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ALEGRÍAS SENCILLAS Amor y fe ¿Dónde vive Jesús? ¿En un establo o en tu corazón? Sola en Navidad No te encierres CAMBIA TU MUNDO CAMBIANDO TU VIDA Año 19 • Número 12

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ALEGRÍAS SENCILLASAmor y fe

¿Dónde vive Jesús?¿En un establo o en tu corazón?

Sola en NavidadNo te encierres

C A MB I A TU MUNDO C A MB I A NDO TU V I DA

Año 19 • Número 12

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A N U E S T RO S A M IG O SGuar dar la Navidad

Se nos viene otra Navidad. Si eres como la mayoría, es muy probable que andes tan ocupado con todo lo que encierran las festividades de fin de año que todavía no te hayas dado el tiempo para reflexionar unos momentos sobre el verdadero significado de estas fechas. Pues aquí está tu oportunidad. Sumérgete en estas páginas, ya que el presente

número de Conéctate gira en torno a recobrar el sentido de la Navidad y el gozo que la caracterizó en sus orígenes.

Para comenzar, reproduzco un extracto de un texto redactado hace casi 100 años por el poeta y teólogo norteamericano Henry van Dyke (1852–1933), titulado Guardar la Navidad. El autor plantea unas preguntas estimulantes que no han perdido ni pizca de actualidad:

Hay algo mejor que festejar la Navidad, y es guardar la Navidad.¿Estás dispuesto a olvidar lo que has hecho por otros y recordar más bien

lo que ellos han hecho por ti?¿A no pensar en la deuda que tiene el mundo contigo sino más bien en lo

que debes tú a la humanidad?¿A rebajarte a tomar en cuenta las necesidades y preferencias de los niños?¿A tener presente la debilidad y la soledad de los que están entrando en

años?¿A dejar de cuestionarte si eres popular entre tus amigos y preguntarte más

bien si los amas como debes?¿A cavar una tumba para tus malos pensamientos y cultivar un jardín para

tus sentimientos bondadosos?¿Te atreves a creer que el amor es la mayor fuerza del mundo, más potente

que el odio y que la muerte, y que esa vida bienaventurada que germinó hace muchos años en Belén es la imagen y el resplandor del amor eterno?

Entonces puedes guardar la Navidad.

De parte de todo el equipo de Conéctate, te deseo una Navidad rica en amor, fe y alegría.

Gabriel García V.Director

Año 19, número 12

Si deseas información sobre Conéctate, visita nuestro sitio web o comunícate con nosotros.

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Chile:E-mail: [email protected]: 56-9-42043338

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México:E-mail: [email protected]: (01-800) 714 4790 (nº gratuito)

+52 (81) 8123 0605

Director Gabriel García V.Diseño Gentian SuçiProducción Samuel Keating

© Activated, 2018. Es propiedad.

A menos que se indique otra cosa, los versículos citados provienen de la versión RV, revisión de 1960, © 1960 Sociedades Bíblicas en América Latina; © renovado 1988 Sociedades Bíblicas Unidas. Utilizados con permiso.

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Era invierno, y acaba de arribar a Goa, antigua colonia portuguesa situada en la costa suroccidental de la India. Aunque me hallaba muy lejos de mi país, Brasil, enseguida trabé amistad con una joven pareja interreligiosa. Él era católico y ella hindú. Su matrimonio había sido rechazado por las familias de ambos. Habían instalado un pequeño restaurant en una playa que era muy frecuentada por turistas mochileros, y nos dejaban dormir en el local.

La playa quedaba justo delante. Era un paraíso. Por la noche la arena húmeda reflejaba el cielo estrellado como si fuera un espejo, creando la sensación de que el firmamento estaba tanto arriba como abajo. En Goa se veía el mismo cielo austral que en Brasil, y las mismas Tres Marías de la constelación de Orión. Cuando me sentía sola, las estrellas

COMO en mi CASA

del sur me acompañaban y hacían que me sintiera más cerca de casa.

La última semana antes de las vacaciones fui a correos. Cuando el empleado vio que había recibido una carta de Brasil, comenzó a hablarme en portugués en vez de en inglés y anunció a todos: «Esta chica es de Brasil, es brasileira». Me hicieron pasar por la puerta reservada al personal para mostrarme el lugar y me desearon una feliz Navidad.

Escuché los comentarios de los más antiguos, que rememoraban la época en que se aprendía a hablar portugués. Un par de ellos hasta habían visitado Portugal bastante tiempo atrás. Mi carta resultó ser todo un acontecimiento, y algunos de los usuarios que estaban en la cola se unieron a la conversación.

Aquellos empleados a los que no conocía de nada pararon todo lo que estaban haciendo solo para disfrutar

de la maravilla de que hubiera alguien de una tierra lejana que hablaba el mismo idioma que ellos y compartía la misma cultura. En ese momento me quedé tan sorprendida que hasta se me olvidó darles las gracias, pero nunca olvidaré el calor humano que le imprimieron a aquella Navidad y la sensación que tuve de estar como en mi casa.

