandes, medianos o pequeños

acontecimientos en Colombia. Las historia toma de nuevo un carácter social

cuando Sinisterra es abandonado cerca al centro histórico de Bogotá y asume a

partir de ahí una vida de indigente que desconoce su pasado.

Acá la narración nos lleva a la vida del mundo de los indigentes de la capital y en

especial a lo que ocurría dentro de El Cartucho. En diferentes momentos este

sitio de vivienda de muchos indigentes fue víctima de la mal llamada limpieza

social. Sinisterra se ve enfrentado a su antiguo ayudante la noche que ocurre la

primera matanza, y al verlo todo su pasado regresa. Luego de saber quién es, se

propone preparar a los habitantes del cartucho a que se defiendan del exterminio

por parte de manos oscuras provenientes del Estado. Aunque logra generar una

legítima defensa por parte de los indigentes la sociedad no lo tomó de esa

manera:

La noticia de los policías asesinados cobardemente en el centro de la ciudad fue

registrada en diarios y noticieros de televisión. El DAS (Departamento

Administrativo de Seguridad) y los servicios especiales dijeron que ya tenían

pistas y que semejante crimen no quedaría en la impunidad. Le pidieron a la

ciudadanía solidaridad y apoyo porque, según ellos, lo que estaba en juego era la

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solidez de las instituciones de defensa del Estado. La acción fue considerada un

atentado a la Nación y una vergüenza más que empañaba la conciencia de los

colombianos. Fueron entrevistados políticos de conducta moral intachable, hubo

debates públicos sobre la situación de violencia en el país y la Iglesia emitió un

comunicado en el que condenaba el salvaje asesinato de unos servidores públicos

que habían muerto en el fiel cumplimiento de su deber (Mendoza 2004: 142-

143).

La defensa por parte de los indigentes al asesinar a los policías que los

masacraban en medio de la noche le permitió a la Secta tomar todo lo ocurrido

para justificar los actos que seguirían, sobre todo la masacre de los niños y las

mujeres de los indigentes de El Cartucho, que habían sido trasladados a un lugar

seguro mientras que los hombres se quedaron a defenderse. La denuncia de la

novela termina su círculo cuando el narrador dice que los diarios registraron muy

poco esta masacre: “los medios de comunicación emitieron una nota breve y

fugaz sobre ajusticiamientos entre bandas del crimen organizado en el sur de la

ciudad” (Mendoza 2004: 144).

El sentido completo y coherente de la novela termina bien en el contexto

narrativo pero mal para el policía porque finalmente sucumbe a las persecuciones

del Estado, después de haber sido exiliado de El Cartucho. Si la novela hubiera

terminado con un final feliz tal vez no estuviéramos hablando de ella como la

manifestación de un momento histórico porque la ficcionalización de éste sería

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fantasía, como puede leerse en el epílogo de la novela “Diario de Simón

Tebcheranny en la ciudad apocalíptica”:

Y no deseo escribir una novela policíaca tradicional, maniquea, con el

característico triunfo del bien sobre el mal en las últimas páginas. No. Dejaré que

la realidad triunfe sobre la forma, respetaré la historia tal y como me la contó

Zelia. No deseo imponer estructuras moralizantes para conjurar el caos y la

injusticia. En un país con el 97% de impunidad, una novela policíaca con final

feliz es pura fantasía literaria. Aquí, en América Latina, el descenso al Hades no

tiene retorno (168-169)

El Eskimal y la Mariposa

Pasemos ahora a mirar la novela de Nahum Montt. Escuché en una ponencia

hace poco la consideración de El Eskimal y la Mariposa como un novela negra

histórica, lo que no es del todo errado si le prestamos atención a las palabras de

Pedro Gómez Valderrama cuando dice que una de las fuentes de la novela

histórica es “la búsqueda de los vacíos de la historia, para llenarlos con ficción”

(Gomez Valderrama, 1986: 151). Y esto es lo que bien hace Nahum Montt en su

ópera prima.

El centro narrativo de la novela son las acciones detrás de los asesinatos de

Bernardo Jaramillo Ossa y Carlos Pizarro a cargo de un personaje complejo que

cumple órdenes a través de un viejo que vive en un edificio en medio de

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prostitutas y rufianes. La magia de la novela de Nahum Montt es que deja a un

lado el tono denunciante o de juez y se limita a narrar la vida y los

acontecimientos que rodean a Coyote, el protagonista: un policía, agente del DAS

y asesino que trabaja para las manos oscuras que están detrás de los

magnicidios de finales de la década de los ochenta y principios de los noventa.

