Contra La Sociedad de Consumo

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Guillaume Fayé, Roberte de Herte y Charles BresolesGuillaume Fayé, Roberte de Herte y Charles Bresoles

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Contra la sociedad de consumo por Guillaume Fayé, Roberte de Herte y Charles Bresoles

Introducción por

Pierre Vial

Toda sociedad reposa sobre una escala de valores, implícita o explícita. Esta era en la que

vivimos tiene por valor supremo de referencia el valor del dinero. Esta dominada por la idea de que todo puede comprarse y venderse, incluida el alma de los hombres es sólo una cuestión de medios. El hombre productor-consumidor, el hombre comercial es un objeto, entre otros, sobre este enorme mercado en que se ha convertido el cuerpo social. En octubre de 1979 la revista "La expansión” alardea sin pudor, entre páginas llenas de publicidad, de un slogan que resume perfectamente el ideal de la sociedad mercantil: "La economía manda".

¿Cómo se ha llegado a esto? ¿Qué evolución histórica ha conducido a esta inversión que da

a la función económica el primer puesto, en detrimento de 1a noción misma de soberanía política? E1 economicismo reina al Este y al Oeste, ¿acaso no hace del capitalismo y del socialismo los dos avatares de una misma concepción del mundo?, ¿y cuales serían los fundamentos de una economía orgánica, en ruptura total con la sociedad de consumo, que, en un nuevo orden comunitario daría a la economía todo su lugar, pero ¿nada más que su lugar? Robert de Herte, Guillaume Fayé y Charles Bressolet han respondido a estas interrogantes en las páginas que ahora siguen en un artículo titulado “La Economía Totalitaria ".

El Reino de la Cantidad por Robert de Herte

Henos aquí pues, en la era del Homo-oeconomicus. Constatación elemental, de la que muchos -entre ellos, los que la han creado- no perciben su verdadero alcance. El cual es por ello tanto más considerable. No se dice ya: ¿cuánto es?, o ¿que vale?, sino: ¿cuánto vale? Pues, se entiende, en lo sucesivo, que la felicidad no reside sino en obtener bienes materiales. La misma propiedad fami1iar no vale más que su valor en dinero. Todo se vende, todo se compra: las recuerdos y el honor también. E1 último hombre descrito por Nietzsche nos dice la última palabra: "¿Amor?, ¿creación?, ¿deseo?, ¿estrellas?, ¿qué es esto? Así se pregunta el último hombre y guiña el ojo. La tierra se volverá más aguda y sobre ella saltará el último hombre que todo lo simplificará (...) Nosotros hemos inventado la felicidad, dicen los últimos hombres, y guiñan el ojo”.

La "ley del mercado" -es decir, la ley de los mercaderes- ha tomado el puesto sobre los

imperativos de la soberanía nacional, de preservación del patrimonio, del enraizamiento de las culturas, de la retransmisión de la herencia. Todo puede ser cedido a quien más ofrezca, a aquel que ponga más sobre la mesa. La riqueza que no pueda ser objeto de comercio o de cambio no vale nada. El hombre mismo no vale más de lo que valen las cosas que posee. El hombre se “tecnomorfiza”. Pasa a ser un objeto. Por otra, parte su vida tiene también un precio; las variaciones no dependen más que de su status socio-económico. La rentabilidad material nos dicta a corto plazo lo que debemos hacer; ella determina nuestra opción. En lo "rentable" hay renta: un ideal de pequeños viejos. Cuando se quiere corregir la natalidad se hace valer que es necesario para "pagar las pensiones de jubilación". Ninguna otra motivación sería más aceptada.

E1 materialismo inherente, en último análisis, al liberalismo y al marxismo no es al fin y al cabo

sino la disolución del alma interior. Desaparición de la acción no motivada por el interés personal o la existencia inmediata. Rechazo de “otro mundo” tejido por la eternidad de los recuerdos. Disolución de aquello que, sobrepasándonos podría apremiarnos y constreñirnos poniéndonos en forma. El reino de la cantidad, para retomar una expresión de René Guenón, es también: hic et nunc, nada de nada.

