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Amanecer en el desierto - Marruecos 2005 Protagonistas de esta aventura Lucía y Jerónimo, sus hijos Antonio y Andrés y su autocaravana Moncayo desde Sevilla. Paqui y Sebastián, sus hijos Sandra, Ismael y Carlos y su caravana Sterckeman desde Jerez de los Caballeros, Badajoz. Mónica y Antonio, sus hijas Ana y Sara y su autocaravana Challenger desde Estepona, Málaga. Prólogo La maravillosa idea de esta aventura surge a raíz de la quedada que webcampista organiza en Córdoba. Allí nos volvemos a encontrar con Lucía y Jerónimo y conocemos a Paqui y Sebastián. Lucía y Jerónimo ya habían recorrido una buena parte de Marruecos y nos enseñan muchas fotos mientras nos hablan del viaje al Desierto que van a realizar en Semana Santa. A todos se nos ponen los dientes largos mirando las hermosas imágenes y escuchando hablar a Lucía, con su característica forma de transmitirte emociones y sentimientos. Así empieza a entrar en nosotros el gusanillo de la aventura… Yo me animo enseguida pero mi marido es reacio, aunque accede porque sabe la ilusión que me hace. Sebastián tiene dudas ya que él tiene caravana y piensa que podría ralentizar la ruta pero todos le animamos para que se decida. Nos despedimos ilusionados con las posibles expectativas y nos llamamos el lunes siguiente para confirmar que viajaremos juntos, después de haber pedido en los trabajos los permisos necesarios. A partir de aquí todos son nervios, llamadas continuas animándonos los unos a los otros, confección de distintas rutas, lecturas de guías y recopilación de información por Internet, etc. Desde ese instante todos entramos en la magia de Marruecos sin darnos cuenta.

Amanecer en el desierto - Marruecos 2005 · recorrer. Nosotras, con los niños, nos vamos a echar un último vistazo a este agradable rincón de Marruecos. Una vez más comprobamos

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Page 1: Amanecer en el desierto - Marruecos 2005 · recorrer. Nosotras, con los niños, nos vamos a echar un último vistazo a este agradable rincón de Marruecos. Una vez más comprobamos

Amanecer en el desierto - Marruecos 2005

Protagonistas de esta aventura

Lucía y Jerónimo, sus hijos Antonio y Andrés y su autocaravana Moncayo desde

Sevilla.

Paqui y Sebastián, sus hijos Sandra, Ismael y Carlos y su caravana Sterckeman desde

Jerez de los Caballeros, Badajoz.

Mónica y Antonio, sus hijas Ana y Sara y su autocaravana Challenger desde

Estepona, Málaga.

Prólogo

La maravillosa idea de esta aventura surge a raíz de la quedada que webcampista

organiza en Córdoba. Allí nos volvemos a encontrar con Lucía y Jerónimo y

conocemos a Paqui y Sebastián. Lucía y Jerónimo ya habían recorrido una buena

parte de Marruecos y nos enseñan muchas fotos mientras nos hablan del viaje al

Desierto que van a realizar en Semana Santa. A todos se nos ponen los dientes largos

mirando las hermosas imágenes y escuchando hablar a Lucía, con su característica

forma de transmitirte emociones y sentimientos. Así empieza a entrar en nosotros el

gusanillo de la aventura…

Yo me animo enseguida pero mi marido es reacio, aunque accede porque sabe la

ilusión que me hace. Sebastián tiene dudas ya que él tiene caravana y piensa que

podría ralentizar la ruta pero todos le animamos para que se decida. Nos despedimos

ilusionados con las posibles expectativas y nos llamamos el lunes siguiente para

confirmar que viajaremos juntos, después de haber pedido en los trabajos los

permisos necesarios. A partir de aquí todos son nervios, llamadas continuas

animándonos los unos a los otros, confección de distintas rutas, lecturas de guías y

recopilación de información por Internet, etc.

Desde ese instante todos entramos en la magia de Marruecos sin darnos cuenta.

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Viernes, 18 de marzo

Casi habíamos estado a punto de echarnos atrás porque las previsiones

meteorológicas no eran nada halagüeñas y el temporal había provocado el cierre del

puerto de Algeciras en varias ocasiones durante todo el día. Al final, inyectados con el

positivismo de Lucía y la energía de Sebastián, nos decidimos a salir de casa.

Llegamos al Supermercado Lidl de Algeciras donde ya nos esperaban nuestros

amigos sevillanos. Después de algunos achuchones, besos y contagio de nervios, nos

disponemos a sacar los billetes mientras esperamos la llegada de Paqui y Sebastián.

La señorita de la agencia de viajes se porta de maravilla y nos da billetes abiertos para

intentar coger el primer barco que salga, ya sea lento o rápido, a primera hora de la

mañana. Cuando llegan nuestros compañeros de viaje cenamos rápidamente y nos

encaminamos al Puerto de Algeciras para dormir en la cola y no perder tiempo al día

siguiente. Estamos todos un poco nerviosos con la angustia de que no salga ningún

barco pero … Marruecos nos espera.

