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DESAFÍOS, PERSPECTIVAS Y ESTRATEGIAS DEL MOVIMIENTO SINDICAL: UN MARCO ANALÍTICO Mariela Quiñones Montoro María Julia Acosta Casco Germán Barros Marrero
Los últimos veinticinco años han supuesto, en la mayoría de los países del mundo occidental
un descenso generalizado de las tasas de afiliación sindical. Tras un largo periodo de
crecimiento sostenido y mejoras para el movimiento sindical, uno de los efectos más visibles
de la recesión económica ha sido no sólo la notable pérdida de efectivos sindicales sino
también un fuerte retroceso general de la institucionalización y la capacidad de influencia del
movimiento sindical.
En términos generales, en la mayor parte de los países industrializados y también en América
Latina, esta tendencia en la caída de la afiliación ha sido enmarcada en el conjunto de
transformaciones macroeconómicas neoliberales que reformaron las bases de los regímenes
que enmarcaron el auge del sindicalismo (Waddington y Hoffmann; 2000). Tales medidas,
orientadas mayoritariamente a desregular los mercados de trabajo, fueron acompañadas en el
plano de la producción por concepciones más flexibles sobre el desarrollo organizativo de la
empresa, más de acuerdo con estos postulados.
En este contexto la tendencia ha sido hacia el debilitamiento de las legislaciones de protección
al empleo, la remoción de las protecciones estatutarias para las organizaciones sindicales y un
abandono de la producción a las reglas del mercado por medio de privatizaciones y recortes
en los subsidios gubernamentales. Todo ello ha resultado una combinación de factores que
socavan las bases sobre las cuales se había fortalecido el movimiento sindical integrado a los
regímenes regulatorios del Estado nacional.
En torno a la incidencia de estos factores, hoy cobran relevancia en la literatura toda una serie
de argumentos orientados a remarcar que los sindicatos tienen todavía que realizar reformas
imprescindibles para adaptarse al contexto actual (y futuro). En términos generales, éstos
sugieren que los sindicatos se enfrentan a reestructuraciones del contexto (heterogeneización
de las fuerzas sociales, diversificación de intereses, muchos de ellos nuevos pues responden a
sectores como poca tradición de sindicalización (servicios) y a la fuerte fragmentación que
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está sometida la clase trabajadora como consecuencia de las altas tasas de paro y la creciente
precarización e informalización del empleo) pero que anclados en tradiciones y culturas
locales también poseen insuficiencias internas que deben revertir. En este sentido destacan
varios de los aspectos constitutivos del sindicalismo tradicional que deberían ser discutidos a
la luz de estos cambios, demandando una reforma profunda de las estructuras y prácticas
sindicales. Entre ellos, preeminencia de dirigentes hombres y de mediana edad (en muchos
casos asociados a trabajos en la manufactura), prácticas representativas elitistas poco abiertas
a la participación, formas de liderazgo sindical muchas veces poco enraizadas en la realidad
de la empresa actual muy marcada por las presiones de la competencia, escasa capacidad de
atraer a trabajadores empleados en pequeñas empresas, o a aquellos con contratos atípicos,
precarios o desocupados, jóvenes, mujeres, entre otros (Waddington and Hoffmann; 2000;
Hyman; 1999). Es así que basados en estos indicadores algunos analistas han comenzado a
hablar de «crisis sindical».
En este artículo nos proponemos contribuir a la sistematización de la reflexión teórica
desplegada en la última década en torno a este tema, que delimita dos grandes debates en el
campo disciplinario de los estudios del sindicalismo. El primero, focalizado especialmente en
el proceso de globalización y atento a percibir similitudes y diferencias en cada experiencia,
se formula a partir del siguiente interrogante ¿en qué medida las presiones externas y/o
internas condicionan o determinan el futuro del sindicalismo? Esta discusión en la que
intervienen investigadores que pertenecen a diversas disciplinas en ciencias sociales, fue
predominante en muchos países desarrollados, en particular de Europa Occidental y ha sido
el tema central en los estudios comparados en la última década (Ebbinghaus y Visser, 2000;
Frege y Nelly, 2003, entre otros).
Teniendo en cuenta la importancia de las instituciones y contextos en que se producen tales
procesos, el segundo debate sugiere identificar las reflexiones sobre las transformaciones a las
que están sometidos los sindicatos e identificar las divergencias de poder sindical y las
oportunidades presentadas para asumir algún tipo de acción orientada a revertir esta situación.
De alguna manera lo que hacen estos enfoques es resistirse a hablar en torno al concepto de
«crisis sindical», llevando el debate hacia la variedad de problemas que afrontan hoy todos los
movimientos sindicales, sin clasificar éstos necesariamente como los indicadores de crisis. La
pregunta que guía sus reflexiones sería entonces ¿cuál es el peso que ejercen los marcos
institucionales y/o las opciones estratégicas adoptadas por los actores sobre la capacidad de
revitalización del movimiento sindical? En esta perspectiva confluyen algunas corrientes
neoinstitucionalistas y propuestas provenientes de las teorías del análisis estratégico en el
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análisis de los sindicatos (Frege y Nelly, 2003; Schnabel y Wagner, 2005; Visser y Van
Ruysseveldt, 1996).
Para cumplir el objetivo propuesto, este artículo comienza con un primer apartado donde se
realiza una descripción de las transformaciones económicas y sociales que han modificado las
condiciones más objetivas como las subjetivas sobre las que ha operado tradicionalmente el
sindicalismo. El mismo se acompaña de datos empíricos que ilustran la incidencia de estos
factores en el contexto Latinoamericano. En un segundo apartado se reflexiona en torno al
concepto de «crisis sindical». En este sentido la conclusión es que si bien el debate abre
espacio para remarcar espacios convergentes en la situación actual, también emerge la
convicción de que existen experiencias muy diversas de país a país –internas (tradiciones,
culturas, identidades) y externas (factores institucionales principalmente)- que enmarcan las
divergencias del poder sindical y las oportunidades presentadas para asumir algún tipo de
acción orientada a revertir esta situación. En este punto nos extendemos en el tercer apartado
realizando una descripción detallada de tales «estrategias de revitalización». Las mismas se
presentan en un último apartado, plasmadas en una tipología de sindicatos, de forma tal que
puedan visualizarse las fortalezas y debilidades de cada opción estratégica, así como sus
relaciones de oposición y complementariedad.
