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Sólo uso con fines educativos 332
Lectura Nº7Lourau, René, “La Investigación en Análisis Institucional” (Cap. 5), en Libertad de Movimientos. Una Introducción al Análisis Institucional, Buenos Aires, Argentina, Editorial Eudeba, 2001, pp.53-71.
¿Investigación en el A.I.? Es un estado de ánimo, una marcha en la cual, tanto como la deducción
o la inducción, interesa la transducción. Tarde o temprano, todos los investigadores se han rozado con
la imaginación socioanalítica y todos han sucumbido alguna vez en ella. Platón, en El Banquete, cuan-
do opta por un dispositivo de dinámica de grupo y no expresa lo que tiene para decir ni bajo la forma
embrutecedora de los así llamados “diálogos” socráticos, ni solamente en la confrontación de exposi-
ciones de symposium (esta palabra significa “banquete”, gracias, Dimitri, por habérmelo señalado), sino
a través de las tensiones de grupo en las cuales Sócrates, simulando como siempre estar menos ebrio
que los otros, toma plena posición de parte de su ex amante Alcibíades. Como cuando, en lugar de con-
tinuar sus construcciones políticas y pedagógicas, Rousseau se pone a copiar música para ganarse la
vida (como Spinoza que pulía cristales de lentes) y a escribir sus Confesiones. Hegel, quien, en su corres-
pondencia, pasa de una larga carta a un desconocido estudiante, que le plantea cuestiones embarazo-
sas, a una carta menos larga a su proveedor de vinos de Burdeos. Comte, quien consagra muchas veces
por semana gran parte de su precioso tiempo a la Ópera, y en escribir a Clotilde. Freud, al final de su
vida, todavía produciendo algunas obras de circunstancia pero soñando día y noche en su libro “impo-
sible” publicado, no obstante, antes de su muerte, el Moisés.
¿Investigación en el A.I.? Es algo más modesto que esto lo que aquí está en cuestión.
Las investigaciones de la investigación en A.I. remiten en parte a sus orígenes y a su novela familiar,
modificadas sin cesar por los comentadores-espectadores exteriores, así como por los institucionalis-
tas mismos. Es significativo que sea Roberto Manero, un mexicano que vino a preparar y defender su
tesis en Francia (París VIII, 1986) quien acomete este problema del relato mítico, de la novela familiar (La
novela institucional del socioanálisis, México, Colofón, 1992).
Nuestra sagrada familia, título de un boletín del seminario de doctorado de A.I. en París VIII, no es
un “afuera”, como lo fue cuando Marx designaba por medio de esta polémica metáfora a los hegelianos
llamados “de derecha”, quienes competían duramente dentro del mercado cultural. Ella es un “adentro”
en interferencia permanente con el “afuera” de la ciudad científica, del mercado de trabajo, del comba-
te político... Red multinacional que se institucionaliza diferencialmente según los países y en el interior
mismo de un país, por ejemplo Francia, donde a veces las tendencias y “fracciones” suscitan turbulencias.
Se han visto más arriba los extravíos, errancias y errores que presiden la construcción de la imagen de la
psicoterapia institucional. Las divergencias y malentendidos existen en el seno del A.I. actual, entre tales
o cuales “pragmáticos” y tales o cuales que siguen tomando en serio el proyecto político y científico de
nuestra corriente, proyecto que de ningún modo es considerado como “pasatista” en otras latitudes. La
cacofonía, muy audible en el plano editorial (donde una obra puede ser percibida o reivindicada como
“institucionalista” solamente porque su autor forma parte de esta corriente), es menos sensible, porque
es menos pública, en los planos de la investigación y de la enseñanza. Con todo, la cacofonía existe.
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En estas condiciones, ¿se puede enseñar el A.I.? ¿Se puede calificar a una investigación como sien-
do “del A.I.”?
Aquí, nos contentaremos con puntualizar algunos de los temas que dan existencia a estas pregun-
tas. La mayoría han aparecido con mayor o menor insistencia en los capítulos precedentes: temas de la
colectivización y de la restitución, de la implicación epistemológica (y ética) en la institucionalización,
de la lógica transductiva, de la teoría de los campos... Este último tema se abrirá, subsidiariamente, con
la pregunta en torno de un programa de investigaciones.
Por su dimensión política (la autogestión) y, paradigmáticamente (centrar el análisis en la institu-
ción), la pedagogía grupal que nos gratificó con la revolución psicosociológica ya era para nosotros, tal
vez sin saberlo, un campo de implicación de la imaginación socioanalítica. Más allá de una ideología
comunicacional que, con instrumentos técnicos mucho menos avanzados que los de hoy, nos influía;
más allá de la exaltación del modelo democrático considerado y, de manera utilitaria, como el más efi-
caz (¡y no más legítimo!), se perfila la idea metagrupalista de un doblamiento de lo global sobre lo
local; proyectos democráticos, autogestionarios, dentro del espacio-tiempo del aula. Atenerse a este
programa microsocial, referido a lo macrosocial, permitía ciertamente no salir de las fronteras del peda-
gogismo utópico (utopía de creer que los colectivos infantiles, de adolescentes, etc., podían realmente
practicar lo que las instituciones políticas, dentro de la sociedad global, enuncian y no ponen más que
prudentemente en práctica). El pasaje a la utopía política se efectuaba cuando la mayoría de nosotros
(desde entonces, el número de esos utopistas ha disminuido fuertemente) pensábamos que el movi-
miento de abatimiento de lo global sobre lo local podía y debía, dialécticamente, acompañarse del
movimiento inverso, de lo local a lo global. En el léxico guattariano, era la revolución molecular como
condición de una revolución molar.
