Anexo Antologia de Cuentos Modernos

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ANTOLOGA DE

CUENTOS MODERNOSTexto 1

UNA NOCHE DE VERANO

El hecho de que Henry Armstrong estuviera enterrado no le pareca una prueba de su muerte: siempre haba sido un hombre difcil de convencer. Pero el testimonio de sus sentidos lo obligaba a reconocer que estaba realmente enterrado. Su postura tendido boca arriba con las manos cruzadas sobre el estmago y atadas con algo que rompi fcilmente, aunque sin alterar la situacin en forma provechosa, el estricto confinamiento de toda su persona, la negra oscuridad y el profundo silencio, constituan un conjunto de evidencias imposible de contradecir y l lo aceptaba sin vacilar.

Pero no estaba muerto, no; slo muy, muy enfermo. Senta, adems, la apata del invlido y no le preocupaba mucho el inusitado destino que le haba tocado. No era un filsofo, slo una persona comn y con mente dotada, por el momento, de una indiferencia patolgica; el rgano que le haba dado ocasin de inquietarse estaba ahora aletargado. De modo que sin particular aprensin por su futuro inmediato, se qued dormido y todo fue paz para Henry Armstrong.Pero algo se mova en la superficie. Era una oscura noche de verano, rasgada por frecuentes relmpagos que iluminaban unas nubes, las cuales avanzaban por el este preadas de tormenta. Esas breves y sorprendentes fulgores proyectaban una fantasmal claridad sobre los monumentos y las lpidas del cementerio. No era una noche propicia para que una persona normal anduviera vagabundeando alrededor del cementerio, de modo que los tres hombres que cavaban en la tumba de Henry Armstrong se sentan razonablemente seguros.Dos eran estudiantes de una Facultad de Medicina que se hallaba a pocas millas de all; el tercero, un gigantesco negro llamado Jess. Durante muchos aos Jess estaba empleado en el cementerio en calidad de sepulturero, y su broma favorita era decir que conoca todas las almas del lugar. Por la naturaleza de lo que estaba haciendo ahora, poda inferirse que el lugar no estaba tan poblado como su libro de registro poda hacer suponer.Un carrito y un caballo esperaban fuera del muro, en la parte ms alejada del camino.El trabajo de excavacin no resultaba difcil; la tierra con que haba sido rellenada la tumba descuidadamente unas horas antes ofreca poca resistencia y fue rpidamente removida. Sacar la tapa del atad result menos fcil, pero se hizo, ya que de ello dependa el negocio de Jess, quien la destornill cuidadosamente y la puso a un lado, dejando a la vista el cuerpo ataviado con pantalones negros y camisa blanca. En ese instante, un relmpago zigzague en el aire desgarrando la oscuridad, y casi inmediatamente estall un fragoroso trueno. Arrancado de su sueo, Henry Armstrong se incorpor tranquilamente. Profiriendo gritos incoherentes, los hombres huyeron aterrorizados, cada uno en una direccin. Dos de ellos no hubieran regresado por nada del mundo, pero Jess estaba hecho de otra pasta.Con las primeras luces del amanecer, los dos estudiantes, plidos de ansiedad, la mirada perdida, con el miedo de su aventura latiendo an tumultuosamente en su sangre, se encontraron en la facultad de Medicina.-Lo viste? - exclam uno de ellos.-Por Dios! iS!... Qu vamos a hacer?Se encaminaron a la parte posterior del edificio, donde vieron un carruaje con un caballo atado por el ronzal a una verja, junto a la puerta de la sala de diseccin. Mecnicamente entraron: en un banco, en la oscuridad, estaba el negro Jess. Se levant sonriendo, todo ojos y dientes.- Estoy esperando mi paga -dijo.

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Ambrose Bierce

Texto 2

BEATRIZ (La polucin)

