6
QUITO, TRES POSTALES INÉDITAS Por Jorge Sánchez de N. * Artículo publicado en La Barra Espaciadora, junio-2014. En taxi, saliendo desde la Plaza Grande y sus imponentes edificios coloniales, no son más de 20 los minutos que nos separan de nuestro destino. Éste, a diferencia de los hitos que nos conducen al centro de la ciudad patrimonial, no es un hit (o no lo es aún) y se localiza al nororiente de Quito. En concreto: Bellavista, Guápulo y La Floresta son tres barrios que nos permiten explorar otros ángulos de la llamada Carita de Dios. Un plan B que nos exige librar un viaje por sus pechos y alturas cotidianas. Las terrazas del pintor José Bosmediano es la avenida que nos encumbra en pleno sector de Bellavista. La calle adoquinada y una abundante vegetación nos acompañan en este ascenso en 40 grados. Giramos a la derecha, por Mariano Calvache, y desembocamos en un pretil que nos regala una vista privilegiada de esta larguirucha capital sudamericana: un inmenso puerto sin mar. Unas cuadras más arriba está la Capilla del Hombre, el templo que Oswaldo Guayasamín nos legó para rendirle tributo a la humanidad. Y, unos metros más allá, su casa-museo. La última morada del Pintor de América permaneció cerrada después de su muerte, en 1999,

Quito, tres postales inéditas

Embed Size (px)

Citation preview

Page 1: Quito, tres postales inéditas

QUITO, TRES POSTALES INÉDITAS Por Jorge Sánchez de N.

* Artículo publicado en La Barra Espaciadora, junio-2014.

En taxi, saliendo desde la Plaza Grande y sus imponentes edificios coloniales, no son más de 20 los minutos que nos separan de nuestro destino. Éste, a diferencia de los hitos que nos conducen al centro de la ciudad patrimonial, no es un hit (o no lo es aún) y se localiza al nororiente de Quito. En concreto: Bellavista, Guápulo y La Floresta son tres barrios que nos permiten explorar otros ángulos de la llamada Carita de Dios. Un plan B que nos exige librar un viaje por sus pechos y alturas cotidianas. Las terrazas del pintor José Bosmediano es la avenida que nos encumbra en pleno sector de Bellavista. La calle adoquinada y una abundante vegetación nos acompañan en este ascenso en 40 grados. Giramos a la derecha, por Mariano Calvache, y desembocamos en un pretil que nos regala una vista privilegiada de esta larguirucha capital sudamericana: un inmenso puerto sin mar. Unas cuadras más arriba está la Capilla del Hombre, el templo que Oswaldo Guayasamín nos legó para rendirle tributo a la humanidad. Y, unos metros más allá, su casa-museo. La última morada del Pintor de América permaneció cerrada después de su muerte, en 1999,

Page 2: Quito, tres postales inéditas

y fue reabierta a fines del 2012. Pablo, hijo del maestro, cuenta que su padre vivió en ella desde 1976, y que allí se inspiró para crear memorables cuadros y recibir a importantes personalidades de la izquierda latinoamericana. Pero es en las terrazas de la casona donde terminamos por descubrir su verdadero magnetismo. Junto al árbol donde reposan las cenizas de Guayasamín y su gran amigo, el escritor Jorge Enrique Adoum, se despliega un paisaje natural que retrata la diversa inmensidad de Quito, desde su colorida muralla de volcanes al poniente, el Guagua y el Rucu Pichincha; pasando por la columna vertebral de la metrópoli, en tonos grises y pasteles; hasta la blanca cadena de montañas al oriente, y las abruptas siluetas de Guápulo, que asoma su nariz cuando ya se hace de noche. Luego de comprobar in situ el acierto del nombre Bellavista, y si el clima está de buen humor, podemos subir hasta el Parque Metropolitano, uno de los principales pulmones verdes del Distrito. Las cerca de 580 hectáreas de esta reserva ecológica se ubican en el margen nororiental de la Carita de Dios, justo detrás de los dominios guayasaminescos. Sus bellas-vistas alcanzan los prósperos valles de Cumbayá y de Tumbaco, y los cráteres del Cayambe y el Antisana. Los senderos y miradores del Metropolitano nos obligan a quedarnos en él. La gentrificación lo ha convertido en una excelente opción para practicar running o mountain bike; para hacer avicultura o jugar fútbol o vóley; o para hacer un asado bajo la sombra de un quincho, mientras el llamado “sol de aguas” anuncia el próximo aguacero.

