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Caso de Estudio para el Examen de Grado de Licenciado en Psicología
Julio de 2012
Autores: Jonathan Martínez y Olegario Hernández Allel
Dudas de un Psicólogo
Contenido Cristina (1) ..................................................................................................................................... 2
Andrés (1) ...................................................................................................................................... 2
Georgina (1) ................................................................................................................................... 2
Andrés y Cristina ............................................................................................................................ 3
Marcelo, Psiquiatra ........................................................................................................................ 5
Andrés (2) ...................................................................................................................................... 6
Cristina, Cristóbal y Alejandra ....................................................................................................... 6
Andrés (3) ...................................................................................................................................... 8
Georgina (2) ................................................................................................................................. 13
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Cristina (1) “Mi nombre es Cristina V. Desde siempre quise ser una persona importante, así lo siento en mi
fuero interno. Soy especial. Hoy me he enterado de la notica más devastadora que se pueda conocer.
Desde niña fui la regalona de mi padre. Mi hermana, Sara, siempre me tuvo envidia ya que toda la
familia siempre consideró que yo era la más simpática de las dos. Sara siempre fue amargada, nunca
entendí por qué, o al menos hasta que supe lo que realmente le aconteció. A los 16 años ella fue violada
y quedo embaraza de esa relación. Pero te contaré de eso más adelante. Ahora prefiero contarte otra
cosa. Me quiero morir. Me voy a matar. A veces no aguanto más. No me aguanto a mí misma. Nadie me
aguanta, de eso me doy cuenta sola. Soy terrible. A veces me siento feliz. Pero la mayor parte del
tiempo me siento mal. No es depresión, o sí es, la verdad no lo sé distinguir. ¿Qué desde cuándo me
siento así? No sabía decirlo. Es un recuerdo como de toda mi vida o al menos desde que entré en la
adolescencia. Me han pasado muchas cosas, en poco tiempo. He estado en terapia. He sentido el apoyo
y el rechazo de los demás. ¿Y tú? Cuéntame de ti. ¿Hace cuántos años eres `psicólogo?”
Andrés (1) El silencio se deja sentir en la habitación esperando que mi supervisora me atienda. ¡Odio
cuando la gente es impuntual! Ya llevo más de 15 minutos esperando y sólo escucho murmullos. De
pronto se abre la puerta y veo salir a la paciente: tiene los ojos rojos. De seguro que Georgina, mi
supervisora, no habrá podido contenerla. Por eso, obviamente, se ha demorado. Inmediatamente me
acuerdo de las clases de Psicopatología con mi querida profesora Carolina. Ella siempre decía “nunca
dejen que el paciente se vaya descompensado”. Esa era una máxima que solía repetirnos. Recuerdo
otra: “siempre hay que desconfiar del paciente”. Quizás esta última no sea una frase muy afortunada,
después de todo. Pienso que ella quería decir que hay que estar siempre atento, no sé, a las
contradicciones de los pacientes, a los ocultamientos, a las distorsiones, a los mensajes cifrados. No hay
que darse por vencido, hay que tener cierta actitud, perseverar con crítica.
Georgina (1) Entro a la oficina de Georgina y siento el agradable olor de su consulta, una combinación de
frutas, canela, incienso, un conjunto de esencias que no sabría calificar más que con un “no sé qué”.
¡Que lugar! No hay otro como este, un espacio seguro, en el que no me siento como en ninguna otra
parte. ¿Por qué pasa esto? ¿Qué dinámicas invisibles y misteriosas permiten que me sienta así? Y ni
siquiera he abierto la boca aún. Pero me siento acogido.
Georgina se sienta frente a mí. Me pregunta cómo estuvo mi semana. Pienso que esa pregunta
debe ser muy típica entre todos los terapeutas, quizá en el mundo entero. Es una pregunta simple, pero
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potente. Me traslada a mi realidad interior, que en este momento puedo describir con solo una palabra:
Cristina.
Me quedo en silencio. Cristina es una paciente del Centro de Rehabilitación Las Violetas, donde
trabajo. Siento mucha angustia. Una especie de escalofríos recorre mi espalda, y un ligero mareo, no
logro precisarlo. Callo.
“Algo te preocupa”, dice ella, interpretando mi comportamiento entumecido, pero
evidentemente errático. “Normalmente hablas más, ¿puedo preguntar de qué se trata?”. Yo no sé cómo
expresar en palabras lo que siento. Sé, porque es evidente, que tengo miedo. ¿Miedo a ella? ¿Miedo de
que me haga algo? ¿O de que se haga algo? ¡Eso es! Ahora lo veo claro. “Es sobre una paciente”, digo.
“¿Qué pasa con tu paciente?” pregunta ella de inmediato. “Tengo miedo de que se suicide”.