La gran diferencia entre Scorpio city y El Eskimal y la Mariposa está en el punto

de partida histórico desde donde se ficcionaliza. La novela de Mario Mendoza

narra acontecimientos que bien pueden estar pasando hoy en día, no hay fechas

exactas pero sí hechos que pueden ser comparables con momentos acontecidos

en algún período de la década de los noventa en Bogotá. Esto le permite un

manejo de la técnica mucho más libre porque su creación no está tan amarrada a

hechos reales de manera cronológica, y aun así, claramente pueden ubicarse en

el momento histórico que representan. Por otro lado, Nahum Montt desarrolla la

novela entre el 25 de marzo de 1990, tres días después de la muerte de

Bernardo Jaramillo Ossa y el 30 de abril del mismo año, cuatro días después del

asesinato de Carlos Pizarro (el epilogo de la novela ocurre diez años después

pero no es fundamental frente a la trama de la novela).

La narración comienza con la llegada de Coyote al edificio El Colonial donde

encuentran el cuerpo de una anciana. Este inicio hace creer al lector que está

frente a una novela policíaca tradicional. Un inicio parecido, entonces, al de

Scorpio City. Coyote se muestra como un hombre recto que busca cumplir su

labor policíaca. Sin embargo, el narrador va adentrando al lector en una historia

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mucho más compleja y le permite conocer de cerca la mentalidad de un hombre

dual y confuso, como somos gran parte de los seres humanos.

Hasta que ingresa Mambrú, un policía corrupto, han entrado a escena otros

personajes que crean el ambiente del simple levantamiento de un cadáver y el

inicio de una investigación, el cambio ocurre en medio de la conversación que

sostienen Coyote y Mambrú, brindando así los primeros indicios de la intención

de la novela:

—Tengo claro lo que eres capaz de hacer. Tengo claro lo que haces con la

heroína que se decomisa y quién es el encargado de reclutar a los muchachos de

Medellín… Tú haces tu trabajo y yo el mío. Yo soy un gatillero más, que está allí

en el momento oportuno y dispara contra el elegido, según el libreto. No me

gustan los juegos pirotécnicos ni chicanear. Hago lo mío y punto. Tú no, Mambrú,

tienes tu negocio y además te regocijas con la muerte, lo disfrutas. Hace tres

días, en el aeropuerto, estabas actuando de una manera muy extraña, estabas

muy nervioso y además disparaste contra los civiles… Demasiadas cosas en

juego, ¿me entiendes? (Montt, 2007: 28)

El aeropuerto al que se refiere Coyote es El Dorado donde asesinaron a Bernardo

Jaramillo Ossa, el 22 de marzo. El narrador muestra poco a poco todos los

callejones del laberinto en los que se convirtió la historia de los magnicidios de

los aspirantes a las elecciones presidenciales del noventa.

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Coyote fue uno de los escoltas del ministro Rodrigo Lara Bonilla y quien dio

persecución a los sicarios que lo asesinaron el 30 de abril de 1984. Este acto

podría hacer creer al lector que Coyote es un héroe anónimo de la historia

reciente del país, pero el narrador, sin juzgar nunca, muestra que él estaba ahí

para dar muerte a los sicarios y así no dejar testigos que pudieran llevar la

investigación hasta los autores intelectuales del crimen. Aunque en esa ocasión

quedó vivo uno de los sicarios, aquel que manejaba la moto.

En el Eskimal y la Mariposa los personajes catalizadores de la acción son

nombres propios de personajes claramente reconocibles, a los ya mencionados

se les puede sumar también Luis Carlos Galán, en cuyo grupo de escoltas

también estuvo Coyote. Los nombres de los sicarios de igual manera son reales:

Andrés Arturo Gutiérrez el sicario que asesinó a Jaramillo Ossa, y Gerardo

Gutiérrez Uribe, primo del sicario anterior y el encargado de asesinar a Carlos

Pizarro. En cambio los personajes oscuros son nombrados de manera tal que

podrían ser cualquier persona: Mambrú, Don Luis, Coyote, entre otros. Esto le

permite al escritor ficcionalizar a su antojo los vacios de los que está llena la

Historia colombiana, sobre todo aquella que remite a asesinatos trascendentales

para la vida del país. Esta oportunidad narrativa se devela como el punto de

partida de la novela en la conversación que don Luis sostiene con Coyote antes

del operativo contra Carlos Pizarro:

—¿Y si explota? —preguntó Coyote.

