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ALMANAQUE
DE
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I 903 xía""" 'Ws W -^
MADRID
AMBROSIO PÉREZ Y C.íl, IMPRESORES
Calle de Pizairo, níim. Kí
IftOS
CALENDARIO LAICO PARA 1903
ENERO I Jueves,—Acacia.
2 Viernes.—Acracia. 3 Sábado.—Adelfa. 4 Domingo.—Adolia. 5 Lunes.—Adonis. 6 Martes.—Adriático. 7 Miércoles.—Afelio. 8 Jueves.—Acróíilo. 9 Viernes.—África.
10 Sábado.—Afrodina. (i Domingo.—Arsinoe.
12 Lunes.—Amaltea. 13 Blartes.—Amapola. 14 Miércoles—Ágata . 15 Jueves . —Albina. 16 Viernes . -Ale l í . 17 Sábado.—Almandina. 18 Domingo.—Amable. 19 Lunes.—Amador.
2 0 Martes.—Amandina. 21 Miércoles.—Amaranio.
2 2 Jueves.—Amatista.
2 3 Viernes—.Ambrosino. 2 4 Sábado.—Amelina. 25 Domingo.—América 2 6 Lunes . Amor. 27 M a r t e s . —Anémona. 2 8 Miércoles.—Andrino. 2 9 Jueves.—Angélica. 30 Viernes.—Antelia. 31 Sábado.—Apolo.
FEBRERO I Domingo.—Arcadia.
2 Lunes . —xVracnea. 3 Martes.—.\rmelina. 4 M i é r c o l e s . —Aroma. 5 J u e v e s . - Artemisa. 6 Viernes.—Asia. 7 Sábado. -Atenea . 8 Domingo.—Asterio. 9 Lunes.—Astrolabio.
10 Martes . Aur<io. 11 Miércoles.—Aurora.
12 Jueves.—Avelina.
13 Viernes.—Azarina. 14 Sábado—Astrea. 15 Domingo.—Azucena. 16 Lunes.—Aglae. 17 Martes—Andrómeda. 18 Miércoles.—Aristeo. 19 Jueves.—Alegría. 2 0 Viernes.—Ariadna. 21 Sábado.—Bercelina.
2 2 Domingo.—Blanca. 2 3 L u n es . •• Bonito. 2 4 Martes.—Brasilina. 2 5 Miércoles.—Brillante. 2 6 Jueves.—Bálsamo. 2 7 Viernes.—Botánico. 2 8 Sábado.—Balsamina.
MARZO I Domingo.—Benigno.
2 Lunes.—Bella. 3 Martes.—Camelia. 4 Miércoles.—Cándido-. 5 J u e v e s . - Capitolino.
CALENDARIO LAICO PARA 1903
6 Viernes.—Caprotiua. 7 Sábado.—Garcinia. 8 Domingo.—Cardelina. 9 Lunes.—Carmín.
10 Martes.—Carolina. II Miércoles.—Casandra.
12 Jueves.—Casidonia. 13 Viernes.—Casiopea. 14 Sábado.—Constancia. 15 Domingo.—Castalio. 16 Lunes.—Casto. 17 Martes.—Castor. 18 Miércoles.—Castornia. 19 Jueves.—Caléndula.
2 0 Viernes.—Céfiro. 21 Sábado.—Cegino. 2 2 Domingo. -Celia. 2 3 Lunes.—Célico. 2 4 Martes.—Celidonia. 2 5 Miércoles.—Celtíbero. 2 6 Jueves.—Centaurea. 2 7 Viernes.—Ceramio. 2 8 Sábado.—Cibeles. 2 9 Domingo.-Cinabrio.
3 0 Lunes.—Circasiano. 31 Martes.—Cisalpino,
ABRIL I Miércoles.-Clavel l ina.
2 J u e v e s . - Clemencia. 3 Viernes.—Clicio. 4 Sábado.—Ch'o. 5 Domingo.—Clorís. 6 Lunes.—Colombina. 7 Martes.—Cosalia. 8 Miércoles.—Coralino. 9 Jueves.—Cornarina.
10 Viernes.—Crisálida. 11 Sábado.-Crisófllo.
12 Domingo.—Cares. 13 Lunes.—Catmo. 14 Martes—Circe. 15 Miércoles.—Colombia 16 Jueves.—Ciprina. 17 Viernes.—Climena. 18 Sábado.—Crisantemo. 19 Domingo.—Calciopea.
2 0 Lunes.—Oaliope. 21 Martes.—Calidonia.
2 2 Miércoles.—Orisipo. 2 3 Jueves.—Daflna. 2 4 Viernes.—Dalia. 2 5 Sábado.—Delio 2 6 Domingo.—Desío. 2 7 Lunes.-Diáfano. 2 8 Martes.—Diana. 2 9 Miércoles.—Disnomia. 3 0 J u e v e s . - D o r a .
MAYO I Viernes.—Dorada.
2 Sábado.—Durío. 3 Domingo.—Diamela. 4 L u n e s . -Dorís. 5 Martes.—Denio. 6 Miércoles.—Deseado. 7 Jueves.—Dafne. 8 Viernes.—Deucalión. 9 Sábado.—Dircea.
10 Domingo.—Deyanira.
CALENDARIO LAICO PARA 1903
11 Lunes . Ebúrneo. 12 «laPtes.—Edolia. 13 Miércoles.—Eficacia. 14 Jueves.—Eleusina. 15 Viernes.—Eleuteria. 16 Sábado.—Elio. 17 Domingo.—Eliseo. ¡8 Lunes . -Elogio. 19 Martes.—Emetina. 2 0 Miércoles.—Endrino. 21 Jueves.—Eneida.
2 2 V i e r n e s —Eolo. 2 3 Sábado.—Erato. 2 4 Domingo—Ergino. 2 5 L u n e s . - B r o s . 2 6 Martes . -Erunía. 27 Miércoles.—Esencia. 2 8 Jueves.—Esmaltina. 2 9 Viernes.—Esmelita. 3 0 Sábiado.—Esmeralda.^ 31 Domingo. Esmeraldino.
3UN10 I Lunes.—Esmuno.
2 Martes.—Estela. 3 Miércoles.—Estelarlo. 4 Jueves.—Estrella. 5 Viernes.—Etéreo. 6 Sábado.—Etesío. 7 Domingo.—Etna. 8 Lunes.—Euclasía. 9 M a r t e s Eugeria.
10 Miércoles.—Eunbia. II Jueves.—Euro.
12 Viernes.—Europa. 13 Sábado.—Eustefia. 14 Domingo.—Euterpe. 15 Lunes.—Eutimía. 16 Martes.—Evidencia. 17 Miércoles . -Esculapio . 18 Jueves.—Esperanza 19 Viernes.—Emancipación. 2 0 Sábado.—Eneas. 21 Domingo.—Electra. 2 2 Lunes.—Eufrosina.
2 3 Martes—Eco 2 4 Miércoles.—Epigea. 2 5 J u e v e s . - Egina. 2 6 V i e r n e s . Euristeo. 2 7 Sábado.—Etolía. 2 8 Domingo. Eson. 2 9 Lunes.—Facelina. 3 0 Martes—Faría .
auuo 1 Miércoles.—Fausto. 2 Jueves.—Favonio. 3 "Viernes.—Febo. 4 S á b a d o . Fecundo. 5 Domingo.-Felicidad. 6 Lunes.—Feliz. 7 Martes . Femio. 8 M i é r c o l e s . Fénix. 9 Jueves.—Fera.
10 Viernes—Feronía. 11 Sábado—Férvido. 12 Domingo—Fertina. 13 Lunes.—Fidelidad.
CALENDARIO LAICO PARA 1903
14 Martes.—Fido. 15 IVI¡érco!es—Fiel, 16 J u e v e s —Filamón. 17 Viernes . - Filandro. 18 Sábado . —Filií<. 19 Domingo.—Fino.
2 0 Lunes . Flora. 21 Martes.—Florencia.
2 2 IVIiÉrcoles.—Florentino. 2 3 Juewes. -Fcrtunado. 2 4 Viernes.—Fragancia. 2 5 Sábado.—Francesilla. 2 6 Domingo —Franco. 2 7 Lunes.—Fraternidad. 2 8 Martes.—Febea. 2 9 Miérco les . -Fae tón . 3 0 J u e v e s . Fortuna. 31 Viernes.—Galacio.
AGOSTO I S á b a d o . - Galio.
2 Domingo—Genelia. 3 Lunes.—Generoso.
4 5 6 7 e
í i 82 S3 Í4 Í5 Í6 17 18 19
2 0 21
22 2 3 24 25 2 6
SVlartes. Gentil. Üüiércoles - Geráneo. J u e v e s . - Gelidia \íiernes.—Giralda. Sábado.—Gnda.
9 Domingo.—Golondrina. O Lunes.—Gracia.
iVIartes.—Gardenia. Wliércoíes.—Hada. J u e v e s . —Halía. Vieí nes.—Haliarto. -Sábado. Harmonía. Domingo.—Héctor. Lunes.-Helenio. Martes.— Helicia. Miércoles.—Heliotropo. . J u e v e s . Heráclito. Viernes . - Hereinia. Sábado. -Hermanea. Domingo.—Hialino. Lunes . —Hiria. Mar tes . -Hor tens ia . M i é r c o l e s . — Humanidad.
2 7 Jueves.—Hiperión.
2 8 Viernes.—Heribea. 29 Sábado.—Hehe. 30 Domingo.—Pleliada. 31 Lunes.—Hipocrene.
SEPTIEMBRE t Martes.—Hespéride.
2 fySiércoles.-Helea. 3 Jueves.—Hermosa. 4 Viernes.—Iberís. 5 Sábado . Ida. 6 Domingo —Iris. 7 L u n es . -Idalio. 8 Marte s . Ideal. 9 Miércoles.—Idulío.
10 Jueves.—lo-ualdad. 11 Viernes . Imperial.
12 Sábado.-I tá l ica. 13 Domingo.—Irene. 14 Lunes.—Inocencia. 15 Martes—Ino. 16 Mi arcóles.—Justicia. 17 Jueves—Juno .
CALENDARIO LAICO P;\EA 1903
18 Viernes.—Juventud. 19 Sábado.—Jacintino.
2 0 Domingo.—Jania. 21 Lunes.—Jane.
2 2 Martes . —Lanuvinía. 2 3 Miércoles.—Lelia. 2 4 Jueves.—Libertad. 2 5 Viernes.—Lidio. 2 6 Sábado.—Lirio. 27 Domingo.—Lozanía. 2 8 Lunes—Luz. 2 é Martes.—Lira. 3 0 Miércoles . -Magnol ia .
O C T U B R E I Jueves.—Malva.
2 Viernes.—Manilio. 3 Sábado.—Maralia. 4 Domingo.—Mariposa. 5 Lunes.—Meteoro. 6 Martes.—Muselina. 7 Miércoles.—Minerva. 8 Jueves.—Musa.
9 Viernes.—Margarita. 10 Sábado . Melpómene. II Domingo.—Nacarino.
12 Lunes.—Nereida. 13 Martes.—Kandina. 14 Miércoles—Náyade. 15 Jueves.—Nardo. 16 Viernes.—Niabtl. 17 Sábado—Nereo. 18 Domingo.—Ofelia. 19 Lañes.—Orquídea.
2 0 Martes.—OceániJa. 21 Miércoles.—Olimpia. 22 Jueves.—Opimo. 2 3 Viernes.—Orion. 24 Sábado.—Progreso. 2 5 Domingo.—Palmira. 2 6 Lunes.—Pasionaria. 2 7 Martes.—Páris. 2 8 Miércoles.—Peonia. 2 9 Jueves.—Perseo. 3 0 Viernes.—Froserpina. 31 Sábado.—Perla.
NOVIEMBRE I Domingo. -Purpur ina .
2 Lunes.—Polimnia. 3 Martes.—Eocío. 4 Miércoles.—Regeneración 5 Jueves.—Rubí. 6 Viernes.—Sensitiva. 7 Sábado.—Sardonia. 8 Domingo. -Setenio . 9 Lunes.—Serpol.
10 Martes.—Sirio. II Miércoles.—Salud.
12 Jueves.—Siempreviva. 13 Viernes.—Teseo. 14 Sábado.—Trébol. 15 Domingo.—Turquesa. 16 Lunes.—Themis. 17 Martes.—Topacio. 18 Miércoles.—Tulipán. 19 Jueves.—Telesía,
2 0 Viernes.—Tamarindo. 21 Sábado.—Taha. 2 2 Domingo.—Urania.
CALENDARIO LAICO PARA 1903
2 3 Lunes.—Valonia. 2 4 WlaTtes.—Aiola. 2 5 Miércoles.—Waikiria. 2 6 J u e v e s . - Zara. 2 7 Viernes.—Záfiro. 2 8 Sábado.—Zaida. 2 9 Domingo.—Zamea. 3 0 Lunes.—Luna.
DICIEMBRE I Martes.—Prometeo.
2 Miércoles,—Priamo. 3 Juewes.—Espartaco.
4 Viernes.—Sol. 5 Sábado.—Harmodio. 6 Domingo.—Sileno. 7 Lunes.—Genio. 8 Martes.—Ninfa. 9 Miércoles.—Proteo.
10 Jueves.—Ulises. 11 Viernes—líemesis .
12 Sábado. -Gefeo. 13 Domingo.—'Alcides. 14 Lunes.—Orfeo. 15 Martes.—I cari . 16 Miércoles.—Germinal. 17 Jueves.—Libertario.
