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Dialogar y descubrir: experiencias educativas del instructor comunitario en contextos de migración indígena jornalera Ricardo Alvear Córdoba [email protected] Doctorante, DIE-CINVESTAV-IPN Universidad Pedagógica Nacional-Ajusco Octubre 25, 2011 Tú puedes mejorar hoy el mañana. CONAFE Al recibir la invitación de Rosaura, coordinadora de este seminario-taller, me dio mucha alegría. Uno puede alegrarse cuando recibe este tipo de invitaciones ya que, ante todo, es un honor el compartir este espacio de diálogo educativo. Rosaura me pidió hablar de dos cuestiones: la primera, de mi experiencia como ex instructor comunitario; la segunda, de mi experiencia como investigador educativo con poblaciones indígenas migrantes. Hablar de estas dos cuestiones es un reto enorme y temo que no lo logre del todo. Aunque no me detendré mucho en la explicitación del siguiente punto, quiero señalarlo como partida en nuestra reflexión. Clifford Geertz, en un texto clásico de la antropología: “Desde el punto de vista del nativo…” retomó hace ya varios años de Heinz Kohut los conceptos de experiencia próxima y experiencia distante como senderos de la reflexión del conocimiento antropológico. La primera concepción nos sitúa en el mundo vivencial, la segunda nos coloca en el mundo de las abstracciones. Por sí sola, el análisis de cada experiencia tiende hacia el reduccionismo, por lo que su oposición no es polar sino de grado. Lo que me interesa rescatar aquí es cómo la dialéctica de ambas experiencias nos ayudan, o pueden ayudar, a comprender la naturaleza de nuestros problemas educativos. Esa es la tarea que, implícitamente, quizá podamos compartir esta tarde entre todos. La temática que presento me implica dos posicionamientos: uno ontológico y otro epistemológico. En el primer caso, hablo del rescate vivencial de mi identidad como ex instructor comunitario. En el segundo caso, hablamos del descubrimiento de la experiencia de otros, quienes siendo figuras docentes trabajan o han trabajado en espacios educativos, directa o indirectamente, con poblaciones indígenas migrantes. 1

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Dialogar y descubrir: experiencias educativas del instructor comunitario en contextos de

migración indígena jornalera

Ricardo Alvear Córdoba

[email protected]

Doctorante, DIE-CINVESTAV-IPN

Universidad Pedagógica Nacional-Ajusco

Octubre 25, 2011

Tú puedes mejorar hoy el mañana.

CONAFE

Al recibir la invitación de Rosaura, coordinadora de este seminario-taller, me dio mucha alegría.

Uno puede alegrarse cuando recibe este tipo de invitaciones ya que, ante todo, es un honor el

compartir este espacio de diálogo educativo. Rosaura me pidió hablar de dos cuestiones: la

primera, de mi experiencia como ex instructor comunitario; la segunda, de mi experiencia como

investigador educativo con poblaciones indígenas migrantes. Hablar de estas dos cuestiones es un

reto enorme y temo que no lo logre del todo.

Aunque no me detendré mucho en la explicitación del siguiente punto, quiero señalarlo

como partida en nuestra reflexión. Clifford Geertz, en un texto clásico de la antropología: “Desde

el punto de vista del nativo…” retomó hace ya varios años de Heinz Kohut los conceptos de

experiencia próxima y experiencia distante como senderos de la reflexión del conocimiento

antropológico. La primera concepción nos sitúa en el mundo vivencial, la segunda nos coloca en

el mundo de las abstracciones. Por sí sola, el análisis de cada experiencia tiende hacia el

reduccionismo, por lo que su oposición no es polar sino de grado. Lo que me interesa rescatar

aquí es cómo la dialéctica de ambas experiencias nos ayudan, o pueden ayudar, a comprender la

naturaleza de nuestros problemas educativos. Esa es la tarea que, implícitamente, quizá podamos

compartir esta tarde entre todos.