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Sábado, 19 de marzo

El despertador suena a las 5,45 de la madrugada. Habíamos quedado temprano para

intentar coger el primer barco. Sólo salían los lentos pero nosotros estábamos tan

contentos que no nos importó ya que, en breve, pisaríamos suelo musulmán.

Salimos de Algeciras a las ocho de la mañana y llegamos a Tánger a las 10,15 horas.

El barco nos gustó mucho y resultó un trayecto cómodo, sin incidencias. En cuanto al

papeleo que hay que entregar en el barco, quisiera aclarar que las fichas blancas son

para la entrada a Marruecos y las amarillas para la salida. Hay que rellenar una ficha

por cada pasaporte que presentéis, incluidos los de los niños. En la aduana del Puerto

de Tánger todo parece un poco caótico pero no tuvimos problemas.

Tánger nos saluda con el alminar octogonal característico de la mezquita de la kasba

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al fondo. El día está nublado y algo fresco.

Nos faltan 35 km. para Asilah y empezamos nuestra ruta por una carretera bordeada

por el Océano Atlántico. A la derecha, vemos una manada de camellos comiendo de

unos árboles a la orilla del mar e inevitablemente empezamos a saborear la magia de

esa postal. Nos instalamos en una explanada que sirve de parking para las cientos de

autocaravanas y caravanas que nos encontramos allí.

Una imagen que, personalmente, me da seguridad ya que no somos los únicos “locos”

(esto me lo dijo mucha gente cuando preparábamos el viaje) que estamos aquí.

Asilah es una tranquila ciudad costera muy similar a las andaluzas, aunque rodeada

por murallas, que se puede visitar paseando agradablemente en dos horas. Sus casas

blancas y con diferentes tonalidades de azules y verdes nos recuerdan a Santorini.

Las pequeñas tiendecitas con zapatillas, vestidos y dulces pasteles son un efectivo

reclamo para el divertido arte del regateo, en el que ya hacemos nuestros primeros

pinitos.

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En ningún momento nos sentimos inseguros y nuestros recelos primerizos empiezan a

disiparse con total naturalidad. Después de un breve paseo, volvemos para almorzar y

dejar que los conductores echen una siestecita porque nos queda un largo camino por

recorrer. Nosotras, con los niños, nos vamos a echar un último vistazo a este

agradable rincón de Marruecos. Una vez más comprobamos y, porqué no decirlo, nos

asombramos, con la amabilidad de la gente y la especial atención que dedican a los

niños más pequeños. Nuestros absurdos temores tercermundistas se caen poco a

poco. Es nuestro primer día aquí y Antonio, mi marido y “hueso duro de roer”, ya se

siente como en casa (eso sí que es un milagro! ¿De Alá?) A las 16,45 h. cogemos la

autopista tras haber pagado 10 dh. (aprox. 1 euro) por el estacionamiento de los tres

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durante tres horas.

Una observación curiosa, supongo: durante todo nuestro paseo por el pueblo vemos a

muchos hombres (no mujeres) sentados, sin hacer nada, sólo allí, mirando. No les

vemos trabajar o hacer algo en particular, sólo están ahí. Más adelante

comprobaremos que esta estampa se repetiría más veces durante el viaje. Sobre todo

en las zonas rurales es frecuente ver a muchísimos más hombres que mujeres en la

calle.

Durante el trayecto por carretera, vemos muchos niños que sonríen y nos saludan. El

tiempo empieza a empeorar y la lluvia nos acompaña débilmente. Decidimos parar a

las 21,45 h. junto a un bar a la salida del pueblo El Hajeb. La cena se convierte en uno

de los momentos más esperados del día, comentando nuestras impresiones y

constatando, sin lugar a dudas, que hacemos todos una buena combinación. Pasamos

la noche sin ningún problema.

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Domingo, 20 de marzo

Salimos a las 9,15 h. La carretera es secundaria y el paisaje que nos acompaña es

llano. Vemos campesinos trabajando la tierra con sus propias manos, nada de

máquinas; muchachos transportando agua en cántaros amarrados a un burro y todos

nos sonríen y nos saludan ¡vaya gente! Hacemos una brevísima parada para apreciar

las vistas desde un mirador precioso, donde hay varios puestos de fósiles y minerales.

Seguimos camino al Bosque de los Cedros por una carretera de montaña estrecha y

en regulares condiciones. “El Bosque de los Cien Acres” (el de Winnie the Pooh; lo

siento, es que mis hijas están en esa edad) como acabamos de bautizar a este

precioso lugar nos renueva a todos la energía para proseguir el viaje. La temperatura

es excelente y bajamos dispuestos a dar un buen paseo para estirar las piernas y

disfrutar del entorno. A la entrada del bosque está el Cedro Milenario, cuyo tronco

acoge a todos nuestros hijos en una foto preciosa, al que rodean puestos de venta de

fósiles, cerámica, etc. Ninguna nos resistimos y Paqui y yo empezamos a practicar el