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—No explotará.

—Pero existe la posibilidad —insistió Coyote.

—Claro. Si explota, de malas, de malas para ustedes. Nadie sabrá qué fue lo

que en realidad ocurrió. Se especulará, se dirán muchas cosas, pero nadie sabrá.

¿Entiendes, Coyote? Lo difícil será manejarlo si no explota. Por eso estamos aquí.

Conclusión

Una de las grandes ventajas de la literatura está en que puede recrear cualquier

hecho histórico y mostrarlo de una manera coherente, como una de las múltiples

respuestas a los sin sentidos de la Historia hegemónica. De alguna manera la

literatura puede convertirse en representante de las pequeñas historias que

llenan la vida contemporánea. Gracias a ello Mario Mendoza y Nahum Montt

toman momentos históricos que nacen del mundo “real” y los ficcionalizan

convirtiéndolos en manifestaciones artísticas que no hubieran existido sin la

realidad de nuestros tiempos.

Las dos novelas, desde diferentes enfoques, dan cuenta de acontecimientos de la

historia reciente del país. Más que en otro tipo de literatura la realidad se

convierte en la musa de la novela criminal, es un resultado de su época. Algunas

de ellas parecen intentos de literatura histórica, que aunque son escritas durante

la misma generación del escritor, toman del mundo real gran parte de la historia

novelada. En su discurso de ingreso a la Academia Colombiana de Lengua Pedro

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Gómez Valderrama habló de “Historia y Novela”, donde hace una disertación que

permite para hacer un acercamiento a este tipo de novelas:

Y seguramente en las épocas en las cuales la historia se estremece, y sus

acontecimientos van paso de carga sobre la humanidad, la tendencia a buscar la

historia como medio de cultivo de la literatura, se hace más grande. Hay una

zona de penumbra entre ficción e historia, en la cual se cumple esa unión

maravillosa. Tanto la historia como la novela relatan; e indubablemente el

novelista no puede relatar sin apoyo de la realidad. La creación de sus

personajes siempre se nutre de aquélla. Muchas veces he citado la opinión de un

autor que dice que el novelista que diga que no toma sus personajes de la

realidad, es un impostor (Gomez Valderrama, 1986: 146)

Pero esto no es lo único que las hace manifestaciones artísticas de su tiempo, ya

que podrían ser meras representaciones planfetarias o denunciantes que no

trascenderan en la historia literaria y serán poco abordadas por la crítica. La

función estética al ser dinámica dejará de estar presente en muchas novelas del

género, pero en otras el valor estético permanecerá sobre todo porque el

contenido de estas novelas no es la historia si no la mirada particular del escritor

que trasciende un momento histórico. En conclusión, se habal de manifestaciones

artísticas porque dan cuenta de una visión del mundo que es en realidad su

verdadero contenido, donde lo fundamental no es el tema de la violencia o el

crimen sino la valoración del autor de los acontecimientos políticos, sociales y

culturales en los que vive. Si nos imaginamos a un lector de Scorpio city o de

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El Eskimal y la Mariposa que se cuestione si lo que lee realmente sucedió no será

porque considere que la ficción literaria sea más importante que la Historia

hegemónica. Intuirá en estas novelas un poderosa relación con la realidad, pero,

como expresa Jan Mukarowski al hablar del valor estético (2000), no con la

realidad narrada simplemente, sino con la realidad que él conoce, en la que vive

y de la que hace parte, con las emociones y voliciones que lo han acompañado, y

con las teorías que él se haya hecho gracias a los vacíos de la historia en la que

está inmerso.

Las novelas criminales, aunque poco valoradas desde un punto de vista estético,

cumplen un papel fundamental en la historia literaria del país porque dan cuenta

del valor estético de una época. No sólo son interpretaciones de un mundo lleno

de violencia o narcotráfico, son mas bien acercamientos de autores que dan

cuenta de lo que ocurre en la historia reciente de Colombia. Necesitamos más

autores comprometidos con la situación del país que a través de manifestaciones

literarias con una alta calidad estética nos ayuden a ver desde el arte lo que sólo

ella puede mostrarnos de la realidad que nos tocó vivir.

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