Andrés y Cristina Cristina no es una paciente común. Creo que es el caso más difícil que he tenido en toda mi
carrera, al menos hasta ahora. Si bien no tengo mucha experiencia, creo que he visto suficientes casos
complicados antes, pero al compararlos me doy cuenta que ninguno es como este. Ella, por una parte, y
de un modo muy reflexivo, me provoca sentimientos de orgullo por mi profesión, y de cómo la profeso,
y me genera mucho afecto, pero también es cierto que otras veces me dan ganas de cortar la terapia,
como si esa fuera la única forma de poder castigarla. Me avergüenza decirlo, pero es un hecho que me
muevo entre esos dos polos. Georgina, en momentos muy tiernos de su parte, me ha dicho que esos
sentimientos, tal como se dan, son normales, y que todos los pacientes pueden generarlos o
provocarlos, no sé, nunca he sabido clarificar bien ese concepto, tan abstracto, “experimentan una
transferencia”, me ha dicho, y “como consecuencia, contratransferencia”. A mí esos comentarios tan
psicoanalíticos siempre me han parecido rebuscados. Son demasiado mentales y cuesta definirlos desde
una fuente más observable. ¡Qué digo! Si sé que los psicoanalistas son seres extraños. Ni sé cómo llegué
a escoger a Georgina como mi supervisora, siendo ella lacaniana, más encima. Es como si me hubiese
metido entre las patas de los caballos sin que nadie me haya puesto una pistola en la cabeza. Quizá
conversando con ella llegue a aclararlo algún día.
Cuando atiendo a Cristina, cuando estamos dentro del box, suele ocurrirme que me siento
ahogado. Es inespecífica la causa de este ahogo, es, no puedo encontrar otra expresión, es… ella misma.
Esa es una buena manera, sintética, de representarme lo que ocurre: es como que ella absorbiese todas
mis energías. Si tuviera que ponerle un título a esta película no habría otro mejor que este: “O ella o yo”.
Cada vez que llego a Las Violetas es como si ella me hubiese estado esperando con alguna
intención, me confunde. A veces me tutea, a veces me señorea. Me dice: “Andresito, tengo que contarte
algo que me pasó”. O: “Usted, señor, me debe más respeto, por las cosas que me han pasado”. Y
aunque nunca es algo que haya ocurrido realmente, es su costumbre tener una historia que relatar,
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jugar al misterio, como si anduviese con carpetas bajo el brazo y, ante la primera oportunidad, la sacara
y me tirara encima unos papeles con algún significado. Bueno o malo, siempre tiene algo parecido a una
excusa para entrar a verme al box o seguirme por el pasillo. No siempre fue así, pero es así como ha
empezado a colmarme. No me puedo librar de ella y siempre quiere que la atienda. La verdad es que,
confieso, ella me tiene aburrido y a veces muy cansado. A veces he llegado a fantasear con la idea de
renunciar, pero sé que no podría hacerlo. Acá va una máxima mía, para mis futuros estudiantes: No
dejes jamás que la angustia o el miedo te venzan.
Recuerdo el primer día en que Cristina llegó a Las Violetas. Vestía un gorro rojo y una chaqueta
verde larga, unas zapatillas bien gastadas. Lo primero que se podía observar en ella era que no quería
tener contacto visual con nadie, evitaba todo contacto ocular con las personas. Lo que más me
impresionó fue que tenía su cara morada e hinchada, como un globo. Al consultarle a Marcelo, el
psiquiatra de Las Violetas, él me comentó que esta hinchazón de su cara se debía al consumo extremo
de gas. Me quedé pensando si había escuchado bien. No quise preguntar, para no quedar como un
ignorante.
En su primera sesión, Cristina se sentó frente a mí y la verdad es que no fue mucho lo que
puede extraer aparte de monótonos síes y noes. Intenté iniciar la sesión como hago con todos los
pacientes nuevos: “Hola Cristina, yo voy a ser tu psicólogo durante tu permanencia en el Centro Las
Violetas. La idea es que podamos trabajar juntos para salir de este problema (y pensé, pero no dije: “en
el cual te has metido”). Este es un espacio para que tú puedas desahogarte, quiero que entiendas que lo
que nosotros veamos en este espacio sólo será de nosotros. Es muy probable que te dé algunas tareas
para la casa, las cuales son importantes para que te puedas recuperar”. Cristina asistió a mis palabras
con la mirada perdida. Yo distinguía algunas cicatrices en su rostro, los dientes poco parejos y sucios, el
pelo seco, un color de piel que no sabría describir, pero que podría señalarse que era poco vital. Pero,
en conjunto, era bella y compensaba el desaseo general. Tras una pausa, inesperadamente para mí,
Cristina comenzó a hablar: “La verdad es que dudo que usted me pueda ayudar. He entrado y salido de
varios tratamientos, en todo tipo de centros, y no creo que en este me vaya a recuperar como usted
piensa, se equivoca conmigo. Además, yo no confió en los psicólogos. Lo único que les interesa, lo único
que buscan, es sentirse bien a costas de uno, conseguir que uno llore todo el rato es un triunfo para
ellos. No confió en los psicólogos, porque siempre le cuentan a los psiquiatras lo que uno dice en las
sesiones, son traicioneros. Y peor los hombres. La combinación psicólogo-hombre es la peor. No veo por
qué usted vaya a ser diferente. Y no quiero hablar más, me quiero ir a fumar un cigarro, ¿puedo?, no
quiero estar más acá”. Sin esperar mi respuesta, Cristina salió del box de atención. Yo pensé que así me
enfrentaba a un mal comienzo. Me dio rabia.
