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DEL FONDO DE CULTURA ECONÓMICA Mayo 2005 Número 413 ISSN 0185-3716 Colecciones editoriales Laura Lecuona se pregunta para qué sirve una colección Eduardo Mejía sobre la Serie del Volador Adolfo Castañón sobre Breviarios Christian Moire sobre La Bibliothéque de la Pléiade Bulmaro Reyes Coria sobre la Bibliotheca Scriptorvm Graecorvm et Romanorvm Mexicana Yolanda Argudín sobre Biblioteca Era Un poema de Alberto Blanco Textos de John Keown y Asunción Álvarez del Río para nutrir el debate en torno a la eutanasia Problema infernal, de Samantha Power El mito de la diosa, de Anne Baring y Jules Cashford Lecciones de los maestros, de George Steiner

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DEL FONDO DE CULTURA ECONÓMICA

Mayo 2005 Número 413

ISSN

018

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Colecciones editoriales

■ Laura Lecuona se pregunta para qué sirve una colección

■ Eduardo Mejía sobre la Serie del Volador■ Adolfo Castañón sobre Breviarios■ Christian Moire sobre

La Bibliothéque de la Pléiade■ Bulmaro Reyes Coria sobre la

Bibliotheca Scriptorvm Graecorvm et Romanorvm Mexicana

■ Yolanda Argudín sobre Biblioteca Era

■ Un poema de Alberto Blanco■ Textos de John Keown y Asunción Álvarez del Río

para nutrir el debate en torno a la eutanasia ■ Problema infernal, de Samantha Power■ El mito de la diosa, de Anne Baring

y Jules Cashford■ Lecciones de los maestros, de George Steiner

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Sumario

Para qué sirve una colección editorial 2Laura Lecuona

Volar alto 4Eduardo Mejía

Una modesta enciclopedia 6Adolfo Castañón

Elogio del libro pequeño 8Alejandro Carrión

Brillo de La Pléiade 10Christian Moire

Palmarés de la colección 11Antigüedad contemporánea 12

Bulmaro Reyes CoriaBiblioteca Era 14

Yolanda ArgudínEl principio formal 16

Alberto BlancoLa eutanasia examinada 18

John KeownPráctica y ética de la eutanasia 20

Asunción Álvarez del RíoEl debate impostergable 22Problema infernal 25

Samantha PowerEl mito de la diosa 28

Anne Baring y Jules CashfordLecciones de los maestros 30

George Steiner

Laura Lecuona es coordinadora editorial de EditorialPaidós Mexicana ■ Eduardo Mejía es periodista, editor yescritor ■ Adolfo Castañón es editor, traductor, escritor,miembro de la Academia Mexicana de la Lengua ■ Chris-tian Moire es escritor y dirige la Oficina del Libro de laEmbajada de Francia en México ■ Bulmaro Reyes Coriaes editor e investigador del Instituto de InvestigacionesFilológicas, de la unam ■ Yolanda Argudín es escritora ■

Alberto Blanco es escritor y artista plástico ■ John Keownes filósofo, especialista en ética ■ Asunción Álvarez delRío es psicóloga ■ Samantha Power es profesora de políti-cas públicas en la Universidad de Harvard ■ Anne Baringes psicoanalista, interesada en religiones ■ Jules Cash-ford es profesora, experta en mitología ■ George Steineres filósofo, autor entre otras obras de Después de Babel

Colecciones editoriales

La definitiva conversión del libro en mercancía —singular, quéduda cabe, pero mercancía al fin— y de la estructura económi-ca que lo produce en una industria hecha y derecha suscita lomismo la alarma de quienes querrían seguir viendo en cadaejemplar un producto amorosamente confeccionado, con todoel sabor humano de lo artesanal, que el optimismo ingenuo dequienes creen que pueden aplicarse ciegamente en las artes ylos oficios editoriales las prácticas usuales en otras ramas de laproducción industrial. He ahí una de las grandes expresionesdel carácter híbrido del libro: es y no es un mero bien cultural,es y no es un producto equiparable al tornillo que brota de lamáquina que le da forma. Hoy, los consumidores y los produc-tores de libros aceptamos en mayor o menor medida esta vidaanfibia, a veces subrayando algún rasgo en detrimento de otro.

Para el que edita libros, desde que la producción se multi-plicó por las artes mecánicas fue necesario identificarse, hacer-le saber al lector que el volumen que está delante de sus ojoslleva su impronta, una marca que identifica no sólo al autor si-no al responsable de que la obra exista sobre papel. De ahí quehoy sigamos venerando signos tan afortunados como el anclarodeada por un cetáceo con que, en la bisagra entre los siglosxv y xvi, el gran Aldo Manuzio rubricó sus obras. Pero laabundancia de sellos editoriales pronto motivó el surgimientode una categoría de identificación intermedia, algo entre los li-bros individuales y las casas editoras: la colección editorial.

A esa noción queremos dirigir la atención del lector en estaentrega de La Gaceta, mediante el recorrido por un puñado deseries emblemáticas, cuyo valor simbólico se ha impuesto yaentre los amantes atentos del libro. En el texto inicial del nú-mero, Laura Lecuona considera que las buenas colecciones soncomo “minieditoriales”, en el sentido de que aspiran a dar pis-tas a los lectores sobre obras afines. A continuación, EduardoMejía nos lleva a volar junto a la más célebre y celebrada de lascolecciones de la editorial Joaquín Mortiz: la Serie del Volador,albergue de excelente literatura mexicana de la segunda mitaddel siglo pasado. De la mano de Adolfo Castañón podemos pa-sar las páginas de una enciclopedia por entregas en que muypronto se convirtieron nuestros Breviarios, con su personali-dad generosa y noble, como señala Alejandro Carrión en untexto que había aparecido en La Gaceta hace más de cuatro dé-cadas. Por su parte, Christian Moire presenta la selecta y con-sagratoria La Bibliothéque de la Pléiade, esa constelación deobras publicadas primero por Jacques Schiffrin y hoy por Édi-tions Gallimard, y que es un verdadero repertorio de clásicoscon gran respaldo filológico. Ese mismo espíritu, el de hacer-nos contemporáneos de todos los hombres gracias a la palabraimpresa, se halla en la Bibliotheca Scriptorvm Graecorvm etRomanorvm Mexicana, colección ilustre de nuestra no menosilustre Universidad Nacional, a la que pertenece el investiga-dor Bulmaro Reyes Coria, que describe aquí los afanes de esaserie. Yolanda Argudín remata este mínimo repaso, que inevi-tablemente queda trunco —pues requeriríamos una decena denúmeros para pasar la vista por otras acertadas colecciones co-mo Sepan Cuantos…, Letras Mexicanas o Austral, y sus epígo-nos contemporáneos, como Andanzas o Panorama de Narrati-vas—, con un retrato a toda velocidad algunas de las obras pu-blicadas por Biblioteca Era en el último lustro.

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Y para acercar a nuestros lectores a obras de reciente o inmi-nente aparición, ofrecemos un poema de Alberto Blanco, toma-do de La hora y la neblina, donde se reúne buena parte de su obrapoética; fragmentos de John Keown y Asunción Álvarez del Ríopara documentar las discusiones sobre la eutanasia, con énfasisen la situación que esa práctica médica tiene entre nosotros; unsacudidor texto de Samantha Power sobre la cínica inacción es-tadounidense frente al genocidio; las palabras de Anne Baring yJules Cashford sobre la inesperada similitud de diversas deida-des femeninas, así como un texto de George Steiner acerca delcomplejo vínculo entre los profesores y sus alumnos.

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Para qué sirve una colección editorialLaura Lecuona

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Directora del FCE

Consuelo Sáizar

Director de La GacetaTomás Granados Salinas

Consejo editorialConsuelo Sáizar, Ricardo Nudelman,Joaquín Díez-Canedo, Martí Soler, Ma-ría del Carmen Farías, Laura GonzálezDurán, Carolina Cordero, Nina Álva-rez-Icaza, Paola Morán, Luis Arturo Pe-layo, Pablo Martínez Lozada, ÁlvaroEnrigue, Miriam Martínez Garza, Faus-to Hernández Trillo, Karla López G.,Alejandro Valles Santo Tomás, HéctorChávez, Delia Peña, Antonio Hernán-dez Estrella, Juan Camilo Sierra (Co-lombia), Marcelo Díaz (España), Lean-dro de Sagastizábal (Argentina), JulioSau (Chile), Carlos Maza (Perú), IsaacVinic (Brasil), Pedro Juan Tucat (Vene-zuela), Ignacio de Echevarria (EstadosUnidos), César Ángel Aguilar Asiain(Guatemala)

ImpresiónImpresora y EncuadernadoraProgreso, sa de cv

Diseño y formaciónMarina Garone y Cristóbal Henestrosa

IlustracionesRaúl G. Plancarte

La Gaceta del Fondo de Cultura Económi-ca es una publicación mensual editadapor el Fondo de Cultura Económica,con domicilio en Carretera Picacho-Ajusco 227, Colonia Bosques del Pe-dregal, Delegación Tlalpan, DistritoFederal, México. Editor responsable: To-más Granados Salinas. Certificado deLicitud de Título 8635 y de Licitud deContenido 6080, expedidos por la Co-misión Calificadora de Publicaciones yRevistas Ilustradas el 15 de junio de1995. La Gaceta del Fondo de CulturaEconómica es un nombre registrado en elInstituto Nacional del Derecho de Autor,con el número 04-2001-112210102100,el 22 de noviembre de 2001. RegistroPostal, Publicación Periódica: pp09-0206. Distribuida por el propio Fondode Cultura Económica.

Correo electró[email protected]

DEL FONDO DE CULTURA ECONÓMICA

Hay muchas taxonomías aplicables al reino editorial, tantas como personas dispuestas a clasificar libros. Para quienes publican obras, pensar en colecciones es el modo más natural de establecer un orden, casi siempre arbitrario, que sirva de mensaje al anónimo lector al que se dirige cada título. En este compacto y lúcido ensayo, una de las editoras más innovadoras de nuestro país equipara al editor que crea colecciones con el coleccionista

Lo que está en juego es el deseo furioso del ser humano de vencer la condición efímera de las cosas cuando las experimenta aisladas

en el tiempo. Un botón por aquí, un caracol de mar por allá, una minúscula cazuela extraviada en los años, ¿qué significan?

En cambio, enmarcados en un conjunto adquieren sentido, ofrecen la ilusión de que, pese al flujo incesante de la vida,

algo podemos controlar.

Berta Hiriart

Una colección, define Berta Hiriart en su ensayo Colección de colecciones (México, Pai-dós, 2002, Amateurs), es el acopio intencional y amoroso de objetos de una misma es-pecie, mientras que coleccionar es un ejercicio de observación y búsqueda. Si algúnparalelismo hay entre el editor responsable de armar una colección de libros y el afi-cionado que sin otro objetivo que calmar la sed de acopio acumula y atesora timbrespostales o barcos a escala a lo largo de su vida, es ése: el editor observa y busca, depreferencia con cierta entrega apasionada a su trabajo, obras que puedan formar par-te de una misma serie con características definidas. En esta búsqueda, encuentra, oimpone y crea, una relación entre obras distintas entre sí. Observa lo que hay comúnentre ellas, o bien, al agruparlas en un conjunto, él mismo, con su activa intervención,hace que lleguen a tener algo en común, algo que no necesariamente está dado de an-temano o no es evidente a primera vista.

En efecto, la relación entre los libros que conforman una colección no siempre esobvia; muchas veces es sólo la intención del editor lo que los vuelve parte de un mis-mo conjunto más o menos uniforme. De nuevo nos ilustra Berta Hiriart: en todo co-leccionista (o, añado, en todo editor) “predomina una mirada. Es ésta la que convier-te cualquier objeto […] en algo digno de coleccionar. Se trata de una mirada que con-sidera las cosas como posibles fragmentos de una cierta totalidad constituida concriterios únicos.”

Qué puedan tener en común los libros de una colección, qué criterios se empleenpara ordenarlos y juntarlos y hacer que formen una sola totalidad, es algo abierto quele da al editor mucha libertad para crear nuevas series. Puede ser algo aparentemen-te obvio o natural, como la disciplina, el género o el tema, el lugar que las obras ocu-pen en el canon literario, la edad o la preparación de los lectores destinatarios. Pue-de ser algo tan aleatorio como el tamaño de la letra con que estén formados los li-bros, su precio o su extensión. Puede ser algo tan ajeno a lo literario como la edad, elsexo o la nacionalidad de los escritores. Eso sí, una vez que se han definido esos cri-terios, es importante respetarlos a toda costa. De lo contrario se pone en riesgo la fi-delidad y la constancia de nuestro lector ideal: ese que persigue y compra los librosde la colección por el solo hecho de que pertenecen precisamente a esa colección quea él tanto le gusta e interesa.

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Tener los libros ordenados por colecciones otorga una va-liosa ayuda al editor para enfocar su búsqueda de nuevas obrasque publicar y para armar su programa de producción. El uni-verso de obras a su disposición, o de obras posibles aún no es-critas, se reduce a un tamaño finito y manejable. Al mismotiempo, le facilita tener el catálogo organizado temáticamentey le permite dar a su oferta cierta congruencia, emitir un men-saje al público pendiente de sus lanzamientos. De hecho, cadacolección es como una minieditorial en sí misma; cada colec-ción tiene ciertas finalidades y ciertoperfil, asume cierto compromiso, se vaconfigurando con cierto sistema, se ali-menta con cierto ritmo.

Desde luego, esta disposición de loslibros en colecciones también acarreaindudables ventajas a los lectores, sobretodo a los golosos, insaciables y aventu-reros. Cada colección es una recomen-dación implícita que nos hace ese amigo lector invisible trasbambalinas, al que se concede cierta autoridad, que es la figu-ra del editor. “¿Te gustó esta biografía de Carson McCullers?¡Ah, mira!, también en esta colección tengo la de Jane Bowles,posiblemente te interesará.” “Si este libro de divulgación cien-tífica te despertó inquietudes, revisa esta lista de varias obraspensadas para lectores con tu perfil.” “¿Disfrutaste Orgullo yprejuicio en este formato pequeño y elegante? Entonces Sentidoy sensibilidad lo tienes que comprar en esta misma serie.”

El lector de novela contemporánea deseoso de descubrirnuevos autores o escritores poco conocidos se habrá dadocuenta de que el amarillo Panorama de Narrativas de Anagra-ma y las negras Andanzas de Tusquets son las apuestas más se-guras, las que mejor garantizan que no se verá defraudado. Enlos años ochenta, la adolescente aficionada a la literatura fan-tástica y de terror se emocionaba cada vez que aparecía en la

Cada colección es minieditorial en sícolección tiene ciey cierto perfil, asucompromiso, se vacon cierto sistemacierto ritmo

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mesa de novedades un nuevo volumen azul en pasta dura de laexquisita colección El Ojo sin Párpado de Editorial Siruela. Elestudiante de filosofía o de literatura grecolatina sabe bien quela Bibliotheca Scriptorum Graecorum et Romanorum Mexica-na y la Biblioteca Clásica Gredos ofrecen las traducciones másfiables, pero si se trata de subrayar el Parménides de Platón pa-ra citarlo en el trabajo de historia de la filosofía o leerlo en eltrolebús, tal vez sea más recomendable el volumen en Inicia-ción Filosófica de Aguilar, que se puede maltratar y deshojar

sin remordimiento. Si alguien no quieregastar mucho en La madre naturaleza deEmilia Pardo Bazán comprará el volu-men de Sepan Cuantos en Porrúa, perosi le interesa una edición bien cuidada,más el complemento de un aparato críti-co y una larga introducción, mejor se es-perará hasta conseguirlo en Letras His-pánicas de Cátedra.

Si un editor asume plenamente ese compromiso tácito queadquiere frente a los compradores de su colección y si tienesiempre presente su propia faceta de visitante de librerías afa-noso por llevarse a casa nuevas lecturas, tendrá mayores proba-bilidades de dar en el blanco y conseguir la aceptación de eselector fiel e ideal.

Está de moda preguntar qué pueden hacer los editores parafomentar la lectura (¡como si publicar libros y colocarlos en laslibrerías no fuese de suyo una tarea suficientemente importanteencaminada a ese fin!). Pues bien, otra respuesta posible es re-cordar este papel del editor, también desempeñado por el maes-tro, el crítico literario, el reseñista y en ocasiones (cada vez másescasas) el librero, como orientador de lecturas. Una colecciónes toda una propuesta cultural en marcha. Una colección bienarmada dará cauce a la avidez de más de un lector que se afi-cione a ella y le proporcionará libros y lecturas para rato.

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La Serie del Volador es una de las altas cumbres de la inventiva editorial en México. Joya de la corona del catálogo de Joaquín Mortiz, albergó a casi todos los escritores que dieron forma a la historia literaria nacional de la segunda mitad del siglo xx. Escrita en sensible clave personal, estaevocación recorre los hallazgos y el rigor editorial con que Joaquín Díez-Canedo perfiló esa colección

La industria editorial mexicana, que desde los años cuarenta ycincuenta se situó como la mejor del mundo de habla hispanahasta que las crisis nos alcanzaron, tiene como eje al Fondo deCultura Económica de Daniel Cosío Villegas y Arnaldo OrfilaReynal; de él surgieron o se desarrollaron tres de nuestrasprincipales editoriales, que se fundaron en los sesenta, por di-versas causas: Joaquín Mortiz, Ediciones Era y Siglo XXI Edi-tores.

La primera, dirigida por Joaquín Díez-Canedo y como se-gundo Bernardo Giner de los Ríos (ambos a la altura de susmuy célebres nombres en la literatura española), se convirtióen el puntal de las letras mexicanas; al revisar su catálogo en-contramos a los mejores escritores tantonacionales como extranjeros, y ademásfue el escaparate de autores que, a causade la tenebrosa dictadura franquista, po-dían publicar los libros que la censura deEspaña prohibía y perseguía.

Gracias a Joaquín Mortiz pudimos (ylos españoles pudieron) leer a Juan Goy-tisolo, a Consuelo Álvarez, a Jaime Gilde Biedma, a Luis Cernuda, además de aGünter Grass, Alan Sillitoe, Jean Cau,Mary McCarthy y algunos estadunidenses poco difundidos,como James Purdy, Hortence Callisher, Susan Sontang, JulesFeiffer.

Aunque tuvo (hablamos de 1962 a mediados de los ochenta,cuando pasó a ser parte del grupo Planeta, ya con otras dimen-siones) colecciones dedicadas a la psicología, a la sociología, alensayo político, será recordada como una de las mejores en suámbito por Narradores Contemporáneos (pasta dura, camisa),Nueva Narrativa Hispánica (a la rústica, pero muy elegante,con guardapolvos transparentes, portadas muy atractivas) y so-bre todo la Serie del Volador, de tamaño pequeño, a la rústica,con formato y portadas innovadores.

Los grandes nombres de la literatura hispanoamericana sevieron publicados en esta colección: Octavio Paz, Carlos Fuen-tes, José Donoso, Rosario Castellanos, Juan José Arreola, JuanGarcía Ponce, Sergio Pitol, José Agustín y más. Esto solo essuficiente para colocarla como una de las mejores coleccionesque hayan aparecido en la industria editorial mexicana, y seríainnecesario alargarnos más, pero la historia es muy nutrida y

Cabe preguntarse querían publicar een especial en la Sa qué se debía su pcualquier libro al arespuesta: pocas cosido tan pulcras, tafáciles de leer auntextos sean hermé

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tiene mucho que ver con el desarrollo de la cultura mexicana,con ilustres antecedentes, una plenitud deslumbrante y un le-gado impresionante.

El Volador es un nombre importante en la historia del libromexicano; en el Mercado del Volador, que persistió hasta bienentrado el siglo xx, se encontraban varias de las mejores libre-rías que existieron desde el siglo xix; donde ahora está el edifi-cio de la Suprema Corte de Justicia estaban las librerías de Na-varro, de Medina, de Cicerón (éstas, muy cambiadas, subsistenen otros sitios), de Villarreal, de Juan López y El Murciélago.José Emilio Pacheco nos recuerda que el nombre de la colec-ción deviene del conjunto de las librerías, que estaban allí; en-tonces, para publicar, los autores acudían a París o a Madrid, olos libreros hacían sus propias ediciones y las vendían por sus-cripción, esos títulos, de ediciones limitadas, se reeditaron mu-chos años después, o fueron recogidos por discípulos, y des-pués cayeron en las benéficas arcas de Porrúa, que comenzó suhistoria como librería en el último cuarto del xix, y comenzó apublicar en 1914 (en plena dictadura de Victoriano Huerta, ypara mayor asombro una antología: Las cien mejores poesías líri-cas mexicanas, de Antonio Castro Leal, Alberto Vázquez delMercado y Manuel Toussaint —se me permitirá una acotaciónpersonal: en la secundaria, una maestra me prohibía la entrada

a su clase si no me cortaba el cabello;preferí refugiarme en la biblioteca, y leí,todo un año, ese libro, en primera edi-ción, sin saberlo ni apreciarlo, hasta me-morizarlo—); así, el Volador recoge yhace propia una tradición mexicana añe-ja e ilustre.

