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Bandas de heavy metal I
Existen en Ituzaingó al menos un centenar de bandas de rock que han sido sospechadas de
pactar con entidades maléficas asuntos relativos a la eternidad.
He seleccionado para este informe tres casos emblemáticos, no tanto por su relevancia como
por su elocuencia.
Cada uno de ellos ha sido reconstruido mediante testimonios de testigos, ficcionalizados bajo
criterios puramente artísticos y estéticos. (No nos mueven mercantilismos amarillentos: somos
demasiado pobres para ello).
Los revolucionarios de La Pipa
(Testimonio de un reconocido periodista de rock de Barrio Seré, “el pulmón del oeste”).
Andrés Rodríguez, cantante y líder de la banda heavy Los revolucionarios de la Pipa, ata y
desata un manojo de dedos sobre los trastes de su guitarra. Una nube de vapor se eleva sobre la
masa, haciendo difícil respirar.
No es que seamos muchos los de “la masa”, apenas más de 30. Pero el lugar es pequeño, y está
atorado de humo como la garganta de un fumador.
Andrés no levanta los ojos del suelo, como siempre. Hay quien dice que es medio miope, pero
yo me encuentro en la vereda opuesta: Andrés no solo ve muy bien, sino que sospecho incluso
que ve mucho más allá que el común de los mortales.
Me resisto a explicar su actitud bajo el signo de una timidez o desprecio baratos: estoy seguro,
más bien, de que en verdad lo que hace es vigilar al Infierno. Porque sabe, cómo olvidarlo, que en
cualquier show de cualquier año, en cualquier ciudad, un día emergerá del barro un oyente
sobrenatural, un Gólem de los Caídos, con el único propósito de llevárselo a su reino de azufre.
La burocracia del pacto diabólico es compleja y es probable que hablar de ella sea peligroso. En
cualquier caso, sólo las partes firmantes son conocedoras de los detalles más específicos.
El Diablo, dicen, se le apareció a Andrés en medio de un sueño.
“No debería decirlo, por secreto profesional…” asegura quien fuera por entonces su psicólogo,
el Sr. Sigfrido F. “…Pero sucede que en asuntos del Mal, guardar un secreto es aceptar tu parte en
el trato, y eso es algo que no puedo permitir. Sí, yo dirigí la terapia de Andrés Rodríguez, y cuando
me contó de su sueño supe inmediatamente que era de una naturaleza mística extremadamente
poderosa”.
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“Todos soñamos con el reconocimiento, en mayor o menor medida, y el artista en particular es
una criatura que a mí me recuerda al perro: si no recibe una caricia a tiempo, puede volverse
alguien de temer.”
La siguiente es una transcripción de las notas que el psicólogo Sigfrido F. tomó respecto de las
sesiones sobre el sueño satánico:
“El paciente asegura que el Diablo lo ha visitado en sueños. –Tu música es muy escuchada en
los círculos inferiores –le habría dicho.”
(¿El Diablo es el padre? Anhelo de reconocimiento filial. Desprecio inconsciente hacia su propia
obra.)
“No quiero ser el más virtuoso, ni siquiera el mejor. Quiero sencillamente conmover, tocar el
corazón de quienes vengan a verme a mis shows.”
(Necesidad de afecto. Miedo y necesidad por la mirada ajena. Inseguridad. Baja autoestima).
“También quisiera poder hacer un verdadero show, digamos, para más de 50 personas. Y si no
es mucho pedir, me gustaría cobrar algo parecido a una ganancia por ello”.
(Voluntad de cambio. Ego insatisfecho. Nota mental: introducir el tema de la madre. Linda
señora.) (1)
Volvamos a nuestro testigo en el recital de aquella noche (minimalistamente) célebre.
En un momento alguien gritó algo que logró conmoverlo. Una voz brotada de la modesta y
vaporosa muchedumbre, muy próxima a unas señoritas rubias que habían decidido exhibir sus
pechos mientras revoleaban en lo alto sus remeras, lo decidió a mirar en esa dirección.
(1) Nota importante: la Asociación Psicoanalítica Argentina asegura no tener conocimiento de
ningún miembro con este nombre, así como repudia la indiscreción “perpetrada para peor a
punta de una serie de conceptos torpes, infantiles, reduccionistas y francamente imbéciles”.
Nosotros elegimos conservar en secreto la identidad de nuestra fuente, así como reafirmamos
nuestra absoluta confianza en el Sr. S. Fraulin.