Estas curiosas ideas se inscribían sin demasiadas dificultades en el clima de la modernidad triun-
fante. Era antes de la Crisis... Muchos institucionalistas han sacado de este cambio consecuencias derro-
tistas. Dejan a lo instituido el cuidado de ocuparse de lo global, de lo macrosocial, lo que epistemo-
lógicamente equivale a un renunciamiento, porque nuestra singularidad estaba y está siempre en el
proyecto de luchar contra la despolitización de lo local, tomando en cuenta, en el análisis colectivo, de
la transversalidad estatal (que no se reduce a los burócratas de la administración). Son raros aquellos
que, tal como Jacques Guigou, continúan interrogándose sobre el devenir, sobre las metamorfosis de
la modernidad, en lugar de contentarse con levantar actas del cambio de período. Es, además, sobrada-
mente significativo que la revista que desde hace algunos años anima Guigou lleva por título el mismo
sintagma —casi en plural— que la fórmula propuesta hace tiempo por el mismo Guigou para caracteri-
zar la temporalidad de la intervención socioanalítica: Temps critique(s).
El socioanálisis como intervención bajo encargo (commande) no hizo más que poner de relieve, de
cara a los avatares asociativos y asociacionistas del “clima democrático” caro a Lewin, la necesidad de
repensar la noción de colectivo y de colectivización. El paradigma asociativo, que fuera de la familia
mononuclear tradicional domina todas las formas institucionales sin excepción (comprendidas las que
se inscriben morfológicamente en el espacio: la ciudad), ha conocido durante los atroces años neoli-
berales 1980-1990 una inflación tal que la irresponsabilidad, la desimplicación (rechazo de analizar las
implicaciones) han franqueado un peligroso umbral para la sobrevivencia de la especie. Entre decenas
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de miles de otras nuevas asociaciones, la Sociedad de Análisis Institucional ha experimentado la triste
constatación de la caída asociativa. El campo libre está abandonado, desde la otra extremidad de la
curva del concepto de implicación (cf. capítulo precedente) hasta el sobreimplicacionismo del carácter
religioso y su rechazo (simétrico del rechazo por desimplicación), a cuestionar lo instituido.
Colectivizar no significa magnificar las “interacciones” más o menos “simbólicas” entre individuos
atomizados y orgullosos de serlo, sino, al contrario, cooperar, actuar en conjunto, sobre la base de un
paradigma común (comúnmente discutido); en lo concreto de un programa de investigaciones total-
mente abierto con la pasión “que revolotea” de Fourier sin por ello privarse de todas las referencias, en
el pensamiento de un proyecto que no se disocia, por un lado, de lo científico-profesional o, por el otro,
de lo político.
Una actividad de intercambio y de confrontación de los proyectos individuales o de subgrupos
supone que sea puesto de antemano, permanentemente, la restitución de lo que se hace y de lo que
no se hace, lo positivo y lo negativo. Aun cuando, técnicamente (?), la regla de restitución va casi de
suyo en la intervención socioanalítica y también en la pedagogía socioanalítica, ella tiene mucho más
para actualizarse en la investigación. Su urgencia se hace sentir al menos para algunos, sobre todo, en
la pedagogía de la investigación, en el acompañamiento de estudiantes-investigadores por enseñan-
tes-investigadores. Un trabajo de a dos —o tres— es siempre institucionalmente posible, en la univer-
sidad como en la editorial. Es excepcional desde la perspectiva de los estudiantes. Lo es mucho menos
desde la perspectiva de los enseñantes en general, y particularmente para aquellos de la corriente del
A.I. o próximos: Ardoino, Boumard, Hess, Gilon, Lapassade, Lourau, Marchat, Savoye, Ville, etc. Nótese
de paso que el vocabulario usual deforma la realidad permitiendo pegar la etiqueta “colectivo” sobre
trabajos que reúnen contribuciones individuales. De hecho, se trata de publicaciones “plurales” que se
deberían designar con mayor propiedad como “publicaciones asociadas”.