18 Viernes.—Autonomía. 19 Sábado.—Porvenir.
2 0 Domingo.—Redención. 21 Lunes.—Sara. 2 2 Martes.—Aida. 2 3 Miéreoles.—Helvecio. 2 4 Jueves.—Florimán. 2 5 Viernes—Solidaria. 2 6 Sábado.—Ovidio. 2 7 Domingo.—Oendrina. 2 8 Lunes.—Alejandrina. 2 9 Martes.—Electricia. 3 0 Miércoles.—Arrebol. 31 Jueves.—Épico.
Año astronómico para 1903
E c l i p s e s e n e l a ñ o 1903: 28 á 29 Marzo, eclipse anular del Sol, invisible en Espafia .—H á 12 Abril, eclipso parcial de Luna, visible en España.—^21 SeptiemVjre, eclipse total de Sol, invisible en España.—6 de Octubre, eclipse parcial de Luna, invisible en España.
L u n a c i o n e s : En 1003, la luna llena cambia como sigue: 13 de Enero, 12 Febrero, 13 Marzo, 11 Abril, 11 Mayo, 10 Junio, 9 Julio, 8 ,Agosto, 6 Septiembre, 6 Octubre, 5 Noviembre, 4 Diciembre. La luna nueva y los crecientes y menguantes se deducen fácilmente de la época de la luna llena, contando quiuce días ú ocho, según sea la pr imera ó los s e gundos.
C o m i e n z o d e l a s E s t a c i o n e s .
H E M I S F B K I O BOREAL.—PriOTftyefa; 21 Marzo á las 7 horas O minutos de la noche.
Verano: 22 Junio á las 2 horas 50 minutos de la tarde . Otoño: 24 Septiembre á las 5 horas 29 minutos de la ma
ñaña . Invierno: 23 Diciembre á las O horas 6 minutos de la ma
ñana . H E M I S F E R I O AUSTRAL. —Primavera: 24 Septiembre á las 5
horas 29 minutos de la mañana. Verano: 23 Diciembre álasO horas 6 minutos de la mañana. Otoño: 21 Marzo á las 7 horas O minutos de la noche. Invierno: 22 Jnnio á las 2 horas 50 minutos de la tarde. Meses de 31 días: Enero, Marzo, Mayo, Jul io, Agosto, Oc
tubre y Diciembre, Meses de 30 dias: Abril, Junio, Septiembre y Noviembre. Mes de 28 días: Febrero . Mitad del año: 2 de Julio á la 12 del día. El año comienza el jueves l.o de Enero y termina el jue
ves 31 de Diciembre. Los días más largos del año: 21 y 22 de Junio . Sale el Sol á las 4 horas 29 minutos, pónese á las 7 horas
33 minutos; duración del crepúsculo civil, 38 minutos; ídem del astronómico, 2 horas 9 minutos; duración del día solar, 15 horas 4 minutos; id. d é l a noche 8olar ,8horas 56 minutos; ídem del día civil, 14 horas 26 minutos; id. de la noche civil, 8 lloras 18 minutos .
Los días m<ís cortos del año: 21 y 22 de Diciembre. Sale el Sol á las 7 horas 20 minutos, pónese á las 4 h o r a s
33 minutos; duración del crepúsculo civil, 36 minutos; ídem del astronómico, 1 hora 43 minutos; duración del día solar, 9 horas 16 minutos; id . de la noche solar, 14 horas 44 minutos
9
ídem del día civil, 9 horas 52 minutos; id. de la noche civil, 15 horas 20 minutos.
23 Diciembre. Sale el Sol á las 7 horas 23 minutos, pónese á las 4 lioras
:i7 minutos; duración del crepúsculo civil, 36 minutos; ídem del astronómico, 1 iiora 43 minutos; duración del día solar, 9 horas 17 minutos; id. de la noche solar, ÍA horas 43 minutos; id. del día civil, U horas 58 minutos; id. de la noche civil, 15 Imras 19 minutos.
ii (le k ¡a
La especie humana, aunciue consta de un solo ge'nei-Q de animales (hombre y mujer), ]>or razón de que no todos los hombres se parecen y de que las diferencias (]ue presentan se transmiten de generación en generación, se les divide generalmente en cinco variedades ó raz;is principales, que son las siguic^ntes:
RAZA ÜLANCA Ó rancásica, con piel blanca, morena ó negruzca; ¡lelo largo y tiexible; cabeza y cara ovales, nariz afilada, ojos horizontales y rasgados, dientes y laliios poco jírominentes; única en la (|ue se ven cabellos rubios y ojos azules; habita la Euro])a, el Asia occidental hasta el Ganges, el Norte de África y las colonias de América, que dependen de eurojjcos. Pertenecen, por consiguiente, á la raza blanca los tártaros, los habitantes del Indost.in, los persas, los ái-abe.s, los abisinios, los moros, los europeos, etc.
RAZA AAIARILLA ó mocjola, con frente aplastada, nariz ])equeña, pómulos ])rominentes, labios gruesos, ojos pequeños y oblicuos, cráneo piramidal, caljellos rudos, negros y escasos y-tez más ó menos amarillenta: vive en el Norte y Oriente de Asia, á contar desde el Ganges. Pertenecen, pues, á esta raza los mogoles,'los calmucos, los chinos, los japoneses, etc.
RAZA ACEITUNAIJA ó malaya, con el jielo flojo y rizado, cabeza estrecha y nariz chata. Eísta raza reúne todos los pueblos malayos que forman la población ¡wincipal de la Malesia (archipiélago Indico) y de la Polinesia en la Oceanla, así como los pueblos malayos de la isla de Ma-
10
dagascar en África, de la isla Formosa, de la península de Malaca y de otras regiones del x\sia.
RAZA COBRIZA Ó ainericann, con piel rojiza ó bronceada; el pelo largo, grueso y rígido; la cara ancha y triangular y los pómulos salientes. Estos caracteres se encuentran niuy marcados en los indígenas de Méjico y del Perú.
IÍAZA NEGRA Ó etiópica, con piel negra, pelo negro, lanoso ó cresi)o; cráneo |)equeño, nariz a]5lastada, maxilares y labios salientes. Hal)ita el África central y del Sur y gran parte de la Oceanía, como la. Nueva Holanda y algunas comarcas del Asia.
* * *
El uso ha dado muchas y diferentes denominaciones particulares á los productos de las mezclas de las razas principales. Así, llámase MULATO el producto de un Illanco con una negra; mestizo, el de un europeo con una india ó con una americana; zaiiiho, el de un negro con una ameri-
, cana. Los originarios de Europa, nacidos en América, se llaman criollos.
'A-
El número de los habitantes del globo se calcula es de 1.500 millones, distribuidos en esta forma: Europa, 327; Asia, 835; África, 205; América, 95; Oceanía, 38.
Las poblaciones del mundo que tienen un millón ó más de habitantes son: Londres, seis millones y medio, poco más ó menos; Nueva York, tres y medio; París, dos y medio; Berlín y Chicago, dos; Viena, Toldo, San l'etersbur-go, Calcutta y Eiladelfia, uno y medio; Constantinopla, 1 ekín, Moscou, Singanfou y Cantón, uno próximamente.
* • •
Las lenguas más difundidas en el mundo son: el chino' hablado por más de la tercera parte de la población del globo; el árabe, cpie se habla en gran parte de Asia y África; el im/lés, que le hablan 98 millones; el castellano, que es hablado por 72 millones; el alemán, por 65 millones, y e]/ranees, por 55 millones.
En Europa los idiomas más en uso son: francés, espa-iiolniglés, ¡lortugués, italiano, alemán y ruso.
En Asia, el chino, árabe, turco, persa, tártaro y japonés. En África, el árabe, egiixio y abisinio. En América, el español, inglés y portugués. En Oceanía, el malayo.
11
Jeroglífico ccle^íial
V.DÍOS creó al hombre á su imagen y semejanmaf),
dice la Biblia.
¿Cuál de estas imágenes es, en verdad,
la semejante á Dios!
12
V e i n t e s i g l o s de n u e s t r a era .
Los hombres más notables que en ellos florecieron. S I G L O !
Lucio Séneca, Epícteto, Marco Aurelio Filón Apolo-nio de Tyana, Modéralo de ^^du , D ^ o de Charax^^
Plinio, Tácito, Tito Livio, 1'«™P°"Í°.M^1'^'J^^/i^Cera n ca. Sil o Itálico, Lucano, Marcia , Nicomaco de Ge^asa, Segundo de Atenas, Virgilio, Catón í loro , Columela, Quintiliano. ^^^^^^^ ^
Teon de Esmirna, Máximo de Tyro Aptileyo N^ne -nio, Galeno, Plutarco de Coronea, Ce «o, lolomeo, Fau sanias, Taciano de Siria, Atenagoras, 1 ertuliano.
SIGLO III Orígenes Arrio, Ammonio Saccas, Hipatía Plotino
LonJnoErannio , 'Amel io , Porfirio, Jámbhco de Calas, Arnobio, Lactancio.
S K T L O IV
Tuliano el Apóstata, Teodoro de Asina, Salustio Ede-ri i , S rsanto ,Tdsco , 'Pemistio, Aurilio Agustmo, Sn.es.o de Cyrene, Flaco Albino, Pnscihano.
SIGLO V Proclo, Plutarco, Siriano, i'elagio Marino Pat^o Oro-
sio, Dionisio Areopagita, Eneas de Gaza, Damasco, verino Boecio, Casiodoro, Osono, Zósimo, Avito.
VI
Esteban de Bizancio, Pascasio, Juan Biclarense.
SIGLO VII
Isidoro de Sevilla, Braulio de Z^'-^g°^t'nÍc!!fcfemln-ledo, titulados santos-, Juan Bracarense, f" f^« C ^ ™ te Prádencio, Vedo Aquilino Juvenco, Dracon.o, Oren ció, Luciniano, Castorio.
SIGLO VIII Razi, Abenzoar, Albucasis, Al-Koresmi, Geber el ara-
be, Abon-Achmed.
SIGLO IX Alkendi, Alfarabí, Algazal, Costa ben I-uca.
SIGLO X Avicena, Saadja, Gumbiorn.
SIGLO XI Giberol, Algazel, Jehuda ha Leví, Constantino Africa
no, Anselmo de Laón.
S I C ; L 0 XII
Benjamín de Tudcla, Jídrisi, Guillermo deChampeaux, Abelardo, Arnaldo de lírescia, ¿V\-erroes, Aí'empace, 'J'o-fail, Maimonades, Ibn-Masarria, yVlberto Magno, Hugo de San Víctor.
SK;LO XIII Nicolás de Pisa, Marco Polo, Alejandro de Hales, Crui-
llermo de Auvernia, Tomás de Aijuino, Escoto, Rogerio Pacón, Raimundo Lulio, Abulfeda, Gonzalo de Berceo, Rodrigo Jannes, Kckart.
SIGLO XIV Juan Huss, Lorenzo Ghiberti, Donatello, Guillermo de
Ocam, Juan de Buridan, Alberto de Saxonia, Marcelo de Ingben, Zeni, Juan Manuel, Al-Mocaffá, Juan Charlier, Taulero, Suso, Dante.
SK5LO XV Nicolás de Oresme, Gal)riel de Biel, Pedro de Ailly,
Raimundo de Sabunde, Lucca della Robbia, Cristóbal Colón, Vasco de Gama, Américo Ves])ucio, Vélez de Guevara, Juan de Mena, Rabelais, El 'Piziano, Gutten-berg, Rafael de Urbino, Sa\'onarola, Erasmo, Ariosto, Sausovino, Verocchio, Jorge Manrique, Cibdal-Real.
SIC;i>0 XVI Lope de V^ega, (iuido, Reni, Miguel Servet, Cervantes.
Quevedo, Campanella, 'l'omás Moro, Rubens, Ke])ler, El l'asso, Shakespeare, VA Veronés, Juan Latino, Miguel Ángel, Giordano Bruno, Galileo, Camóens, Montaigne, Ben\'enuto Cellini, Michel Colombe, Pilón, Juan de Bolonia, Juan Goujón, Escipión Carteromaco, Fernando de Córdoba, Magallanes, Gennadio, Policiano, Nicoletto Vernias, lAitero, Melanchton, Zvvinglio, Calvino, FTay Luis de Granada, Santa Teresa, Fray Luis de León, León
14
Hebreo, Juan Valdés, Doña Oliva Sabuco, Juan Huarte, Luis Vives, Paracelso, Bacón, Juan León de Granada, Pentinguez, Munster, Mercator, Ortelius.
SIGLO XVII Hobbes, Locke, Newton, Wan-dick, Fenelon, Calderón
de la Barca, Descartes, Corneille, Mme. Sevigné, MO1Í¿M-C, I'ascal, Leihnitz, Labriiyére, Milton,- Rficine, Anguier, Juan de Mariana, Malel)ranche, La Fontaine, Espinosa, Cousin, Merula, Lubin, Bossuet.
SK^LO x v n i . Berkeley, Hartley, Hume, Condillac, Voltaire, Rous
seau, Helvecio, Cabanis, Velázquez, Condorcet, Lamark, Laplace, Franklin, Mme. Stael, Lavoissier, Buffon, jenner, Diderot, Adam Smith, Holbach, Mme. Roland, SchiUer, d'Alembert, Mozart, Corneille, Bretón de los Herreros, Poiret, Beccaria, Kant, Schultz, Ficbte, Cook, Capmany, Jjuache, Cellarius, Reaumur, M.ontesquieu, Byron.