Pero hay mucho más: Joaquín Díez-Canedo inició y dirigió en el Fondo deCultura Económica la colección LetrasMexicanas, cuyo primer título fue una

selección de poemas de Alfonso Reyes y que culminó con otrasobras fundamentales: el segundo título fue Confabulario, deJuan José Arreola; el tercero, El nuevo Narciso, de EnriqueGonzález Martínez; ésta no es la historia de Letras Mexicanas(aunque no hay que dejar de incluir La región más transparente,de Fuentes; El llano en llamas y Pedro Páramo, de Juan Rulfo; Laestación violenta, de Paz, y muchos más que son nuestro orgulloy gloria), pero es importante para ver todo lo que le debe la li-teratura a don Joaquín: nadie con su ojo clínico, con su rigorpero también con su bondad y amabilidad, para descubrir au-tores e impulsarlos.

Si Letras Mexicanas significó en sus inicios, a principios delos cincuenta, la puerta de entrada (la puerta grande) al mundode las letras, ya en los sesenta ser incluido en esta colección sig-nificaba la consagración; en los sesenta, un momento de granimpulso y de esplendor (como lo demuestra José Emilio Pa-checo en su homenaje a Díez-Canedo); los jóvenes aspiraban aser conocidos mediante la colección Ficción de la UniversidadVeracruzana o en la Nuevos Valores, de Novaro (y en algún

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momento, por desgracia breve, en Diógenes, de Giménez Si-les y Emmanuel Carballo), y a publicar su segundo libro en laSerie del Volador.

Pero don Joaquín iba más allá: allí debutaron Salvador Eli-zondo (Farabeuf), Gustavo Sainz (Gazapo) y José Agustín (Deperfil); allí publicaron obras muy importantes Vicente Leñero(El garabato, Redil de ovejas); Juan Goytisolo vio su pícara La is-la; allí se dio a conocer mundialmente José Donoso (Este do-mingo, El lugar sin límites); allí publicó Fuentes algunos de suslibros clave (Cantar de ciegos, Cumpleaños —tan mal leído— y sudrama El tuerto es rey); allí se peleó la mafia en la novela de esenombre, de Luis Guillermo Piazza; allí se consagró José Emi-lio Pacheco como traductor (Como es, de Beckett) y se reafirmócomo narrador (Morirás lejos, El principio del placer); allí ganó fa-ma de perverso Juan García Ponce (Figura de paja, La vida per-durable, Unión), pero también de erudito humorista (Desconsi-deraciones).

Pero también acudieron los que ya para entonces estabanconsagrados, como Rosario Castellanos (Álbum de familia), Ed-mundo Valadés (Las dualidades funestas), Augusto Monterroso(la reedición de Obras completas y otros cuentos); Arreola editó suúnica novela (La feria), Octavio Paz dos de sus mejores ensayos(Claude Levi-Strauss y Cuadrivio), Sergio Galindo tres de sus li-bros clave (Oh, hermoso mundo, La comparsa y Nudo), y ese ico-noclasta que hasta el cine ha temido, Jules Feiffer (Harry es unperro con las mujeres).

Su catálogo fue impresionante; todos ambicionaban ver sunombre en él, aunque a veces, por las dimensiones, pasaban aNovelistas Contemporáneos (Sainz, Leñero, García Ponce) o aNueva Narrativa Hispánica (José Agustín, quien la inaugurócon Inventando que sueño, y regresó al Volador con Se está ha-ciendo tarde, Abolición de la propiedad, Círculo vicioso). No es ocio-so agregar que Jorge Ibargüengoitia se consagró en esta colec-

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ción con sus mejores obras (Los relámpagos de agosto, La ley deHerodes, Maten al león) y Efraín Huerta publicó la versión eco-nómica de su Poesía.

Todos anhelaban verse en la Serie del Volador; no todos lolograron. Presionaban a don Joaquín, llamaban impacientespara ver si eran aceptados, y si la respuesta era afirmativa, paraque lo lanzara a la calle, sin saber si la editorial podía soportarlos gastos, si no se encimaban otros títulos; algunos se desespe-raron, recogieron su manuscrito, y se arrepintieron toda su vi-da; otros nunca se atrevieron y también se arrepintieron (otraintromisión personal: ya con mi tercer libro publicado, Bernar-do me confesó que don Joaquín, cada vez que los visitaba, lepreguntaba si yo había llevado algún libro, y que de haberlohecho lo habrían publicado; no me arrepiento porque sentiríaque hubiera sido un abuso de confianza aprovecharme de laamistad de ambos, que es de las posesiones que más valoro enmi vida).

Cabe preguntarse por qué todos querían publicar en JoaquínMortiz, y en especial en la Serie del Volador, y a qué se debíasu prestigio; tomando cualquier libro al azar se tiene la res-puesta: pocas colecciones han sido tan pulcras, tan elegantes,tan fáciles de leer aunque a veces los textos sean herméticos.

El tamaño es muy cómodo, de 13 por 11.3 centímetros, quelo hacía muy manuable; el lomo pocas veces se maltrataba, in-cluso cuando era muy grande (como De perfil), no se quebraba;el papel, grueso y acremado, le daba buen volumen y las pági-nas no transparentaban; la tipografía, en Baskerville, de 11 en13 o 12 en 14 puntos, era muy legible. Por desgracia, los colo-fones, en versalitas, daban cuenta sólo de fecha y lugar de im-presión (casi siempre en Editorial Muñoz, en Cerrada de Doc-tor Márquez 81, México 7, Distrito Federal), pero no de quiénla cuidaba, que por lo regular eran los mismos Díez-Canedo yBernardo Giner de los Ríos.

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Pocas veces tenían erratas, aunque hay por ahí alguna línearepetida (en La ley de Herodes, errata frecuente cuando los li-bros se hacían en linotipo) o un personaje con nombre cambia-do (De perfil) (García Ponce se quejaba de que en La vida per-durable se le había cambiado un “en sí” por un “en mí”, peroaún no localizo el sitio exacto); le dieron nueva vida a las ver-salitas —mayúsculas en tamaño de minúsculas—, tan menos-preciadas en otras editoriales, porque no las usaban sólo paralo que se usan —para siglos, siglas y expresiones en mayúscu-las—, sino que en muchos de los títulos (no en todos: tambiéntenían inconsistencias) la primera línea del cuento o del capí-tulo estaba formada en versalitas, lo que le daba un cuerpo di-ferente de los otros libros.

Los títulos de cuentos o de capítulos estaban en altas, dospuntos más grandes, y los colgados, imperceptibles, eran deapenas dos cuadratines a principios de texto, lo mismo queentre subcapítulos; como era una colección económica, po-dían empezar capítulos en página par, pero no ocurría así entextos breves; cumplían con el requisito de abrir con dos fal-sas, doble portadilla, autor y título en la 3, editorial y colec-ción en la 4; portada sobria, con autor (18 puntos) y título(24) en cursivas; la página legal en la 6, muy elegante, colga-da hasta el final, y en la 7 el principio del libro; los índices alfinal, con líneas punteadas, respetando el original, si estabannumerados o no, en letras normales. Muy moderna, no teníacornisas y los folios, en los extremos exteriores al final de la

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Una modesta enciclopediaAdolfo Castañón

caja. Fue de las primeras editoriales en acentuar mayúsculas.Si el libro era de cuentos, los títulos estaban en falsas, en pá-ginas non.

Le tengo un particular afecto porque los tres primeros li-bros que me compré con el producto de mi trabajo fueron Lasbuenas conciencias, de Fuentes; y dos de la Serie del Volador: Fi-gura de paja, de García Ponce, y Farabeuf, de Elizondo. El pri-mer autor que me obsequió un libro fue Gustavo Sainz, Gaza-po. Poseo casi la colección completa, y decenas de títulos de lacolección, autografiados por los autores; alguno de ellos tieneen el colofón mi fecha de mi cumpleaños, a manera de travie-sa dedicatoria de Bernardo Giner de los Ríos.

La colección no terminó, aunque cambió de formato, másalto y más esbelto, y ha incluido a algunos de los autores nove-les más renombrados (Jorge Volpi, Álvaro Enrigue), aunque dala impresión de que los jóvenes tienen pretensiones megaloma-niacas y desprecian al Volador; no está de más recordarles queallí se publican los títulos galardonados con el Premio Nacio-nal de Cuento, y que el catálogo es el de casi toda la literaturaimportante del último medio siglo. Definitivamente, publicaren el Volador era consagrarse.

Debo terminar mencionando a algunos de sus héroes anó-nimos, con portadas, correcciones, dictámenes y solapas: Vi-cente Rojo, Rafael López Castro, los hermanos Castro Leñe-ro, Vicente Leñero, José Emilio Pacheco, Gustavo Sainz, aquienes están dedicadas estas remembranzas.

Uno de los pilares de nuestra casa es la colecciónBreviarios, que ofrece valiosas, útiles y disfrutables puertasde entrada a muchísimos temas, de todas las disciplinashumanas. Material e intelectualmente identificables, estos libros sintetizan una de las grandes metas de todo editor: ofrecer un conjunto armónico de obras, de buena factura, fácilmente identificables, como simbólico sello de garantía, como se describe en este texto,publicado por cortesía de su autor

El diccionario define la voz breviario como el “libro que con-tiene el rezo eclesiástico de todo el año”. En su segunda acep-ción figura como “epítome o compendio.” Los primeros bre-viarios fueron anteriores a la invención de la imprenta: porejemplo, el famoso libro de horas (tan famoso como lujoso)Breviarium Mayer Van Den Bergh del siglo xiv que, al mismotiempo que contiene las oraciones y rezos eclesiásticos de todoel año, incluye en filigrana y en sus márgenes motivos plásticosalusivos a las estaciones. El diccionario registra otras dos acep-ciones: una de índole tipográfica como la “fundición de nuevepuntos […] que solía usarse en las antiguas impresiones del bre-viario romano”, y una cuarta, ya en desuso, de breviario comolibro de memorias.

La colección llamada Breviarios dentro del catálogo delFondo de Cultura Económica empezó a publicarse en 1948.Fue un proyecto en el que colaboraron traductores y escritorescomo Alfonso Reyes y Eugenio Ímaz. Sus primeros diez títu-los fueron: de Cecile Maurice Bowra, Historia de la literaturagriega, en traducción de Alfonso Reyes; de Arthur Stanley Tur-beville, La inquisición española, en traducción de Javier Malagóny Helena Pereña; de Harold Nicolson, La diplomacia, en tra-ducción de Adolfo Álvarez Buylla; de Robert G. Escarpit, His-toria de la literatura francesa; de Norman Hepburn Baynes, Elimperio bizantino, en traducción de María Luisa Díez-Canedo yFrancisco Giner de los Ríos; de Adolfo Salazar, La danza y elballet; de Gilbert Murray, Eurípides y su tiempo, también en tra-ducción de Alfonso Reyes; de Leslie Clarence Duna, Herencia,raza y sociedad, en traducción de Enrique Beltrán; de Juan de laEncina, La pintura italiana del renacimiento; y de Martin Buber,¿Qué es el hombre?, en traducción de Eugenio Ímaz.

La colección Breviarios —en términos estrictamente edito-riales, de diseño y formulación tipográfica— parece inspiradaen la serie The World’s Classics publicada por Oxford Univer-sity Press a principios del siglo xx y que se continuaría reim-primiendo hasta poco antes de la guerra, como es el caso del li-bro de Ralph Waldo Emerson Essays. First and Second Series quepara para la Oxford University Press hizo en Londres el impre-

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icretoq

sor Humphrey Milford. El libro inglés que tengo ante mis ojosmide 10.3 cm de ancho, 16.4 de alto y 1.8 de grueso, una me-dida similar a la de los Breviarios (por ejemplo, el Breviario 439de Catherine Clement sobre Claude Lévi-Strauss, en traducciónde Víctor Goldstein, que mide 11 cm de ancho, 16.8 cm de al-to y tiene —qué coincidencia— también 1.8 cm de grueso y,como el inglés, una tipografía de 9/10).

Publicados a fines de los años cuarenta, los Breviarios tienencierto parentesco editorial con otras colecciones emblemáticas,en particular con la colección Australque Espasa-Calpe empieza a editar tam-bién por esos años y que tiene comonuestros breviarios una división concep-tual/cromática (por cierto, las medidasde los australes son 18 cm × 11.6). Ese“aire de familia” no sólo concierne al ta-maño, sino también a la estructura edito-rial, a la figura que compone su catálogo.

De la misma manera que los antiguos breviarios religiososmanuscritos e iluminados compendiaban los rezos y oracionesjunto con un paisaje de las estaciones del año que hacían delbreviario también un almanaque que incluía los fenómenosmeteorológicos, de esa misma forma se podría pensar que loseditores de Breviarios y de las series afines en otros sellos edi-toriales —como antes la Colección Universal de Espasa-Calpeo, en otras latitudes, los famosos Que Sais-je? editados porPresses Universitaires de France— tenían como propósito elde contribuir a formar ya no por supuesto al cristiano o a lacristiana (oh, John Bunyan, que luego del Progreso del peregrinoescribiste el Progreso de la peregrina), sino al ciudadano educa-do en diversas artes y disciplinas tanto en el saber del pasadocomo en el conocimiento actualizado, puesto al día del mundocircundante.

La eficacia simbólica de una colección como la de los Bre-viarios estriba en proponer al lector una enciclopedia en pro-

La eficacia simbólcolección como Ben proponer al lecenciclopedia en prque se podía ir adfacilidades económ

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ceso y en marcha que se podía ir adquiriendo con facilidadeseconómicas (como realmente sucedió en la época del doctorArnaldo Orfila Reynal, quien heredó el proyecto de don Da-niel Cosío Villegas, dándole nuevos bríos y un lanzamiento co-mercial) y que, además, era susceptible, otro rasgo de esa efica-cia simbólica, de irse coleccionando en muebles de madera oen libreros fabricados ad hoc. De esta suerte, los Breviarios fue-ron concebidos como una verdadera biblioteca doméstica paralos estudiantes y profesores universitarios mexicanos e hispa-

noamericanos. Por supuesto, detrás dela eficacia simbólica de una coleccióncomo ésta, se despliega la eficacia sobe-rana de una idea que ha recorrido a occi-dente y a oriente desde los griegos, lati-nos, árabes, medievales e ilustrados.

Esa idea es la de un círculo o ciclo ca-paz de absorber y orientar todo el cono-cimiento del mundo. Esa idea es, ni más

ni menos, la de la Enciclopedia. Enciclopedias y diccionarios esprecisamente el libro de Alain Rey1 que, publicado en Brevia-rios, puede dar idea del alcance geográfico e histórico de esaidea que está detrás de esa enciclopedia sigilosa que se encubreen los Breviarios. El libro de Alain Rey fue editado original-mente como el número 2000 de la colección francesa Que Sais-je?, otra serie enciclopédica.

A la fecha de abril de 2005, los Breviarios cuentan con másde 540 títulos que se distribuyen en diversas categorías: histo-ria y crítica literaria, filosofía, teoría política, historia del arte,historia de la religión, entre muchos otros temas. Los autoresde estos libritos han sido elegidos entre los más conspicuos yrelevantes autores de su campo de estudio. Junta asombrosa,

1 Alain Rey, Enciclopedias y diccionarios, traducción de Adolfo Casta-ñón, México, FCE, 1a ed. en francés, 1982 (París, puf); 1a ed. en espa-ñol, 1988, 186 pp.

a de unaviarios estriba

or unaceso y en marchauiriendo con icas

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junta de asombros, el conjunto que aquí hace paisaje cuentanombres como Bertrand Russell y Alfonso Reyes, Jorge LuisBorges o Michael Wood, Claude Lévi-Strauss, Jose GuilhermeMerquior, Julio Torri o Agustín Millares Carlo.

Como editor en el Fondo de Cultura Económica, me tocócelebrar en secreto, sin pitos ni flautas, un aniversario memo-rable que, por supuesto, pasó inadvertido. Así se editó el Bre-viario número 500 y nos propusimos que coincidiera este nú-mero con un libro notable y desde luego emblemático tanto dela editorial y de esta colección en particular como de los tiem-pos que nos van viviendo. Luego de minuciosas deliberacionescon don Jaime García Terrés —a la sazón director del fce y conalgunos de sus consejeros, como el filósofo y escritor AlejandroRossi— llegamos al acuerdo de asignar el número 500 al pen-sador brasileño José Guilherme Merquior. Recuerdo como unmomento de relampagueante felicidad aquel en que le confir-mamos al autor esta decisión: Merquior, entonces embajadorde Brasil en México, habitualmente reservado y circunspecto,no cabía en sí de gusto: no sólo por publicar en la colección si-no por el hecho de que se hubiese distinguido a un libro suyocon la asignación de ese número simbólico.

El reto editorial de los Breviarios fue originalmente el deincluir, en la teoría y en la práctica de ese catálogo idealmentetotal o global, el conocimiento producido en México y en lasAméricas, por los mexicanos y por los centroamericanos, porlos sudamericanos y los usamericanos, por los brasileños y loscanadienses, por los españoles y portugueses —esos ciudada-nos fronterizos de la cultura producida en el Nuevo Continen-

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Elogio del libro pequeño

Alejandro Carrión

te—. La nómina de autores, traductores, temas y escritos quese barajan a lo largo de este más de medio centenar de títulosno sólo convocaría una junta de asombros críticos, sino ademáshablaría, a través de las numerosas reimpresiones de sus títulos,del tino de los editores que a lo largo de los años supieron nu-trir con tino y gracia esta colección que no sólo representa unemblema y una clave bibliográfica sino que, más allá, formaparte del patrimonio intangible de nuestras no tan imaginariasinstituciones y empresas culturales.

El primer Breviario que recuerdo haber leído es El toro deMinos de Sir Leonard Cottrell, en traducción de Margarita Vi-llegas de Robles. Tendría unos doce años y pensaba por enton-ces ser arqueólogo. El libro empastado con sus tapas duras dekeratol y sus páginas impresas en un papel semi-biblia tenía unaire noble. Otros Breviarios que recuerdo al azar son los rela-cionados con música, pintura, danza, escultura, cine, como losdedicados a Juan Sebastián Bach (Johann Nikolaus Forkel),Chopin (Jesús Bal y Gay), La danza y el ballet (Adolfo Salazar)que desde muy joven contribuyeron a disimular mi ignorancia.La serie de obras de Gaston Bachelard (La poética del espacio, Elaire y los sueños: ensayos sobre la imaginación del movimiento) hansido libros clave en la formación de muchos lectores como yo.¿Y qué decir de los títulos consagrados a la filosofía como losdedicados al Pensamiento prefilosófico, I: Egipto y Mesopotamia y II:Los hebreos de Henri Frankfort, W. A. Irwin y Henriette A.Frankfort, o Kant, vida de doctrina de Ernst Cassirer? Del mis-mo modo que los niños que coleccionan estampas juegan a ob-tener las más raras, de esa misma forma a mí me gustaba reu-

Escondido en el bolsillo, como una semilla mínima, viaja anuestro lado. Es el buen amigo perfecto; no pesa, no inco-moda, no cansa la mano. Es discreto. Dice las palabras es-trictas: no nos aflige con erudición, ni con frondosidad. Sumensaje es parco y completo. El libro pequeño nunca dicesino lo que se debe decir. Tiene la frase austera, la palabraavara, el concepto claro y desnudo. En sus páginas, es ver-dad, la letra está un poco apretada. Mas la idea, el espíritu,no sufre de estrechez ni está en prisión. Simplemente estácontenido en su propia medida.

Un libro pequeño no puede ser escrito por el indiscreto,por el lenguaraz, por el productor de hojarasca. Tampocopuede serlo por el erudito, que nos tiende laberintos de ci-tas para que no podamos regresar a casa, y nos quedamosdormidos en su bosque de frases sin poda, de periodos deespeso follaje, de tortuosos capítulos con lianas de sabiduríaacarreada de los cuatro puntos cardinales. Nosotros hemosentrado confiados en el libro del sabiondo, y he aquí que,iguales a Caperucita, nos ha devorado el lobo feroz del lle-no de facundia a mitad del camino.

El libro pequeño es el único que nos da lo que desea-mos, en el momento en que lo deseamos y conforme anuestro deseo. Y lo que es más importante aún, exactamen-

te en la medida en que lo estamos pidiendo. Por ello, nadiemás generoso que este amigo oportuno, parco, exacto y estric-to. Por ello, también, no hay libro que más amemos ni quemás defendamos. Ocultamente sentimos gran satisfacción noconfesada cuando el amigo incauto, el que tiene la costumbrede saquear nuestros anaqueles, cae en la celada que le hemostendido con redomada maldad, y se traga el elogio ampuloso,llevándose escondido bajo el chaleco el grueso infolio que nosabíamos cómo arrojar afuera. Y nos deja nuestro tesoro, elque deseábamos proteger de sus manos ávidas: nuestro libropequeño.