Eso me recuerda que Jesús también vino de una tierra lejana, nos habló en nuestro propio idioma de las maravillas de Su amor y nos prometió un lugar a Su lado para siempre.

No cabe duda de que nos indicó el camino para llegar a casa.

Rosane Per eir a es profesor a de inglés y escr itor a. Vive en R ío de Janeiro (Br asil) y está afiliada a La Fa milia Inter nacional. ■

Rosane Pereira

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Peter Amsterdam

Una de las partes del relato de la Navidad que encuentro más bella, fascinante y cargada de significado es esa en la que un ángel se aparece a los pastores y les anuncia el nacimiento de Jesús, tras lo cual se le une una multitud de las huestes celestiales y se ponen a alabar a Dios. Un preludio digno del nacimiento del Hijo de Dios.

«Esa noche había unos pastores en los campos cercanos, que estaban cuidando sus rebaños de ovejas. De repente, apareció entre ellos un ángel del Señor, y el resplandor de la gloria del Señor los rodeó. Los pastores estaban aterrados, pero el ángel los tranquilizó. “No tengan miedo —dijo—. Les traigo buenas noticias que darán gran alegría a toda la gente. ¡El Salvador —sí, el Mesías, el Señor— ha nacido hoy en Belén, la ciudad de David!”»1

El ángel anunció el nacimiento del Salvador, pero eso no fue todo: «De pronto, se unió a ese ángel una inmensa multitud —los ejércitos celestiales— que alababan a Dios y decían: “Gloria a Dios en el cielo más alto y paz en la tierra para aquellos en quienes Dios se complace”»2.

SHALOM

1. Lucas 2:8–11 (ntv)

2. Lucas 2:13,14 (ntv)

3. Isaías 9:6

4. Romanos 5:8,10 (tla)

Esa misma conexión entre el Salvador y la paz se pone de manifiesto en las profecías del Antiguo Testamento. Por ejemplo, en el libro de Isaías, donde dice: «Un niño nos es nacido, hijo nos es dado, y el principado sobre Su hombro; y se llamará Su nombre Admirable, Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz»3.

Tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, el Mesías —el Salvador— está asociado a la paz. Así y todo, si nos fijamos en el mundo en la actualidad o prácticamente en cualquier época de la Historia, lo último que se ve es paz. Las guerras y los conflictos civiles son endémicos entre los seres humanos. Desgraciadamente, no ha habido en la Tierra una paz duradera y desde luego no la hay hoy en día. ¿Por qué, entonces, a Jesús se lo llama el

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Príncipe de Paz? ¿Por qué los ángeles, cuando alabaron a Dios la noche del nacimiento de Jesús, aludieron a la paz?

El vocablo de uso más extendido en el Antiguo Testamento para expresar el concepto de paz es shalom. Si bien la palabra shalom se emplea a veces en la Escritura para referirse a la ausencia de guerra, tiene también otras acepciones. El significado original alude a un estado de perfecta salud. Expresa plenitud, vitalidad, seguridad, sanidad y prosperidad, contenta-miento, tranquilidad, armonía, paz interior, falta de ansiedad y estrés. Se refiere igualmente a la amistad entre las personas, así como a la paz y la amistad entre las personas y Dios.

El vocablo griego más empleado en el Nuevo Testamento para expresar el concepto de paz es eirēnē. A veces se usaba para referirse a un estado de tranquilidad nacional, a salvo de los estragos de la guerra. No obstante, la palabra se empleaba con mayor frecuencia para expresar seguridad, ausencia de peligro, pros-peridad, armonía y buena voluntad entre las personas. Se utiliza también para el estado tranquilo del alma que reposa en la certeza de su salvación.

Aunque el mundo algún día, después de la segunda venida de

Jesús, conocerá la paz en el sentido de ausencia de guerra, la paz a la que se suele aludir en la Palabra de Dios tiene que ver con el bienestar integral de las personas, tanto físico como espiritual. La Escritura señala reiteradamente que ese bienestar integral, esa tranquilidad y ese shalom provienen de una sana relación con Dios, hecha posible por el Salvador que fue anunciado por los ángeles a los pastores una noche de hace dos mil años.

La vida, muerte y resurrección de Cristo propiciaron la reconciliación entre Dios y la humanidad. Mediante la fe en Jesús, el Príncipe de Paz, podemos vivir en paz con Dios. «Dios nos demostró Su gran amor al enviar a Jesucristo a morir por nosotros, a pesar de que nosotros todavía éramos pecadores. Si cuando todavía éramos Sus enemigos, Dios hizo las paces con nosotros por medio de la muerte de Su Hijo, con mayor razón nos salvará ahora que Su Hijo vive, y que nosotros estamos en paz con Dios»4.