La caída de lo espiritual a lo material, del alma al espíritu, del espíritu al cuerpo: he aquí el

itinerario clásico de todas las decadencias. La era del homo-oeconomicus está unida al advenimiento del burgués, de la burguesía, -menos como clase que como tipo humano y sistema de valores- (distinción muy sencilla: los aristócratas actúan intentando preservar lo que son, los burgueses intentando preservar lo que tienen, el igualitarismo, recordémoslo, no iguala más que por debajo) y este hundimiento de todo lo que está elevado y diferenciado eleva todo lo que es homogéneo e indiferenciado. Equivale de hecho, a la inversión de las jerarquías. Poner la "tercera función" al nivel de las otras dos, no es sino poner todo el mundo en pie de igualdad, es invertir la jerarquía de las instancias y los órdenes. Desde entonces la "tercera función" no puede sino ocupar el puesto de la primera. En definitiva: desde el instante en que lo económico se emancipa de lo político, aquel tiende ineluctablemente a apropiárselo.

Se ha llegado pues a que el igualitarismo suprima las diferencias... salvo aquellas que son

contestables. Las garantías acordadas en nombre de la libertad política son retomadas en nombre de la libertad política-económica. Se dan al hombre en general derechos abstractos que los hombres particulares no pueden concretamente aprovechar. Es preciso no olvidar esto para evitar mal entendidos.

Mas esto es también un fracaso. Ningún sistema -liberal o socialista- fundado sobre la autonomía

integral y la primacía de lo económico procura satisfacción general. El homo-oeconomicus existe, pero no es un hombre feliz. La satisfacción de sus necesidades materiales, de sus necesidades centradas sobre una sola esfera, no apacigua su deseo, sino al contrario, lo refuerza, lo vuelve a la vez insaciable y desengañado. Toda concepción de la sociedad fundada sobre el bienestar, sobre el "welfare", no puede sino fracasar en su ambición de suscitar la felicidad. Pues resulta de la apropiación por el hombre de su ser propio, de la apropiación por el hombre de una personalidad específica en el interior de una entidad colectiva -mientras que la sociedad mercantil, masificada, desculturante, despersonalizante, no se construye sino por la aglomeración de hombres-masa, es decir, sobre las ruinas de las diferencias y las personalidades-.

Nosotros no despreciamos la economía. La economía no es el diablo. Y por otra parte, la "tercera

función" es tan necesaria como las otras. Es necesaria en su lugar. Las tres funciones son complementarias; son indisociables. Pero deben a la vez estar jerarquizadas: lo social en la dependencia de lo económico, lo económico en lo de lo político. Y la soberanía justificada por las formas de autoridad que la hacen legítima. Restablecer en su lugar la primera función, la tercera en 1a suya, poner fin al “reino de la cantidad”, a la concepción de la economía como destino, a lo social como razón de ser de la política, es todo una misma cosa.

La Dictadura del Bienestar por Guillaume Fayé

Aldoux Huxley pensaba haber hecho una obra de ficción situando su "Brave New World" en el tercer milenio. Ha muerto sin embargo constatando que la sociedad sin sufrimientos y sin necesidades insatisfechas estaba a punto de convertirse en la triste realidad de nuestro tiempo y que, como en su “Brave New World”, todo individuo libre o que hacía gala de cualquier pensamiento original era considerado como dañino por 1as masas condicionadas, por lo que el socio-antropólogo Arnold Gehlen ha llamado “la dictadura del bienestar”. Pues la religión del bienestar ha pasado a ser de forma llana y simple una dictadura, la del bienestar.

Esta voluntad afirmada constantemente de satisfacer los deseos materiales y la sed de consumo

de los hombres de nuestro tiempo no es en sí excesivamente chocante, ella está intrínsecamente unida a la existencia misma de la función de producción tal como la conocen las sociedades de origen indoeuropeo, tal como lo ha demostrado Georges Dumezil, la función de producción queda subordinada imperativamente a la función guerrera y sobre todo, a la función de soberanía. El drama reside en que asistimos a una relación de esta inversión, de esta relación de subordinación, en que el conjunto de la sociedad se encuentra dominado por estas exigencias consumistas y que la economía se ha investido del poder de resolver todos los problemas humanos.