Pierde en amplitud, sí es verdad, mi hermano; pierde enamplitud, está desnudo de detalles; no podemos conocer elasunto en su infinita, impiadosa variedad. Pero, en cambio, có-mo gana, cómo nos hace ganar en síntesis, cómo ese sacrificiodel detalle está compensado con la visión de conjunto, la quejamás alcanzaríamos a vislumbrar en el bosque tupido del sa-bio, interminable infolio. Bienvenido, amigo querido, libro pe-queño, que desde lo hondo de mi bolsillo me acompañas y medas en tus palabras parcas, estrictas, el mensaje que mi espíritupedía, aquel del que mi sed estaba sedienta, y que el lenguaraz,el lleno de facundia, no podía llenar.

Por ejemplo, tomo en mis manos este maravilloso librito deNicolson, La diplomacia. No abulta más que mi cartera. Susdoscientas pequeñas páginas encierran cuanto de esa peligrosaactividad quisiera yo saber. No un resumen, no el infecto di-gesto que Selecciones usa para deshidratar los libros y los ensa-yos. Una obra completa sobre la diplomacia, en la que Harold

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r rib l

nir los Breviarios descontinuados o raros como por ejemplo elAtlas del viejo mundo de don Jorge Hernández Millares. OtrosBreviarios sorprendentes y maravillosos por distintas razonesson la ya superada Historia de la astronomía de Giorgio Abetti,en traducción de Alejandro Rossi; La estructura de las revolucio-nes científicas de Thomas Samuel Kuhn, en traducción de Car-los Solís Santos, o el fundamental ¿Qué es una ley de la natura-leza? de Erwin Schrödinger. Un breviario curioso es El libro dela miel de Eva Crane, en traducción deMariluz Caso, y podría seguir la enume-ración con la Historia del alfabeto de Al-fred Charles Moorhouse, en traducciónde Carlos Villegas; la Historia de la litera-tura hispanoamericana, I. La Colonia. Cienaños de república y II. Época contemporáneade Enrique Anderson Imbert; la Apologíapara la historia o el oficio de historiador de Marc Bloch, que estápublicada en Breviarios aunque años más tarde publicamos enla colección de historia el manuscrito definitivo, ampliado y re-visado. Otro caso casi de “redundancia” deliberada es el deHernán Cortés de don José Luis Martínez, pues en Breviariostenemos una versión compendiada de la biografía íntegra rea-lizada por el gran crítico e historiador mexicano.

Otro método para leer los Breviarios del Fondo de CulturaEconómica es el que decide la lectura no tanto en función delos temas sino de los traductores. Así, por ejemplo, se reco-mienda leer El arte religioso del siglo XII al siglo XVIII de Emile Mâ-le por la memorable traducción de Juan José Arreola, El pensa-

Breviarios no sóloun emblema y unasino que forma papatrimonio intangno tan imaginariasy empresas cultura

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miento de los profetas de I. I. Mattuck por la traducción de ElsaCecilia Frost, La historia de la literatura latina de don AgustínMillares Carlo o El gusto literario de L. L. Schuking por la tra-ducción de Margit Frenk.

Una breve nota como ésta no sabría agotar el catálogo de lacolección pero sí podría dirigir la atención hacia algunas de suslíneas maestras. Una de ellas es la literatura y se puede sugerircon un par de títulos de los Breviarios: La poesía: hacia la com-

prensión de lo poético de Johannes Pfeiffery El gusto literario de Levin L. Schüc-king, ambos en traducción de MargitFrenk, obras que han sido claves en laformación de muchos lectores junto conel James Joyce: introducción crítica deHarry Levin, en traducción de AntonioCastro Leal, o el Heiddeger de George

Steiner, en traducción de Jorge Aguilar Mora, o, en fin, el JoséOrtega y Gasset de Alejandro Rossi, Luis Villoro, Fernando Sal-merón, y Ramón Xirau. El Michelet de Roland Barthes, en tra-ducción de Jorge Ferreiro, y el Montesquieu de Jean Starobins-ki, en traducción de Mónica Utrilla, provenía de la colecciónPar-lui-Même de Seuil y se inscribieron bien en la colección.Otras series que han servido como canteras para informar lacolección son aparte de las mencionadas los Fontana ModernClassics o volviendo al terreno nacional la benemérita serie sepSetentas que auspició Gonzalo Aguirre Beltrán con la colabo-ración de Enrique Florescano, Alí Chumacero, Huberto Batisy Felipe Garrido.

epresenta clave bibliográficate del le de nuestras

instituciones es

Nicolson nos explica cuanto hay que saber acerca de ella (ex-cepto el método de palanqueo ante la Cancillería). Una buenahistoria de su desarrollo desde el siglo xv: la teoría, las variasteorías diplomáticas; la vieja y la nueva diplomacia; un manualde cortesía y tratamientos: nada nos falta. Tenemos, completa,la diplomacia en los bolsillos. No pesa más de lo que pesa undiario, no nos ocupa más espacio que la cartera. Y nos hemoslibrado de caer en manos falaces y de entrarnos por un bosquede citas y un desfiladero de capítulos oscuros.

O esta maravillosa Historia de la literatura francesa, de R. G.Escarpit. Increíblemente completa, con su aspecto de agenda,con sus doscientas páginas breves, en las que vive toda la ma-ravilla del genio galo. Desde los lejanos tiempos del Roman dela Rose, generación tras generación, el genio de la Francia a lallamada de nuestros ojos acude puntual. La brevedad no esmutilación, ni enumeración. Es, simplemente, sobriedad. Diezlíneas nos entregan a Ronsard, a Rimbaud, a Corbière, a Apo-llinaire, a Malraux. Diez líneas, de asombrosa limpidez, de cer-tera crítica, que dibujan al gran poeta, al gran escritor, comolas líneas severas de un sketch de Picasso trazan una bacante oun centauro.

O la linda Historia de la literatura griega, del profesor de Ox-ford, Bowra, que tan primorosamente tradujo don Alfonso Re-yes. Verdadero milagro. El genio griego, que es a lo largo delos siglos la flor equilibrada y estricta, geométrica y apasiona-da al mismo tiempo, de la especie humana. El genio griego re-ducido a sus líneas esenciales, a sus hombre torales, vive en elleve libro de brevedad prodigiosa. La claridad ayuda a la con-

cisión, las palabras saben decir exactamente lo que decirsequiere. Y Grecia viene a nosotros como un amigo siemprequerido, al menor llamamiento.

O éste, justiciero entre todos, tratado de la Inquisiciónespañola que ha escrito A. S. Turberville. Libro en el queexiste la ciega pasión que mira con ojos contemporáneos losucedido hace siglos. Ninguna información tan sencilla, tanlimpia, tan justiciera hubiésemos podido encontrar, porquelos grandes libros sobre el tema se venden a la tentación delo truculento, a la tentación antihispánica, o a la tentaciónanticatólica, o falazmente nos quieren convencer, comoMonsieur de Maistre, de que en realidad la Inquisición fueuna hazaña evangélica digna del mismo Jesucristo. Viene ellibro breve y nos salva, ejerciendo la justicia histórica endoscientas páginas.

Hay en México una empresa ejemplar que hace libros nocon vista al éxito económico, sino al servicio del espíritu.Dirigida por hombres de claro entendimiento y segura vi-sión, proporciona a estudiosos de este continente los librosque su inquietud necesita. Ningún impulso barato ni impu-ro interviene en esta obra que ha sido tomada con la serie-dad y la fe y el desprendimiento que requiere todo aposto-lado verdadero. Esa empresa se llama Fondo de CulturaEconómica, y su última buena acción, al publicar una seriede breviarios maravillosamente escritos y editados, es la queha inspirado a este escritor, que ama sobre todas las cosaslos buenos y hermosos libros, estas líneas en elogio del li-bro pequeño.

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Brillo de La PléiadeChristian Moire

Po

rapy

Hay en la cultura francesa un modo de certificar la trascendencia literaria: entrar en La Pléiade. Esa colección, creada por Jacques Schiffrin hacia 1931, es lo mismo un símbolo de rigor filológico que de estatus intelectual (y aun de esnobismo), una suntuosa invitación al erotismo libresco que es garantía de calidad. Acompañemos al escritor y diplomáticoChristian Moire en su recorrido por esta serie de resonancias galácticas

No hay ninguna biblioteca francesa donde no se encuentre unoo varios libros de la colección La Bibliothéque de la Pléiade,reconocibles entre los demás por su cubierta de piel suave real-zada con hilo de oro, cada época con un tono de piel: tabacopara el siglo xx, verde esmeralda para el xix, azul para el xviii,rojo veneciano para el xvii, corinto o rojo oscuro para el xvi,morado para la edad media, verde para la antigüedad y por úl-timo gris para los textos sagrados y rojo china para las antolo-gías. Detrás de esta apariencia de obra de bibliofilia se escondeun trabajo crítico minucioso e indiscutible que hace de cada li-bro una referencia obligada, un catálogo razonado y completo,impreso en papel biblia, de las obras del autor que es honradode esa forma.

Creada en París por Jacques Schiffrin en 1931, adquirida en1933 por Éditions Gallimard, la colección representa actual-mente un tercio de las cifras de venta de la célebre casa edito-rial de la calle Sébastien Bottin. Números de venta para provo-car la envidia: 330 mil volúmenes por año, algunos títulos ven-den más de 200 mil ejemplares (las obras completas deSaint-Exupéry vendieron 330 mil ejemplares). Es un éxito co-mercial y editorial sin equivalente que, se murmura, utiliza ca-da año la piel de 60 mil borregos neozelandeses.

Una colección creada por un amigo de André Gide

El apellido Schiffrin no le debe ser des-conocido al lector. Sin duda ha leído uoído hablar de La edición sin editores (Mé-xico, Era, 2000) escrito por André Schif-frin. En las primeras páginas de ese en-sayo que denuncia los daños de la con-centración editorial, el autor rinde unconmovedor homenaje a su padre, edi-tor en Francia y después en EstadosUnidos, creador de La Bibliothéque dela Pléiade. Originario de Azerbaiyán, Jacques Schiffrin llegó aParís en 1920. Cosmopolita y editor de corazón, trató de po-ner a disposición de un público joven los clásicos de la litera-tura mundial y muy particularmente la rusa, alemana y france-sa. En 1923 creó su propia editorial, las Éditions de la Pléia-de/J. Schiffrin & Cie. La insignia de la casa —no me atrevo ahablar de logo— representa un barco navegando bajo la pro-

El concepto de Lasingular e innovadformato de bolsillocompletas de autopreservando un grlectura. De ahí el formato pequeño piel suave

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tección de siete estrellas de la constelación de la Pléyade. ¡Na-da que ver con los poetas reunidos en torno a Ronsard!

En 1931, inauguró La Bibliothéque de la Pléiade con la pu-blicación del primer tomo de las obras de Baudelaire. El con-cepto de esta nueva colección es singular e innovador: propo-ner, en formato de bolsillo, las obras completas de autores clá-sicos, preservando un gran “confort” de lectura. De ahí elpapel biblia, el formato pequeño y la cubierta de piel suave.

En una entrevista concedida en 1933, Schiffrin resume susintenciones: “no se me deben atribuir más meritos de los que hetenido en este asunto. He viajado mucho: son los ingleses y losalemanes quienes me han dado la idea de realizar en Francia loque a ellos les funcionaba tan bien. Pero, como siempre que setrata de una novedad, tuve que vencer muchas resistencias. Allector francés, me decían, no le gusta el libro encuadernado.Creo que hoy ya no se me haría reproche alguno. Mire usted:quise hacer algo cómodo, práctico, y tuve en cuenta que los de-partamentos de hoy en día obligan a poner la mayor cantidadde cosas en el mínimo de espacio. Y además, como amaba los li-bros, procuré que fueran lo más bellos posible. Eso es todo.”

Eso es todo, nada más simple.Y sin embargo, en 1933, a pesar del éxito de la colección,

Jacques Schiffrin tuvo problemas de liquidez. André Gide y Jac-ques Sclumberger, ambos administradores de la Nouvelle RevueFrançaise, acudieron en su ayuda y trataron de persuadir a Gas-ton Gallimard de apoyarlo. Así, André Gide pudo convencer aeste último de que aceptara salvar la editorial de Schiffrin. Susherederos, aún propietarios de la editorial, no pueden más queestarle agradecidos.

Jacques Schiffrin dirigió la colección hasta 1941, fecha en laque se exilió en Estados Unidos para huir del antisemitismo yla detención de judíos. Posteriormente grandes nombres de laliteratura francesa se ocuparon del destino de la colección. JeanPauhlan, Raymond Queneau y André Malraux aportaron sugrano de arena a esa empresa editorial, que ocupa desde enton-ces un pabellón de madera recuperado al final de la exposición

universal de 1933, resguardado al fondodel jardín de Éditions Gallimard, en elcorazón del barrio Saint-Germain. Nose puede soñar con un lugar más propi-cio para la labor de los editores de laPléiade.

Un trabajo crítico de referencia

A pesar de que el aspecto de los volúme-nes casi no ha cambiado desde su creación, La Pléiade se con-virtió a partir de las décadas de los cincuenta y sesenta en la co-lección de referencia que conocemos en la actualidad. El apa-rato crítico se amplió y las condiciones para el establecimientode los textos se precisaron; desde entonces se busca el equili-brio editorial conciliando el placer de la lectura inmediata conla satisfacción de la legítima curiosidad del investigador.

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La ambición de los editores de la colección es publicar lasobras completas de cada autor que “entra en la Pléiade” (es lafórmula que se consagró desde aquella época). El editor reali-za a partir de ese momento un importante trabajo de reflexiónsobre el concepto de obras, fundamentalmente, sobre la mane-ra de reunirlas.

Un ejemplo ilustrará el trabajo que realiza el equipo denueve personas albergado en el pabellón de la Pléiade: los vo-lúmenes de Diderot. “El primer volumen de obras de Diderotagrupará los cuentos y las novelas, clasificadas por orden cro-nológico. Suena bien. Pero libros tan celebres como La Reli-geuse o Jacques le fataliste nunca se imprimieron cuando Dide-rot vivía, lo que no les impidió conocer una cierta difusión.Difusión y no publicación: la diferencia es importante. Enefecto, esos textos fueron reproducidos, en varias entregas, enla Correspondance Littéraire, un periódico copiado a mano, cu-yos raros ejemplares estaban sobre todo destinados a la noble-za europea aunque también circulaban en los medios filosófi-cos. Hace falta por tanto consultar y comparar los ejemplaresde esta ‘revista’ que se han conservado. Para ordenarlo todotambién se cuenta, en ciertos casos, con los manuscritos deDiderot —que algunas veces son anteriores a la fecha en quefueron difundidos en la Correspondance Littéraire— y con ma-

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Palmarés de la colección

nuscritos de un copista, en ocasiones corregidos por Diderot,si bien éstos parecen posteriores… En lo que toca a las edicio-nes de librería, no aparecieron sino después de la muerte delautor. Todo ello plantea interrogantes sobre el criterio de se-lección: ¿se debe ubicar La Religeuse en la fecha en la que secree que comenzó la redacción (hacia la década de 1760), o enla época de su difusión en la Correspondance Littéraire (en la de1780), o en la fecha de su publicación póstuma (1796, es decir,doce años después de la muerte de Diderot)?, y principalmen-te, ¿qué texto está en mejor estado y cuál refleja mejor la vo-luntad del autor?”

Ese tipo de preguntas deben responder con precaución y sa-biduría los editores de La Pléiade. No sorprende, en conse-cuencia, que se necesiten varios años para preparar un volumencuyo original mecanografiado alcanza en ocasiones ¡más de unmetro de altura! Tampoco sorprende que el precio de venta alpúblico no tenga nada que ver con la ambición de su creador.

Entrar en La Pléiade: una consagración que pocos autores han conocido en vida

“Los viejos, usted lo sabe, tienen sus manías. Las mía es ser pu-blicado en La Pléiade y editado en su colección de bolsillo…No me detendré, aunque tenga que pedírselo veinte veces. Nome responda que su Consejo, etcétera, etcétera… todas lascoartadas, comparsas, empleados de su ministerio… la decisiónes suya”, escribió Louis-Ferdinand Céline a Gaston Gallimard,el 24 de octubre de 1956.

Gaston Gallimard no cumplió el deseo de Céline. Entre los191 autores editados en La Pléiade, sólo Gide, Malraux, Clau-del, Montherlant, Saint-John Perse, Julien Green, Yourcenar,Char, Gracq, Ionesco y Nathalie Sarraute vieron sus obras pu-blicadas en vida. Hemingway fue el primer autor extranjerocontemporáneo que entró en la colección; le siguieron Kafka,Faulkner, Lorca. Voltaire es el autor más ricamente dotado dela colección, con 16 volúmenes. Le siguen Balzac (14), Saint-Simon y Dickens (9), y Green, Giono y Hugo (8).

Alrededor de veinte dominios lingüísticos están representa-dos en el catálogo de la colección, por orden de importancia:el inglés (22 autores, sin contar los trabajos colectivos), el ruso(14), el alemán, el latín, el griego, el chino, el español, el italia-no, el francés antiguo; y en menor medida el portugués, el da-nés, el árabe, el japonés y el sánscrito. Los autores del siglo xxson los más numerosos del catálogo (62 en 2003), mientras quese pueden enumerar, sin contar a los colectivos, 58 autores delsiglo xix, 24 de los siglos xvii y xviii, y 17 de la antigüedad y elsiglo xvi.

Una debilidad perdonable

Para terminar, dejo a un lado el punto de vista de la historia ydel trabajo editorial para dar paso a consideraciones más per-sonales. No lo ocultemos más: hay una pizca de esnobismo enla adquisición de un ejemplar de La Pléiade —no me refiero alos especialistas en un autor que encontrarán en esta colecciónuna materia irreprochable para alimentar sus trabajos—. ¿Peroqué necesidad tenía yo de ese volumen sobre los escritores-via-jeros árabes del siglo xiii? Más allá de esta debilidad perfecta-mente perdonable —la compra es noble—, el placer de la lec-tura de un Pléiade es seguro. Quien no ha pasado entre el ín-

Antoine de Saint-Exupéry, Œuvres, 1953:340 mil ejemplares

Marcel Proust, À la recherche du temps perdu, i, 1954:250 mil ejemplares

Albert Camus, Théâtre-récits et nouvelles, 1962: 218 mil ejemplares

Marcel Proust, À la recherche du temps perdu, ii, 1954: 208 mil ejemplares

Paul Verlaine, Œuvres poétiques complètes, 1938: 207 mil ejemplares

Marcel Proust, À la recherche du temps perdu, iii, 1957: 198 mil ejemplares

André Malraux, Romans, 1947: 160 mil ejemplares

Guillaume Apollinaire, Œuvre poétique, 1956: 143 mil ejemplares

Blaise Pascal, Œuvres complètes, 1936: 135 mil ejemplares

Tolstoi, Guerre et paix, 1945: 134 mil ejemplares

Algunas cifras

Formato: 105 × 170 mmNúmero de títulos disponibles: 450Número de títulos en catálogo: 500Número de novedades anuales: 11Ventas netas anuales: 310 mil ejemplaresPrecio de venta promedio: €53.00

(50 títulos a menos de €45.00)Reimpresiones anuales de títulos del fondo: 59Peso del fondo en las ventas: 78 por ciento

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dice y el pulgar las páginas frágiles y vo-látiles de una de esas obras no ha cono-cido la recompensa reservada al mejorde los lectores: el placer del texto y delobjeto. La colección es un joyero de se-lecciones de la literatura universal.

Si encallara en una isla desierta, sinninguna duda rescataría antes del nau-fragio un Pléiade, tomaría sin titubear la“antología poética” que Gide ofreció enhomenaje a su amigo Schiffrin, a menosde que me aferrara a los cuatro ejempla-res de las obras de Jean Giono…

Traducción de Kenya Bello.

Antigüedad contemporáneaBulmaro Reyes Coria

La UNAM bien puede aspirar al título de ser la editorial más grande de México. De las muchas series de libros que ha puesto a circular, destaca la multilingüeBibliotheca Scriptorvm Graecorvm et RomanorvmMexicana, en cuya producción ha participado el doctorReyes Coria, traductor y editor que aprecia lo mismocontenido que continente en cada libro impreso

Tarea fundamental de la Bibliotheca Scriptorvm Graecorvm etRomanorvm Mexicana es participar activamente en la educa-ción de la juventud mexicana, lo cual no es otra cosa que el mí-nimo esfuerzo por allanar el abismo que separa a los que tie-nen riquezas de más, de los que no tienen nada; es decir, “laguerra permanente contra la pobreza”, como dijera KoichiroMatsuura en su juramento como director general de la Unesco.

Sin duda, la educación de una juventud en particular podríasignificar la educación de los pueblos en general. Y a nadie lequepa la menor duda de que con este propósito educativo uni-versal es como trabajan los profesores universitarios, a pesar deque haya quienes, acaso con pretensión de gloria personal o re-tribución cualquiera, o por simple ignorancia, afirmen que enla unam se hacen libros para ricos. Al contrario, los profesoreshacen libros para todos, y la unam, al publicarlos sin afán de lu-cro, los pone al alcance de todos, como lo prueban, entre otroselementos, sus precios bajos.