Por medio del Príncipe de Paz se puede restablecer la armonía y la relación entre Dios y todos los que acogen a Jesús como su Salvador. Así podemos acceder a la plenitud del shalom: completitud, integridad, seguridad, conten-tamiento, tranquilidad, armonía y paz de espíritu, que es la fuente de la paz interior en medio de las tormentas y retos a los que todos nos enfrentamos a lo largo de la vida.

Jesús —el Señor de la paz— nos ofrece una paz que sobrepasa nuestro entendimiento, shalom shalom según el texto original. En hebreo, repetir una palabra era un modo de darle un grado mayor de significación. En este caso, no se trata de paz a secas, sino de perfecta paz. Hallamos paz en el Salvador, paz cuando amamos la Palabra de Dios, paz cuando nuestros caminos lo complacen, paz por medio de la presencia del Espíritu Santo, paz en la fe y paz cuando Cristo reina en nuestro corazón.

Los ángeles que alabaron a Dios la noche del nacimiento de Jesús prego-naron la paz que Dios ponía a nuestra disposición por medio del Salvador, la paz con Dios que es fruto de la salvación, la paz interior derivada de nuestra conexión con Dios, la paz que nos da la certeza de que Dios nos ama y ha hecho posible que vivamos con Él para siempre.

Peter A mster da m dir ige junta mente con su esposa, M ar ía Fontaine, el movimiento cr istiano La Fa milia Inter nacional. Esta es una adaptación del artículo or iginal. ■

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1. V. Mateo 5:44

2. http://elixirmime.com

JOYEUX NOËL

Sin enemigo, no hay guerra.Hace poco vi la película Joyeux

Noël (Christian Carion, 2005), que cuenta un suceso bien documentado ocurrido en Francia, en un campo de batalla, la Nochebuena de 1914.

El episodio tuvo lugar durante la Gran Guerra (la Primera Guerra Mundial), y participaron unos tres mil soldados escoceses, franceses y alemanes. Al llegar la Nochebuena, alguien en el lado alemán se pone a cantar Noche de paz. Enseguida responde una gaita escocesa. Al rato, soldados de los tres ejércitos entonan al unísono la misma canción desde sus respectivas trincheras, a cien metros de distancia, en el mismo sitio donde apenas unas horas antes habían estado matándose. ¡Qué contraste!

Persuadidos a darse tregua por la letra de ese villancico universal, los bandos enemigos se aventuran a salir de sus trincheras y acuerdan un cese del fuego extraoficial. En ciertos tramos del frente, la tregua navideña llega a durar diez días. Los enemigos intercambian fotografías, direcciones, chocolates, champaña y otros peque-ños obsequios. Descubren que tienen más en común de lo que se imagina-ban, incluido un gato que merodea de una trinchera a otra y entabla amistad con todos, si bien ambos bandos reclaman que es su mascota.

Los otrora enemigos se esfuerzan por comunicarse como mejor pueden en el idioma del otro. El comandante alemán, Horstmayer, le dice al teniente francés, Audebert:

—Cuando tomemos París, todo habrá terminado. ¡Luego espero que me invites a un trago en tu casa de la Rue Vavin!

—No te sientas obligado a invadir París para que te invite a un trago en mi casa —replica Audebert.

La amistad que se forja aquella noche entre los bandos en pugna va más allá de los comentarios superficiales. La mañana en que acaba la tregua de Navidad, ambos bandos se dan aviso mutuamente cuando se enteran de que sus unidades de artillería están a punto de abrir fuego. La camaradería nacida entre ellos cala tan hondo que se sabe que incluso llegaron a cobijar soldados enemigos en sus trincheras a fin de protegerlos del peligro. 

¿Qué produjo tan inverosímil transformación? Todo comenzó con el efecto que tuvo en unos y otros ese entrañable villancico.  

Ese incidente nos muestra que la guerra es un mal que tiene

Curtis Peter van Gorder

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remedio: simplemente debemos dejar de satanizar a nuestros enemigos y aprender a amarlos, tal como Jesús nos conminó a hacer1. Claro que del dicho al hecho hay largo trecho; pero no quiere decir que sea imposible. Dejemos de lado las distinciones de raza, color y credo y tomemos conciencia de que todos los seres humanos tenemos una necesidad común, que es el amor. Todos necesitamos amar y ser amados. Si procuramos entender mejor a las per-sonas con las que aparentemente no tenemos ninguna afinidad, es posible que descubramos, como los soldados en aquellas trincheras, que en realidad tenemos bastante más en común de lo que pensamos. 

Considerando que, luego de ese incidente, la Primera Guerra Mundial se prolongó tres años más y se cobró casi veinte millones de vidas, y que desde entonces se han librado decenas

de guerras que han segado la vida de incontables millones más, se podría inferir que esos gestos de amistad y buena voluntad en la Nochebuena de 1914 fueron en vano. A los soldados que participaron en la tregua se les dio una fuerte reprimenda. La siguiente Navidad, para garantizar que el inci-dente no se repitiera, los jefes militares ordenaron bombardeos más intensos. A pesar de todo, esta historia de paz en medio de la guerra sigue viva y continúa derribando las barreras que enconan a quienes podrían ser buenos amigos. En definitiva, es un testimo-nio del poder del amor de Dios, que es la esencia de la Navidad.