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“Ud. No sabe lo que eran esas tetas”, asegura nuestro psicólogo que le fue dicho por el mismo
Andrés. “Yo no quería mirar, pero ya por el rabillo, la visión periférica, ¿vio?... Unas cosas, que
mamita, ¡imposibles de no mirar!. Me conmovieron.”
(Edipo. Edipo. Edipo. Edipo).
“Pero ahí fue cuando lo vi: el Gólem de los Caídos estaba allí, de pie entre las tetonas. Y eso no
es todo: los rostros de esas dos mujeres eran de un espanto indescifrable. Sentí miedo, mucho
miedo. Estaban muertas, se lo firmo. Esas dos estaban muertas. Tenían la cara como mal apoyada
sobre unos huesos secos y nudosos. Y una, la más carnosa, tenía como una gorrita de policía.”
(Miedo a la muerte, la autoridad y la madurez. Un caso de índice de manual. Nota mental:
alquilar una película relativa).
Andrés estaba muy nervioso antes de su primer viaje: lo habían invitado a tocar en el “1er
Festival de Rock Joven de Las Toninas”, y él suponía que allí aparecería el Diablo para reclamar su
posesión. “Es el puntapié del éxito: aquí empieza mi éxito y también mi ocaso”, asegura Pedrito
Fernández, manager, que Andrés le confió antes de morir.
Había visto un documental en Discovery Channel, “Catástrofes Aéreas: la muerte de Gardel”, y
lo consideraba una premonición de su final. Al parecer, nadie le explicó que el viaje a Las Toninas
se hace por ruta, no por vía aérea.
“El día anterior a su muerte (Andrés) me llamó por teléfono. Quería adelantar el turno de su
terapia. Por esas fechas, cercanas a fin de año, los terapeutas tenemos mucho trabajo, pero
prometí hacer lo posible. Mientras buscaba en mi agenda algún huequito que ofrecerle, una
vibración grave sacudió la ventana del consultorio, despertando un coro de ladridos en la calle que
me forzó a presionar bien el tubo del teléfono contra la oreja”.
“¿Lo oyó? Ya no tiene caso. Es el avión que ha venido por mí”, le dijo Andrés antes de colgar.
Serían sus últimas palabras conocidas.
La Policía lo halló en la noche siguiente. Su cuerpo estaba en el suelo, junto a su cama, repleta
de avioncitos de papel. Una Oficial muy meticulosa (¿una fan, quizá?) de rostro huesudo y pálido
pero con un cuerpo llamativamente voluptuoso, Natalia C., desarmó cada uno de los avioncitos
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casi en un impulso maníaco, hasta encontrar la canción que sería un éxito póstumo. Transcribimos
su letra:
Los cielos próximos
También los lejanos
Sujetan por las manos
A los tóxicos aviones,
Que vienen a buscarnos.
Si quiere la suerte,
Serán perpetuos el recital,
el rock y el pogo monumental,
haciendo efímera a la muerte”.
La canción “Efímera la muerte” fue grabada por la banda de rock pesado “Putos los veganos”,
pero no conoció allí el éxito. Se convertiría en hit radial luego de ser grabada por la banda de
cumbia “Altos vuelos”, muy conocida en las bailantas del oeste.
Para algunos, la muerte de Andrés y el posterior éxito de su canción final son señales
inconfundibles del pacto diabólico. La Oficial que encontró la letra escondida en un avioncito quiso
sobre el cierre de este escrito añadir una palabras:
“Me arrepiento cada día de no haberme guardado el dichoso avioncito. Así hubiese evitado la
caída de Andrés al Infierno. Porque no tengo ninguna duda: que una de sus canciones se haya
hecho conocida como una cumbia fue la carcajada final de Lucifer.”
La autopsia determinó que Andrés Rodríguez murió por una falla cardiaca producto de un
excesivo estrés sumado a un cóctel violento de alcohol y pastillas para dormir.
En la habitación, la Policía debió detener un loop que sonaba desde la computadora de Andrés,
que insistía con obstinada determinación en un disco homónimo de Rata Blanca, su banda
favorita.
“Si ese avión arribó desde el Infierno, Andrés hizo de su espera en el aeropuerto un pequeño
Paraíso”, concluye Natalia C., antes de despedirse al otro lado del teléfono.
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Dejaremos para más adelante la historia de las otras dos bandas que en Ituzaingó están
sospechadas de tratos infernales. De momento, en sentido homenaje a Andrés Rodríguez, nos
tomamos un respiro para oír “Preludio obsesivo”, una de las canciones que configuraron su frágil
Paraíso.
Que sea rock, Andrés.