Del mismo modo, un conjunto de personas, sean del mismo status, sean de status diferentes, no
constituye automáticamente un colectivo. Esto es así porque la institución lo ha querido o autoriza-
do, y el primer cuidado autorreferencial, narcisista de grupo, es no analizar esta implicación inmedia-
ta y mayor. El A.I. comienza desde el momento que, no importa en qué agrupamiento, alguien excla-
ma “Pero, ¿qué es lo que hacemos aquí?” Cuestión banal, que los investigadores regularmente olvidan
plantear y más aún de formular públicamente. La idea que este grupo podría estar ahí, con o sin el man-
dato o el beneplácito de la institución, para ser cooperativo, en el mejor de los casos realza por desgra-
cia la grata locura. Colectivizar nuestra neurosis de investigación, socializar nuestra pasión (cf. Grego-
rio Kaminsky y su reflexión socioanalítica a partir de Spinoza), he aquí quien es pasatista, como si los
constructores de porvenir no hubieran actuado siempre de tal modo, del homo habilis al homo erectus
y al homo sapiens. África, cuna de la humanidad, tiene bellas lecciones para ofrecernos. No es por azar
si la insistencia sobre el paradigma colectivo emana particularmente de un estudiante-investigador de
origen angoleño, Perpetuo de Andrade. Dicho esto, no hagamos multiculturalismo fácil: los africanos,
en lugar de colectivizar su capital cultural, también ellos tienen muy a menudo la tendencia a adoptar
el individualismo autorreferencial tomado de Occidente y favorecido —con excepción del A.I.— por la
enseñanza universitaria. ¿Pueden ellos autorizarse, en el sentido puesto a luz por Ardoino, en descolo-
nizarnos de nuestro colonialismo?
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Colonizadores-colonizados por los deseos imperiales de la institución, nosotros, los enseñantes,
¿tenemos consciencia de nuestra complicidad activa o pasiva con lo que en lo instituido parece ir de
suyo en materia de restitución por la escritura de los resultados de un trabajo cualquiera? La escritura es
la piedra de toque, el interpretante final de nuestras teorías y metodologías; lenguaje sombrío, clerical,
santurrón, siempre reverencial ante el ídolo completamente desvencijado del Rigor Científico. Intentar
describir comprendiendo, eventualmente, con el apoyo del diario de investigación, cómo transcurre la
investigación es, no obstante, más riguroso y científico que autojustificarse tirando incienso sobre “los
materiales empíricamente utilizados” y sobre “el método hipotético deductivo”. Desde el momento en
que se llega, incluso modestamente, a colectivizar por poco que sea a la investigación, uno no se atre-
ve más a consumir sin reírse a este bajo latín de sacristía. Un científico verdaderamente serio sabe que
restituir una investigación es describir y analizar las condiciones de su investigación. Por eso, no hay
que contentarse sólo con las herramientas de la deducción y de la inducción, las que tienen el incon-
veniente de reducir una situación existencial de investigación en una situación cognitiva y virtuosa de
investigación. Una otra lógica, una otra racionalidad están puestas a trabajar en la información de un
acto que nada tiene de “natural” con respecto a las preocupaciones de la vida cotidiana de la masa y
del investigador mismo (incluso si los instrumentos cognitivos son idénticos). Las vacilaciones, las con-
tradicciones, los silencios de una exposición oral improvisada acerca del estado de una investigación, lo
dicen todo sobre la lógica —de ninguna manera hipotético-deductiva— de nuestras prácticas que se
quieren científicas. Esta lógica, que hace estallar las implicaciones del investigador, sea por medio de
enunciados intempestivos, sea por silencios “cargados de sentido”, rehabilita la singularidad del fenó-
meno, de la marcha, de la situación. Contra la lógica instituida, clasificatoria, que recorta la singulari-
dad del acto de investigación en rebanadas cognitiva, epistemológica, ética, etc., la lógica transductiva
intenta tomar en cuenta los encadenamientos de circunstancias, las propagaciones de señales dentro
de un desfasaje permanente, a partir de un centro, el que, sin ningún privilegio subjetivista, es la situa-
ción (individual o colectiva) de investigación.
Una contradicción muy productiva se introduce con la utilización del fuera de texto diarístico den-
tro de la textualización definitiva de los resultados de una investigación. Por cierto, aún se trata de una
yuxtaposición, de un collage, de una suerte de trasposición de procedimientos estéticos en la escritu-
ra de las ciencias del hombre. El texto institucional y el fuera de texto institucional se confrontan, se
enfrentan, y el efecto de espejo deformante así producido es el comienzo de un tercer término: el futu-
ro hipertexto de las ciencias del hombre, de modo tal que he sugerido la realidad virtual en las aproxi-
maciones posibles entre el texto institucional de algunos investigadores y su fuera de texto diarístico
(Malinowski, Condominas, Favret-Saada, Leiris, Morin, Ferenczi, etc.).
En el Journal de Recherche (Diario de investigación, N. del T.) aparecido en 1988, he mostrado cómo
el análisis de la implicación podía ser textualizado por la yuxtaposición “multimedia” de dos tipos de
textos. Uno de los dos aportes del fuera de texto es liberar lo expuesto del día a día, del work in progre-
ss, de la elaboración lenta, del final expuesto como un todo. El plan de la elaboración, de la creación, de
la formación, es claramente distinto del plan de funcionamiento de un texto, este funcionamiento que
ha interesado tanto al estructuralismo en su prejuicio antihistórico. Para tomar una comparación cara
a Raymond Ruyer, es oportuno distinguir entre la producción de tubos y de canaletas en una fábrica
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(plan de funcionamiento) y la construcción de la fábrica, así como de máquinas-herramientas (plan de
formación). Ahora bien, es este plan de elaboración, de la creación, el que se interesa tanto por la cien-
cia como por la estética. Y... por el análisis institucional.
