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Destacamos en este número: *Ignacio del Río *Dossier sobre la OSBU *Carpeta de Paloma Navares *Mamerto Pérez Grino

Culdbura nº 1

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Destacamos en este número:

*Ignacio del Río

*Dossier sobre la

OSBU

*Carpeta de Paloma

Navares

*Mamerto Pérez

Grino

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La sencillez y naturalidad son el supremo y último fin de la cultura.

F. Nietzsche

La cultura nos persigue… pero nosotros somos más rápidos que ella.

Anónimo

¡Salus, Zoozobra!

Todos los cuadros, dibujos y grabados que aparecen en el presente número son de Ignacio del

Río. Su reproducción ha sido posible merced a la gentileza de Víctor de Miguel, que nos ha cedido las

imágenes para la ocasión.

Cul ura es un empeño de: Fernando Ortega, Fernando Arnaiz, José Mª Izarra, Alfonso Hernando, Jesús

Borro, Jesús Pérez, Luis Carlos Blanco y Félix J. Alonso, entre otros.

©de los textos (faltas de ortografía incluidas), ilustraciones y fotos, los respectivos autores.

©del logo, grafismo y maquetación: el maquetista.

Contacto: [email protected]

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Sumario

Obituario: Ignacio del Río, Julia Sáez-Angulo .................................................. Pág. 5

Contrapunto al obituario sobre Ignacio del Río, José María Izarra .......................... 9

Ignacio del Río: la libertad, Pablo del Barco ......................................................... 13

Greguerías, Enrique Angulo ................................................................................. 18

Amanecer de piedra (poema), Jesús Barriuso ...................................................... 21

Tiempo de manzanas, Esther Pardiñas ................................................................. 23

Nuestra ciudad / Habitación y jardín, Montserrat Díaz Miguel ............................... 25

Astronautas, Raúl E. C. ....................................................................................... 28

Mascotas y Protesta, Alberto Herrero ................................................................... 31

Viajeros románticos por España, Ignacio Galaz ................................................... 32

Registro Civil, Jesús Borro Fernández ................................................................... 36

Dossier sobre la OSBU, Alfonso Hernando ............................................................ 40

El secreto, Luis Carlos de Diego Alonso .................................................................. 55

Manchas, Merche Rodrigo .................................................................................... 57

Angelito negro, Félix J. Alonso Camarero .............................................................. 59

Carpeta de Paloma Navares, Esther Rojo Hernández ............................................. 63

Mamerto Pérez Grino, Eloy Luna ......................................................................... 67

La muerte acostumbrada, Pedro Olaya ................................................................ 69

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Obituario : Ignacio de Río, un gran pintor inteligente y bohemio(1)

Ignacio del Río fue un artista de la pintura, de la buena pintura, que ha

fallecido el pasado 31 de julio en Burgos, su ciudad natal, después de

una vida errante de éxito y bohemia por distintos países.

El artista Ignacio del Río (Burgos, 1936 -2015) era un pintor apasionado de la

pintura y de la vida. Un hombre que en su juventud recorrió el mundo y, siguiendo la

pauta del eterno retorno, regresó a su Burgos natal desde donde irradia su arte. Era un

artista admirado y su cotización se traducía en vender de inmediato todo lo que pinta en

su tierra natal, hasta que llegó la crisis y le afectó como a todos los artistas.

Él sabía también que la vida y los amigos, la palabra y las tertulias de los lunes

requieren su tiempo, presencia y energía, porque sabe transmitir alegría y buen humor.

Necesitaba a los amigos y se sentía querido por ellos.

Ignacio del Río contó con desenvoltura su vida de juventud en el catálogo de la

exposición “Primera Época, 1953–1965. De la Colección Particular”. Las ciudades se

sucedían en su vida durante la década de los veinte a los treinta años: Burgos, París,

Ciudad Trujillo, Madrid, Torremolinos, Atenas, San Francisco, Nueva York, Estambul… Su

mente era un hervidero y su cuerpo una peonza; ambos filtraban a la vez un pintura bien

hecha, nutrida de las vanguardias históricas de París. Una pintura que merecía admiración

y respeto.

En La República Dominicana topó con Vela Zanetti, el pintor que contrató a

numerosos artistas españoles y los puso a trabajar para la gran feria del dictador Trujillo,

entre ellos a los republicanos Juan Alcalde y Ricardo Zamorano, a Manolo Ortega… Nadie

hizo buenas migas con Vela Zanetti, quería rapidez fallera más que buena pintura; sentía

celos de todos sus colegas, también de Ignacio del Río.

En Madrid fueron Santiago Amón, Javier Domingo y Luis Martín Santos, los que

avalaron la buena pintura del artista burgalés, quien descubrió el doble juego de El Paso,

al dejarse mimar y llevar a Venecia por el régimen franquista. Entre tanto, su familia

numerosa iba creciendo a lo largo de los años.

(1) Reproducción del original aparecido en el blog La Mirada Actual el 23-08-2015

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Ignacio del Río nos reveló su paternidad en el arte: Van Gogh o Nicholas de Staël.

También sus querencias en el lenguaje y estilo: “a los pocos meses de regresar de

América colgué mi cuarta exposición huyendo como de la tiña del abstracto”.

Habló del laberinto de la pintura, que en cada obra hay que resolver un problema

diferente, “dándome cuenta en cada cuadro que la maravillosa complejidad de la vida

desbordaba siempre al arte, que cuanto más profundizaba en los secretos de la pintura

más me alejaba de la vida, más me cogía a contrapelo y por la espalda”.

La pintura de Ignacio del Río ha pasado por distintas etapas y en todas ella ha

emergido con la sabiduría de quien domina el color y la forma, de quien sabe componer,

de quien domina la metáfora plástica y hace ciertos guiños al pop, a la sociedad, a los

grandes maestros de la pintura, a la Historia del Arte.

Genio y figura, Ignacio del Río fue, es, un pintor respetado y para los que gozaron

de su amistad, un torrente de vida. Los adjetivos que le adornaron son muchos y

contradictorios: inteligente, narcisista, moderno, perverso, buen amigo, imperioso,

hedonista, caprichoso, responsable ante su arte…

Julia Sáez-Angulo

http://lamiradaactual.blogspot.com.es/2015/08/obituario-ignacio-de-rio-un-gran-pintor.html

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Contrapunto al obituario de Julia Sáez-Angulo sobre Ignacio del Río

En el obituario sobre Ignacio del Río, firmado por Julia Sáez-Angulo, publicado en el

blog LA MIRADA ACTUAL y reproducido en estas páginas, se dicen cosas que no solamente

no son enteramente ciertas, sino que constituyen una ofensa, cuando no una infamia,

para los directamente aludidos, amén de ser un insulto a la inteligencia de los que,

guardando las distancias, sin mediatizaciones de ningún tipo, hemos observado con

interés al personaje.

Vaya en descargo de la firmante que, al hacerse eco de las manifestaciones

vertidas por el pintor en el catálogo de la exposición “Primera Época 1953–1965. De la

Colección Particular”, no es ella, sino el difunto, el que habla por su boca; pero la misma

circunstancia que la disculpa es causa de su detrimento, pues no debería haberse

prestado a tal manipulación.

No debería haberse dejado decir, porque no resulta creíble, que Vela Zanetti

“quería rapidez fallera más que buena pintura” y que este “sentía celos de todos sus

colegas” españoles que trabajaron con él en la República Dominicana. Y no debería

habérselo dejado decir porque el propio Ignacio presumía de su facilidad y rapidez al

pintar, no siendo raras las manifestaciones de testigos que aseguran haber presenciado

cómo se atareaba toda la noche para ultimar la colección de cuadros que iba a

inaugurarse al día siguiente en el Arco de Santa María. ¿Eso no es rapidez fallera?

¿Morcillera acaso, por aquello de que el portento había tenido lugar en Burgos? En cuanto

a los celos del pintor de Milagros, no vamos a negarlos, pero el hecho de que favoreciera a

muchos de sus colegas españoles (entre ellos, a Ignacio del Río), contratándolos para la

realización de trabajos encargados por el dictador Trujillo, no parece reforzar esa tesis;

como tampoco que, por esa época, el uno se dedicara casi exclusivamente a los murales y

el otro no hubiera iluminado una pared en su vida.

De ningún modo debería haberse dejado decir que Ignacio del Río, coincidiendo con

su estancia en Madrid, donde frecuentaba los ambientes artísticos de vanguardia, había

descubierto “el doble juego” del grupo El Paso, que, según él, al tiempo que preconizaba

una revolución artística y social, se dejaba mimar por el régimen franquista. ¿Y desde

cuándo —nos preguntamos— ha sido Ignacio del Río un artista comprometido, desde

cuándo se ha manifestado en contra de régimen político alguno? Por añadidura, ¿no era

una institución franquista la Diputación Provincial de Burgos que lo becó para estudiar en

París en 1954 y lo distinguió con su premio de pintura en 1965? Nadie menos legitimado

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que él para juzgar la coherencia de los demás, y mucho menos para alardear de

independencia, cuando siempre ha compadreado con el poder establecido, y eso en

Burgos significa exactamente con la derecha; bien es cierto que le habría dado igual que

hubiese sido la izquierda; en realidad, así ocurrió durante un breve periodo de tiempo.

La firmante (que es tanto como decir el menda biografiado) señala, sin embargo,

dos aspectos de la faceta artística del interfecto que hacen que nos parezca menos

baladrón de lo que aparentaba, incluso un hombre vulnerable, puesto que, en cierto

modo, significan la asunción de una derrota (para disgusto de los que lo consideran un

genio): haber huido “como de la tiña” del abstracto a partir de su cuarta exposición, lo

que cabría interpretar como una renuncia a la experimentación y la vanguardia (Ignacio

del Río se ha quedado en el Impresionismo-Expresionismo; es un pintor técnicamente

impresionista y semánticamente expresionista); y reconocer que cada obra ideada plantea

un problema de difícil resolución.

Este último aspecto explicaría la sensación experimentada por el espectador

cuando, año tras año, Navidad tras Navidad, se ha acercado a contemplar la nueva

exposición de Ignacio del Río: que estaba viendo los mismos cuadros del año anterior. Y

no era una apreciación equivocada, nos maliciamos; el artista, que, como ya hemos visto,

había renunciado a la modernidad, pintaba invariablemente cuadros idénticos o muy

parecidos a los ya presentados en la exposición antecedente; o sea, los cuarenta y cinco,

cincuenta (menos, si deducimos los seriados) cuyos problemas había logrado desentrañar

y que, con ligeras variantes, no le suponía ningún esfuerzo repetir.

Ni, por lo visto, vender… La verdad es que se publicitaba a sí mismo muy bien: era

simpático y muy sociable, daba espectáculo; lloraba, zangolotino, a las instituciones para

no quedarse sin mamar y, si precisaba sombra, sabía arrimarse a los buenos árboles. Con

esos argumentos, no es de extrañar que él mismo, jactancioso, cifrara su cotización en

los años que precedieron a la última crisis en venderlo todo de inmediato… normalmente

—añadimos— en el habitual círculo de admiradores locales, a los que, por lo general, la

mera acción de pagar en negro, unida a la expectativa de una pronta revalorización de la

mercancía (nos estamos refiriendo a ese período de abundancia señalado por nuestro

héroe, en que el dinero circulaba más rápido que el AVE y parecía estar por todos sitios),

les hacía suponer haber hecho un magnífico negocio; pero se les escapaba un pequeño

detalle: habían adquirido réplicas… originales, pero réplicas al fin y al cabo.

En todo caso, convenimos con la (co)autora de la necrológica (ya hemos referido

que ha sido el difunto el que ha hablado a mayores por su boca) en que Ignacio del Río ha

sido un buen pintor, un pintor notable si se quiere, sobresaliente en los retratos, del que

destacamos (es característica del Impresionismo-Expresionismo, acentuada en él), porque

nos gusta especialmente, el uso reiterado de un empaste denso (algunos lo conceptúan

sobreabundante) y vital, nervioso, cargado de energía.

José María Izarra

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Ignacio del Río. La libertad

Es el mejor título para resumir la vida y la obra del artista burgalés Ignacio del Río.

Hace tiempo que tenía yo empeño en dejar un documento escrito y gráfico del pintor, que

consideraba imprescindible para poner justicia en su persona y en su obra. Los artistas

locales no siempre son bien apreciados por sus paisanos, quizás por el exceso de

familiaridad, porque les falta distancia para apreciarlos en su justo valor. Y se tiende a la

leyenda urbana, distorsionadora de la imagen, que generalmente atiende a aspectos

personales, a veces banales, más que a los objetivos artísticos.

Por la proximidad y la lejanía del personaje (siempre emboscado en la imagen que

deseaba dar) me fue difícil inicialmente crear un proyecto del libro al querer ser algo más

que un mero cronista de su vida. Acudir a la anécdota era un recurso fácil, pero de

resultado incompleto. Había que atender a los aspectos biográficos esenciales, sin

excesos, y a la obra más significativa, empeño también difícil porque la obra de Ignacio

del Río es inmensa y había pocos recursos bibliográficos para elaborarla.

El personaje es de mucha altura y hondura, singular, emblema de la ciudad, a la

que ha dedicado una buena parte de su obra, crítica incluida, pregonero de sus cualidades

cromáticas. Y es muy variado porque a lo largo de su vida, muy viajera, ha ido asimilando

también estéticas, pero sobre todo temas y colores que trasladaba a sus cuadros, desde la

realidad inmediata, desde la memoria de la realidad, que era en él antológica y firme.