La temática que presento me implica dos posicionamientos: uno ontológico y otro

epistemológico. En el primer caso, hablo del rescate vivencial de mi identidad como ex instructor

comunitario. En el segundo caso, hablamos del descubrimiento de la experiencia de otros,

quienes siendo figuras docentes trabajan o han trabajado en espacios educativos, directa o

indirectamente, con poblaciones indígenas migrantes.

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La primera vez que estuve en comunidades en las que el CONAFE prestaba el servicio de

los cursos comunitarios fue en los estados de Guerrero y de Morelos. Era julio de 1997. Entonces

acababa de cumplir 18 años. Hoy en día, con cierta nostalgia, aquellos años me recuerdan las

palabras de Dickens en su Historia de dos ciudades: “Era la mejor de las épocas, era la peor de las

épocas… era la edad de la sabiduría y también de la locura… era la época de creer, era la época

de la incredulidad… lo teníamos todo ante nosotros y, no teníamos nada…”.

A mí, como a otros tantos ex instructores, o instructores actuales, la amenaza de la

interrupción escolar en la primaria, secundaria o preparatoria siempre estuvo latente, en algún

momento casi fue un hecho consumado. Tal vez era sólo cuestión de esperar calificaciones con

números rojos, palparse los bolsillos vacíos, sentir gruñir la panza, mirar a los que se iban… No

fue así, pero la posibilidad de transgredir la historia de desescolarización que nuestros padres

habían vivido sonaba a una oración diaria sin respuesta. Los estudios universitarios sonaban tan

distantes, a una utopía que hoy en día muchos de nuestros jóvenes conocen.

Por esas cosas de la vida, indescifrables, al finalizar el bachillerato me hice instructor

comunitario. Claro, pasé todo el proceso para poder serlo: exámenes, exposiciones, cursos de

capacitación, prácticas en comunidades, elaboración de programaciones, llenado de

cuadernillos… Guardo buen recuerdo de mis prácticas en el Perillo y Los Hornos, pequeñas

comunidades rurales de Guerrero y de Morelos. Cuando tuve mi comunidad, claro, los

instructores tienen comunidades o campamentos, empieza la razón de ser del instructor. Valle

Bonito, mi comunidad por dos años, no estaba tan mal. Digo que no estaba tan mal porque no

estaba tan lejana a la cabecera municipal en Puente de Ixtla, Morelos y poco a poco fue

haciéndose de ciertos servicios como la luz y transporte. La soledad era tolerable en compañía de

mis compañeros de cursos de primaria y del preescolar.

Muchos contemporáneos, chavas y chavos, compartíamos con cierta comunión y

complicidad espiritual el deseo de querer cambiar al mundo. (Hoy en día este deseo no se ha

desvanecido). No obstante que en realidad lo que deseábamos era transformar nuestras propias

vidas, tener esperanza en la desesperanza de nuestro propio futuro, nos adoctrinamos

fervientemente con el lema del CONAFE: “Tú puedes mejorar hoy el mañana”. El paisaje de

nuestras vidas al término de nuestro servicio como instructores, capacitadores o asistentes

educativos entonces se torno diferente, lleno de ilusiones y esperanzas, ausente de incertidumbres

cercanas. El pequeño monto como becarios del CONAFE y un poco de espíritu nacido en los

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años de instructores nos regresaría o llevaría, a mí y a varios compañeros y amigos, a las butacas

de los privilegiados.

Hablando un poco sobre lo que hace un instructor, la tarea esencial es dar clases a los

niños, aunque se tienen otras actividades como la labor comunitaria. Se tienen jornadas de trabajo

que cualquier otro profesor de primaria o preescolar. Aunque el pago no sea equivalente, la

mayor parte de los instructores que he conocido están comprometidos con su quehacer educativo.

