83783564 La Crisis Argentina Una Mirada Al Siglo XX Luis Alberto Romero

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    Coleccin

    mnima

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    LA CRISISARGENTINAUna mirada

    al siglo XX

    por

    Luis Alberto Romero

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    Siglo veintiuno editores Argentina s. a.LAVALLE 1634 11 A (C1048AAN), BUENOS AIRES, REPBLICAARGENTINA

    Siglo veintiuno editores, s.a. de c.v.CERRO DEL AGUA 248, DELEGACIN COYOACN, 04310, MXICO, D. F.

    Portada de Daniel Chaskielberg

    1 edicin argen tina : 3.000 ejemplares

    2003, Luis Alberto Romero

    2003, Siglo XXI Editores Argen tina S. A.

    ISBN 987-1105-50-9

    Impreso en G rafinor S.A.

    Lamadrid 1576, Villa Ballester,

    en el mes de septiembre de 2003

    H echo el depsito q ue marca la ley 11.723

    Impreso en la Argen tina - Made in Argen tina

    982 Romero, Luis AlbertoROM La crisis argentina : una mirada a l siglo XX - 1. ed.

    Buenos Aires: Siglo XXI Editores Argentina, 2003.128 p. ; 17x11 cm

    ISBN 987-1105-50-9I. Ttulo. 1. H istoria Argentina

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    ndice

    Advertencia 9

    Introduccin 11

    1. La Argentina vital y conflictiva 19

    U n estado potente 19

    U na economa prspera 23U na sociedad mvil y democrtica 27

    Ilusiones democrticas 32

    Debilidad republicana, avan ce militar 39

    El con flicto social, las corporaciones

    y el estado 47

    2. Clmax y anticlmax 59

    La oleada revolucion aria 60

    La vuelta de Pern 71

    La dictadura militar: lo nuevo y lo viejo 77

    3. La Argentina decadente 85

    El para so neoliberal en versin argentina 85

    La nueva Argen tina 89

    La parad jica democracia 96

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    4. La crisis: final y apertura 107

    El pozo de la crisis 107Perspectivas interesantes 112

    Bibliografa 123

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    Advertencia

    Versiones preliminares de este texto fueronpresentadas duran te 2002 en el Seminario Bra-

    sil-Argentina. A Viso do Outro: a Cultura Poli-

    tica , organizad o en Brasilia por el Instituto de

    Pesquisa de Relaoes Internacionais y Fundaao

    Cen tro de Estudos Brasileiros; en el Seminario

    del Institute of Latin American Studies de la

    Universidad de Londres y en reuniones con

    alumnos y docentes de las carreras de Ciencia

    Poltica de las U niversidades Nacionales de Cu-

    yo y de Rosario.

    Redacciones parciales fueron publicadas

    como: Le radici storiche del crollo argenti-

    no, Contemporanea. Rivista di storia dell 800 e del

    900, Bologna, junio 2003; Apogeo y crisis de

    la Argentina vital, Revista de las Amricas. H is-

    toria y presente, n 1, Valencia, primavera de2003; La crisis argentina , Revista de H istoria y

    Ciencias Sociales, Santiago de Ch ile, 2003; pr-

    ximamente aparecern otras versiones, entre

    ellas: Vieja y nueva Argentina , en Brasi l - Ar-

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    gentina. A Viso do Outro. Soberan ia e Cul tura

    Poltica, IPRI, Brasilia.Durante 2002 escuch interesantes inter-

    vencion es sobre la crisis argentina en el Club de

    Cultura Socialista y en las reuniones Agenda

    para la Repblica, organizadas por la revista

    Criterio, que me han servido para elaborar estas

    reflexiones. Agradezco tambin los comentarios

    y sugeren cias de Ana Barletta, Boris Fausto, Ca-

    rolina G on zlez Velasco, Mn ica H irst, Philip

    Kitzberger, Roberto N. Lobos, Federico Lorenz,

    Ignacio Lewkowicz, Anne Pero tin-Dumon , Juan

    Carlos Torre y Loris Zanat ta . Sobre todo, la ri-

    gurosa lectura de este texto hecha por Ana Leo-

    nor Romero.

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    Introduccin

    Durante 2002 los argentinos contemplamosel fondo de la crisis. Nos miramos a nosotros y

    a nuestras conductas casi sin velos, cuestionn -

    dolo to do: los polticos, la economa, las con-

    ductas cotidianas, las bases mismas del contra to

    social. La penetracin de esa mirada slo se

    compara con la de 1989, el a o d e la h iperin-

    flacin , los saq ueos y el abrupto final de la P re-

    sidencia de Alfonsn; el momento en el que

    Tulio H alperin D on gh i crey ver el fin d e la

    Argentina peronista . Pero lo de 1989 fue breve:

    una mirada rpida , pronto distrada por la pro-

    mesa d e una salida q ue, detrs de una penuria

    inicial, cond ucira a la tran q uilidad , a la seguri-

    dad , al primer mundo. Quiz con la experiencia de

    2002 pase finalmente lo mismo; pero lo cierto

    es que durante un ao no tuvimos ms remedioq ue enfrentarnos con nuestra realidad .

    Lo h icimos de una man era q ue se est vol-

    viendo habitual. Natalio Botana ha caracteriza-

    do este ciclo recurrente en el estado de n imo

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    colectivo: la ilusin, cuando todo parece posible;

    el descreimiento, acompaado de resignacin,cuando advertimos la resistencia de los datos du-

    ros de la realidad ; finalmente la ira, intensa y fu-

    gaz, cuando la realidad nos golpea; Botana con-

    cluye: esta hora fina l es la de los jacobinos, de

    derecha e izq uierda , que suman a la impugna-

    cin global la d emand a de regeneracin total.

    Los das memorables de diciembre de 2001

    iniciaron la hora de los iracundos. Caceroleros, aho-

    rristas, asamblestasy piqueterosfueron la expresin

    de distintos segmentos de la sociedad, clamando

    en la calle por sus intereses afectados: el empleo

    perdido, los ahorros evaporados, la confianza de-

    fraudada; superpuestos pero no un idos, confor-

    maron un coro de protesta generalizado, cuya vo-

    luntad crtica y capacidad analtica se resumi en

    la consigna dominante: que se vayan todos. Sobreese estado d e n imo iracundo, un conjunto de

    polticos e intelectuales es decir, los responsa-

    bles de interpretar los problemas y proponer las

    soluciones eligi la actitud apocalptica: el sis-

    tema poltico estaba podrido hasta en sus racesms profundas y la sociedad que se conserva-

    ba pura e incontaminada deba reconstruirlo

    desde sus bases, disolver las instituciones y re-

    crearlas, regenerar instituciones y poltica.

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    H ubo o tros q ue con la mirada ms serena

    sine ira et studio procuraron examinar la cri-sis con ms distancia, sacarla de su contexto in-

    mediato donde es posible atribuir culpas per-

    sonales y relacionarla con procesos ms

    generales de la Argentina . A la vez que dudaban

    de las salidas mgicas, las regeneraciones totales,

    no dejaban de valorar lo que haba de generoso

    y creativo en los movimientos de la sociedad que

    las sustentaban . Pero advertan q ue, de acuerdo

    con la experiencia, nad a se construye ex nihilo;

    que probablemente la solucin de la crisis habra

    de seguir un camino tortuoso; q ue habran d e

    utilizarse materiales humanos, sociales, institu-

    cionales, culturales y polticos deteriorados, im-

    puros, pues ellos mismos eran parte de la crisis.

    Este en sayo se ubica en esa perspectiva. No

    s hasta cundo d urar la crisis actual ni cmose saldr de ella. En cambio, tratar d e explicar

    desde cundo estamos en crisis y de ordenar

    ideas acerca de causas cercanas y remotas que,

    si no son el an ticipo d e un fina l, que an est

    abierto, q uiz permitan entender el presente yaclarar las opcion es para nuestras acciones.

    El argumento que desarrollar es simple.

    H ubo una Argentina vital, pujan te, san gunea y

    conflictiva, que se construy a fines del siglo

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    XIX y an era reconocible a fines de la d cada

    de 1960. Desde la dcada de 1980 vivimos enuna Argentina decadente y exange, declinan-

    te en casi cualquier aspecto q ue se la considere,

    con una excepcin paradjica: la construccin

    en medio de la decadencia de un rgimen pol-

    tico y un sistema de convivencia democrtico y

    plural, fruto ta rdo de la Argentina de la d eca-

    dencia, q uiz su canto d el cisne. Entre ambos

    momentos, en la larga dcada de 1970, hubo

    una crisis en la q ue se condensaron los con flic-

    tos acumulados durante la etapa prspera y vi-

    tal; un combate, con gan ad ores y perdedo res.

    Su drstica liq uidacin defini el rumbo actual

    de la Argentina , aun cuan do sus efectos se van

    revelando lentamente; son como bombas de

    efecto retardado q ue explotan luego de que

    la guerra ha terminado al paso de los confia-dos caminantes. En esos aos, gir el destino de

    la Argentina, que pas d e ser un pas con futuro,

    a ser un pas sin presente.

    Se trata de una versin muy estilizada si se

    quiere, gruesamente simplificada de un pro-ceso histrico infinitamente ms complejo. O b-

    servo ms las tendencias, o las races lejanas de

    los problemas, antes q ue los ciclos y coyunturas,

    q ue seran ms importantes para otro tipo d e

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    anlisis. La misma organ izacin de los conteni-

    dos parecer discutible para quien frecuentebuenas obras de historia; en n uestro oficio se sa-

    be q ue las rupturas solo se entiend en en el con-

    texto de las continuidades, y que stas solo se ex-

    plican bajo la forma de los cambios constan tes.

    Se trata, pues, de un ensayo de reflexin , antes

    que de una cabal reconstruccin historiogrfica.