Aquí, en particular, quiero decir que en México, en todo ca-so, ni los muy ricos ni los muy pobres podrían tener acceso alas fuentes originales de la sabiduría de griegos y latinos, si ins-tituciones como la nuestra no ofrecieran, acompañados de latraducción española, los textos griegos o latinos de aquellos an-tiguos escritores que han sido fundamentales en el desarrollodel pensamiento humano de todas las generaciones que han su-cedido a aquéllos.

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Para muestra de esas obras latinas o griegas, puestas en es-pañol, baste la amplísima investigación acerca de la retórica an-tigua, en que desde hace ya muchos años está empeñada estaBibliotheca. Ha publicado, por ejemplo, gran cantidad de dis-cursos, como son los escolares de Gorgias, estudiados por Pe-dro Tapia; los de Iseo, por Gerardo Ramírez; algunos de Cice-rón, por Salinas, Pimentel Álvarez, Gaos Schmidt y Ayala; al-gunos tratados íntimamente relacionados con este campo de laretórica y la educación, como el Fedro de Platón, estudiado porGarcía Bacca; el Diálogo de los oradores de Tácito, por Heredia.Y por su espíritu normativo, hago hincapié en las obras retóri-cas de Marco Tulio Cicerón: Acerca del orador, por AmparoGaos Schmidt, y por Bulmaro Reyes Coria, los libros De la in-vención retórica, El orador perfecto, De la partición oratoria y Bru-to: de los oradores ilustres.

Sólo para dar una idea de lo que tratan los libros Acerca delorador, uno de los personajes de ese diálogo, refiriéndose enconcreto a las partes del discurso, muestra irónicamente, aun-que sin censurarlos, cómo los preceptos retóricos no son fun-cionales. Él cree que el juez, en efecto, se hace benévolo haciael orador durante el desarrollo del discurso, no en el exordio,cuando todo está por oírse; se hace dócil, es decir, apto a la en-señanza, no cuando el orador promete que lo hará, sino cuan-do explica, y se vuelve atento, gracias no a un primer enuncia-do, sino a la acción entera. Pero, se insiste en que esos precep-tos se vuelven necesarios para aquellos oradores a quienes noasiste la verdad. Los griegos, por ejemplo, eran más deseososde la contienda que de la verdad; sin embargo, los oradores in-teresados en triunfar deben ver qué cosa quieren, y de maneraespecial qué les conviene decir, qué les es decoroso decir. Estabúsqueda del decoro en el hablar se refiere a las capacidades fí-sicas —la voz, la fuerza, el aliento del orador—, y a cosas me-nos tangibles, como la oportunidad o lo pertinente en cual-quier caso. Más claramente, el poder de la elocuencia se robus-

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tece con el poder personal que se manifiesta en la sabiduría yen la fortaleza de los individuos.

De la partición oratoria representa el más cuidado de todoslos tratados de retórica que de la antigüedad hayan sobrevivi-do, y, siendo el más puramente científico de todos los escritosciceronianos, es el más útil para los estudiantes de retórica; sele ha conocido como “el catecismo de la retórica”, donde el es-tudiante aprende no sólo cómo alabar a otros, sino de qué mo-do aspirar él mismo a ser alabado con derecho; y el orador al-canza este derecho, como exige la teoría de los exordios, si esde vida virtuosa, si cultiva su cuerpo y su alma; si es prudente,justo, fuerte, templado, hábil, sabio, pa-ciente; buen religioso, respetuoso de suspadres, bondadoso, buen amigo; sincontar que debe cultivar hábitos como elestudio de las letras y otras artes (arit-mética, música, geometría, astronomía).Todas estas razones que sirven para ala-bar son válidas no sólo para hablar biende los demás sino precisamente para al-canzar el derecho de ser alabado él mis-mo, lo cual, en última instancia, se pre-sume como la otra gran parte de la retó-rica, según se lee en la Ilíada deHomero, publicada también en esta colección.

De la invención retórica es un utilísimo manual de retórica, yaque enseña cómo se elabora cada una de las partes de un dis-curso, y cómo se maneja la argumentación en particular, acer-ca de cada cuestión, en especial la judicial, pero también la de-liberativa y la de simple ornato, todo matizado con ejemplos,lo cual vuelve grato el estudio.

Cicerón, en El orador perfecto, no solamente expone la ima-gen, la apariencia, aunque imaginaria, del que podría conside-rarse orador perfecto, válgase la redundancia; sino también en-seña el camino para alcanzar ese estado, aunque de antemanoreconoce que, al menos hasta su época, nadie lo había logrado,excepto quizás él mismo. Él, que había levantado gritos yaplausos del público, y sembrado dolor en los jueces; él, quehabía hecho callar y enmudecer a los más grandes oradorescontemporáneos suyos. El orador perfecto es un llamado al cul-tivo del arte de la palabra. Sería tan inútil pedir en verso al al-bañil que compusiera las goteras de una azotea, como al juezuna resolución con palabras vulgares.

El objetivo del Bruto, a grandes ras-gos, es juzgar la calidad de los oradoresa partir de su actuación: qué es recto oqué es torcido en el decir. Pero en parti-cular es la defensa del autor contra ungrupo de jóvenes que censuraban su es-tilo. Esta apología es importante porqueen ella se encuentra uno de los mejoresresúmenes que pudieran hacerse de laretórica antigua, en latín doctrina dicendi,la doctrina del decir. A partir de ella re-sulta obvio que sus postulados encierranuna fuerza superior, cuya práctica haríahombres cultos, sabios, honestos, e in-cluso buenos oradores. Buscando al ora-dor perfecto, en un solo parágrafo de es-te libro, Cicerón enumera los funda-

Difícilmente se poacceso a las fuentesabiduría de grieginstituciones comoofrecieran, acomptraducción españogriegos o latinos dantiguos escritorefundamentales en del pensamiento htodas las generacio

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mentos de la perfecta elocuencia: la literatura, su principalfuente; la filosofía, o sea, la lógica y la ética, que es la madre detodo lo bien hecho y de todo lo bien dicho; el derecho civil,que fomenta la prudencia del orador; y la historia patria, queproporciona, en cualquier momento, los más valiosos ejemplospara las más variadas circunstancias, además de exigir el mane-jo del buen humor, de la capacidad de abstracción y de hacerdigresiones; la patética, ya que a veces es necesario relajar losánimos de los oyentes, a veces deleitarlos, a veces llevarlos a laira y al llanto, en suma, conmoverlos.

Para ilustrar un poco más la vocación educativa de la Bibliot-heca Scriptorum Graecorum et Romano-rum Mexicana, quiero contar una anéc-dota. Cuando Alejandro Magno se halla-ba de conquista en Asia se enteró de quesu maestro Aristóteles había publicado eltratado sobre metafísica; entonces, untanto molesto, le escribió una carta muysemejante a ésta:

“Alejandro saluda a Aristóteles:”No estuvo bien, Aristóteles, que pu-

blicaras estas difíciles enseñanzas. ¿Aho-ra, en qué me distinguiré de los demás,si ya todos tienen acceso a las ciencias en

que me instruiste a mí? Acuérdate de que yo, Alejandro, deboser el mejor en todos los conocimientos útiles y honestos, másque en el poder. Que Dios te guarde.”

Acaso esta anécdota por sí sola explica la importancia del tra-bajo universitario, y, por ende, la de los libros en el desarrollohumano; y deja ver cómo éstos, los libros, por el simple hechode su publicación, pueden ser para todos y convertirse, por esomismo, en las armas que finalmente destruirán las profundas di-ferencias que lastiman a nuestra sociedad.

Es indudable que en nuestra época, los personajes de laanécdota, Alejandro y Aristóteles, han cobrado vida; acasonunca han muerto. Pero por supuesto que yo no sé quién pue-da ser Alejandro Magno; Aristóteles, sin duda está muy bienrepresentado por la Universidad Nacional Autónoma de Méxi-co, que, a pesar de todos los pesares, no abandona la tarea deinvestigar y publicar sus hallazgos, en beneficio de todos, comolo hace a través de la Bibliotheca Scriptorum Graecorum etRomanorum Mexicana.

ría tener originales de las y latinos, si la UNAM noñados de laa, los textos aquellos

que han sidol desarrollo mano de

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Lo que era, esYolanda Argudín

A vuelo de pájaro por los aciertos recientes de la Biblioteca Era, en este texto se ofrece un modesto tributo a una de las colecciones que caracterizan a la editorial que en su nombre lleva tanto el vocablo más elegante para hablar de una época como un acrónimo que refiere a sus fundadores: Espresate, Rojo y Azorín. Sirva como reconocimientoa la serie que, con toda vitalidad, sigue difundiendo buena parte de los mejores frutos literarios de nuestro país

Ediciones Era se fundó en México en 1960, con un enfoqueeditorial de enérgico carácter cultural, que proponía la inteli-gencia y la crítica como factores indispensables en cualquiersociedad. Así, se empeñó en alentar los libros valiosos sobre sucompetitividad en el mercado, para ofrecer una alternativa másdiversa, más abundante y más libre al lector, y a los autores másoportunidades de publicación. Desde entonces ha editado a losmás importantes y reconocidos escritores mexicanos, así comolos primeros libros de autores valiosos, principalmente mexica-nos e iberoamericanos; hoy cuenta con más de trescientos títu-los editados y con numerosas reimpresiones.

Bajo el nombre Biblioteca Era reúne ensayo, narrativa, poe-sía y, bajo la rúbrica de “varia”, historia, ciencias sociales y ar-tes visuales. Entre los autores publicados se pueden citar, entremuchos otros escritores, a Roger Bartra, Fernando Benítez,Luis Cardoza y Aragón, Christopher Domínguez Michael,Juan García Ponce, Jaime García Terrés, Hugo Hiriart, CarlosMonsiváis, Augusto Monterroso, Octavio Paz, Sergio Pitol,Elena Poniatowska, Guillermo Sheridan, Juan Villoro, NellieCampobello, Rosario Castellanos, Carlos Fuentes, EduardoGaleano, Gabriel García Márquez, José Lezama Lima, JuanVicente Melo, José Emilio Pacheco y Juan Rulfo.

A manera de ejemplo, para este texto se rastrearon a partirde 1998 algunos de los títulos que ilus-tran la amplia variedad de libros que Bi-blioteca Era edita, tales como Oscuro co-mo la tumba donde yace mi amigo, deMalcolm Lowry, una fascinante conti-nuación de Bajo el volcán. En 1999, apa-rece el ensayo Sólo venimos a soñar, deJorge Boccanera, sobre la poesía de LuisCardoza y Aragón, que cuenta con unaespléndida biografía literaria del escritorguatemalteco. En la novela Cartas cruza-das, Darío Jaramillo Agudelo, uno de losmás notables escritores colombianos desu generación, elabora una narración abase de intercambios epistolares y frag-mentos de diarios, y así conforma el re-trato de unos personajes que a principiosde los años setenta rondan los veinte

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años, y los acompaña a lo largo de una década. Eduardo Váz-quez Martín —cofundador de las revistas La Orquesta, Milenioy Viceversa— ofrece en poesía una visión donde el amor, la me-moria y la determinante histórica son las vías de acceso a unaposible respuesta a la poesía actual en Naturaleza y hechos.

En el año 2000, el ensayo de historia política Guerrero bron-co de Armando Bartra revela las señas de identidad del sistemamexicano, explorando su curso en una región privilegiada: laCosta Grande de Guerrero. La novela El otro amor de su vidade Héctor Manjarrez —ganador del Premio Xavier Villaurru-tia en 1983 y del José Fuentes Mares en 1998— plantea una vi-sión donde la vida gira como un carrusel incontrolable en elque se confunden el amor, la amistad, la familia, la endogamia,la hospitalidad, el deseo e incluso, la policía.

En 2001, el ensayo La universidad necesaria en el siglo XXI dePablo González Casanova considera imprescindible ir más alláde la crítica a los proyectos neoliberales para examinar crítica-mente también a la “universidad de masas” y los planteamien-tos educativos de los regímenes estatistas, burocráticos o popu-listas, y exigir la creación de proyectos alternativos. Proponelas bases para estructurar un proyecto de universidad que res-ponda a las necesidades actuales del país.

El relato Nadie los vio salir, de Eduardo Antonio Parra —pre-miado en 2000 en el Concurso Internacional de Cuento JuanRulfo en París—, ofrece una relampagueante mirada a un mun-do ensimismado, uno de los círculos del infierno sobre la tie-rra, un congal de la frontera donde aparece una intrusión pro-digiosa de la belleza en el horror.

La dimensión de la serenidad, que sobreviene a la asun-ción de la derrota exterior, en Valer la pena, poesía de JuanGelman —ganador del Premio de Literatura Latinoamerica-na y del Caribe Juan Rulfo en 2000—, da un lugar ineludibleal hombre que por medio de la palabra podrá, incuestionable-mente, ser.

Durante el año 2002, la crónica de José Joaquín Blanco Ál-

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bum de pesadillas mexicanas añade al registro de los desastresurbanos y de las tragicomedias políticas una mirada irónica aalgunos de los mitos y episodios fundacionales de la naciónmexicana como los últimos lustros del pri, los travestismos yla corrupción de la sociedad civil, las nuevas tribus de “apa-ches” del fin del mundo: niños de la calle, cuidacoches y sui-cidas del metro.

Con El azul en la flama la poesía de David Huerta revela unvaso atravesado por la luz donde el mundo se multiplica en pai-sajes milimétricos que el ojo puede llegar a amar, reflejando re-giones mentales insistentes, espejos, la flora y la fauna de un or-den material, frutos que maduran en elramaje entramado de la inteligencia, ci-vilizaciones como hojas sobre el río deltiempo.

La primera novela de Gabriela Valle-jo Cervantes La verdadera historia del la-berinto construye atmósferas misteriosasy propicias para el erotismo, siempre rozando el filo entre lofantástico y lo verosímil.

En tanto que en el año 2003 Federico Campbell presenta Laficción de la memoria una antología que recoge investigaciones,ensayos, testimonios y entrevistas sobre la obra de Juan Rulfo,en un orden cronológico que permite ver la evolución crítica alo largo de los años, desde los primeros trabajos de CarlosBlanco Aguinaga (1955) y Mariana Frenk (1961), hasta los deJuan Villoro (2000) y Jorge Aguilar Mora (2001), así como lostestimonios de Gabriel García Márquez (1980), Jorge LuisBorges (1985), Juan José Arreola (1994) y Jorge Volpi (2000).

La novela El camino de Santiago, de Patricia Laurent Kullick—ganadora en 1999 del Premio Nuevo León de Literatura—se instala en el campo fantástico dentro del surrealismo; algu-nos de sus personajes, a la manera de Leonora Carrington oRemedios Varo, viajan en el interior de su cuerpo habitado, almenos, por un par de seres; funcionan como vasos comunican-tes y permiten una relación crítica, desesperada, humorísticacon la realidad.

En el año 2004, Ese espacio, ese jardín, poesía de Coral Bra-cho —que en 1981 ganó el Premio Nacional de Poesía Aguas-calientes—, teje el hilo del tiempo y ahí mismo, en el momen-to de suceder, se consume. Se hace, se deshace y se rehace co-mo un ciclo natural en el tempo de un respirar.

La novela Aquí y ahora, de Pablo Casacuberta, narra el pa-saje de iniciación de la adolescencia a la edad adulta, en un es-fuerzo por romper la duda totalizadora, que tiene atrapado alpersonaje principal, da el salto hacia el conocimiento del pasa-do y del origen, de la sexualidad, del amor y de la indulgenciay la comprensión por quienes le rodean y por él mismo.

A diez años del levantamiento zapatista, Jorge Volpi —ga-nador del Premio Biblioteca Breve— en La guerra y las palabrasse presenta como testigo, narrador y observador, y ofrece unacrónica de 1994, el año que modificó el rumbo del país, hacien-do un recorrido donde desfilan los sucesos y los actores, las pa-labras y las ideas.

Entre los libros recién editados en 2005 destaca en poesíaUn navío un amor, de José Luis Rivas —ganador del PremioNacional de Poesía Aguascalientes en 1986 y del Xavier Villau-rrutia en 1990—, donde expone que si todas las mujeres ama-das y deseadas con intensidad pueden llamarse Helena, enton-ces el golfo de México bien puede ser el mar Egeo. Así toma

Biblioteca Era reúdiferente temáticacon una caracterísque los asemeja: lay la crítica erudita

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los principios clásicos de Homero, agrega otros y ofrece nue-vos recursos estilísticos dentro de fuerzas sensuales que seatraen en el escenario lírico y prosaico, clásico y contemporá-neo, de una sosegada aventura.

Este mismo año, Jorge Fernández Granados pone al alcan-ce del lector en un solo volumen La fábula del tiempo, antologíapoética de José Emilio Pacheco, quien aparte de numerososreconocimientos, ha obtenido en años recientes los premios depoesía Octavio Paz (México, 2003), Pablo Neruda (Santiago deChile, 2004), Ramón López Velarde (Zacatecas, 2003), Alfon-so Reyes (Monterrey, 2004) y José Asunción Silva (Bogotá,

1996). Se trata de una selección críticade una obra extendida ya a lo largo devarias décadas, testimonio de su país yde su tiempo, pero también prueba deamor y fe en el poder de la palabra

En narrativa, Aire libre, de HermannBellinghausen, revela que la memoria

puede convertir la propia historia —en este caso, la de los quenacieron en la misma latitud industrial de la ciudad de Méxicodurante la década de los cincuenta— en la de otros, en la de to-dos. Bellinghausen intenta no caer en los ardides de la reinven-ción, que es una de las artimañas preferidas de la memoria. Au-liya es la primera novela de Verónica Murguía —ganadora en1990 del Premio Juan de la Cabada para escritores de literatu-ra infantil y juvenil—, cuento filosófico y relato fantástico quecombina, con una asombrosa naturalidad, la erudición arábigay el temperamento narrativo para configurar un libro mágico ygeneroso.

Christopher Domínguez Michael, actualmente miembrodel consejo editorial de Letras Libres y columnista en el perió-dico Reforma, dibuja en Vida de fray Servando el tránsito del si-glo xviii al xix de la historia americana con las imágenes diná-micas de una biografía exhaustiva y fascinante, símbolo no só-lo de un personaje entrañable y seductor, sino de la propiahistoria moderna de México.

Vida y mundos de Miguel Covarrubias, de Elena Poniatowska,reúne las entrevistas que hizo en 1957 a Harry Block, a los pin-tores Jorge Juan Crespo de la Serna, Adolfo Best Maugard yDiego Rivera, a la bailarina y diseñadora Rosa Rolando, al mu-seógrafo Fernando Gamboa, a los antropólogos Daniel Rubínde la Borbolla y Alfonso Caso, al doctor Raoul Fournier, aldramaturgo Carlos Solórzano y al historiador del arte JustinoFernández, siguiendo el rastro que dejó en todos, en sus senti-mientos y mente, la vida colmada, fogosa, compleja y entusias-ta de Miguel Covarrubias, pintor, caricaturista genial, escenó-grafo y estudioso de la antropología.

La poesía de Elsa Cross —ganadora del Premio Nacionalde Poesía Aguascalientes en 1989 y del Premio InternacionalJaime Sabines en 1992—, en El vino de las cosas, se ilumina porel sol mediterráneo, muy cerca de la morada de los dioses,mostrando el equilibrio conquistado entre la maravilla divina yel poema que la describe, donde cada poema es un canto de ce-lebración en honor a Dionisos, que se asoma en la exaltación yla embriaguez.

Así, con una rápida mirada, se ha procurado exponer unamuestra de la basta y diferente temática y de los diversos escri-tores que reúne la Biblioteca Era, incorporados bajo un mismosello por una característica común que los asemeja: la inteli-gencia y la crítica erudita.

e una basta yasí como autores ica común inteligencia

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El principio formalAlberto Blanco

Acaba de publicarse La hora y la neblina, suma poética del escritor, químico, conversador, artista plástico, traductor, rockanrolero, sinólogo,gastrónomo y otrora empresario tlapalero Alberto Blanco. De ahí hemos tomado estos versos para invitar a los lectores de La Gaceta primero al volumen recién dado a la luz y luego a las muchas facetas de este singular autor

a José Lezama Lima

i

Respira al fin amor,después de mil batallas,que el salto es siempre talque la pasión no es lastre…y en vez de huir de aquírecuerda que una noche,sol cambiante en la luz,desnuda me miraste.

ii

Mar de fondo en la alcoba,ciclón de continentes,en dos mitades rotaspor una simple falla:en poniente al espejode una oración perfecta…¿qué nos dice la luzcuando la luz se calla?

iii

Nada de nada aquícomienza la partida,y al cabo de un instantetendremos mucho sueño…el triste tiempo pasay la ocasión perdidano deja de buscarel reloj de su dueño.

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iv

La memoria no pierdedetalle ni un minutode aquella forma alegrecon su sombra de edades,que en cada amor fugazrecoge lo que escapaa la transformaciónde nuestras vanidades.

v

Las corrientes ocultas,festivas y fluviales,que son hijas del oroy nietas de la plata,y quieren recorrerotra vez esta costapara no sofocarsecomo a salto de mata.