Curtis Peter van Gorder es guio-nista y mimo2. Vive en Alemania. Su abuelo participó en los suce-sos descritos en este artículo. Al terminar la guerra, emigró a EE. UU. y se volvió pacifista. ■

Dichosos los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios. Mateo 5:9 (nvi)

Algunos […] pensamos: «¡Si yo hubiera estado allí! ¡Cómo me habría apresurado a ayudar al Niño! Le habría lavado los pañales. Alegremente habría acompañado a los pastores a ver al Señor en el pesebre». Sí, ahora lo haríamos. Decimos eso porque conocemos la grandeza de Cristo; pero si hubiéramos estado allí en aquella época no nos habría-mos comportado mejor que los pobladores de Belén. […] ¿Por qué no lo hacemos ahora? Tenemos a Cristo en nuestro prójimo. Martín Lutero (1483–1546)

O R A C I Ó N D E N A V I D A DAtribuida a Robert Louis Stevenson (1850–1894)

Amoroso Padre celestial, ayúdanos a recordar el nacimiento de Jesús para que participemos del canto de los ángeles, del regocijo de los pastores y de la adoración de los reyes magos. Cierra las puertas del odio y abre las del amor por todo el mundo. Que cada regalo vaya acompañado de bondad y cada felicitación sea portadora de buenos deseos. Líbranos del mal por la bendición que nos depara Cristo. Llena nuestra mente de gratitud y nuestro corazón de perdón por amor a Jesús. Amén. 

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EL

La primera Navidad que pasé en Taipéi, en la isla de Taiwán, oí por primera vez el clásico villancico Noche de paz en chino. Me impresionó mucho, y recuerdo pensar que debía aprenderme la letra. El primer verso fue fácil: a fin de cuentas, la mitad era el título de la canción; pero el resto se me hizo más difícil.

Aunque apenas si entendía las palabras más básicas en mandarín, a mis dos compañeros y a mí nos pare-ció que no podíamos dejar que eso nos impidiera comunicar el espíritu de la Navidad. En un dos por tres se nos vino encima un calendario durísimo de actuaciones benéficas. Los diez días anteriores a la Navidad terminaron repletos de interpretaciones de villan-cicos y presentaciones con bailes.

En mi segunda Navidad en Taipéi nuestras voces resonaron por las relucientes galerías de algunos de los centros comerciales más modernos de la ciudad y se dejaron oír también en los inhóspitos corredores de un reformatorio. La acogida que nos dispensaron los muchachos fue conmovedora: en sus rostros quedó grabada la gratitud que sentían por el hecho de que les hubiéramos transmitido el verdadero sentido de la Navidad. Los pacientes de los hospitales que visitamos ese año también nos dieron las gracias por acordarnos de ellos. Nos disfrazamos de payasos y arrancamos sonrisas de los huérfanos a los que fuimos a ver.

Mientras ayudaba a distribuir juguetes donados a unos niños de

escasos recursos, pensé que Dios siempre tiene para ellos el regalo de Navidad idóneo, lo que Él sabe que más necesita cada uno en ese momento. Recordé los hogares de ancianos, donde los abrazos de nuestros niños habían confortado a los que sufrían por la ausencia de su familia. En un albergue para indigentes, entre un revoltijo de objetos donados, había artículos para bebé, en respuesta a las sentidas oraciones de una joven madre.

Al cabo llegó mi tercera Navidad en Taipéi. Para entonces ya me había aprendido Noche de paz en chino; pero como

PEDIDOSamantha Jones

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acompañaba a la guitarra las canciones de nuestro pequeño grupo, me quedaba en un segundo plano durante las actuaciones. Alternábamos entre las visitas a centros para discapacitados y a hospitales. Cada vez que interpre-tábamos Noche de paz recordaba aquella vocecilla que me había instado a aprendérmerla en chino, y no me explicaba para qué me había tomado la molestia.

Pocos días antes de la Navidad me hallaba en el vestíbulo del hospital Yang Ming tocando distraídamente la guitarra. Nuestra función había terminado, y algunos de mis compañeros habían ido a las salas de enfermos para llevar un poco de alegría a los pacientes que

no habían podido asistir. Alguien tenía que quedarse con los instrumentos y amplificadores, y esa vez me había tocado a mí.

Entonces vi a un anciano que tendría setenta y tantos años.

Me sonrió, y le devolví la sonrisa. Me hizo una seña para que fuera a sentarme a su lado. Me senté con cuidado en el banco, dejando que la guitarra que llevaba colgada se deslizara hacia el suelo a mi espalda.