SIGLOS XIX Y XX Schelling, Hegel, Krause, Schopenhaüer, Herbart, Be-
neke, Strauss, Ahrens, Büchner, Hackel, Hartmann, Car-lyle, Wundt,' Stirner, Nietzsche, Stuart Mili, Uarwin, Spencer, Saint-Simon, Compte, Fourier, Proudhon, Ribot, Lagrange, Lamartine, Guyau, Beethoven, Lafuente, Qunv tana, Pedro Leroux, Feijóo, Bécker, Víctor Hugo, Owen, L>ickens, Wats, Hengels, Fulton, Jorge Sand, Balzac, íialmes, Dumas, Daguerre, Jacquart, Pedro Mata, Cba-teaubriand, Lamennais, Moratín, Larra, Mari>:, Claudio Bernart, Volta, Federico Rubio, Cajal, Morse, Maz-zini, Michelet, Heine, Walter-Scott, Wagner, Raspad, Renán, Bernardino de Saint Pierre, Esprnnceda, Bac-kounine, PíyMargal l , Zola, 'Purguenef, Sanzdel Río, Goethe, j\:talte Brun, Lavrof, Adriano Balbi, Tan-ie, Verdi, Patricio de 7\zcárate, Menéndez Pelayo, Fortuny, Giner de los Ríos, Reclus, Tolstoi, Kropotkin, Berdielot Edison, Pasteur, Kocb, Ibsen, Roentgen, Marconi.
15
livóii Tolütoi.
16
LAS DOS FUERZAS
Se encontraron dos viajeros en un camino extraviado fiuc conducía á la cabana de un pastor. Era el uno alto, fornido, de mirada severa y altivo semblante. Era el -otro un hombre bajo, de humilde apariencia, mirada triste y pálido rostro.
Y saludó el primero diciendo: —¿Df'mde va por tierra agreste y fiera, hombre tan
débil?
—El viento troncha más fácilmente al árbol que más longitud presenta.
—No por cierto, cahaller(.), que yo de mí sé decir que •uuique más grueso que vos, resistiría los embates de la tormenta.
—Si os referís á la tormenta de los elementos, no digo fiue no; pero liay tormentas mayores que esas que de-i'rumban árboles y destrozan chozas.
—A fe que no acierto á comprenderos. —La rotura de \:m brazo no es tan temible como la
calumnia y la envidia. — ¡Aplastaría bajo mi puño al que osase calum
niarme! • — Iríais al presidio sin disipar la duda. —¿Qué armas usar, pues, contra la infamia? —La tranquilidad de espíritu, la fortaleza del alma. —Entonces, ¿para qué serviría este brazo de hierro? —Para matar osos. —¿''^caso no hay hombres peores que los osos? —Sí, desgraciadamente; pero para vencerlos, la risa
es arma mejor que la ira. IiCtíi» To l s to i .
n
18
'©uánéo nos enéerarsmosf
• El estado del espíritu general en España, por lo que toca á los problemas de la educación, es de indiferencia; ^' de los «profesionales», de desorientación. Cosa natural: Já (|uién pueden importar estos asuntos? Y en cuanto ,, 'i las fuerzas especiales diferenciadas, su acción es inco-'llórente mientras no la sostiene el empuje de la sociedad, ^•'igo, indisciplinado, difuso, ])ero f|ue las incita á resolver esos problemas en el sentido de las tendencias, más ó menos acentuadas, queen el alma nacional se van consolidando. Sin esta base, el superhombre más selvático no puede explicarla génesis de las ideas en su propio esinritu, y menos su acción sobre una masa heterogénea, incai)az dé seguirle, si no siente algún jirincipio de comunión con él en sus adentros. En íaí desconcierto, se vale de la oca- , ^ión el egoísmo, ([ue resolvería el mundo en átomos, a n o ser por esta famosa naturaleza humana, tan próvida en recursos. A t:ada cual le pone á su modo el problema: al estudiante—y á sus padres—en tpie sean cortas las carre-'••'S, cortos los estudios y fácil de sortear la farsa del examen; al maestro, en í|ué le aumenten su mísero salario; 1 ministro de Hacienda, en que la enseñanza se costee—
y aun deje todavía algún sobrante;—al de la Goberna-eiün, en que los nnichachos no levanten motines; al «del ramo», en que le den puestos donde colocar libertos y Chentes. De vez en cuando, relampaguean en todas las elases el buen sentido, el atnor humano, la piedad al nietos, ante nuestra desdicha. Pero esos relámpagos no aluní "•an, ni calientan, para una oljra que pide otra firmeza,
t-a luz apenas si alborea, ni siquiera se sabe bien de ([ué parte viene; su calor no derretirá en años y más años este inelo.
^ Kl enfermo, por su parte, no acierta más qite á dolerse y a pedir á gritos que se le haga algo, á toda costa, sea lo que fuere. Y lo pide—¡todavía!—á la únicafuerza social 'jue viene tomando sobre sí, poco á poco, desde la mitad
'^ 'a Edad Media, la suprema dirección: al Estado ; ó más propiamente, al Gobierno. Y á éste le pide, no que ijobicr-'^^^ que cuide del pormenor y de las realidades de la vida, "n lo que le toca y es su oficio; sino que legidc, que decrete, que reforme y revuelva todos los agrvicios, en cuya meca-:
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nica es donde, sin duda, debe estar el pecado: cuando no viene más que de la dolorosa y trágica condición de este pobre pueblo, vuelto de cara al África y que Buckle rece todavía plantado en pleno siglo xiv.
Pero las leyes, los imperativos, los decretos, ¡qué poca cosa son! Ya ])asaron los tiempos de los legistas de Bolonia, de los reyes «filósofos», y de su natural heredero el jacobino impenitente. Sin duda, algunos de éstos, á veces, hicieron su labor en su día; la complejidad de la vida contemporánea no puede manejarse ya con tan simples resortes. Hoy se halla bastante (|uebrantada la fe supersticiosa en la Gaceta, á cuya letra se atribuía una maravi llosa virtud, (pie ni la de Anfión; porque es más fácil levantar los muros y las ciudades que las almas. Y, sin éstas ¡qué haremos! Una ley no es más (]ue un experimento, un estímulo para ])romover en el cuerpo social cierta reacción, cuyo cálculo previo es difícil y cuyos resultados casi nunca se verán hasta después de un tiempo largo, pudiendo ser muy otros que los que el legislador se proponía.
Kn cambio, al par que se atenúa la credulidad en ti poder de la reglamentación y de las garantías exteriores, crece la confianza en el valor de las fuerzas éticas é internas. Lo que antes se esperaba del que Kant llama «gobierno de la ley»—de esa ley por cjue tan corto entusiasmo sentía el autor de Los nombres de Cristo—hoy se aguarda de la acción sincera é intensiva de los hombres. Más hizo un Sanz del Río, creando en el árido sucio de nuestra vida intelectual, no una doctrina—¡á Dios gracias!—sino, lo que vale infinitamente más que la mejor doctrina, tina corriente de emancipación espiritual, de edticación científica, de austeridad ética, cpie ha removido y ablandado, y sigue y seguirá removiendo largos años aiin lo poco que (¡ueda de plástico en el fondo de este duro terruño; más hace un puñado de hombres de buena voluntad al juntar en los bancos de la «extensión universitaria» á estudiantes y obreros en la confraternidad de la cultura y preparando un pueblo nuevo para el nuevo ideal, que todos los infatigables autores ó editores de leyes, decretos orgánicos y planes de estudios, cuyo atropellado vértigo en la superficie y la aj)ariencia, disimula nuestra musulñíana apatía en el dominio de las realidades. Aquí, como en todo, la energía de la acción está en razón inversa de lo ambicioso de los horizontes.
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Hasta tanto que la acción del Estado, más avaro de medios que de retórica altisonante y mentirosa, no se ciña modesto á la obra de crear fuerzas vivas en las entrañas del enteco organismo de nuestra educación nacional—por llamarla de alguna manera—ó más bien, de poner para ello condiciones, es )' será, no sólo inútil, sino perturbador, remover por fuera su estructura, ni arriba, ni abajo, ni en medio.
FraiieíNCo Oiiicr.
¿fi»K seria f/eí inmiilo Hin nosotros?
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Alfa y Otnega No recuerdo quién dijo que cada cual ne\'a dentro de
su ser un anarquista. Y estaba en lo cierto. La persona más inofensiva se rebela á la menor injus
ticia, desacata las leyes que le obstaculizan algo y se revuelve contra los causantes del daiio ó agravio que se le infiere, estén revestidos ó no de autoridad.
Los amantes más cristianos, más morales (en el sentido que da la iglesia católica á la moral), más respetuosos con los preceptos divinos y humanos, lo burlan todo, si se ponen trabas ala satisfacción de sus esperanzas primero, alas de sus deseos desptiés. Y por este tenor, todos los casos que en la vida se presentan que contraríen la voluntad del hombre, le revolucionan poniéndole en pugna con la sociedad y con la mecánica en que ella se desenvuelve.
¿Qué puede c/educirse de esto? Que el hombre, por muy reaccionario que sea, acepta sólo en principio la tutela á que se le sujeta, ayer por la fuerza, hoy por atavismo.
Desde el átomo casi imperceptible á la gigantesca mole, todo se transforma en el cosmos sin que haya fuerza bastante (jue pueda impedirlo; no pretendemos, pties, un imposible los anarquistas cuando aspiramos á transformar la sociedad. Seguimos, sí, el curso natural, como las aguas de un río que caminan á su desembocadura 6 confluencia.
A pesar de los enemigos y refractarios que tuvo siem-])re todo ideal en sus jjrincipios, subsistió, imperó en las conciencias para desaparecer después, confundiéndose con el cpie nacía al calor.de su seno y se amamantaba en sus propios pechos.
Nosotros imperaremos también en las conciencias, porque, lejos de ser los bastardos de la humanidad, somos sus hijos legítimos y los (luc más fielmente conservamos la herencia que nos legan la evolución y la revolución.
Amores, ilusiones, dichas, horizontes infinitos del pensamiento, j(]ué serían sin la esjjeranza que vivifica y conforta de que la humanidad alcanzará al fin tina sociedad en la tpie todos los seres serán felices porque serán libres, porque estarán sanos, porcjue vivirán conforme su naturaleza exija? Nosotros, que representamos el ALFA y ÜMP;-GA de la revolución, haremos por cpie sea pronto un hecho la felicidad humana.
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DIOS Y EL DINERO
Un comunista convencido, como parecía serlo Jesús^ no se comprende que dijera: «Siempre habrá pobres y neos entre nosotros», sino en sentido figurado, esto eS' refiriéndose á las cualidades morales, que tan diversas suelen ser entre los individuos, pero no á la cuestión ' económica,, pues tal afirmación liuljiera estado en abierta oposición con la base de su doctrina, que proclamaba la fraternidad.
Ija Falsa creencia, en una, divinidad, causa primaria de todos los males que alligen al género humano, ha sido motivo de que el individualismo se perpetúe, y que todos estemos dispuestos á matarnos unos á otros y á considerarnos como mortales enemigos, en cuanto el interés se interpone en nuestro camino. El célebre cuento áral)e de «Los tres amigos», lo vemos re])roducirse á cada paso.
Mi(>ntras las creencias en lo saljrenatural sirvan para explotar mejor á la, masa y sea medio ])od(,'roso de esclavizar las conciencias. Dios subsistirá en la mente de los desgnicia,dos; p(;ro el día que la projiiedad desaparezca y las monedas H(Jlo sirvan para (jue jueguen con ellas los muchachos, entonces las farsas religiosas halarán concluido para siempre. ¿Dónde se encontrará un cura que diga una mi,sa á una comadre, cuando semejante cosa no le valga diiieroV
JJOS obispos y los banqueros, unidos por un lazo Cüinún, forzosamente tienííii cjue correr la misma suerte. Que no lo olviden los librepensadores: la idea de Dios, como los demás errores, ha de tener su fin; pero sera el día (jue la revoluci(')n social ha^'a dado el golpe tle gracia al régimen capitalista; antes, no.
Fermín Salvocliea.
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EL ESPANTAJO
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LO QUE DICEN LAS MÁQUIMS
^Cruie hecho ascuas el carbón en el horno; hierve bulliciosa el agua en la caldera; oprime el vapor el embolo; el émbolo empuja la biela; la.biela mueve el eje; ei eje hace girar el poderoso volante, y mientras ru]C la máquina como fatigado monstruo, la correa sm hn pone en movimiento otros ejes y otras ruedas, otras correas y otras mcá(]uinas. La industria marcha, la producción aumenta, el obrero labora.
iQué hermoso poder el de la humana n.tehgencia A su conjuro se multiplica el movimiento y surgen (>l
calor y la luz. Pero, ¡ay! aún puede la máquina decir al obrero: _ - N o te enorgullezcas. En nada te diferencias de mi.