Creemos que su aporte está en que nos abre a la comprensión de la complejidad del panorama
sindical y de la necesidad de ir contextualizando cada caso, enmarcándolos en procesos,
revelando contingencias históricas y culturales, pero también internas a los sindicatos que
intervienen a la hora de analizar cada uno de ellos y, sobre todo, a la hora de intentar detectar
las divergencias y las convergencias entre movimientos sindicales y acciones estratégicas
orientadas a la revitalización de lo mismos. La importancia de los resultados está en la
construcción de un marco analítico desde el cual comprender los escenarios de acción
posibles para el sindicalismo, tanto hoy como de cara al futuro. En este sentido es que en
forma paralela a su desarrollo, nos extendemos en algunas reflexiones sobre la experiencia del
sindicalismo en el Uruguay.
I. CONTEXTO DE ACTUACIÓN DEL SINDICALISMO EN LA ETAPA ACTUAL
1. Transformaciones en las condiciones objetivas de actuación del sindicalismo
En el plano económico, la manifestación más palpable de estos cambios en la política
macroeconómica parece haber sido un claro retraimiento del sector público y del sector
industrial, dos sectores que habían sido claves para la instalación del Estado de Bienestar y en
los que las tasas de sindicalización fueron históricamente relativamente altas, todo ésto a
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favor de una «nueva economía de servicios», tradicionalmente más difícil de organizar.
Por ejemplo, si se consideran los análisis realizados por la OIT (2005) y por la CEPAL (2004)
respecto a la evolución histórica de los indicadores de mercado de trabajo en América Latina
se observan, a pesar de su comportamiento diferenciado por país, que existen tendencias
similares por países en estos aspectos. Argentina y Uruguay son los dos países que presentan
un porcentaje menor de población ocupada en la Industria, habiendo sufrido caídas de 11.3 y
de 6.8 puntos porcentuales respectivamente en el período comprendido entre 1990 y 2003
(OIT, 2005: 12). Contrariamente, el empleo en los servicios ha tenido un incremento
sostenido en la región, siendo Argentina, con un incremento de 10.6 puntos porcentuales, el
país que mayor aumento registra en el período considerado, seguido por Chile y México que
muestran un crecimiento de 7.7 puntos porcentuales.
El crecimiento de este sector, perteneciendo en su mayoría al sector privado, presenta
problemas y desafíos para el movimiento sindical si de reemplazar los afiliados que está
perdiendo en la manufactura se trata, y ello con la dificultad de que el sector servicios crece a
expensas de las pequeñas empresas y gran número de trabajadores empleados bajo formas de
empleo parcial, temporal, eventual o informal.
En efecto, lo que se refiere a la composición sectorial y la calidad del empleo no agrícola, el
mismo se ha caracterizado por una alta participación del sector informal y del trabajo
autónomo vía la política de tercerizaciones (OIT, 2005), donde los jóvenes y las mujeres
emergen como las poblaciones que mayor participación tienen en el mercado informal. En el
2004, del total de las mujeres ocupadas, entre un 41 por ciento (Uruguay) y un 49,8 por ciento
(Brasil) se encontraba en el sector informal.
Como otro factor a ser considerado se encuentra la tasa media de participación de la mujer en
la actividad económica. Si bien los datos mundiales señalan un aumento sostenido de la
misma, ésto no se ha visto reflejado en el aumento de la participación de las mujeres en las
tasas de afiliación sindical. Una prioridad, por tanto, para muchos sindicatos es reclutar
mujeres en la misma medida en que éstas acceden al mercado de trabajo.
En tercer lugar, considerar las persistentes tasas de paro y la sabida existencia de grupos más
vulnerables que otros hacia el desempleo, que afecta en forma diferencial a los jóvenes, a las
mujeres y a las personas de edad avanzada. En definitiva, otro factor a tener en cuenta por los
sindicatos, enfrentados a la necesidad no sólo de representarles, si no de organizarles. Por
último, y si de analizar aquellos factores que se suman a la experiencia latinoamericana se
trata, entonces no puede pasar desapercibido el dato referido al grado de protección social de
los asalariados. Los contingentes de trabajadores empleados mediante “empresas contratistas
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y subcontratistas”, los autónomos por cuenta ajena, becarios y otros estatutos, aumentan en el
interior de las empresas. Estos contingentes cuentan con condiciones inferiores a las de los
estables y están mucho más atados a la competencia entre trabajadores para mantener su
fuente de empleo. En tal sentido es común que el precario perciba al sindicalismo como un
peligro pues muchas veces reivindicar sus derechos legales equivale a la pérdida del empleo,
que se vive como escaso en el momento actual, por lo que el reto que al sindicalismo se le
plantea en esta situación es penetrar en muchos de estos segmentos, algunos alejados del
sindicalismo hasta ahora, y organizarse adecuadamente para defender sus intereses, sobre todo
estructurando una negociación colectiva adecuada.
En definitiva, todos estos factores, son elementos a tener en cuenta por los sindicatos,
acostumbrados a reclutar trabajadores dentro de los parámetros tradicionales del empleo a
tiempo completo, con contratos permanentes, viéndose ahora enfrentados a nuevos fenómenos
asociados a un nuevos tipos de empleos, como a nuevas condiciones, como son las altas tasas
de rotación, a los que deben adaptarse. Asimismo sus estructuras construidas sobre la base del
también tradicional empleo de la industria, no estaría acompañando la tendencia que sigue el
crecimiento de estas modalidades de empleo atadas fundamentalmente a los servicios, que
crece a expensas de la micro y mediana empresa y del empleo informal.
En forma paralela a estas transformaciones en el mercado de trabajo, las políticas
empresariales hacia el sindicalismo también estarían cambiando drásticamente. Interesados en
adaptarse a las nuevas formas de competitividad internacional, los mismos estarían
expresando una clara posición favorable hacia la descentralización y el cambio de los temas a
ser abordados por la negociación colectiva. En este mismo plano, las reestructuraciones a las
que se vieron confrontadas las grandes empresas, sometidas a procesos de fusiones y
adquisiciones- acompañadas de una fuerte diversificación interna, se sumaría como factor que
cuestiona la viabilidad de los sindicatos basados en una organización industrial vertical.
En este plano, se menciona la necesidad de que los sindicatos empiecen a buscar nuevos
mecanismos de coordinación, acordes con estas formas de organización empresarial. Se
señala que en la medida en que estas empresas de alcance global empiezan a actuar cada vez
más frecuentemente bajo la forma de redes y subunidades de firmas, los sindicatos deberían
empezar a ver como cada vez más necesario el impulso de una dimensión supranacional en
sus estructuras de coordinación intentando fortalecerles en la toma de decisiones dentro del
sindicalismo internacional y regional, en concreto, en las cuestiones sociales y de empleo,
intentando institucionalizar su presencia e intervención (Rugby y Smith; 2004).
