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--a--LA GENERACION DEL
CARBAYON Y LA
REVISTA DE
ASTURIAS
Santiago Melón Fernández
Esta denominación (quizás excesivamente localista) ha sido reiteradamente empleada por Ramón García de Castro para designar al grupo de intelectuales as
turianos que, nacidos alrededor de 1850, vivieron en su niñez el ocaso de la época isabelina, estuvieron en Oviedo durante el sexenio y se dieron a conocer en los primeros años de la Restauración, cuando fue abatido el famoso y llorado roble. La Generación del Carbayón es, en realidad, la sección asturiana de la espléndida floración generacional que irrumpe en la vida pública española hacia 1875. Su irrupción constituye un verdadero renacimiento cultural que se nos antoja magnífico al contrastarlo con la mediocridad y ramplonería del período anterior. Miembros de esta pléyade son, entre otros, Menéndez Pelayo, Pablo Iglesias, el P. Coloma, Antonio Maura, Ramón y Cajal, Pardo Bazán y Joaquín Costa. Aunque es muy difícil explicar satisfactoriamente las causas determinantes de este agrupamiento, cabe suponer que el krausismo -entendido como un movimiento amplio, y no como una estricta filosofía escolástica- fue el caldo de cultivo del que directa o indirectamente surgieron esas egregias personalidades. El talante krausista aportó un bagaje estético y ético que contrapuso rigor a improvisación, seriedad intelectual a frivolidad, trabajo a bohemia y compadreo, crítica a tópico, tolerancia a fanatismo cabileño, reformismo a rutina y adocenamiento. En el campo de las Letras, por ejemplo, se supera el vulgar y casi peyorativo concepto de «amena literatura» y se pretende una Literatura cuyo fin exceda el raquítico marco del puro pasatiempo. Poco a poco los versos declamatorios del postromanticismo residual, los ingeniosos y festivos, ceden su puesto a una Poesía que, al menos, pretende ser Poesía. El periodismo insubstancial, complaciente y tópico es paulatinamente desplazado por el crítico y combativo, al tiempo que los pastiches costumbristas dan paso a un realismo reflexivo y anticonvencional. Al mundo de la política llegan hombres responsables que buscan más el triunfo de sus principios que el medro personal; Antonio Maura y Pablo Iglesias -tan distintos en su color- son dos ejemplos representativos. Las Letras y la Política dejan, por fin, de ser el refugio habitual de los ambiciosillos trepadores que, carentes de laboriosidad y talento, no sirven para otra cosa. Es claro, sin embargo, que esta mutación no fue súbita o milagrosa; sobre la sociedad española gravitaba un pasado oneroso que oponía
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resistencia tenaz a la renovación. El gran esfuerzo q?e se realizó en contra de los prejuicios es, precisamente, una acusada característica de esta generación; esfuerzo que se traduce sobre· todo en trabajo y estudio, en escrupuloso cumplimiento del deber, y en honestidad intelectual. Y a que no de los Santos, bien puede decirse que fue ésta la generación de los Sabios.
Las personalidades que representan a la Generación del Carbayón son tan bien conocidas que no necesitan particular presentación: Leopoldo Alas, el provinciano universal, al que podemos considerar portaestandarte del grupo; el penalista y poeta Félix Aramburu, Palacio Valdés, Fermín Canella, un erudito cuya ingente obra es todavía mal conocida y mal valorada, Alvarez Buylla, Tomás Tuero, que por desgracia falleció en plena juventud, José Quevedo, etc. A todos les alcanzó el viento renovador. Buylla, Palacio, Tuero y Alas vivieron en Madrid -prosiguiendo sus estudios y abriéndose hueco en el mundillo literario de la Capital- y entraron en relación con los maestros krausistas. Los que permanecieron en Oviedo recibieron su influencia a través de los libros y de los amigos «emigrados». La curiosidad intelectual, la honradez y autoexigencia personales, son notas distintivas de este grupo que dio hermosas lecciones de laboriosidad y tolerancia. Supieron compaginar sus aficiones a la literatura de creación y a la bohemia periodística con el estudio
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sistemático de las disciplinas académicas, de las que pronto llegarían a ser maestros. Igualmente conciliaron sus preocupaciones intelectuales universalistas con el amor a su región y a su provinciana Universidad. Ni cayeron en la pedantería beata ni en el paletismo pueblerino. Trabajaron por Asturias y desde Asturias, llegando a formar en Oviedo un hogar intelectual cuyo prestigio fue reconocido en todas partes.