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vi

Que en el muelle de siempreflorecerá la espumay el ancla giraráprimero veinte gradosy luego veinticinco,después cuarentaicinco,hasta llegar al fina ciento ochenta grados.

vii

La luz equidistanteque en las cuatro estacionesy en cada noble esquinasabe que ha sido halladala forma que pregonasus equivocacionespor no decir que vemosdespués de la alborada.

viii

Por aquella respuestaque también nos dibuja,y la pregunta abiertade silencio en la frente:la paloma del cieloque rompe su burbujay en el pecho del mundose posa complaciente.

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ix

Dos destinos en uno,que si bien no son nada,se vuelven campanariode solemne estaturaa la entrada del temploque la aurora delatapor un temblor de cintamecida en su cintura.

x

Flor de consumación,cabellera soñada,descripción de la tierraque los pies no han hollado,no puedes pretenderque la vida nos mandasilenciar la campanapor un astro quemado.

xi

Inolvidables fiestas,mortales inmortales,que dan la luna gratisa cambio de la horaen la lenta distanciadonde fingen los astrosque una peineta azulse destiñe en la aurora.

xii

Y el principio formalque beba la victoria,que beba a manos llenasal final de diciembrey al principio del mitoy al final de la historia,la vocación de nunca,la vocación de siempre.

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La eutanasia examinadaJohn Keown

Ofrecemos aquí un ejemplo de lasdiscusiones contenidas en La eutanasiaexaminada. Perspectivas éticas, clínicas y legales, volumen preparado por elpropio Keown, en el que se aborda sin aspavientos y con abundanteinformación médica, ética y legal el áspero tema de la eutanasia, asunto que han abordado otras obras de nuestra Colección Ciencia,Tecnología y Sociedad

La eutanasia —la muerte intencional deun paciente, por acción o por omisión,como parte de la atención médica— essin duda uno de los temas más apre-miantes y profundos que enfrenta elmundo moderno. Es apremiante porqueparece que hay “un mar de cambios en laopinión pública”, ahora más sensible a laeutanasia y al suicidio asistido, y más crí-tica, pues formula preguntas de impor-tancia fundamental no sólo para los pro-fesionales de la atención a la salud y suspacientes, sino también para los aboga-dos y legisladores, filósofos y teólogos, y,de hecho, para todos los miembros de lasociedad.

Entre estas preguntas están las si-guientes: ¿siempre es malo que un médi-co mate intencionalmente a un paciente,aunque sufra demasiado y pida la muer-te? En beneficio del paciente y por res-peto a su autonomía, ¿no debería aten-derse su solicitud? ¿Disfrutan los pa-cientes de un “derecho a morir”?, y, deser así, ¿qué significa esto exactamente?¿Sólo algunas vidas son “dignas” de sersalvadas?, y si es así, ¿cuáles y por qué?¿Existe una diferencia moral entre in-tentar apresurar la muerte y dejar morir,o entre la eutanasia y el suicidio asistido?¿Puede diferenciarse, en principio, laeutanasia voluntaria de la no solicitada?¿Puede la eutanasia voluntaria regularsecon seguridad o es inevitable la “pen-diente resbalosa” hacia la eutanasia sinconsentimiento? ¿Es la vida un beneficiopara quienes se encuentran en “estadovegetativo persistente” o debe suspen-derse su tratamiento y alimentación?Los documentos firmados ante testigos

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en los que se especifica el tratamientodeseado en caso de que el paciente pier-da sus facultades, ¿son deseables comomecanismos para facilitar las decisionessobre el tratamiento, o bien constituyenuna “puerta trasera” hacia la eutanasia?

El debate acerca de la eutanasia y elsuicidio asistido tiene carácter interna-cional e interdisciplinario, e incluye aexpertos y legos de todo el mundo. En1991 y 1992, en Washington y en Cali-fornia, las propuestas de legalizar la eu-tanasia estuvieron a punto de obtener elapoyo de la mayoría de los que partici-paron en los referenda. En 1994, en Ore-gon, un referendum en favor de la legali-zación del suicidio médicamente asistidose aprobó por estrecho margen, si biensu puesta en marcha se vio frenada porun tribunal federal, sin determinar suconstitucionalidad. La aprobación de es-ta propuesta favorecería la promociónde propuestas similares que aprueben elsuicidio médicamente asistido, más quela eutanasia, no sólo en otros estados deEstados Unidos, sino también en otrospaíses. Por el contrario, en Michigan, lasactividades del doctor Kevorkian con su“máquina de suicidios” precipitaron laaprobación de una legislación que pro-híbe el suicidio con asistencia médica.No obstante, la constitucionalidad deesta ley ya se refutó en las cortes de eseestado. Podría no pasar mucho tiempoantes de que las objeciones a las leyesque prohíben o permiten tal clase de sui-cidio y la eutanasia al fin reciban aten-ción del Tribunal Supremo de EstadosUnidos. En Canadá, Sue Rodríguez,quien padecía una enfermedad parali-zante incurable, casi logró persuadir alTribunal Supremo de que declarara an-ticonstitucional una ley contra el suici-dio asistido. En Inglaterra, el encarcela-miento del doctor Nigel Cox —respeta-ble médico especialista acusado de haberintentado dar muerte a un paciente quesufría de terribles dolores— y la decisiónde los miembros de la Cámara de losLores en el caso de Tony Bland —en elsentido de que sería legal dejar de ali-mentar con sonda a un paciente en “es-tado vegetativo persistente”, incluso con

la intención de matarlo— provocaronque se estableciera un comité especial dela Cámara de los Lores para analizar lasimplicaciones éticas, legales y clínicas deacciones como éstas para abreviar la vi-da. En Holanda, donde la eutanasia esoficialmente permitida y se practica am-pliamente al menos desde hace una dé-cada, una encuesta general que realizóuna comisión investigadora designadapor el gobierno aportó datos muy valio-sos acerca de la práctica de la eutanasiapor los médicos holandeses, pero tam-bién causó enconadas polémicas acercade la adecuada interpretación de los da-tos: ¿muestran éstos que la eutanasiapuede controlarse, o que los holandesesse están precipitando por una “pendien-te resbalosa” que conduce a la eutanasiasin consentimiento?

Cuando la primera edición inglesa deLa eutanasia examinada se imprimía,ocurrió un importante acontecimientoen Australia que intensificó el debate.En mayo de 1995, la Asamblea del Terri-torio Septentrional aprobó por 13 votosen favor y 12 en contra la Ley de Dere-chos de los Enfermos Terminales, y asíel Territorio Septentrional fue el primerlugar del mundo donde se legalizaron elsuicidio médicamente asistido y la euta-nasia. Con la entrada en vigor de esta le-gislación, un paciente con una “enfer-medad terminal” (definido en sentidoamplio para incluir cualquier enferme-dad que desemboque en la muerte cuan-do el paciente rechace el tratamiento)que esté experimentando fuertes dolo-res, sufrimientos y tensiones que consi-dere “inaceptables”, podrá pedir a sumédico “asistencia para terminar con suvida”. Esta ley también permitirá al mé-dico proporcionar tal asistencia, ya seaprescribiendo, preparando o adminis-trando una sustancia letal siempre quecumpla ciertas condiciones específicas,como el examen del paciente por un se-gundo médico especializado en psicolo-gía; la firma del paciente, no menos desiete días después de manifestar su deci-sión de poner fin a su vida, de un certifi-cado en el que solicite ayuda para ello,así como que hayan transcurrido 48 ho-

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ras desde la firma del paciente. El alcan-ce y la operatividad de esta legislaciónclaramente requerirá un estudio hechopor expertos, lo que también sucederácon las legislaciones similares que seaplicarán en Australia y en otros países.

El debate no es, sin embargo, sólopara profesionales, académicos y exper-tos en las disciplinas relacionadas con eltema. Todo el mundo —médicos, pa-cientes, abogados o legisladores, estu-diosos de la ética, ancianos, etcétera—tiene derecho a opinar, puesto que nues-tras respuestas colectivas a las preguntasformuladas al principio ineluctablemen-te tendrán un profundo efecto sobre lanaturaleza misma de nuestra sociedad.Pero nuestras aportaciones deben tenerlas cualidades de contar con buena in-formación; ser racionales y no emocio-nales; fundarse en argumentos y no enanécdotas. Con esa finalidad, es impor-tante desechar los prejuicios, examinarlas pruebas objetivamente y evaluar confrialdad los argumentos opuestos.

Es muy lamentable que a menudo eldebate no se caracterice por razona-mientos fríos e imparciales, sino por unaatmósfera contaminada, influida confrecuencia por los medios de comunica-ción sensacionalistas que, a partir de unexclusivo y muchas veces manipulado“enfoque en el interés humano”, gene-ran polémica y desacuerdos en vez deprocurar reflexión y consenso.

Muy distinto es el propósito de estevolumen, el cual pretende reunir lasaportaciones de algunos de los más im-portantes expertos del mundo en ética,medicina y derecho, e informar a todas

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las personas interesadas en el debate.Está pensado para el lector que busca eldebate racional más que la polémica vis-ceral, y va dirigido tanto a los expertoscomo a los legos. Es una obra fácilmen-te inteligible para el lector general: no serequiere ser experto en ética, derecho omedicina para comprenderlo.

La génesis de la idea de este libro fueuna conferencia nacional sobre eutana-sia celebrada en la Universidad de Lei-cester en octubre de 1991. Cinco de loscapítulos son versiones actualizadas deensayos leídos en la conferencia. Los do-cumentos restantes se elaboraron ex pro-feso para este libro.

Los capítulos abordan temas relacio-nados con ética, derecho, medicina yteología. Los seis primeros incluyen un

vigoroso debate sobre la ética de la euta-nasia (a los participantes se les fijó unnúmero límite de palabras) entre dosimportantes filósofos: John Harris, pro-fesor de filosofía aplicada de la Universi-dad de Manchester, y John Finnis, pro-fesor de derecho y filosofía del derechode la Universidad de Oxford. El prime-ro argumentó sobre un fundamento éti-co en favor de la legalización de la euta-nasia; el segundo, en contra. A cada uno

La eutanasia y el suicidio asistidoformulan preguntas de importanciafundamental no sólo para losprofesionales de la salud y suspacientes, sino también para losabogados y legisladores, filósofos yteólogos, y, de hecho, para todos losmiembros de la sociedad

se le envió el capítulo del otro, para queescribiera una réplica. Por último, cadaautor escribió un comentario final sobrelas conclusiones de su oponente. Éstaacaso sea la primera vez que dos filóso-fos eminentes hayan participado en undebate sobre este tema siguiendo un for-mato que ayudará a los lectores a seguirlas principales líneas de argumentacióny a captar los principales puntos deacuerdo y de desacuerdo.

Para que no se crea que el debate Ha-rris-Finnis agota la controversia sobre laeutanasia, en los cuatro capítulos si-guientes se presenta al lector otra seriede puntos de vista opuestos. […]

Este volumen no puede cubrir todoslos temas relacionados con la eutanasia yel suicidio asistido, ni intenta hacerlo.Su objetivo es, antes bien, reunir las ex-posiciones de destacados expertos en lasdisciplinas más estrechamente relacio-nadas con el asunto y presentar sus pers-pectivas de manera clara y amena, con elfin de informar al lector (profesional olego) que desee comprender mejor laspreguntas cardinales y las distintas ma-neras de responder a ellas.

El objetivo del libro no es equilibrarmatemáticamente las exposiciones de loscolaboradores que hablan en favor o encontra, aunque sí alcanza un balance ra-zonable; más bien se propone reunir al-gunos de los argumentos centrales y losdatos más relevantes en un solo volumenpara presentarlos de manera imparcialen beneficio del lector común.

Las colaboraciones para este volu-men, escritas con claridad por eminen-cias en sus respectivas áreas, ayudarán al

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lector a penetrar a través de la bruma deconfusión que con frecuencia rodea eldebate sobre la eutanasia, y que en bue-na medida ha sido generada por ciertabibliografía sobre el tema, la cual a me-nudo presenta los argumentos de mane-ra simplista, desconoce o caricaturiza losargumentos contrarios y evita la discu-sión seria de los problemas. La eutanasiaes un tema delicado y de enorme actua-lidad, por lo que exige un enfoque y unconocimiento bien informado por partedel público, y esto es lo que intenta pro-porcionar este libro.

Desde su primera edición, en 1995, el

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Práctica y ética deAsunción Álvarez del Río

debate sobre la eutanasia se ha intensifi-cado. En 1996, dos tribunales federalesde apelación de Estados Unidos apoya-ron el derecho constitucional al suicidiomédicamente asistido, decisiones cuyacrítica elabora el profesor Kamisar en unepílogo actualizado de su capítulo. En1997, el Tribunal Supremo de los Esta-dos Unidos citando dicho capítulo y eldel compilador de esta obra revocó am-bas decisiones. Además, el ParlamentoFederal Australiano, después de consi-derar muchos testimonios (incluso el deeste compilador acerca de la experienciaholandesa) anuló la legislación sobre la

la eutanasia

eutanasia en el Territorio Septentrional.En cambio, en el otro sentido, los ciuda-danos de Oregon decidieron conservarsu ley que permite el suicidio con ayudamédica, y se informa que el TribunalConstitucional de Colombia ha declara-do legal la eutanasia en ciertas circuns-tancias. Es obvio que el debate universalpor la eutanasia está lejos de haber ter-minado, y los ensayos que conformaneste libro resultan no menos oportunosy pertinentes que cuando se publicaronpor vez primera.

Traducción de Esteban Torres Alexander.

Nada como resumir en unas pocas ycomplejas preguntas la médula éticade un problema como la eutanasia y elsuicido asistido. Eso se hace en estefragmento de Práctica y ética de laeutanasia, obra en que desde unaperspectiva psicológica, pulcramentedesprejuiciada, se avanza en la hoyimpostergable discusión en torno auno de los temas tabú de la prácticamédica contemporánea

Los elementos del debate

Afirmar que en México es necesario eldebate de la eutanasia no sólo respondeal hecho de reconocer los problemas y laexperiencia de otros países, sino de asu-mir que los pacientes y sus familiares,aquí en México, piden con frecuencia asus médicos que los ayuden a morir, tan-to en las instituciones oficiales como enlas privadas. Los médicos se ven obliga-dos a responder de alguna manera a ta-les solicitudes. Algunos dan la ayuda queles piden y aplican la eutanasia, a pesarde que saben que actúan fuera de la ley yde que asumen enormes riesgos por ello.Muchos otros no responden a lo que pi-den sus enfermos, quienes entonces seven privados de la única ayuda que quie-ren recibir. Todas estas situaciones sevuelven muy complejas porque se dan enun contexto de clandestinidad e insegu-

ridad sobre el cual no hay posibilidad detener ni conocimiento ni un controladecuado.1

Desde nuestra perspectiva, el debatesobre la eutanasia supone de entrada re-solver cuatro preguntas vinculadas entresí, formuladas de tal modo que la res-puesta afirmativa de cada una dé lugar ala siguiente:

1Al comentar los resultados de la encues-ta que el Centro de Investigaciones Socioló-gicas realizó en España sobre la eutanasia (enla que se encontró que una mayoría de mé-dicos —seis de cada diez— es partidario delegalizarla), la Asociación por el Derecho aMorir Dignamente comenta que una de lasventajas de su legalización es evitar las euta-nasias clandestinas. Y un médico especialistaen el tratamiento del dolor dice: “Todos sa-bemos qué pasa. Normalmente se hace bien,en casos muy claros, pero sería preferibleque estuviera regulada, por nosotros y porlos pacientes.” Véase El País, 14 de octubrede 2003. Por su parte, Alejandro Herrera re-flexiona sobre el tema de la eutanasia y sos-tiene que debe respetarse el principio de au-tonomía del paciente cuando éste solicitaayuda a su médico para terminar una vida deextremo sufrimiento irremediable. Estapráctica es muy diferente a la que se sabe seda continuamente en nuestros hospitales alterminar con la vida de ancianos desampara-dos. “Es tiempo ya de cambiar esta tradiciónhipócrita por una bien entendida tradiciónhipocrática.” Véase A. Herrera, “El médicoante la solicitud de eutanasia”.

1] ¿Un paciente tiene derecho a deci-dir la terminación de su vida?

2] ¿Tiene derecho a pedir a un médi-co esa ayuda?

3] ¿El médico tiene algún deber deresponder a esa petición?

4] ¿El estado debe respaldar los dere-chos del paciente y el deber del médico?

En los Países Bajos se han respondidode manera afirmativa las preguntas ante-riores. Es el resultado de un debate quese ha mantenido en ese país desde hacetreinta años; en él ha participado toda lasociedad, y las principales asociacionesrepresentantes de la institución médicahan desempeñado un papel muy activo,al igual que las máximas autoridades res-ponsables de la impartición de justicia.De esa manera, el gobierno ha podidoencontrar soluciones a los problemasque enfrentan sus habitantes al final de lavida y tiene control legal sobre ellas. Aunasí, sigue promoviendo la investigación yel debate para perfeccionar la legislacióny el control sobre las decisiones médicasrelacionadas con la muerte asistida, so-bre todo para aquellas situaciones que nose ajustan a los criterios que considera ladefinición de eutanasia.2

2Aunque la definición de eutanasia espe-cifica que debe existir un pedido claro y vo-luntario del paciente, hay situaciones en lasque no existe la solicitud expresa del paciente(cuando se trata de un neonato, de un indivi-

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En los Países Bajos ha quedado claroque, dentro del contexto de la prácticamédica, la muerte asistida sólo es legalcuando un paciente solicita a un médicoque le ayude a terminar con su vida paraponer fin a un sufrimiento intolerable yese médico considera válida la petición.Esto significa que es ilegal ayudar a mo-rir a alguien que no tiene una enferme-dad o una condición médica que justifi-que recibir esa ayuda,3 como también esilegal que esta ayuda sea proporcionadapor una tercera persona que no sea mé-dico. En cualquiera de estas situaciones,acelerar la muerte se considera un homi-cidio.

En el estado de Oregon, en EstadosUnidos, también se considera que lamuerte asistida debe ser una opción ex-clusiva de la atención médica, con la res-tricción adicional de que el médico debelimitarse a proporcionar los medica-mentos necesarios para el suicidio y abs-tenerse de intervenir directamente paraque éste se produzca.

Es muy diferente la situación legal enSuiza, en donde no se requiere una con-dición de enfermedad para justificar ladecisión de una persona para terminarcon su vida y colaborar con ella para quelo consiga. En este país, la ayuda paramorir se considera legítima y se permitesiempre y cuando se ofrezca por motivosaltruistas. La persona que colabora conquien se suicida no tiene que ser un mé-dico, puesto que los motivos para quitar-se la vida no provienen necesariamentede enfermedades o condiciones médicas.

El derecho a la muerte voluntaria

Las diferencias entre los países que le-gislan sobre la muerte asistida indicanque no hay una concepción uniforme deesta práctica y que varían las condicionesen que se justifica y se permite. Esto sig-

duo en estado vegetativo persistente o de unenfermo terminal que no puede comunicar-se) y puede estar igualmente justificada la in-tervención médica para terminar con su vida.

3El caso Chabot es muy controvertido,pues se trata de una situación límite: el sufri-miento de la mujer que pidió ayuda para mo-rir no estaba causado por una enfermedad.Su médico, quien había establecido una rela-ción profesional con ella, primero trató dealiviar el dolor emocional de quien conside-raba su paciente, pero cuando se dio cuentade que no podía ayudarla a disminuir su su-frimiento, aceptó ayudarla a morir.

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nifica que existen posiciones muy diver-sas sobre el derecho a la muerte volunta-ria. Por lo mismo, nos damos cuenta deque las preguntas que hemos propuestocomo punto de partida para el análisis yla reflexión de la muerte asistida impli-can otras más. Dicho de otra manera,cada una de las preguntas se puede am-pliar para considerar la muerte asistida

más allá del contexto médico. Así, porejemplo, preguntarse si un paciente tie-ne derecho a decidir la terminación desu vida da pie a una pregunta más gene-ral: ¿se reconoce ese derecho para cual-quier persona?, lo que constituye el pun-to central del tema del suicidio.

Parecería lógico suponer que si se re-conoce el derecho de un enfermo a deci-dir la terminación de su vida, previa-mente tendría que reconocerse ese dere-cho a toda persona. No es así. Haypersonas que aceptan el derecho de unenfermo muy grave a decidir la termina-

Preguntarse si un paciente tienederecho a decidir la terminación desu vida da pie a una pregunta más general: ¿se reconoce esederecho para cualquier persona?, lo que constituye el punto centraldel tema del suicidio

ción de su vida, pero que no reconocenese derecho para cualquier persona. Hayotras personas que reconocen el derechode todo individuo a decidir la termina-ción de su vida y consideran que el sufri-miento que produce una enfermedad só-lo es una de tantas motivaciones para to-mar esa decisión.

