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A sangre fría, las alas de ícaro

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Las alas de Ícaro

Una sinopsis de la película Capote de Bennet Miller

Manuel González Riquelme

Ficha Técnica

DIRECTOR: Bennett Miller.AÑO: 2005.DURACIÓN: 114 minutos.GUIÓN: Dan Futterman, basado en el libro de Gerald Clarke Truman Capote. La biografía.MÚSICA: Mychael Danna.FOTOGRAFÍA: Adam KimmelCASTING: Avy Kaufman.EDICIÓN: Christopher Tellefsen.DISEÑO DE PRODUCCIÓN: Jess Gonchor.DIRECCIÓN ARTÍSTICA: Gord Peterson.SET DECORATION: Maryam Decter, Scott Rossell.COSTUME DESIGNE: Kasia Walicka-Maimone.PRODUCCIÓN EJECUTIVA: Dan Futterman, Philip Seymour Hoffman, Danny Rosett, Kerry Rock.PRODUCCIÓN: William Vince, Michael Ohoven, Caroline Baron.PRODUCTORA: United Artists and Sony Picture Classics present an A-Line Pictures; Coopers Town Productions, Infinity Media Production.REPARTO: Philip Seymour Hoffman (Truman Capote); Catherine Keener (Nelle Harper Lee); Chris Cooper (Alvin Dewey); Bruce Greenwood (Jack Dunphy); Amy Ryan (Mary Dewey); Clifton Collins Jr. (Perry Smith); Mark Pellegrino (Dick Hickock); John Mclaren (Judge Roland Tate); Bob Balaban (William Shawn); Adam Kimmel (Richard Avedon); C. Ernst Harth (Lowell Lee Andrews); Manfred Maretzki (Herb Clutter); Miriam Smith (Bonnie Clutter); Philip Lockwood (Kenyon Clutter); Jim Shepard (Chaplain).

Las alas de Ícaro

Ícaro es hijo de Dédalo y de una esclava de Minos llamada Náucrate. Cuando Dédalo hubo enseñado a Ariadna como podría Teseo encontrar su camino en el laberinto y tras de haber dado muerte Teseo al Minotauro, Minos, irritado, encerró en el laberinto a Dédalo y a su hijo. Pero Dédalo a quien nunca le faltaban los recursos, fabricó para Ícaro y para sí mismo unas alas, y las fijó con cera en los hombros de su hijo y en los suyos propios, hecho lo cual, ambos emprendieron el vuelo. Antes de partir, Dédalo había recomendado a Ícaro que no remontase con exceso ni volase demasiado bajo. Pero Ícaro, lleno de orgullo, no atendió los consejos de su padre; se elevó por los aires y se acercó tanto al Sol que la cera se derritió y el imprudente fue precipitado al mar. Este mar, desde entonces, se llamó mar de Icaria (el que rodea la isla de Samos). La ascensión y descenso de Ícaro es una metáfora de la vida de Truman Capote. Sus alas se derritieron por el sol de la gloria que es efímero, pasajero y fugaz.

La noticia

La noticia publicada en el New York Times era la siguiente: “Holcomb, Kansas, 15 de noviembre de 1959. Rico agricultor y tres miembros de su familia asesinados violentamente. Un rico agricultor de trigo, su esposa y dos hijos fueron encontrados muertos a balazos hoy en su casa. Ellos fueron matados por disparos de escopeta a quemarropa, después de haber sido atados y amordazados. El padre Herb Clutter, de cuarenta y ocho años de edad, fue encontrado en el sótano con su hijo Kenyon de quince años. Su señora Bonnie, de cuarenta y cinco, y su hija

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Nancy de dieciséis, estaban en sus camas. No había signos de lucha y nada fue robado. Las líneas de teléfono estaban cortadas. ‘Esto es aparentemente el acto de un psicópata’, dijo el sheriff Earl Robinson. Los cuerpos fueron encontrados por dos compañeras de curso de Nancy: Susan Kidwell y Nancy Ewalt. Herb Clutter era miembro activo del Departamento Local de Agricultura”.

El momento

Truman tenía 35 años y su nombre ya sonaba en el mundo literario de New York. También en el europeo. A mediados de diciembre de 1959, Truman Capote tomaba el tren que le conduciría por la ruta del Midwest hasta Kansas. Como escribe Vanesa Bravo Placencia en su trabajo Las fuentes literarias del periodismo: la simbiosis de Truman Capote. Un reportaje sobre A Sangre Fría: horas después, alquiló un Chevrolet para recorrer los últimos kilómetros que lo separaban de Garden City, capital del condado de Finney. Desde allí hasta Holcomb. Capote no iba solo. Lo acompañaba Nelle Harper Lee. Con ella llegó por primera vez a Holcomb, un mes y medio después de haber leído la crónica policial del Times. Informar sobre ese crimen era el motivo del viaje, con el cual iniciaba una gran aventura cuando descendió de la ficción a la realidad.