Reduciendo todos los factores sociales a la economía, la sociedad de consumo hace de ella el

instrumento de un desarrollo global motivada por una falsa concepción de la felicidad, mezcla ilusoria de abundancia material y de ocios más o menos organizados. Lo que deja creer que no existen más que necesidades y deseos materiales, que estos son tan sólo individuales, siempre cuantitativos y siempre susceptibles de ser colmados. Ciertos patronos no cesan de afirmar por otra parte que la "empresa hace el mundo". Para "empresa y progreso", que se dice, el "vocero" del CNPF, las mutaciones de la empresa determinan las mutaciones sociales, 1a empresa es el fenómeno director de la sociedad, fenómeno al cual los franceses tendrían siempre reservas en adaptar en razón de sus "taras culturales" (sic).

Lo peor es, sin duda, que la mayoría de las gentes se dejan llevar por la aparente generosidad de

este totalitarismo económico. Los argumentos de buenos sentimientos no fallan nunca. Valery Giscard D'estaing escribe: "Sólo las economías de mercado están realmente al servicio del consumidor. Si se deja de lado las ideologías para considerar tan sólo los hechos, forzoso es constatar esto: los sistemas económicos en los que la regulación está asegurada por una planificación central ofrecen a los consumidores satisfacciones incomparablemente menos grandes en cantidad y en calidad que las que reposan sobre el libre juego de mercado”

Pero en nombre de la libertad individual de acceder al consumo de masas, este totalitarismo

difunde un individualismo furioso -el hipersubjetivismo del que habla Arnold Gehlen-, que descompone los grupos humanos destruyendo los lazos sociales y orgánicos de sus miembros, impidiendo todo proyecto colectivo, histórico o nacional.

Por tanto, a fuerza de prometer la felicidad para todos, el liberalismo de mercado acaba por

engendrar esperanzas engañadas y un ambiente de insatisfacción colectiva. El mito igualitario de la felicidad obligatoria se une aquí con el del progreso indefinido del nivel de vida individual, sea cual sea la prosperidad de los circuitos económicos. Paradójicamente, cada acrecentamiento cuantitativo de este nivel de vida refuerza la insatisfacción psicológica que había supuesto eliminar, provocando en el cuerpo social una dependencia casi fisiológica con respecto a los deseos económicos, con las

múltiples consecuencias patológicas que se derivan. “La falsa liberación del bienestar, escribe Pasolini, ha creado una situación tan loca y quizás más que la de los tiempos de pobreza”.

La espera de un progreso automático y mecánicamente adquirido convierte a los hombres en

esclavos del sistema y les dispensa de poner a prueba su imaginación y su voluntad. La dictadura del bienestar usa las sensaciones y acaba por usar al hombre. Konrad Lorenz escribe: “En un mundo pasado, los sabios de la humanidad habían reconocido justamente que no era bueno para el hombre llegar a su aspiración intuitiva de esperar el placer y sustraerse a la pena”. Embotado por los hábitos, el placer exige después una subasta permanente y arrebatada a la perversión. Los consumidores modernos quieren impacientemente tenerlo todo y al instante, pero esta hipersensibilidad a la privación les vuelve en realidad incapaces de degustar los bienes de la adquisición. Konrad Lorenz precisa: "El placer no es, sino el acto del consumidor. La alegría es el placer del acto creador”.

Arnold Geheln ha llamado pheonexia a esta alienación psicológica por la cual la satisfacción de

una reivindicación igualitaria provoca un aumento del deseo igualitario. Y neofilia a esa incapacidad profunda de las mentalidades sumisas al espíritu mercantil de satisfacerse de una situación adquirida. Lo que conduce al sistema a mantener un estado de rebelión permanente, tanto más viva cuanto que esa insatisfacción parece cada día más insoportable. Es una espiral sin fin. El alza indefinida del nivel de vida, prometida y reivindicada en no importa que cuyuntura, es un factor de crisis, en tanto que en el límite, esta dictadura del bienestar, amenaza el sistema mismo que lo ha engendrado alienando cada vez más profundamente a sus sujetos.

