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SUPLEMENTO ESPECIAL DOMINGO 1° DE NOVIEMBRE DE 2009 Después del Muro ESTE EJEMPLAR ACOMPAÑA LA EDICION DEL DIARIO CLARIN DEL DOMINGO 1° DE NOVIEMBRE DE 2009. PROHIBIDA SU VENTA POR SEPARADO. Cuando cayó la muralla que dividía Berlín, hace veinte años, la Guerra Fría tocó a su fin y un cataclismo político redibujó el mapa europeo e impactó en el resto del mundo. Aquí, la memoria de los protagonistas y los análisis de los expertos Richard Sennett, Donald Sassoon, Emir Sader y Misha Glenny, entre otros. AP

Suplemento de la caida del muro de Berlin de Clarin

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suplemento histórico de Clarín

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Page 1: Suplemento de la caida del muro de Berlin de Clarin

Suplemento eSpecial domingo 1° de noviembre de 2009

después del muro

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cuando cayó la muralla que dividía berlín, hace veinte años, la guerra Fría tocó a su fin y un cataclismo político redibujó el mapa europeo e impactó en el resto del

mundo. aquí, la memoria de los protagonistas y los análisis de los expertos richard sennett, donald sassoon, emir sader y misha glenny, entre otros.

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02| Clarin | DOMINGO 1 De NOvIeMbre De 2009

Por ricardo

KirschbaumEditor General

de Clarín

Staff Edición general: Silvia Fesquet. Producción y edición: Matilde Sánchez, Hinde Pomeraniec y Telma Luzzani. Colaboraron: Marcelo Moreno, Ana Laura Pérez, Néstor Restivo y Carolina Brunstein. Edición fotográfica: Rodolfo Del Percio. Dirección de Arte: Gustavo LoValvo. Diseño: Jorge Casella. Infografía: Hugo Vassiliev.

Despues Del muro

El final de un sistema que abrió las puertas a un nuevo mundo

L a caída del Muro fue el principio del fin de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéti-cas, que ya estaba en sus estertores. Su des-aparición ha tenido consecuencias políticas, económicas y geográficas: un nuevo mapa

se ha dibujado en Europa. Otro mundo existe desde entonces. El equilibrio del terror dio paso al actual des-equilibrio que no es más justo ni menos cruel.

El Muro dividió Berlín el 13 de agosto de 1961 y cayó el 9 de noviembre de 1989. Hace 20 años.

Ese hiato en la historia del siglo XX es analizado en perspectiva en el suplemento especial que hoy se distribuye con esta edición dominical de Clarín. El es-fuerzo periodístico resume una de sus características básicas: brindar una visión original a través de envia-dos a los lugares en los que se produjeron los hechos para reportear a los protagonistas de esas jornadas históricas. Y narrar, también, sus impresiones.

Berlín gestó y soportó con la fuerza de un huracán lo mejor y lo peor del siglo XX. La bestialidad nazi quiso hacerla capital de un imperio. El delirio fue derrotado: las tropas soviéticas la tomaron a sangre y fuego, sepultando la sinrazón de Hitler. La batalla final convirtió la ciudad en montañas de escombros. Muchas de las mujeres alemanas que vivían allí o se habían refugiado, fueron violadas por los vencedores. La partición original de Berlín en cuatro zonas –ame-ricana, francesa, británica y soviética– fue el prólogo de lo que vendría: el sector occidental de la ciudad quedó aislado, sostenido y alimentado por un puente aéreo para evitar su caída en manos soviéticas.

Fue conformándose así la fisonomía, conducta y cultura de una ciudad partida.

Siempre ha sido una paradoja insalvable para el comunismo el levantamiento de una barrera material para evitar que los habitantes de Berlín huyeran a Occidente. Las razones invocadas entonces por sus arquitectos fueron claramente insuficientes para es-conder las falencias del socialismo real para encontrar respuestas y fórmulas adecuadas hacia la construc-

ción de un sistema planificado. Las libertades queda-ron embargadas bajo un férreo control político.

La ausencia de libertad en el sentido amplio, por oposición, tuvo tanta presencia e influencia que los logros educativos, científicos o deportivos que se consiguieron en la entonces República Democráti-ca Alemana, no sirvieron siquiera para amortiguar esa sensación de mutilación que se había instalado entre los habitantes de Berlín Este. Ya estaban sofo-cados por un enorme y eficiente sistema policial y de espionaje a los ciudadanos. El alzamiento obrero de junio de 1953 –antecedente del levantamiento húngaro de 1956, de la Primavera de Praga o de los astilleros de Gdansk, al final– fue un síntoma de un estado de ánimo reactivo al sistema de la RDA, sos-tenido por Moscú. El Muro fue una muestra explícita de debilidad, no de fortaleza. Fue el epítome de su impotencia.

El archivo de Hohenschönhausen, la cárcel de la policía política de la RDA, está colmado de historias de individuos comunes, detenidos y torturados psi-cológicamente allí con un refinamiento y crueldad que recuerda, otra vez, aquella frase de Voltaire: “La tierra es un vasto teatro donde la misma tragedia se representa bajo nombres diferentes”. Esa cárcel pro-voca estremecimiento y conmoción a quienes la visi-tan, como los temblores que despiertan los campos de detención y exterminio en cualquier lugar y por cualquier causa.

Se dirá que la historia no puede simplificarse bru-talmente ni interpretarse sólo con la clave actual. Sin embargo, esa cicatriz queloide, una huella irregular de trazado de la pared cruzando la ciudad intensa, es la Memoria permanente de aquel tiempo en que se libraban las batallas de la Guerra Fría. El Muro de Berlín fue su frontera más caliente. Su caída fue el final de un sistema y lo decidió la gente. La unifica-ción de la ciudad ocurrió hace 20 años y detonó una explosión de alegría en los mismos sitios donde hubo tantas lágrimas por demasiadas muertes inútiles.

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|03 DOMINGO 1 De NOvIeMbre De 2009 | Clarin

Por Telma

luzzani

despues del muro

afP/image forum

bye bye. eL LiDer sovietico mijaiL gorBacHov Besa a su Par aLemaN ericH HoNecKer eN eL 40 y uLtimo aNiversario De La rDa. Dias DesPues reNuNciaria eL aLemaN y uN mes mas tarDe caeria eL muro.

La noche única que transformó la historiael 9 de noviembre de 1989 cayó el muro de Berlín, símbolo de la lucha entre el capitalismo y el socialismo en europa. ese acontecimiento, inesperado y vertiginoso, cambió para siempre el destino de los alemanes y del resto del mundo, y alteró todos los parámetros de casi un siglo.

E l 9 de noviembre de 1989 el mundo estaba en los umbra-les de una intensa renovación de sus valores, de sus creen-

cias, de su fe, de las formas de comu-nicación, de su modelo político y de su economía.

Había caído el Muro de Berlín, el mayor símbolo de la confrontación Es-te-Oeste, es decir, de la guerra a muer-te que durante 50 años sostuvieron sin descanso las dos mayores potencias del siglo XX –Estados Unidos y la Unión Soviética–, en todos los campos y en todo el planeta. ¿El objetivo? Pelear por la hegemonía mundial: uno liderando el capitalismo; el otro defendiendo los ideales de una sociedad igualitaria don-de los medios de producción fueran de propiedad social y no privada.

Berlín fue, durante décadas, el esce-nario privilegiado de esa confrontación ideológica. El derrumbe del Muro fue

ambos tenían un poder extraordinario, pero no podían usarlo.

En 1983, Reagan buscó modificar la correlación de fuerzas con un mega-programa militarista basado en tres acciones: plantar, en Europa, misiles que apuntaban a Moscú; autorizar la intervención militar para derrocar go-biernos socialistas en el Tercer Mundo e impulsar la construcción de un com-plejo sistema de escudos espaciales para repeler misiles, llamado popular-mente “Guerra de las Galaxias”. Este proyecto aunque delirante marcó, en cierta forma, las limitaciones indus-triales y tecnológicas de los soviéticos.

Cuando Mijail Gorbachov llegó al po-der en 1985 puso en marcha un amplio programa de reestructuración política y económica (glasnost y perestroika) para democratizar el país y sacarlo del atraso y del estancamiento económico. Atento a los pedidos de una sociedad

que quería cambios, Gorbachov puso fin al monopolio del poder del Partido; liberó disidentes y, en política exterior, abandonó la vieja aspiración soviética de exportar la revolución al resto del mundo y de intervenir en los países de Europa del Este.

Fue la influencia de estos cambios y los problemas internos del socialis-mo (y no la astucia occidental) lo que determinó el derrumbe del Muro y de la URSS. Tanto los alemanes como los soviéticos y todos los socialistas de la Europa Oriental sentían –para decirlo con palabras de Gorbachov– “que el modelo estaba moral y políticamente agotado”. Querían elegir su propio credo, poder viajar al exterior, tener un régimen multipartidista y libertad de expresión.

En ese marco, la “perestroika” aso-maba como una vía rápida hacia esos cambios. Así lo vivían miles de jóvenes

Ocaso de una era

entonces no sólo la señal inequívoca de que el socialismo había fracasado sino también de que el mundo bipolar hasta entonces conocido desaparecía para siempre. El proceso –muy veloz y asombrosamente poco violento– du-ró apenas dos años, hasta el 26 de di-ciembre de 1991, día de la desaparición formal de la Unión Soviética.

Los cambios habían empezado va-rios años antes. El ex presidente norte-americano, Ronald Reagan, conserva-dor y belicista, había decidido poner fin al empate de fuerzas o “equilibrio del terror”, una receta perversa que fun-cionó, durante la Guerra Fría, como una fórmula de paz. Norteamericanos y soviéticos sabían que el poderío es-pacial y armamentístico de ambos era de tal magnitud que el ataque de uno y la respuesta del otro implicaban el ani-quilamiento del planeta. Esta concien-cia los llevó a una situación paradojal:

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04| Clarin | DOMINGO 1 De NOvIeMbre De 2009

alemanes orientales el 7 de octubre de 1989 cuando aclamaban “¡Gorbi, Gor-bi!” al líder soviético que festejaba, en un palco, junto a su par alemán, Erich Honecker, el 40 aniversario de la fun-dación de la RDA.

El mensaje de Gorbachov sobre la li-bertad de cada país de elegir su propio destino había sido atentamente escu-chado por Polonia y Hungría.Varsovia llamó a elecciones libres con la partici-pación del opositor Solidaridad y Buda-pest abrió las fronteras con Austria.

Este último hecho fue fundamental en la cadena de sucesos que culminó con la caída del Muro. Aquel 1989 (alentados por George Bush padre, que había asumido en enero y pro-metía ayuda a quienes “eligieran la democracia”), cientos de alemanes orientales pedían asilo diariamente en la embajada de la República Federal de Alemania en Budapest para luego pasar desde allí a Occidente.

El éxodo masivo era un escándalo y sólo terminó, o mejor dicho cambió de dirección, cuando el 9 de noviembre la RDA comunicó oficialmente que se permitía viajar al extranjero “sin re-quisitos especiales”. Miles de alema-nes se agolparon entonces a cada lado del muro, brindaron con champán, se abrazaron y bailaron formando una cadena humana inolvidable.

Fue el principio del fin de la bipo-laridad y de muchos sueños, dolores y utopías. Aquel día empezó a morir

el mundo del pleno empleo, el de los Estados protectores, el del ateísmo por decreto, el de las dictaduras del proleta-riado y los experimentos colectivistas.

El concepto decimonónico de “pro-greso” quedó fuertemente cuestionado y se desbarató el “equilibrio del terror”, ya que EE.UU. emergía como única potencia. El mundo conocido hasta entonces había dejado de existir y eran necesarias nuevas herramientas inter-pretativas, nuevas palabras y hasta otra lógica que hiciera intelegible y expresa-ra esa naciente etapa histórica.

Gradualmente, surgió un nuevo mo-delo con otros pesares y otros sueños. A la revolución comunista le siguió la restauración conservadora. De la mano del “nuevo orden internacional” procla-mado por George H. W. Bush llegaron la flexibilidad laboral, las privatizacio-nes, el reverdecer de la religiosidad y la búsqueda sin códigos del progreso individual y del éxito.

En el plano militar, EE.UU., como superpotencia vencedora, lejos de propiciar el desarme mundial reorien-tó sus propios principios (y los de la OTAN, la organización que incluye los ejércitos de las potencias capitalistas) hacia la “doctrina de agresión positiva” y la “guerra preventiva” por la que el Pentágono puede atacar en cualquier momento y en cualquier lugar aquello que represente una supuesta amenaza contra la seguridad norteamericana.

En cuanto a los partidos políticos de

izquierda, ante el fracaso socialista, entraron en perplejidad, abandonaron sus banderas y buscaron sobrevivir acercándose a la centroderecha.

Hoy la cultura partidaria y la repre-sentación política atraviesa –sobre todo en Occidente– una de sus crisis más profundas. En el plano económico, con la globalización y las deslocalizaciones de las grandes empresas, el mundo se volvió ancho y ajeno. La ruleta finan-ciera brilló por encima de la economía real provocando otra crisis todavía no resuelta.

Con Internet, el mundo postmuro y postsoviético tomó conciencia de su unidad y se intercomunicó como nun-ca antes. Hay mayor acceso a la demo-cracia y a la libertad. Pero también se convirtió en un mundo mucho más in-justo, más peligroso y menos protector. La actual crisis social es escandalosa. Sólo basta una cifra: hoy hay mil millo-nes de personas –una cada seis– que padecen hambre en la Tierra.

El proceso de imposición del nuevo modelo hegemónico norteamericano atraviesa tres etapas más o menos di-ferenciadas.

La primera, de expansión del modelo norteamericano de democracia repre-sentativa y economía de mercado en el resto del planeta. La segunda, de con-solidación de la influencia –sobre todo a través del poderío militar– en las zo-nas que habían estado bajo influencia soviética (Afganistán, Asia Central,

1945Posguerra. Termina la II Guerra Mundial y Alemania es la gran perdedora. Los aliados triunfantes fijan indemnizaciones y se dividen el territorio alemán en dos y Berlín en cuatro sectores bajo control de Francia, Gran Bretaña, Estados Unidos y la Unión Soviética.

19497 de octubre . En el sector soviético de Berlín, se funda la República Democrática Alemana. En un primer momento la URSS no propuso que fuera socialista dejando la puerta abierta a la unificación. Wilhelm Pieck es el primer presidente de la RDA.

196113 de agosto. Se levanta el Muro para evitar la emigración. Unos 50.000 alemanes orientales trabajaban en el Oeste. Entre 1949 y 1961 unos 3 millones de personas abandonaron la RDA. Muchos iban a Berlín desde Polonia y Checoeslovaquia.

1979En tierra natal. En junio, pocos meses después de ser ungido Papa, Karol Wojtyla se convierte en el primer pontífice en pisar un país comunista. Su visita, seguida por multitudinarias manifestaciones, marcó el inicio del proceso democratizador en Polonia.

dEsPuEs dEl muro

dos mundos. EL MAPA DE EUROPA DURAnTE LA GUERRA FRIA (Izq.). A LA DEREChA, EURASIA DESPUES DEL DEShIELO.

Ocaso de una era

hora ceroJueves, 9 de noviembre de 1989, 18.53 horas, Centro de Prensa Internacional de la RDA en Berlín Oriental. En rueda de prensa televisada en directo, el vocero oficial, Günter Schabowski, saca un papel del bolsillo y lee: “A partir de ahora las solicitudes para viajar al exterior de indi-viduos privados pueden pre-sentarse sin los requerimien-tos existentes previamente… los permisos de viaje serán otorgados a la brevedad.” La sala se llena de murmullos. Riccardo Ehrman, un perio-dista italiano, se levanta y pregunta: “¿Cuándo entra en vigor?”. “Según tengo enten-dido entran en vigor… de in-mediato, sin demora”, titubea Schabowski. Fue una impreci-sión lingüística la que derribó el Muro de Berlín. hacia las 21.30 horas, los primeros berlineses del Este ya están en Berlín Occidental. En la Puerta de Brandenburgo, hasta entonces celosamente custodiada, se abrazan las dos Alemanias.

Rusia

Armenia

AzerbaiyánMarMediterráneo

MarCaspio

Mar Negro

Mar de Barents

Mar delNorte

Mar Noruego

Mar de Kara

Bielorrusia

Rep. Dem.AlemanaRep. Fed.Alemana

Polonia

Rumania

Checoslovaquia

Moldavia

UcraniaKazajistán

Kirguistán

Georgia

Estonia

Hungría

AlbaniaBulgaria

Yugoslavia

Letonia

Lituania

Tayikistán

30°

60°

30°

90°60°0°

Turkmenistán

Uzbekistán

Paises miembros del Pacto de Varsovia Independiente

URSS Miembrosfundadores

1955

Se suma laR. D. Alemana

1956

AlbaniaMiembrohasta 1968

Yugoslavia tienegobierno socialista

pero no firma el Pacto

Bloque de países socialistas

BERLIN

RDA

BerlínEste(RDA)

BerlínOeste(RFA)

Muro de Berlín

Rusia

Armenia

AzerbaiyánMarMediterráneo

MarCaspio

MarNegro

MardeBarents

MardelNorte

MarNoruego

MardeKara

BielorrusiaAlemania

Albania

Polonia

Rumania Moldavia

UcraniaKazajistán

Kirguistán

Georgia

Estonia

Hungría

Bulgaria

Letonia

Lituania

Tayikistán

Proyección: Lambert Cónica Conforme CLARINHUGO VASILIEV |

30°

60°

90°60°0°

Turkmenistán

Uzbekistán

Unificación Fragmentaciones

Alemania(Cae el Murode Berlín),

1990

Checoslovaquia se dividepacificamente en la

Rep. Checa y Eslovaquia,1993

Se separan las15 repúblicas queintegraban la URSS.

1992

Se separan Eslovenia y Croacia, 1991.Macedonia 1991 y, Bosnia y Herz. 1992.Montenegro se separa de Serbia, 2006.Kosovo se declara independiente, 2008.

Yugoslavia

La Europa postsoviética

MarMediterráneo

Rep. Checa

ExChecoslovaquia

ExYugoslavia

Eslovaquia

Eslovenia

Croacia

Bosnia y Herz.

Serbia

Montenegro

Kosovo

Macedonia

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|05 DOMINGO 1 De NOvIeMbre De 2009 | Clarin

Cáucaso, Europa Oriental). La tercera, en curso, es la declinación del mundo unipolar y la emergencia paulatina de varias potencias intermedias –la más importante, China– en la toma de de-cisiones mundiales.

El ex presidente Bill Clinton fue el más eficiente ejecutor de la primera etapa. Los organismos internacionales como el FMI y el Banco Mundial (con un combo que incluía préstamos y una receta neoliberal de aplicación obliga-toria) funcionaron como las herra-mientas más perfectas de presión y a veces, según admitió el Premio Nobel Joseph Stiglitz, de extorsión para que el mundo se uniformara detrás de la democracia y el neoliberalismo.

Rusia y casi todos los países ex so-cialistas de Europa, ansiosos de capita-lismo, se reciclaron con celeridad. Los gobiernos que no lo hicieron fueron derrocados por levantamientos popu-lares (Milosevic, 1997) o “revoluciones de colores” (Shevardnadze, 2003) en muchos casos por líderes opositores financiados por Occidente.

A fines de los 90, un movimiento de jóvenes de diversas ideologías conoci-dos como “antiglobalización” comenzó a rechazar el neoliberalismo. Protesta-ban contra el pensamiento único im-puesto por EE. UU., por la precariedad laboral, la pobreza y la degradación del medio ambiente. Gritaban sus recla-mos en cada cumbre de los líderes más poderosos del mundo, quienes empe-zaron a reunirse en castillos inexpug-nables o en transatlánticos en altamar. Todo cambió el 11 de Septiembre.

El segundo período abarca la pre-sidencia de Bush Jr. y es netamente militarista. Se difunde ampliamente la noticia (posteriormente confirmada como errónea) de que el poder bélico de EE. UU. le permitía librar dos gue-rras simultáneas y salir victorioso en ambas. Se producen las invasiones a Afganistán (2001) e Irak (2003). Was-hington amplía su poder militar en Oriente Medio y Asia. La OTAN cam-bia su doctrina de defensiva a ofensiva. EE. UU. adopta la “doctrina de la gue-rra preventiva” e internamente recorta la libertad de los derechos civiles de sus ciudadanos.

La etapa de la declinación es con-secuencia de estas decisiones de post Guerra Fría. Las guerras (en las que hubo prácticas ilegales como la tortu-ra) minaron el liderazgo y credibilidad de EE. UU. ante el mundo.

Las políticas económicas y la des-regulación financiera sin control pro-vocaron la actual crisis financiera y la pérdida de su poder económico.