    Esa reflexin gira alrededor de tres proble-

    mas relacion ados: el estado, la sociedad y la po-

    ltica, considerados en contextos econmicos

    q ue de manera sucesiva fueron tendencialmen-

    te de expansin y de contraccin. Sobre esos

    problemas bsicos, que son la urdimbre del tex-

    to, la trama se organiza en torno de dos pregun-

    tas, ambas vinculadas con la cuestin de la de-

    mocracia. La primera reside en la confrontacin

    entre una sociedad igualitaria, mvil y democr-tica, y un rgimen poltico democr tico y repu-

    blicano q ue plasm mal por enton ces y q ue en

    cambio se construye y arra iga tard amente, en

    el contexto de una formidable desigualdad e

    ineq uidad social. La segunda se refiere a las po-sibilidad es de la democracia q ue en un senti-

    do estricto a lude a mecanismos de seleccin le-

    gtima de los gobernantes del estado en

    momentos en q ue el estad o est destruido, casi

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    pulverizad o. Ser acaso q ue la dinmica social

    democrtica y la potencia estatal conspirabancontra el arra igo de la democracia republicana?

    Es que la polarizacin social y la licuacin del

    estado h acen ah ora fina lmente aceptable la de-

    mocracia republicana?

    Para estas preguntas no se encontrarn en

    este ensayo respuestas categricas: ellas solo son

    posibles a partir de una mirada conspirativa,

    bastan te frecuente hoy entre los legos pero q ue

    es ajena a los historiadores. Me parece, en cam-

    bio, q ue ayudan a mirar situaciones paradjicas,

    q ue chocan con muchos de los relatos habitua-

    les del pasad o argen tino, q ue merecen ser re-

    considerados. Soy consciente de que propondr

    una versin ms: no hay un relato nico de

    nuestro pasado; no puede n i debe haberlo. En

    el mo, se reconocer una fuerte impronta ge-neracional, pues viv intensamente tres expe-

    riencias: la movilizacin y violencia de los aos

    60 y 70; la represin del Proceso, es decir la lti-

    ma dictadura militar, y la construccin de la de-

    mocracia en 1983. Puedo reconocer en mi mo-do de explicar el pasado el peso de estas tres

    experiencias, y percibir la radical diferencia d e

    puntos de vista de quienes tienen en su haber

    dos de ellas, o una, o hasta n inguna .

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    Esta lectura del pasado no tiene en cada

    una de sus partes nad a de estrictamente o rigi-nal. Salvo algunos puntos especficos, q ue estu-

    di personalmente, me baso ampliamente en lo

    que escribieron mis colegas, como lo hice en mi

    Breve historia contempornea de la Argentina. Afor-

    tunadamente, se trata de una produccin exce-

    lente, compuesta de un conjunto de estudios

    clsicos y de una gran cantidad de libros, mono-

    grafas e interpretaciones producidas a partir de

    la ren ovacin universitaria de 1984. Tanta , que

    no podra dar cuenta d e toda ella. Es obra de

    historiadores, y en buena medida tambin de

    los que me gustara llamar historiadores por

    ad opcin , aun q ue suelen ser considerados co-

    mo economistas, socilogos o politlogos. Men-

    cion o en el texto las deudas ms notables, y al

    final una pequea seleccin de lo mucho y bue-no q ue se ha escrito. Sobre mi aporte, d ira q ue

    me he limitado a seleccionar, de entre lo q ue mis

    colegas hicieron, aq uello q ue, de acuerdo con

    mi punto de vista, permite desarrollar la idea d e

    este ensayo. Como se ver, tiene su final abier-to: acaso todava no hayamos terminado de re-

    correr el camino d e la crisis; acaso ya hemos co-

    menzado el largo camino de la reconstruccin .

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    1. La Argentina vital y conflictiva

    Un estado potente

    En muchos aspectos, la Argentina moderna

    fue creacin de su estado, consolidado en 1880.

    La calificacin de liberal, habitualmente aplicada

    a su etapa inicial, antes de la Primera Guerra

    Mundial, encubre lo q ue fue una activa partici-

    pacin estatal en la resolucin de cuestiones cru-

    ciales. Luego del fin de las guerras civiles, en

    1880, se complet el mon taje institucion al y se

    dio un fuerte impulso al crecimiento econmi-

    co. Despus de que el Ejrcito terminara de con-

    solidar las fronteras, el estado realiz el traspaso

    de la tierra pblica a manos privadas, a bajo cos-

    to y en grandes extensiones. Promovi las inver-

    siones extranjeras, garantizando su rendimiento,

    y se endeud para realizar obras pblicas; impul-s la inmigracin y emiti moneda de manera

    poco ortodoxa, a menudo en beneficio de inver-

    sores locales, que recibieron crditos generosos.

    Al estado se debe el excelente sistema educativo,

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    tanto en su rama bsica como en la media, que

    tuvo una enorme incidencia en la manera comose conformaron la sociedad, la economa y la po-

    ltica. Tambin preocup a estos liberales, a me-

    nudo tachados de cosmopolitas, la nacionalizacin

    de los habitantes, muchos de ellos extranjeros

    por entonces. El sistema educativo y el Servicio

    Militar Obligatorio actuaron mancomunada-

    mente para crear una base cultural e identitaria,

    consolidar la lealtad de la sociedad al estado y

    fortalecer su soberana. Finalmente, en el estado

    se fue formando una burocracia especializada en

    el anlisis de los problemas, y preparada para in-

    tervenir en su solucin.

    Tan to la P rimera G uerra Mund ial como la

    llegada al poder del rad icalismo en 1916 tuvie-

    ron como consecuencia el desarro llo de nuevas

    fun ciones esta ta les. Los ensayos iniciales madu-raron luego de la crisis econmica de 1930, y

    desde entonces se establecieron las institucio-

    nes necesarias para la direccin de la economa:

    el Banco Centra l, las Juntas Reguladoras, el con-

    trol de cambios, los sistemas arancelarios y unfinanciamiento del estado independ iente de los

    ciclos del comercio exterior. Tambin se intro-

    dujo un rgimen de coparticipacin federal de

    los recursos, que benefici a las provincias ms

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    pobres. Luego de 1945, duran te el gobierno de

    Pern, aument la intervencin estata l. Se na-cionaliz el crdito bancario y la mayora de las

    empresas de servicios pblicos. El estado asu-

    mi un papel muy activo redistribuyendo ingre-

    sos, del agro a la industria y de los empresarios

    a los traba jadores. Tambin encar lajusti cia so-cial: bajo ese lema se conform un a varian te lo-

    cal del llamad o Estado d e Bienestar. Finalmen-

    te, el estad o actu fuertemente en la regulacin

    de la conflictividad social y en la aplicacin de

    mecan ismos para su concertacin .

    En 1955 cay el peron ismo. Pese al retorno

    de los liberales, el estado no renunci a n inguna

    de estas funcion es de intervencin . Continua-

    ron vigentes los mecanismos de regulacin del

    ciclo econmico y de los con flictos laborales.

    Pero ad ems los gobernantes in iciaron ambi-ciosos proyectos de transformacin econmica.

    Arturo Frondizi (1958-62) lan z su propuesta

    desarrollista; poco d espus el general Ongan a

    (1966-70) dio un fuerte impulso al sector em-

    presarial ms concentrado y eficiente; no se tra-taba solo de propuestas econmicas: tambin se

    proyectaban a lo social y a lo poltico.

    Se trataba, sin duda, de un estado q ue actua-

    ba con energa y apostaba fuerte. Sin embargo,

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    ya acusaba signos de debilidad, q ue resultan sig-

    nificativos si se los mira en perspectiva. La hege-mona de los Estados Unidos en el subcontinen-

    te incorpor a la Argentina a la guerra fra, y los

    gobiernos fueron presionados para asumir el

    problema de la seguridad interior. Los problemas

    cclicos de la economa se tradujeron en la pre-

    sencia recurrente del Fondo Monetario Interna-

    cional, con la consiguiente reduccin de la auto-

    noma estatal. Un factor poltico al que se aludir

    posteriormente la proscripcin del peronismo

    y los recurrentes golpes de estado redujeron la

    legitimidad de los gobernantes. En el mismo sen-

    tido obr la interpenetracin de intereses corpo-

    rativos y pblicos, que debilit la unidad de ac-

    cin del estado y fraccion a su burocracia en

    segmentos relativamente independ ientes. El de-

    terioro salarial, las secuelas del faccionalismo po-ltico y el clientelismo redujeron la calidad de la

    burocracia estatal. A fines de la dcada de 1960

    comenz una suerte de gran rebelin de la socie-

    dad contra el estado. En 1973, cuando retorn al

    gobierno Juan Domingo Pern, su propuesta dereconstruccin de la autoridad estatal apareci

    como un objetivo atractivo y posible a la vez.

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    Una economa prspera

    La Argentina supo tener una economa

    prspera , y distribuy beneficios tales q ue per-

    mitieron la conformacin de una sociedad m-

    vil y de oportun idades. A lo largo de cien aos,

    en el marco de los parmetros establecidos por

    el estad o, y aprovechan do ad ecuadamente las

    coyunturas internacionales, fue articulan do su-

    cesivos ciclos de crecimiento, separados uno de

    otro por crisis que en su momento parecieron

    graves pero que, en perspectiva, se superaron

    satisfactoriamente.

    El primero de esos ciclos fue el ms espec-

    tacular y permiti una amplia capitalizacin del

    pas, especialmen te en la infraestructura y los

    servicios. Se extendi entre las dcadas finales

    del siglo XIX y el comienzo de la Primera G ue-rra Mundial y fueron sus soportes la produc-

    cin y exportacin de lana, carne y cereales. En

    esos a os se combinaron , de man era ptima,

    las ventajas natura les de las praderas argentinas,

    la disponibilidad de excedentes demogrficoseuropeos prestos a trasladarse y de capitales in-

    ternacionales q ue buscaban oportun idades pa-

    ra invertir. Sobre todo, fue decisivo el fluido

    funcionamiento del mercado mund ial y la n e-

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    cesidad de alimentos para las economas indus-

    triales en expan sin. Sobre esas condiciones, elestado aport lo suyo, q ue fue decisivo. La pro-

    duccin pampeana creci d e man era especta-

    cular ; a d iferencia de otros casos, como los en-

    claves mineros de Per o Bolivia, sus ben eficios

    se repartieron entre los inversores extranjeros,

    los productores e intermediarios locales, las

    economas urbanas y hasta las provincias no fa-

    vorecidas. La industria contra lo que afirma

    un viejo mito creci al comps de las expor-

    taciones, con la elaboracin de materias primas

    y con manufacturas sencillas para el mercado

    interno. Adems, el pas con struy sus puertos,

    sus servicios urbanos, edificios pblicos monu-

    men tales, man siones privadas y vastas urbaniza-

    cion es para los nuevos sectores med ios. Tam-

    bin se construy una red ferroviaria quesobrevivi sin grandes transformaciones hasta

    que signo de los tiempos desde 1991 co-

    menz a ser sistemticamente levan tada.