Holcomb era un pueblo de unos 270 habitantes. No había ni rastro de los asesinos. Los asesinos sólo habían robado 50 dólares por lo que el crimen no tenía un móvil aparente. Nadie escuchó ni un solo disparo y los criminales desaparecieron sin dejar huella.

Su aspecto

Capote no conocía ni un alma en el estado de Kansas. Siempre había llamado la atención. Homosexual, afeminado, un metro cincuenta y cinco de estatura, con flequillo rubio sobre la frente, ojos azules, su voz era muy aguda. En Holcomb, como observa Vanesa Bravo Placencia, pocos conocían su nombre. La biblioteca pública de Garden City tenía dos libros suyos: Otras voces, Otros ámbitos y Desayuno en Tiffany´s, nadie en ese pueblo había visto algo parecido a Capote. Nelle diría: “A sus ojos, ‘era como un marciano’”. Truman no parecía un periodista, no sirvió de nada decir que trabajaba para el The New Yorker, revista tan ajena a la gente de Holcomb como el mismo Capote. Llevar consigo a Nelle fue su primera estrategia para parecer más accesible. Ni Truman ni Nelle utilizaron nunca una grabadora o tomaron notas en público. Sólo cuando llegaban al hotel redactaban todo lo averiguado. Si se olvidaban de algo llegaban a hablar hasta tres veces en un día con la misma persona. Bill Brown director del Telegram de Garden City siempre fue hostil.

El proyecto de Capote recibió la aprobación de William Shawn, editor del New Yorker. El escritor marchó con la certeza de que tenía las espaldas cubiertas, su trabajo sería publicado en esa revista.

Los asesinos

La tarde del 6 de enero de 1960, la zona cercana al Palacio de Justicia colapsada de vehículos. La multitud se agolpaba en el lugar. La llegada de Perry y Dick, asesinos de la familia Clutter, era el motivo de tanto alboroto. Cuando la muchedumbre vio a los asesinos “con su escolta de patrulleros con uniforme azul, guardó silencio, como sorprendida al descubrir que tenían forma humana”. Cuando comparecieron ante el juez, Dick Hickock tenía veintiocho años, rubio de estatura mediana. Un accidente de automóvil había desfigurado su rostro. Era como si le hubieran partido la cara en dos, como una manzana, y luego hubiera sido imposible ensamblarlas. Iba pulcramente vestido con ropas proporcionadas por sus padres. Perry Smith de treinta y un años vestía unos pantalones jeans con una camisa de cuello abierto. No llevaba ni chaqueta ni corbata. No encajaba en ese escenario. También había sufrido un accidente en moto en 1952 que le deformó sus piernas ya extremadamente cortas: sólo medía un par de

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centímetros más que Truman. Sus dolores eran tan agudos que se drogaba constantemente con aspirinas. Perry se transformaría en el personaje clave. Sería el principio de una extraña relación.

Perry Smith

Tenía dos enormes cajas llenas de recuerdos. Eran sus tesoros: cartas, poemas, canciones, fotografías, más una colección de libros nada despreciable. “Doscientos kilos de porquería”, como diría Dick. Se incluía también un montón de mapas viejos, era un “infatigable soñador de viajes”. Había estado en Alaska, Hawai, Japón y Hong-Kong. Tampoco se separaba de su guitarra. Pretendía subir a un gran escenario con el nombre de Perry O´Parson “El hombre orquesta”. Le encantaba dibujar. En el momento de ser colgado tenía los dedos sucios de tinta, los últimos tres años, en el corredor de la muerte, los había pasado pintando autorretratos y retratos de niños de los detenidos que le dejaban las fotos de sus hijos. Desde que tenía memoria soñaba con un pájaro amarillo más alto que Cristo que lo rescataba de sus sufrimientos. Era supersticioso: el número 15, el pelo rojo, las flores blancas, las monjas. Tenía una fe ciega en el destino. Su afiliación con Dick era culpa del destino. Las consecuencias de su viaje serían obra del destino. Murió ahorcado seis años después del encuentro con Dick.

Truman Capote se sentía fascinado por el personaje. Parecía escapado de su propio mundo ficticio y literario. Las personalidades de ambos asesinos son diferentes. Dick es el que planea el asesinato. Perry es el que salva a Nancy de la violación, lleva una silla al baño donde tenían a la señora Clutter para que pueda sentarse, pone una enorme caja de cartón bajo Herb Clutter para su comodidad. Perry mata a los dos hombres de la familia. Dick a las dos mujeres. El mundo de Perry es un mundo onírico. Dick es el práctico. Como escribe Ariel Dorfman en La última obra de Truman Capote, pág. 61, Perry comparte con todos los héroes ficticios de Capote su condición de solitarios, anormales que “en el fondo eran poetas, románticos, apartados”.