El equivalente de la obra de arte o de canaletas es el informe o la memoria de investigación. El
equivalente de la creación del objeto estético o de los canales es el análisis tan completo como sea
posible de la situación de investigación como un todo (incluyendo al investigador). El devenir —lento
o rápido (por lo general lento)— de la elaboración no tiene un ritmo distinto que las otras formas exis-
tenciales, por ejemplo, el “enamoramiento” estudiado por el sociólogo Alberoni. De la súbita posesión
del flechazo, a la larga e improbable alienación o alteración en el “objeto de amor”, todos los ritmos
son posibles. La cultura del investigador es una implicación muy fuerte, tanto como la cultura del hom-
bre o mujer investigadora en cuanto a los que ellos consideran como una “buena” ligazón amorosa, un
“buen” coito, una “buena” vida cotidiana compartida. Lo que ante los ojos de algunos puede ser consi-
derado como miseria cultural o miseria sexual puede ser, para otros, realización satisfactoria de la vida
como un todo. Es importante tomar en cuenta, en cada caso, la “completud” de la situación, en el sen-
tido de John Dewey y Percy Hughes. Asimismo, Dewey nos puede enseñar a no separar más, durante el
trabajo de investigación, un plan que sería puramente operacional (durante el proceso y en la exposi-
ción), del plan que sería epistemológico —o del plan que sería ético.
La actual ideología cuasidominante en la ciencias del hombre está, ella misma, dominada, por los
valores de la privatización, de atomización y de reducción de toda operación a las así llamadas unida-
des de base (que permiten, como en la informática, infinitos juegos de funcionamiento, lo que reactiva
placeres psicomotores infantiles). La institución científica se dota de prótesis o “antenas” epistemoló-
gicas y de comités de ética. Es para desresponsabilizarte mejor, mi niño, como podría responder el
lobo disfrazado de abuela a la inocente Caperucita Roja. Es para desimplicarte mejor, individuo indi-
vidualista; para confortarte en la denegación de tu individuación, en tu denegación de la génesis de
las formas, de las relaciones de fuerza y otros “fantasmas” de los que tu psicoanalista se ocupa tanto; y
para reforzar tu ideología identitarista, tautológica y, así como diría Lucien Sfez, tautista (tautológica/
autística).
Es en otra parte, o más tarde, o al cuidado de otros investigadores “especializados” en epistemo-
logía o en ética, que serán analizadas las implicaciones del acto de investigación. Los historiadores se
esforzarán por reconstituir lo vivido y el contexto de la situación de investigación. ¿Por qué te preocu-
pas? ¿Por qué no tener confianza en el especialista, en el “profesional”?
Sobre todo, ninguna interferencia entre los campos. Recortad vuestro campo con el cutter. Sed
rigurosos, rigurosamente ausentes de toda implicación en el acto de investigación. Un sonambulismo
de buen tono, tal como aquel que describe Broch a propósito de la Europa de entre las dos guerras
mundiales. El sonámbulo olvida sus actos. La anamnesis en diván extrae, del abismo sin fondo de las
infancias, los papá-mamás. Pero, ¿quién operará las anamnesis de las relaciones de fuerzas en las cuales
tú te inscribes hoy, bajo el paraguas de lo instituido? De tu historia de Francia, de Alemania, de Italia,
de México, de Brasil, de Argentina, etc., ¿qué relámpago insostenible de Hiroshima vendrá a iluminar
la situación presente, tu situación de investigación y tu situación existencial? Las olas de la historia, ¿no
son aquellas que eternamente se estrellan sobre la playa y que intenta, en vano, analizar Monsieur Palo-
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mar en el libro de Ítalo Calvino, con toda clase de abstracciones? Alcanza con arremangarse los pantalo-
nes o huir velozmente para no ser mojado.
Es en el acto de investigación —o de cualquier intervención— que nuestra implicación en la insti-
tucionalización de la ciencia puede ser analizada colectivamente; la restitución de este análisis se hace
ya sea in situ, ya sea, en el caso de la escritura, en la resignificación de los acontecimientos, pero in situ
de la producción textual.