—Gracias por venir aquí —dijo el anciano pausadamente.

Tardé un momento en darme cuenta de que me hablaba en inglés. Le pregunté si le había gustado la actuación, y enseguida nos pusimos a hablar en mandarín cuando vi que se le había agotado el vocabulario en inglés.

—Lo siento, no la vi —respon-dió—, pero me he enterado de lo que hacen. Me parece estupendo que vengan a mi país a hacer todo esto.

Hizo un ademán con las manos para recalcar lo de todo esto.

Tratando de mantener viva la conversación, comenté:

—El año pasado también vine.—Y puede que vengas también

el próximo —dijo el anciano con expresión de picardía—; pero yo no voy a estar.

Me sentí como una tonta al caer en la cuenta de que no se refería a que no estaría en el hospital. Era que no espe-raba vivir hasta la próxima Navidad.

—Si quiere —dije tartamudeando un poco por lo incómoda que me sentía— puedo cantarle algo ahora. Solo estoy yo, y no sé muchas canciones, pero…

Una mirada de satisfacción se le dibujó en el rostro marcado por las arrugas. Suspirando dijo:

—Hay una canción en particular que me gustaría escuchar.

Quise que me tragara la tierra al pensar que tendría que cantar a pedido. Me sentiría fatal si lo decep-cionaba. Entonces mis ojos se posaron sobre el papel que el caballero tenía en las manos. Era un folleto que le había entregado en el momento de sentarme con él. En la primera página se veía un dibujo de un regalo bien envuelto y adornado con cintas, y el título Regalos de Navidad para ti.

En ese momento caí en la cuenta. Por medio de los juguetes, las risas, las lágrimas y las palabras de ánimo que transmitíamos, Dios estaba dando a cada persona el regalo que más necesitaba. Mi misión era sim-plemente dejar que Jesús se sirviera de mis manos, pies, ojos, oídos y boca como instrumentos para comunicar Su mensaje. De repente supe que todo iba a salir bien. Sonreí con valentía, aun antes de que el anciano terminara de expresar su pedido:

—¿Podrías cantar Noche de paz? ■

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Con el paso de los años, la Navidad ha cobrado diversos significados para mí. Cuando era niña, la Navidad era un lindo período de vacaciones. Escuchaba el relato del nacimiento en la escuela dominical, caminaba a casa en medio de la nieve, y me regalaban una bolsa de papel con una enorme naranja, nueces para cascar y un libro para leer.

Después que acepté a Jesús como mi Salvador, la Navidad cobró otro sen-tido: el de dar a conocer el mensaje de Su nacimiento y de la «buena voluntad para con los hombres».

Unos años más tarde, cuando ya me había casado y tenía hijos, significó crear nuevas tradiciones familiares, entre ellas las de decorar, comprar regalos, obsequiarlos y disfrutar de cenas navideñas cuidadosamente preparadas, en un ambiente bullicioso y acogedor.

Guardo bonitos recuerdos de todas esas navidades. Como dijo tan acertadamente Norman Vincent Peale, al pensar en ellas es como si una varita mágica transformara mi mundo y lo tornara todo más suave y más bello.

Sin embargo, cuando mi dinámica familiar cambió a raíz de mi divorcio y la partida de mis hijos, experimenté el síndrome del nido vacío y supe lo que es estar sola en Navidad. No fue fácil adaptarme.

La primera Navidad en que me desperté sola en un pequeño departa-mento, hallé una casa bien decorada pero callada. Iba a pasar la tarde con mi hijo en casa de la familia de mi nuera y nada más levantarme me puse a preparar un acompañamiento para la cena. Iba a llevar los regalos que tenía al pie de mi árbol para repartirlos allá. Por primera vez yo no sería la anfitriona en Navidad y no estaría rodeada de hijos y nietos. Tuve que luchar contra la nostalgia y la sensación de abandono que me abrumaba.

El tiempo que pasamos juntos aquella tarde fue hermoso. Disfruté mucho con mi hijo, mi nieto y la familia de su mujer, hasta que llegó la hora de volver a mi departamento vacío. Cuando iba manejando hacia mi casa me sentí abatida. A llegar derramé lágrimas de soledad.

Sentada en la sala, en completo silencio, tomé un libro de temática navideña que tenía en la mesa de café. Al hojearlo reflexioné sobre Jesús, que dejó Su casa en el Cielo para traer amor y esperanza al mundo. Entendí que evidentemente yo no era la única persona solitaria aquella Navidad. Después de secarme las lágrimas, tomé el teléfono y llamé a una señora mayor con quien había trabado amistad poco antes. Conversando con ella me enteré de

que había estado en casa sola. Agradeció mucho nuestra conversación. Llamé a mis otros hijos, con quienes aún no había hablado ese día, y a algunos familiares que viven en el extranjero, y supe que algunos de ellos tampoco habían tenido una Navidad perfecta. Después de comunicarme con todos ellos me sentí mejor. En ese momento me propuse acordarme de eso cuando llegara la Navidad siguiente y en todas las navidades posteriores.