En resumen, de lo dicho se desprende que luego de un proceso de reestructuración industrial y
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del mercado de trabajo, junto a las diversas crisis económicas que ha sufrido el mundo
occidental en conjunto en las últimas décadas, se han modificado sensiblemente los escenarios
productivos donde actúa el sindicalismo. Sin embargo, a diferencia de lo que sucedió en
épocas pasadas donde los cambios operaban a favor de la movilización colectiva, en la
actualidad se están erosionando los recursos para la acción colectiva.
2. Transformaciones en las condiciones subjetivas de actuación del sindicalismo
Por otra parte, junto a este cambio de las condiciones más objetivas sobre las cuales deben
actuar los sindicatos, algunos analistas (Kahmann, M.; 2002) suman los efectos que esta
realidad acusa en la propia subjetividad del trabajador, evidenciando en su conformación
cierta preeminencia de la esfera del consumo sobre la esfera de la producción que se expresa
en lo que reconocen como tendencias a procesos de «individuación» (Beck y Beck, 2003).
Observan que los marcos de referencia colectivos que alguna vez sirvieron como base de la
conformación de la identidad individual y la emergencia de una conciencia de clase, vienen
perdiendo importancia y siendo substituidos por una multiplicidad de fuentes de
identificación y la construcción de actitudes más autónomas hacia las instituciones, que
establecen las condiciones propicias para una débil participación en movimientos colectivos
(Allvin and Sverke 2000).
De esta forma, aquellos recursos que habían sido esenciales para la conformación de la acción
colectiva, tales como la identificación con los objetivos de los sindicatos, la delegación
sustentada en la confianza depositada en el mismo y la lealtad expresada en una postura
generalmente pasiva que se hace activa en situaciones de conflicto, habrían desaparecido.
Junto a ésto, y sobre todo ligado al desarrollo de la denominada nueva gestión de los recursos
humanos, aparece una tendencia entre los trabajadores a aceptar negociar con los empleadores
directamente, sin intermediación de los delegados sindicales, algo que también es remarcado
como un factor que mantiene alejado al trabajador del sindicato. Como consecuencia de estos
procesos se señala que los sindicatos ya no podrían sustentarse sobre colectividades
constituidas o unos intereses homogéneos, sino que deberían tratar con individuos que
reclaman ser considerados y respetados en su identidad y en su individualidad. Algo que
también podría verse en el desarrollo de demandas más instrumentales –entendidas como la
identificación con el sindicato a cambio de ventajas asociadas, cada vez más observables entre
miembros jóvenes y grupos de trabajadores calificados (Kahmann 2002).
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II. CRISIS DEL SINDICALISMO Y ESTRATEGIAS DE REVITALIZACIÓN
1. ¿Crisis del sindicalismo?
Debido a estos procesos de "disolución" de las dimensiones subjetivas y objetivas sobre las
que ha operado tradicionalmente el sindicalismo y de la agregación de intereses como una
condición previa esencial de cualquier acción colectiva, es que la situación de los sindicatos
es vista cada día como mejor definida en tanto situación de crisis. Sin embargo, el estudio de
las principales tendencias del sindicalismo en los últimos años ha dejado un espacio grande
para el propio debate sobre lo que constituye una “crisis sindical”. Sobre este punto, es
ilustrativa la cantidad de diferentes indicadores, tanto cuantitativos como cualitativos con que
ha sido abordada la denominada “pérdida de fuerza sindical”. Más allá de ésto, no cabe duda
que la más extendida ha sido la perspectiva que pone el énfasis en la afiliación sindical
(densidad de socios) o la cobertura negociadora.
Por lo tanto, algunos ensanchan este concepto de “crisis” enfocando una variedad de
problemas que afrontan todos los movimientos sindicales, sin clasificar éstos necesariamente
como los indicadores de crisis (Frege and Kelly; 2003: 8; Kahmann; 2002, Supervielle y
Quiñones; 2003). Entre ellos se cuenta: la pérdida de afiliados –en general o entre algunos
segmentos de trabajadores-, problemas de identificación de intereses como consecuencia de
heterogeneidad de la población que están representando y de agregación de los mismos;
erosión de las estructuras de representación; capacidad de movilización (basada en la
renuencia a participar); así como el cambio institucional (en tanto débil vinculación de los
sindicados con los partidos políticos). Por tanto, hay acuerdo de que la “pérdida de afiliados”
no es necesariamente un indicador de debilidad de todas las otras dimensiones del fenómeno
y, de hecho, es un indicador que no tiene significado en algunos contextos de relaciones
laborales.
Es aquí donde la literatura deja atrás el análisis de los posibles indicadores de la «crisis»,
trasladando el debate a otro espacio de reflexión; espacio que se crea en torno a la
identificación de los determinantes del poder sindical y de las oportunidades presentadas para
asumir algún tipo de acción orientada a revertir las condiciones más desfavorables que le
están afectando. En torno a ello ha proliferado cierta literatura que trata de sistematizar cuáles
son las líneas de convergencia y cuáles las divergencias, intentando evaluar la eficiencia de
tales «elecciones estratégicas» para lograr la «revitalización» del movimiento obrero en estos
países (Frege y Nelly; 2003; Schnabel y Wagner; 2005). Como producto de estas
investigaciones surgen una cantidad de factores que pueden estar incidiendo en el campo de
oportunidades y las opciones a tomar por los sindicatos, aunque todos ellos indicando la
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necesidad de distinguir entre diferentes modalidades de gestión de los factores internos y
externos que presionan sobre los mismos. Siguiendo a Visser y Van Ruysseveldt (1996)
puede distinguirse entre el poder organizativo (¿cuántas fuentes de poder internas pueden
movilizar los sindicatos?), el institucional (¿de qué fuentes de apoyo externas pueden
depender los sindicatos?) y el económico (¿qué fuerzas de mercado actúan teniendo en cuenta
el interés de los sindicatos?).
2. Estrategias de revitalización
En este apartado nos hemos propuesto reseñar cuales han sido las principales estrategias de
revitalización que ha reseñado la literatura europea e intentar rescatar alguna evaluación sobre
cuales han sido las fortalezas y las debilidades de cada una. Haremos esto revisando
simultáneamente la experiencia uruguaya y su ubicación con respecto a cada una de ellas.