Instrumento de trabajo como yo, tu estómago, como mi horno el carbón indispensables no recibe sino el ahmen-to estrictamente suficiente para que sigas desempeñando tu función mecánica. Soy un instrumento mas apreciado que tú, porque tú abundas más y cuestas menos. Cuando me gasto, me tiran; cuando te gastas, te abandonan Es lo mismo; no lo mismo, peor; porqne tu única ventaja, tu inteUgencia, se convierto entonces en daño tuyo; la conciencia de tu pasado valer Bcratutoi-mento. Tú, como yo, pr.uluees; produces, como yo, para ios otros, no para ti. Labramos juntos fortunas que pertenecen y que jamás disfrutas. Obrero: apoderai^ de mí; arráncame de los brazos del vie;)0 capital; tu desposorio conmigo es tu salvación única. Deja de sei instrumento para que el instrumento te pertenezca, le quiero amo, no compañero. El capital me explota, solo tú me fecundas. Sólo á ti quiero pertenecer.
r . Vi y Arsuag».
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LA MANO NEGRA
—¿Do áóTiñe ]ial)t'!i,s Hiilirlo, gente iiQ^r;i? —J)e allí donde jüiiiás nadie se alegra,
(pintigua canción.J
TI odando del planeta ])or el ef-pacio inmenso, envueltos en las sombras é infundiendo el terror, ¿hacia dónde caminan los que de ;iegro intenso se visten, y del pueblo exiilotaii el candor?
Nosotros aspiramos á dominar la tierra, y con Jesús, ser reyes que todo lo avasallen, haciendo que en el llano lo mismo que en la sierra, derrotados los libres, ante nosotros callen.
Queremos ver al diezmo de nuevo establecido, y encendida la hoguera de llama abrasadora; queremos que á Dios padre adore el afligido, y se i^ase rezando del ocaso á la aurora.
Hombrea negros que al pueblo tanto daño habéis hecho, ya llena la medida, pronto va á rebosar; del oprimido esclavo hoy se dilata el pecho y el Dios de odio y venganza lodará del altar.
Entonces la voz ronca del clérigo inhumano, calló y la mano negra al punto retiró; llevándose á su dueño el terrible tirano, y el hombre, al fin, ya libre y feliz se miró.
J.iiii.sa MjelK^l.
{TraducciÓ7i de F. Salvochea.)
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Los enamorados
La corriente y el tiempo socavaron ^el lado izíiuicrdo del río, y un enorme plátano de las Lidias que en el había, careciendo de tierra donde hundir sus raíces y hacerse tuerte, se indinaba hacia el agua hasta besarla con sus hojas. En el tronco horizontal de este plátano que moría víctima de la constancia, se hallaban sentados Amalia y Luis hablando de sus amores. Los dos eran jo-venes y bellos, y para saber si se querían, basta con que los escuchemos.
—No hay quien me iguale en amar—decía ella. —No hay (luien me supere en querer—contestaba el. —Por ti soy capaz de todo, Luis. —Por ti Amalia, la muerte sonriendo sufriría. Y al jurarse amor inquel)rantable acortaban las distan
cias, las manos se estrechaban, la sangre subía a los ios-tros y volvían la cabeza asustados de pensar que podían ser vistos.
El amor era suyo, bien suyo, á nadie debían sus cuerpos y temían; temían quererse demasiado, darse demasiado, -j 1 1
Por la orilla contraria pasaron dos jóvenes asidos del brazo; sin duda alguna eran amantes también. A verse ambas parejas, Luis soltó las manos de Amalia y la hei-mosa del otro lado del río se desprendió del brazo de su galán. Después los cuatro se miraron con seriedad y recelo, como ciueriendo decir: «Guardamos las formas qne corresponde á gente de buena crianza; no pecamos, podemos estar solos sin peligro.» . .
Cuando se creyeron libres otra vez de ojos indiscretos volvieron a darse las manos y á mirarse en los ojos y a unir sus pechos. El amor era suyo, bien suyo, y temían quererse demasiado, temían el decir de la gente.
* *
Hace un momento en mi palomar besábanse dos palomas, y se decían amores. Arrogante el macho, arrastiaDa su cola por el suelo ante su amada, como qiienendo decir: «para ti es esta hermosura, reina mía.» La heniDia, agradeciéndoselo, se paseaba satisfecha con las alas rrí /er-
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tas. De las demás parejas, algunas hacían otro tanto, y las otras construían nuevos nidos con la paja seca que recogían en el campo vecino. A nadie temían, y eran felices disponiendo libremente de sus amores; el mundo n o , existía para ellas.
Una vieja leñadora pasó por la orilla del río, y al ver tan cerca y tan solos á Luis y Amalia, empezó á murmurar. La taimada, creyendo ganar el cielo si libraba á los jóvenes del pecado de la carne, se sentó en el mismo tronco del plátano rendido á la fuerza del agua.
Amalia y Luis se levantaron renegando del mundo que allí represental)a la vieja: el amor huía hacia otras humanidades.
An^cl Ciiiiillera.
EL FUTURO DIPUTADO CBBERO
Hahlatido tle las liiie1¡/€is. | IfahtntifltKle las í'Jt'ccioiiefi.
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eiaudia la esbelta I
Negra es la noche por las alturas, y ^ o ' ^ ' ^ ^ u r í n S de con luz multicolor. T.os teatros, los cafes Y 1°^ •" ^^ rebosan de gente. Kn la atmósfera áurea de lo rcc os víbrala jovialidad. De vez en cuando ^ohunbru c s,luc tas deliciosas de mujer, que ostentan ol)ras ^r ^ as po>-atavíos. Y París se yergue palpitante en 'a noctu a fiesta.
En El amor ún rnhor, tabernucho 1 " " ' ° , "" '^ rol verde, hay dos jamonas hombrunas Y m^^^'^.^^' ^ i"^ platican con dos damas muy elegantes. El «ex^^bla te de, éstas ofrece expresión libertina, á pesar de la frescura üc su tez rosada, cual pétalo de camelia.
Un golfo enclen,iue y aviejado se halla en otra nic a . con la gorra hasta los ojos. Habla con singular ge^t^cu 'V ción á una linda muchacha, de cara alegre e mócente, que está sentada á su lado. , . .
Un grupo de jóvenes artistas y literatos ocupa también otra mesa en unión de una modelo muy guapa, que se , distingue especialmente por su frondosa cabellera ru la. Alta, como diosa antigua, es la joven; se mueve con galbo gracioso y voluptuoso, bajo el velo de su mirada a z . Y como rosas fluyen las palabras á sus labios ardientes.
—¿Sabes, Marcelo, por qué no me enamoras:
—Porque llevas siempre esa corbata encarnada. Parece una langosta que pende de tu cuello.
—Oh, Claudia.... . , . . -.^^ ,,, Prorrumpen todos á la vez en risas, y los o]os de la
modelo resplandecen. —Te regalaré una, Marcelo... —,()h, oh!... ¡Cuan dadivosa!... Y ¿es verdad que no te
" - S e contradice, amigo-declara Eugenio, joven gor-• dinflón.-Empieza á quererte, y es precisamente por la
"""Eriumo de las pipas forma densa nube, y enmudecen todos. Las mejillas de Claudia se han coloreado mas pero su mirada, contemplando el vacío, ofrece una expresión de infinita melancoKa.
_]S[o sé—añade, pasando á otro asivnto.—Pero me pa-29
rece, Andrés, que tus cuadros son geniales... Y ¡no los compran!... ¡Será ([lie no te comprenden!... ]Y ([uc lástima, amigo mío!
Se ruboriza Andrés, algo extrañado, y su corazón túrbase de agradecimiento.
—Hombre, á propósito de cuadros—interrumj)e Eugenio.—;No has vendido hoy el tuyo por trescientos francos, Marcelo?
'Vuélvense todos del lado del interpelado, (]ue sonríe con satisfacción.
—¡Ah, tacaño!—prosigue Eugenio.—¿Cómo no festejas ese é.KÍto de arte y de bolsillo?
—Hombre, no vayas tan apresurado... Os reservaba una sorpresa... Tt'i.aguas el regocijo... Ea, mozo... champagne... pasteles...
Claudia palmotea, loca de alegría, y luego pica con los pies debajo de la mesa. Eugenio entona la canción M triunfo del sne-Mo. La algazara se comunica con rajjidez á todo el grupo.
Traen chamjjagne y pasteles; comen y beben todos. La animación crece de punto. Marcelo intenta discursear, ])ero le cortan la palabra sus amigos. Ríen, y sus almas inconscientes lo ven todo de oro, bien (|ue sin ningún sublime ])ensamiento. Y llegan así á la cima de la alegría: la \'ida, para ellos, se hace entonces tan alta, (jue la idea de la muerte no se les ocurre. Eugenio ataca, entretanto, el himno á la Venus del Tannhauser. Y, tras muchos incidentes por el estilo, llegan á media noche, salen de la taberna y aconijiañan á Claudia hasta su casa, ]3or las calles húmedas. Les besa ella, al desj}edirse, diciéndoles:
—Dispensad que no os invite á subir... Siento un poco de malestar. Adiós, pues, mi ex-Romeo... Adiós, mi ex-Eausto... Adiós, mi futuro Tristán.
Y se aleja con una sonrisa, dejando un sentimiento agridulce en el alma de sus compañeros.
n-—Ya que nada la infunde miedo y me exige que le sea
franco, se lo diré... 'JVátase, en efecto, de la tiolencia más terrible que el amor lega á ambos sexos... Debe usted cuidarse eficazmente durante algunos años si quiere curar, y pai^a ello deberá abstenerse, en primer término, de los placeres amorosos... El primer hombre que estrechase usted en sus brazos, quedaría contagiado...
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—¿Es cierto?—pregunta Claudia con espanto. —Sí; á no ser (|ue, por milagro, la casualidad le favo
reciera. {(yaé puede com])ararse al horror moral que produce
el sentimiento del cataclismo de toda nuestra vida? ;Cómo ésta, cuando se desliza con tran(|uilidad y hermosura, ha de estar sujeta á traiciones terribles del azar?
Chuidia va ])or las calles como loca, sin seguir una dirección fija, y tro])ieza rci)etidamente con los transeúntes. Diríase (pie se halla ofuscada ante la realidad; parece encontrarse en medio de un torbellino de fuego. El dolor moral i|ueda en ella anonadado un instante por el enfria miento corporal. El veneno de su sangre circula por las venas dolorosamente. Claudia experimenta la sensación de que toda ella es una masa de mal. Y los hombres se vuelven, al verla pasar tan esbelta.
Párente á un grujjo de niños, ipie juegan con alborozo, Claudia recobra la conciencia de su estado. ;A cpiién prodigará ella ahora sus caricias, si sus labios contienen sólo beleño? ;Qué relación hay entre la existencia de a(|uellos niños, colorados de semblante y de alma, y las tiniel)las (|ue atormentan la suya? ¿Por (pié su vida anterior tenía (pie trocarse en la presente? ¿El espíritu está sujeto, i)ues, á mil circunstancias favorables y desfavorables, como el cuer])ó, y el hombre se metamorfosea realmente en el curso de su existencia mortal?
Claudia sigue ])ensando trágicamente: ¿No podrá ver á sus amantes? ¿(^i'é se hicieron de sus planes de ventura? ¿Podrá acaso realizar el sueño de su vida, cuando he--Tede el capital de sus padres?
• Adiós viajes, á los i)a'íses de líaturaleza hermosa! ¡.\diós el edificio ipie ([uería levantar con su peculio para proteger á los artistas modernos!
De pronto recuerda (pie atiuel día Marcelo tiene (pie sellar con ella, por primera vez, su amor. Es horrible, es horrible.
—¡Ah! no... ¡Ah! no...—murmura con horror, al paso (pie siente como si le dieran sendos martillazos en el cráneo.
Rápidamente pasa por su cerebro una idea terrible, como un relámpago, y Claudia prorrumpe, dentro de si misma, en un grito de siniestro ji'ibilo... y, presurosa, se dirige á una farmacia.
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ni —iQué infortunio, Marcelo!—dice Andre's, con voz
quejumbrosa. —¿Realmente se ha suicidado?—])regunta su amigo. —Sí; realmente—responde Andrés con la mirada
vaga. —Pero, jpor qué?—vuelve á preguntar Marcelo, mien
tras la garganta se le oprime de pesar. —Celia me ha dicho que la encontró al salir de una
ñirmacia. Tenía los ojos muy encendidos, como si la devorase la fiebre. Le declaró (]ue habíi. contraído una enfermedad contagiosa y le dijo: «Adiós, tengo prisa.» Celia quedó asombrada, casi yerta, sin saber qué decir, al ver (]ue se marchaba de a(|uel modo...
—Pero, jnada sabes de su familia? —Ella me había hablado algunas veces de sus padres,
gente acomodada—dijo Andrés;—j)ero lo hizo vagamente. Respeté siemj)re su reserva, y nada, en concreto, he sabido, por eso no hemos avisado á nadie. Se conoce que la habían dado una educación muy esmerada... Mucho ingenio ofrecía á ratos, y su alma, su alma grande, la ha llevado voluntariamente al sepulcro...
—Pero ¿cómo?—pregunta Marcelo asombrado. —Oh, Marcelo, veo que no comprendes... El corazón
de esa bohemia fué sublime, y debemos considerarlo como una rara flor de nuestro tiempo... Claudia era apasionadísima, y se ha dado muerte por no querer inocular su mal á ningún hombre... A ti el primero... Ya sé que tenías que ir ayer d su casa...
—¡Oh! ¡Merecía vivir!—expresa Marcelo, mordiéndose los labios.
—Sí; y, ¡cómo sabía amar! Su amor tenía algo de universal y á la vez de exclusivo.
—Era la mujer más espléndida de este barrio—murmura Marcelo.