Al día siguiente me encontré con Cristina en uno de los patios del Centro, al fondo, en lo que los
demás pacientes llamaban su “club ecológico”. Allí desarrollaban actividades de jardinería. Desde la
distancia pude observar que sus manos temblaban y que no paraba de fumar: mientras aún no
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terminaba un cigarro ya prendía el siguiente con él. Me acerqué a ella: Cristina, le pregunté: “¿Cuándo
vas a ir a la sesión conmigo?”. Me contestó desafiante: “Ya le dije lo que pienso de los psicólogos, para
lo único que sirven es para meter el dedo en la yaga. Prefiero estar con el psiquiatra, no quiero contar
veinte veces mi vida a personas distintas”.
Marcelo, Psiquiatra − Marcelo: Estimados, damos inicio a la reunión clínica de esta semana ¿alguien quiere comenzar
con los casos? Viviana, ¿Tú quieres comenzar?
− Viviana: Sí, doctor, creo que se hace sumamente necesario conversar del caso de Cristina, yo le
hice la entrevista de ingreso la semana pasada y me parece que esta con un compromiso alto
de consumo de drogas, creo que hay que tener ojo con ella. Desde mi experiencia de
trabajadora social, este tipo de pacientes deserta con rapidez, y creo que en este caso vamos a
tener una deserción si es que no se hace algo pronto.
− Marcelo: Andrés, ¿tienes algo que aportar en este sentido? Yo te designé este caso, porque
creo que contigo va a ir bien.
− Andrés: Doctor, Cristina no ha asistido a las sesiones pues dice que no quiere estar con más
psicólogos, que prefiere estar sólo con un psiquiatra Refiere que los psicólogos no servimos
mucho, que sólo nos gusta hacer llorar a los pacientes, y ella no quiere eso.
− Marcelo: Andrés, te voy a pedir que manejes la situación. Por trata de persuadirla a que vaya
contigo a terapia, para evitar que ocurra lo que plantea Viviana. He dejado a Cristina con
ansiolíticos y antidepresivos, en altas dosis, por lo que su somnolencia y lentitud serán
normales. Evitaremos una probable recaída.
− Andrés: ¿Tiene Usted su historia?
− Marcelo: Claro, a ver, Cristina presenta un consumo problemático de alcohol (su preferencia es
por el pisco y el ron, pero ha tomado de todo), además de un alto consumo de marihuana, tuvo
largos episodios con cocaína y pasta base. Además, estuvo consumiendo por tiempo
prolongado gas de encendedores.
− Tiene muchos problemas para conciliar el sueño, presenta déficit importantes, atencionales,
presenta lagunas mentales, hay episodios en su vida que no recuerda, además, en estos días,
está con craving muy fuerte. Te pido, Andrés, que trabajes este aspecto primero con ella. Es
absolutamente necesario que trabajemos todo el equipo para que se mantenga sin consumo.
Andrés, te ruego que trabajes desde el modelo de recaídas de Marlatt.
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Andrés (2) Yo pensé: por qué no presté mayor atención en las clases de la Universidad, tendría que
trabajar en la casa y recuperar el modelo de Marlatt. Tras este tipo de reuniones solía cuestionarme un
poco si ser psicólogo era o no lo mío. Llegar cansado del trabajo a la casa, después de escuchar a
muchos pacientes diariamente, me provocaba ganas de tirarme a la cama, a ver en la televisión algo lo
más tonto posible, y reírme, y ojalá dormirme pronto. ¿Qué será eso? ¿Un tipo de reacción normal?