Dijo el to Rolando que esta ciudad se est poniendo imbancable de tanta polucin que tiene. Yo no dije nada para no quedar como burra pero de toda la frase slo entend la palabra ciudad. Despus fui al diccionario y busqu la palabra imbancable y no est. El domingo, cuando fui a visitar al abuelo le pregunt qu quera decir imbancable y l se ro y me explic con buenos modos que quera decir insoportable. Ah s comprend el significado porque Graciela, o sea mi mami, me dice algunas veces, o ms bien casi todos los das, por favor, Beatriz, por favor, a veces te pons verdaderamente insoportable. Precisamente ese mismo domingo a la tarde me lo dijo, aunque esta vez repiti tres veces por favor, por favor, por favor, Beatriz, a veces te pons verdaderamente insoportable, y yo, muy serena, habrs querido decir que estoy imbancable, y a ella le hizo gracia, aunque no demasiada pero me quit la penitencia y eso fue muy importante. La otra palabra, polucin, es bastante ms difcil. Esa s est en el diccionario. Dice, polucin: efusin de semen. Qu ser efusin y qu ser semen. Busqu efusin y dice: derramamiento de un lquido. Tambin me fij en semen y dice: semilla, simiente, lquido que sirve para la reproduccin. O sea que lo que dijo el to Rolando quiere decir esto: esta ciudad se est poniendo insoportable de tanto derramamiento de semen. Tampoco entend, as que la primera vez que me encontr con Rosita mi amiga, le dije mi grave problema y todo lo que deca el diccionario. Y ella: tengo la impresin de que semen es una palabra sensual, pero no s qu quiere decir. Entonces me prometi que lo consultara con su prima Sandra, porque es mayor y en su escuela dan clase de educacin sensual. El jueves vino a verme muy misteriosa, yo la conozco bien, cuando tiene un misterio se le arruga la nariz, y como en la casa estaba Graciela, esper con muchsima paciencia que se fuera a la cocina a preparar las milanesas, para decirme, ya averig, semen es una cosa que tienen los hombres grandes, no los nios, y yo, entonces nosotras todava no tenemos semen, y ella, no seas bruta, ni ahora ni nunca, semen slo tienen los hombres cuando son viejos como mi padre o tu papi el que est preso, las nias no tenemos semen ni siquiera cuando seamos abuelas, y yo, qu raro eh, y ella, Sandra, dice que todos los nios y las nias venimos del semen porque este lquido tiene bichitos que se llaman espermatozoides y Sandra estaba contenta porque en la clase haba aprendido que espermatozoide se escribe con zeta. Cuando se fue Rosita yo me qued pensando y me pareci que el to Rolando quiz haba querido decir que la ciudad estaba insoportable de tantos espermatozoides (con zeta) que tena. As que fui otra vez a lo del abuelo, porque l siempre me entiende y me ayuda aunque no exageradamente, y cuando le cont lo que haba dicho to Rolando y le pregunt si era cierto que la ciudad estaba ponindose imbancable porque tena muchos espermatozoides, al abuelo le vino una risa tan grande que casi se ahoga y tuve que traerle un vaso de agua y se puso bien colorado y a m me dio miedo de que le diera un patats y conmigo solita en una situacin tan espantosa. Por suerte de a poco se fue calmando y cuando pudo hablar me dijo, entre tos y tos, que lo que to Rolando haba dicho se refera a la contaminacin atmosfrica. Yo me sent ms bruta todava, pero enseguida l me explic que la atmsfera era el aire, y como en esta ciudad hay muchas fbricas y automviles todo ese humo ensucia el aire o sea la atmsfera y eso es la maldita polucin y no el semen que dice el diccionario, y no tendramos que respirarla pero como si no respiramos igualito nos morimos, no tenemos ms remedio que respirar toda esa porquera. Yo le dije al abuelo que ahora sacaba la cuenta que mi pap tena entonces una ventajita all donde est preso porque en ese lugar no hay muchas fbricas y tampoco hay muchos automviles porque los familiares de los presos polticos son pobres y no tienen automviles. Y el abuelo dijo que s, que yo tena mucha razn, y que siempre haba que encontrarle el lado bueno a las cosas. Entonces yo le di un beso muy grande y la barba me pinch ms que otras veces y me fui corriendo a buscar a Rosita y como en su casa estaba la mami de ella que se llama Asuncin, igualito que la capital de Paraguay, esperamos las dos con mucha paciencia hasta que por fin se fue a regar las plantas y entonces yo, muy misteriosa, vas a decirle de mi parte a tu prima Sandra que ella es mucho ms burra que vos y que yo, porque ahora s lo averig todo y nosotras no venimos del semen sino de la atmsfera.

Mario Benedetti

Texto 3

CAPERUCITA ROJA

En un bosque muy lejos de aqu, viva una alegre y bonita nia a la que todos queran mucho. Para su cumpleaos, su mam le prepar una gran fiesta. Con sus amigos, la nia jug, bail, sopl las velitas, comi tarta y caramelos. Y como era buena, recibi un montn de regalos. Pero su abuela tena una sorpresa: le regal una capa roja de la que la nia jams se separ. Todos los das sala vestida con la caperuza. Y desde entonces, todos la llamaban Caperucita Roja.Un da su mam le llam y le dijo:

- Caperucita, maana quiero que vayas a visitar a la abuela porque est enferma. Llvale esta cesta con frutas, pasteles, y una botella de vino dulce.