Por tanto, al cuestionar si una perso-na tiene derecho a decidir su muerte, lasrespuestas se dividen: hay quienes nie-gan ese derecho a cualquier persona (in-dependientemente de su condición ymotivación), hay otros que reconocenese derecho para cualquier persona(mientras la persona esté mentalmentecapacitada para tomar decisiones)4 y hay

4El tema del suicidio está frecuentemen-te asociado al de la enfermedad mental. Paramuchas personas, el suicidio siempre es unsíntoma de enfermedad mental y por ellomismo debe prevenirse (es la posición de lapsiquiatría), mientras que, para otros, el sui-cidio puede justificarse siempre y cuando nosea un síntoma de una condición mental tra-table que disminuya la libertad de la persona.Esta posición da por supuesto que hay suici-dios que no implican una enfermedad men-tal y que son acciones extremas mediante lascuales las personas expresan su última posi-bilidad de libertad.

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otros más que reconocen ese derechosólo cuando el motivo para terminar conla vida se debe a una enfermedad físicaterminal o a una condición médica quelimita por completo la vida. Es intere-sante señalar que algunas de las personasque se encuentran en esta tercera posi-ción, al pedir ayuda para morir les im-porta establecer una clara distinción en-tre la eutanasia que sí aceptan (recibirayuda de un médico para terminar consu vida) y el suicidio que desaprueban(terminar ellos mismos con su vida).5

5Fue el caso de una mujer británica tetra-pléjica que obtuvo el permiso judicial paraque se le desconectara el respirador artificialque la mantenía con vida. La paciente co-mentó que ella no hubiera apagado por símisma la máquina (en el supuesto de que hu-biera habido un mecanismo para que ella pu-diera hacerlo) porque era creyente y no que-ría suicidarse y dejar esa marca entre sus fa-miliares y amigos. Es también la idea quedefiende el teólogo católico Hans Küng,quien considera legítima la eutanasia para elcaso del enfermo muy grave, pero moral-mente reprobable para una persona que bus-que terminar con su vida por otro tipo deproblemas. El Vaticano condena igualmente

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El debate impostergable

Ahora bien, así como la primera pre-gunta dio lugar a otra, también puedehacerlo la segunda. La pregunta “¿Tieneun paciente derecho a pedir a un médi-co ayuda para morir?” puede ampliarse a“¿Tiene una persona derecho a pedir aotra que la ayude a morir?” Como pue-de verse, las posibles combinaciones derespuesta se multiplican en la medida enque se abren las opciones más allá delcontexto médico. Existen dos corrientesprincipales entre quienes reconocen elderecho de las personas a decidir cómo ycuándo morir (tenemos presente el he-cho de que unos sólo lo reconocen enquienes padecen una enfermedad físicagrave): quienes piensan que las personastienen derecho a pedir ayuda para moriry quienes piensan que no lo tienen, quedeben procurarse la muerte por sí mis-mas. Se podría incluir una tercera op-ción, la de quienes reconocen este dere-cho exclusivamente para el caso de per-sonas que se encuentran físicamenteimposibilitadas de terminar con su vida,

la eutanasia y el suicidio, por ser ambos actosque atentan contra la vida humana, cuyo finsólo Dios puede decidir.

aun cuando quisieran hacerlo. Sin em-bargo, a la hora de considerar a quiéncorresponde pedir esa ayuda, surge unadiversidad de opiniones: ¿a un médico oa cualquier persona? Ya vimos que la so-lución en los Países Bajos y en Suiza su-pone concepciones muy diferentes; en elprimer país sólo se permite que sea unmédico quien ayude al paciente, mien-tras que en el segundo se permite ayudara morir a cualquier persona que lo piday lo puede hacer cualquier persona. Porsupuesto, en ambos países deben reunir-se ciertas condiciones.

Si seguimos revisando las preguntasrestantes que propusimos tendríamosque ampliarlas en el mismo sentido. Latercera pregunta: “¿Tiene un médico al-gún deber de responder cuando un pa-ciente le pide ayuda para morir?”, sepuede convertir en “¿Tiene una personaalgún deber de responder cuando otrapersona le pide ayuda para morir?”6 Por

6Al hablar de “deber” nos referimos alhecho de si la persona que pide ayuda paramorir merece recibirla por efecto de algúntipo de solidaridad hacia ella, pero no pensa-mos que exista ninguna obligatoriedad. To-

Asunción Álvarez del Río

Ya es tiempo de que en nuestro país iniciemos un debate quereconozca las necesidades y voluntades de las personas quepadecen enfermedades o condiciones médicas, ante las cualesla muerte es la única opción digna que encuentran.1 Quie-nes saben que su sufrimiento no tiene solución y aceptan lamuerte como el acontecimiento inevitable que tarde o tem-prano ha de llegar, deben poder ejercer su libertad y decidircómo y hasta cuándo quieren vivir. Y quienes llegan a pre-ferir adelantar su muerte para poner límite a una situaciónque consideran intolerable deben tener derecho a asegurar-se un final tranquilo, acompañados de quienes deseen y enun ambiente en el que no haya que añadir preocupaciones yaflicciones adicionales al dolor que entraña la muerte misma.

Un debate racional y abierto sobre la muerte asistida ennuestro país requiere que, en lo posible, se conozcan las si-

1Con esto no queremos decir que no se hayan dado algunosprimeros pasos, como publicaciones, investigaciones y actividadesacadémicas, todas ellas importantes porque contribuyen al cono-cimiento y al debate del tema. En este sentido, habría que hablarde continuar, más que de iniciar, pero nos parece adecuado man-tener el término para subrayar que apenas estamos en el comien-zo de lo que debe ser un profundo y extenso debate.

tuaciones particulares de los enfermos que consideran la op-ción de terminar con su vida. Antes de pensar en legalizar laeutanasia hay que asegurar que se den las condiciones para quela ayuda para morir que presta un médico a un enfermo real-mente signifique el reconocimiento de su derecho a una muer-te digna elegida libremente. Esto supone revisar y mejorar mu-chas cosas, empezando por el hecho de que los enfermos quepadecen una enfermedad que pone en peligro su vida muchasveces ni siquiera lo saben. ¿Cómo podrían plantearse la opciónde la eutanasia si no saben lo que les espera cuando evolucionesu enfermedad? ¿Cómo podemos considerar la voluntad de unpaciente hasta el grado de decidir poner fin a su vida, cuandono se ha reconocido esa voluntad ni para decidir sobre los tra-tamientos que está dispuesto a seguir?

Tomar en serio el debate sobre la muerte asistida obliga arevisar otros aspectos de la atención médica desde una perspec-tiva ética, en particular el reconocimiento de la autonomía delpaciente, su derecho a la información y a tomar decisiones so-bre su vida. Esto significa cambiar un modelo de atención pa-ternalista, que todavía prevalece en nuestro país, por uno en elque el médico sea responsable con el paciente y no en lugar delpaciente. Es un hecho reconocido por los médicos que en Mé-xico la eutanasia pasiva es una práctica mucho más extendidaque la activa. En muchos hospitales se aplica con el consensode familiares y médicos para terminar con la vida de pacientesque no tienen posibilidad de mejorar. Se aplica en pacientesgeneralmente inconscientes y se espera que la muerte sobre-venga en poco tiempo (unas horas o unos días), para lo cual se

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el momento dejamos de lado cuáles pu-dieran ser esas condiciones en las que seencuentra una persona que pide ayudapara morir cuando no está gravementeenferma, las cuales seguramente le im-portará valorar a quien recibe un pedidocomo éste.

Entre quienes reconocen que cual-quier persona tiene el derecho a decidirla terminación de su vida, hay unos quepiensan que en ningún caso se podríaconsiderar un deber ayudar a morir aquien lo pide. Otros creen que sólo pue-de tomarse como un deber en el caso depacientes con enfermedad terminal o encondiciones médicas muy graves. Porúltimo, otros consideran que, según elcaso, el deber de ayudar a morir puededarse a cualquier persona que lo pida.Las opiniones también se dividen entre

das las legislaciones que permiten la muertemédicamente asistida aclaran que ningúnmédico está obligado a aplicar la eutanasia oayudar a un paciente a suicidarse si esto va encontra de sus valores. Cabe aclarar que tam-bién los enfermeros pueden negarse a hacerlos preparativos para que pueda practicarsela eutanasia.

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quienes consideran que el deber de ayu-dar a morir sólo puede existir hacia unenfermo grave, pues unos sostienen quedebe ser un médico quien brinde la ayu-da, y otros admiten que puede darla unapersona diferente. La idea de que el mé-dico es el más indicado para ayudar amorir tiene que ver con el hecho de quesu intervención se concibe como partede la atención médica que da al pacientey, dentro de ésta, ayudar a morir puedeser la única forma que queda de propor-cionarle alivio. Pero también tiene quever con el hecho de que los médicos,además de estar capacitados para utilizarlos fármacos en la dosis y en la maneramás conveniente, son quienes tienen ac-ceso legal a ellos.

Sin embargo, nuevamente nos damoscuenta de que las opiniones se dividen yque muchas personas, principalmentemédicos, se apegan a la idea de que suscolegas nunca deberían ayudar a morir aun paciente porque esto va en contra desu profesión, que es preservar la vida.Otros aceptan que los médicos ayuden asus pacientes, pero consideran que el au-xilio debe limitarse a proporcionar losmedicamentos, y que debe ser la perso-

na que quiere morir quien realice la ac-ción última que le causará la muerte. Yuna posición más es la que defiende T.Szasz, quien considera un gran error quela ayuda para morir se haya convertidoen un asunto que deciden los médicos, yque sean ellos quienes determinen enqué sujetos se puede hacer la excepciónpara justificar y apoyar una decisión demuerte voluntaria, que normalmenteconsiderarían una expresión de enfer-medad mental.7

7T. Szasz, Libertad fatal, Barcelona, Pai-dós, 2002, en especial el capítulo v, “La pres-cripción del suicidio. La muerte como trata-miento”, y el vi, “La perversión del suicidio.El asesinato como terapia”, pp. 128-207. Lasreflexiones y críticas de este autor a la medi-calización del suicidio nos parecen muy lúci-das en su cuestionamiento al poder de losmédicos para decidir cuándo deben prevenirel suicidio y cuándo apoyarlo, lo cual puedesignificar en muchos casos expropiar al suje-to la responsabilidad sobre su muerte volun-taria. Sin embargo, nos da la impresión deque Szasz ignora las condiciones en que mu-chas personas deciden su muerte voluntaria,como es el caso de los enfermos terminalescon sufrimientos intolerables. En estos casos

les retira el apoyo que sostiene su vida.2 Esta práctica no plan-tea los problemas morales de la eutanasia activa y, sin embar-go, debería preocuparnos el hecho de que los pacientes no ha-yan tenido oportunidad de expresar su voluntad cuando toda-vía estaban conscientes. Posiblemente en muchos de esos casosse dejó que los pacientes llegaran a esa condición, que podíahaberse anticipado, sin que se favoreciera a tiempo una comu-nicación que les permitiera decidir, por sí mismos, sobre el fi-nal de su vida cuando todavía estaban física y mentalmente ca-pacitados para hacerlo.

Una reflexión más sobre lo que debe evitarse de manera in-cuestionable: que la eutanasia sea una práctica que sirva paraencubrir acciones dirigidas a resolver problemas administrati-vos. En los Países Bajos, en donde el estado cubre los serviciosde salud, no existe tal temor. No puede ignorarse que en mu-chos países, entre ellos el nuestro, en donde no hay esta cober-tura, los motivos económicos pueden intervenir en las decisio-nes de los enfermos que no quieren causar la ruina económicade sus familiares. Si la eutanasia se solicitara por esta causa, encierto modo podría decirse que se limitó la libertad del pacien-te para decidir su muerte. Pero sería más grave si fueran losmédicos o los familiares los que influyeran (por falta de recur-sos) en los pacientes para que éstos pidieran la eutanasia. Y, uncaso todavía peor, que consideraciones de costo-efectividad seimpusieran en el juicio de los médicos para encontrar pacien-tes “prescindibles” a quienes podrían provocar la muerte.

2A. Kraus, “La ética de los moribundos”, Nexos, núm. 307: 34-38.

Como señala Seay, si se demostrara, con razones convin-centes, que el hecho de que los médicos participen en lamuerte asistida hace que abusen de la práctica y la apliquenen contra de la voluntad de los pacientes, habría que impe-dir su legalización. Pero mientras esto no se demuestre, de-be responderse a quienes por ese temor se oponen a legali-zar la eutanasia, que siempre es posible establecer límites ycriterios para decir cuándo debe permitirse acelerar lamuerte de un paciente y cuándo no.

La única manera de establecer límites claros a una prác-tica, de acuerdo con los principios éticos, es conociendo lassituaciones concretas en que se aplica. Para el caso de Méxi-co, representa un gran reto lograr un debate basado en laproblemática concreta de nuestro país, pues implica superarlo que, de otra manera, perduraría como un círculo vicioso.Aunque sea comprensible la resistencia, sobre todo por par-te de los médicos, a hablar abiertamente de una práctica ile-gal, por los riesgos que implica, deben encontrarse los me-canismos para superar este obstáculo. De no hacerlo, lapráctica se mantendrá en la clandestinidad, reforzando asíuna política que consiste en hacer como si la eutanasia noexistiera, y de esa manera no podría regularse ni controlar-se. Tampoco podrían evitarse los abusos en su nombre ni segarantizaría como opción para quien la eligiera, aun despuésde haber analizado con profundidad su situación.

El hecho de que el problema de la eutanasia en Méxicoimplique grandes dificultades nunca será una razón suficien-te para no hacerle frente.

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De las cuatro preguntas originalespara guiar el debate sobre la eutanasianos falta ampliar la última: “¿El estadodebe respaldar los derechos del paciente(para decidir cuándo terminar con su vi-da y pedir ayuda a su médico) y el deberdel médico para responder a ese pedi-do?” Quedaría entonces: “¿El estado de-be respaldar los derechos del individuopara morir y para pedir ayuda a otra per-sona, y cuál es el deber de ésta para res-ponder a esa petición?” A pesar del an-tecedente de Suiza, nos parece que larespuesta intuitiva es no, el estado notiene por qué respaldar la decisión decualquier persona que quiere morir e in-volucrar a otra para que la ayude, ni tie-ne por qué respaldar a esa otra personapara que dé esa ayuda.

Pensamos que las preguntas que ini-cialmente hacemos en relación con unpaciente y un médico, y que podemosresponder afirmativamente, se demues-tran un tanto insostenibles si las amplia-mos al caso hipotético de cualquier per-sona. Aunque quizá tampoco haya queprecipitar la respuesta, y así como cree-mos que el estado no debe respaldar ta-les derechos ni tal supuesto deber, tam-bién nos preguntamos si le corresponde

nos parece adecuado que cuenten con elapoyo y la ayuda de su médico para alcanzarsu propósito y no pensamos que tal hechodisminuya su autonomía.

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impedirlos cuando provienen de ciuda-danos que eligen libremente, sin dañar aotros.8

Uno de los problemas que plantea lamuerte voluntaria es que generalmente

Es un gran error que la ayuda para morir se haya convertido en un asunto que deciden losmédicos y que sean ellos quienesdeterminen en qué casos se puede hacer la excepción parajustificar y apoyar una decisión de muerte voluntaria

8Es el argumento de Mill para señalar loslímites del estado liberal, el cual no tiene porqué intervenir en las acciones de los ciudada-nos que no dañan a otros. Véase J. S. Mill,On Liberty, editado por R. B. McCallum,Oxford, Blackwell, 1946, citado por M.Charlesworth, La bioética en una sociedad libe-ral, Cambridge, Cambridge UniversityPress, 1996, pp. 18-19. Representa una obje-ción al argumento de Mill el hecho de que alestado le importa preservar la vida humanade sus ciudadanos, aun cuando existan ele-mentos que indiquen que esto va en contrade los intereses personales de un ciudadanoen particular: los padres de Nancy Cruzantuvieron que esperar siete años antes de ob-tener el permiso judicial para que se inte-rrumpiera el soporte de vida artificial quemantenía con vida a su hija en estado vegeta-tivo persistente; los jueces debían haber teni-do más presente a Mill.

alguien resulta afectado por ella, ademásde quien termina con su vida.9 Desdeluego, la forma y el grado en que otrosse ven afectados varía enormemente deacuerdo con las circunstancias en que sedecide y se realiza una muerte volunta-ria. Es mucho más doloroso descubrirque una persona cercana y amada se hasuicidado, sin que nosotros tuviéramosalguna advertencia de sus planes, quepresenciar el momento de la muerte deuna persona querida que decidió ponerfin a su vida mediante la eutanasia, paraterminar con el sufrimiento de una en-fermedad. En el primer caso existen otroselementos que agravan el dolor: imagi-nar la soledad que rodeó la decisión y lamuerte de quien se suicidó, el hecho po-sible de que la muerte fuera violenta, asícomo la confrontación que supone nocomprender la razón por la cual la per-sona decidió la separación definitiva detodo lo que formaba parte de su vida, yla posible culpa de pensar que pudo ha-ber necesitado una ayuda que no se lepudo dar.10 En el segundo caso, el hechode que no existan estos elementos no eli-mina el dolor que siempre produce lamuerte, pero sí evita la angustia, la cul-pa y otras aflicciones adicionales.

9Reconocer que la muerte voluntaria deuna persona generalmente afecta a otros esun aspecto importante a considerar, pero nopuede ignorarse que a lo largo de la vida laspersonas deben tomar muchas decisionesque afectan de diferente manera a otros yque pueden ser éticamente adecuadas: termi-nar una relación sentimental, cambiar de tra-bajo, de residencia, etcétera. En ocasiones, elhecho de reconocer que otros se verán afec-tados por esas decisiones puede ser una ra-zón para no tomar la decisión, pero en otrasno tiene por qué serlo.

10Según Pepe Rodríguez, en nuestra cul-tura, horrorizada por la muerte, resulta in-comprensible que alguien se quite la vidacon plena libertad y responsabilidad, no im-porta lo que esté sufriendo en su fuero inter-no. Como nadie quiere entender el suicidiode una persona cercana como un acto delibe-rado de autodestrucción, busca un chivo ex-piatorio para convertir al suicida en víctimade algo o alguien. Considera este autor quequien se suicida es el responsable de sumuerte y esto es importante comprenderloporque el suicida, con su acto, muchas vecesdeja a quienes le sobreviven un mensaje deculpa o condena difícil de asimilar, sin la me-nor oportunidad de defenderse o aclarar lasconductas. Véase P. Rodríguez, Morir es nada,Barcelona, Ediciones B, 2002, pp. 268-273.

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Problema infernalSamantha Power

Recién salido de nuestras prensas,Problema infernal. Estados Unidos en laera del genocidio es un detallado yespeluznante análisis de la tímidapolítica exterior de ese país respectode las matanzas masivas. Escrito conla vehemencia del periodista detalento pero con la documentación delacadémico, el libro del que tomamoseste fragmento y que forma parte denuestra Sección de Obras de Política yDerecho mereció en 2003 el premioPulitzer a obras no literarias

Un domingo de junio de 1995 conocípor casualidad a Sidbela Zimic, una niñade nueve años de edad residente de Sa-rajevo. Varias horas después de oír el fa-miliar silbido, seguido del estallido deun proyectil, caminé unas cuadras hacialo que había sido uno de los otrora for-midables edificios de departamentos delbarrio. Su estropeada fachada ostentabalas huellas de los típicos hoyos de tresaños de lluvia de metralla y balazos. Eledificio carecía de ventanas, electricidad,gas y agua. No era habitable, salvo paralos orgullosos habitantes de Sarajevo,quienes no tenían otro lugar a donde ir.

La hermana adolescente de Sidbelaestaba parada —aturdida— no lejos de laentrada del edificio. Había un delgadocharco rojo a su lado, en el patio, dondeestaban tiradas una zapatilla azul, dos ro-jas, y una cuerda para saltar con mangostipo cucurucho. La policía bosnia habíacubierto la parte enrojecida de la losacon un plástico con el alegre emblemaceleste y blanco de las Naciones Unidas.

A Sidbela se le conocía en el vecinda-rio como estudiosa, y por sus muchasparticipaciones en competencias de be-lleza y talento. Ella y sus compañeras dejuego se las ingeniaban para aprovecharal máximo una niñez en que el movi-miento estaba muy restringido, y coro-naban así a la “Reina del Edificio”, a“Miss Esquina” y “Miss Vecindario”. Esamañana tranquila Sidbela le había roga-do a su madre cinco minutos al aire libre.

La señora Zimic estaba desolada. Unaño y medio antes, en febrero de 1994,

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una bomba cayó en el mercado principalen el centro de la ciudad, y despedazó a68 compradores y puesteros. Las imáge-nes de esta masacre generaron ampliacompasión en Estados Unidos, e impul-saron al presidente Bill Clinton y a susaliados de la otan a hacer algo. Manda-ron un ultimátum sin precedentes, en elque amenazaban con realizar bombar-deos masivos contra los serbios de Bos-nia si reanudaban sus ataques a Sarajevoo continuaban con lo que Clinton des-cribió como “matanza de inocentes”.

