Esas Llamadas Telefónicas de Bolaño a La Madrugada

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Breve ensayo sobre la obra "Llamadas Telefónicas del autor chileno Roberto Bolaño.

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ESAS LLAMADAS TELEFÓNICAS DE BOLAÑO A LA MADRUGADA,

ESPANTANDO LOS MIEDOS Y LOS RECUERDOS A LA VEZ.

“El mundo de la literatura es terrible, además de ridículo”

Roberto Bolaño

¿Se puede, en realidad, enlazar, capturar la esencia de los días perdidos, de los amigos

perdidos en desiertos, tanto espirituales como geográficos? ¿Mediante la falsificación de los

recuerdos, se puede mejorar, deconstruir el desdén que se apodera de uno en el presente?

Para Roberto Bolaño – Arturo Belano; el paso del tiempo, de los amigos, del dolor; es una

pequeña barcaza que amenaza con zozobrar, pero que a final de cuentas, lleva y conserva,

lo poco que lo forjó como humano, como latinoamericano perdido en la extensa maraña de

terrores mundiales.

Partiendo de esto, y acercándome de forma casi inocente, otra vez, a las “Llamadas

telefónicas” de Roberto Bolaño, se me agolpan las imágenes que no solo laceran la

tranquilidad, si no también la energía y la poca alegría de este día. Es harto conocido que la

prosa de Bolaño es una estructura sólida surcada por venas nostálgicas y melancólicas. Sus

historias tratan de aprehender o más bien de aferrarse a aquellos momentos y vivencias que

marcaron su camino, como ser humano y como escritor. Una voz desencantada pero firme,

voluntariosa, y más que nada, valiente. No rehúye de los dolorosos aprendizajes de su

juventud, pero se detecta un rememorar dolido y no sin cierto aire de desprecio en contadas

ocasiones. ¿Y qué desprecio, en un momento, no se ve invadido la anécdota liviana y

cariñosa?

Sensini, la historia con la que abre esta serie de cuentos, nos muestra la cara más nostálgica

y apesadumbrada del Bolaño afecto a los recuerdos y su manipulación. Y si recuerda, es

porque lo asume como un ejercicio obligatorio para nunca olvidarse de su peregrinar en su

pequeño glorioso purgatorio. El escritor, si no nace siéndolo, debe transformarse a pulso de

caídas y vuelos sobre los abismos. La mirada de Bolaño, esas llamadas telefónicas que la

mayoría de las veces se ven cortadas por la falta del metálico. Su voz que intenta cruzar

continentes y que se ve sofocada por el llanto, por el miedo, por el fondo sin alma de sus

pesadillas.

Aparte de esta vena melancólica, Bolaño nos hace entrever, en momentos luminosos y

livianos, su apego cuasi psicótico por el humor refinado y por esa inocente malicia (y por

ello implacable) destilada en relatos como “Enrique Martín” o “Una aventura literaria”,

maliciosa y graciosa a partes iguales. Maestro del “fake literario”, Bolaño nos introduce,

casi a la fuerza, en una de las voces críticas más ácidas que se hayan dejado escuchar y leer

en los últimos veinte años de discordante literatura. Traspone voces, intercambia discursos

y sus formas de ver a la literatura y por ende a la vida.

En su obra, en su vida y en el discurrir de los días, Bolaño-Belano trata de destajar la piel

de esos recuerdos que tanto le hieren y le gustan. Sabe que la existencia es una broma

pesada, sabe que la literatura, así como contundente puede ser maligna o bien liberadora. Es

esa sensación de estar y no estar. La fragilidad de la mente y el cuerpo como símil de la

fragilidad del espíritu. Y la noche como escenario para esas llamadas telefónicas, que en

lugar de tranquilizarnos, nos perturban y nos dejan vulnerables ante los nuevos días con sus

respectivos terrores y amores desechables. Bolaño se autorretrataba pero no en un ejercicio

ocioso de regodeo ególatra, sino con la firme disposición de no olvidarse de sí mismo de

los fantasmas que lo erigieron, como lector, como vagabundo, como paria. Como ese

pequeño Prometeo humanizado al que siempre, siempre, le será arrebatado su hígado,

noche tras noche, para un poco iluminar la senda de los que seguimos esta batalla leyendo y

admirando cómo se va quemando, de a poco, el mundo.