Esclavizados al mito igualitario del bienestar, los consumidores están efectivamente en vías de

rápida domesticación. La etología nos ha enseñado la historia de Sacculina carciri, ese cangrejo de apariencia normal que, desde el momento en que se fija como parásito sobre otro cangrejo, pierde sus ojos, sus patas y sus articulaciones para convertirse en una criatura con forma de saco, en el que los tentáculos plegables se hunden en el cuerpo del animal parasitado. "Horrible degeneración”, escribe Konrad Lorenz, que no puede dejar de observar "fenómenos de domesticación corporal en el hombre". Así la humanidad se ha metido en una vía que le deja sobrevivir pero que le priva de la sensibilidad, como en una especie de “Brave New World” poblado de parásitos "vulgarizados".

Esta esclavización mental a los beneficios ilusorios del progreso continuo fabrica, según

Raimond Ruyer, pueblos semivivos. Replegados en su acolchado capullo y preservados del mundo exterior, estos pueblos se agarran a valores a corto plazo y se contentan con actos de consecuencias inmediatas y directamente medibles y cuantificables expresados en valores económicos convenientes. Lo que lleva a nuestros hombres de Estado a definirse como "buenos gestores del negocio Francia", asimilando así el país a una especie de "sociedad anónima” por acciones-boletos de voto.

E1 individuo semivivo no ve su herencia: su descendencia y su línea son para él conceptos

incomprensibles. Administra día a día su destino estrecho y limitado, contentándose con rendir cuentas sobre sus actividades a los gestores puestos por encima de él. Navega a ojo, calculando -gracias a los nuevos economistas para los que nada hay imposible- el precio de su niño hasta la mayoría de edad. El afecto, no medible, es así reemplazado por lazos contractuales. En el manifiesto del partido comunista (l848), Karl Marx escribe: "La burguesía ha ahogado los estremecimientos sagrados del éxtasis religioso, del entusiasmo caballeresco, de la sentimentalidad bajo las aguas heladas del cálculo egoísta. Ha hecho de la dignidad personal un simple valor de cambio y, en lugar de las libertades caramente adquiridas, ha puesto la única e inexorable libertad de comercio (...). Fuerza a todas las naciones a adoptar el estilo de producción de la burguesía, aún cuando ellas no lo deseen. Las fuerzas a introducir en ellas, la pretendida civilización, es decir, a convertirse en burgueses. En una palabra, forma el mundo a su imagen".

¿Cómo describir mejor los efectos destructores, para las culturas, del espíritu comercial propagado por la burguesía?

Estas culturas se encuentran así reducidas a simples comportamientos de consumo y el único

lenguaje admitido es el del poder de adquisición, potencialmente igual en todos los pueblos y sobre toda la tierra. Esta voluntad de difusión de un único modo de vida amenaza la riqueza cultural de la humanidad. Al igual que para los comerciantes clásicos las fronteras y los hábitos variados constituían obstáculos insuperables para la sociedad de consumo, las diferencias étnicas, culturales, nacionales, sociales y personales deben ser inexorablemente resueltas. E1 sueño universalista de un vasto y homogéneo mercado mundial del consumo anuncia el advenimiento del homo-oeconomicus.

Sobrepasando así largamente su función de satisfacción de las necesidades materiales esenciales,

la economía se ha convertido en el fundamento mismo de la nueva “cultura universal”. Esta mutación ha reducido al hombre a no ser más que aquello que compra: definido en palabras de Valery Giscard D'estaing, su proyecto político dice así: "promover una inmensa clase media de consumidores”.

¿Dictadura del bienestar? Desde 1927, Drieu la Rochelle nos pone en guardia: “El sofoco de los

deseos por la satisfacción de las necesidades, tal es la economía sórdida, destilando facilidades para que nos abrumen las máquinas, que acabarán con nuestra raza. La abundancia de los ultramarinos mata las pasiones. Atiborrado de conservas, se hace en la boca del hombre una malvada química que corrompe las palabras. Más religiones, más artes, más lenguas. Aburrido, el hombre no dice nada”; (La Joven Europa).

Crecimiento Cero: Los Apóstoles del Renunciamiento. por Charles Bresoles

Camuflado bajo la crítica de caídas negativas del crecimiento y del progreso técnico, la teoría del crecimiento cero se propone, menos el denunciar la polución, prever los riesgos y buscar los remedios que de promover un panorama de recesión igualitaria, uniendo en una misma causa, el crecimiento y el progreso técnico. Presentado por sus autores como un rechazo de la muerte, este programa traduce en hechos un rechazo de la vida considerada en su diversidad, en sus cambios, en su movimiento. Versión moderna del milenarismo, la teoría del crecimiento cero conduce a una apuesta estúpida entre el respeto de los mandamientos ecológicos y las profecías apocalípticas fundadas sobre tres "males":

- La superpoblación; - E1 agotamiento de los recursos; - La polución.