El grupo creó en 1879 La Revista de Asturias, publicación plenamente autóctona, que sustituyó a la efímera Ecos del Nalón (aparecida en el 78). Dirigida por Aramburu y Ricardo Acebal fue La Revista su auténtico órgano de expresión. Las antinomias entre localismo y apertura, entre intereses intelectuales y materiales, entre rigor y amenidad, quedan resueltas en la Revista. Equilibrada y solvente, La Revista de Asturias -que ni fue aldeana, ni fue pretenciosamente intelectualista- es un documento excepcional que hoy nos permite captar en todos sus matices las preocupaciones, los afanes y el carácter de la Generación del Carbayón. En ella escribieron asiduamente -además de Aramburu- Genaro Alas, SánchezCalvo, Fuertes Acevedo, Leopoldo Alas, PalacioValdés, y de manera ocasional, Gumersindo Azcárate, Pérez Galdós, Laverde Ruiz, Posada, etc.
A fin de recordar aquí lo que la Revista fue -y aún a riesgo de simplificación excesiva- agruparemos su contenido en cuatro secciones temáticas: a) Literatura, b) Intereses materiales (según sedecía en el lenguaje de la época), c) Cultura regional, d) Crónicas de Sociedad.
En el primer grupo encontramos cuentos, crítica y poesía. A título ilustrativo -puesto que la exhaustividad sería, en este caso impertinenciamencionaremos: El Doctor Subtílis y Speraindeo, de Leopoldo Alas, Crótalus horridus de Palacio V aldés; El castillo de los Picos Pardos y Mariflor y Josefín de Sánchez Calvo, que firmó en ocasiones con el seudónimo de Hans Czolvaec, y la novela de Aramburu titulada Lola Lee. Entre los artículos de crítica destacamos: Los Límites de la Dramática, también de Aramburu, La Poesía en Méjico de Fermín Canella, el largo estudio de Sánchez Calvo sobre Huarte de San Juan, y la amenísima e intencionada Correspondencia de Madrid en la que alternaron las plumas de Leopoldo Alas y de Palacio Valdés. De Alas es el prólogo-estudio a La Lucha por el Derecho de Ihering, traducida al castellano por Posada, prólogo que al decir de los entendidos es más interesante que la obra prologada. A la cita con la Poesía acudieron Acebal, que publicó su famosa traducción al bable de la Oda II de Horacio, Aramburu con numerosas publicaciones, Alas con un largo y aburridísimo poema legendario: Las Wilis, Ruiz de Aguilera y Teodoro Cuesta que compuso en bable con admirable soltura e ingenio. A todo esto debiéramos añadir las traducciones de relatos y poesías que generalmente corrieron a cargo de Ramón Prieto y Adolfo Buylla.
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Félix de Arainburu.
Los trabajos del segundo grupo demuestran que la preocupación por los «intereses materiales» fue -como ya apuntamos- perfectamente compatiblecon el cultivo de la literatura y con los empeñosintelectuales de alto bordo. Esta joven generaciónno vivía en una torre de marfil. Genaro Alas,Polledo Cueto, Lino Palacio, Marcefino San Román, etc.' realizaron un gran esfuerzo en favor dela resolución de algunos problemas cuya gravedadpara Asturias era de primera magnitud. La cuestión carbonera, el embrolladísimo y desesperanteasunto del enlace ferroviario con Castilla -asícomo el tendido de la línea oriental-, y la agotadora polémica sobre el puerto del Musel, asomanreiteradamente a las páginas de La Revista, siendodestacable su precisa información, su noble apasionamiento, y los sólidos conocimientos de losque hacen gala los redactores. La memorable manifestación del 27 de marzo de 1881, alarde de lacólera de una Región maltratada por la Administración -en la cuestión ferroviaria principal, perono exclusivamente- fue, en parte, promovida,anunciada y justamente valorada por La Revistade Asturias, en la que también tuvieron cabidaasuntos menos palpitantes: experimentaciones sobre la luz eléctrica, proyectos sobre la instalaciónde una línea de tranvías en la capital, o planes-algunos muy sensatos- para el mejoramiento técnico de la Fábrica de Trubia.