    Este primer ciclo, de crecimiento fcil y no-

    torio, lleg hasta 1914; entonces comenzaronlas dificultades en el mercado exterior, que

    culminaron en 1929 con la Gran Crisis y el

    crack del comercio mundial, de las inversiones

    y de la inmigracin. sos eran los elementos di-

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    n micos de la econ oma argentina en expan-

    sin , de mod o q ue fue el fin del crecimientofcil y el comienzo de una poca ms comple-

    ja. Hubo escasez de inversiones, necesidad de

    administrar las divisas, y un problema serio con

    el presupuesto estatal. A la vieja metrpolis,

    Gran Bretaa, se sum los Estados Unidos, y

    mantener ambos vnculos fue complejo, en un

    mund o q ue aband onaba el patrn o ro y se di-

    vida en reas comerciales cerrad as. El apren -

    dizaje fue d ifcil, como lo consta t la primera

    administracin del radical Hiplito Yrigoyen

    (1916-22), q ue n o pudo resolver muchas de las

    dificultades.

    Aunq ue dura, la crisis de 1929 se super de

    manera relativamente rpida ; a mediados de la

    dcada de 1930, el crecimiento de las industrias

    que sustituan importaciones permiti el co-mienzo de un nuevo ciclo expansivo, centrado

    en el mercad o interno pero sustentad o en lti-

    ma instancia en los beneficios del comercio ex-

    terior. La ind ustria aprovech la capacidad ins-

    talada, recibi nuevas inversiones, locales yextran jeras, y absorb i nutridos con tingen tes

    de trabajad ores, que se traslad aron de las reas

    rurales en crisis a la periferia de los centros ur-

    banos. G racias a la proteccin esta tal y al soste-

    25

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    25/126

    nido aporte d el sector agrario, q ue suministra-

    ba las divisas necesarias para pagar insumos ymaq uinarias, el crecimiento se sostuvo y el em-

    pleo industrial se expan di d e modo no table.

    Ben eficiad os con ingresos de origen agra rio,

    prosperaron a pasos parejos los ind ustriales, los

    trabajadores y los consumidores en general,

    protagonistas de un nuevo crecimiento de los

    grandes conglomerados urbanos, y especial-

    men te de sus cinturones suburban os.

    En 1952, una nueva crisis puso en evidencia

    las limitaciones de este tipo de crecimiento: por

    una parte, debilidad agraria y crnica escasez de

    divisas; por otra, ineficiencia de una industria

    excesivamente protegida y escasamente capita-

    lizada. Por entonces hubo una reorientacin en

    la poltica econmica, que se complet y pro-

    fundiz luego de 1958. Se apel a las empresasde capital extranjero, a las que se concedi im-

    portantes ventajas privilegios fiscales, merca-

    dos cautivos para el desarrollo de las ramas

    industriales complejas: petrleo y petroq umi-

    ca, siderurgia, automotores. Desde entonces, yhasta mediados de la dcada de 1970, hubo un

    nuevo ciclo d e crecimiento , tan to en la indus-

    tria como en la produccin agropecuaria, don-

    de se recuper el tiempo perd ido desde 1914.

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    26/126

    Para sus contemporneos, lo ms problem-

    tico de este crecimiento era la fuerte desigualdad,entre regiones y entre ramas de la economa, y la

    liquidacin de una buena parte del sector indus-

    trial menos eficiente, que haba prosperado en la

    etapa an terior. Todo ello sola considerarse una

    consecuencia inevitable del imperialismo y la de-

    pendencia. Pero a la larga, y visto desde otra pers-

    pectiva, los beneficios de ese crecimiento balan-

    cearon los aspectos negativos y alcanzaron a un

    sector significativo de las empresas nacionales,

    que maduraron y pudieron desenvolverse razo-

    nablemente bien dentro de los estndares esta-

    blecidos por las empresas extranjeras. Es posible

    discutir sobre el momento en que la Argentina

    perdi la oportunidad de a lcanzar a las econo-

    mas ms desarrolladas del mundo. Pero hacia

    1973 los diagnsticos sealaban que, ms all delos importantes problemas, la economa argenti-

    na estaba fuerte y tena a lternativas.

    Una sociedad mvil y democrtica

    Durante cien aos, y de manera tend encial,

    los frutos de la pro speridad econ mica, apro-

    piados ciertamente de manera desigual, se de-

    27

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    27/126

    rramaron sobre amplios sectores de la sociedad.

    La consecuencia ms notable fue su capacidadpara incorporar a sucesivos contingentes pobla-

    cionales a los beneficios de la vida moderna. En

    primer lugar, durante cincuenta aos o ms

    los ltimos grupos llegaron al fin de la Segun-

    da G uerra Mundial se incorporaron los inmi-

    grantes europeos, sobre todo italianos y espao-

    les. Desde 1930 fue el turno de la inmigracin

    interna, a trada a las ciudades por la crisis agra-

    ria y el crecimiento industrial: primero vinieron

    de la pampa gringay ms tarde del interior tra-

    dicional, identificados como cabecitas negras.

    Desde la d cad a de 1950 o 1960 se agregaron

    los migrantes de Bolivia, Paraguay, Ch ile y U ru-

    guay, as como contingentes menores pero muy

    visibles del Lejano O riente.

    Incorporarse a la vida moderna signific, enprimer lugar, tener trabajo. En trminos gene-

    rales, ms all d e ciclos y crisis, hasta mediados

    de siglo todos pudieron emplearse. Luego de

    1955 comenzaron los procesos de racionaliza-

    cin labora l; enton ces, man tener la fuente detrabajofue el objetivo prioritario de las organi-

    zaciones sindicales. El trabajo abra distintos

    caminos para el ascenso y la integracin. U no

    consisti en acumular un pequeo ahorro y pa-

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    sar del trabajo dependiente a la condicin de

    cuenta propia, en el comercio o en la pequeamanufactura , quizs asociada con un estableci-

    miento industrial; esta va funcion bastante

    bien hasta mediados de siglo y luego se fue es-

    trechando. Otro camino fue tener la casa propia,

    acaso en algun o d e los nuevos suburbios de las

    grandes ciudad es; su posesin era sea l de q ue

    se haba completado una etapa importante en

    la vida familiar. La vivienda, de material, era la

    base de un hogar establecido , una familia, mo-

    delo aceptado para la incorporacin d e los sec-

    tores en ascenso. Tambin significaba participar

    en una empresa colectiva: la transformacin

    por parte de los vecinosdel espacio rura l en ur-

    banizacin, como ocurri con los barrios de las

    ciudades en las dcadas posteriores a 1920, o de

    manera algo distinta en los asentamientos deemergencia en los a os 60.

    La educacin fue probablemente la va del

    ascenso por excelencia. G obiernos de todos los

    signos la oligarqua, el radicalismo y el peronis-

    mo coincidieron en la importancia d e conso-lidar el sistema educativo pblico. La educacin

    tcnica facilitaba el progreso en el empleo in-

    dustrial; los empleos estatales se ofrecan a quie-

    nes haban pasado los distintos ciclos educativos,

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    y la educacin universitaria habilitaba para las

    profesiones libera les o la poltica. Por muchotiempo, tod o inmigrante llev en su mochila el

    ttulo de doctor, llave maestra de la incorpora-

    cin . De la educacin depend a tambin la se-

    guridad de pertenecer a una comunidad, a una

    nacin, compartiendo derechos y obligaciones.

    Sobre la base de los derechos civiles, asegurados

    inicialmente, se desarrollaron luego los restan-

    tes derechos sociales: salario justo, jubilacin, sa-

    lud, vacaciones y todo aq uello q ue constitua el

    bienestar de la sociedad .

    En la aventura del ascensohubo fracasados,

    pero los exitosos fueron ms, y sobre todo deja-

    ron una huella ms fuerte en el imaginario co-

    lectivo. Durante mucho tiempo las nuevas gene-

    racion es estuvieron en una situacin mejor q ue

    las an teriores; por lo menos, aspiraron a estar-lo, y construyeron su vida en funcin de esa as-

    piracin . Esto conspir contra la consolidacin

    de iden tidades de clase slidas y consisten tes, y

    dificult la expresin de los conflictos de inte-

    reses en trminos polares. El concepto de cultu-ra de clase, habitual en los estud ios europeos, re-

    sulta poco adecuado para entender la sociedad

    argentina. Ms adecuado es considerar este pro-

    ceso en trminos de una ideologa espontnea,

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    30/126

    no teorizada, surgida de la experiencia y asen-

    tad a en el sentido comn: la de la movilidad so-cial. Como seal Jos Luis Romero, la ideolo-

    ga de lajusticia social, ampliamente implan tada

    por el peronismo, no contradijo aqulla sino

    q ue la con firm. Puesto q ue cada ind ividuo te-

    na derecho a mejorar su posicin person al, el

    estad o concurra a solucionar los problemas ini-

    ciales de los men os favorecidos, para q ue luego

    cada uno hiciera su experiencia.

    En las dcadas iniciales mantuvo vigencia

    un sector q ue no fue afectado por este proceso

    de movilidad e incorporacin: la llamada oligar-

    quaconserv su posicin, por razones econ-

    micas, pero sobre tod o de familia, ed ucacin ,

    prestigio y consideracin . Sin embargo, esta eli-

    te era en realidad mucho ms abierta q ue lo q ue

    indicaba su propia imagen. Por ltimo, la expe-riencia peronista termin de diluir este frag-

    mento de Antiguo Rgimen. De ah en ms las eli-

    tes surgieron principalmente sobre la base del

    mrito, incluyend o en este concepto la capaci-

    dad, ticamente cuestionable, para aprovecharen beneficio propio las oportunidades, franq ui-

    cias o prebendas que, como se ver enseguida,

    creaba el estado en su relacin con los grupos

    de inters.