Tengo dudas, quizá se trate de una evidencia que se muestra ante mis ojos y no quiero ver, la de que no
sirvo para esta profesión. Si me hubiesen advertido de esta carga, la de llegar casa y seguir con casos, a
veces en papel, otras en la cabeza, y preparar las sesiones y elaborarlas sin descanso, creo que lo habría
pensado mejor. A fin de cuentas siempre es más fácil trabajar en algo que no tenga que ver con las
personas. Siento que a veces las personas me apestan. Mmmmmm, al parecer estoy estresado. Noto
que estos pensamientos catastróficos me vienen cuando estoy estresado, y siento que todo vale nada,
incluido yo mismo.
Con el correr de los días, Cristina comenzó a asistir regularmente a las sesiones, mostrándose
muy tímida al inicio, insistiendo en no querer hablar. Aproveché para afrontar desde las primeras
sesiones los problemas con algunas técnicas que le ayudasen a controlar su ansiedad.
Creo que el primer momento en que pude comenzar a entrar en la vida de Cristina fue cuando
me contó acerca de su pololo de toda su vida, Cristóbal.
Cristina, Cristóbal y Alejandra Cristina: Yo me fui a los 16 años de la casa siguiendo a Cristóbal. Él se fue a Santiago a estudiar
Ciencias Políticas. Era simpatizante del partido XXXXXXXXXXX y siempre me llevaba a las reuniones de
ellos, y la verdad es que me parecían muy entretenidas, ya que todos se trataban muy cordialmente,
pero cuando conversaban siempre se quejaban de todo. Bueno, pero en realidad, quién no se queja de
todo hoy en día. Cristóbal, al ser mayor que yo, siempre tomaba todas las decisiones. Él podía decir
“vamos a la luna”, yo lo hubiese acompañado. Era perfecto, a pesar de haber terminado hace varios
años, creo que aún lo sigo amando profundamente, no creo que exista nadie como él, bueno, a los 16
años una es chica y se deja guiar solo por las emociones. Yo lo seguí sin preguntarme nada, me arranqué
de la casa. Cuando llegué donde él estaba viviendo, recuerdo perfectamente, tuvimos relaciones
sexuales y luego él me echó de su casa. Me dijo que me devolviera, que era una cabra chica tonta por
seguirlo. Que él lo único que quería era hacer su vida y probar muchas cosas y que yo no estaba entre
sus planes. Muy romántico, ¿cierto? Pero como una es tonta, seguí ahí esperando que se diera cuenta
que yo era su mujer. Recuerdo que para un cumpleaños él invitó a sus amigos de la Universidad y me
dejó afuera de la casa. Me dejó entrar sólo cuando ellos se habían ido. Obviamente, yo le daba
vergüenza. Me dejó entrar y, todo curado y volado, y…. Siempre voy a recordar ese asqueroso olor
marihuana y cigarro…y…del resto prefiero no hablar.
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Yo estaba como para servirlo a él. Esa era mi función, la verdad, ya rara vez me acordaba de mis
padres. Me molestaba que mi papá adorase a los hijos de mi hermana, ellos eran lo único que le
importaba y yo, la verdad, es que era una cualquiera por haberme escapado de la casa siguiendo a
Cristóbal. A mi mamá yo tampoco nunca le interesé. Ella estaba más preocupada de salir de su
depresión, que, según me enteré medio indirectamente, la tuvo al borde del suicidio varias veces. A mi
mamá le gustaba recortar noticias sobre muerte y suicidio. Ella es súper oscura en sus pensamientos,
pesimista, amargada. A veces se queda horas mirando fijamente un punto, sin moverse, como una loca.
Un día le mostraré los recortes que ella tiene. Como verás, considerando todo esto, no era muy
alentador quedarse en la casa de mis papás. Con Cristóbal compartimos la casa junto a otras seis
personas más, todos estudiantes universitarios medio alternativos: estudiantes de arquitectura, de
historia, periodismo y psicología. Ahí conocí a Alejandra. Ella estudiaba psicología. Era muy clever ella,
pero media pasada de rollos. Creo que de ella viene mi aversión y odio a los psicólogos, jajaja. De todas
formas vendía bien la pomada. Tenía una pinta toda hippie, sólo le faltaban los lentes redondos y la flor
el pelo para pasar como de los setenta, jajaja. Comenzamos a juntarnos y conversar. Ella me hablaba de
puras leseras. Me trataba de explicar lo que aprendía en la Universidad, pero a veces yo creía que me
tomaba el pelo. Imagínate que ella me decía que las mujeres sienten “envidia del pene”, qué tipo de
psicólogo puede pensar una cosa así, o que había un pecho bueno y otro malo, o que las niñas se
enamoran de su padre y quieren matar a su madre. La psicología me parece una disciplina muy
esotérica. Bueno, la cosa es que con ella, en la buena onda, comencé a fumar marihuana, para pasar el
rato, ahora, pensándolo bien, no sé qué tipo de psicóloga será ya que, de verdad, fumaba mucho. Yo soy
una verdadera paciente, pero ella no es una verdadera psicóloga. Creo que los psicólogos deben
parecerlo, pero también serlo. Pero eso es algo que digo yo, una paciente, y seguramente no te debo ser
tan creíble.