«Colaboración» (partnerships): Por un lado, encontramos aquellos autores que señalan la
necesidad de que las actividades de los sindicatos se orienten fundamentalmente a nivel de
empresa o centro de trabajo y lo hagan con una orientación mucho más clara hacia la
“colaboración” para la consecución de unas metas comunes. Tales estrategias estarían
focalizadas principalmente en la adquisición de miembros, pero también en el reforzamiento
de su presencia en los centros de trabajo e, indirectamente, estarían ligadas a un incremento de
la capacidad de intervención sindical sobre el mercado de trabajo. Esto en tanto puede
permitir a los sindicatos proteger y/o desarrollar instituciones de negociación a este nivel
(grupos participativos; comités) y permitirles también perseguir otra clase de intereses no
representados. Se cree que en la medida en que los sindicatos desean cooperar pueden
erosionar la imagen negativa a la que se les asocia entre algunos colectivos, ligada al conflicto
y a la militancia, atrayendo miembros. El objetivo de los dirigentes debería ser intentar
obtener una mayor cuota de participación y, por tanto, de poder, en la planificación y en la
toma de decisiones en el ámbito corporativo. Se considera en este sentido que si los sindicatos
llegaran a rechazar su participación a este nivel, los trabajadores podrían decidir tratar directa
e individualmente con los empresarios.
Por otra parte, al darse este cambio hacia el nivel micro, la literatura tiende a entender que
esto supone un cambio en el contenido mismo de la negociación. En este sentido, los temas
más tradicionales a los que algunos autores (Hyman, 1994) identifican como demandas
cuantitativas- como son el salario, la jornada, las vacaciones, se verían revisados a la luz de
los cambios en el trabajo y de la nueva actitud comprometida con los resultados de la empresa
que asumen los sindicatos, sumando temas nuevos, como son, la planificación de la
trayectoria laboral, salud, calidad del trabajo, formación, condiciones contractuales, etc. otras.
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En términos generales, esta perspectiva se da con ciertas especificidades en Uruguay. P.e. si
bien se identifican ciertos puntos de interés común a los trabajadores y empresarios, siempre
se los percibe como parte de un proceso mucho más amplio donde los intereses son
antagónicos. Por eso daríamos a llamar a este modelo como de «contra-gestión», más que la
«cogestión» más cercana a la experiencia europea. Así lo entiende Quiñones (2005:21) para el
caso uruguayo cuando afirma «es en este contexto que el Diálogo Social desborda a las
formas tradicionales de regulación y acuerdo como corrección de los desequilibrios básicos
(empleo, salario, condiciones de trabajo) para pasar a adquirir día a día un rol más
importante la propia administración de la crisis y la supervivencia de las empresas. Y es a
través de esta nueva dimensión que hace al «qué» se pone en discusión en el nuevo escenario
productivo donde aparece la necesidad de un «nuevo contrato social» basado en la no
agresión y en el compromiso de no aniquilación mutua».
En una línea parecida Barretto (2000:78) reafirma estas ideas al encontrar en el contenido de
la actual negociación una implícita denotación de la centralidad del principio de colaboración
respecto de toda consideración, al tiempo que afirma : «esta potencialidad para abordar
entendimientos, enancada en la circunstancia que en general provoca un involucramiento de
los trabajadores en la suerte de la empresa, a la cual se la ve con mayor cercanía, puede
importar un cambio cualitativo en aquellos sistemas predominantemente de “pluralismo
conflictivo” donde se han desarrollado tradiciones fuertemente arraigadas de resistencia al
poder político de gobierno y a la “clase empresarial”».
En síntesis, podemos decir que esta modalidad de diálogo comienza a extenderse y poco a
poco se ha visto como el sistema de negociación colectiva ha ido innovando en relación a los
convenios obrero – patronales, p.e, laudando sobre los pasos a seguir frente a una crisis
externa. Son casos en que el sindicalismo asume la idea de «co-gestionar el riesgo» con la
empresa en contextos de alta incertidumbre debido a la apertura internacional.
Reforma interna (organising): En segundo lugar, encontramos aquellos autores que señalan
la necesidad de que las actividades de los sindicatos se centren fundamentalmente al nivel de
su propia organización interna promoviendo cambios. Tales estrategias estarían focalizadas en
la adquisición de miembros, sin duda, pero también en el reforzamiento de su presencia en los
centros de trabajo, y estarían ligadas al fortalecimiento de la organización colectiva y, por
tanto, a un incremento de la capacidad de intervención sindical sobre el mercado de trabajo y,
más concretamente, sobre las condiciones de empleo, dada la centralidad que en el actual
modelo de relaciones laborales viene adquiriendo la empresa como espacio de diálogo y
negociación. Como la propuesta anterior, ésta se persigue bajo el supuesto de que es necesaria
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una mayor participación en el sindicato si se quiere revertir la tendencia al descenso de la
afiliación en algunos casos y/o el bajo compromiso del trabajador, en otros . Se afirma que los
sindicatos deben cultivar sus fuentes internas de fortalecimiento, en el entendido que la
voluntad de los trabajadores para apoyar a sus sindicatos es el único fundamento seguro para
una renovación a largo plazo (Heery; 2002).
Igual que la anterior, esta estrategia vendría a asumir una respuesta en torno al sindicalismo
de masas o industrial, en este caso bregando por la modernización de las estructuras creadas
bajo el supuesto que las formas de liderazgo tradicionales -construidas sobre la imagen de un
trabajador masculino, de mediana edad, empleado en el sector manufacturero- han sido
incapaces de dar cabida a las demandas de los nuevos colectivos de trabajadores.
Dadas las transformaciones que han experimentado los mercados de trabajo, las ineficiencias
de los sindicatos para representarles y, eventualmente, organizarles, surgen con facilidad. En
este terreno también será de trascendencia como el sindicalismo reestructura internamente los
canales de comunicación entre los distintos niveles de intervención sindical. Una condición
necesaria para trabajar sobre esta función es la presencia del sindicato a nivel de empresa o el
trabajo en dirección a incrementarla.
Por otra parte, se ha tendido a señalar (Waddington y Kerr; 2002) que uno de los factores más
influyentes de acuerdo a los datos brindados por las encuestas es la brecha comunicacional
entre los líderes sindicales y los afiliados (reales y potenciales) jóvenes. Así, el recambio
generacional es mencionado como una estrategia eficiente de reestructuración organizacional.
