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ALEJANDRA SEGOVIA Basta con escucharla recitar alguno de sus poemas o los poemas de algún otro poeta, como Mahmud Darwish o Víctor Valera Mora, para percibir la inasible energía telúrica que emana de la voz, de la sangre, de los huesos, de las raíces de Alejandra Segovia; es la misma energía (que los chinos han llamado Chi’ desde tiempos inmemoriales) y que habita su poesía, como una ráfaga de bala o 1

ALEJANDRA SEGOVIA

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Nota crítica sobre la poesía de Alejandra Segovia, escrita por José Jesús Villa Pelayo

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ALEJANDRA SEGOVIA

Basta con escucharla recitar alguno de sus poemas o los

poemas de algún otro poeta, como Mahmud Darwish o

Víctor Valera Mora, para percibir la inasible energía telúrica

que emana de la voz, de la sangre, de los huesos, de las

raíces de Alejandra Segovia; es la misma energía (que los

chinos han llamado Chi’ desde tiempos inmemoriales) y que

habita su poesía, como una ráfaga de bala o de fuego,

como la llama de Bachelard, La Flamme d’une Chandelle.

Alejandra Segovia (Caracas, 1973) es una poeta vital,

fundamentalmente vital, un espejo que todo lo refracta,

speculum de las vibraciones de la calle (incluso de las más

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lejanas). Todo lo inquiere, todo lo señala, Alejandra es una

de esos poetas capaces de percibirlo todo, el ruido de la

calle, las voces de la ciudad, los vericuetos anímicos de las

avenidas, edificios, de la gente humilde, a quienes ella

devuelve esta virtud con poemas que son bocanadas de

aire de las aceras, respiraciones de los objetos sub mundo.

Alejandra ha conocido aquellos vericuetos subterráneos que

la acercan a la vida pero también a la muerte; y es,

precisamente, en ese dístico claridad/oscuridad, luz/sombra

en el que se desplaza la materia vital que configura su

poesía, en la que todos los mundos subterráneos son

desvelados ante una diafanidad sin límites, sin divisiones,

sin máscaras.

Ese estremecimiento eleusino, ese habitad

terrenal/celestial, ese fondo binario de luces de alcoba y

monasterio la rondan, ágiles aves que salen y se desplazan

y vagan en medio de sus versos.

El otro es ella misma. Con sus dudas, pasiones e

intersticios. Con su fuerza anular. Hay un cielo sobre el cielo

de sus versos de tierra y calle. La iridiscencia es el ánima

de sus poemas.

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Extrovertida, ágil, frágil, Alejandra Segovia pertenece a ese

nuevo e importante grupo poetas venezolanos del siglo

XXI, que se han forjado en la fragua de la cultura y la

política.

Licenciada en Artes por la Universidad Central de

Venezuela, Profesora de Ética de la Universidad Bolivariana,

de Geopolítica, conductora y productora, durante muchos

años, de programas radiales de enorme impacto.

En el año 2006 publicó su primer poemario Entre la miel y

el látigo que es epítome de todas sus circunstancias,

encrucijadas y laceraciones vitales.

En uno de sus poemas escribe:

Aléjate,

busca el corazón en tus silencios,

haz una entrada, aunque sea pequeña

deja pasar al aspirante.

Admite la ternura

consúmete

el contenido de la poesía y

de la vida.

Evoca la lucidez,

la música de los sentidos.

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No seas como la soledad.

Di madre, amigo, luna

pronuncia las palabras

de apertura a tus razones

Alejandra y su poesía son, sin duda, una unidad indivisible,

quien no parece temerle a nada, más que a ella misma,

quizá a esa fuerza telúrica, urbana y vital que es, sin duda,

arrolladora: se trata de una energía creativa que emerge de

ella y la circunda.

Voz de la disidencia, de la denuncia y de la resistencia, su

poesía, la del futuro, está en sus manos, en ese

estremecimiento tan sólo a ella le pertenece.

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