Hoy la Guerra Fría y sus actores han quedado definitivamente atrás. Y el mundo lentamente se prepara para nuevos desafíos desconocidos. C

1985Perestroika. En marzo, Mijail Gorbachov asume como secretario general del Partido Comunista, máximo cargo en la Unión Soviética. Con él llega al Kremlin, por primera vez, un dirigente de la generación que no participó de la Revolución Rusa.

Gorbachov se propone preservar el socialismo, pero impulsar cambios profundos que saquen al país de la parálisis y el atraso industrial. Promete una reestructuración económica (perestroika) y una cierta democratización política (glasnost).

1986Chernobyl. Se produce la peor catástrofe civil de la historia soviética: explota un reactor de la Central Nuclear de Chernobyl liberando una radiactividad equivalente a 500 veces la bomba de Hiroshima. Las autoridades tratan de ocultar todo.

Por Matilde Sánchez

1983Guerra de las Galaxias. Ronald Reagan relanza la carrera armamentista desarrollando una serie de escudos contra las armas nucleares enemigas llamado Iniciativa de Defensa Estratégica. En este colosal desafío tecnológico, la URSS va quedando rezagada.

deSPueS del Muro

En los diez últimos años, el bri-llante sociólogo estadounidense Richard Sennett estudió el giro copernicano que el neolibera-

lismo impuso en el mundo del trabajo. Sus magistrales estudios La corrosión del carácter y El artesano analizan tanto los grandes cambios gerenciales en el mundo fabril, como la subjetividad del obrero al ser reemplazado por autóma-tas electrónicos o jóvenes a un cuarto de sueldo y sin memoria gremial. Sen-nett es profesor Emérito de la London School of Economics. Esta fue la con-versación telefónica con Clarín.

Es una creencia extendida que la caí-da del bloque socialista desencadena la globalización. Usted y otros estudiosos separan los dos procesos.

Es tentador tomar la caída del Muro como metáfora perfecta de la globaliza-ción, pero es incorrecto. Se trata de dos desarrollos. No se debe enfocar la caí-da y disolución del imperio comunista como consecuencia del ímpetu capita-lista; en rigor, está más ligado a un pro-ceso europeo, no al capital financiero o la irrupción de China en la economía. Una de las sorpresas fue que el debate nacional alemán no versó sobre la glo-balización, sino sobre la inclusión de fuerzas del territorio oriental. Cuando se disolvió la URSS, muchas de estas economías soberanas pensaban que podrían participar y beneficiarse del sistema global. Muy pronto compro-baron que por largo tiempo serían sus socios pobres.

¿Cuándo fecha usted el actual ciclo de globalización?

Mucho antes, en 1971 con la ruptura del acuerdo Bretton-Woods, negociado en 1944 y que regulaba el flujo comer-cial y financiero en el mundo occiden-tal. Concluyó cuando unilateralmente EE. UU. abandonó la convertibilidad de su moneda y el patrón oro. El mercado fue inundado de dinero, al comienzo de Japón y países de Oriente Medio, impacientes por invertir. Yo suscribo la afirmación de Bennet Harrison so-bre la dinámica que impusieron los “capitales impacientes”, que son los responsables de la crisis actual. Lo que prima desde entonces es la búsqueda de rentabilidad a cortísimo plazo.

Entonces, la potencia del cambio se ex-plica por ambos factores.

Contra lo que se cree, EE. UU. se

mantuvo muy expectante. Invirtieron muy poco en el Este europeo, apenas un 10 por ciento de las inversiones en China en los últimos veinte años. Buscaban una escala más grande para sus inversiones. Hacia 1995 ya estaban muy enfocados en China.

¿Qué significó esto en la marea de tra-bajadores comunistas sin empleo?

Las libertades políticas trajeron la inestabilidad; entonces empezaron a hacer su balance de lo ganado y lo per-dido. Esa es una de las ironías; ahora tienen libertades pero algunos se en-riquecieron demasiado mientras otros se empobrecieron tanto. Y ocurrió lo opuesto de lo que esperaba el proleta-riado; tanto en la pequeña empresa co-mo en las universidades, perdieron el trabajo. En efecto, existió una tragedia generacional. Mi impresión personal es que en los 90, la generación de tran-sición tuvo una gran decepción retros-pectiva del Este. El trauma será supera-do en las siguientes generaciones.

¿Cree que la reforma debía ser “nacio-nal” y más gradual?

Los procesos estaban sujetos al estado de las empresas estatales. Muchas eran obsoletas, con anticuados parques de maquinaria y graves deficiencias en el nivel gerencial. Uno de los problemas comunes al campo socialista era una pobre ética laboral, con gran alienación hacia el propio oficio. Cuando visité Weimar, en Alemania oriental, todo exudaba abandono; ¿cuándo fue que los alemanes comunistas se entregaron a la desidia? Si hasta dejaron de poner

plantas en los balcones... Los nuevos gobiernos no hubieran podido resolver problemas tan estructurales. La caída de la URSS fue una implosión, una decadencia interna: no fue derrotada y eso nos llena de asombro. El impe-rio soviético no fue conquistado por el capitalismo global.

Usted entonces no cree que EE. UU. ganó la Guerra Fría.

Eso es una estupidez. En EE. UU. son muy triunfalistas. En los 80 el presi-dente Ronald Reagan había aumentado muchísimo la compra de armamentos; se decía que su gasto militar indujo la bancarrota soviética: pavadas. Muchos de estos países no podían gerenciar su propia transformación. Lo interesan-te es por qué los chinos, que también tenían un comunismo estatal muy rígido, no se hundieron. Dependió de cualidades previas a la era comunista. China siempre tuvo una estructura es-tatal disciplinada, un sistema educati-vo magistral y una base popular muy entusiasta. Y también lo que en su momento llamé “las tortugas chinas”, una inmensa masa de emigrados en el mundo entero que organizaron la reinversión de su dinero otra vez en el país. Culturalmente lo tuvieron todo para despegar; aunque cayó la econo-mía estatal maoísta, sobrevivió el par-tido y pudo movilizar rasgos culturales profundos y perdurables. Las diferen-cias culturales, ese triunfo de la adap-tación china, hicieron que un sistema comunista se hundiera por su propia corrupción y otro se recreara. C

Entrevista

“Se trató de una implosión”Richard Sennett

MoSCu. La NUEva DIvERSIDaD DE LoS CoNSUMoS EN La avENIDa tSvERKaya.

GEtty IMaGES

Para el sociólogo, es errado pensar que EE.UU. ganó la Guerra Fría: “a diferencia de China, el bloque soviético fue incapaz de recrearse”.

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06| Clarin | DOMINGO 1 De NOvIeMbre De 2009

Por Matilde

SánchezBerlín,

enviada especial

1988internas. La perestroika desata luchas internas feroces. Unos piden que los cambios sean graduales. Otros, veloces. Entre los últimos está Boris Yeltsin, que pierde la pulseada ante los moderados y es destituido como jefe del Partido en Moscú.

198729 de mayo. Un piloto de 19 años de la RFA, Mathias Rust aterriza sin permiso en la Plaza Roja, poniendo en ridículo el “infalible” sistema defensivo del espacio aéreo soviético. Para no ser detectado viajó a muy baja altura, casi rozando los árboles.

198920 de enero. Asume George H.W. Bush la presidencia de Estados Unidos. Recibe el mando de Ronald Reagan, quien impuso una férrea política económica de libre mercado capitalista, impulsada entre otros por el Nobel de Economía, Milton Friedman.

deSpueS del Muro

Después de las ruinas

Berlín, cicatrices y posmodernidadLa ciudad alemana muestra su talento para procesar las heridas de la historia. Para algunos, es la primera capital posnacional, más allá de la soberanía del estado y el patriotismo.

el nuevo reiChStag, reConStruCCion del original pruSiano y la Cupula del arQuiteCto norMan foSter.

JOHANNES EISELE /AFP

R ecordaba la traza?, me pre-guntó el amigo alemán –yo tenía los ojos cerrados y la cara al sol y estábamos para-

dos en la larga cicatriz de bronce que marca el recorrido del Muro, que aho-ra podíamos pisotear y seguir como paseantes funámbulos hasta comple-tar su geometría. Durante mi estadía –el invierno de 1984, mientras estu-diaba allí por insistencia de Gabriela Massuh–, cruzaba cada fin de semana a Berlín Este por el lujo de sentirme rica; era obligatorio cambiar una suma de marcos fuertes pese a no tener en qué gastar. De hecho, mi único souve-nir fueron las obras completas de Rosa Luxemburgo en tapa dura –más visio-nario habría sido comprar armas, que era la primera exportación de Alema-nia Democrática. El cruce habilitaba

la distancia para ver las fallas del otro lado y, al mismo tiempo, advertir las propias paradojas. En suma, Berlín re-presentaba la única posibilidad univer-sal de criticar una misma ciudad con los argumentos contrarios.

¿Qué recordaba yo de entonces? Recordaba a los aparatchik, los funcio-narios del partido, sentados en el se-ñorial Hotel Adlon, cerca de la puerta de Brandenburgo, y las patéticas vela-das danzantes del Clärchen, de donde los varones del Oeste se retiraban co-mo cenicientas antes de medianoche porque la Aduana interior cerraba su arqueo. Del lado oriental se emergía a una típica estructura ferroviaria y se debía estampillar el pasaporte en un cubículo policial apodado “palacio de las lágrimas”. Y sabía uno que estaba en una estación de Berlín Oeste por los

grandes pósteres de cigarrillos cuyo lo-go incitaba al éxodo, “Go West!” Sin embargo, nadie iba al Oeste, éramos los mismos que regresábamos por la noche. Pero el recuerdo más vivo era el tránsito mismo entre las mitades a la vez contiguas y blindadas, en esa esquizofrenia, las viejas estaciones de subte desafectadas por las que pasá-bamos a alta velocidad bajo suelo co-munista, revestidas de fina mayólica e iluminadas con bombitas mortecinas y en las que al paso del tren, hojas de diarios volaban retrocediendo en el tú-nel –arrojadas por los maquinistas, sin duda, para los guardianes de la “tierra de nadie”, a menos que este detalle sea un falso recuerdo. Veíamos el presente en su rápida fuga. “¡Berlín es otra vez Berlín!”, tituló la prensa local el 10 de noviembre de 1989. Se equivocaba.

Al abrir los ojos esa mañana y dar un salto a la cicatriz, que también es una bisagra entre mundos y lápida fu-neraria, veinte años más tarde, lo que apareció fue una ciudad nueva que supera la suma de sus mitades. Con sus ruinas de la Segunda Guerra en-tregadas a la erosión de la nieve, Berlín Oeste fue posmoderna antes de tiem-po. La Berlín actual es, según algunos autores, la primera capital posnacional del mundo. A fin de alojar su doble pa-sado y sus idiosincrasias contrarias, y sumar a sus inmigrantes de tan varia-das culturas, debe pensarse a sí misma neutral, soberana por sobre las fábulas de patria que propone la nación.

Se sabe que la memoria está hecha de recuerdos y olvido pero existe un re-gistro sensorial propio de las ciudades, que en Berlín encuentra un rompeca-bezas debido a sus pasados disconti-nuos. Quienes se quedaron aquí desde los años 70 todavía hoy reconstruyen con dificultad las ciudades gemelas. Sé de algunos que siguen dando el rodeo al que obligaba el Muro por simple há-bito de la marcha; otros, a fuerza de negarla por el tabú político impuesto a la palabra (en el Este se lo llamaba “barrera defensiva contra el fascismo”) evocan los barrios al otro lado con co-ordenadas falaces, como “calles a las que íbamos poco”. Muchos orientales mantuvieron el centro en Alexander-platz, donde antes se encontraba el de-molido Palacio de la República, poco frecuentado por los del Oeste. Sien-ten que la avenida Unter den Linden y la Friedrichstrasse, donde después de 1989 se establecieron las cadenas de moda y las marcas suntuosas, les fueron expropiadas por un consumo inaccesible.

Por su parte, los occidentales ce-dieron el antiguo centro –el bulevar elegante de Kurfürstendamm, la esta-ción Zoo al final y la manzana del Ka-DeWe–la lujosa “Tienda de los Occi-dentales”, fundada en 1907 por el em-

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15 de febrero. Las tropas soviéticas (115.000 soldados) abandonan Afganistán después de 9 años de ocupación. Apoyaban el gobierno prosoviético del Partido Democrático Popular combatido a su vez por fundamentalistas islámicos ayudados por EE.UU.

26 de marzo. Primeras elecciones participativas en la historia de la URSS. Los conservadores fueron los grandes derrotados, especialmente en Lituania y las otras dos repúblicas bálticas. En Moscú el destituido Yeltsin obtuvo 89,44% de votos.

15 de mayo. Histórica cumbre en Beijing entre el presidente de la Unión Soviética, Mijail Gorbachov, y Deng Xiaoping, el líder de la República Popular China. Hacía 20 años que los dos colosos comunistas estaban distanciados. China realiza desde 1978, a su estilo, una reforma económica.

despues del muro

noViemBre, 89. LA PUERTA DE BRAnDEnBURGo En LoS DiAS DE fiESTA, ToDAviA DETRAS DEL MURo Y viSTA DESDE EL SECToR oESTE.

hostilidad de la Guerra Fría. En ese año de penurias, el desabastecimiento se sorteó con un puente aéreo. Cada día los Douglas aliados descargaban cuatro toneladas de víveres en el Oes-te; antes de aterrizar en el aeropuerto de Tempelhof, los pilotos tiraban go-losinas y por eso se los llamó Rosinen-bomber, los bombarderos de las pasas de uvas. A su regreso a Berlín Este, en 1948, Bertolt Brecht describe en su diario el zumbido permanente de los Douglas en “las calles en ruinas total-mente mudas”. El puente aéreo fue tan eficaz, sobre todo como propaganda en los Estados Unidos, que los soviéticos levantaron el bloqueo.

Pese a ser ya el paño donde los ex aliados ahora pugnaban por la hege-monía europea, en los años 50 Berlín sobrellevó en paz dos monedas y dos sistemas políticos y existía el libre trán-sito. Del lado Este hubo una revuelta obrera en 1953, pero fue aplastada. El 13 de agosto de 1961 el sector soviético estableció la partición en zigzag con rollos de alambre de púa. Sesenta mil berlineses se quedaron sin trabajo en una noche. Las familias fueron separa-das y ya no se pudo cruzar. La primera pared de bloques de hormigón estuvo lista en dos días y con ella la Guerra Fría quedó declarada.

Aunque regida por Alemania Fede-ral, cuya capital era Bonn, Berlín Oeste

quedaba en medio de un país extran-jero. Se había convertido en el único enclave capitalista en medio del bloque comunista. En El vacío rememorado, un ensayo excelente sobre Berlín, el es-tudioso Andreas Huyssen destaca que en los mapas socialistas Berlín Oeste aparecía calado, “el agujero del queso realmente existente. Por su parte, los mapas meteorológicos de la televisión germanooccidental solían representar a la RDA como una ausencia, un vacío sin inscripciones alrededor de la ciu-dad de frontera, como el queso capita-lista en medio del agujero realmente existente”.

Dado que los berlineses originales querían mudarse a Alemania Federal, el gobierno alentó a quienes permane-cieran mediante quitas de impuestos y un régimen de vida que en verdad era un primer mundo subsidiado. Berlín Oeste quedó como un observatorio, el corredor del espionaje y una vidriera de propaganda. Ir de una Berlín a otra significaba viajar al extranjero. Existían solo dos retenes militares: Checkpoint Charlie, para los extranjeros y diplomá-ticos y hoy invadido por las hordas de turistas, y la mencionada estación de subte, Friedrichstrasse. En las cervece-rías del Europa Center, hoy decadente, unos pocos turistas se detenían a pon-derar la clepsidra de agua verde y por la noche, los soldados norteamericanos

se emborrachaban hasta caer noquea-dos. Pocos viajaban a Berlín para co-nocer..., no quedaba de camino. En la primavera de 1984, una potente bomba explotó en el cabaret LaBelle, donde el show eran acrobáticos actos sexuales en vivo en una red que colgaba sobre los espectadores –me contaron que en un tiempo trabajaba allí un persona-je apodado Der Südamerikaner, quien hacía su número con una careta que recordaba a Tato Bores.

Para los extranjeros, sin embargo, Berlín era las películas gloriosas sobre el período de entreguerras, el casca-rón de la serpiente y luego las afueras arrasadas del bunker donde un hijo de Bavaria, que por cierto siempre odio Berlín, contemplaba la maqueta de su arquitecto Albert Speer para la futura gran capital hitleriana: Germania. Y el sector Oeste fue el damero evocado en innumerables películas de espionaje, entre ellas la clásica El espía que llegó del frío. Homenaje a ese cine de géne-ro –al suave masaje de penetración co-mercial que situó allí a sus salvadores y villanos–, Jason Bourne plantó aquí la primera venganza de su serie. Buena parte de La supremacía de Bourne fue rodada en el Studio Babelsberg, cerca de Potsdam, en lo que fuera la todopo-derosa Ufa, usina del cine expresionis-ta en los años de Fritz Lang y Murnau, una fábrica de cientos de películas al que a partir del 33 se rindió a las pro-ducciones cinematográficas del minis-tro de Propaganda, Joseph Goebbels.

El “Muro de la Vergüenza” dividió a la población entre Ossies –orienta-les– y Wessies. Se podía hacer poco con él; el Oeste habilitó “la galería de arte más larga del mundo”; los Ossies solo podían negarlo o bien darse la cabeza. Mientras el armamento ger-manooriental surtía los conflictos del Tercer Mundo, el secretario del Partido Comunista, Erich Honecker, levantaba la torre de televisión de Alexanderpla-tz. Y a fines de los 70, algo impensable, Nina Hagen emergió como emergente de la escena rockera del Este. Con su mezcla de ópera y punk –y una esté-tica entre la jonkie desahuciada—, se convirtió en un hit global incómodo. Algunos escritores de la RDA fueron editados al otro lado y pálidamente glo-balizados: Christa Wolf, Jurek Becker. Pese a todo, el escritor Ingo Schultze recordó en nuestra charla que “el régi-men era más blando que en otros paí-ses del bloque; recibíamos a non gratos exiliados del campo comunista”.

¿Con qué soñaban los camaradas? La cadena televisiva ZDF perforaba el Muro con su taladro publicitario. So-ñaban con vestirse como los del otro lado, tomar ricos helados y buen café, ver el cine de Hollywood. También con participar de los mundiales de fútbol. El superclásico de Berlín Este eran

presario judío Hermann Tietz. El trato para ellos fue redondo: renunciaron al antiguo centro a cambio de la ciudad entera, incluído el río Spree, que era propiedad comunista. Berlín unificada resulta sobre todo fluida, grandiosa y futurista, embellecida en los barrios de buena edificación burguesa del siglo XIX, irreconocible donde la caída de la muralla dejó amplios corredores de parque, ese lujo para una capital euro-pea que es la zona baldía, y devolvió a sus habitantes las dos orillas del río.

Historia de una ciudadelaEl Muro no era una pared sino una muralla doble de 155 kilómetros en for-ma de escudo heráldico, que rodeaba doce de los veinte distritos berlineses, con 302 torres de vigilancia y hectáreas en la “franja de la muerte”, hechas de tierra, pavimento y arena. A diferencia de las murallas erigidas en el pasado, el recurso defensivo -una cita del urbanis-mo medieval en la era de la televisión-, no fue levantado por los que quedaron adentro sino por los que la rodeaban. En verdad, su intención no era la de-fensa sino el asedio. Materializaba el bloqueo que las fuerzas soviéticas que ocupaban el Este de Alemania tras la caída del Reich, impusieron al sector de Berlín a cargo de los estadouniden-ses y británicos entre 1948 y 1949, en lo que puede considerarse la primera

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el Dynamo, cuyo sponsor oficial era el Ministerio de Defensa Estatal, y el Unión. ¡El Dynamo ganó el campeona-to diez años seguidos! En suma, tenían el síndrome de la frontera; soñaban con acceder a una moneda fuerte y un pasaporte de libre tránsito adónde les diera la gana.

La prohibición –“der Mauer im Kopf”, el Muro en la cabeza, diría después el escritor Peter Schneider– hizo que los germanoorientales buscaran escapar de su país de mil formas trágicas y pintorescas: en canoa, alrededor de la goma de respuesto, una madre infiltró a su hijito en el chango del mercado. Se estima que más de cien murieron acribillados al intentar cruzar la fronte-ra por Berlín. Chris Guefroy, el último, murió desangrado en la noche del 5 de febrero de 1989. La noche del Muro su madre, Karin, concluía la mudanza a su primer domicilio en el Oeste.