El crimen absurdo

Lo accidental y el absurdo está detrás de todo lo que ocurre. No había motivo. 10.000 dólares que Herb Clutter guardaba en una caja fuerte inexistente. El mito de la caja fuerte en Kansas, dentro de cada granja. 50 dólares fue todo el dinero que robaron. 50 dólares fue lo que costó la vida de cuatro personas. El asesinato es algo absoluto e irreversible. ¿Por qué Perry hizo lo que hizo? La consigna era no dejar testigos. Pero hubiera bastado abandonarlos en la casa y haber conducido hasta México, nunca los encontrarían. ¿Por qué este acto? Herb Clutter parecía “un señor muy cortés”. Lo pensó hasta el momento en que le cortó la yugular. El crimen era un accidente psicológico. Un acto impersonal. “Las víctimas podían haber sido muertas por un rayo, salvo por una cosa: las habían sometido a un prolongado terror. Habían sufrido”, es lo que pensó Alvin Dewey, después de escuchar la confesión de Perry. Como castigo, Perry y Dick fueron colgados.

La noticia nunca interesó a Capote sino sólo en virtud de sus propósitos literarios. Dos américas enfrentadas contrapuestas que en la fatalidad de aquella noche del 14 de noviembre de 1959, se encontraron. Los asesinos representaban aquel conglomerado humano marginado de la vida normal, que la sociedad ignora, mientras que Herb Clutter representa la porción de sociedad rica, próspera, conservadora y segura de sí misma.

El corredor de la muerte en Lansing

En Lansing, Perry y Dick comenzaron una batalla por aplazar su ejecución que estaba fechada para el 13 de mayo de 1960. Pasaron dos años. Para poder terminar A sangre fría, Capote necesitaba comunicarse regularmente con los asesinos. En enero de 1962, logró entrevistarse con la hermana de Perry y visitar a los condenados a muerte. Capote obtuvo un pase especial, a

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partir de junio de 1963, merced a un soborno de unos 10.000 dólares de los de los sesenta. La situación planteaba un dilema moral: para acabar su obra, tenían que morir sus asesinos quienes consideraban a Truman un amigo, benefactor, o en el caso de Perry, su instructor.

Cinco aplazamientos de su condena prolongaron la espera en el corredor de la muerte de Perry y Dick. Espera que terminó el 14 de abril de 1965 día en que se cumplió la sentencia. Truman Capote asistió, fue la última persona en hablar con ellos. Capote compró dos lápidas, para las dos tumbas, situadas una junto a la otra en un cementerio cercano a la prisión. Dos meses después terminaba A sangre fría.

A sangre fría

En 1965 The New Yorker publicó A sangre fría en cuatro números. Se convirtió en un fenómeno editorial. Todos batieron records de venta en kioscos. Cuando en enero de 1966 Ramdom House lo publicó en forma de libro todos los medios de comunicación señalaron el estreno. Truman Capote se había convertido en una estrella mediática. Su novela estuvo en la lista de libros más vendidos del New Yorker durante treinta y siete semanas. 1966 fue su año. Capote inauguraba una nueva forma de narrativa. Había inventado un nuevo género literario llamándolo “non fiction novel”.