Diferentes estudios entre los cuales el más reconocido es el Informe Meadows (MIT) retomado

por el Club de Roma, han dramatizado estos peligros bajo una forma científica. Constituyen ni más ni menos que una prolongación del "Ensayo sobre el principio de la población" publicado por Malthus en 1798. Según Malthus, la población tiende a crecer según una progresión geométrica o exponencial, y la producción de bienes de subsistencia según una progresión aritmética. Una natalidad incontrolada "naturalmente" excesiva, entraña pues necesariamente, según Malthus, la superpoblación y el hambre. Mediante esto el célebre pastor anglicano condenaba toda forma de ayuda a los pobres y, a fortiori, a las familias numerosas.

En esta época, Francia contaba aproximadamente con veintisiete millones de habitantes

viviendo de promedio una treintena de años y por lo general mal nutridos: dos siglos más tarde, cuenta con más de cincuenta millones cuya esperanza de vida supera los setenta años y que, en su gran mayoría, no parecen precisamente hambrientos. Los optimistas tienen razón al estar contra Malthus, lo que no impide hoy a los ecologistas fundar sus previsiones apocalípticas sobre poblaciones foráneas, completadas por un análisis globalizante y llenas de prejuicios igualitarios.

Estas extrapolaciones consisten en prolongar indefinidamente las curvas (y por lo tanto las tasas

de crecimiento) provisorias correspondientes a una fase particular de la evolución económica. Según el mismo método, la extrapolación de los primeros días del crecimiento de un recién nacido debería incitar a imponérsele una dieta severa a fin de evitarle alcanzar proporciones rabelesianas. La curva de crecimiento de todo tipo de magnitudes, que caracterizan ya a organismos vivos, ya fenómenos económicos, culturas microbianas e igualmente procesos físico-químicos, tienen generalmente, el aspecto de un sigmoide más o menos simétrico (curva logística) cuya primera parte, pero solo la primera, puede ser asimilada a un exponencial.

Asociados a una recesión pesimista de los recursos, haciendo impass de todo progreso teórico,

no es de extrañar que tales extrapolaciones conduzcan a la premonición de un futuro inferna1. La visión globalizante, emparentada al análisis del sistema e implícitamente fundada sobre un

igualitarismo extremo, consiste en asociar seres más o menos independientes y por tanto concurrentes en los conjuntos más vastos posibles, tales como la humanidad, la biosfera o el ecosistema, y a no juzgar una evolución más que en función de estos conjuntos. Ilustra este paso globalizante: un zorro caza un conejo; el conejo huyendo, consume energía; el zorro persiguiéndole, la consume también; si finalmente el zorro atrapa al conejo, la energía utilizada habrá sido

"inútilmente desperdiciada", hubiese sido mejor, por el sistema "conejo-zorro" que el conejo se dejase devorar sin huir; devorando al conejo, el zorro "desperdicia" la energía de manera irreversible, en virtud del segundo principio de la termodinámica; hubiera sido pues preferible para el conjunto del sistema “conejo-zorro”, que el conejo ayunase.

La generalización de tales análisis alcanza rápidamente cimas de estupidez a despecho del sabio

vocabulario con que se engalanan. Generadores de mitos incapacitantes, particularmente inadaptados al estudio de la lucha por la vida, conducen a la inercia absoluta y condenan sin distinción toda forma de vida en la medida en que esta reposa sobre un proceso de diferenciación necesariamente “consumidor”. Pero su aplicación desastrosa en los principios de la economía y de la política no es sin embargo tan estéril como parece, provistas de un interés estratégico, se muestran de una eficacia temible para neutralizar a un competidor,

Estos métodos han llevado al plan de no-crecimiento preconizado por el Profesor M. Sicco

Mansholt, que sintetiza perfectamente el conjunto de programas del crecimiento cero. Este plan, previsto para Europa, comprende tres series de medidas: nacionalizaciones y extensión de los poderes del Estado, disposiciones igualitarias (redistribución de la fortuna), frenar el consumo. El imperativo fundamental de este programa destinado a salir de la “espiral demográfica-desarrollo”, es la base de la natalidad europea, cuyos habitantes serían invitados de alguna forma a “dejar el puesto”. La disminución de los nacimientos y el aumento de la duración de la vida constituyen los dos planos de una política demográfica cuyos principios se rigen menos por las leyes de la vida que por los de la materia inerte.