La doble ciudad acogió diversos exi-lios. En el Este, cientos de comunistas chilenos, entre ellos la presidenta Mi-chelle Bachelet; en el Oeste residían miles de iraníes e irakíes comunistas exiliados de Saddam Hussein y Kho-meini. También se exilió Osvaldo Bayer, en el barrio bohemio de Kreuz-berg. Fue con el fondo latinoameri-cano, el más grande de Europa –en la Stadtbibliothek de Las alas del de-seo— que David Viñas escribió Indios, ejército y frontera. Y sobre ellos, al re-vés de los ángeles protectores de Wim Wenders, la mirada todolectora de la Stasi, la policía secreta de Honecker, con sus aparatos de vapor para abrir y cerrar cartas sin dejar rastro.

El secretario Honecker se opuso de plano a la política de transparencia de Mijail Gorbachov. Los agónicos fes-tejos por los 40 años de la Alemania comunista lo hicieron dimitir dos se-manas antes de la caída del Muro y es una chanza de la historia que la demo-cracia le permitiera exiliarse en Chile para escapar al juicio político por las muertes rutinarias en la frontera.

Lo que cayó no fue hormigón sino un dispositivo represivo que se había vuelto fósil en la era de los satélites. Esa noche reveló su anacronismo: los autitos Trabant, emblema de la RDA, pasaron al otro lado. Y fue una “demo-lición” carnavalesca en la que cada uno quiso participar con su martillo. En su erudito ensayo histórico, The ghosts of Berlín, el inglés Brian Ladd cuenta que una agencia estatal del Este comerciali-zó secciones de muralla en un remate en Montecarlo. Ni siquiera se perdo-nó el graffiti de Keith Haring, junto al retén de Checkpoint Charlie. Si para los extranjeros Berlín seguía siendo sinónimo del gran territorio de ruinas que dejaron los bombardeos aliados, en las que Roberto Rossellini filmó Alemania, año cero, existía ahora una

gran imagen de reemplazo con estas ruinas festivas.

Hormigón, cemento, Beton en ale-mán. El gobierno se confrontó con la pregunta urbanística básica: qué tirar abajo y qué dejar en pie. Se tomaron decisiones políticas clave en momentos en que el futuro no tenía mano única.

En estos años, cada hito de la ciudad anexada fue objeto de escrutinio. Así, aunque se eliminaron emblemas de la experiencia comunista, se dejaron las águilas imperiales pintadas de oro.

Es ingenuo suponer que cuatro déca-das de experiencia comunista, espacios públicos y subjetividad al margen del

consumo se evaporan por el hecho de demoler edificios. Los Ossies siguen siendo menos prósperos. Primero, no tuvieron capitalización por herencias. Debido a su moneda chatarra, el aho-rro no era una práctica extendida; quie-nes tuvieron algún dinero para canjear por marcos fuertes mediante el uno a

19894 de junio. Tanques del Ejército Popular de Liberación reprimen a sangre y fuego a los manifestantes que protestan contra el gobierno chino en la plaza Tiananmen, de Beijing. El número de víctimas varía entre 400 y 2.600, según las fuentes consultadas.

4 de junio. Se celebran las primeras elecciones libres en Polonia en las que son autorizados los candidatos de oposición, liderados por el sindicato Solidaridad. Lech Walesa obtiene una victoria aplastante y la mayoría en el Parlamento.

15 de julio. El presidente norteamericano George Bush visita Polonia y Hungría, países del bloque comunista del este. Días después, se reúne con los otros presidentes del G7 y prometen ayuda para los países de Europa del Este que quieran democratizarse.

Por Carolina BrunsteinLeipzig, enviada especial

despues del muro

Después de las ruinas

Leipzig, por la revuelta pacífica

E l viento sopla frío por el centro de Leipzig. Jueves, tres de la tarde. Unas po-

cas personas susurran dentro de la iglesia de San Nicolás, en una esquina emblemática de la ciudad donde vivieron Wag-ner, Bach y Goethe y que quedó en el campo comunista desde 1945. Aquí surgió en 1989 la “Revolución Pacífi-ca”, el movimiento de protesta contra el régimen de la RDA que se inició con reuniones religiosas y se extendió en grandes manifestaciones que impulsaron la caída del Muro de Berlín. En su libro Mi Siglo, el Premio Nobel Günter Grass recuerda con un sarcasmo una visita a Lei-pzig en 1990, el día de las elecciones que ganó el conser-vador CDU, una dura derrota para los movimientos de izquierda y de derechos civiles, gran motor de aquellas protestas. “Al día siguiente encontramos ante la iglesia de San Nicolás, de la que habían salido el otoño del año anterior las manifestaciones de los lunes, en una valla de chapa ondulada, una pegatina que (...) imitaba un le-trero de calle. Leímos: ‘Plaza de los Estafados’. Y debajo, en letra pequeña: ‘Los hijos de octubre os saludan. Sí, seguimos existiendo’”.

A sus casi 70 años, Imtraut Hollitzer evoca las jorna-das de 1989. De sonrisa tímida y voz suave, fue parte del “comité popular” que organizó las marchas. “Entonces no imaginábamos que lo que hacíamos sería tan impor-tante”, cuenta mientras recorre las calles donde 20 años atrás una multitud reclamaba una apertura al gobierno comunista.

Comprometida con la memoria de lo que fue el ré-gimen comunista alemán, Hollitzer ayudó a fundar el museo de la Stasi (la policía secreta oficial de la RDA) en esa ciudad ubicada unos 150 kilómetros al sur de Berlín. Allí se exhiben, entre otros objetos, las cámaras y micró-fonos que usaban sus agentes para espiar a los ciuda-danos, las máquinas para abrir la correspondencia sin dejar rastros y documentos rescatados de sus archivos (aunque gran parte fue destruida tras la caída del Muro). En su recorrido por la ciudad con periodistas de algunos medios latinoamericanos, entre ellos Clarín, cuenta có-

mo surgió y en qué culminó esa “revolución” que Grass llamó “estafa”.

Hija de un pastor luterano, Hollitzer participaba cada lunes desde 1982 de las “oraciones por la paz” en la igle-sia de San Nicolás. “A las iglesias no entraba mucho el Estado. Allí comenzaron a organizarse manifestaciones pacifistas. Después de misa, al anochecer, salíamos a las calles con velas. Sabíamos que era arriesgado. Cuando iban nuestros hijos, jóvenes, esperábamos con miedo por si no volvían a casa”, recuerda, y muestra fotos de esas marchas que lleva ordenadas en una carpeta.

Las primeras fueron en mayo de 1989. “En otras igle-sias comenzaron a hacerse cada semana sermones paci-fistas –explica Hollitzer–. En septiembre ya eran multitu-des. Cada vez más manifestantes y también más agentes de la Stasi”, listos para arrestos masivos. El 7 de octubre Berlín celebró con un desfile militar el 40° aniversario de la RDA. En Leipzig, cientos de personas protestaron y fueron reprimidas frente a la iglesia de San Nicolás. Dos días después, el lunes, cuando se preparaba otra marcha, “la Stasi fue a buscar a sus casas a gente que iba a par-ticipar. Fue la ‘operación aspiradora’”, cuenta Hollitzer. Y revela con pesar: “Después de la oración tenía tanto miedo que volví a casa. Quisiera poder decir que estuve allí, pero no me animé”. Bajo sus pies, una placa entre los adoquines recuerda el “9 oktober 1989”.

Esa noche fría de otoño unas 70.000 personas se re-unieron en la enorme Plaza Karl Marx, a pocas cuadras de la iglesia. “La policía había estimado que irían unos 25.000 manifestantes y se vio desbordada”, cuenta Ho-llitzer. Las fuerzas de la RDA se negaron a reprimir. Los tanques se retiraron, pese a que el líder de la Alema-nia comunista, Erich Honecker, había amenazado con imitar a los chinos, que meses antes habían disparado contra miles de manifestantes de la Plaza Tiananmen. Honecker debió renunciar nueve días después. C

manifestaCion. En La iGLESia DE San nicoLaS, En LEiPziG, RDa, DonDE La PRoTESTa comEnzó.

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uno, en 1990, tiraron los malolientes Trabant con motor a dos tiempos y se compraron autos, equiparon sus casas, mientras los Wessies que sí tenían aho-rros (Alemania no tiene costumbre de crédito bancario y por ello es la econo-mía más sana de Europa) invirtieron en el reino inmobiliario liberado por el derrumbe. El barrio oriental de Pren-zlauerberg es el nuevo Soho, al que se mudaron familias jóvenes: ostenta la tasa más alta de natalidad de Europa.

Berlín no se gana el pan con sudor. La capital de la mayor potencia indus-trial europea no fabrica nada. Es cen-tro de publicistas, márketing y diseño. Checkpoint Charlie es un destino tu-rístico y el gran proyecto de la “isla de los museos”, junto al río, le devolverá un imán poderoso. Sigue con el metro cuadrado a unos 2.000 euros, el más barato de Alemania, incluso en los pi-sos de la Karl-Marx Allee, que alguna vez fue la avenida Stalin. Construida en la era comunista para que las elites calificadas conocieran el parqué de ro-ble, hoy son quince cuadras homogé-neas de bellísimas fachadas. Una vez libres del hollín de los Trabbi, están en-tre las mejores muestras de arquitectu-ra socialista de viviendas del mundo.

El tabú del hormigón¿Con qué material se llenaría el vacío? Reconstruir la arquitectura prusiana con espíritu arcaizante, tal como se hizo con Nüremberg, era incompati-ble con un país que se modernizaba después de un trauma que prolongó hasta 1989 los castigos de la derrota bélica. De pronto la ciudad fue una mina de oro para las inversiones y los arquitectos estrella. Se optó por una renovación contemporánea, que privi-legia el vidrio a la majestad perdurable del cemento. En el Reichstag los dos recursos se combinaron, con la cúpula del arquitecto Norman Foster.

Con sus estructuras acristaladas, Berlín da pruebas de que nunca vol-verá a embarcarse en un conflicto que convertiría la nueva Berlín ya no en escombros sino en una montaña de astillas de vidrio templado. La capital de Bismarck y la República de Weimar es un hojaldre de eras políticas, pero la nueva Berlín se escribe en superficies de cristal líquido. Cada edificio se re-fleja en el vecino creando altas torres de imágenes –superposición y trans-parencia en un laberinto de brillos. Potsdamer Platz es el eje más contro-vertido. Donde corría el Muro ahora hay túmulos de pasto que en invierno la gente usa para tirarse de cola en tri-neo, y junto a esa miniatura alpina, las oficinas recuerdan a Tokio.

La monumentalidad prusiana ha mutado en alarde tecnológico. La nue-va Hauptbahnhof, la estación central, es el nudo ferroviario más importante

de Europa. Despide 1.000 trenes al día; tiene 70 mil metros cuadrados repar-tidos en cinco pisos, ¡enteramente de vidrio! Pero los alemanes dejaron de ser máquinas bien cronometradas. En septiembre los trenes tuvieron varios días sin servicio debido a que el gobier-no descubrió que no existía un plan maestro de emergencias –por lo infre-cuente, el caos menor se convirtió en un escándalo. Y además, se comprobó un error de cálculo cuando hace dos años se desplomaron los aleros exterio-res. Ahora hay juicios cuantiosos.

¿Qué parte de la experiencia?Las dos poblaciones se han integrado menos que las avenidas. Son los besse-re Wessies (los mejores y sabelotodos) y los jammere Ossies (los llorones). El amigo berlinés me lleva a reconocer

los antiguos “barrios” inscriptos en el cuerpo, pero sucede que la procedencia se acentúa por las señas de las tribus urbanas. Los Ossies se confunden con los inmigrantes de los demás países del ex comunistas, con lo cual se hace el evidente retraso de una unificación igualitaria. Los Wessies pasan, a los ojos orientales, por fundamentalistas de lo natural –no en vano fueron la vanguar-dia ecologista con su partido “verde”– pero en rigor se atienen a las reglas del consumo más depurado, que rechaza los logos. Las Ossies cultivan cabezas de teñidos y cortes radicales, mientras los varones hacen gala de atributos rocker, fechados en la modernización contestataria de los jóvenes en la era comunista. Generalizando, lo oriental es visto como provinciano; lo occiden-tal, como vidas corroídas por el hedo-

nismo. Las distorsiones propias de la ideología hacen que los más apegados a la era comunista hoy sean conserva-dores –la aristocracia partidaria sigue en las casonas de Pankow, donde tam-bién hay enclaves neonazis. Ambos grupos cultivan lo que dio en llamarse Ostalgie, o nostalgia del Este.

Otro de los rompecabezas es que, al hacer la ciudad, los vecinos per-manecen bastante indiferentes a las huellas de la capital trágica de Hitler, museificadas para agradar al turista. Naturalizan el edificio de la Aviación-de Hermann Goering, el centro de do-cumentación Topografía del terror, y el gran cementerio del escultor Peter Eisenman. Siguen peleando por la re-nominación de las calles.

“La historia se repite, primero como tragedia y luego como farsa”, escribió Karl Marx, el prusiano asimilado de origen judío. Los Trabant se conservan en clave de parque temático. El Trabbi-safari ofrece paseos en descapotables pintados de leopardo y cebra. También hay paseos aéreos en un auténtico Ro-sinenbomber. Y no falta el viaje en glo-bo, como la famosa familia que se fugó con éxito hacia el libre mercado. Quizá la mayor paradoja sea la sobrevida del Ampelmann, el hombrecito del semáfo-ro. Siendo Berlín una de las primeras capitales con luces de tránsito (lo relata el vienés Joseph Roth en sus extraordi-narias crónicas de los años 20), el Este diseñó sus propios tipitos gordos y vi-gorosos, con sombrero. En 1990 Herr Ampelmann comunista empezó a ser desactivado y se convirtió en rehén contra la unificación avasallante. Hu-bo campañas de solidaridad. Hoy está en todos los souvenires; lo han adop-tado algunos barrios y otras ciudades alemanas.

Lo que Berlín no podrá recuperar –su cantera dramática, su agujero maestro– consta en las vitrinas del Museo Judío, el zigzag construido por Daniel Libeskind: la fulgurante constelación de judíos de la diáspo-ra que hizo de Alemania una usina de intelectuales, la “judería” de las calles Hintern y Grenadier, con sus carteles en hebreo, los albergues de Wiesenstrasse, donde se hacinaban 70 mil desplazados tras la Primera Gue-rra: la ciudad cosmopolita entregada como parque de ruinas. Y filósofos como Walter Benjamin, muerto en 1940, y Bertolt Brecht, quien a duras penas mantuvo, según sus biógrafos, su doble condición de aparatchik y di-sidente comunista. Y más acá, del la-do del eclipse, quedan cuatro décadas de escuela política y resistencia, redes sociales y un espacio público donde se perpetuó la austeridad de la posgue-rra, cuyo ejercicio hoy olvidado quizá sea la reserva de supervivencia para la Berlín de pasado mañana. C

10 de septiembre. Hungría abre su frontera con Austria y permite el paso de unos 10 mil alemanes de la RDA, la Alemania socialista, que han encontrado así una manera de burlar el Muro y huirán a la Alemania capitalista. Desde hacía varias semanas los

7 de octubre. La RDA cumple sus 40 años de existencia. Gorbachov, que participa de la celebración, dice que cada país del bloque socialista tiene derecho de adoptar sus propias decisiones en asuntos internos. Moscú afloja su histórico control sobre Europa del este.

jardines de las embajadas de la RFA en Budapest, Varsovia y Praga se encuentran abarrotados de alemanes socialistas que piden asilo para poder luego pasar a Occidente. Las autoridades de los países socialistas de Europa del este están desbordados.

dEspuEs dEl muro

mEmorial dE las viCtimas judias. DisEñADO POR EL ARquitEctO PEtER EisEnMAn, DEtRAs DEL PARLAMEntO.

AP PHOtO/MARkus scHREiBER

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10| Clarin | DOMINGO 1 De NOvIeMbre De 2009

Por Pascale Hugues

198923 de octubre. Hungría abandona el nombre de “República Popular” y adopta una democracia parlamentaria pluripartidista, con separación de poderes y principios de economía de mercado. A diferencia de Polonia, las reformas las impulsa el Partido Comunista.

9 de noviembre. Se anuncia en una conferencia de prensa transmitida por la TV, la resolución del Consejo de Ministros por la cual los ciudadanos de la RDA pueden viajar al extranjero sin requisitos especiales. Pocos minutos después se difunde la

noticia de la apertura de la frontera recibida en el mundo con enorme sorpresa. Una avalancha humana llega al Muro, que es derribado desde la parte occidental. Las colas de espera son hasta de 60 kilómetros. 4 millones de alemanes orientales pasan a Berlín

Occidental los 4 primeros días. Reciben una retribución monetaria de 100 marcos. La mayoría se fascina con las frutas tropicales y la ropa deportiva. Unos 20.000 no regresan. Desde 1961 hasta 1989 pasaron 41.000 personas y murieron más de 100.

desPues del muro

La unificación

Anne ama a Lutz, romance de dos barrios

Durante bastante tiempo, creyó que ella se burlaba de él. Lutz se sigue riendo aún hoy: “Tenía en la cabeza

una idea formateada de las alemanas del Este: tímidas, mal vestidas, palidu-chas, con camperas de jean desteñidas, permanentes tipo chucrut y un acento regional para cortar con cuchillo. Anne no respondía para nada a ese cliché. Era muy linda, erótica, suelta y habla-ba un alemán perfecto. Tardé mucho en comprender que era del Este. Al principio me pareció incluso que me tomaba el pelo”.

Fue a comienzos de los años ‘90, en un restaurante berlinés. Un amigo en común había organizado el encuentro. Anne acababa de terminar sus estu-dios y estaba buscando trabajo. Lutz tenía muchos contactos y montones de ideas. Recién había caído el Muro. Las dos Alemanias estaban todavía muy atareadas volviéndose a unir. Anne y Lutz hablaron toda la noche. Flechazo. “Al salir del restaurante, supe que ha-bía encontrado al hombre de mi vida”, recuerda Anne. A las pocas semanas, se convierten en amantes. Veinte años después, siguen siendo inseparables.

Ella, sin embargo, se había jura-do a sí misma no salir nunca con un alemán occidental: “Los veía rígidos, insípidos. Le tenían miedo a todo: a fracasar en la vida, a quedarse sin pla-ta. Me resultaban más extranjeros que el padre de mi hijo mayor que es sud-americano. Pero Lutz era todo lo con-trario. Era autónomo, abierto. Estaba lleno de ideas, era divertido y pagó la cuenta de todos. Era como nosotros, en el Este, donde nadie tenía plata. O sea que daba lo mismo pagar lo de todos. Enseguida me sentí en confian-za”. Lutz se ilumina: “Tenía el auto indicado, es todo. Un Saab gris que esperaba frente a la puerta del café. Y

deseaba una sola cosa: raptar a Anne e ir a París, donde nunca había estado”. Pasaron algunos años hasta que Lutz la llevó por primera vez a la capital. Y nunca podrá olvidar las lágrimas de su mujer en el Pont-Neuf.

Anne y Lutz protagonizan una ver-dadera historia de amor inter-alemana. Un amor que dura en un país donde más de uno de cada tres matrimonios termina en un divorcio y donde las uniones Este-Oeste son aún más pre-carias que las otras. Muchas parejas se armaron y se desarmaron en la euforia de la caída del Muro. Las diferencias culturales eran demasiado importan-

tes, la propaganda de la Guerra Fría había hecho bien su trabajo.

Anne y Lutz supieron derribar el muro íntimo que los separaba. Pese a que sus biografías son diametralmente opuestas. Anne, 47 años, viene de Tu-ringia, el Land más al sur de la antigua RDA. Una región cubierta de verde, cuna de la cultura alemana. Nació en 1962, un año después de la construc-ción del Muro. Su padre era historia-dor-archivista, su madre trabajaba en un hospital. En su casa, desconfiaban del régimen, pero con una hostilidad silenciosa. Anne realiza el recorrido completo de una perfecta hija de la

República democrática alemana. Es miembro de las juventudes comunis-tas, aprende ruso en la escuela… y, des-de muy pequeñita, tiene un solo sueño en la mente: irse al Oeste.

En 1985, Anne tiene 23 años y cru-za el umbral. Se casa –para cumplir y por la visa de salida– con un holandés y termina sus estudios en Berlín Oes-te. Sus padres se quedan en el Este. El 9 de noviembre de 1989, cuando se fisura el Muro, Anne piensa que Ale-mania va a ser más alemana todavía. Mientras ella mira abatida la pantalla de televisión, Lutz está trepado en el Muro frente a la puerta de Branden-burgo. Grita de alegría.