En el libro hay un capítulo, “Todo un carácter”, que en verdad está escrito por el

propio Ignacio, hecho a base de las sentencias, opiniones, pensamientos que el escritor

iba escribiendo en las paredes de su casa y de su estudio, en papeles sueltos, donde le

pillaba la necesidad de expresarse con la mayor sinceridad.

Después de los primeros momentos de duda fue surgiendo con más fluidez el libro;

se trataba de completar el esquema inicial, acoplar texto e imagen, con cierto sentido

didáctico y un lenguaje literario que no pusiera sombras a la obra del pintor. Los

apéndices de la obra cierran la figura y la obra de Ignacio del Río.

Reproduzco aquí el índice del libro, la mejor manera de ofrecer su contenido:

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ÍNDICE

Al iniciar el camino

BIOGRAFÍA CON PINCELES

Burgos en la guerra y la posguerra

Nacimiento. No ser para ser (Ignacio)

Tiempo de guerra

Ignacio, la vida entre nieblas

El sueño cumplido: París

La búsqueda

De la aridez al color y la sensualidad

VIVIR/PINTAR CON PASIÓN

El amor frente al arte. Soledad y compañía (Más soledad)

Yoly (Yolanda Muñoz)

Susana Crews

Monique Dechambre

Fabiola Borrero

Daisy Duane

TEMAS Y MOTIVOS

Burgos, el nido

Retratos

Ángela Chico

Maese Calvo

Jesús Ruiz

Victoriano Crémer

Revilla XII

Andrés Morquecho

El viejo

Ignacio ilustrador

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El erotismo

La naturaleza en sí

Marinas

Gallo vivo, gallo muerto

Las bicicletas aladas

La fiesta nacional

Crítica social

TODO UN CARÁCTER

(Ignacio del Río a través de sus textos)

SER SINCERO, UNA APUESTA POR LA LIBERTAD

La dificultad de querer ser libre

La España negra iluminada

La emoción de la realidad

¿Será efímero el mundo del arte?

OTRAS VOCES

PINACOTECA PARA RECORDAR

EXPOSICIONES

APÉNDICE (Catálogo)

BIBLIOGRAFÍA

Pablo del Barco

https://www.youtube.com/watch?v=hf2HLp42H1E

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Poema dedicado: Ignacio del Río, el genio

En la sombra de su pintura

nace el trigo de Castilla,

en el borde de sus playas

se hace el infinito

y se desboca el amor;

la nieve cruje

entonando la vida

que se esconde

y palpita sin saberlo,

capotea toros sabios,

corre con aladas bicicletas

de la existencia y los sueños,

viajeros de fortuna

con futuro y retorno:

“vivir es lo que importa”,

penetrando la materia

para hacerla arte,

escondiendo ternura

otras sensibilidades

de plata y de cristal

para consumo interior;

desde el aire vigila

y peregrina el halcón

con alas de colores

sosteniendo pinceles

y armonías sin fin.

Es el genio,

el genio y la figura

de un hombre de acero

dando razones al arte

y un sombrero

para disfrazar la duda;

la existencia dialoga

con la sombra de su piel.

Pablo del Barco

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ÍLa greguería es para mí la flor de todo lo que queda

RGS

Enrique Angulo @Protoplasto

Cuando actúan, las bailarinas de ballet son tan consideradas que van de puntillas para no

despertar a los espectadores que están dormidos.

Enrique Angulo @Protoplasto

El aforismo es un refrán con traje de domingo.

Enrique Angulo @Protoplasto

Las estrellas son los agujeros que los dioses han hecho en la carpa celeste para poder ver

el circo de los seres humanos.

Enrique Angulo @Protoplasto

El sofá es el trono y el mando a distancia el cetro del reino del adicto a la televisión.

Enrique Angulo @Protoplasto

El trueno es un avisador perezoso.

Enrique Angulo @Protoplasto

Cuando nieva por la noche parece que se estuviesen desmigando las estrellas.

Enrique Angulo @Protoplasto

En la promiscuidad de la cesta, las piezas de fruta más recatadas se sonrojan.

Enrique Angulo @Protoplasto

Los sauces llorones nunca se recuperan de sus tristezas.

Enrique Angulo @Protoplasto

Las margaritas detestan a los amantes dubitativos.

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Enrique Angulo @Protoplasto

A los árboles enamorados les brotan hojas acorazonadas.

Enrique Angulo @Protoplasto

El brócoli es una coliflor que se ha puesto verde de envidia.

Enrique Angulo @Protoplasto

La luna es la primera farola de la avenida del universo.

Enrique Angulo @Protoplasto

El reno lleva unos candelabros encima de su cabeza por si tiene que utilizarlos en alguna

cena íntima.

Enrique Angulo @Protoplasto

La E es un peine que casi se ha quedado sin púas.

La Q es una O macho.

Enrique Angulo @Protoplasto

El anzuelo es un signo de interrogación en el que se queda enganchado el pez curioso.

Enrique Angulo @Protoplasto

Las medusas son los paracaidistas del mar.

Enrique Angulo @Protoplasto

Cuando tendemos una sábana el fantasma que vive dentro se cae al patio de luces.

Enrique Angulo @Protoplasto

La coreografía de un guardia de tráfico la escriben los automovilistas.

Enrique Angulo @Protoplasto

Cuando las olas rompen en la playa parece que el mar estuviera sufriendo un ataque de

epilepsia.

Enrique Angulo @Protoplasto

Una almohada fue a una playa nudista y se quitó la funda.

Enrique Angulo @Protoplasto

En el ocaso, cuando el horizonte se tiñe de rojo, parece que al sol le hubiesen dado una

puñalada por la espalda.

Enrique Angulo @Protoplasto

Venecia es una ciudad que nunca se ha recuperado de su primera inundación.

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amanecer de piedra

Con Celso Emilio Ferreiro

En este lugar en que me habita tu recuerdo

para no dejarte ir definitivamente,

por no desabrocharme de esa parte de mí que me redime…

¿a qué nos sabría ahora,

el agua de regaliz de los Miñambres,

el tinto de pellejo,

la consuenda,

la torta de chicharrones y aquel orujo que mataba de a poquito,

por ejemplo?

¿Cómo nos sabría hoy

el pan de hogaza con aquel vino gordo y azúcar?;

a qué demonios nos sabría el cigarrillo de anises

y sus escandalosas toses,

los polos de hielo y aquellas miserables algarrobas,

si no vinieran montados todos estos recuerdos,

penosos los más de ellos,

en alas de esa bruja mentirosa

que nos hace no ver a quien nos mira desde el espejo;

decir que ahora es verdad lo que nunca fue cierto

o inventarnos un currículo que nos haga presentables

a los ojos de aquellos a quienes expoliamos su pasado,

así,

como si nada,

que,

al fin y al cabo,

a nosotros también nos lo hicieron

y nos hicieron quienes somos:

al fin y al cabo lo que hacemos,

pasándoles a ellos un testigo lastrado,

mi querido compañero,

hermano?

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Estoy hablando de la memoria cierta;

de esa inmaleable memoria de agua

que siempre vuelve a su ser

in

mi

se

ri

cor

de

men

te,

ya la estrujes o la planches,

la pongas como la pongas o la escondas,

arriba, abajo, de costado,

o bajo tierra,

o mandes matar a los infantes,

por ver de encontrar al que amenaza

con ceñir mañana la corona.

Fíjate que aquí,

donde me vives,

en el sueño,

procuro tenerte al margen de los que nos hemos convertido,

no dejo que por ti pase la vida,

para que no nos veas a nosotros,

los de entonces,

ya sabes,

los del sueño renovado,

los eternos perdedores,

nosotros a los que el tiempo no había de esclavizar,

convertidos ahora, en un Cronos filofóbico y caníbal,

jaleando la eterna futura derrota de los que no son como nosotros…,

esa eterna derrota desde siempre

e inevitable,

no lo olvido,

desde el borde azul de la memoria,

recién urdida,

durante esta insomne y pétrea madrugada inacabable.

Jesús Barriuso

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“Somos mendigos, somos vagabundos, somos parte de la montaña como las rocas o las hierbas o los

árboles, aunque caminamos en lugar de estar enraizados” Ramayana

Hacía semanas que las rosas

antiguas, sus preferidas, habían dejado

de florecer, y su olor quedaba ya tan sólo

en la memoria. Eran muy gratas aquellas

rosas, apenas necesitaban cuidados y

todos los años regresaban exultantes, un

poco tímidas primero, naciendo en

ramilletes apretados, y embriagadoras

después, festejando por si solas todo el

jardín, que aún permanecía triste por los

días desapacibles y grises que habían ido

sucediéndose casi sin esperanza, sin fin,

consolados apenas los parterres por los

bulbos de invierno.

Ese año había muchas manzanas,

eran las del árbol de su abuela. Aquél era

un árbol con historia. Él pensaba que era

algo mucho más que eso: un simple

manzano que había nacido en una

maceta, en aquella casa que, como el

olor de las rosas había quedado en el

recuerdo y que cuando volvía lo hacía

teñido de nostalgia. Su abuela plantaba

por doquier los güitos de las frutas, las

semillas de las flores, casi cualquier cosa

susceptible de crecer en la tierra, y todo

aquello nacía bajo su cuidado con

desenfado, agradeciendo la oportunidad

de no acabar en el cubo de la basura,

celebrando la ocasión de renacer sin un

orden aparente, con la vitalidad que

concede la naturaleza empeñada en no

extinguirse.

Había trasplantado el árbol al

jardín después de que la casa de su

abuela se cerrara definitivamente, y

aquel tronco desabrido, de apenas un

metro, se había desarrollado suscitando a

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su alrededor numerosas conversaciones,

incluso de entendidos, era un árbol

sospechoso porque nadie acertaba a

saber qué era realmente, un árbol frutal,

sí, ¿pero cuál? Ahí estaba la incógnita

porque ya no se podía preguntar a quien

lo había sembrado.

Durante un tiempo se barajó la

idea de que fuera un melocotonero y

hasta se ofrecieron a hacerle un injerto

para que diera fruto. El árbol, ajeno a las

diatribas, seguía su desarrollo, dando

hojas verdes y ramas ligeramente

retorcidas, sin disipar las dudas. Pero la

respuesta vino en forma de manzana

diminuta en una primavera bonancible

que aquel retiro había agradecido

sobremanera. Se acabaron las

conjeturas, su abuela había plantado un

manzano.

El árbol ni siquiera estaba en el

mejor rincón del jardín, sus manzanas

eran muy pequeñas, pero él creía que en

aquel arbolito permanecía una parte

intangible, como un hálito, del espíritu de

su abuela, de su mano, su cuidado, su

delicadeza, al igual que en aquellas

representaciones persas de oficiantes,

que derraman el néctar de la vida con sus

manos extendidas. Allí, junto al árbol,

sentía la presencia de ella, vivificante,

apenas un soplo tibio entre las ramas. En

aquel manzano estaba la vida, tan

humilde casi siempre, la existencia de su

abuela.

Miró sonriendo todas las manzanas

que tendría que recoger disputándoselas

a los pájaros. Terminó de masticar el

último resto de un albérchigo y casi, con

gesto cuidado pero mecánico, de tantas

veces como había efectuado aquella

operación, sepultó el güito en una maceta

cercana, aplanando luego la tierra sobre

él. Había heredado la costumbre y ¿quién

podía saberlo? En un tiempo, que ya no

sería el suyo, alguien se cobijaría bajo las

ramas de un árbol procedente de una

maceta, y quizá se acordaría de él y se

sentiría reconfortado por unos instantes,

abrazado por el verdor de unas hojas,

acariciado por la fragancia de unas rosas

antiguas.

Esther Pardiñas

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Nuestra ciudad / Habitación y jardín

“Pasa, maja”, me decía

invariablemente, a la misma hora cada

día, alrededor de las cinco de la tarde,

después de la merienda, cuando yo

asomaba mi cabeza por el hueco abierto

de una puerta corredera, adentrándola en

la estancia donde la mujer estaba

confinada. Enseguida reconocía mi rostro

risueño, y me acogía con familiaridad.

Esta visita a la anciana se había vuelto un

rito. No estaba en el cuarto mucho

tiempo, nunca más de media hora. A

pesar de ello, esos minutos rompían la

monotonía de una larga tarde postrada

en soledad. La mujer, debido a sus

enfermedades y edad, permanecía

siempre en la cama y en la misma

habitación, salvo por las más

elementales y cotidianas tareas de aseo,

que se realizaban, merced a la ayuda de

las cuidadoras, en un cuarto de baño

contiguo. En ella dormía, comía, recibía al

médico, a las enfermeras y a las

puntuales visitas. Día tras día, todos ellos

iguales.

Una vez a la semana venían dos

mujeres a verla. Eran, también, muy

mayores, vestidas con una suerte de

faldas largas muy abrigadas y chaquetas

superpuestas, aunque fuese verano.

Guardaban bien el calor de su cuerpo,

para que no se escapase. Yo no estaba

presente cuando las mujeres se

encerraban juntas, por lo que no sé cuál

sería su tema de conversación. A veces

se escuchaban en el pasillo grandes voces

y alegres risotadas. Luego supe que eran

hermanas. Daba la impresión de que

dentro había una confabulación de brujas

viejas y benévolas. No faltaban nunca el

día de la semana que tenían establecido.