Con ella a veces pasábamos todas las tardes conversando y me decía que dejara a Cristóbal y
me fuera a mi casa. Ella era, es, la típica niñita cuica que opta por ser hippie o hacerse la pobre, cuando
claramente ella es de otro estrato social. Bueno, en uno de esos carretes que hacíamos todos los que
vivíamos en la casa caché la verdad. Esta hippie pelolais andaba detrás de Cristóbal. Y obviamente, yo no
podía competir con ella. Cristóbal siempre me decía que no pasaba nada con ella, pero un día salí a
comprar y cuando regresé ellos estaban conversando lo más tranquilos, pero demasiado cerquita el uno
del otro, en la cocina. Yo me enojé, pero él siempre me aseguró que no pasaba nada. Pero, como puede
adivinarlo, mi gran temor un día se convirtió en realidad. Ellos se juntaban a mis espaldas, fuera de la
casa. Lo supe porque a uno de los amigos de Alejandra se le salió en uno de los carretes. Decidí encarar
a Cristóbal y le intente sacar mentira por verdad y, ¿qué pasó?, pasó lo que le pasa a todos los hombres,
que no saben mentir, y me lo contó todo. Tomé un par de cosas, las metí en un bolso y es ahí cuando
me fui a la mierda. Vagué por las calles sin rumbo, ni recuerdo cuanto tiempo: como semanas, meses, o
años, me quedé dormida en plazas a la salida del metro, esto no se lo he comentado nunca a nadie. Me
puse a tomar más y más. Me sentía sola. Veía pasar a las personas. Les envidiaba la vida a los demás.
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Consumí drogas fuertes y algunas que cuesta hasta mencionarlas acá, me rebajé. Ahora me acuerdo que
un día consumí bencina, otro gas. Hay cosas que hice por conseguir plata que no me atrevo a decir en
voz alta. Pero no me mire así, no se sorprenda, a pesar de todo, creo que aún amo al Cristóbal. Todavía
me acuerdo de él. Me encantaba porque era súper inteligente, igual que usted, Señor Psicólogo.
Andrés (3) Un día Cristina me abordó y me dijo, visiblemente compungida, que necesitaba conversar
urgente conmigo. Yo me asusté un poco. La hice pasar al box de atención. No esperó ni siquiera que nos
alcanzásemos a sentar y me dijo: “tengo SIDA”. Quedé impactado. No sabía qué decir. Me quedé en
blanco, tratando de encontrar alguna guía interior, en los recuerdos sobre cómo actuar en casos como
este, pero no logré anclar ningún pensamiento. Pensé que en realidad me estaba diciendo que se iba a
morir, “me voy a morir” o “estoy muerta ya” hubiesen sido mejores expresiones que “tengo SIDA”,
expresión tan sucia, tan contaminada de otras significaciones. Lo único que atiné a preguntar fue si se
había hecho un examen. Me miró con rabia, como reclamándome por no creerle, es decir, además de
todo el sufrimiento, debía mostrarme pruebas. No me atreví a insistirle, me descolocó su silencio de
fierro.
Las próximas tres semanas fueron agotadoras. Todo giraba en torno a que tenía SIDA y se iba a
morir. No trajo pruebas y, por un compromiso que tomé con ella, no se lo transmití a Marcelo. Me
enumeró decenas de formas de cometer suicidio. Con sarcasmo me tiraba una lista: tirarse al tren,
meter la cabeza en el horno, tirarse desde un puente a alguna carretera, cortarse las venas, intoxicarse
con algún fármaco, comprar un arma y volarse la cabeza, abrir el gas de la casa y morir asfixiada, etc.
Antes de salir me tiró encima de la mesa unos recortes de diario que sacó arrugados de su cartera. “Acá
tiene”, me dijo, “Ya empecé a copiar los buenos hábitos de mi mamá”.