A la maana siguiente, Caperucita se levant muy temprano, se puso su capa y se despidi de su mam que le dijo:

Hija, ten mucho cuidado. No cruces el bosque ni hables con desconocidos.Pero Caperucita no hizo caso a su mam. Y como crea que no haba peligros, decidi cruzar el bosque para llegar ms temprano. Sigui feliz por el camino. Cantando y saludando a todos los animalitos que cruzaban su camino. Pero lo que ella no saba es que escondido detrs de los rboles, se encontraba el lobo que la segua y observaba.

De repente, el lobo la alcanz y le dijo:

- Hola, Caperucita!

- Hola, seor lobo!

- A dnde vas as tan guapa y con tanta prisa?

- Voy a visitar a mi abuela, que est enferma, y a la que llevo frutas, pasteles, y una botella de vino dulce.

- Y adnde vive su abuelita?

- Vive del otro lado del bosque. Y ahora tengo que irme, si no, no llegar hoy. Adis, seor lobo.

El lobo sali disparado. Corri todo lo que pudo hasta llegar a la casa de la abuela. Llam a la puerta.

- Quin es? Pregunt la abuelita.

Y el lobo, imitando la voz de la nia le dijo:

- Soy yo, Caperucita.

La abuela abri la puerta y no tuvo tiempo de reaccionar. El lobo entr y se la trag de un solo bocado. Se puso el gorrito de dormir de la abuela y se meti en la su cama para esperar a Caperucita.

Caperucita, despus de recoger algunas flores del campo para la abuela, finalmente lleg a la casa. Llam a la puerta y una voz le dijo que entrara. Cuando Caperucita entr y se acerc a la cama not que la abuela estaba muy cambiada. Y pregunt:

- Abuelita, abuelita, qu ojos tan grandes tienes!

Y el lobo, imitando la voz de la abuela, contest:

- Son para verte mejor.

- Abuelita, qu orejas ms grandes tienes!

- Son para orte mejor.

- Abuelita, qu nariz ms grande tienes!

- Es para olerte mejor.

Y ya asustada, sigui preguntando:

- Pero abuelita, qu dientes tan grandes tienes!

- Son para comerte mejor!

Y el lobo saltando sobre caperucita, se la comi tambin de un bocado. El lobo, con la tripa totalmente llena acab durmindose en la cama de abuela. Caperucita y su abuelita empezaron a dar gritos de auxilio desde dentro de la barriga del lobo. Los gritos fueron odos por un leador que pasaba por all y se acerc para ver lo que pasaba. Cuando entr en la casa y percibi todo lo que haba sucedido, abri la barriga del lobo, salvando la vida de Caperucita y de la abuela. Despus, llen piedras a la barriga del lobo y la cosi. Cuando el lobo se despert senta mucha sed. Y se fue a un pozo a beber agua. Pero al agacharse la tripa le pes y el lobo acab cayendo dentro del pozo del que jams consigui salirse. Y as, todos pudieron vivir libres de preocupaciones en el bosque. Y Caperucita prometi a su mam que jams volvera a desobedecerla. Texto 4

CAPERUCITA AZULAquella nia de siete aos, inserta en paisaje alpino, era encantadora. La llamaban, por su indumentaria, Caperucita azul.Su encanto fsico quedaba anulado por su perversidad moral. Las personas cultas del pueblo no podan explicar cmo en un ser podan acumularse la soberbia, la crueldad y el egosmo de un modo tan monstruoso.

Sus padres luchaban diariamente para convencer a Caperucita.

Llevars la merienda a la abuelita?

No!

Y surgan los gritos y amenazas. Todo lo que surge cuando hay un conflicto educacional.Caperucita tena que atravesar todos los das, tras la discusin, un hermoso pinar para llegar a la casita donde viva sola su abuelita.Caperucita entraba en casa de su abuelita y apenas la saludaba, dejaba la cesta con la merienda y marchaba precipitadamente, sin dar ninguna muestra de cario.Haba en el bosque un perro grande y manso de San Bernardo. El perro viva solo y se alimentaba de la comida que le daban los cazadores.Cuando el perro vea a Caperucita se acercaba alegre, moviendo el rabo. Caperucita le lanzaba piedras. El perro marchaba con aullido lastimero. Pero todos los das el perro sala a su encuentro, a pesar de las sevicias.Un da surgi una macabra idea en la pequea, pero peligrosa, mente de la nia. Por qu aquel martirio diario de las discusiones y del caminar hasta la casa de su abuela?Ella llevaba en la cesta un queso, un pastel y un poco de miel. Un veneno en el queso? No se lo venderan en la farmacia. Adems, no tena dinero. Un disparo? No. La escopeta de su padre pesaba mucho. No podra manejarla.