Cuando concluían la visita, las dos

mujeres, más saludables y autónomas

que la residente, se sentaban frente a

frente en la cafetería para tomarse con

verdadero gusto un café con leche

acompañado de muchas galletitas de

chocolate.

El cuarto de la anciana era grande,

blanco, con las paredes casi desnudas. La

cama estaba en medio; un mueble

adaptado, abatible, que tenía barrotes

para que por la noche la enfermita no se

cayera. Tras un amplio ventanal se veía

un trozo de parque y una autovía llena de

coches suficientemente lejana como para

no molestar en absoluto. Había pocas

cosas allí: la cama, la mesilla, dos

butacas y un armario empotrado. La ropa

de la mujer se limitaba a una bata de

estar en casa, colgada de un perchero.

Sin embargo, no era un espacio triste.

Como único adorno, en la pared frente a

la cama había un cuadro grande donde se

veía un paisaje, reproducción de una obra

clásica, titulado “Jardín inglés”.

Dentro de la habitación no se distinguían

unas horas de otras, entrase el sol o no

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hubiese una pizca de luz. La mujer no me

echaba de menos, ni el resto del día, ni

los lunes, cuando yo regresaba después

de haber estado fuera todo el fin de

semana. Como ocurría en un pasaje de

“El Proceso” de Kafka, la escena se

congelaba, hasta que volvía a abrir la

puerta. Y, cuando yo asomaba la cabeza

por el hueco, ella después de mirarme un

segundo fijamente, decía con tranquilidad

“pasa, maja”. Luego, volviendo su rostro

de gruesas arrugas, miraba con ojos

inexpresivos el rectángulo de la ventana,

aunque ésta no le interesaba demasiado.

“Qué has comido hoy”,

preguntaba yo. “Langostinos. Muy

buenos.” Me decía después de pensarlo

un rato. (No sé entre qué recuerdos

buscaría). “ Y luego pollo”. O bien:

“Menestra de verduras y un filete”. Yo

sabía que lo que me contaba era del todo

imposible, pues lo único que la mujer

podía comer era puré, pero me divertía

enormemente su imaginación.

Un día me dijo, después de

preguntarle yo si se aburría estando sola,

que no, que muchas veces veía a un

hombre pasear por el cuadro de la pared.

No decía exactamente eso, pero está

claro que para ella era un mundo abierto,

y lo señalaba con el dedo. Su afirmación

me llenó de asombro. Entonces miré con

detenimiento el cuadro. Sin duda, tenía

vida. El estilo era realista. Aunque no

había dibujada en él ninguna figura, daba

la impresión de que los habitantes de la

casa fueran a asomarse en cualquier

momento. El jardín estaba profusamente

adornado con flores cálidas, muy

llamativas, que parecían salirse del

cuadro. En medio había una pequeña

mesa metálica redonda de tres patas

curvas, que se estrechaban en el centro

para expandirse de nuevo en la base

sobre la que había un primoroso mantel

blanco, un jarrón lleno de flores, y dos

tazas abandonadas con descuido, como

recién usadas, como recién vividas. A un

lado, una silla blanca de tijera; en el lado

contrario, un pequeño sofá, también

blanco con tres cojines. En un extremo, a

la izquierda del cuadro, aparecía la puerta

de la casa que, entreabierta, se sumía en

la penumbra, y después dos ventanas

camufladas entre enredaderas,

acentuando el misterio de cuanto ocurría

en el interior de la mansión.

El aspecto del lugar era idílico.

Nada había pintado el autor que

perturbara la belleza del lugar, el

resplandor de las flores, la impoluta

blancura del mantel… Nunca caería polvo

sobre esos muebles, ni se marchitarían

las flores de su jarrón. El suelo estaba

embaldosado, y sobre su pulida superficie

se dibujaba la sombra que de los objetos

hacía el sol. Una luz maravillosa en un

jardín en el que todo hablaba de personas

ausentes.

Desde ese momento yo dejé de

preguntar a la mujer por las comidas y

empecé a interesarme por lo que había

sucedido en el cuadro, con auténtica

ansiedad. “¿Qué se inventará?” Pensaba.

Unos días hablaba mal del hombre. “Es

muy tonto”. Decía. Me asombraba la

familiaridad con la que se refería a él. Se

notaba que estaba ofendida por su

desdén. Otro día narraba: “Ha venido de

pasear con sus caballos”. Me lo

imaginaba, casi sin resuello, regresando a

casa con un caballo de la brida y

saludando a la anciana con la mano. Yo

me quedaba mirando el cuadro, aunque

no veía otra cosa que el jardín.

“¿Qué ha pasado hoy?”

Interrogaba con premura yo en cuanto

llegaba. La anciana me miraba con más

asombro, estoy segura, que al hombre

del cuadro. “Nada. Hoy no ha venido”.

Así, pues, era caprichoso, o tenía asuntos

que atender… El jardín inglés estaba

delante de mí con el suelo de baldosas

blanquecinas y las frondosas

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enredaderas. No obstante, la puerta

entreabierta, mostrando el mundoen

penumbra de la casa, sugería un universo

denso y palpable, en el que se perfilaba

un rostro observador, con unos ojos

penetrantes que vigilaban, no sólo el

jardín, sino más lejos.

Quería figurarme cómo había sido

el principio de su amistad. Tal vez ella le

observó una mañana tomando el té, y

educadamente indicó: “pase usted

caballero”, siguiendo casi la misma

fórmula empleada para recibirme a mí. Lo

imaginaba como los héroes de las novelas

de Jane Austen, elegante cabello largo y

aire aristocrático. Sin embargo, no era la

idea romántica la que me seducía, sino la

curiosidad: quién era, cómo se llamaba;

qué se contaban, hasta qué punto llegaba

su amistad; qué ocurría dentro de la

casa; quién había estado bebiendo en

esas tazas abandonadas con premura,

ante la urgencia de hacer otra cosa

realmente interesante: pasear a caballo,

regar las flores, recibir a su amor…

No recuerdo la causa que me

obligó a ausentarme. La cosa es que mis

visitas se hicieron esporádicas, hasta que,

con el tiempo, concluyeron. Todo esto

ocurrió de verdad, yo no podría haberlo

imaginado. ¡Ah, aquél jardín inglés! Si

creo lo que la anciana me contaba, sería

maravilloso descansar en las tardes

calurosas, siempre primaverales, a la

sombra de sus árboles, en su cenador,

junto al hombre del caballo. He buscado

incansable una reproducción del mismo

cuadro por los medios que la información

actual me permite, pero no lo encuentro.

Entro en todos los jardines ingleses con

que topo, y, aunque sin duda son

agradables, ninguno es el que busco.

¿Pudo existir un jardín inglés con un

hombre misterioso o es que hay que

llegar a cierta edad, ser una bruja

anciana e inocente para poder verlo? ¿No

existe el cuadro fuera de ese espacio?

Ahora que la mujer habrá fallecido,

inevitablemente, por el paso de los años,

¿se notarán la soledad en la habitación y

en el jardín del cuadro, abandonados por

sus protagonistas? ¿Habrá desaparecido

el hombre, en la penumbra de la casa,

hacia las estancias interiores, dejando

para siempre ese idílico lugar? ¡Nadie

sabrá que en él coincidieron y trabaron

íntima amistad un ser real y otro

imaginado!

¡Pero yo lo sé! No fui testigo del

encuentro, pero escuché las confidencias

de la mujer, y aunque apenas vislumbré

la riqueza de su relación, me cabe el

honor de relatarla.

Yo también tengo cuadros colgados

frente a mi cama. Cuando anochece, los

miro atentamente; dos de ellos son de

Wassily Kandinski; el otro el “El beso” de

Gustav Klimt. Contemplándolos, pienso

con tristeza que quizás carezco de la

claridad suficiente como para crear

mundos. Me acuerdo de la anciana y me

lleno de nostalgia.

¡Qué añoranza de un jardín que no

existe de verdad, de un ser que sólo

alguien privilegiado puede ver! ¡Qué gozo

recrear desde el lecho, al final de la vida,

un lugar tan hermoso, para después,

quizás, pasear por él, con sus fantasmas!

Montserrat Díaz Miguel

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Astronautas

Una mujer gorda le dijo a alguien

por el móvil: te voy a follar esta tarde en

el parking del Mercadona. En un tono

relajado y bastante alto lo dijo.

Estábamos con las ventanillas bajadas en

la gasolinera esperando a que Marc

echara los veinte euros que habíamos

puesto entre todos y todos le oímos

decirlo y fue la risa.

Arrancamos como si fuéramos los

primos de Vettel y dejamos allí a la

señora gorda, tranquila, relajada, segura

de sí misma y de la pintura desconchada

de sus uñas, y nos llevamos el

cachondeo.

Fuimos al pantano. Sacamos la

priva del maletero y lo pusimos a enfriar

en el borde, junto a las piedras. Jota se

hizo un chiflo. Al principio no quiso

pasarlo pero Cris le dio una hostia medio

a lo tonto y entonces sí. Ese gesto, en

Cris, me pareció hermoso: el vuelo de la

mano, la boca ni cerrada ni abierta, el

pelo larguísimo y brillante, la piel de los

hombros.

Nos dimos un baño. Hacía calor y,

aunque no estaba muy fría, el agua nos

sentó bien. Nos secamos sentados en las

piedras. Teníamos comida pero no

hambre. Acerqué los vasos de plástico y

los hielos. Mezclamos la ginebra y lo

demás y nos tumbamos junto al árbol

que tenía el tronco torcido como la

espalda de un inválido. Alguien dijo algo

de volver pero no le hicimos caso y

cerramos los ojos para no tener que

disfrutar del cielo ni de la superficie

brillante del agua tan azul y tan lisa como

una tapadera gigante. Alguien digo algo

de un poema americano que empezaba

por esas palabras: alguien dijo. Fue Jota,

creo. Y alguien distinto le hizo a Jota la

pregunta de siempre, la de si siendo tan

internacional y tan listo ya sabía dónde

estaba la Sede Central de Gilipollas Sin

Fronteras, pero él no contestó porque ya

estaba intentando averiguar cómo

convertirse en un verdadero oblomov de

barrio. Nos reímos. Subí un poco el

volumen de mis cascos y me extrañé al

escuchar el estribillo catalán de una

canción: hablaba del vuelo bajo de los

astronautas y me imaginé una sonrisa

muy grande debajo de un casco.

Antes de dormirnos miré a Cris

otra vez y di dos caladas largas pensando

en ella y en la frase de la mujer gorda.

Me la tiraba. A Cris. Lo hacíamos

en un parking, sí, en el del Mercadona de

su barrio, a pocos metros del

apartamento que compartía con su

madre. Lo hacíamos en un coche azul que

yo no reconocía, con los asientos de

cuero. Ella se movía y gritaba encima de

mí y yo pensaba en el sudor y en las

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manchas sobre la tapicería. Luego

explotaba. Pero entonces algo pasaba:

bajaba el sol, se quebraba una placa

tectónica debajo de nosotros o empezaba

una guerra en un país lejano y pequeño y

todo se torcía.

Cris gritaba mucho entonces, casi

con fervor de mitin, con el condón roto en

la mano y empezaba a llover muy fuerte

y el hijo que teníamos era sietemesino y

un poco flaco aunque estaba pronto en

casa y le llamábamos Anselmo. Sí,

Anselmo.

Era solitario al principio y se reían

de él en la guardería al verle con las

gafas azules de plástico. Le daba por

dibujar y manchar las paredes hasta que

le comprábamos un balón y se hacía del

Atleti. Sabíamos entonces que algo se

nos estaba yendo de las manos, como en

esas historias minusválidas o cursis o

aburridas o inexplicables que los

miembros de un taller de escritura —que

nunca han dejado de quejarse a su modo

silencioso e inútil de que les llamen vacas

sagradas— escribían a veces. Pero no

podíamos enderezarlo; no podíamos

bajarnos en marcha.

Traía las notas para que se las

firmáramos. Y las firmábamos, claro, y al

hacerlo, cada vez, yo, recordaba que una

noche, en una ciudad pequeña del norte

le había firmado a Cris un pecho con boli

bic, pero no recordaba cuando.

Seguía lloviendo. Granizaba,

quizás.

Anselmo empezaba a afeitarse y le

olíamos el aliento al llegar a casa y le

preguntábamos por sus amigos. Le

decíamos que tuviera cuidado. Y que se

duchara, joder.

Un día nos sorprendía diciéndonos

que había ahorrado —ni su madre ni yo

teníamos idea siquiera de que llevara tres

veranos trabajando— y nos bajaba a la

calle para enseñarnos el coche azul,

limpio, brillante con un brillo de segunda

mano, pero brillo a fin de cuentas, que

acababa de comprarse.

Cris lo miraba sorprendida y tenía

el pelo mucho más corto y notaba dentro

como un calambre de orgullo o era la

edad que ya le estaba haciendo marcas

en la parte de atrás de las piernas.

—Si quieres, a partir de ahora, te

acerco hasta el Mercadona para que no

tengas que cargar con las bolsas —le

decía Anselmo con una sonrisa grande

como un pantano.

Y volvíamos a casa

preguntándonos cómo había pasado

aquello, o cuándo, qué había sido del

grupo, del árbol torcido, de las vacas

sagradas, y no entendíamos bien, aunque

había dejado de llover y el sol empezaba

a mostrarse ya, algo acojonado, detrás

de las nubes y Anselmo, sin decirlo, se

comía las uñas por saber de qué nos

habíamos reído tanto y por qué nos

quedábamos como bobos mirando el

parking del Mercadona.

Raúl E. C.