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    Fue una sociedad en la q ue predominaban

    las gradaciones y faltaban los cortes tajantes,donde las diferencias no estaban consolidadas

    en trminos de nacimiento , de tez o siq uiera de

    apariencia. Fue una sociedad de masas de cla-

    ses medias. Pero este trmino , que ha sido am-

    pliamente utilizado en los anlisis sociolgicos,

    es poco til si se con sidera a la clase mediacomo

    un segmento fijo de la sociedad, con atributos

    deducibles de su posicin intermed ia. Es suges-

    tivo en cambio si se lo considera desde la pers-

    pectiva d e una sociedad dinmica, donde cada

    uno de sus miembros est d e alguna manera en

    trnsito. En suma, aqulla fue una sociedad m-

    vil, que gener un imaginario coincidente, de

    amplia aceptacin.

    Ilusiones democrticas

    Cmo proces sus con flictos esta sociedad

    prspera y democrtica, guiada por un estado

    fuerte y activo? Como en cualquier sociedad ca-pitalista contempornea, stos transcurrieron si-

    multneamente en dos escenarios, uno regido

    por el principio democrtico de la soberana

    popular, el bien comn , la igualdad poltica y la

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    representacin , y otro d on de los intereses de la

    sociedad se organizaban, con frontaban y nego-ciaban en los marcos creados por el estado. U na

    de las singularidades de la experiencia argentina

    reside en la debilidad del primero y el carcter

    fuertemente colusivo, normalmente corrupto ,

    del segundo.

    La d emocracia ilusion , aun q ue luego su

    prctica defraud. En 1912, la reforma polti-

    ca impulsada por el presidente Roque Senz

    Pea estab leci q ue el sufragio, que ya era uni-

    versal para los varones desde 1853, fuera ade-

    m s secreto y ob liga torio; tam bin se d ispuso

    el uso del padrn militar y un sistema de repre-

    sentacin de mayora y minora. La reforma

    preten da corregir vicios y deficiencias larga -

    men te criticad os. Uno de ellos era la ba ja par-

    ticipacin electoral y la manipulacin de losresultados electorales por el gobierno y sus

    agentes. Otro era el presidencialismo, ya esta-

    blecido por la Constitucin y acentuado por la

    prctica instituciona l, en la q ue el presidente

    era tambin el jefe del partido de gobierno.Por otra parte, este ejercicio de la autoridad

    coincidi con la amplia vigencia de las liberta-

    des civiles y con la existencia d e un activo espa-

    cio pblico de debate.

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    En 1912 culmin un proceso de democra ti-

    zacin de la vida poltica a rgentina. En l, la ac-cin de las elites gobern an tes, sus preocupacio-

    nes y estrategia fueron ms importantes q ue las

    demandas de participacin, por entonces aco-

    tadas a reducidos grupos cvicos: lo concedidope-

    s mucho ms que loconseguido

    . Sin duda el

    proyecto reformista de 1912 tomaba nota del

    empecinado reclamo de la U nin Cvica Radi-

    cal, dirigida por Leandro N. Alem primero y

    por H iplito Yrigoyen despus, que desde 1890

    impugnaba lo q ue llamaban el rgimen. Nata lio

    Bo tan a ha explicado q ue la exigencia de esta

    minora d isidente pes menos que las circuns-

    tancias internas de la elite poltica: ruptura de

    la unidad, preocupacin por la legitimidad, bs-

    queda de la integracin de la sociedad en torno

    del estad o y creencia en la potencia regen era-dora de la competencia electoral, q ue conclui-

    ra, en sus errneos clculos, con la inclusin de

    un tercio minoritario. H ubo un imperativo es-

    tatal para la transformacin de h abitan tes en

    ciuda dan os, que el presiden te Senz Pea ex-pres con la frmula Quiera el pas votar.

    La n ecesidad d e consolidar las bases de legi-

    timidad coincidi con una preocupacin ms

    general: la con struccin de la naciona lidad y el

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    desarrollo de mecanismos de identificacin e in-

    tegracin de la sociedad en torno del estado. Talpreocupacin, comn a todas las culturas demo-

    crticas de entonces, era aq u ms viva debido al

    carcter inmigratorio aluvial, segn la frmu-

    la de Jos Luis Romero de la sociedad, as co-

    mo a la necesidad de fundamentar adecuada-

    mente la soberana internacional del estad o.

    Progresivamente, la cuestin de la n aciona-

    lidad se fue haciendo conflictiva. Lilia Ana Ber-

    ton i ha sealado la d eclina cin de la concep-

    cin originaria, en la que la patriaera entendida

    en trminos de un contrato voluntario entre

    ciudadanos, preocupados por q ue el estado ga-

    rantizara a los habitantes las libertades y dere-

    chos individuales. Desde fines del siglo XIX

    aq u y en muchas otras partes se desarroll

    una preocupacin por encontrar un fundamen-to de la nacin ms all de las contingencias his-

    tricas: una un idad fundada en la raza, la len-

    gua, el territorio o quizs en el pasado histrico,

    cuando la nacin, una realidad eterna , cobraba

    existencia efectiva.Definir la nacionalidad signific discusiones

    y polmicas, pues ninguno de sus rasgos era evi-

    dente por s mismo, y al dar prioridad a a lguno

    de stos se estableca q uin perten eca plena-

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    mente a la esencia nacional, q uin q uedaba re-

    legado a un lugar marginal, residual y quin eraajeno a la nacin y hasta era su enemigo. El

    gaucho era un tipo residual y primitivo, o la

    esencia misma del ser nacional? Muchos intr-

    pretes de lo nacion al tuvieron la tentacin de

    imponer su propio criterio por un acto de auto-

    ridad. Por ese camino, paradjicamente, lo q ue

    deba ser prenda de unin se convirti en fuen-

    te de inacabables q uerellas, que se entrelazaron

    con las surgidas de la prctica democrtica. En

    suma, la bsqueda de la unidad nacional fue

    traumtica y con flictiva.

    Esas querellas fueron tanto ms vivas debi-

    do a l entusiasmo con q ue la sociedad acept en

    1912 las nuevas reglas del juego poltico. Los

    nuevos ciudadan os comenzaron el aprend izaje

    de la d emocracia y la construccin de un imagi-nario democrtico q ue iba a soportar sin fisuras

    muchas confrontaciones con las poco h alage-

    as prcticas de la democracia realmente exis-

    tente. Las identidades polticas q ue se constitu-

    yeron desde entonces la radical primero , y laperonista luego tuvieron un arraigo y una

    fuerza singulares que trascendieron lo electoral,

    al pun to q ue muchas de las prcticas sociales se

    politizaron profundamente.

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    Los ciudadanos aprend ieron a serlo d e ma-

    neras diversas pero concurrentes. Hubo unamanera amplia, genera lizada y ms superficial:

    los nuevos partidos reclutaron sus cuadros en-

    tre grupos disidentes de las fuerzas tradiciona-

    les, y las nuevas identidades polticas, de carc-

    ter nacional, se adecuaron al cuadro de las

    luchas facciosas locales; en muchos lugares, es-

    pecialmente en las provincias ms tradicionales,

    los gobiernos siguieron usando el patronazgo y

    los empleos pblicos para definir las elecciones.

    Las dd ivas, generosamente d istribuidas, solan

    ser financiadas con recursos provenientes, de al-

    guna man era, del presupuesto nacional. En es-

    tos casos, la identidad poltica se asoci con l-

    deres, imgenes y signos identitarios: desde el

    mate o el pauelo con la figura de Yrigoyen

    frecuentemente asimilad o con un san tn ocon el mismo Jess hasta el retrato d e Pern

    y Evita o la marcha peron ista .

    Otro tipo de aprendizaje cal ms hond o, y

    tuvo como escenario distinto tipo de asociacio-

    nes civiles, que resultaron verdaderas escuelasde la democracia. En mutuales, clubes deporti-

    vos y sobre todo en sociedades de fomento, bi-

    bliotecas populares y cooperativas hubo un

    aprendizaje de la participacin: hablar en pbli-

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    co, escuchar, proponer, consensuar, liderar, se-

    guir. Estas prcticas se nutrieron en una corrien-te cultural proveniente de los sectores intelec-

    tuales progresistas los socialistas fueron los

    ms visibles, que difundieron ampliamente

    las ideas y valores propios del ciudadano educado,

    consciente, respon sable y conocedor de los pro-

    blemas sociales y polticos y de las alternativas.

    Su vigencia se mantuvo a l menos hasta que con

    el peronismo se impusieron otros mbitos de so-

    cializacin, como los sindicatos, y otro modelo

    de ciudadano, ms preocupado por lo que lla-

    maban los aspectos realesy no meramente forma-

    lesde la democracia.

    La nueva poltica de partidos y la construc-

    cin de las maq uinarias electorales, q ue permi-

    tan iniciar desde abajo un cursus honorum,

    abrieron una nueva va para la aventura d el as-censo, caracterstica de esta sociedad. As, las

    nuevas actividades ciudad an as se entrelazaron

    con las prcticas sociales y se potenciaron rec-

    procamente. Entendida como participacin , la

    democracia fue un valor y una ilusin, q ue semantuvo firme aun en perodos en q ue avanz

    la manipulacin gubernamental de las eleccio-

    nes, particularmente despus de 1930. En 1931

    el presidente Uriburu, especulando con el gran

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    desprestigio de la derrocad a U CR, jug en un a

    eleccin su proyecto de reforma constitucion alcorporativista y recibi un contundente recha-

    zo. En 1936, en pleno fraude patriti co, la ban-

    dera d e la democracia unific a l menos transi-

    toriamente un frente popularde constitucin

    problemtica; los sind icatos comunistas y socia-

    listas invitaron al ex presidente Alvear, jefe de la

    U CR, a participar en el acto del 1 de Mayo co-

    mo obrero de la democracia. En 1946, en una elec-

    cin decisiva y singularmente limpia, la Unin

    Democrtica, q ue fue derrotada, reuni sin em-

    bargo las voluntades de algo menos de la mitad

    del electorad o; Juan Domingo P ern, triunfa-

    dor en la ocasin, levan t a su vez la bandera de

    la democracia real.