La tasa de suicidios en Galicia se dispara con
tres fallecidos por cada dos muertos de tráfico
En el último año 335 personas se quitaron la vida frente a las 199
que la perdieron en las carreteras
U. FOCES - VIGO El suicidio en Galicia es ya un problema de salud
pública. En el último año 335 personas se quitaron la vida, frente a las
199 víctimas mortales de las carreteras; un 10 % más que el año anterior
mientras que los fallecidos en los viales se reducen el 31,6%. Ahora, por
cada dos muertos en accidente de tráfico hay ya tres suicidios, según la
última memoria del Instituto de Medicina Legal de Galicia, Imelga. El
caso del anciano matrimonio de la localidad ourensana de Vilardevós, en
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el que supuestamente el marido mató a su mujer y después se pegó un
tiro tras dejar una nota en la calle diciendo que habían muerto, refleja las
características de la mayoría de los suicidas. Gran parte de las víctimas
por fallecimientos autoinfligidos son personas mayores de 65 años que
arrastran problemas de soledad o se obsesionan con padecer alguna
enfermedad y no quieren ser una carga para sus familias. En otros
casos, los menos, padecían depresión o algún tipo de enfermedad
mental, según el perfil que traza el subdirector del Imelga en Ourense,
Julio Jiménez. Este forense, que aboga por poner en marcha planes de
prevención tal como se ha hecho con los accidentes de tráfico, apunta
que, de momento, no se han dado casos de suicidios por motivos
económicos. La diferencia entre las dos causas de muerte, autoinfligida o
accidente de tráfico, alcanza ya el 68,3%. La demarcación de Santiago
registró la mayor tasa de suicidios (67 casos), seguida de Ourense (51),
Lugo (50), A Coruña (68), Pontevedra (34) y Ferrol (18). Vigo registra la
tasa más baja, en proporción a la población, con 47 casos. El informe del
Imelga, el más fiable en cuanto a víctimas de tráfico pues recoge
también los fallecimientos en hospitales, resalta que uno de cada cuatro
fallecidos presentaba cifras de alcohol en sangre por encima de los
límites permitidos legalmente, y el 8,4% estaban bajo la influencia de
sustancias psicoactivas. El índice de alcoholemias positivas más elevado
se detectó en personas de 51 a 60 años. Un detalles significativo es que
el número de víctimas de entre 20 y 29 años se mantuvo entre el 2010 y
el 2011, mientras que han aumentado los fallecidos de más de 60 años a
causa de atropellos. La memoria forense incide en que en el intervalo de
entre 15 y 34 años de edad la inmensa mayoría de las víctimas se
producen por colisión, mientras que las cifras de atropellos más altas se
dan en los menores de 14 años y los mayores de 65. En cuanto a índice
de mortalidad, los meses de febrero y agosto concentraron el mayor
número de accidentes con una media mensual de fallecidos a lo largo del
año de entre 14 y 21 víctimas. En el Instituto de Medicina Legal de
Galicia fueron atendidos en el último año 52.241 casos en total: 1.840
autopsias (más de la mitad muerte violentas) y 50.401 casos en el
servicio clínico médico forense. Por demarcaciones, A Coruña realizó
410 autopsias, 180 muertas violentas; Vigo 315 de las que 161 fueron
por muerte violenta; Santiago 301 (167 violentas); Lugo 249, 127 por
muerte natural; Ourense 240, 150 por muerte violenta; Pontevedra 192,
98 de muerte violenta, y Ferrol 135, de las 173 74 fueron muertes
naturales. Traumatismos, asfixias mecánicas, suicidios y homicidios
centran las causas de muerte violenta. Medio millar menos de casos de
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malos tratos. Las clínicas forenses gallegos atendieron medio millar de
casos menos que el año anterior por violencia de género. De las 1.359
consultas en el año 2010, se bajó a 889 el año pasado. Los datos del
Imelga apuntan que la mayoría de las víctimas tenían menos de 40, más
de la mitad llevaban más de 5 años de convivencia con su agresor y en
el 21% de los casos el maltrato se produjo a los seis meses de iniciar la
convivencia. El perfil del agresor es de un español, de entre 31 y 40
años, casado, en paro y que golpea a su pareja en la cabeza. Los
forenses señalan que los servicios están colapsados "por la falta de
criterios razonables a la hora de realizar determinadas pruebas médicas
o psicológicas". Así, exponen que solo el 18% de los informes de
Psiquiatría, Psicología y Trabajo Social fueron indicados por los forenses
que atendieron inicialmente a la víctima. "El 82% restante fue solicitado
por los juzgados a instancias de las fiscalías o de los abogados". Fosas
comunes y misión humanitaria en Libia Forenses del Imelga ofrecieron el
pasado mes de diciembre sus servicios como voluntarios a fin de
participar en los equipos internacionales de búsqueda e identificación de
desaparecidos en las fosas comunes de Libia.También participan en el
proyecto Geomanfor de la Universidad de Vigo y en el levantamiento de
fosas de la Guerra Civil en Crecente, promovido por el Juzgado de
Instrucción 1 de Ponteareas. En Ourense asistieron a trabajos puntuales
similares mediante fotografía cenital.
Mujeres suicidas, deprimidas y menores de
edad
Problemas familiares, económicos y sentimiento de soledad las
orillan a tomar la puerta falsa.