Page 3: Quito, tres postales inéditas

Una brumosa nación bohemia

Atardece. Nuevamente estamos en la José Bosmediano. Doblamos por Av. González Suárez y nos internamos en una de las zonas más pudientes y modernas de la urbe. En ella podemos tomarnos un helado y preparar un descenso que, muy probablemente, se prolongará hasta pasada la medianoche. Bajando por Rafael León Larrea estamos a cinco minutos del Camino de Orellana, una empedrada y estrecha vía que nos trasportará a otros vestigios de la edad colonial, pero fuera del efervescente y bullicioso perímetro del casco histórico. Guápulo es un diminuto pueblo de casas y muros de piedra que –emplazado en la quebrada del río Machángara– demarca la frontera con los anchurosos valles que se

Page 4: Quito, tres postales inéditas

extienden hacia el este del Distrito. Dicen que por ese camino emprendió su viaje Francisco de Orellana, en una expedición que lo llevó a encontrar la Amazonía. De ahí que, en Guápulo, este manido colono tenga una calle y una estatua en su honor. La efigie del español se ubica en una plazoleta contigua a la iglesia: una mística y elegante construcción de estilo neoclásico que data de la segunda mitad del siglo XVII. Frente a ella, los septiembres de todos los años se congregan miles de fieles a venerar la imagen de la Virgen de Guadalupe, en las tradicionales fiestas guapuleñas. Anochece. Cae la neblina y su espesor nos hace pensar que estamos en un lejano país brumoso. Es momento de abrigarse. La buena noticia es que Guápulo también es una remota nación bohemia, cuyas principales atracciones son sus bares: el Café Arte y el Ananké. Para entrar en calor, se puede comenzar bebiendo una ronda de canelazos, el trago típico de la sierra ecuatoriana; vino hervido o alguna de las tantas “bebidas espirituosas” que leemos en las cartas de uno y otro local. Para picar, hay pizzas hechas en horno de leña, papas fritas gratinadas y varias recetas de autor. Habíamos olvidado mencionar que Guápulo es una ladera hendida de miradores que apunta hacia las nevadas elevaciones del callejón interandino. Lo olvidábamos, porque la esencia de este lugar nos invita a compartir en torno a una chimenea y a la camaradería de su gente: artesanos, intelectuales, hippies y extranjeros que llegaron aquí y nunca se fueron.

Page 5: Quito, tres postales inéditas

Tripas en el horizonte Poco antes de que Orellana saliera rumbo a la selva, sus huestes recolectaron provisiones en un exuberante y florido terreno frente a los bosques de Lumbisí, al que bautizaron La Floresta. Hoy, esta parroquia se caracteriza por la enorme oferta comercial y gastronómica que mana de su propio vecindario de clase media. Desde él podemos observar algunas postales únicas del Centro Histórico, el cerro Itchimbía, el Panecillo y su icónica Virgen Alada. Aunque no lo es, La Floresta parece un mercado en constante movimiento. En el barrio florece una industria doméstica que, a los ojos del viajero, bien podría significar un santo remedio con forma de almacenes, farmacias, panaderías, ferreterías y un oficioso etcétera de ías. El negocio de las frutas y verduras añade otro poderoso ingrediente al turismo e identidad locales: sus dueños y trabajadores, en su mayoría indígenas que conviven con la (pos)modernidad: el Cine Ocho y Medio, o el House of Rock. Pero si hay un negocio que realmente concite interés, es el culinario. Las empresas de este rubro se han multiplicado durante la última década, logrando satisfacer todos los gustos. Para paladares gourmet, en Av. Isabel La Católica y en el Swiss Hotel hay cocinas internacionales de sobra; y, para paladares criollos o aventureros, los denominados agachaditos son la gloria. Los agachaditos funcionan de tarde y noche en la plaza de La Vicentina. Se dice que mucha gente de la alta sociedad quiteña viene a comer aquí, “agachadita” para que no la vean, y de ahí su nombre. Lo cierto es que nadie se resiste a probar el sabor del choclo

Page 6: Quito, tres postales inéditas

asado, de las tortillas con caucara, del morocho y de las empanadas de viento, o de las tripas mishqui, también conocidas como “chicles de indio”, el plato estrella y el causante de la olorosa humareda que nos recibe en sus improvisados comedores. Si nos enamoramos de La Floresta y sus vivencias, entonces podemos volver por la mañana siguiente a desayunar los populares encebollados del Sr. Encebollado, una exquisita sopa levantamuertos en base a pescado y yuca; o buscar al hierbatero ambulante y sus milagrosas infusiones. De este viaje, todos salen curados de la puna y el espanto.