Para el caso uruguayo esta dimensión queda bien ilustrada si abordamos la problemática de
las mujeres en el mundo sindical. Actualmente conforman casi la mitad de la PEA pero
representan sólo un 17% de las directivas sindicales, el 15% del Secretariado Ejecutivo y el
9% de la Mesa Representativa del PIT-CNT. En este sentido durante el VIII Congreso se
aprobó una resolución histórica a favor de la cuotificación de no más de 70% y no menos de
30% de trabajadores del mismo sexo en cargos de dirección, grupos de formación y
negociación colectiva. Algo que fue reafirmado por varios gremios, como es el ejemplo de la
Federación Uruguaya de la Salud.
Otro grupo vulnerable en el que se focaliza hoy el sindicalismo uruguayo es el de los
desocupados de los procesos de reestructuración. Esta estrategia no es vista directamente
como la provisión de un servicio sino de organización. La crisis bancaria del 2002 o los
procesos de reestructura, cierres de empresas, etc. han dejado miles de trabajadores en esta
situación y los sindicatos de estos sectores han respondido, sea generando «seguros de
desempleo», sea creando bolsas de trabajo, o brindando capacitación para su reinserción
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laboral dentro o fuera de las ramas de las que fueron expulsados.
En tercer lugar, aunque no es posible, como se mencionó antes, desligar esta estrategia de la
anterior, aparece cada vez con mayor visibilidad la necesidad a incrementar el tamaño de los
sindicatos por medio de una política de fusiones y creación de lo que Ebbinghaus (2003)
denomina “super-unions”. Esto a pesar del avance de la negociación descentralizada y de las
opciones empresariales por salidas individuales en el ámbito sectorial que compiten
directamente con estas grandes estructuras. Esta opción, cabe mencionar, no necesariamente
está ligada a una estrategia de actuación nacional, sino que muchas veces implica una
respuesta a las nuevas formas de organización empresarial supranacional. En este sentido las
fusiones pueden pasar por una gran variedad de estrategias de amalgamiento, por
ocupaciones, sectores, o internacionales.
Una de las ventajas por las que los sindicatos deberían unirse en estas grandes
confederaciones es, sin duda, el aumento de su capacidad de resistencia a los impactos de los
factores externos con estructuras más eficientes en términos de recursos financieros (lo que
impacta en la posibilidad de brindar servicios a sus afiliados) pero también de poder para la
negociación en un contexto donde crece la descentralización y también la diversificación de
los intereses a defender. Este tipo de estrategia estaría orientada, por tanto, a la movilización
de una mayor cantidad de intereses, lo que posibilitaría también la búsqueda de alianzas entre
el sindicalismo y los más diversos movimientos sociales en la defensa de los mismos.
Para el caso uruguayo la posibilidad está presente, aunque las opiniones escindidas. La
iniciativa ya es un hecho en la historia del sindicalismo del sector financiero. Conformado en
sus inicios como sindicato bancario, el mismo ha ido evolucionando poco a poco hacia lo que
hoy es, un sindicalismo del sector financiero. En opinión de un dirigente, la situación es
irreversible y responde a las reconocidas tendencias hacia una mayor concentración de los
negocios, y no sólo en el sector financiero. Esto se traduce en la necesidad de que el
sindicalismo vaya acompañando estos cambios no sólo a través de reivindicaciones concretas
sino también en su forma de organizarse. La opinión es que «sindicatos más grandes hacen
más efectiva la defensa de cada uno de los puestos de trabajo, mientras que sindicatos más
chicos quedan aislados, con planteos de defensa que quedan aprisionados en la visión de una
pequeña empresa o de un sector muy pequeño, por lo que esa defensa se hace cada vez menos
posible o menos efectiva. (…) Sin embargo, sindicatos más grandes, de mayor cantidad de
actividades, permiten controlar, analizar y pueden ver la estrategia empresarial, por ejemplo
para la defensa de puestos de trabajo ante similares tipos de actividades en la empresa,
aunque con distinto rótulo o con distinto sector» (El Espectador; 2001). En este sentido se
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visualiza la reducción del espacio sindical a tres grandes confederaciones: los empleados del
Estado, por un lado, los de los servicios, por otro, y los de los sectores industriales y de
procesamiento de materia prima, por otro.
Provisión de servicios («servicing model»): Por otra parte, encontramos aquellos autores que
señalan la necesidad de que las actividades de los sindicatos se centren fundamentalmente en
las demandas de los afiliados adoptando una estrategia de provisión de servicios. De acuerdo
a Waddington y Hoffmann (2002) el modelo de servicios confía en las iniciativas desde
dentro de las estructuras oficiales del sindicalismo, más que en las representativas locales. Las
mismas se orientan fundamentalmente a brindar soporte a los problemas de los miembros
recurriendo a recursos que provienen del exterior del lugar del trabajo. En este sentido, los
sindicatos han estado brindando una cantidad de servicios financieros a sus afiliados en la
dirección de atraer nuevos miembros. Otra rasgo de este modelo es que no requiere a
presencia de los sindicatos en el centro de trabajo, siendo este rasgo el que lo distancia más
fuertemente de las estrategias de “organización” antes presentada.
En el caso de Uruguay asimilamos esta estrategia a la desplegada por sindicato como AEBU,
que construyeron centros deportivos, vacacionales, bibliotecas, etc. al servicio de sus
afiliados. Otro esfuerzo en esta orientación fue el número de guarderías sindicales que se
crearon en la inmediata postdictadura y que tiene que ver con la incorporación masiva de la
mujer al mercado de trabajo. Esta orientación general ha ido cambiando en los últimos
tiempos, perdiendo peso, por un sin número de razones. Principalmente se ha señalado que en
la medida en que estos servicios se institucionalizaron no han generado mayor adhesión a la
orientación del sindicato. En algunos casos incluso los usuarios no necesariamente son
afiliados y utilizan estos servicios por razones estrictamente de costo de oportunidad con total
autonomía de la orientación y el proyecto sociopolítico del sindicato (Supervielle y Quiñones;
2002)
Fortalecimiento institucional (sindicalismo político y/o social): En cuarto lugar,
encontramos aquellos autores que señalan la necesidad de que los sindicatos fortalezcan sus
presencia en el plano político e institucional, en el sentido que una mayor orientación hacia la
“acción política” podría estarles proveyendo el acceso a recursos de poder resultando en una
más favorable legislación que garantice los derechos de afiliación y el reconocimiento de los
sindicatos o en una regulación del mercado de trabajo más corporativista que les permita
enfrentarse a políticas desregulatorias, de dumping social o con claros efectos fragmentadotes
como las que han impactado tan fuertemente al sindicalismo en los últimos años.