Marco Do Castella/SIPSE
COZUMEL, Q.Roo.- La unidad de Psicología de la Clínica de la
Secretaría estatal de Salud (Sesa) en Cozumel atendió en el 2011 a 250
personas de las cuales el 80% aproximadamente presentaba síntomas
de depresión. La mayoría era mujeres, pero lo grave es que eran
personas menores de 18 años.
11
En lo que va del año 2012, el Sub Centro de Control, Comando,
Cómputo y Comunicaciones(C-4) en Cozumel ha atendido19 llamadas
de personas que se encuentran en crisis y en medio de un intento de
suicidio en un rango de edad de 18 a 35 años.
Los problemas familiares, económicos y sentimientos de soledad, son los
factores que influyen en estado de ánimo de estas personas. La
Organización Mundial de la Salud (OMS) reconoce el suicidio o violencia
autoinfligida como un problema mundial de salud pública.
Addy Valle Pérez, responsable de la unidad de psicología de Sesa
recordó que en 2011 los pacientes atendidos eran en su mayoría
mujeres y unas de 200 eran adolescentes que presentaban claros
síntomas de depresión.
Las entrevistas revelaron que esta era generada por problemas
intrafamiliares, económicos y sentimientos de incomprensión ó soledad.
La especialista explicó que la depresión es un trastorno del estado de
ánimo que afecta la esfera afectiva produciendo tristeza patológica,
decaimiento, irritabilidad o un trastorno del humor que puede disminuir el
rendimiento en el trabajo o limitar la actividad de la vida de una persona.
Sergio Andrés Pérez Barrero, experto mundial en tratamiento y
prevención del suicidio durante su visita a Cozumel en 2006 habló para
este medio y dijo que los adolescentes que intentan el suicidio o se
suicidarán, tienen un entorno con factores de riesgo para esta conducta
como la desventaja social, pobreza educacional, situaciones familiares
adversas que condicionan una niñez infeliz; o que presentan mayor
psicopatología, incluyendo depresión, abuso de sustancias y conducta
disocial, baja autoestima, impulsividad, desesperanza y rigidez cognitiva.
También incluyó la exposición a eventos vitales suicidógenos como las
relaciones humanas tumultuosas, amores contrariados o problemas con
las autoridades policiales.
El suicidólogo de origen cubano es fundador de la Sección de
Suicidiología de la Asociación Mundial de Psiquiatría y de la Red
Iberoamericana de Suicidiología. Es el presidente fundador de la Red
Mundial de Suicidólogos
12
En lo que va del año en la ínsula se han registrado cuatro decesos por
suicidio, dando solo a uno de la marca del 2011. Ese mismo año los
registros de la Procuraduría General de Justicia marcaron 61 intentos de
suicidio.
La frase que nunca deberías decirle a una
persona con depresión, según expertos
La depresión, trastorno del ánimo caracterizado por un estado de
abatimiento e infelicidad, es un padecimiento que afecta a miles de
personas a nivel mundial. En este sentido, el apoyo de los
familiares y seres queridos es primordial para el paciente…
siempre, que se sepa qué hacer y qué decir.
BioBio.- Así lo postularon los psiquiatras españoles Javier García
Campayo y Miguel Alfonso García Escudero, en el marco del curso
“Habilidades Diagnósticas y Terapéuticas: El paciente depresivo en
Atención Primaria”, quienes hicieron hincapié en cómo colaborar desde
afuera cuando un cercano se ve afectado por este trastorno.
Al respecto, los especialistas indicaron que lo peor que se le puede decir
a una persona que está pasando por un período depresivo es “tienes que
poner de tu parte y animarte”.
Pese a que es una frase que, generalmente, la gente usa para animar a
una persona cuando está decaída, García Campayo y García Escudero
explican que, lejos de hacerlos sentir mejor, este tipo de comentarios
provocan que los afectados sientan impotencia, que experimenten una
disminución de la autoestima y que tengan sentimientos de fracaso.
En este sentido, se explicó que decirle a una persona con depresión que
se anime es como enviar a alguien “sin preparación, a realizar un
examen difícil. Lo más normal es que fracase. Y esto generará aún más
dudas, y menor empuje para salir del pozo”, consignó Yahoo!.
Si se quiere ayudar, advierten los psiquiatras, la mejor forma es efectuar
lo que en medicina y psicología se conoce como la “escucha activa” de la
psicoterapia, es decir, ponernos delante del afectado, dejarlo hablar y
argumentar, mientras nosotros escuchamos, entendemos y, sobre todo,
13
reflejamos a través de gestos que estamos oyendo -por ejemplo, al
asentir de vez en cuando o poner caras de sorpresa-.
Asimismo, García Campayo y García Escudero indicaron que otro
importante punto es empatizar con la persona, ponerse en su lugar y
centrarse en ésta.
