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EL PAPEL DE LA MUJER EN LA EDAD MEDIA En el esquema medieval la mujer no tenía un puesto. Si para los hombres de la Edad Media hay una categoría ‘mujer’, ésta no está caracterizada por distinciones profesionales, sino por su cuerpo, por su sexo, por sus relaciones con determinados grupos. La mujer es definida como ‘esposa, viuda o virgen’. La mujer se casa muy joven (entre los quince y los dieciocho años) con un hombre que se acerca a los treinta, y una decena de años separa a la pareja. Un adulto, pues, lleva a su casa a una adolescente. (miniatura que representa a un padre forzando a su hija al matrimonio, a pesar de las objeciones de la madre Abundan los ejemplos de matrimonios que, a través de las mujeres, instauran o restauran vínculos de amistad entre dos linajes. Desde niña, a la mujer se le exige obedecer sin enfrentarse al padre, al hermano o al tutor, callando sus íntimas aspiraciones para aceptar al hombre que han elegido para ella. El esquema que se repite una y otra vez en la sociedad medieval es el siguiente:

profedelaurentiis.files.wordpress.com · Web viewEste fenómeno como consecuencia del resurgimiento de un mito antiquísimo, presente en las culturas neolíticas preindoeuropeas:

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EL PAPEL DE LA MUJER EN LA EDAD MEDIA

En el esquema medieval la mujer no tenía un puesto. Si para los hombres de la Edad Media hay una categoría ‘mujer’, ésta no está caracterizada por distinciones profesionales, sino por su cuerpo, por su sexo, por sus relaciones con determinados grupos. La mujer es definida como ‘esposa, viuda o virgen’. La mujer se casa muy joven (entre los quince y los dieciocho años) con un hombre que se acerca a los treinta, y una decena de años separa a la pareja. Un adulto, pues, lleva a su casa a una adolescente.

(miniatura que representa a un padre forzando a su hija al matrimonio, a pesar de las

objeciones de la madre

Abundan los ejemplos de matrimonios que, a través de las mujeres, instauran o restauran vínculos de amistad entre dos linajes. Desde niña, a la mujer se le exige obedecer sin enfrentarse al padre, al hermano o al tutor, callando sus íntimas aspiraciones para aceptar al hombre que han elegido para ella.

El esquema que se repite una y otra vez en la sociedad medieval es el

siguiente:

El único “poder” otorgado a la mujer medieval reside en la administración de la casa, en el centro de la cual está situada la habitación conyugal: señora del espacio doméstico, la mujer es la “administradora de la familia.”

LA RESPUESTA LITERARIA

Sin embargo, por lo menos desde el punto de vista cultural y literario, se fue también desarrollando una nueva concepción de “Señoría femenina”: fue lo que ocurrió precisamente con el nacimiento del amor cortés y con la expansión del culto mariano.

Aproximadamente hasta el siglo XI, la devoción a la Virgen había sido un fenómeno menor dentro de la Iglesia. A partir de ese momento, sin embargo, se extiende por Europa una especie de fervor mariano que afecta a todos los ámbitos de la vida y del arte. Este fenómeno como consecuencia del resurgimiento de un mito antiquísimo, presente en las culturas neolíticas preindoeuropeas: el mito de la gran diosa, la diosa madre, la diosa de la fertilidad, la diosa luna, la diosa blanca, la madre universal, la madre tierra etc. Aunque presenta diversos nombres y caras, en esencia estamos ante la encarnación del principio femenino, un principio sumamente poderoso, creador y destructor a un tiempo (se trata de una diosa ambigua: atractiva y repulsiva, hermosa y cruel, buena y malvada).

Si nos situamos ahora en la Alta Edad Media, el cristianismo aparece como una religión de carácter marcadamente masculino y patriarcal:

Dios, Yahvé, es un Dios varón. Es el Dios padre, el juez austero tal como aparece en el Antiguo Testamento.

La Iglesia es una asamblea de sacerdotes. Las mujeres quedan excluidas de la organización eclesiástica.

Sin embargo, hacia los siglos XI-XII, en la zona central de Francia se difundió un gran fervor mariano, que coincidió con el nacimiento del amor cortés. Luego, de ahí se difundirá a otros territorios europeos (en la Península Ibérica, es muy posible que este culto se introdujera a través del camino de Santiago).

Así pues falsearon a la gran diosa antigua, reduciéndola a uno sólo de sus múltiples aspectos: la Virgen está en todos los altares, recibe más plegarias que su hijo, se levantan catedrales magníficas en su nombre, se la corona, se la envuelve con mantos dorados, se la saca a la calle durante las procesiones, se coleccionan sus milagros, etc.

Una de las explicaciones más plausibles de este éxito es que los fieles vieran en ella la imagen renovada de la antigua diosa de los inicios

El autor español que mejor expresó el Marianismo: don Gonzalo de Berceo

En el discurso que acabamos de hacer, merece la pena incluir al autor que interrumpió en España la tendencia al anonimado literario y, es más, dio un gran aporte al desarollo del mester de clerecía.

Don Gonzalo de Berceo (c. 1197 – c. 1264) siempre escribió con un objectivo claramente pedagógico, pero lo que más resulta interesante es que toda su segunda y más importante etapa literaria está marcada por la presencia e intervención de la Virgen.

Ishtar (Mesopotamia)

Astarté (Siria)

Afrodita (Grecia) Durga (India)

Kali (India)

De echo los títulos de sus obras principales son:

Milagros de nuestra Señora

Loores de la Virgen

Duelo de la Virgen

Igual que los precedientes trabajos agiográficos, aquí no importa reconstruir de manera exacta el dato histórico, sino aportar modelos y espejos de virtud que se acerquen lo más posible a la vida cotidiana de la gente, oyente o lectriz que fuese.

En el caso de las obras marianas, entonces, se parte de una Virgen que pese a ser llamada a menudo reina o gloriosa, parece una mujer muy humana, normal: tan “en carne y hueso” que llega a padecer un ataque de celos durante la celebración de una boda y a raptar al marido al final de la historia.

¿ Y el papel de los hombres ?

A ellos se les otorga una función muy secundaria. Por un lado, tenemos al Diablo “traidor”, “mal huésped”, “don sucio”; por otro, aparece la figura de Cristo que desempeña el papel de hijo, más que de Dios: la relación materno-filial resulta mucho más funcional en la economía narrativa de la obra. Tanto el antagonista como el hijo, de todos modos, son dos personajes muy humanos.

don Gonzalo de Berceo fue un autor perfectamente integrado en su época, se insertó sin ningún problema en la corriente del amor por la Virgen y supo aprovecharse al máximo de todos los recursos simbólicos relacionados con ella: ya desde el principio de su obra principal, será una Reina gloriosa a acojernos en el prado meravilloso hecho de milagrosos árboles, es decir los pequeños gérmenes literarios por los cuales otorga sus principios moralizantes.