De repente brill en su imaginacin el reflejo del cuchillo afilado que tena en su mesita la abuelita.La decisin estaba tomada. El canto de los pjaros y el perfume de las flores no podan suavizar su odio. Cerca de la casa surgi de nuevo el enorme perro. Caperucita le grit, lanzndole una piedra.Llam a la puerta.

Pasa, Caperucita.Su abuela descansaba en el lecho. Unos minutos despus se oyeron gritos.

Cuando el cuchillo iba a convertirse en instrumento mortal, Caperucita cay derribada al suelo. El pacfico San Bernardo haba saltado sobre ella. Caperucita quedaba inmovilizada por el peso del perro. Por el peso y el temor, por primera vez, un gruido severo, amenazador, surga de la garganta del perro.La abuelita, tras tomar una copa de licor, reaccion del espanto. Llam por telfono al pueblo.Caperucita fue examinada por un psiquiatra competente de la ciudad. Despus la internaron en un centro de reeducacin infantil.La abuelita, llevndose a su perro salvador, abandon la casa del bosque y se fue a vivir con sus hijos.Veinte aos despus. Caperucita, enfermera diplomada, marchaba a una misin de frica.

A quin atribuye usted su maldad infantil?, le pregunt un periodista.

A la televisin contest ella subiendo al avin.

En frica, Caperucita muri asesinada por un negro que jams vio televisin. Pero haba visto otras cosas.Ignacio ViarTexto 5

CAPERUCITA ROJACaperucita Roja visitar a la abuela que en el poblado prximo sufre de extrao mal. Caperucita Roja, la de los rizos rubios, tiene el corazoncito tierno como un panal.

A las primeras luces ya se ha puesto en camino y va cruzando el bosque con un pasito audaz. Sale al paso Maese Lobo, de ojos diablicos. Caperucita Roja, cuntame adnde vas.

Caperucita es cndida como los lirios blancos. Abuelita ha enfermado. Le llevo aqu un pastel y un pucherito suave, que se derrama en juego. Sabes del pueblo prximo? Vive en la entrada de l.

Y ahora, por el bosque discurriendo encantada, recoge bayas rojas, corta ramas en flor, y se enamora de unas mariposas pintadas que la hacen olvidarse del viaje del Traidor...

El Lobo fabuloso de blanqueados dientes, ha pasado ya el bosque, el molino, el alcor, y golpea en la plcida puerta de la abuelita, que le abre. (A la nia ha anunciado el Traidor.)

Ha tres das la bestia no sabe de bocado. Pobre abuelita invlida, quin la va a defender! ... Se la comi riendo toda y pausadamente y se puso en seguida sus ropas de mujer.

Tocan dedos menudos a la entornada puerta. De la arrugada cama dice el Lobo: Quin va? La voz es ronca. Pero la abuelita est enferma la nia ingenua explica. De parte de mam.

Caperucita ha entrado, olorosa de bayas. Le tiemblan en la mano gajos de salvia en flor. Deja los pastelitos; ven a entibiarme el lecho. Caperucita cede al reclamo de amor.

De entre la cofia salen las orejas monstruosas. Por qu tan largas?, dice la nia con candor. Y el velludo engaoso, abrazado a la nia: Para qu son tan largas? Para orte mejor.

El cuerpecito tierno le dilata los ojos. El terror en la nia los dilata tambin. Abuelita, decidme: por qu esos grandes ojos? Corazoncito mo, para mirarte bien...

Y el viejo Lobo re, y entre la boca negra tienen los dientes blancos un terrible fulgor. Abuelita, decidme: por qu esos grandes dientes? Corazoncito, para devorarte mejor...

Ha arrollado la bestia, bajo sus pelos speros, el cuerpecito trmulo, suave como un velln; y ha molido las carnes, y ha molido los huesos, y ha exprimido como una cereza el corazn...