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Mascotas

Cuando ella le dijo que no le gustaban los culebrones, él, para su cumpleaños, le

regaló una culebra pequeñita y completamente inofensiva, con un terrario. Para que le sirviera de mascota. Corría el año 3111. Los culebrones arrasaban en la tierra, en Marte y en la Luna. Nadie se perdía uno. Y desde el año tres mil, después de la sexta guerra

mundial, estaban completamente prohibidas las mascotas en cualquier territorio habitado. Así lo disponían los tratados internacionales y todas las Constituciones. Incluidas las más progresistas. En todos los países se perseguía con extrema dureza el mercado negro de

mascotas. Pero él ignoraba cosas tan elementales. No obstante, ella aguantaba. El tipo no tenía mal corazón, aunque se le fuera un poco la cabeza. Y el dinero, que a ella le venía tan bien, a él daba la impresión que le sobraba. Aunque, a veces, decía en público cosas

bastante llamativas. Cosas que sin su intervención le hubiesen puesto en un serio peligro. Como que él amaba mucho a los animales. En fin cosas que solo se le hubieran ocurrido decir a un anarquista. Y otras veces, tras hacer el amor, le musitaba frases extrañas al

oído. Cosas que ella nunca entendía. Como que él se llamaba Walt Disnney. Que tenía siempre mucho frío. Un frío que no se le pasaba ni repitiendo el acto con ella varias veces seguidas. Que él pensaba que eran efectos secundarios de una descriogenización o algo

así. Una especie de operación a la que por lo visto había sido sometido recientemente en Huston.

Protesta

A veces tienes la sensación de que no puedes más. Te duelen los huesos , todas las articulaciones y los riñones parece que anduvieran sueltos presionando el diafragma. La verdad, ya estás harto de tanto trote, aunque solo tengas veinticuatro años. Así que

cuando hoy te lo llevan hasta ti le estampas un golpe en la cabeza con la mano abierta y le ves marchar desorientado por completo, como si lo hiciera a ciegas. Un regusto amargo te sube a la garganta como una manifestación de la culpa que quisiera ahogarte. Le has

pegado con suavidad, pero no deja de ser tu compañero. Al fin y al cabo te ganas la vida con él. Pero él sin ti no da dos pasos. Por eso te sabe mal, muy mal, que todo el mundo se haga lenguas de él los días que vencéis. Solo de él. Como si los jinetes fuerais un cero a

la izquierda en las carreras de caballos.

Alberto Herrero

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Viajeros románticos por España

El presente artículo es fruto de la

lectura de un libro curioso titulado Dos

años en España durante la guerra civil

(1838 -1840). Su autor es el barón Karol

Dembowski, de ascendencia polaca

aunque nacido en Italia. Entra en nuestro

país desde Francia por el puerto de

Canfranc, con tanta nieve que los mulos

se hundían a cada paso hasta más arriba

del corvejón. España se desangraba

entonces en una guerra estéril que solo

provoca violencia y miseria (nada nuevo).

Para no ser confundido por algún jefe

carlista con un militar de la legión

extranjera –cuyos miembros luchaban

junto a los cristinos–, el barón

Dembowski adoptará un nombre francés

–Doligny– y un oficio (bodeguero).

Si algún lector extraña las palabras

carlista y cristinos, le pondré en

antecedentes: el rey Fernando VII, cuyo

reinado se ha caracterizado por la

mediocridad y la brutalidad, ha tenido, ya

mayor, una hija con Mª Cristina de

Borbón, su cuarta esposa. La niña se

llama Isabel y será futura reina de

España gracias a que en 1830, antes de

que se conociera su sexo, se publicó

oportunamente un documento –la

Pragmática Sanción– aprobado ya en

1789 por las Cortes pero cuya publicación

había quedado aplazada sine die por

causas varias. En él resucitaba una

vetusta ley consuetudinaria recogida en

las Partidas alfonsíes, según la cual si el

Rey no tuviera hijo varón, heredará el

Reino la hija mayor. Mas otra ley que

también se basaba en la costumbre

(borbónica en este caso), había sido

refrendada en 1713 por Felipe V (si bien

invalidada en 1789 por la premática antes

citada); se llamaba Sálica e impedía

reinar a las mujeres. Los fanáticos

partidarios de don Carlos, hermano del

rey, invocaron en vano el cumplimiento

de dicha norma, pues deseaban que fuera

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él el sucesor (en adelante se les llamará

carlistas). La reina Mª Cristina, regente

hasta que su hija alcance la mayoría de

edad y pueda acceder al trono, contará

con el apoyo de los liberales,

denominados también cristinos (o

guiristinos por quienes hablaban euskera,

de donde viene el guiri que ahora

aplicamos al extranjero). La primera

guerra carlista durará siete años.

Seguirán a don Carlos María Isidro

campesinos y pequeños propietarios

afincados mayormente en Vascongadas,

Navarra, norte de Aragón, norte de

Cataluña y norte de Valencia. Su

consigna: Dios, Patria, Rey y Fueros.

En este contexto histórico es

donde debemos situar el viaje del

intrépido barón Dembowsky. Es el barón

persona culta: habla italiano, francés y

español (tal vez aprendiera polaco de su

madre), le apasiona el arte y ama la

música, incluida la popular (se pirra por

coplas y fandangos). Además, a la hora

de narrar y describir, casi siempre busca

el punto de vista de los más débiles, de

los que sufren.

Los desastres de la guerra le dejan

huella. No tenéis idea de la desolación del

país, dice en su relato, una suerte de

cartas familiares que dirige a sus

allegados. Ambos bandos cometen

atrocidades, como matanzas

indiscriminadas de prisioneros y

represalias contra familiares y amigos,

pero los carlistas, por lo que cuenta el

barón en dos episodios estremecedores,

son refinadamente crueles: en una

posada de Aranjuez, un capitán cristino

del segundo de ligeros de caballería,

preso durante ocho meses en Cantavieja,

le habla del fusilamiento de milicianos

enfermos, así como de actos de

canibalismo entre los supervivientes ante

la falta de comida. El otro episodio

sucede en Valencia. Allí, tras un combate

ganado por los carlistas, se hizo salir de

entre los vencidos a los sargentos, se les

desnudó por completo, se les agrupó y

entonces el jefe carlista ordenó una carga

de caballería con lanzas. Puede

imaginarse el resultado. Dembowski

añade otro suceso luctuoso a la lista: en

Sevilla presencia el fusilamiento de un

oficial y un soldado cristinos que iban a

desertar y pasarse a los carlistas. Habían

sido condenados cuatro soldados más,

pero al final el tribunal militar,

magnánimo, había decidido que los

soldados, con los ojos vendados, se

jugaran a los dados la suerte de quién

había de acompañar al oficial en el

cadalso. Solo uno. El que sacara la cifra

más pequeña sobre la piel de un tambor.

Imaginad las angustias mortales que

aquellos infelices, privados de ver, debían

sentir cada vez que oían caer los dados

en el tambor, dice Dembowsky. El

infortunado jugador resultó ser el más

joven y el menos culpable. Cosas del

azar. En vano invocarán uno y otro bando

el respeto a las leyes de la guerra

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(cualquier hombre avisado –añadiría yo–

sabe que en la guerra no hay leyes).

Dembowsky nos habla también de

oficios y costumbres: se topa con un

aguador que viene de Asturias a pasar

alrededor de las numerosas y pobres

fuentes de Madrid una vida llena de

penalidades y trabajos. Habla de manolos

y manolas. Tiene abundantes encuentros

con gitanos y bandoleros. Se asombra del

arraigo que el hábito de fumar tiene entre

los españoles: es admirable cuántas

cosas se pueden lograr en España con

una hoja de tabaco. Gusta de asistir a las

corridas de toros, esas en que los

caballos de los picadores morían

destripados en el albero, una jauría de

perros acometía al morlaco perezoso

tratando de morder sus negras orejas, o

se clavaban banderillas de fuego –con

pólvora– en patas, cola, cuello y bajo

vientre del toro si había salido manso,

mientras el gentío gritaba desaforado

ante la falta de trapío del ganado bravo

(a mí, que soy aficionado a la fiesta

nacional, me llama la atención la

naturalidad con que el barón Dembowsky

–hombre sensible– narra esta carnicería,

lo que pone de relieve, a mi entender,

cómo ha cambiado, en general, la

percepción que el hombre moderno tiene

del resto de seres vivos).

Al barón le gusta dibujar los

monumentos que encuentra a su paso,

pero, al igual que le sucede a otro viajero

romántico llamado Richard Ford,

comprueba el peligro que supone hacer

un croquis o un esbozo a carboncillo en

un país tan atrasado (y en guerra) como

el que visita: rápidamente es tomado por

espía y requerido por la autoridad del

lugar, normalmente un patán. En

Córdoba visita la mezquita; en Sevilla, la

catedral, convertida en un improvisado

museo gracias a innumerables cuadros

llegados de conventos afectados por la

desamortización; se fija en los

valencianos que recorren las calles de las

poblaciones andaluzas vendiendo

horchata helada bajo la canícula;

comprueba cómo en la prisión de Málaga

se requisan a los presos barajas y

puntiagudas facas; alaba la belleza de la

mujer gaditana; menciona el contrabando

entre Gibraltar y la costa, realizado

mediante jabeques y mulas… etc.

Viaja también a Portugal (asiste a

una corrida de toros en Lisboa y destaca

cuán diferente es a las de Madrid).

Incluso recala en Mallorca y hace una

visita a George Sand, famosa escritora

romántica francesa, amante de Chopin,

que lleva una vida retirada en el convento

de Valdemosa, fumando y escribiendo sin

descanso. Conoce aquí a los chuetas,

descendientes de judíos conversos

mallorquines, y se asombra del desprecio

con que son tratados por el resto de

pobladores de la isla. La respuesta del

huésped que lo acoge no tiene

desperdicio: Es un perro chueta. Sus

antepasados eran judíos que se hicieron

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católicos para no ser expulsados de la

isla. ¡Figuraos qué buen católico puede

hacer un individuo que tiene sangre judía

en las venas! Por mi parte, prefiero mil

veces a los moros. Al menos no se les

puede reprochar haber tomado parte en

la crucifixión de Nuestro Señor.

En las postrimerías de su viaje el

barón visitando el País Vasco; nos habla

de sus fueros y costumbres, de su

manera de gobernarse, de su plural

condición de hidalgos, del origen mítico

de su lengua (traída por el patriarca

Tubal de Armenia), de su enraizada

religiosidad, del por qué de su apoyo al

pretendiente don Carlos…etc.

Recorrerá por último Navarra. El

final de su última carta será: Dos días

más y habré parado los Pirineos. ¡Adios,

España; mis votos te acompañarán

siempre!

Ignacio Galaz

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Registro Civil

Resulta de conocimiento universal, que en nuestro vecino y querido Portugal, los

niños son inscritos en el Registro Civil anteponiendo el nombre de la madre al del padre;

en apariencia caballeroso gesto que resulta a la larga poco práctico pues al joven luso se

le llamará hasta adulto por el nombre del padre, tal y como ocurre secularmente al otro

lado de la raya.

Quiso Manuel Pajares Figueira nacer al lado opuesto de aquella línea divisoria, en

una freguesía de la provincia de Covilhá, de padre portugués y madre lermeña, quedando

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sus apellidos alterados desde el mismo momento de su inscripción en el Registro, de tal

forma que al regresar a España con apenas dos años, los profesores en la escuela le

llamarían por el apellido materno, que tampoco era el primero de su madre, sino que los

funcionarios portugueses del Registro antepusieron el Pajares al Sainz, siguiendo las

costumbres del país, e ignorando éstos que Manuel llevaría en primer lugar el segundo

apellido de su madre durante el resto de sus días.

Mas al retornar a su Lerma natal, quiso el caprichoso destino que la señora Higinia

Sainz Pajares arribase en venturoso estado de gestación, a punto de traer al mundo a su

segundo vástago, al que ansiaba bautizar con el primer nombre de su esposo, Paulo, pues

ya había empleado el segundo (Manuel) en bautizar al primogénito. Tras el feliz

nacimiento, el bebé fue inscrito como Paulo Silva Sainz, tomando en este caso el

funcionario hispano el primer apellido del padre, que en realidad era el de la madre de

éste; «cosas de palacio», debió pensar el patriarca, Paulo Manuel Silva e Figueira, a quien

no se le ocurrieron las chanzas y cuentos malvados que serían capaces de pergeñar los

compañeros de escuela de los hermanos Paulo y Manuel, uno español y el otro portugués,

cuyos cuatro apellidos no eran en ningún punto coincidentes.

Claro que, a efectos prácticos, los apellidos nunca han tenido más utilidad en la

Vieja Castilla que la meramente documental, y todo el mundo conocía a los hermanos

Manuel y Paulo como los perejiles, aludiendo al apodo del abuelo materno, el tío perejil. El

primogénito fue creciendo en edad y sabiduría, llegado el momento de desposarse, fue a

hacerlo en la mismísima Colegiata de San Pedro de Lerma con una joven de la cercana

villa de Solarana, de mirada altiva y tez de marfil, casi tan transparente como la fuente

Untierma. En el momento de la firma de los padrinos, el sacerdote se vio confundido por

el baile de apellidos del mozo Manuel, hasta el punto osado de preguntar al portugués si

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era el padre natural del recién casado, a lo que éste, con cierta retranca, y conociendo las

mundanas andanzas del páter, bien conocidas en toda la comarca, respondió alargando

las eses: «En esta vida, señor cura, hay hijos que no conocen a sus padres, y padres que

no quieren conocer a sus hijos, los míos no pueden negar que sean mis hijos –así era por

su gran parecido-, vigile, que algún día un joven con un apellido diferente al suyo, bien

podría llamar a su puerta». El sacerdote hizo un mohín, y continuó garabateando en el

libro nupcial, con una cierta desgana.