Hoy, la pareja vive en Zehlendorf un barrio burgués y tranquilo en un rincón de Berlín Oeste. A Anne no se le pasa por la cabeza, ni siquiera des-pués de todos estos años, volver a vivir al otro lado de la capital. No la entu-siasma ni siquiera Prenzlauer Berg, el barrio de onda que tanto atrae a Lutz. Sigue desconfiando un poco del Este.

Lutz, 53 años, es un auténtico re-nano, un hijo de Duisburgo en pleno corazón de la región del Ruhr, pulmón industrial de Alemania occidental. Sus padres son pequeños empresarios con-servadores. “¡Más alemán occidental que yo, imposible!”, exclama. De buena familia, criado en un medio burgués, hizo sus estudios en la Universidad de Cornell en los Estados Unidos y, en los años ‘70, le tomó el gusto a la sedición. A los 16 años, entró en un grupúscu-lo marxista. Das Kapital es su libro de cabecera.

Ahí es donde surge un abismo que los años de vida en común no han col-mado. ¿Cómo puede alguien estar fas-cinado con el Partido Comunista? “En el Oeste vivían en el paraíso, expone Anne. ¿Por qué, entonces, querían ha-cer explotar ese sistema capitalista con

Ella, típica alemana del Este. El, hijo de burgueses de Alemania occidental. Se enamoraron pocos días después de la caída del Muro. Sus veinte años de pareja reflejan el modo en que dos sociedades han ido confluyendo. Como para sus hijos, para las nuevas generaciones esa historia se parece a un relato fantástico.

fleCHazo este-oeste. AnnE y LUTz SE COnOCiEROn En Un BAR A POCO DE CAER EL MURO. En ESOS DiAS, LOS jOVEnES DE AMBOS LADOS PUDiEROn jUnTARSE LiBREMEnTE.

AnDREAS SCHOELzEL

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|11 DOMINGO 1 De NOvIeMbre De 2009 | Clarin

el que yo soñaba? Lo único que tenían que hacer era cruzar el Muro e irse a vivir a la RDA”. Lutz militó contra la construcción de centrales atómicas, cantó eslóganes contra el orden esta-blecido. “Y nunca me pasó nada, dice. Pude vivir plenamente mi rebeldía. En el este, me habrían metido en la cár-cel”. Anne tenía amigos en la cárcel. “En la RDA, siempre había que cuidar-se con lo que uno decía”.

Un estudio sociológico publicado a comienzos de la década de 1990 atri-buía a los alemanes del este un tempe-ramento más latino. Tenían relaciones sexuales con más frecuencia que los alemanes del oeste, tenían más hijos muy jóvenes. A veinte años de la caída del Muro, la curva de natalidad en los nuevos Länder cayó. “La sexualidad es mucho más desenvuelta en el este, explica Anne. No podíamos viajar. No podíamos leer los libros que realmente queríamos. O sea que teníamos más tiempo para dedicar al sexo”.

Lutz inicia a su compañera en las alegrías del capitalismo. “No sabía que existía el vino seco”, reconoce ella. “Nuestros vinos eran dulces”. Por pri-mera vez, come langosta. Que dos paí-ses tan cercanos que compartieron la misma historia durante tanto tiempo hayan podido ser tan extraños entre sí, le resulta fascinante. Todas esas dife-rencias pequeñas e irreductibles que podrían acabar rápidamente aun con parejas más tolerantes.

Por ejemplo, Anne tutea sistemá-ticamente. Su compañero es más re-servado. Anne se maravilla de que se puedan comprar rollos color para la cámara de fotos. En la RDA, solamen-te había en blanco y negro. De golpe se pone a hablar en ruso o a cantar La Internacional a sus hijos por la noche. Espontánea, detesta esa manera que tienen en el oeste de prever todo con semanas de anticipación: “Allá no te-níamos teléfono. Cuando teníamos ganas de ver a alguien, pasábamos por la casa”. ¿Otros signos? Colecciona los artículos de farmacia. “En el este, falta-ba de todo. Cuando encontrábamos ja-bón, comprábamos una partida entera, por si acaso”. Aún hoy, en los super-mercados, se marea. No tira nada. Y Lutz, que ama el orden, se desespera.

Los domingos, la pareja tiene un ri-tual: desayuno en familia con sus dos hijos, de 18 y 12 años. Lutz adoptó al mayor. El hijo que tienen en común nació en 1997. Ambos suelen pedirles a sus padres que les cuenten la noche mágica del 9 de noviembre de 1989 y su encuentro unos meses más tarde. Para los dos chicos, el Muro y la divi-sión de Alemania, es la prehistoria. C

Copyright Pascale Hugues. Traducción de Cristina Sardoy.

198925 de diciembre. Rumania derroca violentamente al socialismo: el presidente y líder del PC, Nicolae Ceausescu, y su mujer fueron condenados a muerte por un Tribunal militar en un juicio sumario y ejecutados, entre otros cargos, por genocidio.

199011 de marzo. La república socalista soviética de Lituania proclama su independencia y deja sin vigor la Constitución soviética. Moscú no reconoce esa decisión y Gorbachov bloquea económicamente a la república. En esta ocasión Lituania retrocede.

2 de agosto. Irak invade Kuwait. La ONU acuerda sanciones a nivel mundial. China y la URSS apoyan. Por primera vez desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos y la Unión Soviética, ahora sin intereses opuestos, acuerdan en una decisión internacional.

despues del muro

Viaje a un país extinguidoen las semanas previas a este aniversario, la Casa

de las Culturas del Mundo expone una muestra fotográfica de la agencia OstKreutz, la única que

exhibe en Berlín imágenes originales de artistas germa-noorientales. Esta exposición de la ex Alemania Demo-crática ofrece monografías sobre distintos temas cotidia-nos: los trabajadores mineros, el mundo del fútbol y las producciones de moda de la revista Sibylle, que salía seis

veces al año y se agotaba el mismo día, pero no mostraba ropa que se pudiera comprar, sino que era fabricada a pedido de la redacción. Todos ellos germanoorientales, los artistas cubrían la actualidad de los diarios oficiales. Estas imágenes de Berlín Este en los 80 son del fotógra-fo Harald Hauswald y fueron tomadas con una cámara Leica. Al pie, los populares Trabbi (Trabant), cuya adju-dicación podía demorar largos años.

Lo que el Muro se llevó

HaRaLd HaUSwaLd/OSTKREUZHaRaLd HaUSwaLd/OSTKREUZ

HaRaLd HaUSwaLd/OSTKREUZ

postales de la rda. aRR. IZq.: HORa PICO EN EL SUbTE, 1986. dER.: TIENda dE PRENZLaUER bERG, 1983. abajO: PaRKING, 1984

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12| Clarin | DOMINGO 1 De NOvIeMbre De 2009despues del muro

11 De NOvIeMbre, 1989 berlIN. En la mañana una multitud espera del lado occidental el “desembarco” de los gendarmes de Este, donde acaba de abrirse un boquete en el viejo Muro. “Ossies” y “Wessies” vuelven a verse las caras.

CurIOsIDaD berlIN este. Como miles durante décadas, una mujer mira a través del Muro. A Este y Oeste, los sistemas de vida de los alemanes despertaban el interés de unos y otros.

DeCIMO aNIversarIO berlIN. Una mujer se asoma por un hueco de lo que quedó de los 155 kilómetros de Muro, tras la reunificación alemana.

ap ROBERT LaCKENBaCH/ GETTy ImaGEs

afp/GERaRD maLIE

Album para recordar medio siglo

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|13 DOMINGO 1 De NOvIeMbre De 2009 | Clarindespues del muro

1961 DIvIDe y reINaras. Comienza la construcción de la pared que atravesaría Berlín y que detendría la sangría migratoria desde los países del Este hacia Occidente.

PalacIO De las laGrIMas frIeDrIchstrasse. En noviembre de 1989, cuando la estación de trenes urbanos era todavía la última antes de la frontera con Berlín Occidental.

huIDa aNtes Del PareDON. Más de 100.000 ciudadanos de la RDA trataron de pasar la frontera interalemana o el Muro de Berlín para huir: más de 100 fueron abatidos en la ciudad y miles, heridos.

1961 checkPOINt charlIe. El famoso paso fronterizo, que sólo usaban diplomáticos y extranjeros, unía el sector bajo poder soviético con el que estaba en manos occidentales. Hoy, un hito turístico de Berlín.

9 De NOvIeMbre De 1989 berlIN. Las vísperas de la caída del Muro, con lágrimas dos alemanas del Este se acercan al paso de la calle Bornholmer Strasse, uno de los siete pasos fronterizos de la RDA.

Maurice Weiss/OsTKreuZ

ap

aFp

Werner Mahler/OsTKreuZ

archivO clarin

Desde que el Muro fue levantado, en 1961, hasta este aniversario de su caída, miles de fotografías dieron testimonio de la tragedia y la transformación europeas.

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14| Clarin | DOMINGO 1 De NOvIeMbre De 2009 |15 DOMINGO 1 De NOvIeMbre De 2009 | Clarindespues del muro

Album para recordar medio siglo

GestO varsOvIa. En junio de 1979, Juan Pablo II visita Polonia como Papa. Lo recibe el cardenal Stefan Wyszynski y una gran multitud.

fINal bucarest. En la Navidad de 1989 es ejecutado Nicolae Ceaucescu, el dictador rumano. Un tribunal militar lo halló culpable de 60.000 asesinatos.

GOOD bye, leNIN vIlNa, lItuaNIa. Medio siglo de hegemonía política termina con la simbólica remoción de la estatua del prócer del comunismo.

aGOstO De 1991 puertO De barI, ItalIa. Miles de exiliados económicos y políticos albaneses cruzan el Adriático y piden refugio en Italia, inaccesible durante cinco décadas de comunismo. Primero bajo el liderazgo de Enver Hoxha (entre el fin de la Segunda Guerra y 1985) y luego de Ramiz Alia que convocó a elecciones en 1992.

paz MOscu. El 15 de octubre de 1991, se reúnen Mijail Gorbachov y su par serbio, Slobodan Milosevic, por la guerra con Croacia, la primera de las tres en la ex Yugoslavia.

sItIO sarajevO. Rescate de un hombre herido de bala por los serbios, el 8 de marzo de 1993, durante el sitio a la capital de Bosnia-Herzegovina.

represION GeOrGIa. El 9 de abril de 1989, tanques soviéticos frente al edificio de Gobierno reprimen las manifestaciones independentistas y matan a 20 personas.

ROMPRES/IMagEFORuM

aLaIN-PIERRE HOVaSSE/aFP

JOEL ROBINE IMagEFORuM/aFP

aFP Luca tuRI/aP

WOJtEK DRuSZcZ/IMagEFORuM/aFP IMagE FORuM/aFP

Por Hinde pomeraniec

despues del muro

“Del comunismo sólo extraño mi juventud”

Andrzej Wajda

Su nombre es sinónimo de arte y compromiso, y sus películas fueron la gran advertencia al mundo de que su país, Polo-

nia, iba camino a la ruptura con el co-munismo. En sintonía ideológica con el sindicato Solidaridad, que desde los astilleros de Gdansk se plantó frente al gobierno a fines de los 70 con recla-mos y movilizaciones impensadas años antes, el cine de Andrzej Wajda –espe-cialmente películas como El hombre de mármol y El hombre de hierro–, fue uno de los rostros visibles de la deca-dencia y el colapso comunista. Su pelea con el pasado sigue: meses atrás logró estrenar una de sus mayores ambicio-nes y una deuda histórica. En Katyn, logró reproducir una tragedia que para los polacos es grito ahogado, la matan-za de 22 mil oficiales e intelectuales po-lacos –entre ellos, su padre– a manos de los soviéticos, que siempre negaron la masacre por la que, cínicamente, acusaban a los nazis. Wajda tiene hoy 82 años y está recuperándose de una cirugía, por lo cual esta entrevista se realizó vía email y telefónicamente.

Algunos artistas en la Argentina opi-nan que las dictaduras pueden, a veces, ser un motor para la creación artística. ¿Qué piensa de esta idea?

La protesta es una responsabilidad de los artistas frente a la dictadura, porque se vuelve también una voz de la sociedad oprimida, que deposita ahí su sed y su esperanza. Esta complici-dad contra la autoridad y la censura a menudo da forma a una fantasía particular y entonces el arte se vuelve importante. El cine, por ejemplo, usa más la imagen que los diálogos, sobre los que recaen mayores controles en períodos dictatoriales. Ese tipo de cine fue el que hizo la escuela polaca de finales de los años cincuenta.

¿Sus películas se veían en Polonia? ¿Sufrió algún tipo de represión?

Las películas que no superaban los controles de la censura desaparecían de cualquier tipo de circulación, por lo que tampoco podían ser exhibidas en el exterior. El hombre de mármol tenía gente que la apoyaba incluso dentro del partido, y hubo también opositores fuera de él. De esa parti-cular situación política dependía que fuera presentada en las salas. Si Ceni-zas y diamantes no hubiera sido exhi-bida en festivales o candidata al Oscar, mi vida hubiera sido otra. Yo tenía 30 años. Hay que ver a qué llama usted represión. Hubo un período durante el cual todos mis proyectos eran re-chazados, hubiera podido emigrar. Pero yo quería vivir en mi país.

¿Recibía subsidios?Nunca fui subsidiado por la Repúbli-

––

biando y empecé a participar cuando esta libertad empezó a mostrarse de una forma desconocida para mí.

Trascendió que impulsa un proyecto para crear un Museo del Comunismo. ¿Extraña algo de esos tiempos?

¿¡Extrañar!? ¿Qué? Sólo mi juventud y a mis amigos que ya no están en este mundo.

¿Qué diferencias percibe en el trato de los rusos hacia los polacos, en relación con la época de la Unión Soviética?

Polonia era una colonia de la URSS gobernada por polacos designados por Moscú. Hoy es un país libre y pertene-ce a Europa. Sigue siendo difícil regu-lar nuestras relaciones con Rusia.

¿Qué balance hace a cuatro años del ingreso de Polonia a la Unión Europea?

Pensaba que el proceso de integra-ción iba a ser más moderno y más vivo. Tampoco tuve en cuenta que la mayor parte de la sociedad polaca aún piensa con las categorías del Estado comunista y protector, y que se deja convencer fácilmente por los extremis-tas de derecha y los delirios naciona-listas. Pero siempre fui un optimista incurable, de otro modo me hubiera costado mucho vivir la mayor parte de mi vida bajo Hitler y Stalin.

Pareciera que en su país hay tanto rechazo por los nazis como por los co-munistas, pese a las grandes diferencias ideológicas entre unos y otros. ¿Es así?

Es así, y tiene sus razones, porque ambos sistemas totalitarios buscaban controlar el mundo. La diferencia era que Hitler consideraba personas sólo a los alemanes, y Stalin podía mentir diciendo que quería salvar el mundo y darle justicia social. Pero ambos asesinaron a millones de personas mientras buscaban llevar adelante su proyecto de un mundo feliz. C

definiCion. “La PROtESta ES uNa RESPONSaBILIDaD DE LOS aRtIStaS FRENtE a La DIctaDuRa”.

aFP/IMagE FORuM

Entrevista

ca Popular Polaca. Mis películas pro-dujeron millones de zlotys y cientos de miles de dólares. Yo subsidiaba el cine polaco, mientras era el peor pago de los directores europeos.

¿Qué lectura hace hoy del movimiento Solidaridad?

Solidaridad fue lo más hermoso que pudo sucederme, y sus fundado-res fueron personas de gran visión y corazón. Las complicaciones llegaron después, cuando Solidaridad comenzó a gobernar Polonia.

¿Cree que los polacos no le dan a Lech Walesa el reconocimiento que merece?

Walesa es y será un gran hombre que ocupa un papel irreemplazable en la historia de la libertad de los polacos. Aquellos que no lo aprecian, y la ma-yoría son políticos de derecha, nunca jugaron ningún rol o hicieron algo tan pequeño que ni vale la pena recordar-los. Walesa, en cambio, permanecerá en la historia para siempre.

¿Imaginaba al comienzo que Solidari-dad podía ser el inicio del fin del comu-nismo en el Este de Europa?

No. Entonces pensaba que era sólo una etapa en la lucha por los derechos y las libertades civiles en Polonia. Pero me di cuenta de que algo estaba cam-

a los 82 años, el premiado cineasta polaco recuerda cómo era vivir y filmar en los tiempos de la República Popular y reflexiona sobre el presente de su país.

simbolo. IMagEN DE La FaMOSa PELIcuLa “EL HOMBRE DE MaRMOL”, (1977), DONDE WaJDa cuEStIONaBa a tRaVES DEL aRtE y cON aguDEZa La cuLtuRa DE PROPagaNDa DEL MODELO cOMuNISta.

Page 15: Suplemento de la caida del muro de Berlin de Clarin

16| Clarin | DOMINGO 1 De NOvIeMbre De 2009

Por Hinde

PomeraniecGdansk, enviada

especial

desPues del muro

19903 de octubre. Tras 41 años, Alemania se unifica. Se termina definitivamente la Segunda Guerra Mundial: las cuatro potencias ocupantes de Berlín (Francia, Gran Bretaña y EE.UU., en Occidente y la URSS, en Oriente) le devuelven la soberanía plena a Alemania.

21 de noviembre. Concluye formalmente la Guerra Fría ya que las dos alianzas militares (la OTAN dominada por EE.UU. y el Pacto de Varsovia, por Moscú) firman acuerdos para unificar, por primera vez, criterios militares. El Pacto de Varsovia se disolverá en 1991.

199111 de enero. Los cambios en Europa del Este despiertan deseos separatistas en algunas de las repúblicas que componen la Unión Soviética. Gorbachov decide una medida drástica para sofocar esa tendencia y envía al Ejército Rojo a Vilna, Lituania.

Astilleros de Gdansk: la gloria y la decadencia

Stocznia, dice el cartel desvaído, y se adivina que tras estas rejas hay mucho más que un parque temático de la era comunista,

como ironizan los desencantados. Sto-cznia quiere decir “astilleros” en polaco y esas letras oxidadas en lo alto son algo así como la carátula de este lugar, la cu-na del sindicato Solidaridad (Solidarnosc) que, liderado por el electricista católico Lech Walesa, acertó a agrietar las bases del comunismo europeo.

Los astilleros de Gdansk hoy son un sitio natural de peregrinación para los que hurgan en la historia de la Guerra Fría y el colapso de la URSS. Pero aun-que son emblema de los primeros pasos del movimiento pacífico y popular que sacó a millones a la calle para reclamar la libre sindicalización y, más tarde, el fin del comunismo, hoy el sitio célebre por sus huelgas y manifestaciones po-pulares se asemeja a un set de filma-ción abandonado, con construcciones salpicadas de manchas de humedad y vidrios rotos y fragmentos de navíos enormes recostados sobre muelles apli-cados al olvido. Fueron privatizados en 1997 y son propiedad de una empresa ucraniana líder en acero, pero que con-sidera inviable el negocio y exige asis-tencia estatal, algo que está vedado por los parámetros de la Unión Europea a la que Polonia pertenece desde 2004. Gran parábola la de los astilleros, em-blema de la muerte del comunismo y hoy ícono de la crisis capitalista. Aquí, al borde del Báltico, donde se constru-yeron cientos de barcos para el bloque soviético cuando aún se llamaban Asti-lleros Lenin, en 1970 se llevó adelante la primera gran huelga de trabajadores, que terminó con varios muertos por la represión y a quienes hoy rinde tributo un enorme monumento de acero que mira al cielo en la explanada, con tres altas columnas coronadas por cruces y en donde nunca faltan flores ni velas.

También fue aquí donde en agosto de 1980 se desarrolló durante 18 días otra huelga que concluyó con concesiones inéditas por parte del gobierno comu-nista polaco. Liderados por Walesa, los trabajadores consiguieron el reconoci-miento de su organización, por fuera de los límites del comunismo. Pero para llegar a esto hubo antes un aliento fun-damental, que fisuró la férrea determi-nación de la República Popular Polaca, teledirigida desde Moscú.

Diversos historiadores confirman lo que para los polacos es pura intuición religiosa: fue la visita en 1979 de Juan Pablo II –el obispo polaco nombrado Papa el año anterior– la que logró re-unir los esfuerzos dispersos de esta po-blación profundamente católica. Lo que no había logrado la política occidental por diferentes clases de presiones, lo pudo iniciar el Pontífice. El Papa ani-mó con sus plegarias a sindicalistas que acuñaron entre los barcos un mo-vimiento social que prendió entre inte-lectuales y terminó en los gritos de los 10 millones de polacos que se afiliaron a Solidaridad cuando les permitieron hacerlo.

Al año siguiente de la gran huelga, el primer ministro, general Wojciech Jaruzelski, decretó la ley marcial y el fulgor callejero fue apagado, mientras las figuras del bloque comunista se re-godeaban en la satisfacción miope de que se hubiera puesto freno al “plan coordinado de la contrarrevolución” y a la “política imperialista de sabotaje extendido a los países socialistas”. Las milicias oficiales (ZOMO) se convirtie-ron para los polacos en pesadilla.