Por último, indicaron que además debe demostrársele que estás a su
lado pero no de una forma sobreprotectora ni paternalista, ya que ambas
actitudes pueden dificultar el proceso de restitución del ánimo.
Quedé muy asustado. Ninguna técnica psicoterapéutica me parecía suficiente para abordar
todos estos temas con ella: su personalidad, su adicción, su precocidad, su ansiedad, sus ideas suicidas,
el SIDA, y las cosas que no me había contado. ¿Cuál de todas esas cosas tenía primacía por sobre las
otras? ¿Cómo detectarlo? ¿Cómo decidir? Pensaba: ¿Me servía en este momento un manual cognitivo
conductual, como el de Beck o el de Ellis, para tratar de refutar sus creencias irracionales? ¿Qué hacer?
Esa duda ¿era producto de mi inseguridad o de verdad carecía yo de las técnicas?
Durante las tres semanas ocupé mucho tiempo intentando persuadirla de que me dejara contar
sus temores al SIDA al Psiquiatra. Lo aceptó. Cuando llegaron los resultados del test no cabía en sí de
felicidad. Se volvió hipomaníaca. Cuando llegué a mi trabajo ese día de los resultados, ella salió a
recibirme con lágrimas en su cara, y entonces lloró muchísimo, pero no logró conmoverme, cuestión
que me provocó más dudas sobre su estado emocional. Necesitaba ayuda. Recordé a Georgina, una
psicóloga que respetaba desde hace mucho tiempo. Cuando fui a verla, me reía solo en la sala de
espera, ante la ironía de estar a punto de supervisarme con una analista lacaniana. “¿Qué hace un
conductista en la consulta de un lacaniano?”
Georgina (2) − Georgina: ¿Qué te hace pensar que tu paciente pueda suicidarte?
− Andrés: Ella me lo dijo.
− G: ¿Y es creíble?
− A: ¿Cómo “creíble”?
− G: Tú entiendes, a veces los anuncios de suicidio cumplen más un papel de “llamar la atención”
que de ser realmente una advertencia.
− A: Georgina, yo nunca me he creído eso.
− G: ¿Cómo así?
− A: Quienes plantean eso no ofrecen reales herramientas que permitan discriminar cuando se
trata de un caso de advertencia real de uno que no lo es. Yo no puedo permitirme el lujo de
equivocarme. Si ella está advirtiendo algo en serio más vale que la tome en serio.
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− G: Podría estar manipulándote…
− A: No importa.
− G: Es una carga muy fuerte para ti y se nota.
− A: No importa, para eso estoy aquí.
− G: Es cierto.
− A: Además, su madre tiene antecedentes de intentos de suicidio. ¿No basta eso para tomar en
serio a una paciente que anuncia esto?
− G: No necesariamente, pero, dejémoslo así. Lo importante es ver cómo podemos ayudarte aquí.
¿Puedes intentar identificar desde qué momento empezaste a experimentar miedo con ella?
− A: No sé, creo que desde que empezó a comportarse erráticamente. Quizá desde que ella
misma lo verbalizó por primera vez.
− G: ¿No antes?
− A: No creo. Al comienzo yo sólo asociaba todo al tema drogas y al tema del tratamiento, de la
prevención de recaídas…
− G: Te noto pensativo.
− A: Puede ser que me haya puesto un poco nervioso cuando me asignaron a la paciente.
− G: ¿Qué pensaste?
− A: Cuando me la asignaron recuerdo que me puse inseguro porque me encargaron un tipo de
tratamiento del cual no tenía tanta, o ninguna experiencia, no me acordaba.
− G: ¿Y eso es muy terrible?
− A: Para un profesional que debe responder, obvio.
− G: ¿Sientes que no eras capaz de responder? ¿Había margen para estudiar y preparar su
tratamiento?
− A: Sí, creo que sí.
− G: ¿”Crees” o es algo que era evidente para todos?
− A: Es algo evidente.
− G: ¿Es la inseguridad profesional algo que quizá tenga que ver con tu paciente?
− A: ¿Está tratando de minimizar el efecto de las palabras “me quiero morir”?
− G: ¿Dije eso?
− A: No, pero obviamente lo insinuó.
− G: ¿Tú piensas que yo insinué que las palabras “me quiero morir” son triviales?
− A:…No, probablemente no, perdone, pero me da rabia que no se tome en cuenta la prioridad
que yo asigné a los síntomas de mi paciente por sobre cualquier otra cosa.
− G: Sentirte impotente ante una paciente así no es “cualquier cosa”.
− A: …¿Y qué puedo hacer?
− G: Por el momento hablar sobre ello.
− A: Ok, hablemos.
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