“Nadie debe dudar de la decisión dela otan”, advirtió Clinton. “Cualquiera—dijo, y repitió la palabra para hacerhincapié—, cualquiera que bombardeeSarajevo debe […] estar dispuesto a ate-nerse a las consecuencias.”1 En respuestaa lo que sintieron como un compromisode Estados Unidos, los 280 mil habitan-tes de Sarajevo poco a poco se adaptarona la vida bajo la imperfecta, pero protec-tora, cobertura de la otan. Después dealgunos cautelosos meses empezaron amostrar los rostros paseando por el ríoMiliacka y reconstruyendo los cafés conmesas en las banquetas. Niños y niñasbrincaron de sus lóbregos sótanos y de lavista de sus mayores para redescubrir losjuegos al aire libre. Saboreando la niñez,se volvieron golosos del sol y de los jue-gos. Sus padres agradecían a EstadosUnidos y trataban muy bien a los esta-dounidenses que visitaban Sarajevo.

La resolución estadounidense, sinembargo, se marchitó en breve. No seconsideró que valiera la pena arriesgar asoldados estadounidenses ni antagonizarcon los aliados europeos que deseabanmantenerse neutrales para salvar vidasbosnias. Clinton y su equipo bajaron sutono retórico de genocidio a “tragedia”y “guerra civil”, menoscabando las ex-pectativas de que hubiera algo que Esta-dos Unidos pudiera hacer. El secretariode Estado, Warren Christopher, nuncamostró mucho entusiasmo porque inter-

1 Declaración del presidente Clinton res-pecto de las propuestas para manejar la situa-ción en Bosnia, Federal News Service, 9 defebrero de 1994.

vinieran en los Balcanes. Hablaba una yotra vez de un “contexto” para aquietarla incomodidad moral que generaba quesu país no interviniera. “Es un problemarealmente trágico”, dijo Christopher.“El odio entre estos tres grupos —bos-nios, serbios y croatas— es de no creer-se. Casi aterra, y data de siglos. En rea-lidad es un problema infernal.”2 Trasunos meses de la masacre en el mercado,Clinton adoptó esa actitud, y trató aBosnia como su problema infernal, unproblema que esperaba se consumiesesolo, desapareciera de las primeras pla-nas y dejara tranquila su presidencia.

Los nacionalistas serbios actuaron enconsecuencia. Entendieron que tenían lalibertad de reanudar su bombardeo so-bre Sarajevo y otras ciudades bosniasatestadas de civiles. Los padres luchabancon sus hijos y buscaban incentivos quelos indujeran a quedarse en casa. El pa-dre de Sidbela recordó: “Convertí el la-vadero en un lugar de juegos. Les com-pré a los chicos muñecas Barbie, autosBarbie, todo, sólo por mantenerlosadentro.” Pero su precoz hijita se saliócon la suya: “Papi, por favor, déjame vi-vir mi vida. No puedo quedarme en casatodo el tiempo.”

Las promesas estadounidenses, quelos artilleros serbios tomaron en serio alprincipio, ofrecieron a los habitantes deSarajevo un breve respiro, pero tambiénalentaron esperanzas entre los bosnios deque de nuevo podían vivir seguros. El ca-so fue que la brutalidad de los líderes po-líticos, militares y paramilitares serbiosse haría merecedora de repudio, pero node la prometida intervención militar.

El 25 de junio de 1995, minutos des-pués de que Sidbela le diera un beso en lamejilla a su madre y le sonriera con ex-presión triunfante, un proyectil serbio ca-yó en el patio donde ella, junto con Ami-na Pajevic de 11 años, Liljiana Janjic de12 y Maja Skoric de 5, saltaban la cuer-da. Todas murieron, y elevaron así el nú-mero de niños asesinados en la guerra enterritorio bosnio de 16 767 a 16 771.

2 Warren Christopher en Face the Nation,cbs, 28 de marzo de 1993.

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Si algún hecho puede predisponer auna persona a imaginar la iniquidad,tiene que ser éste. Yo tenía casi dos añosde reportear desde Bosnia en el mo-mento de la masacre en el patio. Hacíamucho que había abandonado toda es-peranza de que los aviones de la otan,que a diario pasaban rugiendo, llegarana bombardear a los serbios para que de-tuviesen su ataque de artillería a la capi-tal sitiada. Y llegué a esperar lo peor pa-ra los civiles musulmanes dispersos en lacampiña.

Sin embargo, cuando los serbios deBosnia comenzaron a atacar la llamada“zona de seguridad” de Srebrenica el 6de julio de 1995, 10 días después de mivisita a la entristecida familia Zimic, nosentí mayor temor. Supuse que ni si-quiera los serbios de Bosnia se atreve-rían a apoderarse de un pedazo de tierrabajo control de las Naciones Unidas. Lanoche del 10 de julio pasé por casualidadpor el edificio de la Associated Press,que se había convertido en mi hogaradoptivo durante el verano debido a susentusiastas periodistas y a su funcionalgenerador. Al llegar esa noche recibí unasacudida. Cundía total caos alrededor delos teléfonos. El ataque serbio a Srebre-nica, ciudad que había estado “deterio-rándose” durante días, de pronto se ha-bía “ido al demonio”. Los serbios esta-ban dispuestos a tomar la ciudad, ypusieron un ultimátum para que lasfuerzas de paz de la onu entregaran ar-mas y equipo, o serían objeto de unbombardeo. Unos 40 mil musulmanes,

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entre hombres, mujeres, y niños, esta-ban en serio peligro.

Aunque me tardé un poco en apreciarla magnitud de la ofensiva, no era dema-siado tarde para cumplir con mi plazo deenvío a Estados Unidos. Un artículomatutino en The Washington Post aún po-día avergonzar a los líderes políticos de

ese país para que respondieran. Tan fre-néticos estaban los demás corresponsa-les que tardé 15 minutos en conseguiruna línea telefónica. Cuando pude, dicon Ed Cody, el subdirector de noticiasdel exterior del Post. Sabía que los lecto-res estadounidenses estaban cansados delas malas noticias de los Balcanes, perolo que estaba en juego por este ataque enparticular era colosal. El general serbiode Bosnia, Ratko Mladic, no estaba bro-meando ni planeaba una insignificantetoma de territorio para mandar un men-saje político: quería apoderarse de unenorme trozo de territorio con “protec-ción” internacional y desafiaba al mundoa que lo impidiera. Empecé a relatar loshechos a Cody tal como los conocía:“Los serbios están sobre Srebrenica. Se-gún la onu, decenas de miles de refugia-

No me llevó mucho tiempodescubrir que la respuestaestadounidense al genocidio bosniofue la más vigorosa del siglo. En toda su historia, Estados Unidosjamás ha intervenido para impedirun genocidio, y apenas si lo condena cuando ocurre

dos musulmanes ya se amontonaron ensu base en el centro de la ciudad. Escuestión de horas antes de que los ser-bios tomen todo el reducto. Ésta es unacatástrofe en cierne. Una zona de segu-ridad de la onu está por caer.”

Como nueva colaboradora de TheWhashington Post, me advirtieron queCody, veterano de carnicerías en MedioOriente, no se impresionaba con facili-dad. En esta ocasión me dejó terminar ydespués planteó algunas preguntas inci-sivas, preguntas que me hicieron pensarque entendía la gravedad de la crisis.Después me dejó atónita: “Bueno, por loque me cuenta, aunque las cosas siguensu curso, los serbios no van a tomar laciudad esta noche.” Me preparé para losiguiente, que no se hizo esperar:“Cuando caiga Srebrenica, parece quevamos a tener material interesante.”

Protesté, pero no mucho. Sospecha-ba más o menos que los serbios quizá ce-derían, y no quería gritar “¡Ahí viene ellobo!” Pero para la tarde siguiente Sre-brenica había caído, y los aterrorizadoshabitantes del enclave estaban en manosdel general Mladic, un supuesto crimi-nal de guerra de quien se sabía que habíaorganizado el salvaje sitio de Sarajevo.

Yo trabajé en Sarajevo, donde losfrancotiradores serbios hacían prácticade tiro con arropadas ancianas que car-gaban bidones de agua sucia a través dela ciudad, y donde los pintorescos par-ques se transformaron en cementeriospara recibir el diluvio de jóvenes muer-tos. Entrevisté a hombres demacradosque habían perdido 20 o 25 kilos y lleva-ban cicatrices permanentes, producto delos campos de concentración serbios. Yno hacía mucho que había cubierto lamasacre de cuatro colegialas. Sin embar-go, a pesar de mis experiencias, o quizása consecuencia de ellas, sólo podía ima-ginar lo que ya había presenciado. Jamásse me ocurrió que el general Mladic po-dría o querría ejecutar hasta el últimohombre o niño musulmán en su poder.

Unos días después de la caída de Sre-brenica, un colega me llamó desde Nue-va York para informarme que el embaja-dor bosnio en la onu afirmaba que losserbios de Bosnia aniquilaron a más demil musulmanes de Srebrenica en unestadio de futbol. ¡No era posible! “No”,respondí, atónita. Mi amigo repitió suspalabras. “No”, dije de nuevo, con de-cisión.

Yo tenía razón. Mladic no ejecutó a

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mil hombres: mató a más de 7 mil.Cuando volví a Estados Unidos, Sid-

bela y Srebrenica no se apartaron de mimente. Me quedé helada ante una pro-mesa que logró que una niña saliera deun sótano a un patio en Sarajevo. Me ob-sesionaba el asesinato de los hombres yniños musulmanes de Srebrenica, mipropio fracaso en advertirlo a tiempo, yla negativa del mundo externo a interve-nir incluso cuando el peligro que corríanesos hombres era ya evidente. No podíaevitar el recuerdo de las muchas conver-saciones que sostuve con mis colegas res-pecto de la intervención. En nuestras dis-cusiones, en reuniones de trabajo, duran-te viajes y en entrevistas con altosoficiales bosnios y estadounidenses, nospreguntábamos cómo habrían respondi-do Estados Unidos y sus aliados si losmismos crímenes se hubiesen cometidoen otro lugar (los Balcanes evocan ani-mosidades ancestrales y polvorines infla-mables), contra distintas víctimas (la ma-yoría de las atrocidades se perpetraroncontra individuos de fe musulmana) o enuna época distinta (la Unión Soviéticaacababa de desmoronarse, ninguna nuevavisión mundial remplazaba aún el viejoorden mundial, y la onu no había aceita-do sus goznes herrumbrados ni se librabatodavía de sus anacrónicas prácticas y su-posiciones). En 1996, ya a alguna distan-cia del campo, comencé a explorar lasreacciones de Estados Unidos a casos an-teriores de matanzas a mansalva. No mellevó mucho tiempo descubrir que la res-puesta estadounidense al genocidio bos-nio fue la más vigorosa del siglo. En todasu historia, Estados Unidos jamás ha in-tervenido para impedir un genocidio, yapenas si lo condena cuando ocurre. […]

La gente explica que Estados Unidosno respondía a genocidios específicosporque no sabía qué estaba pasando, oque sabía pero no les importaba, o que, almargen de lo que sabían, poco podíanhacer. Me di cuenta de que los estadouni-denses responsables de tomar decisionespolíticas sí conocían muy bien los críme-nes que se cometían. Algunos se preocu-paron y bregaron por que se actuara, conconsiderables sacrificios personales yprofesionales. Estados Unidos sí tuvo in-contables oportunidades de mitigar e im-pedir matanzas, pero una y otra vez loshombres y mujeres decentes voltearon lamirada. Todos asistimos al genocidio. Lapregunta crucial es por qué. […]

Este libro tiene la intención delibera-

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da de mostrar la respuesta de políticos yciudadanos estadounidenses por variasrazones. En primer lugar, las decisionesde Estados Unidos de actuar o no hantenido mayor efecto en las víctimas quelas de cualquier otra potencia mundial.

En segundo lugar, desde la segunda gue-rra mundial, Estados Unidos ha tenidouna tremenda capacidad para limitar elgenocidio. Pudo usar sus vastos recursossin arriesgar la seguridad nacional. Entercer lugar, Estados Unidos se compro-metió de lleno a la conmemoración y di-fusión sobre el holocausto. El HolocaustMemorial Museum, que se destaca en laavenida que recorre el Monumento aLincoln y el edificio conmemorativo aJefferson, a escasos metros del MuroRecordatorio de Vietnam, atrae a 5 500visitas por día, o dos millones por año,casi el doble de las que van la Casa Blan-ca. En cuarto lugar, en años recientes losdirigentes estadounidenses, imbuidos deuna nueva cultura de conciencia sobre elholocausto, se comprometen de manerarepetida a impedir los genocidios. En1979, el presidente Jimmy Carter afirmóque, en memoria del holocausto, “debe-mos labrar un pacto inamovible con to-dos los pueblos civilizados para que nun-ca más permanezca en silencio el mun-do, nunca más permanezca inactivo paraimpedir este terrible crimen del genoci-dio”.3

Cinco años más tarde, también el pre-sidente Ronald Reagan afirmó: “Igualque ustedes, yo digo con voz firme:‘¡Nunca más!’”4 El presidente GeorgeBush padre se unió al coro en 1991. Al

Ningún presidente de EstadosUnidos tiene como prioridad laprevención del genocidio, y ningunoha pagado costo político alguno pordesentenderse de él. Así, no escoincidencia que el genocidiocontinúe

3 “Comisión presidencial sobre el Holo-causto: Comentarios al recibir el informedefinitivo de la Comisión”, 27 de septiembrede 1979, Public Papers of the Presidents of theUnited States: Jimmy Carter, 1979, gpo, Was-hington, 1979, p. 1773.

4 “Comentarios en la Convención Inter-nacional de B’nai B’rith”, 6 de septiembre de1984, Public Papers of the Presidents of the Uni-ted States: Ronald Reagan, 1987, gpo, Was-hington, 1987, p. 1244.

hablar “en calidad de veterano de la se-gunda guerra mundial, de estadouniden-se y, ahora, de presidente de EstadosUnidos”, Bush dijo que su visita a Ausch-witz lo motivó a tomar “la decisión nosólo de recordar, sino de actuar”.5

Antes de asumir la presidencia, Clin-ton reprochó a Bush por Bosnia: “Si loshorrores del holocausto nos enseñaronalgo, es el alto costo de permanecer ca-llados y paralizados ante el genocidio.”6

Ya presidente, en la inauguración delMuseo del Holocausto, Clinton criticóla inacción de Estados Unidos durante lasegunda guerra mundial. “A medida quenuestra conciencia parcial de los críme-nes se convirtió en hechos indiscutibles,se hizo demasiado poco. No debemospermitir que vuelva a suceder.”7 Pero lafrase prometedora, consoladora, de“nunca más”, un testamento del espíritude la capacidad estadounidense para lo-grar resultados, jamás tomó en cuentaque el país no tuvo medida alguna, prác-tica o política, para responder al genoci-dio. El compromiso fue vacuo frente amatanzas reales.

Antes de explorar la relación de Esta-dos Unidos con el genocidio, solía refe-rirme a la política hacia Bosnia como “unfracaso”. Cambié de parecer. Es duro re-conocerlo, pero la sistemática política deno intervención de este país frente al ge-nocidio ofrece un triste testimonio no deun régimen político destruido, sino deuno implacablemente eficaz. El sistema,tal como está, funciona.8 Ningún presi-dente de Estados Unidos tiene comoprioridad la prevención del genocidio, yninguno ha pagado costo político algunopor desentenderse de él. Así, no es coin-cidencia que el genocidio continúe.

Traducción de Alasdair Lean.

5 “Apreciaciones del presidente GeorgeBush en la cena Simon Wiesenthal, CenturyPlaza Hotel, Los Ángeles, California”, Fede-ral News Service, 16 de junio de 1991.

6 Clifford Krauss, “U.S. Backs Away fromCharges of Atrocities in Bosnia Camps”, TheNew York Times, 5 de agosto de 1992, p. a12.

7 “Comentarios en la inauguración delMuseo Conmemorativo del Holocausto deEstados Unidos”, 22 de abril de 1993, PublicPapers of the Presidents of the United States:William Clinton, 1993, gpo, Washington,1994, p. 479.

8 Véase Leslie Gelb y Richard Betts,The Irony of Vietnam: The System WorkedWashington, Brookings Institution, 1979.

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El mito de la diosaAnne Baring y Jules Cashford

En nuestra Sección de Obras deHistoria y coeditado con EdicionesSiruela, circula ya el extenso volumensobre las semejanzas entre distintasdeidades femeninas en civlizacionescomo la babilónica, griega y cristiana. Adelantamos un fragmentoaquí como invitación a pensar sobre la silenciosa presencia de las diosas en la sociedad actual

Cuando comenzamos a escribir El mitode la diosa. Evolución de una imagen nues-tra intención era, simplemente, reunirlas diferentes historias e imágenes de lasdiosas tal y como se expresaban en dife-rentes culturas, desde las primeras esta-tuillas del Paleolítico en el año veintemil a. C. hasta las representaciones con-temporáneas de la virgen María. Parecíaque valía la pena llevar a cabo esta labor,dado que una de las formas en que loshumanos aprehenden su propio ser eshaciéndolo visible en las imágenes de susdioses y diosas. Sin embargo, a lo largode esta investigación descubrimos unassimilitudes y paralelismos tan sorpren-dentes entre culturas aparentemente in-conexas que llegamos a la conclusión deque se había producido una transmisióncontinuada de imágenes a través de lahistoria. La continuidad es tan llamativaque nos parece que puede hablarse del“mito de la diosa”, ya que la visión laten-te que se expresa en la amplia gama deimágenes de diosas es constante: la vi-sión de la vida como unidad viva.

La diosa madre, dondequiera que seencuentre, es una imagen que inspirauna percepción del universo como todoorgánico, sagrado y vivo, de la que ellaes el núcleo; es una imagen de la queforman parte, como “sus hijos”, la hu-manidad, la tierra y toda forma de vidaterrestre. Todo está entrelazado en unared cósmica que vincula entre sí todoslos órdenes de la vida manifiesta y nomanifiesta, porque todos ellos participande la santidad de la fuente original.

Sin embargo, resultaba evidente queen la época en que vivimos el mito de ladiosa es imposible de encontrar. En la

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versión católica del cristianismo, María,“la virgen”, “reina del cielo”, se reviste,desde luego, de todas las antiguas imá-genes de la diosa. Exceptuando una: noes “reina de la tierra”, y esto es significa-tivo. La tierra solía tener una diosa quepodía considerar propia, por decirlo dealguna manera: la tierra y la creación en-tera se componían de la misma sustanciaque la diosa. La tierra era su epifanía; elcarácter divino era inmanente a la crea-ción. Nuestra imagen mítica de la tierraha perdido esta dimensión.

De modo que nos propusimos descu-brir qué es lo que le había ocurrido a laimagen de la diosa, cómo y cuándo desa-pareció, y qué supuso esta pérdida. Lasimágenes míticas rigen las culturas deforma implícita; a partir de este princi-pio, ¿a qué conclusiones llegábamosacerca de una cultura en particular, co-mo la nuestra, que o bien no poseía obien no reconocía una imagen mítica delprincipio femenino? El que en ningunaépoca se haya desacralizado la naturale-za como en la nuestra comenzó a pare-cernos un hecho cada vez menos casual:en general, la tierra ya no se percibe porinstinto como un ser vivo, como antaño;o al menos eso parece demostrar la mis-ma existencia de la polución (términoque, en su acepción original, designaba

la profanación de lo sagrado). Y es tam-bién nuestra la época en que el cuerpoentero de la tierra corre un peligro demagnitud desconocida en la historia denuestro planeta.

Analizar la manera en que se perdióel mito de la diosa se convirtió, por con-siguiente, en el segundo objetivo de estelibro: cuándo, dónde y cómo surgieronlas imágenes del “dios”; cómo se relacio-naban entre sí la diosa y el dios en cultu-

La diosa madre, dondequiera que seencuentre, es una imagen queinspira una percepción del universocomo todo orgánico, sagrado y vivo,de la que ella es el núcleo; es unaimagen de la que forman parte,como “sus hijos”, la humanidad, latierra y toda forma de vida terrestre

ras y épocas anteriores. Pronto quedóclaro que a partir de la mitología babiló-nica (ca. 2000 a. C.) la diosa comenzó aasociarse casi exclusivamente con la “na-turaleza” como fuerza caótica que debeser sometida. El dios, por su parte,adoptó el papel de someter o poner or-den en la naturaleza desde su polo con-trario, el del “espíritu”. Sin embargo, es-ta oposición no había existido hasta en-tonces, así que era necesario colocarlaen el contexto de la evolución de la con-ciencia. Una manera de comprender es-te proceso consiste en considerarlo co-mo la disminución progresiva de la par-ticipación de la naturaleza; se posibilitaasí una independencia cada vez mayorde los fenómenos naturales, además dela transferencia gradual a la humanidadde la “vida de la naturaleza”. Parece queasí fue como la humanidad y la naturale-za terminaron por colocarse en polosopuestos. Este fenómeno de polariza-ción podría considerarse una primeraetapa de este proceso, quizás hasta unaetapa inevitable. Sin embargo, no definede forma absoluta los dos términos queantes fueron sólo uno. Por otra parte, lasestructuras de pensamiento que se ini-ciaron a finales de la Edad del Bronce ya principios de la Edad del Hierro estántodavía tan presentes en nuestras vidasque nos vimos obligadas a recordarnoscontinuamente que dicha polarización noes intrínseca a la manera en que debe-mos reflexionar acerca de estos términos.