Siguieron años de silencio obligado y resistencia clandestina, pero también de creatividad política, intelectual y artísti-ca. En 1983, el comité noruego decidió otorgarle el Nobel de la Paz a Walesa, quien envió a su mujer a recibirlo. Co-mo una daga incrustada en el corazón

En el mismo lugar donde se construían barcos para el bloque soviético, los trabajadores alumbraron Solidaridad, la organización política y social que consiguió terminar con el comunismo en Polonia. Hoy, ese ícono es también emblema de la crisis del capitalismo.

marCHa. MULTiTUdiNARiA MANiFESTACiON dE SOLidARidAd POR LAS CALLES dE VARSOViA. LA FUERzA dE ESA ORGANizACiON SE SiNTiO PRONTO EN TOdA POLONiA.

WOjCiECH dRUSzCz

Polonia, la primera caída

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|17 DOMINGO 1 De NOvIeMbre De 2009 | Clarin

de una ideología política que se propuso el fin de la lucha de clases y llevar a los trabajadores al poder, Solidaridad iba con-solidándose para Occidente en una suerte de símbolo universal de las aspiraciones sociales. Si bien las películas de Andrzej Wajda fijaban posición desde 1959 (Ver entrevista pág. 15), fueron El hombre de mármol (1977), con su profundo espíritu iconoclasta, y más tarde El hombre de hierro (1981), con su relato del origen de Solidarnosc, las que convirtieron su obra en el más poderoso instrumento de co-municación del movimiento, debido a su alcance internacional.

En 1984, agentes del Ministerio del Interior polaco secuestraron, torturaron y asesinaron al capellán de Solidaridad, el sacerdote Jerzy Popieluszko. Luego de un multitudinario funeral, los restos del cura fueron enterrados en una iglesia de Zoliborz, distrito de Varsovia en donde daba misa. El crimen no sólo convirtió en mártir a Popieluszko sino que demo-nizó al régimen. De acuerdo con cifras oficiales, unas cien personas fueron ase-sinadas en Polonia por el comunismo en los años ochenta.

Entre 1985 y 1987, comienzan a aflo-jarse las riendas al compás de la peres-troika y la glasnost imperantes en Moscú. En 1988 se le permite a Walesa partici-par de un programa de TV, donde, pese a que buscan mostrarlo como una per-sona sin educación y poco preparada, consigue seducir a la población a base de carisma e instinto político. En 1989 tiene lugar la llamada “mesa redonda”, donde el gobierno comunista, la opo-sición democrática, la Iglesia católica y observadores discuten lo que será la transición. El 4 de junio de ese año, el mismo día que el gobierno comunista chino reprimía a muerte a cientos en la plaza de Tiananmen, Polonia votaba en elecciones libres los cargos del 35% de la Cámara Baja y la totalidad del Se-nado. La oposición se llevó las bancas y negoció un gobierno de convivencia, con un presidente comunista y Tadeusz Mazowiecki, de Solidaridad, como pri-mer ministro. El 9 de noviembre cae el Muro de Berlín.

En 1990, en nuevas elecciones, Lech Walesa se convierte en presidente de Polonia con el 70% de los votos. Con la libertad de mercado como bandera, se iniciaba un período en el que un arco de transformaciones sacudirían Polonia y el resto de la ex esfera soviética.

Huele a césped mojado y a mar; se siente en la piel el frío húmedo de los galpones. Nadie sabe a qué se destina-rán finalmente estos terrenos y edificios; por ahora alojan una gran muestra que recrea los tiempos de gloria y alberga re-gularmente masivos megaconciertos, lo cual sabe a poco en términos producti-vos. En un comercio del centro de esta ciudad de cuento medieval, el dibujo de un humorista y artista plástico arriesga un futuro posible para los astilleros. “Kebab”, se lee en lugar de Stocznia: gruesa ironía imaginar este lugar como un pintoresco restaurante étnico. C

Por Hinde PomeraniecGdansk, enviada especial

desPues del muro

12 de junio. Con 57,3% Boris Yeltsin -el político enfrentado a Gorbachov- gana las elecciones en la Federación Rusa (entonces una de las 15 repúblicas soviéticas). Es elegido directamente por el pueblo, una novedad en la URSS. Yeltsin quiere menor poder para el

25 de junio. Eslovenia y Croacia piden salir de la Federación de Repúblicas Socialistas de Yugoslavia, un mosaico interétnico integrado además por Serbia, Bosnia Herzegovina, Kosovo, Montenegro, Macedonia (territorios unificados

artificalmente por el mariscal Josep Tito). Dos días después estalla la guerra civil en Yugoslavia: el ejército federal, dominado por los serbios, invade los territorios “separatistas”. Recién el 15 de enero de 1992 se vislumbra un alto el fuego permanente.

PCUS y economía de mercado. Se autoriza la propiedad privada del suelo y se suprimen los monopolios estatales. En esta elección se decidió también el nombre de algunas ciudades: Leningrado, por ejemplo, volvió a llamarse San Petersburgo.

Entrevista

“Me hace feliz haber podido convencer a Gorbachov”

Lech Walesa

C asi no hay movimiento en el restaurante de Villa Corona, un complejo de departamen-tos sobre el Mar Báltico. Lo

único que distrae el silencio es el ir y ve-nir de una moza alta de cabello rubio, que termina de acomodar una gran bandeja de frutas y un servicio completo de té en una mesa. Son los últimos días del verano eu-ropeo y llovizna sobre la arena tibia cuando un escuadrón de ciclistas da por terminado su ejercicio junto a un muro blanco que se-para las construcciones de la playa junto al mar. Un hombre de pelo blanco y kilos de más abandona su bicicleta y se acerca son-riente. Luce calzas negras y campera blan-ca deportiva, de marca. Luego del saludo, el ex presidente polaco y Nobel de la Paz Lech Walesa pide a uno de sus colaborado-res que nos saque una foto con su iPhone. Sentado a la mesa, y luego de servirse el té, muestra orgulloso cómo, apenas con un juego de teclas, esa foto ya está subida a su página de Internet.

Si no hubiera existido Solidaridad y la lucha en los astilleros aquí, en Gdansk, ¿cree que el comunismo iba a terminar igualmente?

Sí, pero hubiera durado 50 años más y el final habría sido sangriento. Nosotros lo hicimos más rápido y sin sangre.

Hay una imagen famosa que lo muestra saltando el muro del astillero, luego de ha-ber sido expulsado de su lugar de trabajo. ¿Qué sintió en ese momento?

Yo sabía que me buscaban. La gente que estaba alrededor mío, mis compañeros me alertaban y cada paso que daba lo hacía no con miedo, pero sí muy atento. Tuve mu-cha suerte. Y Dios me ayudó mucho.

¿Cómo era ser católico durante el comu-nismo?

La gente más poderosa no tenía pro-blemas. Los más débiles, y que no inte-graban ninguna estructura comunista, tenían que ocultarse. Algunos sacramen-tos había que hacerlos en la casa de una abuela, por ejemplo.

¿Influyó en el resultado final el conoci-miento internacional de lo que ocurría? Pienso en Juan Pablo II o en el mismo Pre-mio Nobel.

Se necesitaron años para destruir el comunismo. La sociedad polaca nunca lo aceptó y desde el fin de la II Guerra siempre hubo luchas. Primero combati-mos con armas y perdimos. Después con

huelgas, en la calle y también perdi-mos. Pero a través de estos errores nos dimos cuenta de que teníamos que re-unir las fuerzas. Pero los comunistas también lo sabían y no nos dejaban juntarnos. Y entonces un polaco se convirtió en Papa. Y un año después volvió a Polonia y nos unió. Ellos aún tenían la fuerza, pero nosotros tenía-mos el apoyo de la gente. Y entonces hice un pequeño show: organicé a los trabajadores y en el sindicato junté a todos, a los médicos, a los profesores. Invité a los periodistas y cámaras del mundo y dije: “Estas son todas las profesiones. Son millones de perso-

nas. Y les estamos hablando a ustedes, el resto del mundo: no queremos el co-munismo, nunca lo quisimos”. Entonces ahí empezamos a hacer propaganda y ya no podían evitar hablar de nosotros. Si nos hubieran matado, habría quedado registrado en todo el mundo.

Eso fue en 1980...Sí, cuando los obligamos a reconocer,

por primera vez en su historia, una orga-nización legal que no dependía del comu-nismo: Solidaridad. Después decretaron el estado de sitio y disolvieron las organiza-ciones. Pero entonces le “destruimos los dientes al oso comunista”. El oso seguía existiendo pero ya no podía morder...

¿Qué hacía cuando cayó el Muro?Había una delegación alemana, de alto

nivel en Varsovia. El día anterior me en-contré con ellos y dije: “Creo que el Muro de Berlín en un rato revienta. ¿Qué van a hacer?”. Y uno de ellos me dijo: “Señor, van a crecer palmeras y cactus en Ale-mania antes de que eso suceda”. Y al día siguiente el Muro se cayó y tuvieron que interrumpir la visita y volver a Alemania. No fueron tan inteligentes.

¿Qué piensa de Gorbachov?Nos conocemos hace mucho, es un

buen tipo. Cuando se dio cuenta de que las naciones se estaban levantando y de que el comunismo se terminaba, trató de rescatarlo con la glasnost y la perestroika. Y todo le salió mal: perdió el comunismo, perdió la URSS, perdió el Pacto de Var-sovia. Pero justamente su derrota fue un éxito: inclusive le dieron el Nobel porque todo el mundo estaba contento con su fracaso. Si él hubiera ganado, el comu-nismo seguiría.

Y en el tiempo que va de la caída del co-munismo en Polonia al colapso de la URSS ¿se vieron seguido?

Nos encontramos varias veces y una de esas veces le hice algunas preguntas. La primera fue: “¿Tomamos un poco de vi-no?” (risas) Y después le pregunté: “¿Real-mente creés que el comunismo se puede reformar?” Entonces se enojó y terminó la conversación. Me gusta Gorbachov, lo quiero aunque me parece un poco naif, pero estoy contento de haberlo conven-cido.

¿Cree que fue usted quien lo convenció?El quería reformar el comunismo y yo

dije “no vas a poder hacerlo”. Mi consejo fue bueno, yo estoy del lado del éxito y él, de la derrota, pero una derrota en buena dirección. Por eso, si fracasás, no te pre-ocupes: igual te pueden dar el Nobel. C

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1980. waLESa, En anDaS, LUEGo DEL aCUERDo Con EL GoBiERno.

2009. viaJa PoR EL MUnDo Y Da CHaRLaS SoBRE SU ExPERiEnCia.

El líder del movimiento que socavó al comunismo polaco cuenta detalles de un imperdible encuentro con quien fue el último presidente de la ex URSS.

S. SKLaDanowSKi/KaRTa

aFP

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18| Clarin | DOMINGO 1 De NOvIeMbre De 2009

Por Misha

Glenny

despues del Muro

199131 de julio. Los presidentes George Bush (padre) y Mijail Gorbachov firman en Moscú el Tratado START (Strategic Arms Reduction Talks) sobre reducción de armas atómicas. Por este acuerdo, pactan la destrucción del armamento estratégico.

8 de agosto. Un carguero con 10.000 albaneses llega a Bari, Italia. Es el primer éxodo masivo de gente que huye a Occidente no por temas políticos sino económicos, algo que luego será muy frecuente. Los emigrados ya no serán recibidos como “héroes”, como antes.

19 de agosto. Integrantes de la línea dura del Partido Comunista soviético consideran que Gorbachov ha ido demasiado lejos con los cambios y deciden dar un golpe de Estado para recuperar el poder. El presidente es “detenido” en Crimea, donde se encontraba

de vacaciones. A Boris Yeltsin se le presenta la gran oportunidad y no la desdeña. Se pone a la cabeza de la lucha por la recuperación de la democracia y en tres días, el golpe es desbaratado y los golpistas, arrestados. Será la declinación final para Gorbachov.

Enseguida llegaron los rufianes eslavos...

Después de una larga jorna-da informando para la BBC en diciembre de 1989, mi productora radial y yo nos

dirigimos al bar del Hotel Yalta, en la Plaza Wenceslas de Praga, para to-marnos un bien merecido trago. Casi enseguida notamos que había una lin-da muchacha checa, en jeans y camisa blancos, bailando sola. Para cuando quisimos darnos cuenta, ya estaba sentada a nuestro lado diciéndonos que cualquiera de nosotros, o los dos, podía acostarse con ella por 50 marcos alemanes, o sea unos US$ 35 dólares. Tras rechazar la oferta nos percatamos de que el bar iba llenándose de chicas de 16 a 20 años. Todas se ofrecían.

El incidente tuvo lugar a menos de un mes de la caída del comunismo en Checoslovaquia. Para los que conocía-mos bien Praga, el shock fue enorme. En la época del comunismo, la libertad personal estaba restringida, pero tam-bién lo estaban la mayoría de las for-mas del crimen organizado. No había distritos rojos y las pocas prostitutas disponibles para los occidentales por lo general eran mujeres que, por una u otra razón, cooperaban con la policía secreta. Los visitantes, que eran bastan-te incautos como para comprar sexo en los países comunistas, solían recibir luego fotos en posiciones comprome-tedoras con exigencias, no de dinero, sino de colaboración en el espionaje.

La repentina afluencia de prostitutas a todas las grandes ciudades de Europa Oriental no fue lo único que puso en evidencia que la liberación del comu-nismo tendría un costo. Poco después, a comienzos de 1990, pasé varios días recorriendo con un coche patrullero el distrito obrero de Praga. La autoridad del gobierno se estaba desmoronando: traficantes independientes empezaban a descubrir cómo era el funcionamien-

to de la economía de mercado, ven-diendo y manejando favores sexuales; y la policía constataba que las nuevas circunstancias representaban una enorme presión. “Todo está cambian-do”, me dijo el oficial de policía, “hay dinero nuevo y una nueva pobreza, nuevas expectativas y cada vez son menos los que respetan la autoridad policial”. En los complejos habitacio-nales, los muchachos jóvenes caían en una delincuencia de bajo nivel, roban-do autos y casas. Por primera vez se conseguían fácilmente drogas.

Lo que se disolvió en 1989 no fue sólo la ideología comunista: la conmo-ción también desencadenó un derrum-be muy significativo del Estado. La po-licía perdió su autoridad, al igual que el sistema judicial. Después de décadas de ver a la policía como parte del apara-to estatal represor, muchos ciudadanos del llano no se sentían muy dispues-tos a cooperar con las fuerzas de la ley. Esto se manifestó a nivel político: la gente quería, no sólo una democracia plural, sino también castigar a quienes habían ayudado a mantener a flote la dictadura de un solo partido mediante la violencia y la intimidación: quería el fin de la policía secreta.

los dos lados del mostradorEra algo muy comprensible pero impli-caba algunas consecuencias que, pese a ser involuntarias, resultaban pertur-badoras. En todo el bloque oriental y en la ex URSS, decenas de miles de po-licías fueron despedidos. Perdieron su empleo efectivos de la policía secreta, oficiales de contrainteligencia, coman-dos especiales, guardias fronterizos, detectives de homicidios y agentes de tránsito. Entre sus habilidades figu-raban la vigilancia, el contrabando, el establecimiento de redes clandestinas, el soborno y el homicidio.

En Bulgaria, uno de los países comu-nistas más pequeños, fueron despedi-dos 14.000 policías secretos que en 1991 buscaban trabajo. La economía se contraía a una velocidad alarmante y como ya no podían conseguir em-pleo en el sector público, se pusieron a buscar en el privado. Y tan luego allí conocieron a los “oligarcas”, la nueva estirpe de empresarios, hombres y mujeres, que advirtieron que el con-trol estatal de la economía se hallaba en caída libre. Los oligarcas estaban muy atareados confiscando activos a precios regalados; al desaparecer la autoridad estatal, había algunos nego-cios extraordinarios para hacer y hubo empresarios que se las ingeniaron pa-ra obtener la propiedad de complejos metalúrgicos enteros o derechos de comercialización del petróleo por unos pocos miles de dólares. Otro grupo de empresarios empezó a comprar y vender bienes de consumo a los que la mayoría de los europeos del este habían tenido el acceso vedado con el comunismo.

Esta nueva comunidad empresaria necesitaba proteger sus derechos en la economía de mercado. Si un socio no podía cumplir con su parte del contra-to, ¿quién haría respetar los derechos del empresario? ¿La policía y la justi-cia? No, no entendían nada sobre dere-cho contractual y economía de merca-do. Artyom Tarasov, el primer millona-rio en dólares de la nueva Rusia, relató lo que le había pasado al recurrir a un general en la flamante unidad antima-fia formada en Moscú cuando un socio comercial no le pagó.

“No puedo capturarlo, Artyom Mi-hailovich”, dijo el general. “En primer lugar, nadie nos pagó para hacerlo.” El único consuelo que recibió Tarasov fue de uno de los subordinados. “Pero si él lo mata o lo secuestra a usted, lo perse-

guiremos”, acotó servicialmente.Tarasov entendió el mensaje: basta-

ba un poco de sangre en la vereda para que la policía interviniese. Pero ¿y las facturas impagas? Si la policía, des-esperada y en las últimas, se hubiera puesto a investigar simples amenazas en el deslumbrante circo que era Rusia a comienzos de los 90, no habría teni-do tiempo para ninguna otra cosa.

El líder soviético, Mijail Gorbachov, había introducido una Ley de Coopera-tivas en 1988. Esta permitió que perso-najes como Tarasov crearan empresas en Rusia por primera vez en sesenta años. Los empresarios descubrieron que en cuanto una empresa estaba montada, funcionando y ganando di-nero, atraía competencia. “Y los rivales utilizaban todos los métodos posibles para abrirse paso en tu mercado, in-cluida la violencia”, explicaba.

De modo que el Estado, que antes había sido omnipotente, empezó a ce-der su monopolio sobre la violencia a los llamados “gruppirovki” o sea, pan-dillas callejeras. No obstante, lejos de ser heraldos de la anarquía, estos gru-pos de hombres –veteranos afganos, matones callejeros, expertos en artes marciales, ex oficiales de la KGB, todos aterradores– fueron las indispensables parteras del capitalismo.

Empresarios como Tarasov evalua-ron que los “gruppirovki” eran, de hecho, organismos policiales privati-zados. A diferencia de sus homólogos estatales como el Ministerio del In-terior (MVD) y la KGB, estas bandas flexibles y autoorganizadas habían captado intuitivamente que centellea-ba la demanda para sus servicios de “protección” o seguridad en la nueva clase empresaria. En vez de pagarle impuestos al Estado (que no tenía idea de cómo gravar a la empresa privada de pequeña escala), las empresas gus-

El autor de “McMafia” cuenta, en este relato especial, cómo el flamante crimen organizado en el bloque comunista se sirvió de la mano de obra represiva desempleada para explotar las fabulosas vetas de un territorio virgen para los negocios ilícitos, lo que convirtió a los hampones en parteros del capitalismo.

La globalización del crimen

Periodista británico, ex

corresponsal de la bbC en balcanes y autor de varios

libros sobre europa Central.

Su último título es “McMafia”.

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|19 DOMINGO 1 De NOvIeMbre De 2009 | Clarin

tosamente entregaron más del 10-30% de su facturación a hampones locales que, a cambio, garantizaban que pu-dieran seguir haciendo negocios, libres de la violencia de los “gruppirovki” que trabajaban para sus competidores. “Es-tamos dispuestos a trabajar con el frau-de organizado porque cobra el 10%”, señaló en ese momento un empresario de Omsk, en el sur de Rusia central, “Los Estados se llevan el 90% en im-puestos y más todavía en multas”.

La violencia utilizada por estos va-riados hampones, o bien agencias de orden público privatizadas, como les gusta llamarlas a los sociólogos, no era arbitraria. En ese momento los informativos daban a entender que Moscú y Kiev se hallaban en un estado de anarquía total ya que el capitalismo de gánsteres estimulaba tiroteos sal-vajes en las calles. Sin embargo, las víctimas inocentes de la violencia eran relativamente pocas ya que las armas y la fuerza eran utilizadas para ejecutar contratos o resolver disputas comercia-les. De una manera muy extraña, era todo muy ordenado.

El estilo de vida que acompañaba a los gánsteres era, en cambio, excesivo: Moscú se convirtió en una de las ciu-dades más escandalosas del mundo. La nueva elite de oligarcas y sus socios del crimen organizado se sumergieron en un mar de champán y caviar. A dos años del fin del comunismo, Moscú ostentaba más Mercedes Benz 600 que cualquier otra capital del mundo. Noto-rios clubes nocturnos como el Hungry Duck alentaron a mujeres de toda Ru-sia a sumarse a sus juergas: algunas de ellas terminaron como prostitutas de gánsteres, otras fueron traficadas con-tra su voluntad a los Balcanes y Europa Occidental como prostitutas.