Autores como Baccaro et al (2003) en una investigación a través de cinco países halla que
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aunque todos los movimientos sindicales analizados consideran al “contrato político” como
esencial a su adaptación estratégica y a los esfuerzos de revitalización, las formas específicas
de acción política, sus estrategias varían según los contextos nacionales. La elección,
menciona, dependerá en un grado muy significativo de los recursos institucionales
disponibles, incluyendo la capacidad de acceso a la esfera política. Lo que se llega a concluir
es, irónicamente, marcándolo como una falencia de esta estrategia, que aquellos sindicatos
que tienen más apoyo político o posiciones institucionales fuertes, suelen, estar menos
incentivados a apoyar las iniciativas de la base, a construir coaliciones con otros grupos
sociales u organizar a aquellos grupos de trabajadores “contingentes”. Por el contrario,
sindicatos cuya fuente de poder está en los afiliados, el foco estaría puesto en la comunidad de
la empresa o formar coaliciones con otros grupos de ciudadanía –como los movimientos
antiglobalización o grupos sociales desprotegidos- lo que estaría compensando sus débiles
apoyos institucionales.
En el caso de Uruguay es posible reconocer distintos momentos históricos que marcan su
gravitación social y política. Desde sus inicios la inserción del movimiento sindical en el
sistema político y que se mantendría vigente hasta finales de la década de los 60´, ha tenido
como rasgos más definitorios la autonomía respecto al Estado y a los partidos políticos en
general; una relación privilegiada y articulación con la izquierda política; la inscripción en
redes institucionalizadas de negociación salarial tripartita. Dictadura mediante, una vez
reinstalada la democracia, su rol como actor político nacional se vio disminuido hasta quedar
casi totalmente limitado a su condición primaria de actor social. Por otra parte, sus estrechas
vinculaciones históricas con la izquierda ingresaban en un proceso de cambio orientado a la
creciente autonomización de ambas partes. Estos fenómenos implicaron a su vez el
replanteamiento de la inserción del movimiento sindical uruguayo en el sistema político
nacional. En los noventa, seriamente golpeado por los procesos de reestructura asociada a la
apertura de la economía uruguaya y el descenso de las tasas de afiliación, tal como señala
Yaffé (2004) «el sindicalismo reingresaba en la arena de la política nacional, pero la
vinculación con la izquierda en ambos momentos es bien distinta. En el primero de ellos, el
movimiento sindical fue el canal de expresión para una izquierda ilegalizada. En el segundo,
el sindicalismo -en medio de una reestructura capitalista que le afecta particularmente y con
un nuevo mapa interno post crisis comunista que afecta particularmente sus vinculaciones
políticas- se asocia y a la vez compite con el FA en la oposición a las reformas liberales».
Por el momento, a poco tiempo del acceso al gobierno de la coalición de izquierda, el
escenario predominante es de cooperación, relación que siguiendo a Touraine (1987) podría
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ubicarse en algún punto entre la propia del sindicalismo “de control” - en el que el
movimiento sindical no posee acceso directo al poder, si bien ejerce algún tipo de influencia
sobre él- y la del “de integración” – en la medida en que el movimiento sindical posee poder y
participa de los ámbitos de decisión del Estado y en el diseño de políticas de empleo a través
de su participación en ámbitos tripartitos.
Fortalecimiento internacional: Finalmente, otra estrategia en la que pone énfasis la literatura
refiere a la necesidad de que los sindicatos intensifiquen sus lazos internacionales para
mejorar la actuación frente a las compañías internacionales por medio de un más eficiente
intercambio de información, mejorando el poder negociador de los sindicatos y facilitando la
movilización a este nivel en las campañas. Asimismo, esta estrategia podría estar ligada a una
mejora del poder político del sindicalismo a nivel regional e internacional.
En este plano, el sindicalismo uruguayo ha tenido siempre un protagonismo importante en la
Coordinadora de Centrales Sindicales del MERCOSUR (CSSM), aunque también debe
señalarse que éste es el único espacio de participación formal en ámbitos internacionales;
destacando que el PIT CNT no está afiliado a ninguna de las centrales internacionales que
existen. Por medio de la CSSM el mismo participa en una serie de instancias institucionales,
las principales; el Foro Consultivo Económico Social del MERCOSUR (órgano
representativo de los sectores económicos y sociales integrado por empresarios, trabajadores y
sectores diversos) y único órgano de la estructura institucional del MERCOSUR representante
del sector privado; el Subgrupo de Trabajo No 10 de Relaciones Laborales, Empleo y
Seguridad Social, ámbito tripartito que se encarga de la temática laboral en el MERCOSUR,
que incluye varias Comisiones Temáticas como ser: Comisión Relaciones de Trabajo,
Comisión Salud y Seguridad en el Trabajo, Inspección del Trabajo y Seguridad Social,
Comisión Temática Empleo, Migraciones y Formación Profesional, y Observatorio de
Empleo y, por último, la Declaración Sociolaboral y la Comisión Sociolaboral, quizá el
principal desafío del sindicalismo del MERCOSUR a nivel institucional (luego de conquistar
su aprobación, se ha instalado una dinámica de trabajo muy compleja que implica el análisis
de las memorias sobre el cumplimiento de los derechos establecidos en la Declaración
Sociolaboral. Esta tarea se realiza de forma tripartita en cada país y luego en el órgano
regional donde finalmente se decide que tipo de medidas se adoptan para el real cumplimiento
de los derechos laborales).
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III. UN INTENTO DE TIPOLOGÍA
A continuación presentamos un intento de reagrupar todas estas dimensiones o campos
estratégicos aquí reseñados en una tipología. El fin de este esquema es ayudar al lector a
pensar estos campos como espacios de acción no excluyentes. La idea subyacente es que en la
medida en que cada opción estratégica abre a los sindicatos a un espacio de interacción
particular, el esquema se hace susceptible de ser analizado como un campo de relaciones
sociales. En la realidad concreta, además de no ser excluyentes unos y otros, tampoco es
necesario que tengan convergencia en el tiempo. Esto es lo que explica que cada sindicato, de
acuerdo a una combinación original de determinadas variables que pueden estar influyendo
sobre sus respuestas a la situación de crisis, tenga que ser caracterizado a través de una
“configuración” estratégica (con una dimensión temporal y espacial determinada)
La construcción tipológica está inspirada en la propuesta del sociólogo Pierre-Eric Tixier
(1992). Ellos aportan a nuestro entender una dimensionalización acertada del campo de acción
estratégica de los sindicatos al proyectar los tipos de sindicalismo en dos ejes. El primero –
horizontal- indica como un sindicato se sitúa entre dos extremos, que son, lo cultural y lo
utilitario. El segundo eje –vertical- refiere a la distinción que opone la regulación por
oposición a la regulación por participación.