    Debilidad republicana, avance militar

    En realidad, hasta entonces la prctica de-

    mocrtica no se haba traducido en instituciones

    representativas eficientes las de la Constitu-cin, revitalizadas por el impulso democrti-

    co, por lo q ue estos ejemplos de fervor cvico

    resultan ms llamativos. Ms all de la legitima-

    da y fortalecida autoridad presidencial, el impul-

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    so democrtico no lleg a plasmar en institucio-

    nes q ue intervinieran eficazmente en el proce-samiento de los intereses y los conflictos socia-

    les. En parte puede atribuirse a la insuficiencia

    de la revolucin democrtica de 1916, y la per-

    sistencia de amplios bolson es de poltica criolla,

    no beneficiados por la regeneracin institucio-

    nal del rad icalismo. A eso puede sumarse, luego

    de 1930, la prctica sistemtica del fraude elec-

    toral, que algunos presentaron como virtuoso.

    Pero haba a lgo ms.

    No pueden n egarse las credenciales demo-

    crt icas de H iplito Yrigoyen y Juan Domingo

    Pern , lderes de las dos grandes experiencias

    democrticas de la primera mitad d el siglo XX:

    la radical (1916-30) y la peronista (1946-55).

    Ambos triun faro n caba lmente en las eleccio-

    nes en q ue se presentaron y ambos encarnaronde m an era legtima el ideal de la voluntad po-

    pular. Puede discutirse sobre los alcances de

    sus polticas de gobierno respecto d e la con -

    crecin de los intereses populares: sobre esto

    caben tan tas opiniones como definicion es ha-ya d el colectivo pueblo. Para lo q ue aq u se ana-

    liza, en cam bio, es pertinente sea lar q ue am-

    bos, cada uno a su manera, h icieron poco por

    empalmar adecuadamente la institucion alida d

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    con stitucional previa con las nuevas formas po-

    lticas democrticas.Probablemente ese empalme no era simple,

    e implicaba tensiones y hasta incompatibilida-

    des, del estilo de las discutidas durante el siglo

    XIX, cuando se contrapon a la libertad con la

    igualdad. Pero adems ambos dirigentes no

    crean demasiado en esas instituciones, que

    eventualmente podan limitar su mandato popu-

    lar y su obra regeneradora . Un primer dato es la

    escasa relevan cia q ue para ambos tuvo el Con-

    greso. D urante la P residencia d e Yrigoyen una

    mayora normalmente opositora se opuso a casi

    cualquier iniciativa presidencial; a su vez, Yrigo-

    yen se preocup poco por lo que all se pudiera

    discutir o acordar. Puede aducirse que esto se de-

    bi a mayoras sistemticamente hostiles, tanto

    para Yrigoyen como luego para Alvear. Con Pe-rn el gobierno tuvo amplia mayora en las dos

    cmaras legislativas, no haba b loq ueo, pero el

    Congreso se limit a aprobar las iniciativas del

    Ejecutivo, y ste solo req uiri de l esa confirma-

    cin . Algunos aos ms tarde el presidente Fron-dizi permanentemente jaq ueado por el poder

    militar y el poder sind ical, pese a d isponer de

    una amplia mayora parlamentaria, no recurri

    a esa institucin para paliar en algo su inmensa

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    or fan dad poltica. Tampoco el presidente Illia

    (1963-1966) se preocup por gestar en el Con-greso acuerdos polticos amplios que compen-

    saran su debilidad de origen. En suma, lo q ue

    deba ser el centro de la poltica democrtica re-

    publicana, la d iscusin y el acuerdo en el Parla-

    mento , nunca jug un papel importante.

    En cambio la autoridad presidencial, poten-

    ciada por la figura d el caud illo de masas, creci

    an ms. A medida q ue la organizacin del es-

    tado se haca ms compleja, un nmero mayor

    de funciones dependan directamente del vr-

    tice presidencial. La imbricacin entre estad o y

    partido de gobierno continu avanzando hasta

    extremos asombrosos. Por otra parte, el rad ica-

    lismo, y luego el peron ismo se definieron como

    movimientos, que encarnaban la representacin

    del pueblo o de la nacin, investidos con la mi-sin d e regenerar la sociedad , y no como parti-

    dos: es decir, la parte de un conjunto. Pueden

    sealarse dos fuentes de esta concepcin de la

    poltica. Por una parte, se trataba d e un pensa-

    miento democrtico en estad o puro , sin pizcade contaminacin con la trad icin liberal. Por

    otra, era la manifestacin poltica de la idea in-

    tegral de nacin. Cada uno a su turno, los dos

    grandes partidos democrticos asumieron ser la

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    expresin del puebloy de la nacin: el radicalis-

    mo fue la causa nacional, y la doctrina justiciali stadevino en doctrina nacional. Los adversarios po-

    lticos fueron no solo en emigos del pueblo sino

    de la misma nacin y la poltica se hizo inevita-

    blemente facciosa.

    En esos aos, la distancia entre los enuncia-

    dos y las prcticas era grande; ceida a las pala-

    bras, la violencia poltica era por enton ces m-

    nima, en comparacin con lo q ue lleg a ser

    posteriormente. Pero aun sin pasar a los he-

    chos, lo cierto es que un discurso poltico de ese

    tipo no asign a la oposicin un lugar legtimo,

    como n o fuera el de enemigo de la patria o an-

    tipueblo: el rgimen falaz y descredode Yrigoyen o

    la oligarquade Pern. En esos trminos, la nue-

    va poltica democrtica fue tan facciosa como lo

    haba sido la poltica del siglo XIX, y muchoms al estar po tenciad a por el imagina rio de la

    poltica de masas.

    Lo verdaderamente asombroso es que ese

    faccion alismo se desarrollara en una sociedad

    donde, como se ver enseguida, los conflictos deintereses se desplegaban de una manera extre-

    madamente mesurada. As, durante el peronis-

    mo la conflictividad fue principalmente poltica,

    y si se q uiere cultural, antes que especficamen-

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    43/126

    te social. Este dato cambi rpidamente luego

    de 1955 y correspondi tan to a una agudizacinde la con flictividad social como a una intensa

    politizacin de los conflictos.

    En 1955, la proscripcin del peronismo y de

    sus principales dirigentes una revancha acor-

    de con el carcter faccioso de la poltica duran-

    te el peron ismo fue una decisin de enorme

    trascendencia: d esde entonces comenz la de-

    cadencia acelerada del imaginario democrtico.

    Cuanto ms predicaban los gobernantes de la

    Revolucin Libertadora (1955-58) acerca de la de-

    mocracia y la libertad, ms vacas resultaban las

    instituciones, deslegitimadas por la proscrip-

    cin, as como los presidentes electos en esas

    condicion es: Fron dizi e Illia. Por otra parte, esa

    misma proscripcin con tribuy a galvan izar la

    identidad peronista y a nuclearla alrededor d equienes, ausente el lder, resultaron ser la ni-

    ca voz del pueblo peronista. El enorme poder q ue

    tuvieron en el escenario corporativo, q ue se ve-

    r enseguida, se nutri de esa representacin vi-

    caria. La debilidad de las instituciones democr-ticas fue en aumento, y facilit y justific la

    presencia creciente de las Fuerzas Armadas, que

    pasaron del pretorian ismo a la dictadura .

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    A lo largo del siglo XX, las Fuerzas Armadas

    haban venido avanzando hasta instalarse en elcentro de la vida po ltica, en parte por la debi-

    lidad del escenario democrtico, que abra el

    camino a q uien era un o d e los ms poderosos

    actores del escenario corporativo, y en parte

    porque la evolucin ideolgica y cultural de la

    sociedad poltica autoriz un a imagen q ue las

    Fuerzas Armadas cultivaron largamente: su ca-

    rcter d e instan cia ltima, de depositarios y ga-

    rantes de los supremos valores de la nacin.

    Desde principios de siglo el Ejrcito se consoli-

    d como institucin y afirm su presencia en la

    sociedad . Con el establecimiento del Servicio

    Militar Obligatorio, todos los ciudadanos deban

    pasar por sus filas al cumplir los veinte aos.

    De acuerdo con su versin de la h istoria n a-

    cional, el Ejrcito, que naci con la patria, laacompa en cada paso de su crecimiento. Mu-

    chos otros polticos e intelectuales apelaron a

    definicion es de la nacionalidad q ue soslayaban

    su d imensin democrtica y con stituciona l, co-

    mo los discpulos locales de Maurras. Pero eldiscurso ms eficaz fue el de la Iglesia Catlica,

    q ue desde 1910 se sum al elenco de q uienes

    queran apropiarse de la definicin de la na-

    cin. Tambin la Iglesia descubri q ue haba es-

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    tad o presente en el nacimiento de la pa tria y en

    cada una de sus instancias decisivas, e hizo unprolijo inventario de los sacerdotes participan-

    tes de cada uno de los eventos patrios. A la vez,

    desarrollaron la versin integrista del catolicis-

    mo, que dominaba la Iglesia romana desde

    principios del siglo XX; a firmaron q ue el cat-

    lico deba actuar como ta l en cada uno de los

    actos de su vida y sostuvieron que la Argentina

    era una n acin catlica, y q ue quienes no per-

    tenecan a ta l confesin no eran en esencia a r-

    gentinos. Como ha mostrado recientemente Lo-

    ris Zanatta, Ejrcito e Iglesia se vincularon y

    potenciaron, en torno a la nocin rad ical y ex-

    cluyente d e nacin catlica, tan fuerte en 1943

    como en 1966.

    Con estas ideas, los militares irrumpieron

    una y otra vez en la poltica, derribaron gobier-nos democrticos en 1930 y 1955, acabaron con

    la tambaleante legalidad en 1943 y condicion a-

    ron otra tambaleante legalidad en 1962. Las

    Fuerzas Armad as desarrollaron otra versin de

    la poltica facciosa: el enemigo fueron primerolos liberalesy masones; luego los antidemocrticos,

    secuaces del dictador prfugo. Desde 1960, con la

    incorporacin de la Doctrina de la Segurida d

    Nacion al, fruto de estrechas relaciones con las

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    Fuerzas Armadas estadouniden ses, el comunismo

    se instal en el centro de la d efinicin del ene-migo de la patria; poco despus, se transform

    en el subversivo aptrida. En cada paso d e la es-

    calada, el escenario poltico resultaba corrodo

    de una manera ms definitiva. Consecuente-

    men te, la negociacin de los con flictos y los in-

    tereses se traslad al escenario corporativo.