Para la mayoría de los investigadores que quieren existir en el mercado de la investigación, la pro-
ducción textual es el momento de la verdad —el momento del conocimiento del conocimiento, del
conocimiento del desconocimiento, del desconocimiento del desconocimiento (cf. Stéphane Lupas-
co, retomado por Edgar Morin). Es el momento cuando alguna cosa se institucionaliza sin saberlo en
nosotros y por los otros. Las delicias y venenos de la página en blanco o de la pantalla gris no puede
hacernos olvidar completamente que es asunto de un tratamiento colectivo de texto (TCT), que el indi-
vidualismo del fuera de texto diarístico (HTD), que plantea la singularidad de la situación de investi-
gación, ayuda a acceder a un estadio incluso modesto del hipertexto, en el sentido que se exponen
buena parte de las implicaciones que trabajan sin saberlo. La institución (científica) ya no es más este
mal objeto que denuncia Feyerabend en su “anarquismo” o “dadaísmo”, sino lo que, por su identifica-
ción con lo instituido, peligra en todo momento con aniquilar la temporalidad que atraviesa nuestro
cuerpo y la situación de investigación. El devenir de las formas y de las fuerzas no puede estar fuera de
nuestra comprehensión, tal como lo pensaba Hegel. La contradicción sujeto/objeto procura muchas de
las angustias epistemológicas. Pero, con Francisco Varela “podemos abordar esta cuestión embarazosa
desde un punto de vista diferente, donde participación e interpretación, sujeto y objeto, están inse-
parablemente mezclados”. Esta observación optimista de un sistémico de renombre, profeta de la cir-
cularidad, es... tangencial a la teoría de la implicación. En referencia a la filosofía medieval hinduista
del Madhyamika, Varela no vacila además en referirse a la teoría de los fractales de Benoît Mandelbrot
para evocar aquello que, según yo lo veo, es el secreto de la institucionalización: “cualquiera que sea mi
punto de partida, se parece a un fractal que refleja justamente lo que yo estoy haciendo: describirlo”.
Lo que yo (R. L.) estoy haciendo, respecto de la institucionalización, consiste efectivamente en des-
cribir el proceso en el cual está totalmente implicada mi escritura. Pero, si la temporalidad de la insti-
tucionalización en devenir puede ser, en el acto de escribir, puestas las manos en la masa, no ocurre
lo mismo que en otras prácticas, incluso si, según el efecto Goody —que también se podría denomi-
nar efecto Mallarmé—, cualquier cosa no existe sino para acabar en un libro. Los misterios de la insti-
tucionalización son aun más densos que aquellos que algunos grandes fotógrafos ven a través de la
cámara oscura. Misterio de las delegaciones de poder, de los modos más opuestos de toma de decisión,
comprendidos los más experimentales y vanguardistas y “comunitarios” (cf. Murray Bookchin). Señales
progresivas, transducción en la insignificancia de la vida cotidiana, íntimos triunfos y derrotas, alegrías,
malestares en donde solamente la poesía, en el encuentro amoroso o en la escritura multimedia, pue-
den dar cuenta. Todo nuestro ser está implicado, y podemos tranquilizarnos especulando en el hecho
que el universo entero también lo está (David Bohm). Inútil poner en marcha los grandes órganos de
lo cosmológico: es menester y alcanza con interrogarse acerca de lo que uno está por describir, lo que
nos hace actualizar a virtualizando z, o a la inversa. No hay fatalidad de la institucionalización - trai-
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ción - recuperación - decadencia. La neguentropía existe. La entropía no es la muerte, sino la muerte
de la muerte. Todo es cuestión de “punto de vista” —una cuestión de campo, el cual conlleva nuestra
vida— y profundidad de campo, como en los films de Orson Welles. Acuérdese de los plafonds que la
cámara tira rápidamente sobre la figura del espectador, casi tan inquietantes como la locomotora de
los hermanos Lumiére entrando en la estación de Séte. Acuérdese de este plan-secuencia al comien-
zo del Ciudadano Kane, en la barraca de madera donde los comprachicos llegan a quitar un chico de
sus padres adoptivos, el futuro milliardaire Kane. Más allá de los comprachicos, después más allá de los
padres, después más allá del cuarto, con la puerta abierta bajo la nieve que cae, el chico juega con el tri-
neo, el famoso “Rosebud” que un gigantesco travelling de un águila herida de muerte sacará fuera del
nido hacia el fin del film, en medio de una inmensa leonera de objetos coleccionados o tirados en los
desperdicios. La profundidad del campo puesto en escena en el espacio, adquiere inmediatamente una
dimensión temporal: dentro del espacio inmediatamente ganado: el retroceso de la parte trasera de la
escena resuena como un adiós a la infancia. El fondo del cuadro, como en las experiencias más bana-
les de la Gestalthéorie, deviene súbitamente en la figura central del cuadro. Esta profundidad temporal
estará acomodada y “signada”, al cabo del film, por el travelling que descubre la inscripción “Rosebud”.
El tiempo ha pasado, el tiempo de una vida de hombre, de una realización-destrucción del sueño infan-
til. En lo sucesivo, el sueño de la vida color de rosa yace sobre el nivel del interminable depósito de
sueños. Por sus hallazgos de los techos, de los pisos y de la profundidad espacio-temporal del campo,
Orson Welles nos invita a reflexionar acerca del fuera de sí, acerca de lo obviado en la noción de campo
en las ciencias del hombre. Sumergido, contra-sumergido, zoom delante o detrás o cámara inmóvil que
penetra el plano secuencial: la cámara oscura, antes de presidir los misterios del montaje en laborato-
rio, ya está presente en la construcción de las situaciones. L’Obs. (el observador en el sentido dinámico
del término), según Jacques Ravatin, lanza un campo de coherencia y se tira adentro. La filmología de
Orson Welles es la metáfora.