Jesús Borro Fernández

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DOSSIER

OSBU

Por ALFONSO HERNANDO

[DOSSIER OSBU]

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LA ORQUESTA SINFÓNICA DE BURGOS,

DIEZ AÑOS DE ENTUSIASMO

La Orquesta Sinfónica de Burgos (OSBU) cumple diez años. Quizá pueda parecer

que no es mucho tiempo, pero nos equivocaríamos. Hace falta mucho entusiasmo,

esfuerzo, tesón, trabajo en equipo y, sobre todo, hace falta mucha música para llenar diez

años de conciertos.

Mi contacto inicial fue Enrique García Revilla, presidente de la OSBU, que toca la

viola en la Orquesta. Me propone que quedemos también con Alberto Alonso Sagredo, el

vicepresidente, que toca el mismo instrumento, y que, entre otras cosas, se encarga de

los aspectos organizativos. Los dos son un buen ejemplo de ese entusiasmo del que

hablamos, en seguida se ve que disfrutan de todo lo que tiene relación no solo con la

música, sino con la cultura en su sentido más amplio.

Alberto Alonso empieza por contarnos la sorprendente forma de funcionamiento de

la orquesta.

Alberto Alonso: La orquesta es una Asociación sin ánimo de lucro: ASOCIACIÓN

ORQUESTA SINFÓNICA DE BURGOS. Nos constituimos como tal en octubre de 2005.

Según los estatutos de la asociación, tiene por finalidad promover y difundir la música

sinfónica en todas sus manifestaciones. Como cualquier asociación, contamos con una

Junta Directiva (formada por un Presidente, Vicepresidente, Secretario, Tesorero y dos

vocales), así como por una Asamblea General formada por todos los socios de la

Asociación.

Culdbura: O sea, sois personas que tenéis otras ocupaciones (muchas de ellas

también relacionadas con la música), y que os reunís para tocar sinfonías los fines de

semana, en lugar de tomar cañas como hacemos los demás.

AA: Sí, más o menos. El plan de trabajo es de ensayos intensivos. Primero

estudiamos la partitura, y luego ensayamos el fin de semana previo al concierto y, por

último hacemos otra sesión de ensayos el mismo fin de semana del concierto. Por eso,

nuestros conciertos suelen ser los domingos, así tenemos un poco más de tiempo.

Culd: ¿Cómo hacéis para financiar vuestra actividad?

AA: La Asociación OSBU se financia con las aportaciones recibidas por el IMC

(Instituto Municipal de Cultura) del Ayuntamiento de Burgos por cada uno de los

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conciertos de la temporada. Quiero destacar el apoyo recibido por el IMC, que creyó en el

proyecto de la OSBU desde el primer momento. Este apoyo nos ha permitido crecer

artísticamente durante los diez años de vida de la orquesta.

Culd: ¿Cuál es la plantilla de la orquesta?

AA: Actualmente la plantilla fija la componen

44 músicos. El núcleo fundamental de esta Orquesta

sigue constituida por el grupo de entusiastas músicos

burgaleses que en verano de 2005 comenzaron sus

ensayos y soñaron con la existencia de una orquesta

sinfónica en su ciudad. En las sucesivas temporadas la

plantilla inicial se fue ampliando con la incorporación

de otros músicos, hasta llegar a la formación actual de

una orquesta sinfónica “clásica”. El perfil de nuestros

músicos es el de titulado superior por su instrumento

y profesor en un Conservatorio de Castilla y León.

Actualmente más de la mitad de nuestra plantilla son

burgaleses o residentes en nuestra ciudad. Cuando

hacemos repertorio que exigen una mayor plantilla

contactamos con otros músicos que, casi siempre, ya

han tocado con nosotros previamente.

Culd: Una orquesta es un proyecto colectivo,

ahora bien, el Director es muy importante y en el caso

de la OSBU, por sus características, quizá todavía lo es

más. ¿Enrique, me puedes hablar un poco de Javier Castro?

Enrique García: Claro que sí. Javier Castro Villamor (Burgos, 1974) ahora es bien

conocido por todos los burgaleses aficionados a la música, pero tal vez no lo era hace diez

años, cuando decidió que era posible fundar y mantener una orquesta sinfónica de calidad

en Burgos. No se trata aquí de poner su “currículum oficial”, que, como tal, puede

encontrarse fácilmente en Internet, sino de ofrecer unos datos biográficos más

empapados de subjetividad. Javi Castro, como aún se le conoce en numerosos foros,

alcanzó los dos metros de estatura a muy temprana edad y no tardó en mostrar sus

inquietudes hacia el tenis, el baloncesto y la montaña. De hecho, recibía el apelativo

cariñoso de "el Olímpico" por parte de Javier Zárate, su profesor de piano. Y mira por

donde ya salió la palabra "piano", podría decirse aquello de lo demás es música. En el

Conservatorio Municipal "Antonio de Cabezón" destacó como pocos alumnos lo han hecho.

Al finalizar, estudió el grado superior en Salamanca, donde, al parecer, tampoco se le dio

mal, y voló a Alemania para formarse en las diferentes disciplinas que forman parte del

intrincado laberinto de los estudios musicales, especialmente en dirección orquestal. Ganó

experiencia como director sinfónico y de ópera y, en cuanto pudo, regresó a casa para

llevarse una cátedra del Conservatorio Superior de Salamanca, donde es Director de la

Orquesta Sinfónica e imparte clases de dirección de orquesta.

Culd: ¿De qué manera se gestó el proyecto que dio lugar a la OSBU en verano de

2005?

EG: Un poco antes, precisamente en Salamanca, se programó una interpretación

del Réquiem de Mozart, y se propuso a Javier que organizara una orquesta integrada en

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44

su base por profesores de conservatorios y que también dirigiera el concierto. Tras el buen

resultado obtenido y lo satisfactorio de la experiencia, sopesó la posibilidad de reproducir

un esquema de trabajo similar en Burgos. Con el apoyo de algunos músicos amigos

contactó con los mejores instrumentistas burgaleses, que junto a algunos foráneos de

confianza constituyeron el núcleo fundacional de la OSBU. Presentó entonces al IMC un

proyecto serio y detallado en lo musical y en lo económico para la temporada 2005-2006.

Se trataba de la nueva OSBU, que retomaba la denominación de aquella efímera Orquesta

Sinfónica de Burgos de la que el joven Frühbeck fue concertino.

Culd: A lo largo de estos diez años, la orquesta ha ofrecido más de 60 conciertos.

¿Cómo ha sido el camino recorrido?

EG: El camino de la OSBU ha sido una línea tenaz, casi siempre ascendente y con

muy pocos altibajos. La plantilla inicial, diseñada para la interpretación de música del siglo

XVIII, se amplió cuantitativamente abriéndose de este modo al repertorio romántico y, en

la actualidad, acomete todo tipo de programas, desde el barroco hasta el siglo XXI. Por su

podio han pasado directores invitados de relevancia internacional como Rubén Gimeno,

Philip Bach, Lutz Köhler o Eduardo Portal. También aceptaron la invitación de la OSBU

solistas de la talla de Alberto Menéndez, Alicia Amo, Lucas Macías, Elena Cheah, Susana

Yoko-Henkel, David Quiggle, Manuel Blanco, Bruno Schneider y un etcétera que ya es

numeroso. Si hubiera que ofrecer dos cualidades de la OSBU que suelen llamar la atención

de los artistas invitados y de los músicos que se incorporan por primera vez a ella podrían

ser estas: seriedad en el trabajo y entusiasmo. La gran mayoría de los músicos que

vienen como colaboradores se queda con ganas de repetir y el buzón de su gerencia

recibe constantemente solicitudes de instrumentistas, directores y compositores que

desean o solicitan participar de diferentes modos.

Alberto asiente y añade:

AA: Es verdad, la OSBU ha ido adquiriendo prestigio entre los músicos

profesionales de toda España, y ahora son muchos los que quieren colaboran con nosotros

de una u otra forma. Hay casos curiosos, Salvador Barberá, oboísta de la orquesta de la

RTVE, que, por esta razón, trabaja en Madrid durante la semana, colabora con nosotros

regularmente cuando hay concierto.

Culd: Creo que la relación con el Conservatorio de la Orquesta es muy intensa.

AA: Sí, desde luego, en el curso académico 2012-2013 se suscribió un convenio de

colaboración con el Conservatorio Profesional de Música “Rafael Frühbeck de Burgos”, con

el objeto de permitir que sus mejores estudiantes realicen prácticas en la Orquesta dentro

de los conciertos de la Temporada. Gracias a esta colaboración 18 alumnos y alumnas del

conservatorio han podido compartir atriles con nuestros músicos, participando en varios

conciertos, así como beneficiarse de una beca de 600 euros para complementar su

formación durante las vacaciones estivales.

Culd: ¿En qué salas habéis tocado?

EG: Las siete primeras temporadas tocábamos en nuestro Teatro Principal, esa

entrañable sala, cuyas prestaciones acústicas, para decirlo todo, son algo menos

entrañables. La mudanza a la nueva sede del Fórum Evolución, cuyo edificio completo

debería haber tomado, sin ningún género de dudas, el nombre de Rafael Frühbeck de

Burgos, tuvo lugar en la temporada 2012-2013. Es posible que el cambio haya potenciado

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la vida musical de la ciudad, pues sus dos salas, especialmente la pequeña, son

espléndidas para la música. Claro está, cuando hablo de "música" me refiero a cualquier

tipo de manifestación sonora que no incluya megafonía o algún otro disfraz de las ondas

sonoras.

AA: Además, tras el traslado de la sede de la Orquesta al Fórum Evolución Burgos,

ha mejorado sensiblemente la asistencia a nuestros conciertos por el público burgalés,

habiéndose colgado en varias ocasiones el cartel de “no hay entradas”. Sobre todo en los

casos en los que había participación de coros de la ciudad.

EG: Yo creo que hay que hacer una mención especial de los conciertos con

participación de la Federación Coral de Burgos, así como con algunos coros por separado.

La numerosa masa ciudadana que integra los innumerables coros de la provincia ha visto

la posibilidad de volcar su afición al maravilloso hecho de cantar con una orquesta, y, de

este modo, Burgos consigue que sea la ciudadanía la que tome el escenario, consiguiendo

la participación en el hecho musical. ¿Quién iba a decir a nuestro vecino, nuestra prima,

nuestro... etcétera, que podrían cantar La Novena de Beethoven en un escenario de

primer nivel? Han sido varios los conciertos participativos que se han ofrecido

conjuntamente con el mundo coral de la ciudad y provincia cuyos resultados han

constituido una experiencia musical y humana de primer orden, que repercuten de forma

evidente en la construcción y crecimiento de una masa de aficionados a la buena música.

Y si hay algo que toda orquesta necesita como el respirar es sentir el apoyo de esos

aficionados.

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Culd: Para terminar, ¿nos podríais hablar de algún otro concierto que os gustaría

destacar?

AA: Recuerdo, como el concierto más exigente, uno en marzo de 2010 en el que

hicimos La Noche transfigurada de A. Schönberg, además de la sinfonía Heroica de

Beethoven, con el director alemán Lutz Köhler (que fue profesor de Javier Castro en

Berlín). ¡Vaya repertorio! La Heroica que marca la ruptura con el clasicismo, a la vez que

anuncia lo que va a ser todo el Romanticismo del siglo XIX y La noche Transfigurada cuya

complejidad armónica viene a ser el preámbulo de las rupturas del siglo XX. Enrique, por

su parte, corrobora que fue un concierto de un gran nivel. Alberto, por último, añade en

un tono bien distinto:

AA: El concierto más emotivo fue el que dimos en memoria de Carlos Asenjo,

violinista integrante de la orquesta fallecido en marzo de 2012, al que rendimos homenaje

en su ciudad natal, mediante la interpretación de un concierto en su memoria en el Teatro

Juan Bravo de Segovia el 1 de noviembre de 2012.

AH

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LA ORQUESTA SINFÓNICA DE BURGOS

ACERCA LA MÚSICA A LOS MÁS PEQUEÑOS

La OSBU tiene un

programa pedagógico

mediante el cual, y en

colaboración con el

Ayuntamiento, acerca la

música clásica a los escolares

de Burgos. Alberto Alonso

Sagredo, que habla con

especial cariño de este

proyecto, ha sido uno de sus

impulsores desde 2008. Se

empezó con obras muy

utilizadas en programas

pedagógicos en todo el mundo

(Pedro y el Lobo de Prokofiev,

o El carnaval de los Animales

de Saint-Saëns), después se

continuó con diferentes

Zarzuelas, haciéndose en

todos los casos las

correspondientes

adaptaciones. Pero esta

gente de la OSBU es incapaz

de seguir siempre por los

mismos caminos, así que en

los dos últimos años han

abordado sendas producciones

muy originales. El año pasado,

con el título Yo soy

Beethoven, se hizo una

dramatización, poniendo en

escena al propio Beethoven (y su famoso humor endiablado) a la vez que se interpretaban

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fragmentos de su obra. Durante este mismo año 2015, se adaptó un texto de Pepín Bello

(en buena medida, el alma de la generación del 27) para hacer la dramatización Wagner

en Burgos que, como se puede imaginar, tiene un aire surrealista y humorística. Desde

luego, la cosa tiene miga. Para su puesta en escena se contó con los actores Ismael

Fritschi e Ivan Luis (el primero ya había hecho de Beethoven el año anterior). En los dos

casos, el guion y su adaptación fueron obra de Alberto Alonso.