    El conflicto social, las corporacionesy el estado

    Las instituciones representativas fueron d-

    biles en dos sentidos: para expresar el inters co-

    mn, primero, y para constituirse como un con-

    trol y balance eficaz en la negociacin particular

    de los intereses. Este control se mantuvo ajenoal Congreso y se instal en distintas region es del

    estado, dependientes del Pod er Ejecutivo.

    Uno de los intereses particulares que prime-

    ro avan z sobre el inters comn fue el de los

    gobiernos provinciales. De acuerdo con la Cons-titucin de 1853, la Repblica Argentina ad op-

    t la forma de gobierno federal: estad os provin-

    ciales autnomos y un Senado en el que las

    provincias estaban representadas en paridad, in-

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    dependientemente de su poblacin . El Senado

    fue un organismo clave en el funcionamientoinstitucional y poltico, y el mbito principal de

    la compleja relacin entre el gobierno n acional

    y los provinciales. All se gestionaron, durante el

    perodo d e expansin de la economa agroex-

    portadora, variados subsidios a provincias po-

    bres pero con peso en el escenario poltico. As

    se protegieron las industrias del azcar y del vi-

    no en Tucumn y Cuyo; los empleos pblicos

    nacionales beneficiaron a los sectores educados

    y pobres de provincias; dirigentes provinciales

    complementaron su carrera poltica capitalina

    con el enriquecimiento, por ejemplo aprove-

    chando los crditos de bancos estatales.

    Luego de 1916, con el crecimiento del esta-

    do, en las provincias se multiplicaron oficinas y

    establecimientos; cada uno signific empleospblicos, tanto ms importantes cuanto ms po-

    bre era la provincia en cuestin . En 1932, en el

    conjunto de med idas para enfrenta r la crisis, se

    estableci el sistema de coparticipacin imposi-

    tiva federal y se asign a cada provincia unaporcin fija de lo recaudado ; era una forma de

    hacer realidad el clebre principio comunista:

    de cada un o segn sus posibilidades, a cada uno

    en funcin de sus necesidades. La proporcin

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    asignada fue o tra de las cuestiones a n egociar

    entre el gobierno n acional y las provincias. Seestableci un criterio de equidad pero a la vez

    se disoci la funcin de recaud acin d e la d e

    ejecucin y gasto; libres de responsabilidad y

    control, los gobiernos provinciales pudieron

    disponer sin trabas del presupuesto provincial

    con fines de patronazgo.

    Tambin desde 1930 se generaliz la protec-

    cin selectiva d e las economas regionales: el al-

    godn, la yerba mate o el tabaco. Desde 1958,

    en el contexto del desarrollismo, se gen eraliz la

    promocin de actividades industriales median-

    te la exencin impositiva; el mecan ismo serva

    tanto a las grandes empresas como a las provin-

    cias menos favorecidas, donde se abriran nue-

    vas fuentes de empleo. Todos estos mecanismos,

    q ue implicaban la transferencia de fond os delpresupuesto nacional a los estados provinciales,

    eran objeto de negociaciones polticas comple-

    jas, donde era factible el intercambio de favores.

    Por otra parte, a lo largo del siglo XX el cre-

    cimiento econmico y la complejidad crecien-te de la vida social d ieron a los intereses econ -

    micos y profesionales un perfil cada vez ms

    ntido , reforzado cuando fueron asumidos por

    institucion es corporativas, creadas para defen-

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    derlos. Estas instituciones surgieron como par-

    te de un movimiento asociacionista singular-mente intenso desde fines del siglo XIX. Las

    primeras asociacion es apuntaron sobre tod o a

    la ayuda mutua y la defensa de los intereses de

    sus miembros. H ubo mutuales de tipo tnico,

    cooperativas, sociedades de fomento vecinal,

    profesionales, y en menor medida patronales,

    de evolucin ms lenta . Singular importan cia

    tuvieron las organizaciones sindicales. Desde

    1920 el sind icalismo de orientacin anarq uista

    fue desplazado por organ izaciones orientadas a

    la negociacin , cuyo modelo fueron por mucho

    tiempo los gremios ferroviarios. En la dcad a

    de 1930 la sindicalizacin creci por impulso

    del crecimiento ind ustrial, y luego de 1943 por

    estmulo d el estado, a travs de la Secretara de

    Trabajo y Previsin. En 1945, los sindicatos te-nan ya peso suficiente como para ser decisivos

    en la llegada al poder de Juan Domingo Pern.

    En el marco de las asociaciones tomaron

    forma los intereses sectoriales conflictivos. Tem-

    pranamente se apel a l estado para q ue definie-ra las reglas, regulara los con flictos y garantiza-

    ra los logros, franquicias y privilegios de cada

    corporacin. Esa apelacin coincidi con el

    avan ce estatal, para controlar y regular los dis-

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    50/126

    tintos espacios de la sociedad. As, el crecimien-

    to del movimiento corporativo acompa, paripassu, el desarrollo del estad o.

    Si se tra taba de las modestas sociedades de fo-

    mentode Buenos Aires, encargadas del mejora-

    miento edilicio del barrio, hubo una prolifera-

    cin de demandas, dirigidas a los niveles ms

    bajos del estado: el funcionario de jerarq ua me-

    nor o el representan te en el Concejo Deliberan-

    te. Segn ha estud iad o Luciano d e Privitellio,

    desde los aos 20 el gobierno municipal regla-

    ment el funcionamiento d e estas sociedades y

    cre el mecanismo del reconocimiento, q ue ha-

    bilitaba para gestionar a una d e ellas por cad a

    seccin de la ciudad . Ante esta fran q uicia, mu-

    chas sociedades de fomento q uedaron margina-

    das o se dedicaron a otra cosa. Pero donde no

    las haba, la n ueva reglamentacin las hizo sur-gir para aprovecharla, estimuladas pero a la vez

    controladas por el estado.

    La concesin u obtencin de una fran q ui-

    cia estata l fue un mecanismo propio de todas las

    asociaciones organ izadas para la defensa de in-tereses sectoriales, q ue devinieron en verdad e-

    ras corporaciones. Fue el caso de los sind icatos.

    Hasta 1916, su reconocimiento por el estado era

    mn imo. H iplito Yrigoyen inici esta poltica

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    de mediacin , particularmente en el caso d e las

    grandes huelgas de los ferroviarios y martimos,q ue afectaban la exportacin , pero lo h izo ba-

    sndose en su autoridad, sin que hubiera un de-

    sarrollo de instituciones estatales especficas. En

    la dcada de 1930 el estado, que estableci los

    grandes instrumentos de intervencin en la

    economa, aprendi a laudar entre los intereses

    y a regular la competencia entre exportad ores,

    productores rurales, importadores e industria-

    les. Por entonces, los sind icatos obreros haban

    crecido considerablemente, sobre tod o por el

    desarrollo industrial de los aos 30. Salvo en ca-

    sos aislados, como los trabajad ores ferroviarios,

    no contaban con reconocimiento formal ni del

    estado n i de los patronos, aunque hubo esbozos

    de regulacin de las huelgas y de concertacin

    estatal.Desde 1943 el estado se volc a resolver por

    esa va lo que proclamaba una amenaza para el

    orden social. El estado promovi la sindicaliza-

    cin , que se acompa del reconocimiento del

    peso gremial y poltico de los sindicatos. La leyde Asociaciones Profesionales determin la exis-

    tencia del sindicato n ico por rama de ind us-

    tria, la personera gremialotorgada por el estado y

    el descuento de la cuota sindical por planilla. En

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    los diez aos de gobierno peronista , el gobier-

    no intervino ampliamente en la con formacinde las direcciones sindicales, desplazando a

    aq uellos dirigentes q ue queran mantener una

    accin poltica o gremial independiente, pero a

    la vez les asegur a los sind icalistas disciplinados

    el monopolio de la representacin sindical.

    Los conflictos sociales, muy intensos inme-

    diatamente despus de la Primera G uerra Mun-

    dial y tambin durante la dcada d e 1930 y la

    Segund a G uerra Mundial, se atenuaron duran-

    te el peron ismo. Si la con flictividad poltica fue

    muy fuerte, la especficamente social se apaci-

    gu, debido a la prosperidad general, a las po-

    lticas de redistribucin y promocin social, y

    tambin al estricto control por parte del estado.

    La Comunidad organizada, una concepcin orga-

    nicista formulad a por Pern , extendi al con -junto de la sociedad , al menos idealmente, este

    modelo de organizacin corporativa, y le agre-

    g un ingrediente poltico ideolgico: la unani-

    midad en torno d e la Doctrina nacional justicia-

    lista. A la vez, los sind icatos tuvieron un lugarimportante en el estad o y participaron en la de-

    finicin de las polticas.

    Un buen ejemplo de este balanceo e interpe-

    netracin estudiado por Susana Belmartino

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    es el fracaso d el proyecto gubernamental de se-

    guro de salud n ico, bloqueado por los sindica-listas en favor de las incipientes obras sociales,

    que tomaban como modelo el Hospital Ferrovia-

    rio. A principios de la dcada de 1940 la U nin

    Ferroviaria, modelo de sindicato gestionado por

    socialistas, hab a construido su H ospital Ferro-

    viario. Desde 1943 obtuvo de Pern concesiones

    varias: afiliacin obligatoria de todos los trabaja-

    dores ferroviarios y descuento automtico por

    planilla. El ejemplo cun di, y muchas organi-

    zaciones, sobre todo de trabajadores estatales,

    reclamaron un rgimen similar, lo q ue hizo fra-

    casar el proyecto de seguro de salud que por

    entonces impulsaba el ministro Ramn Carrillo.