En el eje (cultural-utilitario) son la identidad y los valores los que cementan la estrategia
sindical; en el otro son los intereses. En el marco de las reflexiones antes expuestas este eje
refleja la opción del sindicalismo entre una posición bien exterior: los sindicatos asume
necesidades de sus afiliados que trascienden su condición de trabajador (servicios financieros,
tiempo libre, etc.) y/o roles que les trascienden como organizaciones (búsqueda de soluciones
a problemas globales a través del trabajo político). O bien, interior a la empresa (partnerships)
o a la organización sindical (organising). En el segundo, se remarca la orientación por el
conflicto en oposición a la orientación por la cooperación. En el marco de nuestras reflexiones
este eje expresa la tensión entre dos lógicas siempre presentes en un movimiento sindical: la
lógica de los miembros (relaciones con los representados) y la lógica de influencia (relaciones
con los agentes sociales).
A partir de estas consideraciones creímos posible definir cuatro grandes modelos “ideales” de
sindicalismo. A pesar del carácter simplificador de la realidad que tienen estos esquemas,
creemos que sin embargo permiten reducir la complejidad del paisaje social y facilitar la
comprensión de los fenómenos en el tiempo y en el espacio. Esto quiere decir que costará
encontrar casos donde un sindicato se centre únicamente en una estrategia. Asimismo, el rol
de las tipologías no es fijar, de una vez y para siempre, una etiqueta sobre las formas de
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acción que caracterizan a un determinado sindicato sino de abastecer de elementos que nos
permiten entender dinámicamente la evolución de este sindicato. Es por este motivo que
simultáneamente a que un sindicato pueda desarrollar varias estrategias también pueden
reconocerse tendencias de fondo que orientan su acción y le conducen a pasar en el transcurso
del tiempo de una modelo a otro.
COOPERACIÓN
PARTICIPACION (LÓGICA DE LOS MIEMBROS) PARTENARIADO (“PARTNERSHIPS” Y
“ORGANISING”) SERVICES
FUNCIONES DISFUNCIONES FUNCIONES DISFUNCIONES
Participación en la gestión de la empresa Transformación del rol de los delegados hacia la escucha de los colectivos Evitar acuerdos individuales
Riesgos de corte entre una élite sindical que debate sobre la gestión u los afiliados que quedan atados a un modelo anterior
Eje orientado sobre comités de empresa (servicios jurídicos, de estabilidad del empleo, de tiempo libre, etc.) Juridización de los conflictos Información
Riesgo de corte entre los dirigentes y las comunidades concretas
INDUSTRIAL, DE MASAS O DE CLASE CORPORATISTA POLÍTICO (NACIONAL Y SUPRANACIONAL)
FUNCIONES DISFUNCIONES FUNCIONES DISFUNCIONES Negación de la gestión Negociación Adhesión y pertenencia a clase
Rigidez y dogmatismo Débil capacidad de adaptación
Eje orientado sobre la defensa del contrato, de acuerdos y negociaciones colectivas Negación de la gestión
Incapacidad de actuar sobre las orientaciones de empresa
CU
LTU
RA
LISM
O
VA
LOR
ES
OPOSICION (LOGICA DE INFLUENCIA) CONFLICTO
INTER
AC
CIO
NISM
O
INTER
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(De) Masa, clase o industrial: Este es el modelo de sindicalismo que ha prevalecido en la
mayoría de los países; siendo ya bastante conocido como para dispensarle largos comentarios.
En términos de los ejes de esta tipología, el sindicalismo de masa conjuga la dimensión
cultural más fuerte con la oposición más radical. De una parte los participantes encuentran su
identidad sólo en su afirmación de pertenencia a una comunidad de clase y en la adhesión a un
cierto número de valores comunes. Por otra parte, el sentimiento de exclusión con relación al
resto de la sociedad y el recurso al conflicto aparecen como los medios que privilegian para
obtener eficacia en sus acciones. Opuestos a interesarse en la gestión de la empresa, las
reivindicaciones que le sostienen se refieren a la obtención de ventajas económicas inmediatas
y al control del sistema de calificaciones y de clasificaciones, fundamentalmente. Bajo tales
premisas, el sindicalismo industrial, de clase o de masa, aparece como una categoría residual a
la luz de los análisis antes expuesta. Cualquiera de las otras tres opciones se presenta
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claramente como alternativas ante el visible debilitamiento en los últimos veinte años del
sindicalismo de masa, así como de la dimensión afectivo-ideológica que había predominado
en el mismo en los años de consolidación del movimiento sindical europeo, a favor de una
dimensión más racional.
Corporatista: Lo que diferencia a este modelo del precedente modelo de clase es que la
reivindicación económica prevalece sobre la reivindicación identitaria, los intereses
particulares de un subgrupo sobre los valores colectivos o de clase. Se trataría en este caso
menos de cambiar una situación que de defender las ventajas adquiridas anteriormente. Este
sindicalismo, lejos de adoptar perspectivas societales, hasta se niega a tomar en consideración
los intereses comunes al conjunto de los asalariados y todavía menos a la comunidad de
empresa otros grupos sociales excluidos. El sindicalismo político, se conformaría, por tanto,
en oposición a lo organizacional pero también a un sindicalismo industrial, aceptando
divisiones entre una politización más institucionalizada en la política estatal. Este predominio
de la dimensión utilitaria se manifiesta por el hecho que los asalariados le aportan su voz a un
sindicato - o se lo retiran con arreglo a las ventajas que puede proporcionarles. El adherente
en este modelo desaparece para hacer sitio al elector. La opción por una escasa atención a los
asuntos organizacionales, se explicaría en que la disminución de los afiliados no representa la
misma amenaza inmediata para la supervivencia de estos movimientos y tiene menos impacto
–por lo menos en el corto plazo- en su influencia sobre el mercado de trabajo y la política
nacional, prioridades de este tipo de estrategia. La debilidad de este modelo está en el riesgo
de que al enfocarse en este nivel, pueda descuidar la organización de otros grupos sociales, la
movilización del afiliado o el apoyo a las iniciativas de base.