Así como el crimen organizado ac-tuaba como partera necesaria para el capitalismo en Europa Oriental, las organizaciones de protección hacían las veces de parlamento, policía, juez y jurado –esto significaba que estaban dispuestas a traficar cualquier bien o servicio que diera dinero. Por eso no comerciaban sólo alimentos, muebles, metales y petróleo sino también caviar ilegalmente obtenido, heroína y otras drogas, armas y mujeres.

Viaje a SudaméricaNo hizo falta mucho para que otras organizaciones mafiosas del mundo apreciaran el valor de estos nuevos mercados abiertos en Europa del Este, mientras las redes rusas y europeas del Este advertían que la cooperación más allá de las fronteras podía resul-tar muy lucrativa. En 1992, el mayor grupo del crimen organizado ruso, la Hermandad Solntsevo, cuyo nombre proviene de un distrito obrero al sudes-te de Moscú, conoció a representantes de los carteles de Cali y Medellín en Aruba, en el Caribe. El encuentro fue

organizado por dos abogados italianos residentes en Brasil y vinculados con la mafia siciliana y la Camorra napolita-na. El resultado fue una expansión sig-nificativa del tráfico de cocaína a Euro-pa Occidental facilitado por la apertura de rutas a través de los Balcanes.

Otra dimensión internacional cla-ve que demuestra el poder creciente de las redes criminales desarrolladas en Europa del este es el tráfico de armas. Al final de la Guerra Fría, to-dos los países europeo-orientales se vieron con enormes remanentes de armas, que iban de un sinfín de ar-mas pequeñas y Kalashnikov hasta la artillería más poderosa, armamentos antiaéreos y hasta material nuclear. Al ver que el apoyo estatal a los militares disminuía en la mayoría de los países, los soldados y los generales iniciaron rápidamente una actividad comercial para sostenerse, y vender sus stocks de armas fue el más lucrativo de todos los negocios (también usaron sus aviones de transporte para trasladar enormes cantidades de heroína desde Asia cen-tral y luego a Europa Occidental).

El puerto clave en la región fue Odessa, en Ucrania. Los embarques de armas recorrieron el mundo aunque sus principales destinatarios se encon-

traban en la ex Yugoslavia y en Africa. Este tráfico vio aparecer figuras noto-rias como “el mercader de la muerte”, Victor Bout, arrestado recientemente por la policía tailandesa a pedido de la DEA de los Estados Unidos (hace poco fue sobreseído y se le permitió volver a Rusia, prueba de que la influencia es-tadounidense en sitios remotos no es tan persuasiva como antes).

los intocablesDonde mejor se ha descripto la vida de estos personajes es en películas como El Señor de la guerra, donde Nicolas Cage interpreta a un convincente tra-ficante de armas, o en Diamantes de sangre, donde el personaje de Leonar-do di Caprio expone cómo se vendían armas europeas del este a cambio de minerales africanos preciosos antes de venderlos en los mercados de Amberes o Nueva York.

El punto culminante para el gangs-terismo en Europa del Este y la ex Unión Soviética fue la década del 90 y en estos últimos años han surgido allí estructuras políticas y sociales más estables. Esto no significó en absoluto el fin de la actividad criminal organiza-da, que a veces llega hasta los órganos más altos del Estado. La corrupción

también continúa siendo endémica. Pero curiosamente sigue tratándose del crimen perpetrado por la elite. En los Balcanes y en la ex Unión Soviética, la mayoría de las ciudades y localidades son los sitios más seguros del mundo para la gente común. Incluso donde la pobreza es endémica, como ocurre en varios puntos de la ex Unión Soviética, la región evitó la aparición de favelas como en Brasil o de distritos segrega-dos como en Sudáfrica.

En cuestión de cinco años o menos el crimen organizado se incrustó en el corazón mismo de las nuevas demo-cracias de Europa Oriental y de Rusia. En esta última, Vladimir Putin revirtió efectivamente las estructuras políticas y sociales en una década. Antes de asu-mir el poder, eran los oligarcas y el cri-men organizado los que controlaban el Estado. Ahora el Estado decide qué delincuentes y qué oligarcas pueden operar libremente y qué están autori-zados a hacer. No quiere decir que el crimen desapareció pero es poco pro-bable que en un futuro cercano vuelva a darse en la región un caos como el de los años ’90. C

Copyright Misha GlennyTraducción de Cristina Sardoy

deSpueS del muro

6 de septiembre. Gorbachov reconoce la independencia de las tres repúblicas soviéticas del Báltico: Lituania, Letonia y Estonia. Tras el golpe de Estado de agosto, todas las repúblicas declararon, unas tras otras, su soberanía. Las bálticas fueron las primeras.

17 de septiembre. Se registra el primer brote xenófobo en Alemania: jóvenes de extrema derecha o neonazis de la ex RDA atacan a comerciantes vietnamitas. En 2007, un estudio indica que el 40% de los ex alemanes orientales son racistas.

6 de noviembre. El temido servicio secreto soviético, la KGB, deja de existir. Días después Yeltsin, presidente de Rusia, ilegaliza el Partido Comunista en esa república. Sigue la batalla por el poder entre él y Gorbachov, presidente de toda la URSS.

GEoRGES DEKEERLE/GETTY ImAGES

trata de mujereS. En moSCU, LA PoLICIA DETIEnE A mUjERES qUE EjERCEn LA PRoSTITUCIon, Un DELITo qUE SE DESConTRoLo PoR LA CAIDA DEL ComUnISmo.

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20| Clarin | DOMINGO 1 De NOvIeMbre De 2009

Por Donald

Sassoon

DeSpueS Del muro

199111 de diciembre. Finalizan las negociaciones por el Tratado de Maastricht, en el que los países de la Comunidad Europea acuerdan formar la Unión Europea. El tratado se firmará el 7 de febrero de 1992 y la UE nacerá el 1 de noviembre de 1993.

21 a 26 de diciembre. La situación económica en la URSS se deteriora. Por la escasez de alimentos, hay racionamiento de comida en el área de Moscú por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial. Mientras tanto la guerra de Yeltsin por desplazar

a Gorbachov del poder no cesa y disuelve el Tratado de la Unión de 1922 por el que había nacido la URSS. Esto fue visto como una medida extrema para salvar al país de un colapso económico y fue muy apoyado por la población. Gorbachov se convierte así en un

presidente sin país para gobernar. El 8 de diciembre, Yeltsin había convocado a las 15 repúblicas que componían la URSS a unirse en la Comunidad de Estados Independientes (CEI). El 26 Gorbachov renuncia y se arría la bandera roja del Kremlin.

P arece imposible hablar de Europa sin usar la palabra “crisis”. Algunos lamentan ese perpetuo estado de per-

plejidad porque sueñan con una Eu-ropa federal en la que se olviden las antiguas diferencias y donde, una vez descubierta su propia identidad, los eu-ropeos forjen su futuro unidos. Otros, temerosos de una centralización, ape-gados a sus países y regiones, renuen-tes a permitir que los “extranjeros” tengan voz y voto en los asuntos que consideran propios, se regocijan ante el constante desorden.

Cada vez son menos los que votan en las elecciones europeas. Sólo el 43,5% votó en 2009, la menor cantidad de la historia por más que se habían incre-mentado las facultades del parlamento europeo. Eso resulta aún más sorpren-dente cuando la concurrencia más baja a las urnas se registra en los ex países comunistas, donde nunca habían teni-do lugar elecciones libres e imparciales y donde, cabría suponer, las elecciones habrían sido una oportunidad de cele-brar su flamante libertad. Esa escasa actividad electoral refleja la decepción ante la nueva clase política que emer-gió en Europa central y oriental desde 1989. Es evidente que, tanto en los sec-tores oriental y occidental de Europa, a menudo se considera que la UE es un tema irrelevante para la población. Para importar, la UE debería tener fa-cultades mucho mayores que las que posee en la actualidad. Sin embargo, para adquirir más poder necesita la buena voluntad de los europeos, con lo que se establece un círculo vicioso.

El mayor fracaso se encuentra ante nuestros ojos: la imposibilidad de ha-blar con una sola voz en los asuntos económicos e internacionales.

La guerra de Irak constituyó una instancia particularmente dramática de la dificultad de establecer una posi-ción europea común. En 2003, cuando empezó la guerra, los dos países a los que se considera el eje de la integra-ción europea, Francia y Alemania, no lograron reunir a la mayoría de los países europeos en torno de su política de no intervención. Paradójicamente, fue un tema en el que coincidió una clara mayoría de los europeos, aunque

no consiguieron tener impacto en sus propios gobiernos. Poco después de que George Bush anunció la “victoria” (pírrica) en Irak, Europa reconoció, a través de la ONU, la legitimidad de la presencia estadounidense en Irak.

La mayoría de los gobiernos de los estados europeos apoyó a los EE.UU. Sólo unos pocos permanecieron neu-trales y fueron aún menos los que die-

Crisis del sueño imperial La recesión actual y la guerra en Irak expusieron los límites de la UE y su dificultad para ofrecer soluciones globales. La proliferación de Estados, la vigencia de los nacionalismos y la mutua indiferencia cultural entorpecen los esfuerzos de coordinación política y económica.

Un nuevo mapa de Europa

SinCretiSmo pop. LaS TRadICIonaLES MaTRIUShKaS, Con La IMaGEn dE Madonna, dURanTE Uno dE LoS ConCIERToS qUE dIo En MoSCU, En SEPTIEMbRE dE 2006.

dMITRY LovETSKY/aP

Profesor de Historia europea Comparada de la

Universidad Queen Mary de Londres y

autor de “Mona Lisa:

Historia de la pintura más

famosa del mundo” y del monumental

“Cien años de socialismo”.

ron muestras de estar en desacuerdo. Donald Rumsfeld, entonces secretario de Defensa estadounidense, hizo bien cuando en una actitud provocativa con-feccionó una lista de los miembros de la coalición europea que respaldaban a Washington. Esa lista comprendió a muchos miembros de lo que, de forma peyorativa, llamó la “vieja” Europa –Di-namarca, Italia, los Países Bajos, No-

ruega, Gran Bretaña, Portugal y Espa-ña–, así como a los que llamó “nueva” Europa, virtualmente todo lo que ha-bía sido el bloque comunista: Albania, Bosnia, Bulgaria, la República Checa, Estonia, Letonia, Lituania, Macedo-nia, Polonia, Rumania, Eslovaquia, Ucrania, Hungría y Moldavia. Buena parte de ese respaldo a los EE.UU., por supuesto, fue simbólico. Por otro lado, la mayoría lo pensó mejor desde entonces, sobre todo cuando el caos de la expedición a Irak se hizo evidente, excepto para los más obstinados.

La crisis económica actual reveló la completa incapacidad de la Unión Eu-ropea de presentar una solución global para lo que es una crisis global. Exigir ahora, como hacen muchos políticos, una respuesta coordinada, no puede disimular el apoyo que hasta hace muy poco brindaban a la desregulación. Entonces, sin embargo, el espíritu que impulsaba la integración europea fue siempre la Europa “de mercado” y no la Europa “social”. La posición domi-nante que expresaron todos los conser-vadores y muchos izquierdistas decretó que los principales obstáculos para el crecimiento en Europa eran la rigidez del mercado laboral y el exceso de pro-visiones sociales, y que la desregula-ción y la privatización garantizarían el progreso económico y la estabilidad.

Era la versión europea del consenso de Washington.

A pesar de los problemas, la UE pasó de 6 a 27 miembros. Es el tipo de club al que otros quieren incorporarse y del que nadie quiere irse, una historia exi-tosa. Pero como suele suceder, la vida es más complicada que en los cuentos de hadas.

En la década de 1960, estar “en Eu-ropa” significaba estar del lado de la prosperidad económica. Eso fue lo que convenció a los británicos (ape-nas), los dinamarqueses y los irlande-ses de que era mejor estar adentro que afuera. Luego se sumaron los griegos, los españoles y los portugueses por-que Europa significaba democracia y progreso. Luego el resto de los países ricos (Suecia, Finlandia y Austria). Por último llegó el turno de los ex países comunistas que aspiraban al capitalis-mo. Aquí la historia se hace más com-

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|21 DOMINGO 1 De NOvIeMbre De 2009 | Clarin

plicada. En los ex países comunistas, “incorporarse a Europa” significaba para muchos incorporarse a Occiden-te, y eso significaba los EE.UU., y eso, a su vez, significaba incorporarse a la OTAN. De ahí la paradoja: una institu-ción pensada para frenar al comunis-mo (la OTAN) experimentó su expan-sión más importante tras la muerte del comunismo. No hace falta decir que la Rusia poscomunista interpretó esa ex-pansión como una señal de que “Occi-dente” no sólo estaba contra el comu-nismo, sino también contra Rusia.

“Incorporarse a Europa” también significaba para muchos en el este abrazar el capitalismo, pero no en la versión del estado de bienestar de Eu-ropa occidental, sino la versión más “robusta” de Reagan, Thatcher y, más recientemente, de George W. Bush. En Hungría, Polonia y los demás países de Europa central, los que trataban de detener el avance hacia un capitalismo de libre mercado a menudo eran consi-derados nostálgicos del comunismo.

arbol para cada nido nacionalAquí tenemos una paradoja más. Cuando los EE.UU. eligen un presi-dente, Barack Obama, que prometió adoptar un aspecto, si bien moderado, del modelo social europeo, los países del este y centro de Europa desman-telan muchos de los elementos del estado de bienestar heredado del co-munismo. De todos modos, en Europa no quedan dictaduras (a menos que se cuente a Bielorrusia), y eso deber ser motivo de celebración. Pero es prema-turo celebrar una unidad europea por-que también el nacionalismo –y con esto me refiero al nacionalismo de los estados-nación– tuvo éxito. El total de países europeos experimentó un nota-ble aumento. En 1914 eran veintidós estados. En 1945 llegaban a veintisiete. En la actualidad son 42 estados-nación (más, si se incluye a Turquía y las re-públicas caucásicas). Pueden ser más si Bélgica se descompone y le sigue una Escocia independiente. La UE pro-porciona un árbol cuyas dimensiones permiten que todos puedan instalar su nido nacional. En comparación, Amé-rica Latina es un bastión de solidez en el que prácticamente no hubo cambios de fronteras en más de cien años.

Esa proliferación de estados, muchos de ellos celosos de su nacionalidad, su identidad, su historia, su bandera, su himno nacional, su selección de fútbol, hace que todo intento de coordinación política y económica sea muy difícil. Ahora la pequeña Irlanda bloquea el Tratado de Lisboa (lo que se suponía iba a ser la Constitución Europea). Luego llega el turno del peculiar presi-dente de la República Checa (un funda-mentalista de la libertad de mercado). La crisis actual complicó el problema de Europa porque algunos de los paí-ses más chicos sufrieron más que los grandes. Por otra parte, un país grande de Europa central como Polonia des-

cubrió que apenas controla su sistema bancario, en un 80% extranjero.

Antes había un centro hegemónico, los EE.UU., que supervisaba el sistema financiero internacional e imponía su voluntad. Los EE.UU. siguen siendo una gran potencia militar y cultural, pero no tienen la fuerza ni el prestigio para hacer por el mundo lo que pudie-ron hacer por Occidente en los años de la Guerra Fría. Es algo que Obama entiende a la perfección.

La UE, el bloque comercial más grande y próspero, no puede ser un nuevo centro hegemónico. No puede siquiera formular una política econó-mica, impositiva, policial, exterior, de seguridad y bienestar común.

La crisis económica actual nos brin-da la oportunidad de examinar qué podría constituir la identidad europea. Antes, sin embargo, es necesario tener muy clara una cosa: la identidad euro-pea, al igual que la identidad alemana, italiana o argentina, no es algo bueno de por sí. Dado que con frecuencia se considera que las identidades son algo

positivo, debemos tener presente que éstas se conformaron en las sombras, por oposición a otras. Formar una identidad significa diferenciarse del “otro”, de lo que sigue que debe bo-rrarse, eliminarse, exterminarse o en-cerrarse al “otro”. Es posible tolerar “al otro”, pero no se puede ser musulmán, judío o italiano a menos que uno tenga conciencia de que, al serlo, se diferen-cia de los que no lo son.

El compromiso con una identidad europea conlleva el estigma del racis-mo. Históricamente, Europa no es sólo el continente de la Declaración de los Derechos del Hombre. Es también el del colonialismo, del tráfico de escla-vos, de Auschwitz y del Gulag. No po-demos celebrar sólo las cosas buenas.

Dada la fuerza de los EE.UU. como modelo positivo, y ante todo de la ima-

cia con el sector occidental. Durante el comunismo, el disenso se suprimía, pero también buena parte de lo que en Occidente se llama literatura “po-pular”. Prevalecía lo que se considera-ba cultura elevada. Así, en 1965, para celebrar los 700 años del nacimiento de Dante Alighieri, la radio húngara adaptó en tres partes La Divina Co-media. En 1969 le siguió la Ilíada de Homero. Tras la caída del comunismo, la cultura “difícil” (vale decir, no Dan Brown) tuvo que pelear para conservar un lugar, igual que en Occidente.

Barbie Doll por HomeroEn Rusia, el público lector de Novy Mir, el principal diario intelectual de los años del comunismo, se desplomó, mientras que la nueva Barbie Doll Ma-gazine vendía millones de ejemplares en 1996 y florecían las ediciones rusas de Playboy, Elle y Cosmopolitan. Los lectores de los ex países comunistas no se limitaron a ponerse al día con la literatura disidente que no se les había permitido leer. También empezaron a devorar, y con gran placer, lo que hasta entonces se había calificado de “basura degenerada estadounidense”.

Los europeos no consumen cultura “europea”. Consumen su propia cultu-ra y, además, cultura estadounidense. Tomemos el caso de la música popu-lar. A cada país le gustan sus propios temas y cantantes y los temas y cantan-tes estadounidenses (más alguno que otro británico o latinoamericano), pero no les interesa la cultura de sus veci-nos. Así, en la lista de los diez discos más vendidos en 2002, en Italia sólo había cuatro italianos, mientras que el resto correspondía a británicos o esta-dounidenses. En abril de 2005, el disco más vendido en Finlandia fue finés, en Hungría fue húngaro, y en Francia fue francés. Si se toman los libros o las pe-lículas, la historia es la misma.

Eso, por supuesto, no tiene nada de malo, excepto que el objetivo de una cultura común europea se aleja cada vez más del horizonte.

Por otra parte, ¿hay que construir una identidad europea? ¿Qué implica-ría? El único modelo que tenemos para ello es la construcción de la identidad nacional. Eso nos retrotrae al siglo XIX, cuando la Historia, que acababa de es-tablecerse en la academia, empezaba a cobrar importancia. Los historiadores, que durante siglos habían sido lacayos de los soberanos, cronistas de menti-ras, adquirían ahora un papel “demo-crático” y, con ello, un mercado. Pero, en todo caso, ¿qué es, en términos his-tóricos, la experiencia común europea? Es la ausencia de un imperio unifica-dor. Ningún imperio europeo desde los romanos logró gobernar la totalidad del continente durante mucho tiempo. Ascendían. Caían. Países y regiones seguían en constante flujo. C

Copyright Donald SasoonTraducción de Joaquín Ibarburu.

gen de modernidad que ofrecieron –y siguen ofreciendo–, es difícil imaginar que pueda construirse una identidad europea fuerte sin una clara demar-cación entre Europa y los EE.UU. No estoy sugiriendo que la oposición a los EE.UU. sea la base necesaria e inevita-ble para el desarrollo de una identidad europea. En un mundo interdepen-diente, esa hostilidad no sirve.

¿Qué pasa con la cultura? ¿Existe la cultura europea? Los europeos tienen un patrimonio cultural común forma-do por su literatura, que recorrió Euro-pa y llegó luego a buena parte del mun-do. Esa cultura elevada es cada vez más patrimonio común de una clase educa-da internacional. Pero incluso en esa esfera prevalece el elemento nacional. Dante se estudia en la mayor parte de las escuelas italianas, pero no mucho en las alemanas, francesas y británicas. ¿Cuánto saben los europeos de la alta cultura de otros países? En 2008, el Mi-nisterio de Cultura de Francia realizó una encuesta interesante, si bien tam-bién alarmante, en Alemania, Francia

e Italia; alarmante porque el 63% de los alemanes y el 70% por los france-ses eran incapaces de recordar el nom-bre de algún protagonista de la historia de Italia anterior a 1900. El 40% de los italianos y el 32% de los alemanes no podía nombrar protagonista alguno de la historia de Francia anterior a 1900. ¡Pobre Napoleón! ¡Pobre Luis XIV! Sólo el 32% de los italianos y el 29% de los franceses habían oído hablar de Hegel, y sólo el 46% de los alemanes sabía quién era. A pesar de la fuerza de los partidos comunistas de Francia e Italia, sólo el 36% de los italianos y el 22% de los franceses sabía quién había escrito Das Kapital.