Estas dos producciones han conseguido una valoración muy alta por parte de los

profesores que participaron el programa, así como el entusiasmo de los chavales que

asistieron y del público en general. La OSBU se suma así a la idea de Fernando Argenta

(cómo se le echa de menos), que, a lo largo de muchos años, trató de convencernos de

que la música clásica puede gustar (y mucho) a cualquier tipo de personas, y, desde

luego, también a los más pequeños. Los niños quedan siempre encantados por la

sonoridad maravillosa de una orquesta, sobre todo, si viene de la mano de un repertorio

elegido con criterio y bien hilvanado.

Para el año que viene, la OSBU tiene prevista otra vuelta de tuerca: realizar un

concierto tomando como base la obra de Berlioz: Las tertulias de la orquesta. Aquí entra

nuestro otro contertulio: Enrique García, que es un experto reconocido en su obra y que

ha traducido el citado texto al castellano. Con estos ingredientes no cabe duda de que el

resultado será todo menos aburrido.

AH

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UNA ENTREVISTA CON JAVIER CASTRO

Después de la charla con Enrique y con Alberto, me gustaría poder seguir

cambiando impresiones con más músicos de la orquesta, pero, claro, todo tiene un límite.

Sin embargo, resulta obligado hablar con Javier Castro, su director a lo largo de estos diez

años. De nuevo todo son facilidades. Como tiene una agenda bastante apretada y,

durante el verano, para poco en Burgos, aprovechamos un rato que le queda antes de

coger el autobús para charlar. Pese a las apreturas de tiempo, no pierde la amabilidad ni

la sonrisa.

Le pregunto por sus comienzos en la música. “De muy niño, cuando no sabía

hablar, si había música en la radio o en la tele salía corriendo a escucharla, cualquier tipo

de música. También dicen que me gustaba mucho cantar y que casi cantaba antes de

hablar. En mi familia no había ningún tipo de tradición musical, así que me apuntaron al

conservatorio.” Y a lo que se ve fue una buena idea, no solo en lo musical: “Algunos

miembros de la orquesta son mis amigos y compañeros de entonces”. No solo entró en el

conservatorio, también formó parte del Coro Vadillos que dirigía un profesor del

Conservatorio: Pedro María de la Iglesia. Javier Castro dice que le encantaba cantar en el

Coro y que allí también hizo muchos amigos, además así pudo acercarse a otro forma de

hacer música.

Como ya nos dijo Enrique, fue un alumno extraordinario. Habla con mucho respeto

y cariño de sus profesores, de Pedro María, ya mencionado, de Zárate, de Salvador Vega,

que, por desgracia, ha fallecido este año. Hablando de los músicos de las generaciones

anteriores, y, en especial de Vega, comenta la enorme cantidad de trabajo que tenían,

siempre de un colegio a otro, luego a algún coro y al conservatorio… Eso me trae a la

memoria una frase del maestro Quesada (el primer director del Conservatorio de Burgos)

que mi madre, que le trató mucho, recuerda a menudo: “No sabéis lo que cuesta

mantener una familia a base de corcheas y semicorcheas”.

Javier sigue recordando los días del conservatorio: “Algo bueno debía haber en el

Conservatorio de Burgos para que tantas personas de mi generación se hayan dedicado a

la música”. Entre sus profesores de piano recuerda también a Javier San Miguel que le

abrió muchos caminos. Después de finalizar sus estudios de pianista, trabajó un par de

años como pianista acompañante para ahorrar, y, después, el salto a Berlín, a estudiar

Dirección de Orquesta en la Universität der Künste. Casi en voz baja confiesa que entrar

ahí era muy difícil, había unos cincuenta candidatos para solamente dos plazas. Dice:

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“tuve mucha suerte de ser admitido”. Digo yo que haría falta algo más. En Alemania

dirigió varias orquestas como se puede ver en su currículum.

Así llegamos a 2005 y a la aventura de formar una orquesta, ya hemos hablado de

que un poco antes había organizado una orquesta en Salamanca, fue entonces cuando

pensó en que se podía llevar este esquema a nuestra ciudad. “Me di cuenta de que había

algunos músicos de mi generación en Burgos que tenían unas ganas enormes de tocar en

una orquesta”. Y así empezó este pequeño milagro sonoro a tomar forma.

Javier, como Enrique y Alberto, insiste en las peculiaridades de la OSBU: “Las

orquestas profesionales están formadas por muy buenos músicos que, además, tienen una

contrato de muchas horas, mientras que una orquesta como la nuestra se hace a base de

entusiasmo. Hemos tenido mucha suerte de encontrar músicos que, por una parte, tocan

muy bien y con muchas ganas de trabajar, y, por otra, son personas que han congeniado

muy bien, que tienen muy buen ambiente y que se ayudan unos a otros en los ensayos”.

Al hablar de sus comienzos van saliendo diferentes nombres de los que formaron el grupo

inicial, además de los que ya conocemos, aparecen Ángela Herrero, Raquel Rodríguez,

Alfredo Salcedo, Alfonso Blasco, Gina Cazzaniga, Javier García, Luis Martínez… Seguro que

nos dejamos muchos en el tintero, pero al menos queremos que se aprecie ese carácter

de empresa colectiva en la que cada uno aporta su empuje y su saber a la buena marcha

del conjunto. Por si fuera poco, la orquesta sirve como estímulo: “El nivel musical de

Burgos ha mejorado mucho en los últimos diez años y, sin duda, en parte es debido a la

existencia de una orquesta en la ciudad que permite que los alumnos tengan una

motivación extra: llegar a tocar en ella.”

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Javier Castro se muestra feliz con los progresos de la orquesta: “Cuando

empezamos la inmensa mayoría no había tocado con otra orquesta de un nivel parecido.

Ahora es todo lo contrario, casi todos tienen bastante experiencia”. “La orquesta ha

adquirido prestigio a nivel de los músicos profesionales de España, y, cuando necesitamos

refuerzos, encontramos músicos de muy buenas orquestas a los que les gusta venir”. No

es casualidad que Enrique, Alberto y Javier digan casi las mismas palabras. Se nota que

ese es el ambiente de la orquesta, el de un grupo de personas entusiastas y trabajadoras

que se sienten felices de contribuir a la recreación de tanta música maravillosa. Y además

contagian ese entusiasmo. “Una aportación muy interesante de la orquesta para la ciudad

es que, gracias a nuestros contactos, hemos traído intérpretes de primer nivel mundial

casi todos los años. Han tocado con nosotros solistas españoles que están haciendo una

gran carrera internacional, y también músicos de otras naciones que están entre los

mejores del mundo. Por un lado estamos orgullosos de que hayan querido venir a tocar

con nosotros, y, además, gracias a eso, la ciudad ha podido disfrutar de músicos

maravillosos”. Hay que añadir que, por si fuera poco, y precisamente debido a su forma

de funcionamiento, la orquesta resulta baratísima para la ciudad, y encima nos regalan

con intérpretes de primer orden. Por un lado, el apoyo del IMC y, por otro, la eficiencia en

la administración de los fondos hace que eso sea posible, y es que, como recuerda Javier:

“Un concierto sinfónico tiene mucho trabajo detrás; no solo de los músicos, sino también

de la parte logística.”

Conviene recalcar que el modelo organizativo de la OSBU es muy peculiar y,

teniendo en cuenta que no es una orquesta profesional y que su presupuesto es muy

reducido, su calidad es altísima. De hecho, cuando se comenta con músicos de otras

ciudades, todos hablan con envidia de este modelo que permite dinamizar la vida musical

y cultural de una manera enorme. En resumen, es un lujo y un motivo de orgullo para

Burgos. Ojalá sepamos cuidarla como se merece.

Cuando le pregunto por su interés por la dirección de orquesta me dice: “Entre los

momentos más felices de mi niñez, estaban los días en que iba a escuchar a la orquesta

del conservatorio, lo hacía porque me gustaba, ya que yo no tocaba (el piano no forma

normalmente parte de la orquesta), para mí era muy impresionante, era un subidón de

energía, un momento mágico. Era algo muy especial.”

Hablamos sobre el repertorio de la orquesta, que es sorprendentemente amplio.

Además, salvo en algunos casos excepcionales, las piezas solo se tocan una vez. Aunque

su plantilla inicial estaba pensada para interpretar obras del clasicismo (Mozart y Haydn) o

también barrocas, “El centro del repertorio sigue siendo el primer Clasicismo. Pero cada

vez hacemos más conciertos con gran orquesta sinfónica”. Desde luego eso no se puede

negar, la orquesta ha ido abordando también el repertorio del siglo XIX, con su gran

complejidad y sus dimensiones orquestales mucho mayores (desde Beethoven a Brahms,

pasando por Dvorak o Tchaikovsky). E incluso ha tocado bastantes obras del siglo XX

(Stravinsky o Piazzola, por citar solo dos autores bien diferentes) y llega al siglo XXI de la

mano de compositores como los burgaleses Alejandro Yagüe, Alberto Hortigüela, Laura

Puras, Javier Pérez de Arévalo o Pedro María de la Iglesia.

“Me parece importante destacar que el pasado 12 de mayo tocamos la séptima

sinfonía de Beethoven, que además es dificilísima, con ella completamos el ciclo de las

nueve. Es algo muy bonito para la orquesta.” Sin duda es la primera vez que una orquesta

de la ciudad lo consigue. Javier Castro tiene motivos para estar satisfecho. Cada una es un

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eslabón en la historia de la música y todas son muy monumentales, incluso las menos

conocidas. Los que oíamos casi con devoción los vinilos de von Karajan hace ya unos

cuantos años, no imaginábamos que la serie completa se podría escuchar sin salir de la

ciudad, y de la mano de la misma orquesta, en versiones de muy buena factura, llenas de

fuerza y expresividad.

¿Qué tipo de repertorio resulta más difícil? “El gran reto siempre será la música de

Beethoven, Mozart y Haydn. Además de que tiene una gran complejidad técnica y una

gran dificultad para encontrar la sonoridad precisa y el equilibrio de la forma, plantea el

reto de que tiene mucha información que no está escrita, deja muchas elecciones para el

intérprete, libertad para articulaciones, dinámicas, fraseos. Estas obras del siglo XX que

nos parecen tan complicadas tienen unas partituras mucho más detalladas, a veces

tenemos grabaciones del propio autor, así que todo está mucho más delimitado; por muy

grande que sea su dificultad, no es ese lanzarse al vacío o estar perdido en medio del

desierto que es coger una partitura de Mozart o de Beethoven”.

La OSBU es una formación abierta que no ha dudado en saltar a otros ámbitos

musicales, así ha pasado con sus incursiones en el mundo del flamenco (Mariano Mangas)

o en el de los instrumentos más o menos insólitos (Diego Galaz). Javier nos lo explica: “A

mí me gusta la música de todos los tipos, y me gusta el rock, pero creo que hay muchas

personas que todavía piensan que la música clásica es aburrida o monótona. La verdad es

que su variedad de ritmo, de dinámica, y su complejidad sonora no se pueden encontrar

en ningún otro sitio. Por ejemplo, si pensamos en la Consagración de la Primavera de

Stravinsky y sus constantes cambios rítmicos. Bueno, la séptima de Beethoven, de la que

acabamos de hablar, también es un buen ejemplo.”

Se nos acaba el tiempo y Javier se tiene que ir a coger el autobús. Justo antes me

dice que en el Instituto le gustaban mucho las matemáticas y que su profesor de física se

enfadó un poco cuando se empeñó en dedicarse a la música. Me quedo mirando hacia

arriba, muy hacia arriba, con cara de bobo. O sea, que también es bueno en matemáticas.

Si no fuera porque, encima, es un tipo muy agradable nos acabaría cayendo muy mal.

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LA OSBU Y ANTONIO JOSÉ

En el siglo XX Burgos ha tenido grandes músicos, entre ellos está el compositor

Carmelo Bernaola y su buen amigo Rafael Frühbeck. De este último nos dice Javier Castro

que le conoció y que era un grandísimo director, de hecho, ha sido el director español con

una carrera internacional más amplia de toda la segunda mitad del siglo XX. También

hemos visto que en Burgos hay compositores muy importantes cuya obra la OSBU se

preocupa de tocar y de difundir, pero no cabe duda de que por encima de todos sobresale

la figura de Antonio José Martínez (1902-1936), que también trató, como ahora la OSBU,

de acercar la música clásica a todas las personas, dirigiendo de manera prodigiosa el

Orfeón Burgalés. No solo fue asesinado casi al comienzo de la guerra civil, pese a ser

hombre de paz y alejado del activismo político, sino que su obra durante muchos años fue

dejada en un segundo plano, como si pudiera molestar.

Javier Castro, en un concierto de su OSBU, antes de interpretar su Sinfonía

Castellana (una de las poquísimas obras que ha tocado más de una vez), habló de Antonio

José y de los músicos burgaleses que se empeñaron en que no se perdiera su obra, sobre

todo sus piezas corales. Salvador Vega, Carlos Martínez,

Pedro Mª de la Iglesia, entre otros, nunca dejaron de

interpretarlas. De esta forma humilde, pero

perseverante, esos músicos de “provincias” supieron

estar por encima de las ruindades de la política del

momento. Además, y de una manera destacada, Castro

también citó a Miguel Ángel Palacios, que, en tiempos

mucho más recientes (2002), publicó una biografía de

Antonio José titulada significativamente En tinta roja,

libro muy bien documentado y escrito desde un

profundo conocimiento y admiración.