regateo y el trueque más auténtico de la mano de nuestra compañera Lucía, la

maestra en este arte. Cogemos un camino de tierra que se adentra en el bosque y por

fin les vemos, familias enteras de macacos en libertad. Habíamos comprado

cacahuetes y les dimos de comer. Todos lo pasamos de maravilla, pequeños y

mayores, disfrutando del momento

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Por todo el camino nos hemos encontrado niños y niñas haciéndonos señales para

que paremos. Van descalzos y vestidos con harapos. Esa es la parte de Marruecos

que más nos entristece y ese sentimiento junto con la impotencia que sentimos nos

acompaña siempre. Todos nosotros llevamos sacos con ropa, zapatos, juguetes,

bolígrafos, etc. y no podemos si no hacer breves paradas para intentar paliar la

situación dentro de nuestras posibilidades que son pequeñas, minúsculas e

insignificantes pero son las que tenemos. Durante las cenas y tertulias tras las

comidas, planteábamos nuestras inquietudes al respecto: si estábamos haciendo algo

correcto, si realmente lo hacíamos pensando en ellos o sólo para acallar nuestras

conciencias; ambas cosas, seguramente, pero era nuestra única manera de colaborar,

no hacíamos daño a nadie y, en cambio, conseguimos muchas sonrisas.

Atravesamos las montañas del Atlas Medio, todavía nevadas, adentrándonos cada vez

más en la pobreza de este lugar. Las casas son del color de la tierra y se confunden

con ella, formando un todo. El paisaje se vuelve árido y amarillo conforme vamos

acortando kilómetros.

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A las 14,15 h. paramos a comprar fruta y carne en Zaida, una pequeña población a pie

de carretera llena de tiendas. Huele estupendamente, a mezcla de distintas comidas

con olores fuertes muy apetitosos. No me veo capaz de bajar de la auto porque

estamos rodeados de niños que te piden de todo y da mucha pena. A Paqui le pasa lo

mismo. Les miramos, les sonreímos, les damos lo que podemos pero ellos siguen ahí.

Lucía nos advierte que será así todo el camino y que debemos aprender a mirar de

otra manera. Los demás compran aceitunas, pinchitos de cordero y fruta; almorzamos

juntos en un tramo de carretera rodeados de tierras desérticas. Nuestros niños vuelan

una cometa aprovechando la brisa que corre. Otros niños esperan apartados de

nosotros pero sin dejar de mirarnos (se hace difícil acostumbrarte, de verdad) y les

damos macarrones con tomate. También se comen los plátanos recién comprados. La

comida no nos ha sentado muy bien, esto resulta difícil. Continuamos nuestro camino,

rumbo a las Dunas de Erg Chebbi a las 16,15 h.

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Desde que pisamos Marruecos he tenido que usar las gafas de sol, y esto puede

parecer una tontería porque seguramente la mayoría de las personas lo hacen

continuamente pero no es mi caso, porque la luminosidad es tan brillante que resulta

cegadora. Una vez más puedo comprobarlo cuando continuamos camino y nos rodea

tierra amarilla/ocre y una luz fuerte, aunque haya neblina.

Empezamos a pasar por pequeños pueblos que vemos desde la carretera y por

mencionar alguno, me llamó la atención Zibzate, emergido de la misma tierra

confundiéndose con su color.

Continuamos rumbo a Erfoud y vamos observando como todos los pueblos se

asemejan unos a otros, surgidos de la tierra (ladrillos de adobe), las edificaciones son

iguales: ocres, planas, sencillas, con pequeñas y escasas ventanas y alturas similares.

Cruzamos el Túnel del Legionario y se nos abre ante nosotros un paisaje espectacular:

La Garganta del Ziz, Paramos para admirar este precioso paraje de la Naturaleza.

Dejando atrás la Garganta, pasamos por los palmerales del Ziz, que forman un oasis

de película en los que no falta la Kasba dominando la postal. El río Ziz baña en sus

orillas pequeños y bonitos pueblos rodeados de palmerales

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Er-Rachidia es la población que nos encontramos a continuación y nos llama la

atención el color teja en la mayoría de sus casas y la cantidad de personas en la calle:

en bici, en burro, andando, corriendo, en carro…lo que nos hace mantenernos más

alerta para no enturbiar demasiado el trasiego de la misma con nuestras autos. Sigue

pareciéndome curioso y después lo comentaríamos en varias ocasiones, cómo en

cualquier rincón, en todas partes (incluso en la oscuridad de la noche sólo iluminada

por la Luna) siempre aparece alguien. Aquí, Er-Rachidia, hay grupos de personas

sentadas en la tierra, a ambos lados de la carretera, pasando la tarde del domingo:

jugando, charlando, simplemente allí, mirando la carretera.

Era ya noche cerrada y estábamos a punto de entrar en Merzouga cuando nos

encontramos a nuestros amigos, Piki y Enrique (más conocidos como Abueletes) que

nos hacen luces para que paremos al borde la carretera. Los demás no se dan cuenta

y siguen el camino. Nosotros compartimos un rato de animada charla con estos

viajeros todo terreno que nos regalan espárragos de Marruecos y nos indican algunas

cosillas que no debemos perdernos durante el viaje. Nos despedimos de ellos y un

poco más adelante, nos encontramos con nuestros compañeros que, paralelamente,

habían conocido a Mohamed.