Desde entonces, cada una ha sido diferente. En una ocasión me ofrecí de voluntaria para ayudar a unos ancianos a decorar sus árboles y sus casas, pues a veces les resulta difícil hacerlo por sí mismos. También he preparado galletas con mis nietos para llevárselas a vecinos que no reciben muchas visitas. Con las per-sonas que viven demasiado lejos para

SOLA EN NAVIDADLilia Potters

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ir a verlas, las llamadas por teléfono y las videollamadas siempre tienen un efecto positivo: producen sonrisas en todos.

La vida da sus vueltas. Puede que tú también te llegues a encontrar solo en Navidad, ya sea porque tus hijos se fueron, por un divorcio o por la pérdida de un familiar. No es fácil adaptarse, y puede que a veces llores de soledad. Con todo, aunque las circunstancias sean dis-tintas, estar a solas en Navidad no tiene por qué ser una experiencia negativa. Aun cuando estamos solos, nunca estamos completamente solos, pues Jesús siempre nos acompaña, y hacer algo por los demás nos reporta alegría y satisfacción.

Lilia Potters es escr itor a y r edactor a. Vive en EE . UU. ■

Amor de una madre por su pequeño.Un sacrificio a cambio de gran gozo.Amor paternal por un hijo ajeno.Del rey del Cielo un mensaje glorioso.Un posible mal que en bien redundó.Ángeles que la noche iluminan.Una profecía que se cumplió.Un milagro por voluntad divina.El obsequio de un Ser bondadoso.Reconciliación y reencuentro.Un esfuerzo cordial y afectuosopor sentir lo que otro siente por dentro.Un buscador y su recorridatras un sueño, tras un cuerpo estelar.Un novio que va con su prometida.Todo esto junto es la Navidad.Ian Bach

Lo que hace tan entrañable la Navidad no son los regalos, los adornos ni las fiestas, sino lo que ofrecemos a Jesús y al prójimo de corazón. Dar de corazón en Navidad es señal de gratitud y aprecio por lo que Dios nos ha regalado. Alejandro Pérez

Mi concepto de la Navidad, no sé si será anticuado o moderno, es muy sencillo: amar a los demás. Ahora que lo pienso, ¿por qué esperar a que llegue la Navidad para hacer eso? Bob Hope (1903–2003)

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nuestra casa a través de las ramas del árbol navideño y preguntarme qué relación había entre lo uno y lo otro. «¿Quién está retratado ahí? ¿Por qué tenemos un cuadro de una persona que no conocemos?»

También recuerdo la primera Navidad que celebré fuera de la ciu-dad en compañía de otros familiares. Allá la gente gozaba de un poco más de libertad y escuchábamos rondallas que entonaban villancicos. Era hermoso, pero no tenía mucho sentido para mí. No fue hasta que se vino abajo el régimen comunista que tuve ocasión de enterarme de lo que era la Navidad y de otras verdades de la Biblia.

Luego fui madre. Nuestro aparta-mento resonaba con música navideña, y no quedaba rincón sin adornar; así y todo, en mi rostro siempre había rastros de lágrimas. Era feliz —no lo niego—, pero también se me partía el alma pensando que Dios había tenido que sacrificar a Su único hijo, Jesús, para salvarnos. Se me hacía

¡A QUÉ PRECIO!

impensable que un día tuviera que entregar a mi querido Emanuel para salvar a una persona. Quizá sería capaz de dar mi propia vida por alguien, pero jamás la de mi hijo.

Me angustiaba pensando que Dios Padre había tenido que despe-dirse de Su único Hijo sabiendo la suerte que iba a correr. Me alegraba de que Él hubiera tomado esa deci-sión, y se la agradecía; pero al mismo tiempo se me partía el corazón. Aunque la alegría de la Navidad lo permeaba todo, tenía muy presente la magnitud del sacrificio que había hecho Dios por nosotros.

Todavía derramo algunas lágri-mas cada Navidad al evocar el dolor con que se pagó nuestra felicidad. En todo caso, la dicha supera con mucho la tristeza. Y así es como debe ser. ¡Fue un pago que Dios hizo gustoso por amor a nosotros!

Pr iscila Lipciuc ha sido misioner a en Europa Or iental dur ante más de 20 años. ■

Priscila Lipciuc 

Me crié en la Rumania comunista, donde la religión estaba prohibida. Por eso, descubrir la Navidad no fue fácil para mí.

Cuando tuve edad escolar mis familiares me advirtieron que nunca dijera la palabra navidad en el colegio ni ante desconocidos. Solo la pronunciábamos en casa, porque algunos de mis parientes eran personas mayores que se habían criado antes que entrara en vigor la prohibición y todavía celebraban la festividad en secreto. Con todos los demás, el pino era simplemente el árbol de Año Nuevo, y esas fechas las vacaciones de invierno. Si se hacían regalos a los niños, no se mencionaba para nada la Navidad.