Los instructores en los primeros meses y a lo largo del ciclo escolar, la figura docente de

los cursos comunitarios, enfrentan varios dificultades y retos. Por ejemplo:

1) El aprendizaje y la apropiación pedagógica de los materiales de trabajo y sus diferentes

usos: manuales, cuadernos de trabajo, fichas de trabajo, libros de texto. Este puede ser un proceso

lento, acompañado de éxitos y fracasos. Para ejemplificar puedo señalar un pequeño poema que

un instructor del MEIPIM, contemporáneo mío, hizo con el afán de motivar a otros instructores:

Mis materiales son mis manos,

mis libros mi saber,

si mi programación no tengo,

instructor no puedo ser.

Puntualizando, la programación es el símil de la planeación de clases. Sin la preparación de la

clase y la elaboración de materiales, siempre se corre el riesgo de navegar en la deriva.

2) La apropiación de la secuencia didáctica del modelo de enseñanza-aprendizaje de cursos

comunitarios en cualquiera de los niveles y programas. En este punto la autonomía y la

imaginación didáctica son recursos esenciales del instructor para desarrollar el trabajo multinivel

y por niveles en los cursos comunitarios.

3) La convivencia comunitaria con niños, padres, APEC, demás habitantes. En este punto la

sociabilidad, la convivencia y el respeto a los habitantes son aspectos culturales que pueden

favorecer u obstaculizar el trabajo comunitario. Este proceso resulta crucial para conocer la vida

comunitaria y los problemas que enfrentan las familias y sus hijos: pobreza, desempleo, trabajo

infantil, migración, etc.

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Quiero detenerme en este punto y desarrollar algunas ideas a partir de exploraciones etnográficas

que hemos desarrollado.

La investigación etnográfica en contextos de migración de jornaleros agrícolas permite

sugerir que en los grupos domésticos indígenas se desarrollan particulares formas y

estrategias de organización para encarar condiciones de pobreza y vulnerabilidad.

Una de estas estrategias tiene que ver con el trabajo infantil. En algunos contextos, en los

que hemos tenido aproximaciones o realizado indagaciones etnográficas, como el ciclo de

la zafra, la cosecha de angú, jitomate, melón o chile, el trabajo infantil adquiere matices y

rostros diferentes: ayuda y colaboración doméstica, acompañamiento y actividades de

apoyo de los hijos a las labores productivas de los padres, trabajo informal que no siempre

es remunerado.

Las implicaciones que tiene el trabajo infantil en la vida escolar de los niños indígenas son

diversas: agotamiento atribuible a largas jornadas laborales, precariedad alimentaria,

accidentes físicos que propician ausentismo escolar.

La inserción de la población infantil en la zafra no sólo agudiza el empobrecimiento de las

familias indígenas, parece existir de manera invisibilizada a través de representaciones

que tienden a naturalizarle y que merman el tránsito por la escuela primaria.

4) La diversidad etnolingüística en las comunidades y en los campamentos que atiende el

CONAFE. En este cuarto punto, el reconocimiento de la lengua y el respeto de la diversidad

cultural pueden favorecer el trabajo del instructor en todos sus aspectos, pero en caso de ciertas

prácticas y creencias docentes, pueden obstaculizar procesos educativos interculturales.

Este cuarto punto es el que desarrollaré a continuación basándome en algunas

experiencias educativas y datos de investigación etnográfica.

Primero hay que señalar que en el MEIPIM, “la diversidad constituye una ventaja

pedagógica, por lo que lejos de buscar un tratamiento diferenciado de la población según sus

características, se promueve la interacción en la diferencia, pues ello enriquece y potencia el

aprendizaje entre los niños que poseen diferentes referentes culturales, étnicos y lingüísticos.

Cabe resaltar, en este sentido, el carácter innovador del modelo en cuanto al tratamiento de la

diversidad sociolingüística en el aula.” (Garduño, 2000)

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En este sentido, el MEIPIM enfatiza la diversidad cultural como un recurso para

enriquecer el trabajo pedagógico y comunitario. En la práctica, la interacción en contextos de

diversidad, como los campamentos de jornaleros, la interculturalidad no sólo equivale a un

proceso educativo escolar, sino a compartir otros aspectos de la vida cotidiana: el trabajo entre la

población, festividades, costumbres, pobreza, etc.