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Mohamed, según nos contaron, surgió de la oscuridad (ya no nos parece raro) cuando

nuestros amigos habían parado para esperarnos, ofreciéndoles alojamiento en el

Albergue Erg-Chabbi, a pie de duna. Prometió cena, música y buen té, lo que resultó

imposible de rechazar no sólo por nuestro cansancio sino también por lo atractivo de la

oferta. Guiados por Mohamed, a pocos metros nos encontramos con el Albergue que,

de noche, nos resultó encantador, con su tenue iluminación y la decoración que

pudimos observar. Dejamos las autos en la puerta y nos acompañaron al salón

comedor, donde cenamos sopa (Harira), guisado de pollo y patatas, guisado de huevo

y pescado, postre (rodajas de naranja con canela, aderezadas con azahar y azúcar) y

té; amenizaron la velada con música y pasamos un rato muy agradable. Nos pusimos

de acuerdo, tras un largo regateo con el dueño del albergue, y mañana a las 5,30

horas de la madrugada nos recogerían en camello para ver amanecer en el desierto.

Debo decir que el albergue estuvo bien para los que llevamos autocaravana porque no

necesitamos electricidad, ni duchas ni servicios, a cambio disfrutamos del maravilloso

entorno que nos rodeaba, la comida, la música, etc. pero no para nuestros amigos

Sebastián y Paqui, que llevaban caravana. El dueño del albergue, consciente de la

diferencia y tras una breve pero fructífera charla con Sebastián, les facilitó una

habitación para que pudieran ducharse cómodamente. Así todos contentos.

Nos acostamos tarde y cansados pero felices, soñando con el desierto …

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Lunes, 21 de marzo

Me levanto sin necesidad de despertador. Antonio y Sara se quedan en la auto y yo

despierto a Ana que rápidamente está preparada para nuestra aventura juntas.

Salimos intentando hacer el mínimo ruido y vemos a Mendoza, que se acerca con una

linterna y nos avisa de que los camellos ya están esperando. Es totalmente de noche y

aún no apreciamos la belleza del paisaje que nos rodea.

Subimos a los camellos (cada adulto con un niño) y emprendemos la marcha,

ilusionados, expectantes al amanecer, cumpliendo el reto del viaje.

Amanece lentamente y poco a poco tomamos conciencia de la inmensidad ocre-

naranja que nos envuelve. Subimos y bajamos dunas durante cuarenta y cinco

minutos en los que no podemos dejar de admirar el paisaje y sentirnos privilegiados

por pertenecer un poco a él durante este breve espacio de tiempo. Tras subir una

duna más alta y grande que las demás, se abre ante nosotros un precioso valle

anaranjado. Allí, bajo esa placidez, permanecemos una hora jugando con los niños,

disfrutando de la salida del sol poco a poco. Mendoza, el compañero más atrevido,

sube una duna muy alta, aún más alta que la que nos acoge. Desde ella el valle se

hace interminable. Todos disfrutamos de lo perfecto y limpio del paisaje.

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El sol aprieta y la brisa que hacía por la mañana deja paso a una temperatura de pleno

verano. Todos empezamos a tener buen color en las mejillas. Iniciamos el regreso al

albergue, que ahora sí divisamos muy bien desde los camellos conforme nos vamos

acercando y comentamos lo bonito y pintoresco que resulta el lugar; del mismísimo

color de las dunas se eleva imitando a una Kasba en la inmensidad de la nada y a la

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vez del todo.

Nos despedimos después de tomar un té y charlar animadamente con todo el personal

que trabaja en el albergue. Lucía y Jerónimo se comprometen con un chico joven a

preguntar por una beca que según les informó había pedido en Barcelona. Las

personas son muy amables, juegan y bromean continuamente con las niñas. Pagamos

405 dh. por los servicios que he comentado entre las tres familias. Nos vamos con una

felicidad absoluta en nuestros corazones.

Después de poco más de dos horas de haber emprendido el camino, paramos a

comer a un lado de la carretera que parece desértico porque no divisamos ni casas ni

persona alguna. Sacamos nuestras mesas y de forma que aún no nos explicamos,

pero que no será la única vez que experimentemos en el viaje, aparecen varios

chavales de distintas edades. El número de chicos va aumentando y a nosotros nos

vuelve a resultar incómodo almorzar delante de ellos, que nos piden con sus gestos y

sus ojos. Les damos sándwiches, zumos, panecillos y sacamos ropa y zapatos para

repartir. Aún así no se iban y seguían pidiéndonos, así que incómodos, de verdad, nos

metemos en nuestras autos para descansar un poco y proseguir el viaje. Mientras los

demás duermen, Lucía y yo nos quedamos tomando un último té en mi auto. No pasan

ni dos minutos cuando vemos aparecer a una señora con una bandeja grande y

plateada que sostiene varios vasos y una tetera. Lo coloca todo en la mesa que hemos

dejado fuera y sirve té, que nos ofrece con gestos amables. Lucía y yo no olvidaremos

jamás lo que vivimos a continuación porque, realmente, fue toda una experiencia. Las

dos nos mirábamos entre sorprendidas y conscientes de la hospitalidad de esta señora

que nos ofrecía lo que tenía, suponíamos que en agradecimiento por la ropa y el

calzado o la comida que habíamos repartido a los chiquillos. Sin mediar palabra pero a

través de sonrisas y miradas le agradecemos sinceramente el exquisito té que había

compartido con nosotras (exquisito de verdad, el mejor que he probado en Marruecos).