Los estudios y artículos de nuestro apartado C son muy atrayentes: Canella se ocupó de El Pintor Carreño de Miranda, El Príncipe de Asturias, Asturias en las Cortes de Castilla, y dedicó una serie de artículos especialmente interesantes al Folklore Asturiano, de cuyo estudio puede considerarse
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pionero a Fuertes Acevedo. El intento de investigarlo científicamente, siguiendo el método que Antonio Machado Alvarez utilizara en sus estudios andalucistas, condujo, en primer lugar, a la fundación de La Quintana, agrupación en la que figuraron, junto a Canella y Fuertes Acevedo, Julio Somoza y Braulio Vigón. Nacida en 1881, llegó a poseer una valiosa biblioteca, y de La Quintana partió la idea de publicar una monumental obra sobre Asturias. Hasta 1894 no vería la luz el primer tomo de Asturias: su historia y monumentos, en cuya redacción intervinieron numerosos colaboradores, entre ellos, Octavio Bellmunt como ilustrador. Por otra parte, ya en 1882 se había constituido en Madrid una Asociación Demológica Asturiana de la que fueron miembros correspondientes Benito y Fermín Canella, Aramburu, Alvarez Amandi y Teodoro Cuesta. Máximo Fuertes Acevedo -además de un extenso trabajo sobre cristalografía- publicó un catálogo de la Librería de la Catedral y un curioso y sobrio ensayo titulado Bosquejo sobre el estado que alcanzó en todas las épocas la Literatura Asturiana; en sus páginas aparecen los más antiguos y modernos autores, tratando muy elogiosamente a los entonces jóvenes Aramburu, Alas, Canella y Palacio Valdés -escritores en lengua castellana- y a los tres grandes de la poesía bable contemporánea: Caveda, Acebal y Cuesta, juicio éste que -a nuestro entender- conserva su validez un siglo después de haber sido estampado. A Selgas debemos un trabajo sobre Arquitectura en Asturias, y al infatigable Somoza el Catálogo de manuscritos y documentos notables del Instituto Jovellanos.
Punto y aparte merecen las sugerencias de Gumersindo Laverde Ruiz acerca del bable y del establecimiento de una Academia asturiana. En su primer artículo sobre el tema, tras de referirse a Galicia y Cataluña, escribe: «Asturias posee también su habla propia, notabilísima mina filológica, documento del mayor interés para el estudio de las lenguas romances, y está en el caso de trabajar ahincadamente así por conocerla y darla a conocer en sus varios aspectos y relaciones, como igualmente por conservarla, ennoblecerla y acaudalarla con obras literarias de todas clases ... ». Recuerda luego el viejo proyecto de Jovellanos (1790) respecto a la creación de una Academia Asturiana; su principal función sería -según Laverde- la de preservar al bable «que no está fijado literariamente» de la inevitable contaminación castellana. «Lo más llano y hacedero -escribe- es fundar una Sociedad o Academia que, radicando en Oviedo, se extienda a todo el Principado, por medio de una espesa red de individuos correspondientes encargados de recoger las voces y modismos usados en cada localidad y dar explicación de su significado. Compilar, depurar, uniformar y ordenar los datos así reunidos sería la ocupación propia del centro ovetense, que no debiera contar menos de 24 individuos de número en que estuvieran representadas todas las profesiones científicas y literarias, cual
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exige la índole enciclopédica de un tal Diccionario ... ». Y Laverde pregunta: «¿Tan faltos de patriótica iniciativa estarán nuestros paisanos que no haya entre ellos quien con generoso entusiasmo ponga en acción la suya a fin de realizar una empresa que tanto importa a la vida intelectual y buen nombre del Principado?» Concluye aconsejando que por todos los medios se procure «fomentar el cultivo del dulce, sonoro y expresivo dialecto bable, provocando su aplicación a todos los géneros que abrace el arte de escribir». Con encantadora ingenuidad propone un amplio repertorio de temas que podrían ser objeto de concursos literarios, así por ejemplo, la biografía de un asturiano ilustre, el estudio de los bailes y canciones populares, la confección de una Oda a la Virgen de Covadonga o al levantamiento contra los franceses. A pesar de que la Revista dijo que la idea no había caído en el vacío, y que personas «que reúnen especialísimas circunstancias piensan convertirlo en hecho», el propio Laverde se queja meses después de la «glacial indiferencia» con la que ha tropezado su proyecto, e insiste en la creación de la Academia, sugiriendo, además, que se dote una cátedra de bable en la Universidad, y se emprendan viajes filológicos para anotar las particularidades lingüísticas de cada distrito. Para estimular a sus desidiosos paisanos compuso unos Apuntes Lexicográficos sobre una rama del dialecto asturiano (zona de Llanes). Es posible que la ya mencionada agrupación de La Quintana guarde relación con estos planes de Laverde, así como la tardía y poco operante Academia Asturiana de Artes y Letras de Somoza y Pachín de Melás.