    Cada sindicato tendra, a la larga , los bene-

    ficios sociales q ue pudiera pagarse con los apor-

    tes de sus afiliad os o con las contribuciones pa-tronales que pudiera negociar. El estado se

    pleg an te el vigor del inters corporativo, pese

    a q ue este rgimen no eq uitativo pona en cues-

    tin la propuesta de lajusticia social. Puede vis-

    lumbrarse aq u el comienzo de la combinacinde un estado con alta capacidad de intervencin

    y de distribucin de franquicias y prebendas, y

    a la vez con escasa capacidad de accin autno-

    ma frente a los intereses q ue l mismo alienta.

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    Luego de la cada d e Pern en 1955 los sin-

    dicatos fueron expulsad os del centro del poderpoltico y las polticas de racion alizacin capita-

    lista, esbozadas desde 1952, pud ieron desplegar-

    se plenamente. Hubo recortes en el pod er sin-

    dical en los lugares de trabajo, retroceso en los

    ingresos y reduccin del empleo. Arreci la con-

    flictividad social: la proscripcin poltica del pe-

    ron ismo le dio a la resistencia gremial una ban-

    dera y una identidad poltica de gran capacidad

    de agregacin. Esta historia, espectacular y he-

    roica, tuvo otro costado, menos visible pero

    igualmente importan te.

    Luego de 1955 el estado conserv y acrecen-

    t los instrumentos para intervenir en la econo-

    ma y en la sociedad . Su capacidad d e regular y

    de con ceder franq uicias q ue aument con la

    poltica desarrollista estimul el forta lecimien-to de las corporacion es: las sindicales, q ue recu-

    peraron la ley que regulaba sus privilegios; las

    profesion ales, que avan zaron en la colegiacin ;

    y las patronales, desagregadas para la d efensa

    de intereses sectoriales y agregadas para losgrandes combates sobre polticas estatales. Ade-

    ms de fijar el rumbo general, el estado adopt

    permanentemente decisiones coyunturales, pa-

    ra enfrentar los ciclos econmicos devaluacio-

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    nes, retencion es y gravmen es que pusieron

    a las corporaciones particularmente las distin-tas organizacion es patronales y sind icales en

    estado de permanente movilizacin, para pre-

    sionar, defender y negociar. Por entonces, el de-

    terioro del escenario especficamente poltico

    traslad el grueso de la negociacin social a la

    puja en tre corporaciones, a la q ue se sumaron

    la Iglesia, defensora de una imprecisa doctrina

    social, y las Fuerzas Armadas, que se fueron con -

    virtiendo en el rbitro de ltima instan cia.

    El estad o se fue desgarrando en esta puja y

    no pudo defender un inters general que tras-

    cendiera los intereses corporativos. Retoman do

    a Susana Belmartino, en 1970 el Ministerio de

    Bienestar Social extendi el sistema de obras so-

    ciales: todo trabajador d eba aportar obligato-

    riamente a la de su sindicato. Segn sus recur-sos, las habra ricas y pobres. Los dirigentes

    sindicales recibieron una prebenda inmensa

    desde entonces los fondos de las obras socia-

    les financian las actividades gremiales y polti-

    cas y alimentan una vasta corrupcin, cuyadefensa pas a ser el objetivo primero de la mi-

    litancia sind ical. Lo curioso es q ue la d ecisin

    bloq ue el proyecto de creacin de un seguro

    social nico, q ue la Secretara de Salud Pblica

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    negociaba simultneamente con la corporacin

    de los mdicos. Un segmento de la burocraciaestatal, en acuerdo con los dirigentes sindicales,

    logr un triunfo a costa de otro segmento , que

    negociaba con la otra corporacin implicada .

    Mdicos y sindicalistas compitieron en el seno

    de un estad o q ue sacrificaba su autonoma y se

    converta en el premio mayor d e la lucha.

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    2. Clmax y anticlmax

    Tres procesos la crisis del ideal democrti-co, la exacerbacin de los reclamos corporativos

    y las pasiones autoritarias de autopostulados sal-

    vadores de la nacin se conjugaron de mane-

    ra catastrfica en tre 1966 y 1976. Pero en otro

    sentido, fue una dcada admirable, en la q ue la

    sociedad tod a se puso en movimiento , buscan-

    do plasmar un futuro mejor, al margen del esta-

    do y en franca rebelda contra l. Fueron diez

    a os de conflicto, en los q ue las eleccion es de

    1973 y el retorno de Pern constituyeron una

    tregua, super ficial y efmera . Tambin fueron

    a os de ilusin. La combinacin de viejos con-

    flictos y nuevas expectativas tuvo un efecto ex-

    plosivo y destructor: un violento combate cuyos

    protagon istas no coincidan con lo que ellos mis-

    mos afirmaban ser y en el que las opcion es enjuego eran confusas y engaosas. Hubo bandos,

    pero no alternativas. Al final, se estableci una

    paz sepulcral, la Argentina vital desapareci y

    qued instalada la Argentina de la decadencia.

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    Analizaremos aq u este movimiento de clmax y

    anticlmax.

    La oleada revolucionaria

    En 1966 las Fuerzas Armadas asumieron el

    poder del estado de manera institucional y de-

    signaron presidente a l general Juan Carlos On-

    gana. La Revolucin Argentina tal el nombre

    autoasignado se propona una refundacin

    completa de la sociedad de acuerdo con un plan

    en etapas que, segn decan , tena objetivos y no

    plazos. En primer lugar, sanear y expandir la

    economa; luego, a tend er a las necesidad es so-

    ciales y promover una nueva organ izacin co-

    munitaria; fina lmente, da r forma a una n ueva

    instituciona lidad , basad a en la representacinfuncional y orgnica. La democracia represen-

    tativa haba q uedado definitivamente abo lida,

    algo que sntoma de los nuevos tiempos po-

    cos lamentaron por entonces.

    Respecto del primer objetivo contaban conel apoyo del sector ms concentrado del empre-

    sariado, para quien la puja corporativa signifi-

    caba un obstculo y una molestia. El ejercicio

    dictatorial del poder permiti al estado acallar

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    los reclamos sectoriales e imprimir un rumbo

    definido a la economa; la poltica del ministroAdalbert Krieger Vasena favoreci a las empre-

    sas ms grandes, en su mayora de capital trans-

    nacional, mediante premios a la eficiencia y

    proteccin al mercado interno. El desarrollo de

    las fuerzas prod uctivas, aunq ue en lo inmedia-

    to cre con flictos y tensiones, fue importan te en

    el median o plazo y gener condiciones favora-

    bles tambin para una parte no menor de las

    empresas argentinas, incluyendo al renovado

    sector agropecuario. H acia 1973 cuan do se

    celebraron las elecciones q ue trajeron a P ern

    de nuevo al poder el sector productivo esta-

    ba funcionando a pleno, aun cuand o se pade-

    can los problemas de una de las habituales cri-

    sis cclicas.

    La distribucin de los frutos de esa bonanzadependa en buena medida de decisiones del

    poder estatal en materia cambiaria, salarial o

    impositiva, de modo q ue el crecimiento exa-

    cerb los trad icionales con flictos sectoriales y la

    puja por la d istribucin , un ingrediente impor-tante para comprender la movilizacin y politi-

    zacin de esos aos. Visto en una perspectiva

    ms larga, puede advertirse q ue esta ltima mo-

    dalidad de crecimiento comenzaba a alterar al-

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    gunos de los rasgos salientes de la larga expan-

    sin , particularmente por la tendencia a la con-traccin del mercado de trabajo y la aparicin

    de la desocupacin tecnolgica. Esta situacin

    tuvo consecuencias negativas sobre la tendencia

    de la sociedad a la movilidad y la incorporacin.

    En las dos dcadas anteriores a 1976 ya era visi-

    ble que ese trnsito era cada vez ms lento, e in-

    cluso que el carril de retorno se ensanchaba.

    Desde mediados de la dcada de 1960 fue visible

    que un ttulo universitario estaba lejos de garan-

    tizar una buena posicin social; que el obrero al-

    tamente calificado rara vez se convertira en pe-

    q ueo tallerista, y que la anhelada casa propia

    solo sera una casilla o un rancho mejorados. Es

    posible advertir en estos cambios las races de

    una mayor crispacin en los conflictos sociales.

    La movilizacin d e la sociedad, hasta enton-ces aq uietada por la represin autoritaria, se ini-

    ci a fines de 1968 y tuvo un primer episodio es-

    pectacular en el Cordobazo d e mayo d e 1969.

    De ah en ms, se despleg, en un crescendo q ue

    no se detuvo hasta 1973, cuando asumi el go-bierno peronista ; despus se mantuvo, pero sin

    la unanimidad e inocencia iniciales. Fue una

    movilizacin variad a y con una gran capacidad

    de agregacin. Por un lado, un nuevo sindica-

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    lismo, que desbordaba los lmites de la trad icio-

    nal burocracia sindical fortalecida desde 1955en la negociacin de retaguardia y ensayaba

    nuevas formas de protesta y de organizacin.

    Por otro, distintos segmentos de empresarios y

    comercian tes, peq ueos y median os, con base

    en las economas regionales. Tambin un movi-

    miento estudiantil que se politiz profunda-

    men te. Y como jalones, d istintas explosiones ur-

    banas, en las que stos y muchos otros salan a

    la calle y por dos o tres das desbordaban los

    con troles policiales o militares. Todo sumaba f-

    cilmente en la lucha contra el enemigo comn:

    la d ictadura y el imperia lismo , person ificad os

    en las figuras del presidente O ngana y su mi-

    nistro Krieger Vasena.