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Lucía le da un vestido y la señora la toma de la mano, haciéndonos gestos para que la

acompañásemos (¿a dónde, si no vemos nada, ni una casa ni nada?) Volvemos a

mirarnos y estábamos tan contentas de que nos estuviese pasando esto que no

tuvimos dudas y seguimos a la señora a través de la tierra amarilla. Llegamos a una

edificación plana, típica del lugar, que no habíamos visto antes, la señora abrió la

puerta y lo que pasó dentro de esa casa fue la experiencia que más nos acercó a

Marruecos y a sus gentes de todo el viaje. Cuando entramos, nos acompañaba

también el hijo mayor de la señora, que hablaba un poco español. Salieron a recibirnos

dos muchachas jóvenes que se alegraban como si fuésemos familiares que hacía

tiempo no vieran. Las chicas nos tocaban, nos cogían de las manos, se reían y nos

enseñaron las habitaciones de la casa. En el “salón” (lo que nosotros conocemos

como tal) estaban apiñadas las camas y en el suelo había muchas alfombras

descoloridas y cojines que nos ofrecieron para volver a servirnos té (cada vez me

gustaba más y no nos planteamos en ningún momento cómo lo estaban haciendo ni el

agua que usaban). Tras muchas risas con las chicas que eran muy simpáticas y se

hacían entender con gestos, la señora nos enseña el pequeño huerto, donde tenían

los animales, la “cocina” (sólo había un horno hecho de piedra y adobe) y la habitación

de la chica recién casada que era su nuera. La muchacha, muy feliz, nos muestra su

álbum con las fotos de la boda, el mueble donde guarda la dote (¡Dios mío! Eran

vasos, platos, flores de plástico, cucharas, tenedores, cosas que normalmente

nosotros no valoraríamos) y sus vestidos. La habitación tiene dos camas y en ella

viven los recién casados. Nos cuenta que antes iba a la escuela y nos muestra su

libreta con escritura árabe, pegatinas y dibujos. El tiempo pasaba rápido y la compañía

era muy agradable, debíamos irnos pero nos vuelven a servir té y ahora la buena

señora lo acompaña con un trozo de kesra (pan achatado que se hace en las casas.

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El pan es casi sagrado y se ofrece con generosidad, como símbolo de convivencia y

solidaridad) hecho por ella. Después de comer y beber (ahora también nos

acompañaba nuestra compañera Paqui que se había unido al grupo) y disculparnos

varias veces por tener que marcharnos, por fin conseguimos levantarnos del suelo y

vemos cómo en la puerta nos están esperando, impacientes, nuestros maridos. La

chica recién casada me pide acompañarme para ver la auto y así hacemos. La señora

acompaña a Lucía a quien ha regalado varias objetos personales, entre ellos un

vestido precioso (imaginaos! Un vestido suyo! Me parece lo más en cuanto a

generosidad) Después de muchos besos y abrazos nos vamos con la adrenalina al

máximo.

Nuestros respectivos maridos nos cuentan que la situación con los chavales fuera de

las caravanas se hizo muy incómoda porque a Mendoza intentaron abrirle la puerta,

pegaban en las ventanas, daban toques para llamar la atención, etc. Nosotras, sin

embargo, habíamos vivido una experiencia inolvidable.

Llegamos a Tinerhir, un pueblo que enseguida consideramos prósperamente turístico

por el aspecto de sus casas y sus gentes. Realmente encantador, aparece erigido en

alto lindando con un frondoso palmeral. Llegamos al Camping Le Soleil y ubicamos la

caravana de Sebastián. El camping nos ha parecido bonito, con piscina (no muy

grande), baños limpios, parcelas amplias y rodeado por un jardín que visitaremos la

mañana siguiente. Decidimos, aunque está oscurecido, echar un vistazo a la Garganta

del Todra para comprobar que merece la pena repetir a la mañana siguiente con la luz

del día ¡ESPECTACULAR! A la entrada de la Garganta vemos un hotel

cuidadosamente iluminado con aspecto romántico y una terraza preciosa que disfruta

de privilegiadas vistas.