En el comienzo, el conjunto del programa ha levantado una hostilidad casi unánime de la

derecha y de la izquierda (por diferentes razones). Algunos han visto, no sin razón, una defensa de los privilegios de algunos tendiente a sustituir sus propios valores por los de otros: "Así la demanda de aire puro -escribe Milton Friedmann- emana sobre todo de los detentadores de altos beneficios: ellos quieren hacer pagar a los menos favorecidos por las cosas a las cuales tienen derecho". Y Hermann Khan insiste: " Es a la vista de la inmensa miseria de dos mil millones de subdesarrollados que la defensa del estancamiento económico parece mas escandalosa... la salvación pasa por el desarrollo económico".

Los aspectos propiamente económicos del crecimiento cero han sido analizados y condenados

por personalidades tan eminentes como Milton Friedmann, Edmond Malinvaud, Paul Samuelson o Hermann Khan, explicando que es más fácil repartir los frutos del crecimiento que los de la penuria, que la riqueza es por lo general más generosa que la miseria, que sólo el progreso permitirá disminuir la polución, etc...

La mayoría de entre ellos reconocen que las correcciones deben ser aportadas sin cesar a una

forma de crecimiento que no es aún la mejor posible, pero que según palabras de Paul Samuelson, premio Nóbel de economía: "Renunciar al crecimiento, es no ser realista, es un reflejo en un ojo de filósofo".

Programas menos excesivos han surgido después presentados bajo una forma más atrayente, sin

embargo, guardan las características esenciales del proyecto inicial, aboliendo de por sí la competencia, la libre empresa, toda una serie de derechos desde los sindicales hasta los de procrear. En cuanto a las dificultades surgidas por el paso brutal del estado de crecimiento al estado de equilibrio, son tan evidentes que los autores del informe del Club de Roma han cabido reconocer que "pocas cosas pueden aún ser dichas sobre el sujeto de las modalidades prácticas cotidianas de la transición hacia un Estado de equilibrio deseable y permanente. No estamos lo suficientemente avanzados ni en la puesta a punto de nuestro modelo global, ni en la reorientación de nuestro pensamiento para comprender todas las implicaciones del paso del Estado de crecimiento al Estado de equilibrio".

Con cierta impotencia, R. Lattes escribe en la introducción a este informe: "en la medida en que

el crecimiento parece desalentar la guerra, el equilibrio global que parece deseable en ciertos aspectos, ¿no será generador de nuevos conflictos? Si como afirman algunos, o piensan demostrar, el dinamismo y el crecimiento son condiciones necesarias a la creatividad y a la felicidad, ¿cuáles serán las consecuencias del equilibrio?”.

El progreso, como Pandora, ha guardado la esperanza en un baúl secreto; intentar forzar la

cerradura es el reto (¡) que el Club de Roma lanza a todos los absurdos de este mundo”. Estas palabras atolondradas de Janine Delannay, digna emula de Pandora, revelan una ignorancia del mito o una duplicidad perversa. ¿El objeto perseguido por el Club de Roma sería pues liberar la última plaga encerrada aún en la caja?

Es así efectivamente como aparecen todas las tesis del crecimiento cero. Una recesión, una

crisis que durante mucho tiempo entrañaría sufrimientos y regresiones a despecho de las fuerzas que exigirían y que tal vez no serían mortales para el hombre, si su genio, una vez más, recogiese el reto. En una palabra, el verdadero peligro no sería el crecimiento cero en sí mismo, sino la desaparición del deseo de crecimiento, de la esperanza fundada sobre el progreso, de la voluntad de ser más. E1 rechazo del cambio, el miedo del progreso, el gusto por el reposo puede llegar hasta el gusto por el reposo eterno, estas son los verdaderos venenos ocultos en las palabras de los ecologistas del crecimiento cero.

No queda más que esperar que el crecimiento continúe... sin ellos.

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