—Sí: ya ves de qué modo se apaga todo lo que brilla un momento en el mundo.
Marcelo y Andrés se fijan entonces en el cadáver marmóreo que yace sobre el blanco lecho. La rigidez de la muerta les produce escalofrío, y creen sentir la nada de la vida, como antes celebraron su gloria. Miran á Claudia con el corazón oprimido y sollozan en silencio.
La mujer difunta va vestida de blanco, por manera
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que se destaca, como una corona, el oro fulgente de su cabellera. Cerrados están sus misteriosos ojos, y ya no existe en ella esencia femenina. La palidez de su semblante crece bajo la vespertina luz y un sentimiento fúnebre penetra en los corazones de los circunstantes, haciendo que se estremezcan.
En la estancia palpita la hermosura de la muerta. Una sinfonía de crisantemas—áureas, blancas y rosáceas—se ha difundido por ella y la calma de idealidad, que apenas turba el rumor de los visitantes que llegan, artistas y literatos, para contemplar, llorosos ó silenciosos, á la joven suicida de frondosa cabellera rubia...
J. Pérez Jorba.
Scís leyes se van La gran revolución de nuestra época consiste en que
las leyes han perdido su imperio. Si se habla de la majestad de la ley, como si fuese una diosa descendida de un mundo superior, la gente lo escucha incrédula porque sabe ya que la ley es de origen humano, como la religión, y que, como ésta, ha pasado por transformaciones análogas. Se tiene por averiguado que los siglos que fueron han legado al presente tanto sus leyes como sus supersticiones, y esa vieja herencia, celta, ibera, judía ó romana, franca, sueva ó visigoda, no es para nosotros más que un resumen de todas las opresiones an; liguas. Así como comparando las religiones se ha demostrado que procedían todas de un mismo origen quimérico la legislación comparada nos ha Convencido de que las leyes, confeccionadas por los fuertes contra los débiles, han sido siempre una agravación de la injusticia. ¿No es un capricho, BO es una maldad, no es una infamia que hayan sido erigidas en artículos de ley las injusticias que nos rodean? En todas las revoluciones son siempre los amos y los sacerdotes los que han resistido á las rebeldías de la equidad.
Actualmente es tan grande la diferencia entre las leyes y las concepciones modernas de la justicia, que los jueces mismos, investidos de la magistratura y encargados de pronunciar veredictos de culpabilidad ó de
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inocencia contra ün reo, se ven obligados üo pocas ve ees á ponerse en contradicción con la ley para obedecer á su sentimiento de equidad. Los Jueces, para salvar una cabeza que la justicia histórica reclama, niegan tranquilamente un acto que están seguros de haberse cometido. Que el juez se dé cuenta de ello ó que obedezca simplemente á su conciencia, no significa que sea menos verdad el que las lej'es resultan por sí mismas embarazosas y son una traba á todo lo noble y espontáneo: en cada hecho apela, no á una jurisprudencia exterior, sino á su propia conciencia; las leyes, como los dogmas, al pasar por el tamiz de la crítica, han perdido su carácter augusto. No vivimos ya en aquellos tiempos en que aparecían á la cumbre de una montaña entre el zig-zag de los relámpagos y el ruido de los truenos ante un pueblo prosternado: el Códigu, como la Bibliaj no es más que un libro sin autoridad, del que cada siglo y cada hombre ha desgarrado algunas páginas.
Elíseo Reclus.
U N SABIO
S e ñ o r e s : el 1; lo que existe, . y como son hol- ycomonoqule-problema social é s e ñ o r e s , son g a z a n e s, no ren trabajar.'so-110 existe; ¿^ holgazanes, quieren traba- llvlautau á los
jai, obreros
con Ideas cllsol-ventea
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asi de grandes, que vuoh'en los <;erebiOS así de pequeños;
< « 1 ^
pero aplastaremos & la hidra y no será, menester estudio alguno. He dicho. (Aplausos).
LA CANCIÓN DE LA PIOÜÉTA
iTrabajemos sin descansol... ¡Trabajemos!... IJO caduco venara á tierra por impulso de mi esfuerzo vengador... Como el hierro que me forma, fuerte y ruda, en mis entrañas late el ansia poderosa de la humana destrucción...
¡Trabajemos!... Son mis golpes la semilla de la ruina rni labor es de gusano y un responso es mi cantar, ni respeto ni perdono, ni las súplicas ni el llflnto ene interrumpen la tarea ni me mueven á piedad...
Eternamente el hombre mi esfuerzo ha de buscar... Sobre la tierra, siempre, mi voz resonará, que dice á los que sueñan:
¡destruid! ¡trabajad! ¡adelante! ¡más allá!
¡más! ¡más!
¡Adelante!... Quien ofenda la grandeza de mi nombre es que ignora los anhelos de ventura que hay en mí; por qué sufre en su agonía los tormentos del presente sin que legue á su martirio la canción del porvenir...
¡La canción alegre y pura que el espíritu ilumina, donde brota la esperanza como en limpio manantial, la canción que me sostiene mientras llega el nuevo día que aún aguarda silenciosa la sufrida Humanidad...!
Eternamente el hombre mi esfuerzo ha de buscar... Sobre la tierra, siempre, mi voz resonará, que dice á los que sueñan:
jdeatruid! ¡trabajad! ¡adelante! ¡más allá!
¡más! ¡más!
¡Destruid!... Rompiendo el suelo surge el altna de la tierra y los cálices estallan ofreciéndonos su flor... Sobre el grito de la muerte triunfa el grito de la vida, con el fuego de sus rayos las tinieblas funde el sol.,
¿Quién detien'j de los tiempos la carrera destructora? ¡Sobre el polvo de las ruinas otros templos se alzarán!... En la nada misteriosa duerme el germen de otros mundos,.. Yo preparo su camino... ¡Yo destruyo por crear!
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Eternalneñte el hombíe mi esfuerzo ha de buscar... Sobre la tierra, siempre, mi voz resonará, que dice á los que sueñan:
¡destruid! ¡trabajad! ¡adelante! ¡más allá!
¡más! ¡más!
¡Trabajemos sin descanso!,.. De mi espíritu la esencia fecundiza los combates y les presta amor y fe; va en la luz esplendorosa que ilumina los njisterios, va en la reja del arado que abre el lecho de la mies.
Y en el libro que consuela y en la espada' refulgente y en la idea bienhechora que presiente la verdad y en la estrofa del poeta y en la frente del artista y en la nube del ensueño donde nota el ideal...
Eternamente el hombre mi esfuerzo ha de buscar... Sobre la tierra, siempre, mi voz resonará, que <lice á los que sueñan:
¡destruid! ¡trabajad! ¡adelante! ¡más allá!
¡más! ¡más!
¡Más allá!... Sobre mi frente la luz siiave de la aurora me acaricia con el beso de su eterna juventud... ¡Y esa aurora es nimbo santo que circunda con sus rayos a los mártires obscuros enclavados en mi cruz!...
¡Respetadla!... ¡Es cruz de hierro! Mas sus brazos fuertes, [rudos,
sienten ímpetus grandiosos, tienen ansias de volar, ¡son las alas de paloma con que asciendo á los espacios por si en ellos vibra el alma del amor universal!
Eternamente el hombre mi esfuerzo ha de buscar... Sobre la tierra, siempre, mi voz resonará,, que dice á los que sueñan:
¡destruid! ¡trabajad! ¡adelante! jmás allá!
¡más! ¡más!
Antonio Palomero» Diciembre de 1902.
Sinceridad y convicciones
Estoy completamente persuadido de que una de las más frecuentes y poderosas causas de la hipocresía estriba en la necesidad de aparecer consecuentes ante los demás. Nuestra conciencia vive prisionera de la idea que los demás se han formado de nosotros, idea que acaba por imponérsenos. El Juan tal como le creen los demás, concluye por formar el Juan tal cual él mismo se cree ser, y este Juan tal cual él se figura á sí mismo acaba por desviar de su dirección primera y de formar-á Juan tal cual en realidad es por dentro.
Muy pronto en la vida se nos impone el papel que la suerte nos hace representar en su escenario y ese papel, al que entramos acaso con toda alma y toda sinceri- -dad, acaba por ahogárnosla sinceridad y el alma.
Todos somos enormemente conservadores, pues todos tiramos á conservar el concepto que para con los demás hemos adquirido. Y así cuando á uno se le presentan fuertes razones para dudar de las doctrinas que venía profesando—sean cuales fueren esas doctrinas— ó auti para desecharlas y no sólo para dudar de ellas, resisten esas razones, se defiende de ellas,es decir defiende su concepto y su posición ante el mundo. Y esto no lo hace de mala fe ni mucho menos: Y así se suele sacrificar la sinceridad á la consecuencia.
Hay muchos que dicen: «No, no quiero convencerme de eso; no me venga usted con razones asi, porque no se las oigo». No sé si están ó no en la fija, porque no sé si hay tal fija. 4= , , -
Alguna vez se me ha dicho que no proieso tales ideas porque mo veo lastante claro. Es fácil que no profese las ideas del género A, porque no veo bastante claro las razones para profesarlas, pero puede también suceder que sea porque veo más claro que los que las profesan las razones para no profesarlas. Porque cuando uno ha ocupado su mente con las doctrinas del género A, B ó Q siempre suponiendo la buena fe, claro está—tiene esa mente poco dispuesta, para comprender las razones que pueda haber contra tales doctrinas. Es natural que el cfitólico, el protestante, el budista, el conservador, el
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socialista, el anarquista, etc., tenga el espíritu poco apto para comprender el alcance todo de las razones que haya en contra de la validez del catolicismo, del protestantismo, del budismo, del conservadorismo, del socialismo y del anarquismo, respectivamente. _ Ni aun sé cómo hablo de razones en contra de la va
lidez de esos sistemas de pensar, de sentir y de obrar, porque es muy difícil que nos formemos cuenta de lo que tales sistemas son en las mentes ajenas.
De que yo deduzca de estas ó las otras doctrinas tales ó cuales consecuencias de conducta, no he de dedu-ducir que el prójimo haya de deducir las mismas consecuencias prácticas de esas mismas doctrinas, porque un sistema de principios ideales no es en sí nada, sino en cuanto toma carne un cerebro y ¡son tan diferentes los cerebros!
De aquí que me vaya acostumbrando á no juzgar á nadie por las ideas que profesa y á no dar validez más que á los hechos que pone en claro la ciencia.
El descubrimiento del equivalente mecánico del calor, el de la relación entre el peso atómico y el calor específico de los cuerpos, el del sistema celular en los organismos vivos... todo el conjunto de verdades científicas indisputadas, y que van acreciendo poco á poco el acervo de principios y leyes de las ciencias positivas, me parece el hecho más consolador, y lo que más nos lleva de la concepción individual absolutista á la concepción universal relativista del mundo, para ser virme de vma expresión de Avenarius.
Me apena el oir que se tome el nombre de la ciencia para sostener concepciones individuales, de escasa ó ninguna validez fuera de la mente de los que las sostienen, pero aunque me apene eso, lo encuentro naturali-simo, inevitable y acaso útil y basta necesario.
Ya sé que á todo esto se le llamará escepticismo, ó cosa por el estilo, pero también creo que los más grandes bienhechores del linaje humano han sido escépti-cos y á la. vez que los verdaderos y sinceramente escép-ticos—los que lo sean por haber pensado y no por no pensar lo bastante—son grandes bienhechores de este linaje. En cambio desconfíom ucho de los frutos prácticos de los hombres que se dice tienen convicciones arraigadas. Me temo que resulten esclavoíi, y no dueños de esas convicciones,
De todas las esclavitudes, la que más temo es la que me esclavice así á mi pasado y á las ideas que en un tiempo profesé. Como las recibí con sinceridad, quiero con sinceridad dejarlas, cuando no respondan á mi pensamiento. No resisto á las ideas nuevas, no defiendo tenazmente el concepto que de mí los demás se forjen,
• no quiero ser un hombre de convicciones, un hombre convicto, es decir, vencido. Me basta con ser un hombre sincero, y á la sinceridad tiendo.
En tal sentido puedo decir que soy mucho más anarquista que los más de los que así se llaman, porque no quiero someterme ni aun á esa autoridad interior que esclaviza mi yo de mañana á mi yo de ayer. Me basta con seguir siendo el mismo fisiológica y psíquicamente, en cuerpo y alma, sin empeñarme en serlo mentalmente más de lo que mi propia naturaleza me obligue. Porque así como no me acongojaría si observase, mirándome al espejo, que mi rostro cambiaba modificándoseme el color de los ojos, la forma de la nariz y de la boca, etc., hasta ponerme irreconocible, así tampoco me preocupa el que cambie mi fisonomía mental. Por otra parte, claro está que no pongo empeño en cambiar ésta, como no lo pongo en cambiar aquélla y que además estoy seguro de que no cambia ni una ni otra más que muy lentamente y dentro de muy estrechos límites. Y así creo que cuando los demás creen que me contradigo, no hay tal contradicción, sino que son ellos, los que eso creen, los que én realidad se contradicen respecto á mí.
Y estoy persuadido de que si esta manera de ver y juzgar las cosas se extendiera, aumentaría la tolerancia mutua, el beneficio al prójimo, la piedad al caído, la satisfacción por que esté el prójimo satisfecho y todo género de virtudes.
Mlgruel de U n a m u n o .