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Martes, 22 de marzo

Nos despertamos con la llamada a oración que, personalmente, me encanta. Salimos

para la Garganta y ahora sí nos empapamos del paisaje. El palmeral nos acompaña

todo el camino, dejándonos ver cómo trabajan la tierra los lugareños. Los almendros

tienen preciosas flores rosadas que destacan entre el verdor que los rodea. Las casas

del pueblo forman una paleta de naranjas, rojizos y colores tierra. Las paredes rocosas

de la Garganta se estrechan resultando una visión espectacular. Dejamos las autos a

la entrada, en la explanada de tierra y la recorremos andando recreando nuestra vista

por esta magnífica obra de arte. Los niños hacen el camino montados en burro. El

barranco se ensancha poco después y da paso a una zona con algunas palmeras y un

camino que conduce al pueblo de Tamtattouchte, a 22 kms.

A la entrada de la Garganta vemos muchas autos que, posiblemente, han pasado la

noche a sus pies, lo cual nos resulta muy tentador porque debe ser maravilloso

amanecer en aquel lugar y ver las imágenes que proyecta el sol sobre las paredes

rocosas.

Después de algunas fotos y disfrutar del paisaje, volvemos al camping para abonar los

60 dh. que nos cobran por las tres parcelas, electricidad y agua. Queremos visitar el

pueblo porque nos han dicho que trabajan muy bien la plata y nos apetece verlo. Un

chico nos pide que le acerquemos al pueblo para ver a unos amigos (después nos

dimos cuenta de que había sido una excusa para acompañarnos) y así hacemos.

Aparcamos en una plaza frente al Banco Populaire. El chico se ofrece a

acompañarnos en “agradecimiento” por haberle bajado. No queríamos guía pero

tardaríamos más en disuadirle que en aceptar su ofrecimiento así que … allá vamos

tras él. No nos arrepentimos de su compañía porque nos explicó muchísimas cosas

interesantes sobre la vida de los árabes y los bereberes, las costumbres, las

edificaciones, etc. Nos muestra las calles que son sólo de hombres y las que son sólo

de mujeres, nos lleva a la casa de una familia nómada que hace alfombras y nos

explica cómo funcionan aquí los “Tribunales”. Lo único que existe es la figura del Juez

de Paz, señor respetado y venerable cuya palabra es ley. También nos lleva al lugar

donde se celebran las bodas y nos explica que las chicas deben casarse antes de los

18 años, si no ya no lo harán porque nadie las querría. La obligación de una buena

esposa es saber cocinar y hacer labores artesanales, como alfombras u otros objetos.

Aunque nos ha parecido muy instructivo el paseo que nos ha dado nuestro guía

personal no nos ha gustado especialmente la medina de Tinerhir y tenemos

muchísimo apetito, así que salimos del pueblo a las 14 horas.

Hacemos una breve pero intensa parada en El Kelaa M’Gouna. Esta ciudad está en

pleno corazón de la comarca de las rosas. En ella se cultiva la rosa damascena y

entramos en una pequeña pero bien aprovechada tiendecita donde nos abastecemos

de todos los productos que se fabrican con estas flores (crema hidratante, gel de baño,

champú, incienso, colonia, jabones, etc.). Más adelante paramos también en una

tienda a pie de carretera donde Lucía y Sebastián compran minerales y fósiles y

algunos regalos más. Llegamos al camping municipal de Ouarzazate sobre las 20,30

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horas.

Allí nos volvemos a encontrar con Abueletes y charlamos con ellos un buen rato.

Prolongamos la velada tras la cena hasta las doce de la noche intentando no hacer

demasiado ruido; fallamos en el intento (eran las diez de la noche) y una vecina

francesa se quejó de forma bastante maleducada sobre los españoles.

Miércoles, 23 de marzo

El despertador suena a las 7,30 y tras un desayuno copioso nos ponemos en camino

ya que, siguiendo las indicaciones de Abueletes, deseamos visitar la Kasba de

Tiffoultoute. No nos podemos marchar sin contemplar el exterior de la Kasba de

Taourirt, único edificio histórico de Ouarzazate. Su exterior resulta muy llamativo y

aparentemente bien conservado. Llegamos a Tiffoultoute y entramos en ella con unas

expectativas que no quedan en absoluto cubiertas. La kasba alberga un hotel y lo

único que te dejan visitar es el salón de abajo, donde te sirven té. También subimos a

su terraza pero no nos pareció nada del otro mundo, excepto por la vista del valle que

la rodea. Lo que más nos gustó de esta parada fueron las alfombras que conseguimos

adquirir en la tienda que hay junto a la Kasba.

Continuamos ruta y la carretera es regular.Vemos las montañas nevadas y el paisaje

deja de ser tan llano. Paramos en el pintoresco pueblo de Aït Benhaddou, escenario

de numerosas películas. Aquí, además de aprovechar para hacer compras y disfrutar

de las preciosas vistas del pueblo y las murallas, también hacemos el almuerzo.

Declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, el pueblo no deja de recibir

turistas durante el tiempo que permanecemos en él, presentando una imagen cuidada

y muy hermosa.

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Después de una laboriosa mañana regateando en las compras y alguna que otra

anécdota como la pulsera que me regaló mi marido, partimos rumbo a Marrakech. A

todos nos apetece llegar a esta ciudad que consideramos imprescindible en nuestro

periplo por el país.