    Sus banderas iniciales fueron la lucha con-

    tra la dictadura y el imperialismo. Fue una mo-vilizacin revolucionaria que, en el imaginario

    social, se nutra de diversas fuentes: la experien-

    cia cubana, la guerrilla latinoamericana , los mo-

    vimientos estudiantiles, la prdica de los sacer-

    dotes tercermundistas. Mensajes tan diversos, yen muchos aspectos inconciliables, se combina-

    ron y fund ieron con un reclamo menos reflexi-

    vo pero hondamente arraigado en la experien-

    cia: la vuelta de Pern, que para sus antiguos y

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    La frmula poltica para semejan te desplie-

    gue de activismo y buena voluntad fue medio-cre y sesgada. Un dato significativo fue la ausen-

    cia de propuestas democrticas, y en general su

    escasa valoracin , por el rpido y profundo de-

    terioro local y por el atractivo universal de otras

    alternativas. Tambin fa llaron otro tipo de pro-

    puestas fundad as en la confron tacin de clases,

    como la del sindicalismo an tiburocrtico. Las

    alternativas centradas en la accin armada, sur-

    gidas a partir del ejemplo cubano, tuvieron

    fuerte predicamento . Su formacin no remita

    al Cordobazo y a la movilizacin social; eran an -

    teriores, y por su estra tegia estaban preparadas

    para actuar sin una respuesta popular inmed ia-

    ta. Al iniciarse la movilizacin, se acercaron al

    movimiento social en sus distintas expresiones,

    en parte para reclutar n uevos miembro s y enparte para da rle una direccin poltica a las ac-

    ciones espontneas. En este terreno, les pas a l-

    go parecido a lo ocurrido con las organizacio-

    nes de izquierda ms clsicas: aunq ue pudieron

    recoger simpatas, chocaron con un lmite,pues buena parte de los movilizados confiaban,

    en primer lugar, en la vuelta de Pern.

    Triunf la propuesta que supo combinar el

    imaginario revolucionario con la mtica aspira-

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    cin a la vuelta de Pern. La organizacin arma-

    da Montoneros logr una fuerte insercin en elmovimiento popular. Sus cuadros iniciales prove-

    nan del activismo catlico, y en muchos casos

    conservaban la impronta de la intransigencia in-

    tegral de los aos de la entreguerra, combinada

    con los contenidos doctrinarios de Medelln y el

    tercermundismo. Se acercaron al peronismo sin

    arrastrar ni un pasado ni culpa alguna, como le

    ocurra a los grupos de izq uierda ; tampoco de-

    ban excusarse ante los peronistas, que tenan

    una desconfianza visceral por los zurdos. Ambas

    caractersticas han sido sealadas por Carlos Al-

    tamirano. l agrega otra diferencia con los gru-

    pos de izquierda: en ese acercamiento no vieron

    en el peronismo una figuracin o velo de la clase

    obrera, el autntico sujeto revolucionario, sino

    q ue lo tomaron como lo q ue ellos pretendanser, el pueblo peronista, y asumieron que su tarea

    consista en profundizar la contradiccin polti-

    ca entre peronistas y an tiperonistas. Su acto fun-

    dacional fue el asesinato del general Aramburu,

    responsable de los fusilamientos de 1956 y figu-ra emblemtica del gorilismoo antiperonismo. Es-

    ta accin nos lleva al planteo de otra dimensin

    de la poltica en el clmax argentino: la violencia.

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    El origen de la violencia como prctica po-

    ltica es muy anterior a los aos 60, aunquenunca tuvo la virulencia de entonces. En 1880,

    concluido el ciclo de las guerras civiles que con-

    dujo a la formacin del estado argentino, la vio-

    lencia poltica qued replegada en un lugar

    ma rginal, ms episd ico q ue con stitutivo. Sin

    embargo no falt. La hubo en 1910, con los

    an arq uistas y las bandas blancas, y entre 1917 y

    1921, cuand o la Liga Patritica acompa la re-

    presin militar; tambin en 1930, con torturas

    y fusilamientos, y durante los aos de gobierno

    de Pern, cuand o h ubo torturados, al menos

    dos asesina tos polticos, y tambin un desplie-

    gue de terrorismo an tiperon ista.

    Por otra parte, junto con el advenimiento

    de la poltica de masas, fue creciente la pasin

    discursiva, la apelacin verbal a la violencia re-generadora, q ue corroy la nocin de derechos

    y garantas. Es posible relacionarla con las con-

    cepciones integristas de la nacionalidad y la po-

    ltica, y la divisin del campo en propios y aje-

    nos, amigos y enemigos. Progresivamente seinstal la idea de que, dadas ciertas circunstan -

    cias, en poltica los fines justificaban los medios.

    En 1956 hubo un salto cualitativo: el gobier-

    no de la Revolucin L ibertadoraorden fusilar a

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    los jefes de un levan tamiento militar peronista ,

    mientras que haca lo mismo de manera casiclandestina con un nmero indeterminado de

    civiles. A lo largo de los aos 60, creci la gue-

    rrilla, inspirada en Cuba y en sus secuelas; tam-

    bin la contrainsurgencia, que los militares

    aprend ieron en la Escuela d e Pana m, empu-

    jan do al estad o a la accin clandestina. U bica-

    da en el con texto revolucion ar io de los 60, la

    violencia se justific por la violencia del enemi-

    go; pero sobre todo era un instrumento adecua-

    do para el cambio. U n paso ms en ese camino

    fue afirmar q ue la violencia era resuenan los

    ecos de Sorel y de los movimientos fascistas no

    ya un instrumento sino la prctica fundadora de

    la revolucin : matar al enemigo era construir la

    nacin.

    En lo poltico, Montoneros fue la ms exito-sa de las agrupaciones guerrilleras. Naci de un

    asesinato a sangre fra; durante su existencia

    continu con las ejecucionesy ad ems practic

    un verdadero culto d e la muerte heroica. Sus

    enemigos dentro del peronismo, vinculadoscon el ministro Jos Lpez Rega, no eran muy

    diferentes: segn la consigna de una de sus pu-

    blicaciones, El mejor enemigo es el enemigo muerto.

    Quince aos atrs, el presidente Pern poda

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    proclamar al enemigo, ni justi cia, sin que sus pa-

    labras se tradujeran en actos irrevocables; a co-mienzos de los setenta no solo se pasaba a la ac-

    cin , sino q ue sta era ampliamente celebrada.

    Si no se conoca la causa, la opinin conceda a

    sus ejecutores el beneficio de la duda: por algo

    sera.

    Mon ton eros se identific plenamente con

    el peron ismo y con Pern . ste, exiliad o en Ma-

    drid desde 1955, los incorpor dentro del am-

    plio ejrcito con el q ue vena librando un a ba-

    talla de fina l incierto, destinada a desestabilizar

    cualquier alternativa poltica q ue no lo incluye-

    ra. De modo que los bendijo, y los us como

    ariete contra el gobierno militar y contra otros

    sectores peronistas a quienes quera limitar en

    su accionar, como los q ue aspiraban a un pero-

    nismo sin Pern. Montoneros, a su vez, desarro-ll una notable habilidad para identificar sus

    consignas y su lnea poltica con las palabras y

    directivas de un Pern lejan o, q ue difcilmente

    hubiera q uerido o podido desmentirlos.

    Esa libertad discursiva, analizada por EliseoVern y Silvia Sigal, les permiti, finalmente,

    movilizar y encuadrar a un vasto conjunto de

    agrupaciones sectoriales, que daban una expre-

    sin primaria a las inquietudes polticas del mo-

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    vimiento social, incluyndolas a todas en la Ju-

    ventud Peronista . Este organismo de masas, es-pon tn eo en su base y encuadrad o y disciplina-

    do por Montoneros, result muy adecuado para

    la accin en la etapa siguiente, cuando el go-

    bierno militar rehabilit la escena poltica y rea-

    bri el juego electoral.

    Obsrvese la d istancia entre las ilusiones ini-

    ciales, ciertamente difusas, de la movilizacin

    social, y la ltima expresin, acotada en sus fi-

    nes y ms q ue pragm tica en sus medios, encar-

    nad a en Montoneros. A partir de 1971 el presi-

    dente del gobierno militar, general Alejan dro

    Lan usse, estableci un intenso d ilogo con los

    partidos polticos y con la cpula de las organi-

    zaciones sindicales: se trataba de neutralizar la

    ola de descontento social, potenciada por las or-

    ganizaciones armadas, y llegar a unas eleccionesconcertadas. La negociacin tuvo muchas idas

    y venidas hasta concluir en un punto mnimo:

    ni Pern ni Lanusse seran can dida tos. As, el

    anciano caudillo pudo retornar al pas, recupe-

    rar su grado militar, acordar con tod as las fuer-zas polticas democrticas, organizar su propia

    propuesta electoral y proponer un cand idato de

    plena confianza: H ctor J. Cmpora, su delega-

    do personal. En ese escenario, que en pocos

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    meses haba cambiado completamente, Monto-

    neros tambin cambi: decidi participar en laselecciones y movilizar tras la candidatura de

    Cmpora al conjunto de la Juventud Peronista.

    En realidad , se dispon an a luchar para conver-

    tirse en la cabeza del movimiento peronista .

    La vuelta de Pern

    En 1973, en elecciones sin proscripciones,

    se impuso el candidato propuesto por Juan Do-

    mingo Pern. Seis semanas despus de asumir,

    el presidente Cmpora renunci y Pern fue

    electo presidente, con amplia mayora. Fue una

    singular experiencia democrtica, ms plebisci-

    taria q ue republicana , q ue a falta de institucio-

    nes asentadas, reposaba en la atribuida capaci-dad de Pern para neutralizar y encauzar los

    conflictos. Como en experiencias democrticas

    an teriores, estos conflictos, q ue eran muchos,

    no se procesaron en los espacios institucion ales

    establecidos por la Con stitucin sino en otros,de acuerdo con reglas en las q ue el nmero, la

    fuerza, la organizacin y hasta el entrenamien-

    to blico se an teponan a la razn. Mientras tan-

    to, en el Congreso las fuerzas polticas minori-

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    tarias se esforzaban en colabo rar con el presi-

    dente y ayudarlo a mantener una legalidad q ueprogresivamente fue ms difcil de sostener.

    H ubo en 1973 un consenso genera l: Pern

    era el nico que poda desanudar la crisis, pre-

    sente en varios fren tes a la vez. Pero las expecta-

    tivas y las dificultades exacerbaron los conocidos

    conflictos corporativos y fue muy difcil para Pe-

    rn acordar soluciones transaccionales y concre-

    tar su programa de reconstruccin del estad o.

    Puso en juego su prestigio personal, respaldado

    por una masiva legitimidad plebiscitaria. No re-

    sult, y en parte se debi a sus propias falencias:

    por entonces el anciano presidente se pareca al

    Pern de 1945 tanto como