39
(Uo Sagilslá.)
dO
Dos hombres honrados
El más gordo, de sonrisa bonachona, decía á un vecino que comía á dos carrillos sin parar mientes en lo que dejaba encima de la mesa el mozo del mesón.
—Desengáñese usted, amigo, el robo será siempre un crimen.
—Le supongo propietario. •—Gracias á mi constancia, á mis ahorros y á mi tra
bajo. '—¿Es usted industrial? •—Y comerciante. —¡Ahí —Y usted ¿á qué negocios se dedicar Tiene usted
cara de bolsista. —Pues no tengo cara de lo que soy: me dedico á
robar. —¿A robar? —Como lo oye usted. , > —Y lo dice con orgullo. —Con el mismo que emplea usted para decir que es
comerciante é industrial. •—¡Mi negocio es legítimo! —Lo sé; casi tan legítimo como el mió, aunque no tan
digno. —¡Cómo que no tan digno! —Naturalmente; no es tan digno porque es menos ex
puesto y más hipócrita. Yo robo teniendo la ley en contra y usted roba al amparo de la ley misma. No da el peso cuando vende, no paga la medida cuando compra, no repara en envenenar á su clientela vendiendo
—Es un contrato libremente estipulado. —¡Sí, sí! pero al hacer el pacto se habla de cierta cali
dad, de cierta medida y de cierto precio —Es que..... —Déjeme usted hablar y lo hará usted después hasta
el día del juicio. ' —-No puedo oir tamaños disparates. •—Comiendo tranquilo estaba cuando usted me inte
rrogó. Yo soy más franco que usted y llamo robo á mi negocio E-especto de la industria, no me negará usted ^ue emplea artículos malos para venderlos como buenos
n
y que da á sus operarios el 5 por 100 de lo que producen.
—Buena la haríamos los comerciantes si vendiésemos al precio que compramos y no la haríamos mejor los industriales si las primeras materias nos costasen el dinero que sacamos de la producción.
—Harían ustedes un mal negocio, como lo hago yo el día que vuelvo á casa con los bolsillos vacíos.
—Es que yo trabajo. —Lo mismo digo, y más personalmente que usted,
puesto que usted... —¡No, señor! Usted roba. —Según á qué llame usted robar. —Roba el que se apodera violentamente de lo que no
es suyo. —¡Ah!, vamos. Por manera que el ladrón se diferencia
del comerciante en que éste roba pacíficamente. No me negará usted en este caso que el segundo es una decadencia del primero. Ustedes son los ejércitos de mercenarios sin valor para robar á mano airada. Han legalizado la falsificación y el escamoteo. Mejor diría si dijera que han pervertido el arte de robar, y que por antiestéticos, si no por otra cosa, merecerían ir á la cárcel.
* • , *
El ladrón y el comerciante se levantaron de la mesa sin saludarse siquiera. Al año el uno se encontraba en presidio fuera de la ley por haber robado una cartera, y el otro hacía leyes en el Parlamento, porque, habiendo jugado á la baja en combinación con el ministro de Estado, ganó muchos millones y pudo representar al país pon el dinero que había quitado á numerosas familias que vivieron después en la miseria.
Octavio ¡Hlrbeau.
J2os ÑamBrieníos y tos Raríos
jOantad..!, cantad, dichosos de este mundo, la excelsitud de la conciencia humana, y un templo alzad del alma en lo profundo á la ardorosa caridad cristiana.
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Dejad.., dejad que yazga moribundo, en tanto, y gima en fúnebres prisiones, entre miserias, vicios y baldones, voz que clama en desierto, sus plegarias ese incontable ejército de parias.
iCantad...! cantad un himno de victoria que nuestras artes loe y las extrañas, y rodead de inmarcesible gloria á esta Ciencia, que rompe las montañas.
iCantad..!, cantad el mágico portento de la sagaz inspiración humana que, en la sutil ondulacióh hertziana cual hoy veloz transmite el pensamiento, fuerzas, tal vez, transmitirá mañana.
Dejad..., dejad que, escuálido y hambriento infestado su cuerpo de miseria luzca y henchida su alma de lacerias el que es motor y móvil de el invento.
Dejad..., dejad inerme en su agonía á aquel sin cuyos músculos serla todo pensar de progresivo intento, ¡oh realidad sangrienta é irrisoria!, una entelequia vana é ilusoria.
Pero temed que aborde, incontrastable, (cual surgió, juez y azote de la tierra, aquel sangriento Atila, que, implacable, segando la cerviz de un mundo, aterra á un mundo vil), la tempestad que avanza, si no la entrena el sol de una esperanza.
Pensad..., pensad, los que gozáis un mundo inenarrable de placer y hartura, sordos al flébil grito de amargura de aquel que triste yace en el inmundo cubil de la miseria y sin ventura, que bien pudiera el grito clamoroso trocarse, por espasmo doloroso del alma herida, en el rujir de fiera.
Mas, ¡ay!, temblad; que si en los aires zumba el grito, y va del yermo á la pradera, por pesantez mortal, esta balumba [iufrida por escuálidos puntales de leña hueca, en turbios lodazales al resonar los e«os se derrumba, temed... temed que loco, en su ceguera, el paria al odio vengador secumba... que, ¡ay!, cada paria encenderá una hoguera, y á sus fulgores cavwá una tumba...
f r ax l t e l e s .
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E L ATÍDRi^JO Uno de nuestros típicos rasgos nacionales. De los ras
gos malos, se entiende. Expresión plástica de hondos vicios del alma española. No sé si entre los muchos valiosos estudios sobre psicología patria, publicados en estos últimos años—como ]3rematuro examen de conciencia para una sincera contrición, que está lejos de asomar todavía—se habrá señalado ya por .alguno este carácter: España es andrajosa.
Con el ardiente amor á esta tierra bravia estalla, por contraste, al volver de Europa, la impresión melancólica del repugnante guiñapo que todo lo inunda. Gentes harapientas, árboles descortezados, casas desconchadas, mo»
lUlméntos desn:ioronados, girones colgando siempre, suelo eternamente cubierto de pingajos. Yo he visto en ima capital de provincia un besamanos. Gobierno, magistratura, clero, milicia, todas las representaciones más empingorotadas del Estado, llenas, de pies á cabeza, como es uso, de «])aramentos, bordaduras é cimeras», bajaban, á la puerta de la Capitanía general, de polvorientos ómnibus desvencijados y coches de colleras, con el reluciente ganado y los flamantes arreos de cordeles, que todos conocemos. Sobre el pescante, el mugriento mayoral en mangas de camisa, apurando la colilla. Esa íntima hermandad de boato y de miseria, forma nuestro blasón estético.
La sensación aumenta al entrar en la corte, y se clavetea en todo lo, que.atañe á la, administración pública, (|uinta esencia del organismo social. No hay que ir á los rincones. En esa fastuosa zona que tiene Madrid, con apariencias de urbanización, para engaño de incautos,.por milagro hay jardín, de los que rodean á edificios monu-. mentales, ([ue no esté convertido en basurero. Jardín, además, siempre calvo y tísico. Ridículos girones de jardín inglés, á 600 metros de altitud, en una meseta semi-africana. • No un día ni dos, sino años enteros, puede gozar todo el que guste de amplios y vistosos desgarrones en el papel que decora las salas de nuestros Museos. Uno se fundó, casi exclusivamente, para conservar cierta hermosa pintura al fresco que ahora dejamos, día tras día, caerse -rt pedazos.
Y, puesto ya en camino, fácil es al qtte quiera continuar la lista. ¿Hay algo más harapiento que el moderno y, por tantos conceptos famoso. Palacio de Exposiciones? ¿Cuántos son los rótulos de calle opte estén sin pedrada y con sus letras Integras? La mismísima Puerta de Alcalá, lo más selecto, ¿no está cercada por roñoso alambre, empalmado á veces con trozos de soga, como cualquiera de los berberiscos inmundos aduares de esteras viejas y latas de petróleo, que cercan á Madrid por sus cuatro costados? FA rural, que vaya á la Moncloa; y en aciuel jardín abandonado verá, año tras año, si hay estanque, fuente, registro de agua, escalera, verja, barandilla, estatua decorativa, tiesto cosa alguna, donde el hombre ponga su mano, que no huela á pingajo.
España es andrajosa. Y no lo es tan sólo por ser pobre. 45. ..
Una mirada superíiciai así puede pensarlo^ con candoroso propósito, además, de encontrar fáciles la disculpa y el remedio, ir'ero la pobreza, si es condición y terreno abonado para el andrajo, no es causa exclusiva del mismo. J,os individuos más pobres no son, á veces, los más andrajosos. Y esto pasa igualmente con los pueblos. El origen de la andrajosería nacional va á las entrañas.
Su raíz más profunda penetra en el sentimiento. El andrajo no choca, no molesta. Ni hiere la dignidad, ni el respeto personal, ni el gusto estético. Y como no hay ofensa, no hay reacción contra ella para lavarla.
Otra raíz se introduce en la voluntad. Suprimir el andrajo es cuidar, conservar, reparar; y la conservación no es obra torrencial—¡ah, si lo fuese, no habría andrajos en España!,—sino suave, lenta, persistente, de todos los días. Es como la verdadera caridad, que «nunca se cansa».
La tercera raíz se hunde en la historia. De un lado, el orientalismo; el espléndido manto de púrpura cosido con bramante. Los suntuosos reposteros de miles de pesetas, en balcones de Ministerios y Alcaldía, y el montón de trapos viejos cubriendo las nuevas estatuas: esjiectáculo de ([ue, a perfeüa vicencla, gozaron en Mayo los príncipes extranjeros. De otro lado, la tradicional menguada herencia del hidalgo, sin rentas para sanearla. Las viviendas solariegas de que habla el gran satírico:
«muchas sin tejado vi; : • pero sin armas, ninguna.> . •'
Gente Venida á menos, que no se decide á cambiar la sebosa y raída levita por la blusa lavada á menudo; ni el chinchorrero y derrengado soñl de damasco, con las tripas de pelote al aire, por el taburete de pino bien fregado. ¿Recetas prontas é infalibles? ¡Dios las dieral Yo no las conozco, ni para esto ni para cosa alguna.
¿Influjos lentos y pacientes? Tal vez. El primero y más eficaz, el del medio. Todo español, que vuelve del extranjero, se limpia el barro—si tiene dónde—antes de subir la escalera; y trae, quebrantado al menos, el castizo hábito de escupir á diestro y siniestro, en privado y en piíbli-co. Para suplir al medio, y á gran distancia ya de su eficacia, la persistente acción educadora de los que se sientan con vocación y fuerzas para ello. El cepillo, sin parar, recogiendo pingajos; la aguja, remendando; el pincel,
4 6 . . • '.
barnizando; la paleta del albañil, tapando desconchones; el brochazo de cal, bon-ando incesantemente de las paredes porquerías y obscenidades. Todo farol roto, toda muestra desportillada, todo asiento público derribado, sustituidos antes de ser vistos. Y sustituidos una, dos y mil veces, liastsa cansar al enemigo, esto es, hasta crear el hábito, á fin llegar más tarde á mover el sentimiento. Para esto, tal vez, sirva^ ya que no para lo que él pretendía, el consejo de Pascal: «Tome usted agua bendita, que ya creerá en Dios».
Y allá, en último término, y sólo por si acaso, la continua predicación de los que tengan elocuencia y poder sugestivo. Con serenidad y con amor, sin ira y sin sarcasmo; como quería el poeta:
sdi carita nell'onde temprai l'ar4ito ingegno,'' e trassi dallo sdegno il meato riso.»
M. n . CosHÍo.
Amílrnr C'ivriani,
ATÁVICO-MISONEISTA-PRECURSOR
He aquí tres tipos correspondientes á tres grandes clasificaciones que comprenden la humanidad entera.
Como el regresivo, el estacionario y el progresista, aquéllos corresponden también á las tres divisiones que se consideran en el tiempo pasado, presente y porvenir; pero esas clasificaciones, téngase presente, no son equivalentes, y aun sus analogías son escasas. Así, por ejemplo, aunque un atávico y un regresivo suscitan en el entendimiento la idea del pasado, el primero viene de allí y el segundo allí se dirige, pudiendo además existir el atavismo en el estacionario y aun en el progresista; un misoneísta y un estacionario, suscitando ambos la idea del presente, aunque con mayores analogías que el anterior, difieren también en puntos esenciales, porque mientras aquél odia por fanatismo cuanto tiende á lo futuro y á veces también á lo pasado, éste suele ser un pancista burgués que no ve más allá de sus narices y no le preocupa otra cosa que su cómodo bienestar, que deja confiado al maüser de Silvela, á los tiros de Moret y á la carabina de Ambrosio; lo mismo sucede respecto de la idea del futuro entre progresista y precursor, muchas veces muy distanciados.
Por atavismo se entiende la reproducción individual, en todo ó en parte, de estados fisiológicos ó morales, propios de épocas pasadas, diferentes del medio ambiente.
El misoneísmo representa el horror á toda innovación, el odio á todas las reformas, la negación absoluta de la razona todo juicio, no ya favorable á pensamientos para lo futuro, sino á cuanto pueda debilitar ó desprestigiar lo presente.
Los precursores son los que, reconociendo en lo presente el producto de la evolución progresiva, y considerando estaincesante marcha, por inducción racional anticipan el conocimiento de la sociedad futura, y por ella trabajan, y á la fe indestructible en su concepción y en' su previsión adoptan su criterio y su moralidad.