Los esfuerzos realizados desde diversas instituciones educativas, como el CONAFE, se

han encaminado a mejorar la calidad de los servicios educativos en todos sus aspectos, lo que es

plausible y palpable en varios lugares. No obstante, no con el ánimo de descalificar el trabajo de

quienes comprometida y arduamente trabajan, sino con la idea de sumar esfuerzos para

enfrentarlos de manera reflexiva, quiero describir un caso docente bien intencionado pero

antagónico en un contexto de migración de jornaleros indígenas, por ejemplo, la zafra del estado

de Morelos.

En una primaria, las diferencias culturales en la interacción entre alumnos y profesoras no

necesariamente suelen asumirse como una riqueza pedagógica sino un problema real.

E: ¿Cuáles son los problemas a los que te has enfrentado desde que llegaste

aquí a la escuela?

I: Con la planificación de clases y cómo se aplica. No, pues como ves es muy

difícil –estar aquí-, porque la verdad al principio sí fue muy difícil, porque estos

niños son diferentes, son especiales.

(G0402, 19 años)

Hay que señalar que lo que los docentes creen o piensan sobre sus alumnos se traduce en

estrategias para enfrentar los problemas de su práctica escolar cotidiana (Rockwell y Mercado,

2003; Luna, 1997). La necesidad de planificar el trabajo escolar considerando la diferencia

cultural se convierte en problemática cotidiana de la práctica docente. Para ejemplificar lo

anterior basta mencionar que “es difícil planificar actividades porque los niños y niñas -los otros-

son diferentes y especiales”, tal como lo menciona una docente. Al analizar el discurso docente

es palpable que la educación intercultural está lejos de ser una realidad, quizá, por la falta de

condiciones pedagógicas reales para impactar a la cultura escolar.

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E: ¿En qué son diferentes y en qué son especiales?

I: Tienen las mismas capacidades que un niño normal. El problema es que a

veces tienen sus raíces. Están muy arraigados a sus tradiciones y sus

costumbres son diferentes. Son un poco más, bueno no groseritos, sino como,

bueno sus costumbres son otras. Entonces como ven la vida que llevan [en sus

familias] pues así también la aplican en la escuela. A veces no saben

comportarse como deberían. Tienen otras formas de visión.

(G0402, 19 años)

En las representaciones docentes se logran distinguir aspectos que desde el discurso

docente se encuentran interrelacionados con los ámbitos de la vida familiar y escolar, así como

con la propia actitud que algunos docentes atribuyen a sus alumnos: 1) los niños indígenas tienen

capacidades similares a las de un “niño normal”, quizá entendidas como capacidades para

aprender; 2) las raíces -culturales-, el arraigo a las tradiciones y costumbres, son rasgos

culturales a los que se responsabiliza de las dificultades o los problemas de comportamiento

escolar y, finalmente; 3) las formas de vida familiar se reproducen en el espacio escolar.

En ocasiones, cuando los docentes tienden a comparar las capacidades de sus alumnos

como la de otros niños “normales” se tiende a estigmatizar a la población indígena.

Posiblemente, no es extraña esta estigmatización de la población, ya que durante siglos se le

discriminó y en cierto manera contemporánea se le considera “un arcaísmo que debe desaparecer

para dar lugar a la modernidad entendida como integración a una occidentalización planetaria”

(Bartolomé, 2004). Lo complejo de este tipo de representaciones es que ostentan bagajes

culturales ligados a una concepción de superioridad de la cultura mestiza frente a las culturas

indígenas.

Otro aspecto que resalta tiene que ver con las creencias docentes respecto a que la cultura

de los niños y sus familias, arraigada fuertemente a sus tradiciones y costumbres, aparece en la

escuela como un problema de conducta escolar porque “sus costumbres son otras”. La noción de

las diferencias culturales que las docentes tienen de sí mismas frente a la de sus alumnos, en

lugar de constituir una posibilidad para construir un espacio educativo intercultural, parece ser

un obstáculo pedagógico para la enseñanza.