Partenariado: Se reconoce sin dificultad el sindicato que se inscribe en esta tercera opción en
el hecho de que se interesa por la gestión de la empresa. Guarda una dimensión cultural en la
medida en que se identifica con la “comunidad de los trabajadores de la empresa” más que
con la “comunidad de clase”. En su nombre es que reivindica una "ciudadanía" de empresa y
procura introducir la democracia en las decisiones que son tomadas allí. En tal sentido es se
interesará mucho más a menudo más por el funcionamiento de la organización que por los
problemas de remuneración. Esto lo opone al proyecto de gestión de la Dirección por medio
de “contraproyectos” que tomen en consideración las necesidades del personal. La
denominación de "cogestión", tomada del sistema alemán, presta sin duda a confusión para la
denominación de este modelo que en palabras de Tixier (1992) podría ser mejor denominado
de "contra gestión " o "participación conflictiva", o bien, cooperación entre fuerzas que en sí
mismas están en conflicto. Si bien esto no significa necesariamente ausencia de conflicto,
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lleva a una lógica de trabajo que trasciende lo diferente para estipular en base a intereses
comunes. Por tanto, la clave del modelo de “partnerships” es que se conforma en torno a una
estrategia de consenso acerca del reconocimiento de la existencia de un conjunto de factores
comunes que afectan por igual a los intereses de trabajadores y empresarios, que exigen abrir
el diálogo.
Su debilidad está fundamentalmente en el riesgo de generar una élite sindical que debate
sobre los temas de gestión de la empresa y el resto de los afiliados que no se despegan del
modelo de clase.
Servicios: En este cuarto modelo, la dimensión cultural y colectiva tiene menos peso. El
sindicato no se ocupa de promover valores y mucho menos una ideología. El mismo se
justifica por su capacidad de responder a demandas individuales y en ofrecerles a sus
adherentes una gama de servicios personalizados tan amplia como sea posible. Estos servicios
generalmente son de dos tipos: unos tocan al dominio del ocio, de la cultura, deportes, o
pretenden aportar una ayuda individualizada para resolver problemas de la vida privada, tales
como problemas de vivienda, de la educación de los niños; etc. Otros tienen relación con el
desarrollo de la carrera del asalariado: ayudas al cambio de categoría, a la promoción, a la
obtención de facilidades particulares, etc. Situar este sindicalismo cerca del polo cooperación
se justifica sobre todo porque pertenece a los antípodas de la oposición.
Su debilidad se basa fundamentalmente en la incapacidad para movilizar grandes colectivos.
Al prestar más cuidado de reflejar las situaciones particulares de los individuos que de
modificar el funcionamiento de la empresa, se trata más de un sindicalismo que “acompaña”
al afiliado, más que de participación activa.
A MODO DE CONCLUSIÓN
Luego de haber reseñado los aspectos más destacados por la literatura en torno a la situación
actual del sindicalismo en el mundo, se nos hace evidente que Uruguay no está ajeno a la
influencia de la cantidad de factores, tanto externos como internos, que enmarcan su
actuación. Creemos que la tipología aquí presentada puede ser una contribución como
herramienta analítica para repensar la experiencia uruguaya en el tiempo pero también en su
espacio, marcados por la diversidad de problemas a la que está expuesto el mismo según
corresponda a un determinado nivel de actuación: empresa, rama, nacional, regional o
internacional. En este sentido, no estamos pensando en un sindicalismo uruguayo que pueda o
deba tratar de etiquetarse a través de una sola estrategia, sino en la posibilidad de crear un
marco analítico que permita comprender a este sindicalismo en su dinámica, en sus tendencias
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de fondo y en sus respuestas estratégicas ante problemas concretos y/o coyunturales tales
como la crisis bancaria del 2002.
Actualmente el movimiento sindical uruguayo también está atravesando un momento muy
particular. Con el triunfo de las fuerzas de izquierda en el país, se produce un giro
fundamental en el relacionamiento tradicional que ha tenido con los gobiernos de turno, que
en los últimos años ha sido de clara oposición, a una estrategia de mayor cooperación; el
aporte histórico que significó esta historia de oposición a los partidos tradicionales a la
acumulación de fuerzas políticas para los partidos de izquierda, es un factor que incide
fuertemente en las decisiones en torno a la movilización y la negociación. De una clara
estrategia de oposición se pasa, usando la terminología de Touraine, a una estrategia de
integración y control, y el sindicalismo empieza a considerar el momento como más propicio
para el desarrollo de sus objetivos.
El escenario ha cambiado drásticamente. Con la llegada del nuevo gobierno y la inmediata
aprobación de una ley sobre libertad sindical se produce el quiebre de una tradición de
abstencionismo legislativo en materia de regulación de los aspectos básicos del derecho
colectivo, a saber, la organización sindical, la negociación colectiva y la huelga. Ésto colocó
la cuestión sindical en el centro de la agenda política y social, a la vez que contribuyó
notablemente al gran incremento de la sindicalización de trabajadores. En este contexto, el
sindicalismo uruguayo enfrenta también problemas inéditos. Si bien son innegables los
desafíos que se derivan de la heterogeneidad en la composición y estructura de la masa de
trabajadores, paradójicamente, en función del nuevo escenario, se observa un proceso de
revitalización de los sindicatos históricos o «de rama». De este modo, los principales desafíos
no devendrían de nuevas y distintas demandas, sino de aspectos más concretos del estado
actual de las relaciones laborales y de la propia estructura sindical. En este sentido, es que hoy
se encara, por ejemplo, la formación de dirigentes sindicales, con el fin, tanto de garantizar la
continuidad histórica de la tradición sindical uruguaya, como de preparar a los nuevos
dirigentes sindicales para enfrentar instancias de negociación colectiva.
Particularmente relevante, a su vez, parece ser la línea de fortalecimiento institucional que
busca afianzar la posición de la Central uruguaya como actor político relevante, así como la
vinculación explícita entre las políticas de índole global desarrolladas por el PIT-CNT con los
problemas concretos planteados por los propios trabajadores. Es también por ésto que habrá
que esperar el discurso del 1º de mayo de 2006, cuando a un año del gobierno progresista, el
movimiento sindical plantee su evaluación del proceso iniciado un año atrás y sus
proyecciones de futuro.
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