Contaba pocos años cuando tuvimos nuestro primer árbol de Pascua, con velitas de verdad sujetas a las ramas. Si me portaba bien, mi premio era ver las velas encendidas por unos minutos.

Recuerdo mirar pocos años después el único icono ortodoxo de

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1. V. Gálatas 5:22,23

El día del cumpleaños de mi madre me puse a pensar en ella y me di cuenta de que mi infancia estuvo marcada por algo muy particular: los ratos que pasábamos todos juntos. Más concretamente evoqué las Navidades de mi niñez. Lo que hacía que cada una fuera memorable no era la cantidad o el valor de los regalos que nos daban, ni las fiestas a las que asistíamos, sino más bien cositas sencillas.

La primera Navidad que recuerdo fue una en que pusimos empeño por hacer cosas juntos en familia. Preparamos un nacimiento con una vieja tabla que cubrimos de pinos en miniatura y figuritas hechas y vestidas por nosotros mismos.

Otro año, la fría casita en que vivíamos se llenó de calor por un cassette de villancicos —el primero que tuvimos los niños— y por la alegría de encontrarnos naranjas en las botas que habíamos dejado en la sala, además de nueces y pasas

lleno al voluntariado, para nosotras esos regalitos eran especialísimos.

El recuerdo de tantas bellas ocasiones hizo nacer en mí el deseo de que mis propios hijos conozcan ese mismo cariño y emoción esta Navidad. Quiero que tengan recuerdos entrañables de estas fechas. Y caí en la cuenta de que lo que confirió a esos momentos un valor particular fue, por una parte, el amor de mis padres y el tiempo que nos dedicaban para demostrarnos ese amor; y por otra, su fe en Jesús y en la Palabra de Dios, que nos llevaron a descubrir la salvación y a adoptar como propósito en la vida la misión de llegar al corazón del prójimo y conquistarlo con la verdad de Dios.

Es cierto que no teníamos muchas posesiones, pero teníamos al Señor y nos apoyábamos unos a otros. Ese era el secreto de que nuestras Navidades fueran tan felices y entrañables.

Car i Har rop es madr e de cuatro hijos. Vive en Tex as, EE . UU. ■

envueltas en papel de aluminio. Ese año decoramos un árbol con adornos caseros que hacían alusión a los fru-tos del Espíritu Santo: amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre y templanza1.

Otra Navidad, cuando yo era más pequeña, ensartamos palomitas de maíz en un hilo que colgamos del árbol. Para fines de diciembre ya casi no quedaban palomitas, pues un ratoncito, ingeniosamente disfrazado de niñita de tres años con coletas, se dedicó a comérselas cuando nadie miraba.

También hubo una Navidad, cuando yo tenía 9 años, en que, al levantarnos por la mañana, las seis hermanas nos encontramos con una sorpresa: una fila de cajas blancas de zapatos, cada una claramente rotulada con el nombre de una de nosotras. Dentro tenían artículos que necesitábamos o juguetes: cuer-das para saltar, jacks, un cepillo para el pelo, horquillas, pequeñas prendas de vestir… de todo un poco. Como nuestros padres se dedicaban de

Alegrías sencillas

Cari Harrop

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de trabajo que es madre soltera. Se acercaba la Navidad. Aunque ella contaba con algunos fondos que le habían enviado sus abuelos y otras personas para comprar regalos, le estaba costando llegar a fin de mes a causa de los gastos que se suman y suman en la temporada navideña. Se me partió el corazón por ella.

Ese día tenía cuarenta dólares en la billetera. Escribí una notita y lo metí todo en un sobre. Se lo entregué y le deseé una feliz Navidad. Lo hice todo a las apuradas, antes que pudiera arrepentirme. «No quiero hacerle pasar un momento embarazoso. Es una cantidad muy pequeña. Tal vez alguien lo necesita más…» Excusas, puras excusas.

Cuando abrió el sobre, se le saltaron las lágrimas. Alguien había acudido en su auxilio, aunque fuera

HAZLO POR UNOsolo por un momento. Me sentí con-tenta de haberme obligado a hacerlo, pero mayormente me impresionó el efecto que cualquiera de nosotros puede tener en una persona.

• Una persona a la que invitas a un café

• Un niño al que te comprome-tes a patrocinar

• Un conocido que está solo y al que invitas a celebrar

• Un juguete que donas a una institución de caridad que hace regalos navideños

• Una tarjeta que envías a un amigo que vive lejos

• Una bandeja de galletas que preparas para unos vecinos que se sienten solos

• Una familia a la que te ofreces para cuidar a sus hijos

• Una pareja de ancianos a quienes les haces algunas reparaciones

• Un amigo enfermo que visitasTienes muchas habilidades y

recursos que ofrecer a una persona. Imagínate el impacto que podemos producir si nos ocupamos de una persona que esté cerca de nosotros.