La obra de Antonio José cada día es más

reconocida y su extraordinaria calidad hace que, como

dice el propio Miguel Ángel Palacios, músicos de todo el

mundo se interesen por ella y se interprete en todos los

continentes. Javier Castro le ha dedicado mucho

esfuerzo. Cuando dirigía el coro Ars Nova de Salamanca,

interpretó toda su obra coral; como pianista, ha tocado

en numerosas ocasiones muchas de sus piezas para este instrumento; con la OSBU, a lo

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largo de sus diez años de vida, ha recorrido gran parte de su repertorio, y, para el año

que viene, quedará completa la interpretación de toda su obra orquestal. Además,

también hay un proyecto para poner en escena de forma lo más completa posible su

ópera El mozo de mulas.

Por último, a través del programa pedagógico de la orquesta, se ofrecerán una

serie de programas para dar a conocer su figura a los escolares, a través de sus textos y

su música, coincidiendo con el ochenta aniversario de su trágica desaparición.

AH

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Y EL FUTURO

Para celebrar el décimo aniversario, la OSBU ha preparado un concierto cuyo

programa ha sido confeccionado siguiendo las preferencias del público (se pasó una

encuesta entre los asistentes al último concierto de la pasada temporada), y el resultado

ha sido el siguiente:

Georges BIZET: Suite n. 1 de Carmen

Edvard GRIEG: Suite n. 1 de Peer Gynt

Antonin DVORAK: Sinfonía n. 9, "Del nuevo mundo".

Para completar las celebraciones la OSBU está preparando una serie de actos en los

que abordará diferentes aspectos del pasado y el presente de la vida musical burgalesa.

¡Enhorabuena por todo!

AH

P.D.: En la página web de la Orquesta, http://www.sinfonicadeburgos.com/, figura una relación de

todos sus miembros; también se ofrece información sobre su programa de actuaciones y actividades,

así como sobre otros aspectos.

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El secreto

Apenas había dormido bien desde

la mañana en que se lo habían

comunicado, como mes y medio o dos

meses atrás. Cada noche, a la hora de

acostarse, cuando sentía el jadeo

entrecortado de ella crujiendo bajo las

sábanas, se sumía en una vigilia de ojos

abiertos y boca reseca que lo mantenía

sobre el edredón sin conciliar el sueño,

como un sonámbulo, hasta las primeras

luces del amanecer. El corazón le

golpeaba con fuerza y de las sienes le

brotaban pequeñas gotas de sudor. Los

tres dedos de whisky nunca resultaban

suficientes. Y no podía echar mano de los

tranquilizantes, pues, cada vez que la

idea se le pasaba por la cabeza, una

trémula voz interior, pequeña y débil

como el timbre de una campanilla, le

susurraba al oído que aquello era

demasiado peligroso.

Se preguntó si albergaba alguna

sospecha. No lo parecía, desde luego,

pues seguía comportándose igual que

siempre. El mismo tono de voz, la misma

mirada cariñosa, las mismas caricias. Sin

embargo, él sí se notaba a sí mismo

diferente, cambiado. Ahora se precipitaba

mucho al tomar las decisiones, se irritaba

con frecuencia, perdía el control de los

nervios. Ella permanecía inalterable,

monolítica, impasible. ¿Intuiría algo?

Abrió la ventana para acodarse en

el alféizar, y contempló la oscuridad de la

noche, salpicada por los triángulos

luminosos desprendidos por las farolas.

Hacía frío: algunas bolsas y papeles se

revolvían en las aceras, empujados por el

viento. La calle se hallaba completamente

abandonada. Giró la cabeza para mirarla

otra vez, los ojos cerrados, el cabello

disuelto sobre el almohadón, y sintió la

duda punzándole, pertinaz, reiterativa: ¿y

si ella…?. Se repitió para sí que esa duda

se formulaba en base a suposiciones

carentes de un fundamento sólido. Pero,

de todas formas, le extrañaba que, en

todo ese tiempo, no le hubiese

preguntado la razón de por qué ahora

llegaba con tanta fatiga y cansancio todas

las tardes, por qué ahora siempre

prefería quedarse en el piso los fines de

semana y no salir, como habían hecho

siempre, por qué ahora venía comiendo

tan poco en las últimas semanas. Tanto

silencio alrededor le enojaba. Por otra

parte, ¿quién podía haberle hablado de

ello? A él no se le había escapado nada

pues, desde el momento en que lo supo,

se había dicho a sí mismo que ése sería

un secreto que habría de llevarse a la

tumba. No había hablado de ello con

nadie, ni con los compañeros de trabajo,

ni con los amigos de la cafetería. Nada.

¿Entonces? ¿Cuál era el motivo de tanta

incertidumbre? En realidad, era un asunto

que no la concernía en absoluto, pero no

quería contárselo, ni ahora ni después.

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Eso era todo. Y ahora estaba asumiendo

la magnitud de las consecuencias.

Se sentó en el butacón donde

colocaba la ropa para el día siguiente,

justo al lado del cristal. Durante un

interminable minuto no hizo sino

observarla con detenimiento, interesado

en los contornos sugeridos entre la

bruma procedente de afuera. De repente,

en medio de aquella opresiva pausa, una

idea le cruzó la mente, sustituyendo las

preocupaciones anteriores: ¿y si ella

también le ocultaba algo? En doce años

jamás había tenido secretos para él.

Nunca. Si de algo estaba absolutamente

seguro era de que conocía perfectamente

a quien dormía a su lado. Pero… ¿y por

qué no? ¿Acaso no podía ella tener algún

secreto? ¿Y si detrás de ese

comportamiento tan convencional, tan

irreprochable, tan escrupuloso escondía

algo que él no debiera saber?

La pregunta le multiplicó el sudor

en la frente. Ahora la veía un poco mejor:

el cuerpo perfilado a contraluz, la curva

blanquecina del rostro semioculta por las

sombras, el fino destello de la esclava en

el nacimiento de la mano. La duda

regresó, incómoda. ¿Podía ser?... No,

afirmó, no debía albergar tantos motivos

absurdos para la desconfianza, si ella, a

su vez, y como le venía demostrando

desde hacía tanto tiempo, tampoco los

había tenido con él. Pero…

Respiró hondo mientras se

derrengaba en el cuero de la butaca, los

ojos posados en la mujer desconocida

que dormía enfrente suyo. Así

permaneció durante tres, cuatro, cinco

horas más, en silencio, casi sin respirar

apenas, esperando a que le secase el

sudor de la frente, hasta que una fina

línea de luz atravesó la ventana y le

presentó la certeza de un nuevo

amanecer.

Luis Carlos de Diego Alonso

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Manchas

Vinieron a por Lisa en clase de

matemáticas. Estaba concentrada sobre

una larga fila de divisiones que la

señorita K. le había mandado hacer antes

del recreo y casi ni se enteró. Tocaron a

la puerta y entraron dos hombres a

quienes no había visto nunca. Llevaban

batas blancas hasta los tobillos y guantes

azules. Uno de ellos dijo en voz alta:

—¿Está aquí Lisa?

La maestra la señaló con el dedo.

El hombre que había hablado dijo:

—Tienes que venir con nosotros.

Toda la clase se quedó mirándola

en silencio. Su compañera, una niña

pelirroja, le dio un codazo para que se

levantara. A Lisa le ardían las mejillas y

estaba muy avergonzada, aunque no

sabía muy bien por qué. Se puso de pie

con la cabeza baja y miró las divisiones

sin terminar. Recogió sus lápices y los

guardó en el estuche y, sin atreverse a

levantar la cabeza, cruzó la clase hasta

llegar a la puerta. Los hombres se

pusieron uno delante y otro detrás de ella

y juntos salieron sin decir nada.

No había nadie en el pasillo y los

pasos de los tres sonaban superpuestos

como si unos fueran los ecos de los otros.

Abandonaron el colegio por la parte de

atrás y una ambulancia los llevó hasta un

edificio blanco que Lisa no conocía.

Siempre en silencio volvieron a

recorrer pasillos vacíos. Por fin se

detuvieron ante una puerta metálica. El

primer hombre la abrió y el segundo

empujó a Lisa dentro. Después, cerraron

la puerta.

La habitación no era muy grande,

pero sí parecía espaciosa. Un ventanal

alargado ocupaba toda la pared del fondo

y por él entraba un sol fuerte y cálido que

llenaba el cuarto. No había nada excepto

un par de sillas con el respaldo alto. Se

sentó en una.

No supo cuánto tiempo estuvo

esperando porque se quedó dormida. Se

despertó al oír el ruido de la cerradura al

abrirse. Se giró hacia la puerta y vio

entrar a otra niña. Era delgada y estaba

muy pálida. Llevaba un camisón largo

que le cubría todo el cuerpo y que se le

estrechaba en el cuello y en las muñecas.

La niña la saludó con la mano desde la

puerta.

—Soy Paula, ¿y tú?

—Yo, Lisa.

—¿También estás en cuarentena?

—No.

—¡Qué raro! Aquí solo vienes si te

contagias. Mira —Paula se arremangó

hasta el codo y le enseñó el brazo

derecho: unas manchitas circulares de

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color verde claro salpicaban su piel

lechosa—, me salieron hace una semana.

Al principio me asusté porque olían muy

mal, como a cañería atascada, pero

desde que estoy aquí ya no huelen y creo

que me voy a curar.

—Pero si yo no tengo esas

manchas.

—A veces salen en otras partes

como la espalda o alrededor de la tripa.

¿Tú te has mirado? —Paula se le acercó.

—¡Ya te he dicho que no tengo

nada!

Lisa retrocedió unos pasos.

—Bueno, enseguida vendrán para

hacerte el reconocimiento. Si estás

infectada lo verán y entonces decidirán

qué hacer contigo.

—Pero… yo no me quiero quedar

aquí.

—Pues es lo mejor. Yo misma

llamé al servicio de plagas para que me

recogieran y me internaran. Si estás

enferma cuanto antes te traten mejor.

Paula cogió una silla, la colocó

frente al ventanal, se sentó y cerró los

ojos. Estaba relajada y tranquila: parecía

una flor exquisite a la que hay que cuidar

con mimo. Sin abrir los ojos dijo:

—No te preocupes, el verdín del

cuerpo se va con luz y calor. Aprovecha y

siéntate a mi lado, ya verás qué gusto.

Aquí tenemos sol todo el tiempo.

Lisa se sentó a su lado y, como

ella, cerró los ojos y se dejó envolver por

el sol que entraba a chorros desde el

ventanal. Al momento se sintió mejor.

—¿Lo ves? Esto nos viene muy

bien. Las manchas no resisten este calor

y terminan desapareciendo. Pronto

estaremos curadas.

Lisa se iba adormeciendo con las

palabras de Paula y sentía un bienestar

esponjoso como cuando era pequeña y se

metía en la bañera antes de ir a la cama

y el agua caliente relajaba sus músculos

y la preparaba para el sueño.

Medio dormida oyó la cerradura.

Se volvió a medias hacia la puerta y vio a

dos hombres vestidos con batas blancas.

No supo si eran los de antes. Ahora

tenían unas máscaras negras que les

cubrían toda la cabeza y la voz salía

distorsionada desde allí dentro.

—Lisa, ven con nosotros.

—Mucha suerte con el

reconocimiento —Paula sonreía desde su

silla.

—¿No puedo quedarme un rato

más?

—No, te están esperando —uno de

los hombres avanzó hacia ella. Lisa se

puso de pie y miró a Paula. El corazón le

latía muy deprisa.

—¿Estarás aquí cuando vuelva?

Quizá podamos tomar el sol…

E intento rozar con la punta de los

dedos la mano enflaquecida de su nueva

amiga, pero uno de los hombres se lo

impidió.

—Puede, a veces las pruebas

duran varios días —Paula había vuelto a

cerrar los ojos.

—Yo sí espero volver a verte —

murmuró Lisa de camino hacia la puerta.

Antes de salir miró a Paula, pero

ella estaba ajena a todo lo que no fuera

su baño de sol.

Merche Rodrigo

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61

angelito negro

Si la felicidad nos toma por

apestados, odiémosla.

Si la salud se acomoda en nuestro

cuerpo con ruindad y cicatería,

busquemos otra compañía más

generosa.

Si la vida nos maltrata con la

enfermedad incurable, rehuyámosla.

Si, en definitiva, la felicidad, la

salud y la vida no nos quieren, corramos

a echarnos en brazos de la muerte

rehusando el enfrentamiento y

abandonando la batalla. Porque siendo

hombres, el orgullo de serlo nos obliga a

desdeñar estas servidumbres. Ninguno de

nosotros se merece la humillación de un

fin infame. Nuestra dignidad no debe

permitirnos ceder pasivamente nuestras

vidas al sufrimiento.

Así escribe el maestro Edilón (La

sombra) en La pálida verdad, mensajera

del fin, obra concebida en los ámbitos de

la nada y redactada a la luz de las

tinieblas, que el autor de este Angelito

Negro encontró en los recovecos de

aquellos versos de A. Mutis:

Vengo de las heladas parcelas de

la muerte,

de los dominios donde el cisne

surca las aguas serenas

y preside el silencio de los que allí

han llegado…

La humana justicia… ¡qué pozo infecto

de intereses! ¡Qué freno del progreso y

qué rémora para las aspiraciones

sociales!