Por atavismo fisiológico se ve, entre muchas rarezas, al hombre con cola y aun el de talón escaso y pies como garras, con sus dedos prensiles, análogos á los de
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los monos, y también por atavismo entre fisiológico y moral hay el impúdico, el incestuoso y hasta el antropófago, lo mismo entre las gentes incultas que entre los que han recibido educación más distinguida, qiie se manifiestan de igual modo ante la más mínima dificultad que ante la menor circunstancia favorable.
Por' misoneísmo se empapó la tierra en sangre humana durante todas las persecuciones llevadas á cabo por todos los privilegiados dogmatizantes, detentadores de la autoridad y de la propiedad, y por sus cómplices, los ignorantes. Misoneístas eran, á ser cierta la leyenda evangélica, Anas y Caifas, lo mismo que las turbas que pedían la libertad de Barrabás y la cruz para Jesús el Galileo; Nerón, alumbrando una fiesta nocturna con cristianos convertidos en antorchas, y la canalla formada de ciudadanos romanos que pedían"«pany circo»; los inquisidores que proveían de víctimas las hogueras del Santo Oficio, como la comparsería popular que las presenciaba; los ensotanados que componían el llama do partido apostólico, y las masas que gritaban «¡vivan las caenas!»; los sayones de Montjuich y sus imitadores posteriores, que los sesudos burgueses que viven en el mejor de los mundos y tienen por cierto que es utópico, perturbador y criminal cuanto menoscabe en una perra su santa ganancia.
Son piecursores los que desde las mismas gradas del trono, desde los salones aristocráticos, desde las vías de fácil encumbramiento, rechazando toda complicidad con el privilegio imperante, vienen á fraternizar con el desheredado, lo mismo que aquellos desheredados de la sociedad, aunque singularmente dotados por la naturaleza, que inspirados en noble altruismo, ponen al servicio de sus compañeros y de la justicia las facultades y las energías personales y dan anticipado y hermoso concepto de los hombres y de las cosas de
= la sociedad futura. Contra atávicos, misoneístas, regresivos, estaciona
rios y no pocas veces contra los mismos progresistas, todos dueños del inundo por el inmenso poder de las riquezas y el no menos poderoso del prestigio de la tradición y la rutina, está el precursor libertario, dueño del porvenir.
Anselmo Iiorenzo.
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Juan Moiit.
BRÜMAEIO • Ciento tres años—cinco generaciones—han transcurrí do desde que Bonaparte, general republicano, matando la República, hizo retroceder la Revolución. Después de un siglo, el éxito de este atentado acude con frecuencia á la memoria de los reaccionarios que, á falta de un César, se acomodarían con su parodia.
Para los que no se petrifican en las cosas muertas y saben que el presente contiene los gérmenes del porvenir, de igual modo que el pasado contuvo los del presente, la historia del golpe de Estado de Brumario es fecunda en enseñanzas.
El día en que el protegido de Barras (algo así como el
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Esterhazy de Josefina) efectuó victoriosamente su emboscada, la Revolución no c^uedó muerta en el acto, agonizaba solamente y quizá hubiera podido revivir. Agonizaba porque, en su furor de autoridad y en su profundo desconocimiento del pueblo, los directores republicanos, cerebros legistas con fórmulas inflexibles, imitadores y no innovadores, proclamando la libertad, la igualdad y la fraternidad en las palabras y no en los hechos, habían herido cruelmente todo lo que representaba vida, pasión, calor, sinceridad. Aun antes de guillotinar á Danton, el genio de la Revolución nacional, ya habían excomulgado á los enraf/éf!, á los que, adelantando á los hebertistas y á la Commime, querían que el pueblo, declarado soberano, pudiese al fin alimentarse de otra cosa que de palabras y reminiscencias clásicas. Después llegó el turno de los hebertistas, continuadores de Marat, aparte su clarividencia, los unos de ahna libertaria, como Clootz, ó socialistas, como Chaumette, y otros menos definidos. l a . Gommune, verdadera emanación del pueblo, fué decapitada, y entonces el pueblo se divorció de la Revolución, que ya no era suya.
La dictadura jacobina, ahogando toda iniciativa, toda espontaneidad, bajo la pesada jerarquía de sus funcionarios y sus comités, secó en sus grandes fuentes la- tuerza que hacía cinco años sacudía el mundo. Robespierre cayó á su vez, y otros con él, pero dejaba abierto el camino á Bonaparte.
La brusca presentación de los desheredados, á quienes se mantenía aparte desde la venta de los bienes nacionales, y amenazados de convertirse en siervos del industrialismo naciente, hubiera podido impedir la dictadura militar, preparada por la dictadura civil; pero los desheredados sentían su miseria, sin comprenderla. Babeuf sólo era un precursor, que planteó, á costa de su vida, el problema social que nuestra época está llamada á resolver.
Los gobernantes republicanos no eran más que una camarilla de legisladores sin arraigo en el pueblo. Bonaparte los barrió fácilmente, seguro de la neutralidad de la masa y del secreto apoyo de la burguesía, cuyos intereses había de servir mejor.
Causas análogas produjeron el segundo golpe de Estado napoleónico, cincuenta y dos años más tarde; y aún otra vez la quiebra de la República burguesa podría
S I , - ' ;
hacer el juego de nuestros Césares de pacotilla, bonapar-tistejos sin victorias, si la parte más escogida del proletariado activo y pensante no estuviese dispuesta á intervenir, no para salvar las cosas ya muertas, sino con el fin de crear una sociedad nueva.
Olí. Día l a t o .
Ouieii hace bien fí los caseros.
f—Corre, .luiUi, que SB inc quc-ma la catía.
V el l)Uuuo (iu Juan corro á a¡iagarla.
— ]\Io deljes, Juan, un mes ele alquilei.
—¡Señor, uo Leueiuus trabaio!
Y el bueno de Juan, eu el arroyo eon su ajuar por no haber jiüdido pagar el alijuiler de la casa que había salvado de las llamas.
€1 santo del chico
¡Cuidado que tenemos tragaderas
los que somos caióHcos de veras!
(HoüEBTO ROBEKT)
Pues, SÍ señor; por haber nacido en 12 de Noviembre no sabe ol hombre cómo se llama ni A qué santo de la corte cxdestial encomendarse.
Y no es ciertamente porque falten patronos en las alturas, pues á más de los nueve coros; nueve nada menos que, como es sabido, son—por orden de jerar-(¿uías:—querubines, serafines, tronos, dominacAones, virtudes, potestades, jirincipadm, arcángeles y Angeles; ¡x más de esos nut!ve coros, repito, coros nutridísimos ambos á nueve, como dijo un hablista sabiliondo; ya en el siglo decimoquinto, esto (\s, hace muy cerca de quiíiien-tos años afirmaba un canónigo, el cual debía de estar bien enterado: «2',/e liaMa tantos santos como minutos tiene un siglo»; en los cinco siglos que han transcurrido desde entonces, seguramente habrán sido canonizados otra porción de ellos. De suerte que eso de los santos ])arece cuento de nunca acabar.
Con decir que, en cierta época., se pretendió clasiíi-carlos, fueron escritas sendos vidas de 25.000 santos, vidas que llenaban 53 voh'imen(>s en folio, y no se pudo llegar más que al 14 de Octuljro... está dicho todo.
Recuerdo estas cosas al tanto de que el padrino del chico á quien aludo tuvo ancho, anchísimo campo en (juo elegir; pues nada, se k; antojó c^ue su apadrinad(5 había de nombrarse Josafat, y así lo pusieron en la pila y así consta en el libro de nacimientos.
El interesado no dijo, ¿qué había do decir?, «esta boca es mía»-, entre otras razones, por la de que, al día siguiente do nacer, no entendía una palabra de todo aquello.
Pero el bebé se hizo niño, el niño llegó á ser adolescente, el adolescente, por sus pasos contados, llegó á ser hombre maduro, y aliora está que coge el cielo con las manos porque el nombre do Josafat no le parece ortodoxo.
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Empieza por no saber cómo ha de escribirlo. Porque hay varias opiniones acerca del asunto.
En el martirologio de Baronio lo llaman San Josafaf, obispo y mártir. En el Aiio crist'mno de Croisset, le quitan el obispado y lo dejan mártir á secas y además lo nombran San Josofato.
En otros martirologios ya no es mártir siquiera; y desde luego no es obispo, ni monaguillo, ni nada, y lo denominan San Josaphah, y en la duda, el hombre no acierta nunca á poner su firma; aunque, desde luego, rechaza lo de Josofato, que le parece anuncio de curandero.
Lo peor del caso es que el buen Josafat (ó como fuere) es católico á macha martillo y ha adquirido la certidumbre de que su santo patrón, no fué santo nunca.
Persona que le merece completo crédito y que además posee comprobantes fidedignos en tales cosas, le ha hecho saber que la historia de San Josafat, incluida en el año cristiano, es traducción literal de la leyenda de Buda ó BoudJia; leyenda que existía trescientos años antes de J. C. y cuya versión al griego hizo (según parece) en el siglo séptimo de nuestra era un monje llamado Juan, no sé si Lanas; pero indudablemente Sin miedo y sin vergüenza. .
El buen Josafat ó Josofato se halla, por consiguiente, acongojadísimo, y no es para menos.
Porque ha de optar entre los dos términos, ambos terribles, de un dilema: ó renunciar á la intercesión de un santo acreditado en la corte celestial ó rezar padrenuestros fervorosamente á Buda, que se ha colado de momio en los santorales cristianos.
La verdad, no se me ocurre solución para tan tremendo conflicto.
A. Sánchez Pire*.
UNA MISA M Kb INFIERNO Los alaridos de la corneta de la cárcel, que herían el
espacio y los oídos con las inarmónicas notas de la Marcha Real, nos despertaron en la mañana del primer domingo de nuestro encierro..
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Deseosos de conocer todos los detalles de la vida de aquel infierno, que los hombres han fundado para casti gar los delitos cometidos por ellos mismos, nos incorporamos sorprendidos en el camastro en que, á duras penas, rendíamos culto al sueño, y después de restregarnos los ojos y convencernos de que aún no éramos dueños de nuestra libertad, porque teníamos que sufrir el castigo de nuestra delincuencia, de Tina delincuencia que no pudo encontrar el mismo juez que habla decretado la prisión, saltamos al suelo, y, sin vestirnos, nos acercamos á la puerta de la celda, entreabierta y sostenida por una chapa de hierro de un palmo de larga, y nos pusimos á, observar lo que en la galería pasaba.
Allá en el centro, en el piso principal, sobre la entrada del infierno de Madrid—terrible boca de tragantúa que nunca se ve harta de hombres, que pierden la libertad para recobrarla tras largas y crueles vejaciones,—se hallaba un cura celebrando misa-, al acercarnos á la puerta dé nuestra jaula, alzaba éste el cáliz pronunciando las sacramentales palabras por las que dicen que el vino se transforma en sangre de Cristo. Dominando el altar, en el frontis del mismo, se destacaba, sobre un dosel de color carmesí, uñ crucifijo de gran tamaño, efigie del visionario de Galilea, con la faz macilenta, con la expresión estúpida del cordero sacrificado por el matarife, con la infamante resignación del vencido, que ha servido de modelo durante tantos siglos para prolongar la mansedumbre del pueblo, sometiéndole fácilmente al yugo de deprimente tiranía.
Paseamos luego la vista por las entreabiertas puertas de los in paces, creyendo encontrarlas vacías, y vimos con asombro que no había una que no estuviese ocupada por los reclusos que, arrodillados, aguardaban á que el rabino concluyera de levantar el cáliz y de hacer las genuflexiones y maniobras del alzamiento. También los rostros de éstos estaban macilentos y sombríos, y también la expresión era la de la res que degüellan en el matadero; parecía que la actitud cobarde del Nazareno en el suplicio se reflejaba en ellos y les hacía humillar las frentes.
Allí se hallaba reunido todo lo malo que encierra esta organización social que los anarquistas queremos destruir por ignominiosa y cruel; aquel es el argumento más incontestable que nosotros podemos manejar, descargándolo como pesada maza sobré las cabezas de los que, men-
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tecatos, avín creen posible la redención de la humanidad mediante la ciega obediencia de los hombres á ese funesto monstruo que en mala hora se apoderó de los destinos humanos: Dios-Estado.
Abajo, representado por los guardianes de trajes galoneados, el Estado sirviendo de antemural en tre el privilegiado y el paria, entre el ladrón y el robado, entre el holgazán y el productor, declarando incapacitados á los hombres para ser libres, castigando en ellos los defectos de un régimen social infame. Arriba, personificado en el cura, Dios sancionando el privilegio, el robo y la holganza. Y acá en las celdas, los reprobos, los díscolos, los no avenidos con la comedia, los que no respetan la propiedad de otros habiendo sido despojados de la suya y los infelices que delinquen sin darse cuenta de la delincuencia porque no saben leer y apenas hablar. ' ,
Todas estas consideraciones hacíamos nosotros, en tanto vagaba nuestra mirada de lugar en lugar, de rostro en rostro, de hombre en hombre. Y vimos en cada uno de ellos retratada la misión que cumplían: en los rostros de los guardianes, la brutalidad del que se impone por la fuerza; en el del cura, la hipocresía del que catequiza engañando, y en los de los presos, toda la pesadumbre de veinte siglos de Cristianismo, durante los que se ha envilecido y atrofiado el sentimiento de la dignidad humana.