No tenemos figuras similares en el caso del ex bloque comunista, pero los cambios que se produjeron en el mis-mo indican que existe una convergen-

Despues Del muro

19922 de enero. Rusia adopta en forma drástica el capitalismo. Decreta la liberalización de precios y la privatización de la economía. Cuba, que sigue bloqueada por EE.UU. y ya no recibe ayuda de Moscú, entra en una crisis conocida como “período especial”.

2 de mayo. El ejército serbio bombardea Sarajevo, capital de Bosnia Herzegovina, y establece oficialmente un bloqueo. La ciudad no recibe alimentos ni medicinas. No tiene agua, electricidad ni calefacción. Combaten croatas, serbios y bosnios entre sí.

4 de noviembre. Con el 43,01% de los votos, el demócrata Bill Clinton gana la presidencia de EE.UU. a Bush padre. Asume el 20 de enero de 1993. Clinton intentará imponer la democracia representativa y la economía de mercado en todo el mundo.

euro, minuto uno. EN BERLiN, poCo ANtES DE LA MEDiANoCHE, UNA MUjER ABANiCA LoS fLAMANtES BiLLEtES qUE ENtRARAN EN vigENCiA CoN LA MoNEDA CoMUN, EL 1 DE ENERo DE 2002.

RoBERto pfEiL/Ap

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22| Clarin | DOMINGO 1 De NOvIeMbre De 2009

Por Svetlana

Boym

deSpueS del muro

autorretrato doBle, 1984; del duo de artiStaS ruSoS komar y melamed. La Leyenda dice “arte sociaLista”.

La nostalgia y su mejor modo de empleo

E n un diario ruso leí la historia de un reciente retorno post-comunista. Tras la apertura de las fronteras soviéticas,

un matrimonio de Alemania regre-só para visitar la ciudad natal de sus padres, Königsberg. Antiguo bastión de caballeros medievales teutónicos, Königsberg se había transformado en Kaliningrado durante la posguerra, un sitio ejemplar de la construcción esta-linista. Una sola catedral gótica sin cúpula, por la que la lluvia bañaba la tumba de Emmanuel Kant, seguía en pie en medio de las ruinas del pasado prusiano de la ciudad. La pareja alema-na dio vueltas por Kaliningrado sin re-conocer demasiadas cosas hasta llegar al río Pregolya, donde el perfume de los dientes de león y el heno les trajo el recuerdo de sus padres. El anciano se arrodilló ante el río para lavarse la cara con las aguas natales. Tras un aullido de dolor, se alejó del Pregolya con la piel ardiendo. “¡Pobre río!”, comenta con sarcasmo el periodista ruso en su crónica. “Imaginen cuánta basura y de-sechos habían sido arrojados en él...”

No es ésta sólo una fábula sobre el hecho de que nunca nos bañamos en el mismo río. Nos habla de las infinitas tentaciones de la nostalgia, que no se alejan pese a las alarmas, los castigos físicos y las lecciones de la historia. El periodista no siente compasión por las lágrimas del alemán. La nostalgia es individualista y fuente de desacuer-dos. Mientras que la añoranza y el sentimiento de pérdida pueden com-partirse, no ocurre lo mismo con las imágenes concretas del pasado que uno elige en interés de una identidad. La misma ciudad de Kaliningrado-Kö-nigsberg podría ser convertida en un parque temático de ilusiones perdidas. ¿De qué sentía nostalgia la pareja; de la antigua ciudad o de sus relatos in-

fantiles? ¿Cómo se puede sentir nos-talgia de un hogar que no se tuvo? El hombre anhelaba un gesto ritual visto en las películas. Soñaba con reparar la añoranza a través de la pertenencia.

utopía retroactivaPor haber crecido en la URSS y emi-grado a los Estados Unidos a comien-zos de los 80, la nostalgia me persigue y me perturba. Nostalgia (de nostos, re-greso a casa, y algia, añoranza, pena) significa echar en falta un hogar que ya no existe o nunca existió. La nostal-gia tiene un componente utópico, pero no se dirige al futuro. A veces tampoco se dirige al pasado sino a un costado. El nostálgico se siente asfixiado den-tro de los límites convencionales del tiempo y el espacio. A primera vista,

la nostalgia es la añoranza de un lugar pero, en realidad, supone suspirar por otra época, la de nuestra infancia, por los ritmos más lentos de nuestros sue-ños. En un sentido amplio, es rebelión contra la idea moderna del tiempo, el tiempo de la historia y el progreso.

El nostálgico desea borrar la historia y convertirla en una mitología privada o colectiva, revisitar aquel tiempo co-mo si fuera un espacio. Sin embargo, en cuanto tratamos de repararla con la pertenencia, la aprehensión de la pérdida con el redescubrimiento de la identidad, a menudo nos alejamos y ponemos fin al mutuo entendimien-to. Algia, el añorar, es lo que compar-timos, pero nostos, el regreso a casa, es lo que nos divide. Es la promesa de reconstruir el hogar ideal lo que está

en la base de muchas ideologías influ-yentes de hoy, tentándonos a renunciar al pensamiento crítico para reunirnos en lo sentimental. Analizaré la nostal-gia como sentimiento histórico: como resultado de una nueva comprensión del tiempo y el espacio que hizo posi-ble la división en “local” y “universal”. La nostalgia no siempre tiene que ver con el pasado. Puede ser prospectiva o incluso virtual.

Durante mucho tiempo tuve prejui-cios respecto de la nostalgia. Recuerdo que, cuando recién había emigrado a los Estados Unidos en 1981, la gente me preguntaba: “¿Extraña?” Nunca sabía bien qué contestar. “No, pero no es lo que usted piensa”, solía decir. O “Sí, pero no es lo que usted piensa”. Llegué aquí como refugiada política con dos valijas y 90 dólares. Tras una inspección de seis horas en la frontera soviética, se me dijo que lo más proba-ble era que nunca pudiera volver a Ru-sia ni ver a mis padres. Tenía apenas 20 años y quería mirar hacia adelante, no atrás. La nostalgia parecía una pér-dida de tiempo y un lujo. Acababa de aprender a contestar “bien” de manera convincente a la pregunta “¿Cómo es-tás?”, en lugar de las tortuosas conside-raciones rusas sobre los insoportables tonos de gris de la vida.

Sin embargo, pronto me di cuenta de que a todos esos extranjeros bien-intencionados los decepcionaban mis evasivas y habrían preferido oír un re-lato estremecedor de sangre en la nie-ve, como en el film Doctor Zhivago.

Los motivos de mi emigración son complejos. Me resulta difícil hablar de ellos sin convertir mi vida en un cuento con moraleja o una parábola política. Y no obstante, mi emigración fue po-lítica y participé en varias manifesta-ciones por los derechos humanos (en general, marchando a la cola) e incluso

a través del relato de las anuales visitas a su país de origen, la joven ensayista rusa, radicada en los eeUU, desmenuza las trampas y los peligros políticos de construir una fábula nacional dorada a partir de un pasado arrasado por la historia.

Una memoria postsoviética

ensayista y artista, autora de “el futuro

de la nostalgia”. enseña en Harvard.

Lleva el blog: www.

svetlanaboym.com

19931 de enero. checoslovaquia se divide pacíficamente en dos nuevas repúblicas: eslovaquia y checa. en 1989, ese país había abandonado el socialismo y adoptado el sistema liberal burgués sin violencia, en lo que se llamó la revolución de terciopelo.

12 de febrero. Fin del apartheid, sistema de segregación política, económica, social y racial. el gobierno sudafricano y el congreso nacional africano acuerdan elecciones libres para el año siguiente. Ganará nelson Mandela el 2 de mayo de 1994.

13 de septiembre. yitzak rabin, presidente israelí, y yasser arafat, de la organización para la Liberación de Palestina (en representación del pueblo palestino), firman la paz ante clinton, en Washington. Los duros de ambas partes, la rechazan.

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|23 DOMINGO 1 De NOvIeMbre De 2009 | Clarin

le saqué la lengua al monitor de la KGB en el sombrío 1980, durante los Juegos Olímpicos de Moscú. Yo conseguí emi-grar pero mis padres pasaron siete años como refuseniks en Leningrado. A mi padre lo despidieron de su puesto de ingeniero y tuvo que dejar la presiden-cia de la asociación de cineclubes, que era el hobby de su vida. En una reunión pública de estilo judicial celebrada en su fábrica, lo culparon de “criar una hija que era una traidora a su patria”. Después de eso, comenzó a trabajar de portero y a aprender inglés. Mi con-cepción de lo político era entonces una mezcla de rebeldía contra la coerción y claustrofobia de la vida soviética (las hipocresías diarias, las vigilancias, las jerarquías no escritas que destruían lo que quedaba de los ideales de justicia, y el antisemitismo estatal) y un sueño literario existencialista de liberación. Esto último lo atribuyo al cineclub de mi padre, al cineasta Michelangelo An-tonioni y a mi escritor argentino predi-lecto de entonces, Julio Cortázar (tra-ducido y considerado progresista pese a sus desvíos, como el de haber sido influido por “un escritor reaccionario, Borges”, cito del prólogo soviético). Me gustaba de ellos sobre todo la libertad para llevar una doble vida y el lujo de un alejamiento creativo que ese prólo-go calificaba de “crítica marxista a la so-ciedad burguesa”, pero que para mí era lujo cultural, y no deseaba remediar esa forma de alejamiento, de vagabundear por los senderos de lo maravilloso. Sólo sentía nostalgia por las oportunidades perdidas, no por los paraísos en la tie-rra o en cualquier otra parte.

Más tarde, cuando entrevisté a inmi-grantes, sobre todo a quienes habían emigrado en circunstancias personales y políticas difíciles, advertí que para al-gunos la nostalgia era tabú: no querían mirar atrás. Si había un duelo secreto, era mejor no nombrarlo. Nombrar era una especie de profanación, era con-vertir las luchas en algo kitsch, reducir la pérdida a una frase efectista.

amor por los detallesLa nostalgia poscomunista es una de las últimas reacciones al nuevo ciclo de modernización y globalización. A la euforia de las revoluciones de tercio-pelo, el golpe de Estado fallido, la caída del Muro, los monumentos derribados y un breve romance con Occidente si-guió un rebrote de la añoranza de lle-var una vida más estable. A menudo la nostalgia poscomunista no es local ni global sino “glocal”. Depende de la cultura comercial occidental (que lle-gó como globalismo) y a la vez intenta cuestionarla.

La nostalgia restauradora está en la base de los recientes movimientos de recuperación nacional y religiosa. Pre-senta dos tipos de argumento: el retor-no a los orígenes y la conspiración. La nostalgia reflexiva no sigue un solo ar-gumento sino que examina diferentes

ruta para los viajes y los desvíos indivi-duales, no una “calle principal” de una sola mano. La memoria nacional, en cambio, traza relatos y huellas dentro de una historia única con un clímax, desenlace y olvido selectivo.

Me obsesiona el hecho de que 1989 se interprete de modo diferente en 2009 en Rusia y en Europa oriental/el resto del mundo. En la opinión pública oficial de Rusia, no hay motivo para el festejo. El presidente/primer ministro ruso Vladimir Putin destruía los archi-vos de la Stasi en momentos en que se desmoronaba el Muro (en calidad de teniente de la KGB) y más tarde cali-ficó de “catástrofe” la caída del Muro y el fin de la Unión Soviética. La reli-gión política rusa hoy está empapada de nostalgia restauradora –por el gran

rusa. Pero este acontecimiento se vio opacado por los sucesos de 1993 y lue-go fue borrado por el siglo XXI. Esa transformación de la opinión pública no fue del todo espontánea y en parte tuvo lugar con la ayuda de los así lla-mados “tecnólogos políticos”, quienes comenzaron a moldear las noticias en Rusia con el cierre de la mayoría de los canales de TV no estatales. En 2001 los protagonistas del hecho que habían sido entrevistados diez años antes no confiaban en sus propias palabras, no recordaban bien lo sucedido, le resta-ban importancia como protesta política y subestimaban su potencial para crear un futuro democrático diferente.

Al pensar en los sueños pasados sobre el futuro, recuerdo que, la pri-mera vez que volví a mi ciudad natal,

Leningrado/San Petersburgo, recorrí las plazas con juegos infantiles. Los chicos del barrio jugaban montados sobre pequeños Sputniks despintados que habían aterrizado allí hace tres décadas. Recordé que lo primero que habíamos aprendido a dibujar en el jardín de infantes en los 60 eran co-hetes. Siempre los dibujábamos en mitad del lanzamiento, ascendiendo relucientes con una estela de fuego en la cola. Los cohetes de la plaza se pa-recían a esos viejos dibujos, sólo que se los usaba como tobogán, para des-cender, no para ascender, aunque esto no arruinaba la diversión. Habían sido fabricados en la eufórica era de la ex-ploración espacial soviética, cuando el futuro parecía brillante y la marcha del progreso, triunfal. Acaso a falta de una alternativa, los chicos seguían jugando en esas ruinas futuristas de otra época que parecían tan anticuadas. En las plazas de los nuevos ricos, los juegos han sido actualizados; flamantes caba-ñas de madera con elegantes torres de estilo folclórico ruso reemplazaron a los cohetes futuristas del pasado.

El siglo XX empezó con una utopía futurista y terminó con nostalgia. La preocupación por el futuro no está de moda. Como contrapunto de nuestra fascinación por el ciberespacio y la al-dea global virtual, hay una epidemia no menos global de nostalgia, la año-ranza de una comunidad con memoria colectiva. Los nostálgicos a menudo se sienten obligados a decir qué es lo que añoran: otra ciudad, otra época, una vida mejor. La nostalgia impregna las ideologías nacionales y la cultura po-pular de fines del siglo XX, en las que con frecuencia se usan los avances tec-nológicos y los efectos especiales para recrear visiones idealizadas del pasado. La globalización fomenta el apego lo-cal; la nostalgia reaparece como defen-sa ante nuestro acelerado ritmo de vida y los cataclismos históricos.

En viajes posteriores a Rusia a lo largo de los 90 –una década de Rusia ahora recordada e interpretada de mo-do equivocado, durante la cual se abrie-ron muchas opciones de desarrollo–, pude presenciar muchas representa-ciones experimentales interesantes de la historia. Esa vigorosa cultura pública de los 90 está casi olvidada. Pero eso no tuvo que ser así y el futuro ruso no estaba ni está predeterminado por el relato nostálgico y el autoritarismo ru-sos, que a menudo pueden convertirse en una profecía autocumplida. Creo en la pluralidad interior de las culturas, no en los muros impenetrables entre ellas. Por eso, al conmemorar este ani-versario de la caída del Muro de Berlín y de mi regreso a Rusia, siento cierta nostalgia, no por el pasado que fue si-no por los futuros que pudieron haber sido y por las muchas oportunidades perdidas para nuestro presente. C

Copyright Svetlana Boym. Traducción de Elisa Carnelli

formas de habitar numerosos lugares al mismo tiempo. Ama los detalles, no los símbolos. En el mejor de los ca-sos, puede presentar un desafío ético y creativo, no sólo un pretexto para la melancolía de medianoche. Combina la ironía con el afecto. La nostalgia quizá sea inevitable, pero no debe ser irreflexiva. Al pensar en la comunidad imaginada, debemos distinguir entre la “memoria nacional” y los “marcos sociales” de la memoria individual. Los estados naciones o los grupos étnicos no deben ser vistos como únicos de-positarios de la memoria. Los marcos sociales de la memoria pueden basarse en la experiencia urbana y en la expe-riencia de una generación en particu-lar. La memoria individual y colectiva es un reservorio de relatos y huellas, aromas e imágenes. Los marcos socia-les de la memoria constituyen hojas de

imperio ruso y sus “esferas de influen-cia” en los siglos XIX y XX, y por la política exterior soviética extendida por todo el mundo.

Regresé a Rusia en 1989, hace hoy veinte años, y volví cada verano en los siguientes diez años, colaborando con revistas políticas y programas de televi-sión que intentaban tender puentes en lugar de levantar murallas. El equiva-lente ruso de 1989 fue agosto de 1991, un acontecimiento singular en la his-toria postsoviética en el que se produjo una auténtica protesta política (no una nacional) contra el golpe que pretendía poner fin a las reformas de Gorbachov. En aquel momento, la protesta que surgió de la vigorosa cultura política de la glasnost y la perestroika (vocablos rusos internacionales de hace veinte años) pareció haber detenido el golpe y modificado el rumbo de la historia

despues del muro

4 de octubre. Con un guiño permisivo de Occidente y el Grupo de los 7, Yeltsin ordena bombardear el Parlamento. Lo había disuelto el 22 de septiembre para llamar a elecciones legislativas en diciembre y crear un nuevo Congreso. Pero los

diputados se resistían. Con el bombardeo los venció. Antes, el 22 de marzo, había disuelto el Soviet Supremo y en abril llamó a un referéndum para modificar la Constitución: la nueva será Carta Magna y de carácter presidencialista.

199415 de abril. Nace la Organización Mundial de Comercio (OMC) en reemplazo del GATT, acuerdo de aranceles que regía desde 1945. En consonancia con los intereses de los países ricos, tuvo por objetivo “liberar” los servicios, patentes y estructuras estatales.

de la serie luriKi, 1970-80; del artista Boris mijailov. FOTOS bLANCO Y NEGrO COLOrEAdAS. ESTAS ObrAS dE ArTE CONCEPTuAL durANTE LA ErA SOviETiCA FuErON ExhibidAS EN LA FuNdACiON MArCh, dE MAdrid, EN 2008.

GENTiLEZA FuNdACiON MArCh

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24| Clarin | DOMINGO 1 De NOvIeMbre De 2009

Por Emir

Sader

dESpuES dEl muro

Obligados a imaginar “otra realidad posible”

L a caída del muro marca el cie-rre del período abierto por la Revolución Bolchevique de 1917, la cual –para decirlo en

palabras del filósofo George Lukacs– planteó el socialismo como un tema de “actualidad histórica”. Las luchas revolucionarias, aun en la periferia re-trasada del sistema capitalista, tendrían entonces el socialismo como objetivo. El paso del capitalismo a su fase supe-rior, el imperialismo –según el clásico análisis de Lenin, confirmado por las dos guerras mundiales, ambas inter-imperialistas– constituía una cadena mundial que articulaba todas las socie-dades. La Revolución Bolchevique se explicaba en esa lógica y se veía como posible “saltar etapas”, construir una revolución anticapitalista dirigida por el proletariado.

“Revolución socialista o caricatura de revolución”, dijo décadas después el Che Guevara sintetizando el signifi-cado de la actualidad de la revolución socialista. Los grandes debates de la iz-quierda se daban entonces alrededor de las estrategias etapistas o socialis-tas, reformistas o revolucionarias, par-lamentarias o insurreccionales, pero siempre en dirección al socialismo. El tema del poder y la profundidad que deberían tener las transformaciones una vez alcanzado el objetivo, también estaban en el centro de esa discusión.

El proceso chileno a comienzos de los años 70 es un claro ejemplo. Se discutían las vías de construcción del socialismo, pero no el sistema en sí. Si bien Salvador Allende triunfó con sólo el 34% de los votos, puso en marcha un programa radical que expropiaba a las 150 corporaciones más grandes instaladas en Chile. ¿Cómo destruir al capitalismo y construir el socialismo sin contar con la mayoría del país?

1989 y sus consecuencias inmedia-tas –el fin del campo socialista y de la Unión Soviética– hicieron que el mundo ingresara en un nuevo perío-do histórico. Se terminó la etapa de la bipolaridad y el socialismo desapareció de la agenda mundial. A esto se sumó la adhesión de China a la economía de mercado; el giro de Cuba hacia una situación de defensiva durante su “período especial” y, en el campo de la izquierda, a tener como prioridad la lucha antineoliberal.

repliegues en la izquierdaEste nuevo período se caracterizó ade-más por pasar de un ciclo largo expan-sivo del capitalismo a un ciclo largo recesivo y por saltar de la hegemonía de un modelo regulador (o keynesiano o de bienestar social, como se lo quiera llamar) a un modelo neoliberal, desre-

gulador. La combinación de esos tres virajes –todos de carácter regresivo– hicieron que la izquierda pasara de un protagonismo esencial a una posición de repliegue y pérdida de la iniciativa.