La falta de reconocimiento de la diferencia cultural como un valor de la educación

intercultural puede llevar a, en el caso presentado, construirla como un problema educativo,

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explícitamente conductual: “no saben comportarse como deberían”. Posiblemente, esta

preocupación tenga su origen en tratar de imponer el orden y la disciplina, que bien pueden estar

relacionados con el “deber ser” que impone la institución escolar.

Por otro lado, la escuela es un espacio en el que los niños, y ocasionalmente las madres

de familia, comparten sus experiencias de vida y de trabajo, sus juegos, sus relatos o sus

historias. A pesar de que en el espacio escolar se produce un intercambio constante de

experiencias culturales, los encuentros no siempre son compatibles entre las pautas culturales de

la población y de los responsables de promover la educación intercultural:

En el caso de las vacunas hubo una mamá que dijo: sabe que maestra, yo no

quiero que vacunen a mi niña. Aunque se le explicó: mire que es lo mejor para

ella. Y ni así: no porque una vez me la vacunaron y le hicieron una bola. Y ya

de allí jamás quiere que le pongan una vacuna. Entonces sí como que son muy

cerrados. A veces son cerrados y pues todavía se ve así el machismo porque la

mujer en la casa y el hombre se va a trabajar.

(G0402, 19 años)

Si bien algunas mujeres pueden oponerse a la vacunación de sus hijos, posiblemente

impulsadas más por el miedo, en el discurso docente se estigmatiza a lo indígena al considerarse

a la población como “cerrados”. Generalmente las docentes confrontan su cultura propia con la

población indígena. Algunas de ellas se han apropiado del entorno en que trabajan a partir de sus

referentes culturales, al mismo tiempo que también han construido un discurso permeado de la

institucionalidad escolar:

E: Esto del machismo ¿es algo que se da en la escuela?

I: También, pues casi no se respetan como compañeritos porque frecuentemente

se están peleando. Se pelean, discuten, se dicen de cosas. Entonces, también una

de las finalidades es hacer conciencia de que los niños se tienen que llevar

mejor para que sean mejores personas y más que nada inculcarles que no sólo

se cierren. No solamente se limiten a trabajar en el campo, sino que vean que

hay mejores oportunidades para su vida. Pues porque el apoyo se les sigue

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dando. El propósito es que tengan una mejor visión de la vida, que no solamente

se queden limitados, sino que puedan seguir estudiando.

(G0402, 19 años)

En el discurso docente aparece constantemente “el deber ser”, ejemplos abundan:

construir relaciones basadas en el respeto, inculcar nuevos valores culturales: “que no se

cierren”, “que tengan una mejor visión de la vida”, “que no se queden limitados”. En “el deber

ser”, la educación aparece como el fundamento para transformar una realidad social, pero que en

más de una ocasión fracasa al toparse con la incongruencia pedagógica para enfrentar los

problemas que en el contexto de la migración indígena le aquejan.

Habría que preguntarse qué es lo que puede hacerse desde la institución escolar, desde las

familias y desde diferentes frentes para participar y afrontar los problemas educativos en

contextos de migración jornalera. Vale la pena reflexionar sobre estas y otras cuestiones.

Referencias

Bartolomé, Miguel Alberto (2004) Gente de costumbre y gente de razón. Las identidades étnicas en México, México, Siglo Veintiuno Editores.

Garduño, Tere (2000) Modelo educativo de comprensión intercultural. Consejo Nacional de Fomento Educativo, III Conferencia de Pesquisa Socio-cultural, Campinas, Sao Paulo, Brasil.

Luna, María Eugenia (1997) Los alumnos como referente básico en la organización cotidiana del trabajo en el aula, Tesis de maestría, México, Departamento de Investigaciones Educativas, CINVESTAV-IPN.

Rockwell, Elsie y Ruth Mercado (2003) La escuela, lugar del trabajo docente. Descripciones y debates, México, Departamento de Investigaciones Educativas, CINVESTAV-IPN.

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