Terminada la misa, se internaron los reclusos en las celdas, desapareció el cura, apagáronse las luces del altar, todo el aparato acabó... La única que seguía allá, pendiente de la cruz, era la efigie del hijo del carpintero, con igual sombridez en el semblante, con la misma actitud de decaimiento, como diciendo á los condenados de aquel infierno social:
—^ Así, como á mí me trataron, tratan los tiranos á todos ios que no siguen la senda revolucionaria, á los que creen que la redención humana puede alcanzarse hincáur dose de rodillas y poniendo los ojos en blando... ¡Ojalá hubiese yo tratado á los emperadores, cónsules y sacerdotes paganos como traté á los mercaderes del templo: á latigazosl
Antonio Apolo.
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^ómo hay que luchar
Hay que luchar en la vida, es verdad. Hay que luchar por el bien, por el derecho, según quiere Ijiering.
Pero nunca es buen arma la violencia, la cual, destructora en la mayoría de los casos, si edifica alguna
vez, jamás produce obra sólida y estable. Un nuevo golpe de fuerza lo echa abajo todo. A menudo, muy á menudo, los resultados que trae consigo el empleo de la violencia son totalmente contrarios á los que perseguíamos.
No obstante, pocas son las cosas que más atractivos tengan para la genoj-alidad de los hombres; y no digamos pai-a los españoles. Tenemos verdadera superstición por ella. Nos gusta la prepotencia como á nadie. El ansia de ser algo, de mandar, de imponernos á otros, nos subyuga. De niños, de jóvenes, de adultos y de viejos, lo que procuramos ante todo es quedar encima; la situación contraria
nos produce humillación y desesperación. Y por otra parte, á todas horas estamos solicitando de los gobiernos que lo improvisen todo, que hagan milagros, es decir, que nos den lo que no tenemos y creen lo que nos l;aga falta, á golpes de fuerza; pues esto, al- cabo, es lo que vienen á significar las leyes. La labor legal, como los mandatos é imposiciones de todo poder, proceda de arriba ó de abajo (según acontece en las algaradas ó en ciertos movimientos de las muchedumbres), es siempre revolucionaria y violenta: torrente que crece de manera desmesurada un día y se queda al otro día seco.
Hay que huir de eso á toda costa, si pretendemos obrar racionalmente y construir algo de utilidad durable. Hemos de hacernos el cargo que la mesura, la moderación y al propio tiempo la firmeza, ejercidas constantemente, cual norma ordinaria de vida, encierran un poder creador al que no iguala el del más alto soberano
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Cou esto se resuelve la cuestión social.
ni el del más nume.roso ejército. El mundo no se ha hecho en seis días, sino en muchos miles de años, si por acaso podemos decir que se halle alguna vez concluido.
Si nosotros queremos contribuir á su recreación ó mejoramiento, pidamos gentes que luchen por conquistar esa mejora; pero que luchen callada é incesantemente, sin desalentarse un momento, con la valentía humilde del héroe anónimo que consume su vida en el trabajo diario; no que desplieguen de una vez grandes energías, ganen una acción, que frecuentemente es un atropello, y después, embriagados con su victoria, se encojan arrogantemente de hombros en presencia de todo cuanto suceda, se echen á dormir y dejen que «ruede la bola».
P. Borado.
¿•fuaticia? ;si esto es Justicia.,.,'
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EL ESTAD© No voy á hacer aqní la crítica del Estado, tantas veces he
cha y reiiecha. Algunas consideraciones de orden genera serán suficientes.
El Estado es un producto, nada antiguo en nuestras socie-. dades europeas. El hombre vivió miles de años antes de que
los primeros Estados se constituyeran; Grecia y Roma existieron siglos antes de llegar á los imperios macedónico y romano, y para nosotros, los europeos modernos, los Estados-no datan más que del siglo xvi, en que la derrota de las comunas libres fué consumada, llegando á constituirse esta sociedad de seguros mutuos entre la autoridad militar, judicial, señorial y capitalista que se llama Estado.
Solamente en el siglo xvi se dio el golpe mortal á las ideas de independencia local, de unión y organización libre, de federación en todos loa grados de grupos autónomos. En esa época la alianza entre la Iglesia y el naciente poder-de loa reyes, puso fin á la organización, basada en el principio federativo, que había existido desde el siglo ix hasta el xv. de la que Sismondi y Agustín Thierry, desgraciadamente poco leídos hoy día, adivinaron también el carácter.
Se sabe los medios por los que esta asociación entre el señor, el sacerdote, ei eomerciante, el juez, el soldado y el rey, asienta su dominación. Fué por el aniquilamiento de los contratos libres: de las comunidades de aldea, de las guildes, de los compañerismos, de las fraternidades, de las conjuraciones medioevales. Fué por la confiscación de las tierras de las comunas y de las riquezas de las ,9Mi7(íes; fué por la prohibición absoluta y feroz de toda especie de convenio libre entre los hombres; fué por el masacre, la rueda, la horca, la espada y el fueg'o de la Iglesia y el Estado establecieron su dominación; así llegaron en adelante á reinar sobre aglomeraciones incoherentes de individuos^ sin lazo directo entre ellos.
Hace veinte años apenas, empezamos á reconquistar por la lucha, por la rebelión, algunas partes del derecho de asociación que fué libremente practicado por los artesanos y por los cultivadores del suelo en toda la Edad Media.
¿Y cuál es la tendencia que ya domina en las naciones civilizadas? ¿No es la de unirse, la de asociarse, la de constituirse en mil y mil sociedades libres para la satisfacción de todas las necesidades del hombre moderno?
La Europa se cubre de asociaciones voluntarias para el estudio, para la instrucción, para la industria y el comercio, para la ciencia, el arte y la literatura, para la explotación, y para la resistencia á la explotación, para las diversiones y
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para el trabajo serio, para el goce y para la abnegación, para todo lo que se refiere á la vida del ser activo y pensante . Todos buscan, manteniendo la independencia de cada grupo, federarse y unirse en el interior de cada país y al través de sus l'ronteras. Su número se calcula ya en decenas de mil y abrazan millones de adlierentes —pero no hace cincuenta años que el Estado y la Iglesia empezaron á tolerar algunas,—¡algunas apenas!
E n todas partes estas sociedades se arrogaii las funciones del Estado y buscan sustituir la acción libre de los voluntarios á la del Estado centralizado. En Inglatei'ra se ven sur gir compafiías de seguros contra el i'obo, sociedades para la defensa del territorio, sociedades ¡jara la defensa de las costas, que el Estado busca evidentemente colocar bajo fju gobierno y convertirlas en instrumento suyo, pero cuya idea madre fué la de pasarse sin Es tado . A no existir la Iglesia y el Estado, las asociaciones libres liabrían conquistado por Ja obra voluntar ia el inmenso dominio de la educación.,Y á pesar de todas las dificultades, comienzan á invadir este dominio y dejan sentir su influencia en él.
Y cuando se afirman los progresos eninpUdos en esta d i rección, á pesar y contra del Estado, que trata de guardar la suprpmacia que conquistó hace tres siglos; cuando se ve cómo la asociación voluntaria invade todo lo que no está detenido en sus movimientos por la fuerza del Estado, ha}' c¡ue reconocer xrna poderosa tendencia, una fuerza la tente de la sociedad moderna. Se tiene derecho de plantearse esta cuestión:— «Si de aquí diez ó veinte años los trabajadores sublevados logran quelirar la mencionada sociedad de seguros mutuos entre,propietarios, banqueros, sacerdotes, jueces y soldados; si el pueblo se vuelve amo de sus destinos por al-gunosmeses y pone la mano sobre las riquezas que ha creado, ¿linscará reconstituir de nuevo el iOstado? ¿no buscará más bien organizarse de Jo simple á lo compuesto según el .ncuerdo mutuo y las necesidades infinitamente variadas y siempre cambiantes de cada localidad, para asegurarse la posesión de esas riquezas, para garantizarse mutuamente la iibertad y producir lo que sea necesario á la vida?»
¿Seguirá la tendencia dominante del siglo, ó marchará en contra de ella buscando reconsti tuir la autoridad demolida?
Es de suponer que obtará por la libertad, ya que el Esta-do ningún beneficio ha proporcionado al pueblo .
I'ttdi'w J í i -0 ]>o lUln .
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LOS HIJOS DEL AMOR
Me ha ocurrido muchas veces concebir una teoría luego, andando el tiempo, verla escrita ó confirmada en labios ó en obras de sabios eminentes.
Eso mismo acaba de acontecerme con ideas que al amor se refieren. Decía yo que los hijos de dos amantes, de dos personas que se quieren sin lazo indisoluble ni obligación forzosa, habían de ser más inteligentes y hermosos que los hijos de dos seres que viven juntos por deber y por moral.
No fundaba mi criterio en experimento ni en estudio alguno; lo fundaba en la lógica, en la naturaleza, en la intuición, si se quiere, pero lo mantenía con la firmeza de un convencido.
Recientemente he leído La herencia psicológica, de .Ch. Ribot, eminente psicólogo francés y fundador déla célebre Revista Filosófica, de París, y en esta obra vi reforzada mi teoría con la experiencia, la historia y la estadística, tres cosas poco poéticas y muy aburridas, pero que sirven maravillosamente para confirmar lo que adivinan aquellos que, como yo, no han nacido con vocación á la estadística ni al estudio de la historia.
Conviene advertir que Mr. Ribot no es libertario ni mucho menos; es de aquellos sabios (jue dan sus conocimientos á la humanidad sin sacar de ellos deducciones en pro ni en contra de determinadas ideas sociales ó políticas. Es lo que se llama un amante de la ciencia por la ciencia. Eso de discutir y de disputar por regímenes políticos y de deducir consecuencias sociales de un experimento científico, se queda para los sectarios. Así piensan el director de la Revista Filosófica y muchos que carecen de energía y de abnegación para luchar directamente por el mejoramiento económico de la humanidad.
Para nosotros, los^sedarios, se guardan la lucha más empeñada y peligrosa y la tarea de deducir afirmaciones claras en pro de la sociedad del amor y de la moral que defendemos. De ahí la razón de este artículo.
Dos seres que se aman con voluntad firme y libré, responden mejor á lus leyes de la procreación (|ue dos personas que se sean indiferentes, y con indiferencia absoluta de amor y de cariño viven dos esposos después de
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unos cuantos años ó meses de estar juntos ^or fuerza, por deber, por imposición legal ó social.
Claro como la luz del sol resulta que el amor ha de dar mejor fruto que un funcionamiento sin vida, belleza, ni atractivo; que tiene mucho de mecánico y que á la producción mecánica se asemeja en cuanto la obra resulta de un gasto de energía artificial, hija forzosa de la voluntad y no espontánea del deseo. De ahí la razón fisiológica de que haya tantas personas feas en el mundo y la razón psicológica de que existan tantos tontos: fueron engendrados sin que en el momento de la concepción concurriera el amor, el bello amor que había de embellecer su cuerpo é iluminar su alma.
Y todo esto demuestra no sólo que el amor libre, el amor amante produciría hombres más inteligentes, bellos y buenos que los presentes, si que también demuestra que las personas podrían vivir por su propia naturaleza en un régimen social tan justo y libre cual lo defendemos los anarquistas.
De modo que esa gente antropológica y psiquiátrica, que se da á la medida del cráneo para conocer que somos tontos, feos y malos de nacimiento, tendría que confesar ó confesaría si fuese amante de la ciencia por el bien humano que, aun siendo positivo su saber, con el amor libre no se daría este fenómeno orgánico que hoy se presenta como origen del crimen y como obstáculo al planteamiento de la sociedad sin ley ni castigo.
Siempre había considerado que caso de que existieran esas leyes de la herencia que sirven para hacernos egoístas, crueles, ruines, malvados, criminales de nacimiento, habían de tener su origen en alguna aberración de orden'económico, moral ó teológico. Natural no podía ser, porque es imposible que la naturaleza debidamente asistida produzca deformidades de ningún género. El hpmbre estará más ó menos retrasado orgánicamente, podrá haber andado poco en el camino de la evolución, pero tío puede venir deformado por la naturaleza; la deformación se producirá por una influencia externa en todo caso. Las leyes naturales son armónicas, justas.
Tenemos, pues, científica é históricamente demostrado, que la idiotez, la fealdad y la criminalidad, son productos físicos y morales de dos seres que engendraron sin quererse, con aburrimiento; y tenemos además, que aquellas fealdades del cuerpo y del alma son el resultado
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de un régimen económico que deforma por cansancio, por agotamiento físico, por anemia, por envenenamiento constante, etc., etc.
Y si, según el sabio francés, los hijos del amor son los más bellos, los más inteligentes y los mejores, el día que^ á la unión de dos cuerpos asista la vida entera y libre, con sus deseos y sus pasiones hermosísimas, todos los hombres serán tan bellos, buenos é inteligentes, como lo son hoy los hijos del verdadero amor, del amor ilegítimo, de ese sentimiento puro y grande que no admite imposiciones y que si las admite aparentemente es para burlarlas á la primera ocasión que se le ofrece.
Bendigamos, pues, á los hijos del amor, á los hijos de este amor juguetón, alegre, inmenso, libre, potente, que puede hacer á los hombres eternamente felices.
El obrcrotPiílilo Pasciiiil, «muerto» jioi los uivlles ou las escaleras de uuaeasa, doude se había lei'uglado duraule los sucesos de la Baiee-loueta. ' . . : . • • : ' ' . - ' - • • . • , • •
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