Nos sorprendió, por lo tanto, descu-brir hasta qué punto nuestra religión omitología (según el punto de vista) judíay cristiana había heredado las imágenesparadigmáticas de la mitología babilóni-ca, en particular la oposición entre el es-píritu creativo y la naturaleza caótica,además del hábito de construir nuestropensamiento a partir de términos opues-tos, en general. Sin ir más lejos, encon-tramos estos esquemas en la creencia ge-neralizada de que el mundo espiritual yel físico pertenecen a especies diferen-tes; dicha creencia, asumida de formairreflexiva, separa la mente de la materia,el alma del cuerpo, el pensamiento delsentimiento, el intelecto de la intuición

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y la razón del instinto. Si, además, el po-lo “espiritual” de estas categorías dualesse valora más que el polo “físico”, ambostérminos caen en una oposición tal quees casi imposible volverlos a reunir sinantes disolverlos.

Llegamos a la conclusión de que elprincipio femenino, como expresión vá-lida de la santidad y unidad de la vida,llevaba perdido los últimos cuatro milaños. Dicho principio se manifiesta en lahistoria mitológica como “la diosa”, y enla historia cultural aparece en los valoresotorgados a la espontaneidad, el senti-miento, el instinto y la intuición. Hoy endía no hay, formalmente hablando, di-mensión femenina alguna de lo divinoen la mitología judía y cristiana; nuestracultura está articulada a partir de la ima-gen de un dios masculino que se sitúamás allá de la creación y que la ordenadesde el exterior, en vez de estar en elinterior de la misma, como lo estuvieronlas diosas madre antes que él. El resulta-do inevitable de esta situación es el dese-quilibrio entre los principios masculinoy femenino, que trae consigo conse-cuencias fundamentales para la forma enque creamos nuestro mundo y en que vi-vimos en él.

Nos dimos cuenta, además, de que apesar de la desvalorización que pudiese

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sufrir el degradado mito de la diosa nun-ca desaparecía, sino que continuaba exis-tiendo de forma oculta, escondido bajoimágenes a las que, especialmente en latradición judeocristiana, no se permitíauna expresión vital y espontánea. En lamitología griega, por ejemplo, Zeus “secasaba” con las antiguas diosas madre,una tras otra; éstas continuaban domi-nando por derecho propio todo lo refe-rente a los partos, la fertilidad o la trans-formación espiritual, aunque al final de-

bían rendirle cuentas al mismo diospadre. En la mitología hebrea la diosa sehizo clandestina, por así decirlo. Seocultó en los dragones del caos, Levia-tán y Behemot, cuya destrucción nuncafue total, o en el inevitable atractivo deAstarté, la diosa cananea prohibida, o,de forma más abstracta, en Sofía, la per-sonificación femenina de la “sabiduría”de Yahvé, y en la Sekiná, personificación

El mito de la diosa ha influido en lavisión del mundo prevaleciente decada época. Sin embargo, al sercontrario a la doctrina formal, suacción debía ser necesariamenteimplícita e indirecta, como la decualquier actitud que no llega a serplenamente consciente

femenina de su “presencia”. A pesar deser humana y de la maldición que recayósobre ella, Adán dio a Eva el nombre de-sechado de las diosas madre de antaño:“madre de todo ser viviente”. Este nom-bre adquirió, sin embargo, un significa-do fatalmente nuevo y limitado; la asun-ción en cuerpo y alma al cielo de la vir-gen María como “reina” no se reconociósino hasta los años cincuenta del sigloxx, debido a su condición de “segundaEva”. Pero su importancia ha ido en au-mento a lo largo de los siglos, es induda-ble que en respuesta a una necesidad nosatisfecha de muchas personas.

Tal y como pretendemos demostrar,el mito de la diosa continuó influyendoen todos estos casos en la visión delmundo prevaleciente de la época. Sinembargo, al ser contrario a la doctrinaformal, su acción debía ser necesaria-mente implícita e indirecta, como la decualquier actitud que no llega a ser ple-namente consciente. Esto implicaba quesu presencia, no reconocida pero persis-tente, a menudo distorsionaba hasta lasexpresiones más sublimes del prevale-ciente mito del dios. Parecía claro que elprincipio femenino era un aspecto de laconciencia humana que no podía ni de-bía ser erradicado; era necesario, por lotanto, devolverlo a la conciencia y res-

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taurarlo a una situación de plena com-plementariedad para con el principiomasculino, si se quería alcanzar un equi-librio armonioso entre estas dos mane-ras esenciales de experimentar la vida.

Pero, entonces, ¿dónde se hallabahoy el mito de la diosa? Sorprendente-mente, resurgió en cuanto volvimos lamirada hacia los descubrimientos de las“nuevas” ciencias. Fue como si el anti-guo mito emergiese de nuevo bajo unanueva forma; no como la imagen perso-nalizada de una deidad femenina, sinocomo lo que dicha imagen representa-ba: una visión de la vida como todo sa-grado en la que toda forma de vida, uni-da en una relación mutua, participaba;en la que todo participante estaba “vi-vo” desde un punto de vista dinámico.Comenzando por Heisenberg y Eins-tein, los físicos afirmaban que, en térmi-nos de la física subatómica, el universosólo podía entenderse como un todo;que esta unidad se expresaba en mode-los redundantes de relación; que el ob-servador quedaba necesariamente in-cluido en el acto de la observación. Deforma característica, muchas de las imá-genes que pertenecían al antiguo mitode la diosa expresaban estas mismasconclusiones. La red de tiempo y espa-cio que la madre diosa tejió antaño apartir de su vientre eterno se había con-vertido en la “red cósmica” que relacio-naba entre sí toda forma de vida; recor-demos a las diosas del Neolítico, ente-rradas junto con husos de rueca,pasando por las hilanderas del destino

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Lecciones de los George Steiner

griegas, hasta llegar a María. Todas lasdiosas madre nacieron del mar: desde laNammu sumeria, pasando por la Isisegipcia y la Afrodita griega, hasta la Ma-ría cristiana, cuyo nombre significa“mar” en latín. Esta imagen había vuel-to a instalarse en la imaginación bajo laforma del “océano de energía” del “or-den implícito”.

Desde una perspectiva mitológica,puede también percibirse el mito de ladiosa en los intentos de muchos sereshumanos de vivir de una forma nueva,permitiendo que su sentimiento de par-ticipación con la tierra afecte a la mane-ra en que piensan sobre ella, a la mane-ra en que actúan respecto a ella; siendoconscientes, en suma, de la necesidadapremiante de aprehender el mundo co-mo unidad. Einstein es el portavoz deesta necesidad: “Con la división del áto-mo, todo ha cambiado salvo nuestra for-ma de pensar: vagamos a la deriva haciaun desastre sin precedentes.”

Sin embargo, la imagen mítica pre-dominante en la época, que podríamosdefinir como la del “dios sin la diosa”,continúa siendo el fundamento del mis-mo paradigma oposicionista y mecani-cista que refutan los descubrimientoscientíficos más recientes. Esto significaque dos aspectos esenciales de la mentehumana están en desacuerdo. El afirmarque las imágenes míticas tienen una im-portancia tan grande para todas las áreasde la experiencia humana puede parecerexcesivo; sin embargo, los descubri-mientos de la psicología profunda han

maestros

demostrado lo radicalmente que nos in-fluyen y nos motivan los impulsos que sefraguan por debajo del umbral de la con-ciencia, tanto en nuestra vida personalcomo en nuestra vida colectiva comomiembros de la raza humana. No pode-mos, por lo tanto, permitirnos que latendencia predominante de pensamien-to nos deje indiferentes. Es necesariohacer un intento por avanzar más allá denuestra herencia mitológica, de la mis-ma manera en que tratamos de analizarcon cierta perspectiva nuestra herenciaindividual: nuestra familia en particular,nuestro clan, nuestro país.

Una forma de devolver el mito de ladiosa al ámbito de la conciencia es rela-tando de nuevo las historias que las per-sonas han narrado a través de los mile-nios, recorriendo la cadena continuadade imágenes a través de diferentes cultu-ras a partir del año veinte mil a. C.,agrupándolas para que la unidad que ya-ce tras ellas pueda desvelarse. Sólo en-tonces podrá esta tradición abandonada,infravalorada, pero aparentemente inex-tinguible, hablar por sí misma. Esto eslo que hemos tratado de hacer, con laesperanza de que la visión de la vida co-mo un todo sagrado, que se encarna enlas manifestaciones más sublimes delmito de la diosa, pueda ser relacionadacon el mito del dios; contribuiríamos, deesta manera, al nuevo modo de pensa-miento que Einstein proclamaba comonecesario.

Traducción de Francisco del Río.

La colección Tezontle alberga un nuevo libro de George Steiner,también coeditado con Siruela, sobre el nunca fácil oficio docente.Como en este mes celebramos en México el día del maestro,ofrecemos a los enseñantes este fragmento de una obra que seocupa de la relación entre célebresmaestros y sus discípulos, comoSócrates y Platón o Tycho Brahe yJohannes Kepler

Después de pasar más de medio siglo de-dicado a la enseñanza en numerosos paí-ses y sistemas de estudios superiores, mesiento cada vez más inseguro en cuanto ala legitimidad, en cuanto a las verdadessubyacentes a esta “profesión”. Pongo es-ta palabra entre comillas para indicar suscomplejas raíces religiosas e ideológicas.La profesión del “profesor” —este mis-mo un término algo opaco— abarca to-dos los matices imaginables, desde unavida rutinaria y desencantada hasta un

elevado sentido de la vocación. Com-prende numerosas tipologías que vandesde el pedagogo destructor de almashasta el Maestro carismático. Inmersoscomo estamos en unas formas de ense-ñanza casi innumerables —elemental,técnica, científica, humanística, moral yfilosófica—, raras veces nos paramos aconsiderar las maravillas de la transmi-sión, los recursos de la falsedad, lo que yollamaría —a falta de una definición másprecisa y material— el misterio que le es

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inherente. ¿Qué es lo que confiere a unhombre o a una mujer el poder para en-señar a otro ser humano? ¿Dónde está lafuente de su autoridad? Por otra parte,¿cuáles son los principales tipos de res-puesta de los educandos? Estas cuestio-nes desconcertaron a san Agustín y apa-recen con toda su crudeza en el clima li-bertario de nuestra propia época.

Simplificando, podemos distinguirtres escenarios principales o estructurasde relación. Hay Maestros que han des-truido a sus discípulos psicológicamentey, en algunos raros casos, físicamente.Han quebrantado su espíritu, han con-sumido sus esperanzas, se han aprove-chado de su dependencia y de su indivi-dualidad. El ámbito del alma tiene susvampiros. Como contrapunto, ha habi-do discípulos, pupilos y aprendices quehan tergiversado, traicionado y destrui-do a sus Maestros. Una vez más, estedrama posee atributos tanto mentalescomo físicos. Recién elegido rector, unWagner triunfante desdeñará al mori-bundo Fausto, antaño su magister. Latercera categoría es la del intercambio:el eros de la mutua confianza e inclusoamor (“el discípulo amado” de la últimacena). En un proceso de interrelación,de ósmosis, el Maestro aprende de sudiscípulo cuando le enseña. La intensi-dad del diálogo genera amistad en elsentido más elevado de la palabra. Pue-de incluir tanto la clarividencia como lasinrazón del amor. Consideremos a Alci-bíades y Sócrates, a Eloísa y Abelardo, aArendt y Heidegger. Hay discípulos quese han sentido incapaces de sobrevivir asus Maestros.

Cada uno de estos modos de relación—y las limitadas posibilidades de mez-clas y matices entre ellos— ha inspiradotestimonios religiosos, filosóficos, litera-rios, sociológicos y científicos. Los ma-teriales existentes desafían cualquieranálisis exhaustivo, siendo como sonverdaderamente planetarios. Los capítu-los de Lecciones de los maestros pretendenofrecer la más sumaria de las introduc-ciones; son casi ridículamente selectivos.

Están en juego tanto cuestiones enrai-zadas en la circunstancia histórica comointerrogantes perennes. El eje del tiem-po cruza y vuelve a cruzar. ¿Qué signifi-ca transmitir (tradendere)? ¿De quién aquién es legítima esta transmisión? Lasrelaciones entre traditio, “lo que se ha en-tregado”, y lo que los griegos denominanparadidomena, “lo que se está entregando

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ahora”, no son nunca transparentes. Talvez no sea accidental que la semántica detraición y traducción no esté enteramenteausente de la de tradición. A su vez, estasvibraciones de sentido y de intención ac-túan poderosamente en el concepto,siempre desafiante él mismo, de transla-

ción (translatio). ¿Es la enseñanza, en al-gún sentido fundamental, un modo detranslación, un ejercicio entre líneas, co-mo dice Walter Benjamin, cuando atri-buye a lo interlineal eminentes virtudesde fidelidad y transmisión?

La única licencia honrada ydemostrable para enseñar es la quese posee en virtud del ejemplo. Laenseñanza ejemplar es actuación ypuede ser muda. Tal vez deba serlo

Se ha dicho que la auténtica enseñan-za es la imitatio de un acto trascendenteo, dicho con mayor exactitud, divino, dedescubrimiento, de ese desplegar verda-des y plegarlas hacia dentro que Heideg-ger atribuye al Ser (aletheia). El manualsecular o el estudio avanzado son la mi-mesis de una plantilla y de un original sa-grados, canónicos, que fueron tambiénellos comunicados oralmente, en lectu-ras filosóficas y mitológicas. El profesorno es más, pero tampoco menos, que unauditor y mensajero cuya receptividad,inspirada y después educada, le ha per-mitido aprehender un logos revelado, la“Palabra” que “era en un principio”. És-te es, en esencia, el modelo que prestavalidez al maestro de la Torá, al explica-dor del Corán y al comentador del Nue-vo Testamento. Por analogía —y cuántas

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perplejidades salen a la luz en los usos delo análogo—, se extiende este paradigmaa la difusión, transmisión y codificacióndel conocimiento secular, de la sapientiao Wissenschaft. Incluso en los Maestrosde las Sagradas Escrituras y su exégesisencontramos ideales y prácticas que seadaptan a la esfera secular. Así, san Agus-tín, Akiba y Tomás de Aquino tienen unlugar en la historia de la pedagogía.

Por el contrario, desde la autoridadpedagógica se ha sostenido que la únicalicencia honrada y demostrable para en-señar es la que se posee en virtud delejemplo. El profesor demuestra al alum-no su propia comprensión del material,su capacidad para realizar el experimen-to químico (el laboratorio alberga a “de-mostradores”), su capacidad para resol-ver la ecuación de la pizarra, para dibu-jar con precisión el vaciado de escayola oel desnudo en el taller. La enseñanzaejemplar es actuación y puede ser muda.Tal vez deba serlo. La mano guía la delalumno sobre las teclas del piano. La en-señanza válida es ostensible. Muestra.Esta “ostentación”, que tanto intrigaba aWingenstein, está inserta en la etimolo-gía: el latín dicere, “mostrar” y, sólo pos-teriormente, “mostrar diciendo”; el in-glés medio token y techen con sus conno-taciones implícitas de “lo que muestra”.(¿Es el profesor, a fin de cuentas, unhombre espectáculo?) En alemán, deu-ten, que significa “señalar”, es insepara-ble de bedeuten, “significar”. La conti-güidad impulsa a Wingenstein a negar laposibilidad de toda instrucción textualhonrada en filosofía. Con respecto a lamoral, solamente la vida real del Maes-tro tiene valor como prueba demostrati-va. Sócrates y los santos enseñan exis-tiendo.

Acaso estos dos escenarios sean idea-lizaciones. El punto de vista de Fou-cault, por simplificado que esté, tiene supertinencia. Se podría considerar la en-señanza como un ejercicio, abierto uoculto, de relaciones de poder. El Maes-tro posee poder psicológico, social, físi-co. Puede premiar y castigar, excluir yascender. Su autoridad es institucional,carismática o ambas a la vez. Se ayuda dela promesa o la amenaza. El conoci-miento y la praxis mismos, definidos ytransmitidos por un sistema pedagógico,por unos instrumentos de educación,son formas de poder. En este sentido,hasta los modos de instrucción más radi-cales son conservadores y están cargados

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con los valores ideológicos de la estabi-lidad (en francés, tenure es “estabiliza-ción”). Las “contraculturas” de hoy y lapolémica de la New Age —que tiene susantecedentes en la querella con los li-bros que encontramos en el primitivis-mo religioso y en la anarquía pastoral—ponen al conocimiento formal y a la in-vestigación científica la etiqueta de es-trategias de explotación, de dominio declase. ¿Quién enseña qué a quién, y conqué fines políticos? Como veremos, eseste plan de dominio, de enseñanza co-mo poder bruto, elevado al extremo dela histeria erótica, lo que se satiriza enLa lección de Ionesco.

Casi no se han analizado las negativasa enseñar, las negativas a la transmisión.

El Maestro no encuentra ningún discí-pulo, ningún receptor digno de su men-saje, de su legado. Moisés destruye lasprimeras Tablas, precisamente las escri-tas por la propia mano de Dios. Nietzs-che está obsesionado por la falta de dis-cípulos adecuados precisamente cuandosu necesidad de recepción es angustiosa.Este motivo es la tragedia de Zaratustra.

O tal vez sea que la doxa, la doctrinay el material que hay que enseñar, se juz-gue demasiado peligrosa como para sertransmitida. Está enterrada en algún lu-gar secreto que no será redescubiertodurante mucho tiempo o, de maneramás drástica, se deja que muera con elMaestro. Hay ejemplos en la historia dela tradición alquímica y cabalística. Másfrecuentemente, sólo a un puñado deelegidos, de iniciados, se les dará cono-cimiento de lo que verdaderamentequiere decir el Maestro. Al público ge-neral se le sirve una versión diluida, vul-garizada. Esta distinción entre la versiónesotérica y la exotérica anima las inter-pretaciones que hace Leo Strauss dePlatón. ¿Existen hoy posibles paralelis-mos en la biogenética o en la física departículas? ¿Son estas hipótesis demasia-do amenazadoras (socialmente, huma-namente) como para comprobarlas, de-biendo dejar descubrimientos sin publi-car? Los secretos militares podrían ser el

Las artes y los actos de enseñanzason, en el sentido propio de estetérmino tan denostado, dialécticos.El Maestro aprende del discípulo yes modificado por esa interrelaciónen lo que se convierte, idealmente,en un proceso de intercambio

disfraz, a modo de farsa, de un dilemamás complejo y clandestino.

Puede también haber pérdida, desa-parición por accidente, por autoengaño—¿había resuelto Fermat su propio teo-rema?— o por acción histórica. ¿Cuántasabiduría y ciencia oral, por ejemplo enbotánica y terapia, se ha perdido sin re-medio; cuántos manuscritos y libros sehan quemado, desde Alejandría hastaSarajevo? De las escrituras de los albi-genses sólo se han conservado mínimasconjeturas. Es una inquietante posibili-dad que ciertas “verdades”, que ciertasmetáforas e ideas fundamentales, espe-cialmente en las humanidades, se hayanperdido, estén irrevocablemente des-truidas (Sobre la comedia, de Aristóteles).Hoy somos incapaces de reproducir, sino es fotográficamente, ciertos coloresmezclados por Van Eyck. Según se dice,no podemos ejecutar cierta fermata, contriple elevación de tono presionandocon el dedo, que Paganini se negó a en-señar. ¿Por qué medio se transportaron aStonehenge o se plantaron derechas en laisla de Pascua aquellas piedras ciclópeas?

Evidentemente, las artes y los actosde enseñanza son, en el sentido propiode este término tan denostado, dialécti-cos. El Maestro aprende del discípulo yes modificado por esa interrelación en loque se convierte, idealmente, en un pro-ceso de intercambio. La donación setorna recíproca, como sucede en los la-berintos del amor. “Cuando soy más yoes cuando soy tú”, como dijo Celan. LosMaestros repudian a los discípulos si loshallan indignos o desleales. El discípulo,a su vez, piensa que ha dejado atrás a suMaestro, que debe abandonar a suMaestro para convertirse en sí mismo(Wittgenstein le conminará a que así lohaga). Esta superación del Maestro, consus componentes psicoanalíticos de re-belión edípica, puede ser causa de unatristeza traumática. Como cuando Dan-te se despide de Virgilio en el Purgato-rio, o en El maestro de go, de Kawabata.O acaso puede ser una fuente de venga-tiva satisfacción tanto en la ficción —Wagner triunfa sobre Fausto— como enla realidad —Heidegger prevalece sobreHusserl y lo humilla.

Son algunos de estos múltiples en-cuentros en la filosofía, en la literatura oen la música lo que quiero considerar enLecciones de los maestros.

Traducción de María Condor.

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