La carretera sigue siendo regular: estrecha y sin arcenes. Los Abueletes ya nos

habían advertido de la particularidad de la misma y de un detalle que comprobamos in

situ; durante todo el camino ves cómo pequeños y mayores muestran a los coches

minerales misteriosamente brillantes y de vivos colores, rojos, azules, naranjas, lilas,

rosas… Lucía para y coge uno, se chupa el dedo y lo pasa por la zona brillante del

mineral; todos nos echamos a reír (incluso el vendedor) cuando comprobamos que se

trata de mercromina, tal como nos habían contado los Abueletes. Tened cuidado

porque son bonitos pero no reales!

La carretera es de montaña y tiene muchas curvas; la recorren numerosos pueblos

rojizos y varias veces hacemos paradas para repartir ropa, zapatos, comida y

juguetes. No nos deja de sorprender la miseria que se ve en algunos lugares y cómo

los niños cuando nos ven parados corren desde todos los rincones para acercarse.

Siempre, aunque te rodee la nada, aparece alguien.

Llegamos a Marraquech cansados y después de dar varias vueltas, pedimos a un

taxista que nos lleve al parking frente a la Mezquita Koutoubia, donde dejamos las

autos encaminándonos a la Place Jamma el –Fna. Marraquech es una ciudad como

otra cualquiera con ruido de coches, gente por todas partes y semáforos que casi no

se respetan. Cruzando la Mezquita y la carretera, llegamos a la Jamma y aquí sí, aquí

Marraquech es donde se muestra en todo su esplendor, convirtiéndose en visita

obligada. El olor a comida envuelve todo y la música hace el resto, tomando al

visitante como uno más, comprobando in situ la magia de la que ya nos habían

hablado nuestros compañeros Lucía y Jerónimo; esta plaza tiene vida propia,

transmite vida en cada rincón y es una gozada disfrutar de ella por la noche. El

espacio es muy grande, acogiendo a músicos, bailarines, cuentacuentos, artistas,

sacadores de muelas, adivinos y encantadores de serpientes, todo ello alrededor de

decenas de pequeños restaurantes o puestos de comida que ofrecen toda clase de

especialidades (incluso hay uno que nos llama especialmente la atención donde se

venden sólo huevos cocidos que la gente se come metidos en pan). Estamos

alucinados, la verdad, maravillados por el ambiente, felices de estar aquí. De pronto,

un chico nos reconoce y nos hace señas para que nos acerquemos a su restaurante.

Es un chico que conocimos en las Dunas. Sus compañeros salen a nuestro encuentro

y forman tal fiesta para que nos quedemos a cenar que es imposible negarse. Se ríen,

cuentan chistes, hacen gracias, nos abrazan, nos cantan, los mejores showmans que

he visto jamás. Nos sentamos todos y compartimos una abundante cena de cus-cus,

calamares, patatas, pinchitos de cordero, pollo y pastela. Ahora, después de la cena,

empezamos a notar el cansancio acumulado por los kilómetros del día, así que tras un

breve vistazo a las tiendecitas decidimos dedicar a la Medina el día siguiente completo

y quedarnos a pasar las dos noches en el parking donde estábamos.

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Jueves, 24 de marzo

Nos levantamos dispuestos a perdernos en la Medina de Marraquech y eso es

literalmente lo que hicimos. Durante toda la mañana paseamos por un laberinto de

colores, olores y sabores (qué buenos están los pastelitos!), disfrutando de las

minúsculas y estrechas callejuelas que se cruzan unas a otras. Estábamos

maravillados ante tal exposición de artesanía: zapatillas, vestidos, cerámica, metales,

objetos de madera pintados con vivos colores y joyas. Ni que decir tiene que fue

inevitable no caer en la tentación de realizar algunas compras mientras la mañana

pasaba rápidamente admirando la belleza de la Plaza de la Brujería, La Puerta de Oro,

los colores de las especias en pirámide, el olor de los dátiles, etc. Nos divertimos

muchísimo hablando con todo el mundo, regateando, comiendo y probándonos gorros

y zapatillas. Nuestros agotados pies nos avisaron de que llegaba la hora de un

merecido descanso y nuestros estómagos de que debíamos reunirnos con Lucía y

Jerónimo para almorzar. Volvimos a las autos y quedamos para regresar a la Plaza

por la tarde. Aconsejo que toméis un zumo de naranja de cualquiera de los puestos

que hay en la Plaza durante todo el día porque sólo cuestan 30 céntimos y están

realmente ricos, sobre todo si pedís que os pongan unas gotitas de Azahar (gracias,

Lucía, por compartir este secretillo con nosotros); también me gustó especialmente el

m’seme (misimmi), una tortita que se rellena con miel o azúcar y que está muy buena.

Durante el descanso, conocimos a nuestros vecinos del parking, viajeros franceses

que llevaban tres meses con sus autos recorriendo Marruecos y Argelia. Compartimos

una animada charla y pestiños de nuestra compañera Paqui, que ella misma había

hecho (aprovechando todos los momentos para dar publicidad de nuestra tierra)

contando anécdotas y curiosidades.