Cuando los fieldworks se hacen únicamente como “estudios al aire libre” (Malinowski), el cielo puro
de los trópicos, o el bajo techo de las nubes en la estación de las lluvias, plafonan la profundidad de
campo de la etnología de lo exótico. Mucho antes que los arrepentimientos de los etnólogos de casco
colonial, Segalen, con su teoría del “éxodo”, había despeinado los paradigmas de la antropología erudi-
ta. El observador, etnólogo o sociólogo, se viste gustosamente con traje sastre (si se permite esta sua-
vidad) sobre el suelo barrido alrededor de las chozas o, en nuestros días, sobre el asfalto de los “metros
cuadrados sociales” hundidos en los altos acantilados, que no son de mármol, de los grandes conjuntos
urbanos. “Participa”, efectúa la “observación participante”. La restitución a los “indígenas”, aun cuando
exista tímidamente, desdeña las condiciones sociales de producción del TCT. Reserva su HTD para las
conversaciones distendidas, en la oficina, en los pasillos, en el bar, en las noches entre amigos.
Otra es la postura del observador desde el interior, público o privado. Si ha tenido, como es la mayo-
ría de los casos, una buena educación burguesa, sabe a qué atenerse, dejar fuera de campo —o fuera de
la muestra marco— los espacios reservados al poder, al dinero y al sexo. Aceptado en un establecimien-
to —escuela, hospital, taller (atelier), etc.— enarbola una vaga sonrisa idiota de turista a quien un guía
trata de explicar las fechas de los vitrales de la iglesia de Monfort-Lamaury. Está tolerado, no está en casa
como en las ágoras exóticas o sórdidas de los “estudios al aire libre”. La última idea que le vendrá, salvo
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si es socioanalista, es la de producir la menor perturbación. Conducirse bien en la situación, denegar lo
que ella implica de pánico (incluso si el pánico es consustancial a la situación de investigación, como lo
subraya John Dewey), tales son las reglas epistemológicas y éticas del buen observador. Si es preciso,
porque para ganarse la vida uno se entrega a los sondeos, a los “cualis” (estudios cualitativos en base a
entrevistas o cuestionarios), se podrá disimular la identidad, lo que ya constituye una violación de domi-
cilio. Encuestando sobre el presupuesto de las familias obreras (y campesinas), Frédéric Le Play se plan-
tea algunas cuestiones sobre este asunto. El objetivo trascendente —el bien de la ciencia y el bien del
pueblo— excusaba de antemano los interrogatorios y registros del tipo policía (flic)-asistente social.
Ante el espíritu del observador-entrevistador, no acontece que la construcción de su campo de
investigación ocasione la denegación del campo existencial e intelectual de las personas observadas.
No es por coquetería que el socioanálisis insista tanto sobre el análisis del encargo y las demandas, aná-
lisis sin el cual la intervención del investigador no es más que un ejercicio de dominación so pretexto
de objetivación. Es verdad que la famosa “distanciación” es mucho más cómoda cuando el objeto per-
tenece a una clase o a una cultura “inferiores”. ¿Podríamos imaginarnos a Le Play dedicándose a sus
indagaciones en los medios de la alta o incluso media burguesía? La respuesta a esta pregunta merece
las teorizaciones sobre epistemología y la ética de las ciencias del hombre.
Estas consideraciones triviales desde hace mucho, tienen que ver con la teoría del campo (field
theorie; la palabra field, como la palabra campo en español, poseen la polisemia de “terreno” y de
“campo” teórico). A partir de lo que ha sido sugerido en diversos pasajes de este texto, las nociones de
implicación, de interferencia y de transducción emiten tal vez algunos resplandores sobre lo que pasa
en la cámara oscura de la investigación.
Si la evolución de la humanidad conduce inexorablemente a la mundialización del mercado, el
momento del destino ha sonado. Las exigencias del mercado mundial son mucho más drásticas que
las de una teoría, tan exigente como sea —por ejemplo, el análisis institucional. La que hasta una época
reciente podía esperar “competir” con el reino de la competencia —el “marxismo”, el “comunismo”,
está enterrada en vida con mil chinos, a los cuales se pueden añadir algunos millones de coreanos y de
cubanos, etc. En noviembre de 1991, el partido comunista de la URSS ha sido disuelto. “Mafia” ha reem-
plazado a “Partido” en los titulares de los periódicos. Ni un solo suplemento ha sido consagrado a la
lucha contra el virus del nacionalismo, mucho más remanente que el del cólera, mucho más pandémi-
co que el del Sida. Toda epistemología, toda ética en las ciencias de la materia, de la vida, del hombre,
están en lo sucesivo cubiertas por el paraguas del comercio mundial a modo de “gran relatonovela” o
de “ideología”. En fin, es verdaderamente la ideología dominante, hegemónica —la del mercado, del
“tráfico” como decía Marx en La cuestión Judía— la que se impone en el laboratorio como en el terreno
o de cara a las nuevas escribanías electrónicas. Los paradigmas o los proyectos políticos, los programas
de investigación o de acción por esto, contra aquello, están indexados al mismo Referente, al mismo
Interpretante último: la democracia no es el fin a alcanzar, la libertad no es más una causa vital; éstas
son condiciones de instalación y mantenimiento de una libre circulación del capital, de la mercancía.