En el cuarto apartado de esta breve recensión incluimos las Crónicas de Sociedad, inclusión que pudiera parecer poco justificada, y así lo sería, en efecto, de no haber contado la Revista con un cronista excepcional. Bajo el epígrafe de Ecos yRumores y con la firma de Saladino, Félix Aramburu supo convertir su columna habitual en una pequeña obra maestra, traviesa y graciosa, escrita con elegante naturalidad. En ella se recogían los dimes y diretes de la quincena, se elogiaba lo bueno, se criticaba con ánimo de corregir y se exponía la opinión «oficial» de la Revista en los temas de actualidad. Como aquí no podemos seguir detalladamente el vario contenido de la sección, nos limitaremos a recordar el original artículo dedicado a la ejecución del Carbayón, que es a nuestro parecer lo mejor que se ha escrito sobre tal suceso. El día que se estudien las Crónicas de Sociedad como un género periodístico substantivo el nombre de Saladino ocupará un lugar muy destacado dentro de esa especialidad. Hay que recordar, por otra parte, que Saladino era Aramburu, el poeta, orador, dramaturgo, profesor y autor de obras que, como La Nueva Ciencia Penal, obtuvieron calurosos elogios en los medios académicos españoles y extranjeros.
«El Carbayón», árbol simbólico de Oviedo.
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J-ermín Canella.
La Revista de Asturias dejó de publicarse en 1882, y aunque reapareció cuatro años después con nuevo formato, su primera época es para nosotros la más atrayente porque entonces fue el aglutinante y el portavoz de esa joven generación cuyos miembros pronto sobresaldrían en el campo de las Letras y en el de la Docencia. No debemos, en efecto, omitir -por más que el asunto sea sobradamente conocido- su actuación universitaria y la excepcional labor pedagógica que desarrollaron en la Universidad de Oviedo. En ella, y en su momento cenital, nos reencontramos con Aramburu, Alas, Canella, Buylla, Posada. La conjunción de sus actividades puramente literarias con las científico-académicas fue ciertamente exitosa, si bien, a primera vista, este éxito puede resultar algo chocante. Creemos, sin embargo, que estas dos manifestaciones formalmente distintas brotan de una profunda esencia única; al fin de cuentas, y acaso sin pretenderlo, estaban haciendo bueno el viejo precepto gineriano: «unificar y dar sentido a las múltiples y dispares facetas de la propia experiencia vital».
Es inevitable que la cumbre más alta del cordal sea la más fácilmente perceptible. La obra literaria de Leopoldo Alas sobresale hoy por encima de la de sus compañeros de generación, y ello es bastante para que se le considere representante o cabeza del grupo. Pero hay además otras razones para atribuir a su figura carácter capital; Alas se trasladó a Madrid en 1871 y durante unos diez años allí residió, jugando, más intensamente que Tuero o Palacio, el papel de intermediario entre los amigos madrileños y los asturianos, entre la provincia y la Villa coronada. La Correspondencia de Madrid que publicaba quincenalmente la Revista es un índice -al que habría que añadir las
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Palacio Valdés. Caricatura de Pilla en «Madrid Cómico», 1889.
cartas y las conversaciones de los meses veraniegos- de su actividad sugerentemente informativa y transmisora. Pero además ejerció, sin pretenderlo, una especie de magisterio moral. Fue -dicho sea sin exageración- un moralista. Sintió aversión por cuanto significara sectarismo, cerrazón cerril. Sabemos como recién llegado a Madrid el Krausismo --que él conoció en vivo a través de las lecciones de Salmerón, González Serrano y Giner- le deslumbró. Unos años después escribía en La Revista de Asturias: «No está mal haber sido krausista a los veinte años. Lo terrible es ser un attaché toda la vida»; y claro está que no se doblegó ante «la pedantesca tutela de Giner». Sus convicciones, por ser arraigadas, fueron -como El Sombrero del Señor Cura- invariables. En un momento de pleamar utilitarista y laicista alzó su voz en el Paraninfo de la Universidad de Oviedo en pro de la enseñanza religiosa, y en Teresa -según él mismo explica- se contiene «la defensa estética del matrimonio indisoluble, convertido por el dolor común en una sola carne, en una sola herida». Nunca fue un hombre a la moda; detestaba a los «modistos de las letras parisienses» y a «los tiranos de la última novedad». El hondo amor que Leopoldo Alas profesó a la verdad se prolonga en Clarín, el literato y el crítico severo, caballeresco defensor del sentido común y de la siempre maltratada sintaxis castellana; vapuleó a la turbamulta de incorregibles grafómanos que tanto abunda en nuestras latitudes. Fue moralista en La Regenta y en Chiripa, policía y moralista en los Paliques; fue -como el tiempo ha venido a demostrar-el más alto exponente de ese egregio egrupo que hemos convenido en llamarGeneración del Carbayón.