Su nueva cara apareció con el Foro Social Mundial, en San Pablo, que le-vantó una consigna minimalista si se la compara con las del socialismo: “Otro mundo es posible”. No se menciona qué mundo sería ése aunque se dedu-ce que se trata de uno antineoliberal aunque no necesariamente anticapita-lista. En estas consignas la referencia al capitalismo desaparece aunque se hace referencia directa a la mercanti-lización del mundo –“Lo esencial no tiene precio”–, característica central del capitalismo en los análisis de Marx.

Con el Muro cayó también una de-terminada manera de interpretar el mundo. En la era bipolar había dos in-

La desaparición del bloque soviético neutralizó la utopía socialista e impuso un estilo de vida único y sin valores altruistas. En repliegue y sin dirección, la izquierda latinoamericana dejó de lado su histórico optimismo para concentrarse en restañar una esfera pública dominada por el éxito individual y el mercado.

terpretaciones en disputa: una conside-raba que la contradicción fundamental en el tiempo contemporáneo era capi-talismo o socialismo; la otra creía que era democracia o totalitarismo. Con la victoria del bloque occidental triunfó también su versión del mundo y la de-mocracia liberal pasó a ser sinónimo de “democracia” mientras la economía capitalista se volvió equivalente a “la economía”.

El tamaño de la derrota y los retroce-sos para la izquierda han sido enormes y, al mismo tiempo, difíciles de men-surar concretamente. Basta decir que la llamada globalización se ha erigido en algunos de sus aspectos fundamen-tales sobre esos reveses. La incorpora-ción al mercado mundial de territorios que estaban parcial o totalmente sus-traídos de esa órbita, como China, los países del Este europeo o Rusia.

Las empresas estatales fueron masi-vamente transferidas al mercado me-diante extensos y acelerados procesos de privatización. Recursos naturales como el agua fueron mercantilizados y pasaron a manos privadas. Los dere-chos a la salud y la educación se trans-formaron en bienes negociables en el mercado. Los Estados planificadores se redujeron al mínimo. La apertura de los mercados debilitó las soberanías nacionales. La mayor parte de los tra-bajadores dejó de tener seguridad en sus contratos de trabajo.

Víctimas privilegiadas de este nuevo período fueron la clase trabajadora y el movimiento sindical; el socialismo y las fuerzas de izquierda; el Estado y los partidos; la planificación económica y las soluciones colectivas. El individua-lismo posesivo, el mercado, el egoís-mo, el consumismo, los shopping-cen-ters, el éxito individual, el modo de vida norteamericano, las grandes marcas,

Los efectos en América Latina

Profesor de las universidades de San Pablo y

del estado de rio de Janeiro.

es secretario ejecutivo de

CLACSO y coordinador del

Laboratorio de Políticas Públicas.

“el nuevo topo. Los caminos

de la izquierda latinoamericana”,

(Siglo XXI) es su último libro.

1994diciembre. Al desintegrarse la URSS, Chechenia, una provincia de Rusia (no eslava y musulmana) declara su independencia de la Federación Rusa. Yeltsin rechaza esta pretensión y envía el ejército para aplastar el movimiento en Grozny, la capital chechena.

1995Genocidio. En julio, el ejército serbio junto con el grupo paramilitar “Los escorpiones” asesina a 8.000 bosnios en Srebrenica, que había sido declarada “segura” por la ONU. La “limpieza étnica” tuvo como blanco a los varones musulmanes

bosnios pero asesinaron también a niños y ancianos. Cientos de bosnias fueron violadas. Ese año termina la guerra con el Tratado de Dayton. La ex Yugoslavia se dividió en Bosnia Herzegovina, Croacia, Kosovo, Macedonia, Montenegro, Serbia y Eslovenia.

1996Triunfo talibán. En septiembre, tras 9 años de luchas entre los señores de la guerra, toman el poder los talibán liderados por el mullah Omar, e imponen la ley islámica en Afganistán. Gobiernan hasta 2001, cuando son atacados por EE.UU. y la OTAN.

marCha anTiGlobalizaCion. MANiFESTANTES AGiTAN BANDERAS EN EL FORO DE PORTO ALEGRE, CONTRAPARTE DEL FORO DE DAvOS, EN ENERO DE 2003

AFP

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|25 DOMINGO 1 De NOvIeMbre De 2009 | Clarin

las empresas como símbolo del dina-mismo económico, entre otros valores, pasaron a constituir el nuevo modelo hegemónico. El neoliberalismo se vol-vió dominante no sólo como política de gobierno, sino como modelo, como valores, como forma de vida.

En ese marco, ¿qué es lo que carac-teriza a la izquierda del siglo XXI, la posterior a la caída del Muro? Antes de todo, ser antineoliberal. El neoliberalis-mo representa la forma más desarro-llada de capitalismo pues promueve a su nivel más alto la mercantilización, la transformación de todo en mercan-cía, la conversión del mundo en un lugar donde todo tenga precio, todo se vende, todo se compra. Es el modelo hegemónico que articula a todo el sis-tema económico, político e ideológico de poder mundial. ¿Qué significa ser antineoliberal?

No solamente oponerse y resistir a las políticas neoliberales sino desmer-cantilizar, afirmar derechos contra la competencia, construir la esfera públi-ca en contra de la esfera mercantil. En América Latina es donde la nueva iz-quierda posmuro de Berlín más se ha desarrollado. Es aquí donde el neolibe-ralismo tuvo su cuna. Aquí los gobier-nos de esa tendencia se multiplicaron más y en forma más radical. Nuestra región reaccionó frente a las graves consecuencias de esas políticas eligien-do, desde 1998, el mayor número de gobiernos progresistas de su historia. Tienen diferencias en sus políticas, pe-ro todos se caracterizan por dos rasgos esenciales: elegir los procesos de inte-gración regional por sobre el Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos (ALCA) y dar prioridad a las políticas sociales.

Esta nueva izquierda nacida de la reacción al neoliberalismo tiene dife-rencias en su interior: están los rela-tivamente moderados, como Brasil, Argentina, Uruguay, Paraguay, El Salvador, Nicaragua; y los más radica-lizados, Cuba, Venezuela, Ecuador y Bolivia. Pero todos se plantean la su-peración del neoliberalismo, algunos para construir modelos posneolibera-les, otros como vía para el socialismo del siglo XXI. Se trata de una izquierda que se dio cuenta de que no basta con resistir, denunciar y protestar- tareas de quien se opone a un mundo do-minado por el poder de las armas, el dinero y el monopolio de la palabra-, sino también que hay que construir el “otro mundo posible”, para lo cual hay que disputar hegemonía, innovar en proyectos y vías, lanzarse a recrear la izquierda del siglo XXI para que los reveses hayan sido tropezones y no caí-das, y las lecciones sirvan para avanzar en lugar de seguir llorando sobre los muros caídos. C

Por ricardo

Ffrench-Davis

Despues Del muro

Especulación financiera,o el triunfo de la distorsión

L a caída del Muro fue un triun-fo relevante de la lucha de los demócratas por la liber-tad. Y llevó a hablar del “fin

de la historia”, con predominio de la democracia y el mercado. Hoy, sabe-mos, estamos al medio de la historia, enfrentados a los efectos de una crisis financiera global, con crecimiento eco-nómico mediocre y excesiva desigual-dad en Latinoamérica.

Para los centros de poder determi-nantes, el “triunfo del mercado” des-pejaba el camino para una versión ex-trema. Surgió el llamado Consenso de Washington (CW) o neo-liberalismo. La caída del Muro le dio fuerza adicio-nal a la tendencia que, con diversas va-riantes, avanzaba veloz en la enseñan-za económica en EE. UU. Lo que pudo ser el triunfo de una versión de merca-do en favor del desarrollo productivo, con el eje en la equidad, se transformó en un enfoque que privilegió la dimen-sión financiera sin regulaciones, foca-lizada en el corto plazo u overnight y en ganancias especulativas. Hubo en estos años un exceso del financierismo en detrimento del productivismo.

América Latina obtuvo algunos logros importantes. Derrotó la hipe-rinflación, con inflación moderada y baja en la mayoría de los países desde mitad de los ‘90. Muchos exhibieron superávit fiscales primarios y una ex-pansión de las exportaciones superior al resto del mundo. Pero si se com-prende bien el papel de la economía, -proveer bienestar para la gente-, el CW fracasó. La región requiere de un vigoroso crecimiento, que además se centre en los trabajadores y las pymes, con progresivas mejoras en la distribu-ción del ingreso.

En estos dos decenios, salvo ex-cepciones, el PBI apenas subió 3,3% promedio anual, con lo cual no logra acortar distancias significativas. Y ese crecimiento mediocre fue regresivo, con salarios estancados y en situación de gran precariedad. Por eso hemos planteado con persistencia la urgente necesidad de una “reforma de las re-formas del CW”; para avanzar hacia un crecimiento con equidad. Y deben ser correcciones radicales.

Por una parte, destaco el modo de hacer macroeconomía. No tiene sus-tento decir que la región lo hizo muy bien en la escala macro y falló al nivel micro.

En ambas dimensiones se requieren hondas correcciones. Tenemos tipos de cambio muy inestables, negativos para la inversión productiva; esa es una falla macro. Y tuvimos una ma-croeconomía con muchos altibajos en la demanda agregada, o capacidad de gasto del conjunto de la economía; otra falla macro. Graves altibajos tuvieron lugar en estos 20 años. Si se grafica la marcha de la demanda interna y el tipo de cambio real parecen una “montaña rusa”. Se trata de un ésimo escenario para un emprendedor y para el empleo

de alta calidad.Por otro lado, tenemos un mercado

de capitales muy intenso en inversión financiera overnight, y uno muy débil para quien invierte en equipos, maqui-narias e innovación. En Corea, China, EE. UU. y Europa se hicieron vigoro-sos segmentos de largo plazo y siste-mas de garantías innovadoras.

La crisis global condujo a una revi-sión de paradigmas. El mundo, en su institucionalidad económica interna-cional, y nuestros países, en sus estra-tegias nacionales, tienen la oportuni-dad de acentuar las correcciones que ya se observan en algunos casos, para cambiar el foco hacia economías más eficaces en proveer más bienestar y progresivamente más equitativas. C

economista. Profesor de la

Universidad de Chile y Premio

Nacional de Ciencias Sociales

y Humanidades 2005 en Chile.

Su último libro es “reformas para América Latina

después del fundamentalismo

neoliberal”.

Economía

Pese a los logros conseguidos en los 90, la región debe comprometerse con la distribución de riqueza y corregir sus opciones de finanzas.

199923 de noviembre. Multitudes de jóvenes de varios países e ideologías se reúnen en Seattle (EE.UU.) para manifestar contra la cumbre de la OMC donde se da cita el poder económico mundial. Es la primera de una serie de protestas contra la globalización.

2004ampliación de la ue. El 1 de mayo se incorporan República Checa, Chipre (sólo la parte greco-chipriota), Eslovaquia, Eslovenia, Estonia, Hungría, Letonia, Lituania, Malta y Polonia, ampliándose la cantidad de miembros a los 27 países actuales.

20087 de agosto. Georgia intenta la recuperación de la república prorrusa de Osetia del Sur, de un grupo étnico distinto, e independizada de facto desde 1992, como consecuencia de la desintegración de la URSS. Apoyan a Osetia, Abjasia y Rusia.

pan y trabajo. Un dESEMPLEAdO bRASiLEñO GRitA SU PROtEStA, dURAntE LAS MAnifEStACiOnES En EL fORO SOCiAL dE PORtO ALEGRE, En EnERO dE 2001.

AfP

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26| Clarin | DOMINGO 1 De NOvIeMbre De 2009

Por Beatriz

Sarlo

deSpueS del muro

El país, ensimismadoConcentrado en su propia agenda de deudas con el pasado, inflación y marginalidad, el país no estuvo en condiciones de sintonizar con las transformaciones que nacían en Europa.

La Argentina en 1989

Hay momentos en que un país, o incluso un conti-nente, queda lejos del cau-ce por donde transcurre la

historia. A esa región distante no llega lo que Hegel llamó, contemplando a Napoleón en Jena, el “alma del mun-do”. Una nación permanece ensimis-mada en sus conflictos, sus peculiari-dades o su decadencia, mientras otras dan la impresión de seguir un impulso que conduce al futuro. Sin embargo, la grandiosa imagen de Hegel plantea la dificultad de descubrir, en el corto plazo del presente, cuál es verdade-ramente la dirección de esa corriente principal, si es que ella existe.

El concepto mismo de historia uni-versal queda en cuestión, porque no siempre hay un solo tiempo, un úni-co presente, sino tiempos diferentes en espacios dife-rentes. Diversos presentes coexisten y se ignoran. La temporalidad es un proble-ma y no el método sencillo para ordenar los hechos. A pesar de la globalización mediática, los hechos están localizados y se experimen-tan con la materialidad de lo próximo.

A comienzos de 1989, la Argentina se regía por un calendario que no se acom-pasaba con el europeo. El año se inició con la toma de La Tablada, un episodio guerrillero de arquitectura ideológica extremadamente confusa, táctica disparatada y objetivos inalcanzables. Realizando una torsión que podría llamarse carnavales-ca si no hubiera producido muertes, se fingió un copa-miento militar golpista para evitar una insurrección su-puestamente inminente. En el curso de las horas, esta ficción cayó y el ejér-cito se dedicó a reprimir salvajemente a los atacantes civiles. Responsable del diseño de toda la operación fue Enrique Gorriarán Merlo, dirigente guerrillero del Ejército Revolucionario del Pueblo y figura mítica de la lucha armada de inspiración trotskista. El ataque al regimiento de La Tablada es una especie de emblema tardío, fuera de época: el 23 de enero de 1989 giraba hacia atrás, hacia los copamientos gue-rrilleros de 1974 y 1975. A comienzos de 1989, la Argentina parecía atrapada en una telaraña de recurrencias y, más que mirar hacia el futuro, el país pare-cía preso en los conflictos del pasado.

Pocos días más tarde, en la primera semana de febrero, una corrida cam-biaria de magnitud insólita destruyó la moneda que entonces se llamaba “aus-tral”. Si lo que sucedió después fue po-sible, lo fue porque la experiencia de la hiperinflación arrasó como un venda-val funesto todas las formas de relación

lita, demostraba ser en 1989 un país profundamente marginal, sustraído de la gran escena política e ideológica, cultural y económica de la década si-guiente. Ser marginal no siempre es un obstáculo para el cosmopolitismo; pero puede serlo si la marginalidad se potencia en situaciones extremas co-mo las que se estaban viviendo aquí. No había inclinación ni disponibilidad ideológica para percibir los hechos de Berlín como hechos contemporáneos a la crisis local.

Las temporalidades y los espacios se bifurcaban y el país no era contem-poráneo de esos hechos. Más que a la caída del Muro, el imaginario remitía a la República de Weimar, si es que quedaba lugar para alguna imagen his-tórica. 1989 fue entonces un año sin

otra promesa que la de un cambio de gobierno, que despertó esperanzas lue-go defraudadas, el año en que la Argentina conoció la fuerza inexorable de los lazos que la unían a los países marginales y pequeños. Dos tempora-lidades: la caída del Muro representó el capítulo final de los socialismos reales y la emergencia de nuevas configuraciones cultura-les europeas, como si el futuro hubiera dispuesto que su meridiano pasara por el norte del mundo y fijara allí su cenit. En el sur, mientras el Muro caía, también caían en pe-dazos los fragmentos de un imaginario que había colocado a la Argentina en un espacio imaginaria-mente contiguo a Europa. Los saqueos, en cambio, colocaban al país en su

verdadera geografía latinoamericana. En 1989 se inaugura aquí el relato

anti-utópico de la necesidad económi-ca que gobierna con la ley férrea e in-visible de los mercados. Menem era el hombre del momento y, contradicien-do todo sentido fraternal, la sociedad argentina decidió aceptar que para sal-var una parte podía aceptarse el sacrifi-cio de otra. La democracia nunca pue-de ser solamente realismo político. Sin embargo, en los noventa el realismo político fue el único rostro no sólo del régimen menemista sino de quienes tuvieron la suerte de no ingresar en el creciente tumulto de los desocupados, los marginales y los miserables.

Tanto como en Alemania, en 1989 se abrió una década, pero fue nuestra década horrible. Tanto como en Ale-mania, era difícil prever en Argentina las transformaciones gigantescas que definieron, aquí y allá, naciones dis-tintas e inesperadas, no inscriptas en el pasado sino anunciando, con signo diferente, el futuro. C

social, económica y política. O sea que el primer semestre de 1989 encontró a la Argentina vuelta hacia adentro. Un país ensimismado, que se sentía excepcional en sus desgracias, había perdido toda posibilidad de prever el futuro inmediato y, sobre todo, no le interesaba lo que estaba sucediendo en otra parte.

Se olía la decadencia y la disgrega-ción. En junio, los dos últimos minis-tros de Economía de Alfonsín se su-cedieron, fracasando ambos vertigino-samente. La hiperinflación había des-trozado la capacidad adquisitiva de los salarios y, lo que es muchísimo más grave, había pulverizado la existencia misma de moneda, valor y precio.

En ese invierno del cono sur, comen-zaron los saqueos a pequeños negocios

y mercaditos de los suburbios, un li-breto desconocido hasta entonces. Los medios mostraban las imágenes de ve-cinos armados para proteger, desde los techos, sus negocios y propiedades. No se trataba de vecinos prósperos, sino de los pequeños comerciantes de los barrios pobres, que temían los asaltos y la violencia atribuida a quienes llega-ban desde las villas miserias y los para-jes todavía más desesperados.

Es difícil pasar por alto la insegu-ridad real y simbólica de un proceso de esta naturaleza. Se vive en una realidad opaca que ha perdido los sig-nos con los cuales se la conocía. Las consecuencias no sólo eran, previsi-blemente, que los pobres fueran cada vez más numerosos, sino que vastos sectores de capas medias no estuvie-ran en condiciones de saber si, ese mismo día, se convertían en pobres. El dinero había dejado de ordenar los intercambios cotidianos. Y, en las economías capitalistas, la ausencia de dinero implica la ausencia de Es-

tado. Todo sucedía en una atmósfera oscura y angustiosa.

En julio, Menem asumió por antici-pado como presidente. La hiperinfla-ción persistió, pero el cambio de go-bierno, con la salida de un presidente débil y la entrada de un presidente a quien no se lo responsabilizaba de la crisis, produjo una especie de descom-presión. Sin embargo, el orden econó-mico no se restableció de inmediato y la moneda siguió devaluándose.

En noviembre, cuando cae el Muro de Berlín, hace crisis el primer plan y el primer gabinete económico del nue-vo gobierno. El mercado se vacía de muchos productos y la hiperinflación continúa su socavamiento devastador de los lazos sociales. En este marco, los argentinos observan en sus aparatos de

televisión la caída del Muro.La capacidad colectiva para interesar-

se en aquello que sucedía en Alema-nia, cuya trascendencia era planetaria tanto en términos políticos como ideo-lógicos, estaba debilitada por la intensa concentración en un proceso local que destruía las bases mismas de la vida cotidiana. Reconocer la trascendencia de lo que sucedía en Berlín requería una forma de distanciamiento que la mayoría no estaba en condiciones de tomar: concentrada en su propia disolución, la Argentina sólo podía mirar los sucesos europeos como algo remoto, quizás importante pero que no la tocaba. Por supuesto que, si se revisa la prensa y las intervenciones intelectuales, se encontrarán reper-cusiones similares a las publicadas en los diarios de todo el mundo. Pero no me refiero aquí al dispositivo de in-formaciones sino a las condiciones de lectura y de asimilación de los hechos. La Argentina, que siempre se pensó a sí misma como una nación cosmopo-

dyn

amiStadeS. El Ex PrEsidEntE Carlos mEnEm junto a su EntonCEs Par dE los EE. uu., GEorGE Bush (PadrE).

ensayista argentina;

fue profesora de Literatura Argentina en

la UbA. es autora de libros sobre literatura

y estudios culturales. el último es “La ciudad vista.

Mercancías y cultura urbana”.

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|27 DOMINGO 1 De NOvIeMbre De 2009 | Clarindespues del muro

1961. “el MayOr prOyectO De la pOsGuerra”, según lo llamó Andreas Huyssen. En agosto, en el cruce de la Wildenbruchstrasse y la Heidelbergerstrasse, vecinos de Berlín Oeste (a la derecha) observan perplejos a los obreros de un barrio oriental levantar el Muro con bloques de concreto. En una sola noche se alambró el perímetro completo. Y los 155 kilómetros que llegó a medir se completaron en apenas 3 días. Desde el 45 había regido el libre tránsito entre ambos sectores.

ap

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huella PISaRaS eSe ReCueRDO.  a intervalos regulares, una simple placa conmemora la traza de cemento que separó las dos ciudades. A la manera de un epitafio, en ella se lee: “Muro de Berlín: 1961-1989”.

AFP