La pena que uno de sus tribunales me

impuso por mi dedicación a los

desahuciados y olvidados fue ejemplar.

Veredicto coincidente de instituciones y

medios de comunicación. La garrulería

de un fiscal trápala y torticero me pintó

como paranoico y destructivo y alcanzó

de los jueces que estos me consideraran

autor de no sé cuántos delitos.

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¡Cuán ajena la ciudadanía a los

trapicheos de los ambientes judiciales!

¡Qué confiada ante las

componendas de cuantos merodean en

torno a los estrados!

¡Cuánta ignorancia la de los

inocentes que confían en que se les

restaure el derecho menoscabado!

¡Qué necios los débiles que sueñan

con que los desalmados sean reducidos y

los encapotados rebajados a su mismo

nivel!

—Se conoce que antes de visitar a

la pobre vieja entró en el bar. Se tomó un

café y luego se puso a meter monedas en

la máquina tragaperras. Los que le

observaron dijeron que a continuación se

puso de mirón a una mesa en la que se

jugaba al dominó. Y que de vez en

cuando consultaba el reloj como si se

hubiera citado allí con alguien. Alguien

que por lo visto no acababa de llegar…

Partiendo de la reflexión sobre mi

propia vida y mi futura muerte, mi

condición de hombre bondadoso me

indujo a extender el beneficio de mis

conclusiones a aquellos de mis

semejantes capaces de una cobardía tan

grande como la que yo mismo podía

cometer. También en mi caso el

sufrimiento podía llevarme a una muerte

indigna y dar al traste con mi buen

nombre. Y así, empujado por un

sentimiento solidario, me puse manos a

la obra, como otros se dan, altruistas, a

la lucha contra el hombre y la pobreza.

“Quien se apiada del débil ayuda al

Señor”, tal como atinadamente observa el

Libro de los Proverbios.

La Oficina de Asistencia Fraterna,

por consiguiente, se hizo realidad bajo los

auspicios de una conciencia recta y

generosa. Y la certeza de que estaba

obrando con ejemplaridad alentó todos

mis actos por el tiempo en que mi

modesta organización prestó sus servicios

a aquellos hermanos que vinieron a

reclamarlos libremente, como bien mi

abogado consiguió demostrar a lo largo

del plenario.

Algunos llegaron a confesarme que

apenas temían la soledad en su término,

pues teniendo la muerte a la vista, ésta

se ofrecía como la esperanza que

acababa colmando todas las esperanzas.

Realmente lo que les causaba terror era

esa otra soledad más viva, más cruel que

suele atenazar al ser cuando las

facultades le pintan el tiempo como un

obstáculo infranqueable. Entonces es

cuando llega el terrible momento de la

desesperación.

La relación con estas criaturas me

abrió las puertas de un mundo nuevo. Su

soledad se me ofreció como primera

verdad, verdad insufrible que debía

combatir con todas mis fuerzas,

convirtiéndose así en centro de mis

obsesiones. Aprendí que el vivir es como

una caja de dulces, que la vamos

vaciando -o nos la van consumiendo

nuestros semejantes, nuestras

ambiciones y el tiempo cómplice-.

Golosinas como el amor, el bienestar, la

alegría, la amistad... se van acabando

hasta que la caja se vacía por completo.

Y cuando este despojo nos alcanza ¿qué

sentido tenemos ante nosotros mismos y

ante los demás sin un solo estímulo? ¿No

será conveniente arrojar el envase a la

basura? Pero hay personas que se sienten

incapaces de asumir esta función en

solitario. Y no me parece justo que a

quienes el destino les privó de todo

protagonismo durante su existencia,

pretenda convertirlos en actores únicos

en el escenario de su partida.

Mis ansias de obrar estas caridades

se avivó por entonces con estas palabras

del Apocalipsis que providencialmente leí

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en la Sagrada Escritura: En aquellos días

buscarán los hombres la muerte y no la

encontrarán; desearán morir y la muerte

huirá de ellos. Y a partir de leídas

comenzaron a palpitar en mi cerebro

como el bum bum de una fiebre excesiva

que debía aliviar con mi decidida

determinación a alejar de mis semejantes

esta maldición.

—Subí con él en el ascensor y me

dijo que era sobrino de doña Asunción, la

vecina del tercero derecha. Me pareció un

chico simpático y abierto.

El transcurso deviene dramático

cuando se estanca al borde del más allá y

no se decide a salir de un cuerpo, como

debiera suceder conforme a las razones y

deseos de la mente que lo alumbra y

gobierna. Porque si se repara, ¿qué es la

vida ya sin la vida? ¿Qué nombre hemos

de asignar a la esperanza en un ser a

quien esa esperanza ha traicionado ya

para siempre? Me dije entonces que, si

compartía con los seres condenados a

pasar por esta especie de antesala del

infierno, reduciría considerablemente su

dolor y obraría una meritoria obra de

caridad.

—Me dio que pensar cuando me

crucé con él en el rellano. Llevaba puesta

una gabardina como muy hueca, como si

debajo de ella ocultara algo, pues pasó

junto a mí de costado con un “hola” de

compromiso que yo ni siquiera respondí,

metido como iba en mis cosas.

Apartado de un mundo sometido a

la hipocresía y esclavo de la perversión,

me siento a salvo. A espaldas de las

habladurías y juicios precipitados,

espíritus liberados veo por todas partes

en este retiro que bendicen mi labor

pasada y me imploran que reanude el

camino emprendido tan pronto como me

vea libre. Que no lo borre de mi intención

por muchos años que me resten de espiar

la injusta condena. ¡Con tantos y tantos

seres que están padeciendo los propios

castigos del infierno por seguir fieles a la

vida!

Con infinita tristeza contemplo esa

multitud de hermanos que en mi ausencia

han seguido llamando a mi puerta sin

que nadie les haya respondido. Y me

desasosiega mi incapacidad para

socorrerlos y convertir su recuerdo en

algo pacíficamente grato. Mas Dios que,

movido por su infinita bondad, acaba

poniendo en manos de los que creen en

Él los medios necesarios para seguir

obrando caridades, me ha hecho ver en

Florencio, compañero de celda, el alma

piadosa que reanudará a no tardar la

obra que tan injusta e inoportunamente

fue interrumpida.

—Me di de bruces con él a la

entrada del portal. Me pareció un chico

guapo, aunque en su cara aprecié un

gesto extraño. Realmente no sé por qué,

pero tuvieron que pasar varios días para

que aquella cara y aquel gesto se me

fueran de la cabeza.

Así que el regocijo no me cabe en

el pecho y reboso felicidad. Ya veo hecho

realidad el nuevo proyecto como venero

de agua pura y refrescante. Ya vuelve a

socorrer a esta sociedad doliente la nueva

Oficina de Asistencia Fraterna.

Con la mayor resolución y eficacia

le vengo instruyendo a mi amigo para

que cumpla esta misión. Empeño del que

tan brusca e inoportunamente me apartó

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la justicia de los hombres una noche en

que velaba el sueño -ya serenamente

eterno-, de mi último hermano.1

Félix J. Alonso Camarero

1 N. del A. Al menos en lo que se refiere al acto

de la detención, esta versión discrepa de la que

consta en los archivos policiales y judiciales.

Goliat Gutiérrez Sevillano, de treinta y seis años,

o “Angelito Negro” como le bautizó la prensa

sensacionalista, fue detenido por agentes de la

Brigada Criminal cuando se dedicaba a la venta

domiciliaria de biblias de bolsillo de procedencia

ilícita, que según confesó le había suministrado

“El Tornero”, su socio y cómplice en esta última

fechoría. Identificado como autor de otros

delitos gravísimos cometidos con anterioridad,

fue juzgado por el asesinato de dos ancianas y

un hombre de mediana edad, aquejado de

cáncer terminal. El modus operandi implicaba el

apoderamiento de los bienes de las víctimas. A

lo largo del proceso y a propuesta de la defensa,

se debatió ampliamente sobre asesinato,

inducción al suicidio y eutanasia, figuras

delictivas que parecían entreverarse en las

actuaciones criminales del reo. Por su parte, el

equipo de sicólogos de la defensa trató de

convencer a los juzgadores de que el

sentimiento de compasión constituía elemento

fundamental en el cuadro emocional del

procesado, que habría condicionado su manera

de obrar. Pero la sentencia dejó bien claro lo que

pensaba el tribunal en el momento de señalar

una pena acumulada de más de ochenta años de

reclusión mayor, amén de otras accesorias.

“Angelito Negro” se inició como delincuente a los

dieciocho años. Con fingido fervor religioso y

haciéndose pasar por huérfano, despertaba la

compasión y se aseguraba la confianza de

sacristanes y porteros, en cuyas iglesias y

monasterios acababa estafando a sacerdotes,

monjes y devotos.

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[Carpeta de Paloma Navares]

Por Estela Rojo Hernández

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Paloma Navares es una de las artistas españolas con una trayectoria

más dilatada e internacional. Nacida en Burgos en 1947, su carrera artística la ha llevado

a residir en diferentes países hasta fijar su residencia en Madrid hasta nuestros días.

Podemos rastrear sus primeros proyectos expositivos ya en 1977, destacándose

pronto como una artista versátil y multidisciplinar. La fotografía y el video enseguida

destacarán como soportes principales de su trabajo, permitiéndola además dar el salto a

las instalaciones e incluso el ámbito de la escenografía teatral.

La obra de Paloma surge por tanto de la convergencia de medios, abordando de

forma constante cuestiones relativas a las condiciones físicas y espirituales del hombre.

Investigando en sus trabajos diferentes aspectos existenciales del SER.

El silencio, el vacío, la soledad y la emoción acompañan la obra de la artista, donde

confluyen temas relativos a procesos naturales del ser humano como el envejecimiento,

enfrentados a nuestros constantes intentos por retener el tiempo alterando nuestro cuerpo

con recursos artificiales. La ciencia, los avances técnicos aparecen de forma inevitable en

sus lecturas sobre el cuerpo.

Y es que su trabajo aborda las dualidades, confrontando la parte física y

psicológica del ser humano, el alma y el cuerpo, lo visible y lo invisible, la realidad y la

ensoñación, con la misma fluidez que cambia de soporte, del collage a la videoinstalación.

Paloma busca descontextualizar las imágenes, extraerlas, para arrastrarlas

a un nuevo contexto, estableciendo un nuevo objeto, con un nuevo orden de

elementos y todo ello para hacer emerger lo esencial.

Los títulos de sus obras nos acercan a su personalísimo universo, reforzando el

concepto de la pieza en ocasiones, pero también según sus palabras "dislocando la

lectura que se hace a primera vista "en otras. Títulos como "En el umbral del sueño" "De

Eva y Adán" "Almacén de silencios" "Pequeños anzuelos, largos collares" dan testimonio

de ello.

Destacaría sus homenajes a la mujer a través de la iconografía histórica,

reivindicándola como portadora de la tradición y cuestionando el significado de la

representación de las figuras femeninas, como proyecciones mudas de la mirada

masculina. Desde la poética de sus piezas incide en cómo ha recaído sobre el cuerpo de la

mujer conflictos de diversa índole, culturales, religiosos y sociales convirtiéndolo todavía

hoy en día en un mero producto de mercantilización.

En el año 2000, Paloma sufrió una experiencia profunda, dramática en la vista y

por ende en su existencia artística. Durante la convalecencia, la artista permanecía

durante semanas inmovilizada y sin poder ver. Este proceso marcó gran parte de su

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trayectoria, generando piezas que hablan sobre sus vivencias y sobre el miedo a la

pérdida de la visión. Esos trabajos van desde la fotografía con tintes autobiográficos, a la

incorporación de elementos que se convertirán parte fundamental de su imaginario

artístico, como la luz.

El ojo para ella no representa únicamente la ventana al mundo sino también un

recipiente de comunicación que permite la armonía entre el alma y el cuerpo, entre el

mundo exterior y el interior y su existencia artística.

"Yo creo que el arte, entre otras cosas, es un inmenso curador y a mí me ha sacado

de importantes situaciones"

Uno de las características más interesantes de su trabajo es el carácter

interrogativo de sus piezas, donde no pretende dar respuestas definitivas, ni formula

juicios, sino que incita al espectador a buscar respuestas individuales sobre temas como la

soledad, el paso del tiempo, la fragilidad, la locura, el yo real y el imaginario... en

conclusión la compleja estructura del ser.

Con todo ello, libertad, naturaleza, sensualidad, memoria y cultura son los

parámetros existenciales que laten en todas y cada una de las obras de la artista

burgalesa.

ENLACES PARA FOTOS: http://palomanavares.com/

ER

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Por Eloy Luna

Sigue

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Por Eloy Luna

FIN

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La muerte acostumbrada2

Acercarse hasta allí, viajar al fondo

de nuestra soledad, de nuestro miedo,

y encontrarnos de pronto frente a frente

con la mirada de la inmensidad.

Aventura de andar a ciegas por el borde

de una palabra llena de gritos y esquinas,

de una fascinación antigua y poderosa.

Y más tarde volver al lugar conocido

(casa apagada, seca geometría)

con los ojos más viejos, sin nada entre las manos,

y seguir contemplando con dolor y en silencio

nuestro propio cadáver: la muerte acostumbrada.

Pedro Olaya

2 Del libro La luz no sabe doblar esquinas, página 17.

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