Volvimos a la Medina para ver el zoco de los tintoreros y tomar un té en la terraza de

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la cafetería, deseando culminar el día con la vista nocturna de la plaza. Aunque

llegamos un poco tarde al zoco de los tintoreros, pudimos ver las lanas de colores

colgando para su secado y cómo la trabajaban gracias a la amabilidad de un señor al

que preguntamos. Nos llevó a ver la maquinaria y nos hizo una interesante y amena

demostración de “la magia de los colores”: cómo un color se transforma de tonalidad al

dibujar o tintar con él papel o lana. El anochecer en la terraza de la cafetería fue, sin

duda, un momento mágico. La plaza, a nuestros pies, tenía más vida que nunca y un

encanto que no pasaba desapercibido por ninguno de nosotros. Fue un día completo.

Viernes, 25 de marzo

Nuestra intención es hacer una breve parada en Casablanca para visitar la Mezquita

de Hassan II y, de camino, comprar anchoas en el mercado (baratísimas y de una

calidad excelente). Aparcamos las autos frente a la Mezquita y realmente la vista de la

misma nos deja boquiabiertos por su grandiosidad y opulencia.

Después de haber visto tanta pobreza es una imagen que nos transmite sentimientos

contradictorios pero sin poder dejar de admirar su extraordinaria belleza. Paseamos

para mirarla con detalle y observamos que el mosaico artesanal de su alminar es

realmente hermoso, cortado a mano y colocado formando complicados dibujos

geométricos.

Es el segundo edificio religioso más grande del mundo tras la mezquita de La Meca,

pudiendo acoger a 25.000 personas. No entramos porque es viernes y está prohibido

para los no musulmanes. Cogemos un taxi (en él vamos nueve personas) y,

milagrosamente con vida, llegamos al mercado donde nos abastecemos de anchoas a

un precio de 8 euros el kilo. Marruecos, exagerando, podría ser el país de los

extremos: frío-calor, desierto-valles verdes y fructíferos, pobreza-riqueza y mini taxis

(sólo para 3 personas) y taxis en los que pueden ir todos los que entren en él y no

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pierdan la respiración en el intento. Casablanca no nos llama la atención

especialmente si no es por su caótico tráfico y las ganas que teníamos de salir de ella.

Aquí, desde luego, tendrían que tener más en mente la frase berebere que

escuchamos cientos de veces durante nuestro viaje “La prisa mata”.

Llegamos al Camping municipal de Mequinez de noche y acabamos el día con una

cena todos juntos y conversación sobre la ruta del día siguiente.

Sábado, 26 de marzo

A las 8,30 ya estábamos saliendo del camping para llegar a Volúbilis cuanto antes y

aprovechar el camino de vuelta. La carretera que lleva a la Ciudad Romana está

acompañada de un paisaje verde y Moulay Idriss se divisa desde lejos destacando con

sus casas encaladas

Durante dos horas un guía nos enseña Volúbilis explicándonos con todo lujo de

detalles curiosidades de la misma y poniéndonos a las mujeres coronas de flores

(campanillas) en las cabezas (Volúbilis significa campanilla). La visita mereció la pena

y nos gustó mucho a todos, ya que la Ciudad está bien conservada en un entorno

precioso, desde donde se podía ver perfectamente la forma de camello de Moulay

Idriss.

Ponemos rumbo a nuestra última visita: Chechaouen.

Llegamos después del almuerzo y el tiempo se puso feo. Cuando dejó de llover, dimos

un paseo por este bonito y agradable pueblo. Estaba lleno de turistas, como nosotros,

pero disfrutamos paseando por sus estrechas y empinadas calles con casas blancas,

azules y añiles. Cruzando el puente sobre el Río Laou, nos acercamos hasta la fuente

y seguimos el ritual de lavarnos la cara tres veces (el agua estaba bastante fría) y

pedir un deseo. Desde el río pudimos ver a las mujeres lavando la ropa en los

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lavaderos y poniéndola a secar encima de las piedras o los arbustos. Había una vista

muy bonita desde aquí y el campo se veía más hermoso aún tras la lluvia. Se hacía

tarde y queríamos intentar llegar a Tánger para coger el último barco de hoy o el

primero de mañana, así que nos despedimos de Lucía y Jerónimo que se quedaban

un día más. Habíamos formado un buen equipo durante todo el viaje y nos dio pena

que se hubiera hecho tan corto. Nos prometimos volver el año que viene en Semana

Santa y bordear la costa.

El camino a Tánger se hizo pesado porque la carretera es bastante mala. Llegamos al

Puerto a las 23 horas y tuvimos suerte porque pudimos tomar el barco. Aquí termina

nuestro viaje.

En el recuerdo están los preciosos días que hemos pasado juntos y las experiencias

vividas; en nuestros sueños está la Semana Santa del año que viene…

Ha sido un viaje precioso y Marruecos un país que nos ha dejado absolutamente

sorprendidos y maravillados. Volveremos, seguro.

Por MONICA