Nelle Harper Lee

Nunca sabremos el papel exacto que jugó Nelle Harper Lee en la producción de A sangre fría. Amigos de adolescencia, dos escritores que se admiraban mutuamente. Nació en Monroeville, Alabama, 1926, Capote tenía dos años más que ella. Se conocieron cuando, Capote, a la edad de cinco años, fue enviado a vivir con su prima a Monroeville. Nelle Harper Lee y Truman Capote eran vecinos. Nelle sólo escribió un libro: Matar a un ruiseñor publicado en 1961, recibió el Premio Pulitzer ese mismo año y al año siguiente Robert Mulligan dirigirá la película homónima que fue galardonada con tres Óscar: Mejor Actor (Gregory Peck), Mejor Guión Adaptado (Horton Foote) y Mejor Dirección Artística (Henry Bumstead y Alexander Golitzen), además fue nominada como Mejor Película en el Festival de Cannes de 1963 y el Premio al Mejor Actor Extranjero para Gregory Peck en los Premios David di Donatello en 1962, todos estos premios en plena etapa de producción artística de A sangre fría, con sus tensiones y distensiones, acelerones y deceleraciones en el ánimo siempre susceptible del autor. El libro está dedicado a ella: “Para Jack Dunphy y Harper Lee, con cariño y gratitud”. Sabemos que sin Harper Lee esta non-fiction novel jamás hubiera sido escrita. Trabajaron incansablemente en cada línea y en cada parágrafo en jornadas interminables. Es poco el reconocimiento de Truman hacia Harper Lee. En el film de Bennett Miller, durante la gala de estreno de Matar a un ruiseñor, Capote bebe en solitario. Cuando se acerca Nelle, lo suelta todo. Esta escena muestra lo que Capote va a convertirse, un borracho autodestructivo y un conversador lo más brutal, cortante y mordaz. Nelle se lamenta que en tal momento, Truman no le dedique ni siquiera un minuto. Al preguntarle ¿qué le ha parecido la película? Capote ni contesta. Nelle se retira. Truman en un monólogo: “Francamente, no creo que sea para tanto”. En estos momentos, destaca Philip Seymour Hoffman: “Como en un cuadro de Jackson Pollock, la cabeza de Truman es un caos demencial”. El plano contraplano de Patrick Stepien es magnífico. El humo del cigarrillo exhalado por la nariz del novelista y la música.

El aforismo de Santa Teresa

Su obra inacabada se llamaría Plegarias atendidas inspirada en el aforismo de Santa Teresa “se vierten más lágrimas por las plegarias atendidas que por las no oídas”. Con esta sentencia acaba la cinta de Bennett Miller. Resume bien, la vida de Truman Capote. Aunque nadie había visto ni una línea del libro, en 1966, la editorial Random House le pagó doscientos cincuenta mil dólares como adelanto. Capote se comprometió a entregarlo el uno de enero de 1968. Por su

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parte, la Twentieh Century Fox le pagó trescientos cincuenta mil como adelanto por los derechos cinematográficos. “Tengo el libro en la cabeza”, afirmaba. Sólo faltaba que se pusiera a escribir. En 1971, nadie veía ni una línea del libro. Tuvo que devolver doscientos mil dólares a la Twentieth. Random House aplazó por cuarta vez la fecha de entrega quedando para enero de 1973. Al fin, publicó en 1976 en la revista Esquire las dos primeras entregas Kate McCloud y Monstruos perfectos. Sin embargo, cuando publicó el séptimo capítulo La Côte basque, se desató la ira. Capote había destapado la tapa de los truenos representando el gran circo de la Jet set estadounidense. Tal infertilidad creativa se debió a la crisis existencial en que cayó a fines de 1966. A sangre fría fue el detonante. Paradójicamente, el libro que lo había catapultado a la cima del éxito literaria, se convertía en un lastre hacia el infierno. Como escribe Gerald Clarke, citando a Truman: “Nadie sabrá nunca lo que A sangre fría se llevó de mí. Me chupó hasta la médula de los huesos. Por poco acaba conmigo. Creo que en cierto modo acabó conmigo. Antes de empezar yo era una persona muy equilibrada. Luego no sé lo que me sucedió. Sencillamente, no puedo olvidarlo, especialmente los ahorcamientos al final ¡espantoso!”.

Truman se vio a sí mismo en Perry. Una imagen especular que le devolvía sus terrores y miedos. Logró terminar su novela pero no salió adelante. Después de la publicación de A sangre fría rompió su relación de pareja con Jack Dunphy que mantenía desde hacía 21 años. En la mitad de los setenta, Capote perdió el sentido de la realidad, cuando todos esperaban la publicación de Plegarias atendidas. Debía superar su gran obra maestra A sangre fría. Su dependencia con el alcohol se hizo más fuerte. En la cinta de Bennett Miller el alcohol siempre presente, no destaca demasiado. También destaca el silencio junto a las notas del piano. Comenzó a sufrir alucinaciones y crisis etílicas que le obligaron a internarse en clínicas de desintoxicación. Al llegar los ochenta el derrumbe fue total. Su alcoholismo se hizo público. Comparecía borracho en programas de televisión. El titular del New Yorker del 18 de julio de 1979: “Borracho y drogado, Capote interviene en un programa de televisión”. El mito de los cincuenta y sesenta había caído. Clarke cita a Jack Dunphy que en 1983 comentaba: “Es como si viese a un moribundo. Lo observó cuando duerme y parece cansado, muy cansado. Es como si estuviera en una fiesta hasta muy tarde y quisiera despedirse, pero no puede”. El 23 de agosto de 1984 le decía a Joanne Carson: “No estoy bien pero pronto lo estaré. No más hospitales. Estoy sumamente cansado, cariño. Si te importo, no hagas nada. Sé muy bien lo que hago. Quédate ahí”. Murió horas después.