Aquello Que Entró(1)

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Aquello que entró

Cuando le preguntaron a madame DuDeffand,

si creía en los fantasmas, respondió con su

célebre frase. Dijo: "No, pero me dan miedo"

Todas las noches la abuela nos contaba historias de terror. Y nosotros nos cubriamosfuertemente con las frazadas y cerrabamos los ojos creyendo estar seguros mientras oíamosmaravillados en silencio cada palabra, una a una, las cuales eran articuladas como unacadencia misteriosa por aquella fantástica mujer.

Afuera la noche era tenebrosa, el pequeño foco que había colocado mi abuela a la entrada dela puerta principal alumbraba en un radio pequeño, y alrededor de nuestra pequeña casa todoera oscuro: arriba el cielo era como un agujero insondable, a la izquierda negro y tenebroso, ala derecha era lo mismo, es decir, mientras no se viera a nuestra pequeña casa solo seencontraba un negro abisal. Los ladridos de los perros y el sonido del viento rozando la hierbaeran, para nosotros, el canto monótono de nuestras vidas, es decir todo...era hermoso.

Las historias solo eran historias hasta que sucedió.

Un dia como cualquiera mi abuela apagó las luces y cerró las puertas como todas las noches;subió con su singular parsimonia, una vez arriba, con su tenue voz dijo:

Hoy les tengo una buena historia que contar, no es una de terror, pero estoy segura que lesgustará.

Comenzó con el "Érase una vez" y no con el "Cuentan hace mucho tiempo" que alertaba anuestra imaginación y nos anunciaba que la hecharamos a andar o a volar que es como mejorsería describirlo.

Mientras la abuela movía sus cansados labios y de ellos surgían palabra fantásticas se oyó unruido en la puerta principal. El metal de la puerta sonó, un golpeteo estridente, un sonido quenos mantuvo en un gran suspenso de saber quién era. Era una buena pregunta, ¿quien erapues quién llamaba a la puerta?. No hubo oportunidad de saberlo, la luz principal, el faroprincipal se apagó súbitamente y luego ya no se oyó nada durante unos cuantos segundos.Luego se oyeron pasos que ya no eran accionadas afuera, sino dentro. De alguna maneracruzó la puerta principal y como acto seguido la de la sala. Se podía oír al viento y cada uno delos pasos de quien entraba, aun los latidos de nuestros corazones inundados de incertidumbremezclados con un abominable terror, terror que nos carcomía el pecho.

Los escalones compensaron a chirriar una tras otro como los sonidos de las goznes

herrumbrosas, ya que ahora nos percatabamos de que aquéllo estaba cerca. La abuela corrióhasta donde estabamos, mis hermanos y yo, y con su osadía propia nos pegó contra suregazo.

Aquello subió las escalones y presenciamos su oscura silueta negra como el mismo cielo deafuera ha esa hora, de donde había venido. Su cabeza, sus brazos, sus piernas o lo que fueraneran nigerrimas. Lo oscuro se acercaba y mi abuela no permitiría eso. Nos cubrió suavementecon las frazadas y corrió a encender la luz, para ver por lo menos el rostro de quienseguramente habría de matarnos. La abuela encendió la luz y esta inundó a la silueta porcompleto. La oscuridad se esfumó tan pronto como la luz viaja y la silueta desapareciódejando, en el mismo lugar en donde estaba parada, un pequeño retazo raído de una tela suciay un indigesto hedor que caló en nosotros estigmatizandonos con un profundo y abismalterror.

Una de las historias que solía contarnos la abuela se volvió realidad.

Por Bholmes

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