Dejando parlotear, indignarse, conmover a las instituciones internacionales de fachada, el Banco Mun-
dial y el FMI, a algunos cientos de metros de la Casa Blanca, construyen y controlan el nuevo orden
internacional. Las ensoñaciones más utópicas que conciernen a la edificación de Europa se ajustan for-
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zosamente a los requisitos del FMI y de la Banca Mundial. La pesadilla atómica no es más que un tema
usado por un pacifista quejoso. Se ocupan de vigilar el tráfico de plutonio, de tecnologías, de misiles
vendidos en subasta. Asunto de buena gestión de miembros asociados. Así como las ciudades de Hiros-
hima y Nagasaki han sido deslocalizadas, virtualizadas en algunos segundos, en agosto de 1945, la glo-
balización asegura la deslocalización de las responsabilidades ciudadanas. La implicación: un campo
de ruinas irradiadas; un universo virtual para el juego de roles, recomendado en el primer año de los
estudios doctorales, o de pasantía para cuadros desocupados.
Aislamiento no es soledad: cómo no tener consciencia de nuestro aislamiento sahariano dentro del
mundo del conocimiento, y, al mismo tiempo, cómo denegar lo que a través de algunos humanos, en
el mundo de la vida, trabaja la humanidad. La humanidad “como un solo hombre”, aquella que muy
oportunamente Augusto Comte, en su locura (?), atribuía a la sociología como único campo de análisis.
Como un solo hombre, un hombre solo, o aislado, no es solitario desde el momento en que sus exigen-
cias intelectuales se corresponden con los obstáculos prácticos de su sobrevivencia. Cuestión de medi-
da, de punto de ebullición, de transformación de cantidad en calidad.
Un típico fantasma del universo del mercado consiste en deplorar muy tristemente la inadecua-
ción del análisis institucional respecto de los apremios de la vida profesional. Es necesario tener que ver
con... Sin embargo, la contradicción no es un accidente en la génesis teórica y la génesis social del A.I.
Está en el corazón del paradigma. Ella anima el proyecto. Ella no puede animar más que características
del programa de investigación, si la noción de programa es todavía utilizable.
La relación afectiva existe, en la especie humana, en la especie animal, y, probablemente bajo for-
mas no observables por el psicoanálisis o la psicología experimental, en el reino vegetal, en el reino
mineral. Ese confín de montaña que usted ama tanto, ¿qué le hace creer que no le da nada? La nostal-
gia del ser, el fado de los portugueses, la saudade de los portugueses y brasileños, este lamento y tal vez
esta vergüenza ante un provenir del que somos responsables, esta inquietud por amar o no amar, esto
existe. “Viva el amor” jamás será falsificado por “muerte al amor”, incluso si esto incomoda a Popper. La
sensación, la acción transitiva, alterada por el altruismo, he aquí el programa de la humanidad. La impli-
cación en la institucionalización no es más que una hábil fórmula para investigadores, para intelectua-
les, para aquellos que tendrán la ocasión de sentir las ondas de forma de este texto. Alrededor de la
transducción y de la implicación, alrededor de la implicación y del “método” (qué largo es el camino... el
camino es largo...), yo sugiero algunas pistas en los siguientes capítulos, pero esto no es lo más impor-
tante. Vuestro programa de investigaciones consiste en comprender la contradicción que los instituye,
el fading que los singulariza.
Lejos de constituir únicamente un obstáculo en la comunicación, el fading también es el mensaje
—el mensaje de la interferencia de los campos y de la nostalgia ante el improbable pero siempre posi-
ble campo unificado. Fading y fado. Cualquiera que sea la profundidad del campo, el alcance de sus
pisos y de sus techos, uno siempre está alejado de la pura música de las esferas. Interferencias: en 1864
nace la primera Internacional, en parte gracias a la exposición universal que hace viajar hacia Londres
a obreros franceses (como pago, el derecho de huelga es por fin reconocido). Por el mismo año, James
Clerk Maxwell, físico escocés, inventa el campo electromagnético. Con él, con Boltzmann, Lorentz y
Hertz, se efectúa la localización de las ondas, hasta allí deslocalizadas en lo global de la imaginación
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poética. La energía de las ondas de forma internacionalista hoy parece bastante agotada. En cambio,
las del capital, de la mercancía (cuyo “efecto de forma” fue descubierta para la misma época en los pri-
meros capítulos del Capital) son todavía más poderosas que éstas, herztianas, que transportan a distan-
cia, sin soporte intermediario, mágicamente —como hubiera dicho Leibniz pensando en la atracción
universal—, los mensajes multimedias.
Los surrealistas, prontos a conmemorar, en honor a Charcot, el cincuentenario de la histeria, hubie-
ran podido tener un pensamiento para Maxwell. Es cierto que durante su fase dadaísta, en 1919, Breton
y Soupault habían producido en común la experimentación escritural de la velocidad de la propagación
de las ondas, por la escritura automática, con Los campos magnéticos (Les champs magnétiques).