M ar ie A lvero ha sido misioner a en Á fr ica y México. A hor a lleva una vida plena y activa en compañía de su esposo y sus hijos en la r egión centr al de Tex as, EE . UU. ■

Cada día tiene 1.440 minutos. Eso significa que diariamente tenemos 1.440 oportunidades de causar una impresión positiva. Les Brown (n. 1945)

Marie Alvero

A veces me quedo paralizada ante todo el sufrimiento que hay en el mundo. Simplemente no tengo la posibilidad de hacer algo significativo por aliviar el hambre, las enferme-dades, la pobreza, las depresiones, la opresión, la soledad y la muerte. Cuando uno se fija en todo el dolor que hay, no ve sino desolación.

Sin embargo, he caído en la cuenta de que esa manera de pensar en realidad no es sino una forma subrepticia de exculparme y una manifestación de una mentalidad muy egoísta. Alguien me espoleó, animándome a hacer por una persona lo que no puedo hacer por muchas. Si adopto esa perspectiva, siempre habrá algo que pueda hacer.

En la oficina donde trabajo no pude evitar enterarme de las dificultades que tiene una compañera

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—¿En el establo vive…?—¡Jesús vive en el establo!Mi primera reacción fue reírme

de la respuesta de mi hermanita de cuatro años cuando me puse a darle una clase improvisada sobre dónde se guardan los diversos animales de la granja. No obstante, sus palabras me siguieron rondando la cabeza. «Jesús vive en el establo». ¿Pensaba ella que Jesús para mí no era más que un niño en un establo?

Resistí aquellos pensamientos. «Sin duda ella me ha visto rezar muchas veces. Y hace apenas unos días, ¿no le leí unas páginas de la Biblia para niños?»

Me vinieron a la memoria escenas en que yo andaba corriendo de un lado a otro, afanándome por mis estudios y otras actividades. Y me puse a pensar si en alguna ocasión le había explicado de verdad a mi hermana quién era Jesús. Por supuesto que le había hablado de Su nacimiento, de los milagros que obró y de Su vida y misión. Pero ¿le

¿DÓNDE VIVE JESÚS?

Aaliyah Williams

había contado el papel que cumplía como mi mejor amigo?

¿Solo mencionaba Su nombre cuando sacaba las guirnaldas y los ador-nos para el árbol navideño? Al terminar nuestros ratos de lectura, ¿lo dejaba bien guardadito entre las páginas de su biblia ilustrada? ¿O celebraba yo Su vida diariamente de forma que mi hermanita se diera cuenta de que Jesús está vivo hoy en día y de que no habita en un establo, sino en nuestro interior? Cuando las cosas se ponían difíciles y se me agotaban las fuerzas, ¿me veía acudir a Él? ¿Le había enseñado que Jesús podía ser su mejor amigo y que, si le entregaba su corazón, Él la cuidaría como si fuera la única niña del mundo y la amaría como nadie?

Ahora que se acerca una nueva Navidad y las celebraciones ya comien-zan, tengo una visión muy clara: Este año —y no solo en Navidad— voy a celebrar el sentido de Su vida tomando conciencia de Su presencia en la mía. Voy a sacarlo del establo y lo voy a invitar a vivir dentro de mí. Lo voy

Tú también puedes invitar a Jesús a ser parte de tu vida:

Gracias, Jesús, por venir a nuestro mundo a vivir como uno de nosotros y padecer muchas de las cosas que sufrimos aquí, todo para que pudiéramos conocer el amor de nuestro Padre celestial. Te agradezco que murieras por mí para que así pueda reconciliarme con Dios y gozar de vida eterna en el Cielo. Perdóname por todas las veces que he obrado mal. Ayúdame a conocerte y a amarte íntima y profundamente. Amén.

a hacer partícipe de todo lo que haga. Entonces podré afirmar: «Jesús nació en un establo, pero vive en mi corazón y en mi casa».

Aaliyah Williams es editora y autora de contenido. ■

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La Navidad es siempre una época de enorme ajetreo. Hay mucho más que hacer de lo habitual. Tienes tantas tareas pendientes que la lista parece interminable, las horas pasan volando y tiendes a exigirte cada vez más.

Si te tomas un tiempo para reposar en Mí y comulgar conmigo cada día en oración, cobrarás fuerzas y renovados ánimos. Haz una pausa en medio de tu jornada de trabajo y estrés mental para hacer contacto conmigo en silencio, y te volverán las fuerzas. Tanto si te tomas un rato prolongado como si simplemente haces varias pausas a lo largo del día, me harás un valioso obsequio al dejar a un lado tus pensamientos de afán para meditar en Mí.

Esta Navidad te pido de regalo tu tiempo y dulce comunión conmigo.

REGÁLAME TU TIEMPO

De Jesús, con cariño