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Aforismo
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Para que el cristianismo haya puesto en primer plano la doctrina del altruismo y del amor,
no ha puesto de ninguna manera el interés de la especie como de mayor valor que el interés
del individuo. Su efecto realmente histórico, la fatalidad de dicho efecto es, por el contrario,
justamente la intensificación del egoísmo, del egoísmo individual hasta el extremo (―hasta
el extremo de la inmortalidad individual). El individuo fue tomado por el cristianismo como
algo tan importante, puesto como algo tan absoluto, que ya no se le podía sacrificar más:
pero la especie subsiste sólo gracias al sacrificio humano… Ante Dios se tornan iguales
todas las “almas”: ¡pero esto es precisamente la más peligrosa de todas las valoraciones! Si
todos los individuos son iguales, se pone a la especie en duda. Así se favorece una praxis
que desemboca en la ruina de la especie: el cristianismo es el principio opuesto a la
selección. Cuando el degenerado y enfermo (“el cristiano”) debe tener tanto valor como el
sano (“el pagano”), o incluso aún más, según el juicio de Pascal sobre la enfermedad y la
salud, se invierte la marcha del desarrollo y la contranaturaleza se hace ley… Ese amor
universal al hombre es en la práctica la preferencia de todo lo sufriente, de lo venido a
menos, de lo degenerado: en efecto, ha rebajado y debilitado la fuerza, la responsabilidad y
el supremo deber de sacrificar personas. Queda solamente, según la valoración cristiana,
sacrificarse a sí mismo: pero ese resto de sacrificio humano, que el cristianismo concede y
aconseja, no tiene, desde el punto de vista del cultivo de la especie, ningún sentido. Para el
florecimiento de la especie es indiferente si algún individuo se sacrifica a sí mismo (—sea
en estilo monacal y ascético o con la ayuda de cruces, hogueras y patíbulos, como
“mártires” del error). La especie necesita el hundimiento de los fracasados, débiles,
degenerados: pero precisamente el cristianismo se vuelve a ellos como fuerza conservadora
que intensifica el instinto de los débiles, ya tan poderoso en ellos, de cuidarse y mantenerse,
de sostenerse los unos a los otros. ¿Qué es la “virtud”, qué es el “amor al prójimo” en el
cristianismo, sino justamente esa reciprocidad de la conservación, esa solidaridad de los
débiles, ese obstaculizar la selección? ¿Qué es el altruismo cristiano sino el egoísmo
masificador de los débiles, el cual comprende que cada individuo se sostiene por más
tiempo en la existencia en la medida que todos cuiden de todos?... Cuando semejante modo
de pensar no se percibe como una inmoralidad extrema, como un crimen contra la vida, es
porque se pertenece a la banda enferma y se tienen sus mismos instintos… El verdadero
amor al prójimo exige el sacrificio en pro del mejor interés de la especie —ella es fuerte,
ella es completa superación de sí misma, porque necesita del sacrificio humano. Y esa
pseudo-humanidad, que se llama cristianismo, quiere precisamente imponer que nadie sea
sacrificado…1
1 NIETZSCHE, Friedrich: Fragmento 15[110], en KSA 13: Nachgelassene Fragmente. 1887-1889, München:
DTV/de Gruyter, 1988, págs. 469-471).