El lector, legítimamente sediento por el título (clé des champs), ya utilizado por André Breton para
una colección de textos, de estos varios capítulos, está pronto a refunfuñar: “Y ahora, la clave, ¿nos será
entregada?” Impaciencia fuertemente comprensible. La respuesta ha sido varias veces sugerida. En el
capítulo IV, Batjin nos puso la mosca detrás de la oreja: en su conjunto, “cada uno de los elementos es
al mismo tiempo el representante de otro conjunto que le da ante todo su significación”. La libertad de
movimientos (La clé des champs) es que no se puede muy propiamente hablar de campo delimitable.
El territorio deviene red. Las marcas huyen como vuelo de gorrión. No hay más que interferencias en
los campos; campos de interferencias. Incluso si la lógica instituida es hasta nueva orden indispensa-
ble para la sobrevivencia, sabemos que el universo entero —incluidos nosotros— está implicado. Rela-
cionar contextualizar y globalizar (E. Morin) son operaciones urgentes. Buscar, acoger la interferencia.
Pronto. Jamás subestimar la variable V. “Es necesario ir más rápido que esta parte de usted mismo que
no escribe, que siempre está en la altitud del pensamiento, siempre ante la amenaza de desvanecerse
[...], que no descenderá jamás al nivel de la escritura, que rechaza las molestias” (Marguerite Duras, La
vida material (La vie materielle), POL, 1987, p. 31).
Tome libertad de movimientos y échela tras suyo. Si quiere evitar el estúpido accidente que sobre-
vino a la mujer de Lot, no retorne. El hombre que acaba de escribir este texto ya no existe más. La
mujer, el hombre que acaban de terminar la lectura de este texto no existen más, ni tampoco existie-
ron. Olvídeme.
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Lectura Nº8Goffman, Erving, “Conclusiones”, en La Presentación de la Persona en la Vida Cotidiana, Buenos Aires, Argentina, Editorial Amorrortu, 1994, pp. 254-271.
El marco de referencia
Un establecimiento social es todo lugar rodeado de barreras establecidas para la percepción, en el
cual se desarrolla de modo regular un tipo determinado de actividad. A mi juicio, todo establecimiento
social puede ser estudiado provechosamente desde el punto de vista del manejo de las impresiones.
Dentro de los muros de un establecimiento social encontramos un equipo de actuantes que cooperan
para presentar al auditorio una definición dada de la situación. Esta incluirá la concepción del propio
equipo y del auditorio, y los supuestos concernientes a los rasgos distintivos que han de mantenerse
mediante reglas de cortesía y decoro. Observamos a menudo dos regiones: la región posterior, donde
se prepara la actuación de una rutina, y la región anterior, donde se ofrece la actuación. El acceso a
estas regiones se halla controlado a fin de impedir que el auditorio pueda divisar el trasfondo escénico
y que los extraños puedan asistir a una representación que no les está destinada. Vemos, asimismo,
que entre los miembros del equipo prevalece una relación de familiaridad, suele desarrollarse un espí-
ritu de solidaridad, y los secretos que podrían desbaratar la representación son compartidos y guar-
dados. Entre los actuantes y el auditorio se establece un convenio tácito para actuar como si existiese
entre ambos equipos un grado determinado de oposición y de acuerdo. En general, pero no siempre,
se acentúa el acuerdo y se minimiza la oposición. El consenso de trabajo resultante tiende a ser contra-
dicho por la actitud que asumen los actuantes hacia el auditorio cuando éste se halla ausente, y por la
comunicación impropia cuidadosamente controlada que los actuantes transmiten mientras el audito-
rio está presente. Advertimos que se ponen de manifiesto roles discrepantes: algunos de los individuos
que son aparentemente miembros del equipo de actuantes o del auditorio —o extraños— obtienen
información acerca de la actuación, y aun de las relaciones del equipo que no son manifiestas y que
complican el problema de la puesta en escena de la representación. A veces se producen disrupcio-
nes a través de gestos impensados, pasos en falso y escenas, con lo cual se desacredita o contradice la
definición de la situación que se quiere mantener. La mitología del equipo hará frente a estos hechos
disruptivos. Los actuantes, el auditorio y los extraños aplican técnicas para salvaguardar la representa-
ción, ya sea tratando de evitar probables disrupciones, subsanando las inevitables o posibilitando que
otros lo hagan. Para asegurar el empleo de estas técnicas, el equipo tenderá a elegir miembros leales,
disciplinados y circunspectos, y un auditorio que se comporte con tacto.
Estos rasgos y elementos constituyen el marco de referencia característico, a mi juicio, de gran
parte de la interacción social que se desarrolla en los medios naturales de nuestra sociedad angloame-
ricana. Es un marco formal y abstracto, en el sentido de que puede ser aplicado a cualquier estableci-
miento social; no es, sin embargo, una mera clasificación estática. Se relaciona con problemas dinámi-
cos creados por la motivación que conduce a sustentar la definición de la situación proyectada ante
otros.
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