Gabriela MistralTexto 6

EL REIDOR

Cuando me preguntan por mi oficio, siento una gran confusin. Yo, a quien todo el mundo considera hombre de una gran seguridad, me pongo colorado y tartamudeo.Envidio a las personas que pueden decir: soy albail. Envidio a los peluqueros, contables y escritores por la simplicidad de su confesin, pues todos estos oficios se explican por s mismos y no necesitan aclaraciones prolijas. Pero yo me veo obligado a responder: Soy reidor. Tal confesin implica otras preguntas, ya que a la segunda: Puede usted vivir de ello?, he de contestar con un sincero S. Vivo de mi risa, y vivo bien, pues mi risa -hablando comercialmente de ella- es muy cotizada. Soy un reidor bueno, experto; nadie re como yo, nadie domina como yo los matices de mi arte. Durante mucho tiempo -y para prevenir preguntas enojosas- me he calificado de actor, sin embargo mis facultades mmicas y vocales son tan mnimas que esta calificacin no me pareca adecuada a la realidad. Amo la verdad, y la verdad es que soy reidor. No soy payaso ni cmico, no alegro a las gentes, sino que produzco hilaridad: ro como un emperador romano o como un bachiller sensible, la risa del siglo XVII me es tan familiar como la del siglo XIX y si es preciso ro como se ha hecho a travs de todos los siglos, de todas las clases sociales, de todas las edades: lo he aprendido tal como se aprende a poner suelas a los zapatos. La risa de Amrica descansa en mi pecho, la risa de frica, risa blanca, roja, amarilla; y por un honorario decente la hago estallar, como mande el director artstico.Me he hecho imprescindible, ro en discos, ro en cinta magnetofnica, y los directores de las radionovelas me tratan con gran respeto. Ro melanclicamente, moderadamente, histricamente, ro como un cobrador de tranva o como un aprendiz del ramo alimenticio; produzco la risa maanera, la vespertina, la nocturna y la risa del ocaso, en una palabra: all donde haya necesidad de rer, all estoy yo.Cranme, este oficio es cansado, y lo es tanto ms cuanto que -y sta es mi especialidad- domino la risa contagiosa. Por eso soy imprescindible para los cmicos de tercera y cuarta categora, que con razn tiemblan por el efecto de sus chistes. Casi todas las tardes me siento en los locales de variedades para rer contagiosamente en los momentos dbiles del programa, con lo que constituyo una especie de sutil claqu. Este trabajo tiene que realizarse con gran exactitud: mi risa cordial y espontnea no ha de sonar demasiado pronto ni tampoco demasiado tarde, sino en el momento preciso. Entonces, segn se ha programado, empiezo a soltar carcajadas y todos los asistentes se unen a mis risas, con lo que el chiste se ha salvado.Despus me dirijo, agotado, sigilosamente al camerino, me pongo el abrigo, feliz por haber terminado mi trabajo. En casa me esperan casi siempre telegramas con Necesitamos urgentemente su risa. Grabacin el martes y, pocas horas ms tarde, me acurruco en un expreso con demasiada calefaccin y maldigo mi suerte.Todo el mundo comprender que terminada mi jornada o en vacaciones tenga pocas ganas de rer: el ordeador est contento si puede olvidarse de las vacas, el albail feliz si puede olvidar el mortero y los carpinteros suelen tener en casa puertas que no funcionan o cajones muy difciles de abrir. A los pasteleros les gustan los pepinillos en vinagre, a los carniceros el mazapn y los panaderos prefieren la carne al pan; a los toreros les encantan las palomas, los boxeadores se ponen plidos si a sus hijos les sangra la nariz: lo comprendo muy bien, pues yo despus del trabajo jams me ro. Soy un hombre superserio y la gente me considera -acaso con razn- pesimista.En los primeros aos de nuestro matrimonio, mi mujer sola decirme: Rete, pero, mientras tanto, se ha dado cuenta de que no puedo satisfacer su deseo. Soy feliz cuando puedo relajar mis cansados msculos faciales, cuando, puedo relajar mi cansado nimo a base de una profunda seriedad. S, tambin la risa de los otros me pone nervioso, porque me recuerda demasiado mi oficio. El nuestro es, pues, un matrimonio tranquilo y pacfico, porque tambin mi mujer ha olvidado qu es rer. De vez en cuando la pillo con una sonrisa y entonces tambin yo sonro. Hablamos sin levantar la voz, pues odio el ruido de las variedades, odio el ruido que puede reinar en los estudios de grabacin. La gente que no me conoce me considera poco comunicativo. Tal vez lo sea porque he de abrir a menudo la boca para rer.Sigo mi vida con rostro inmutable, slo de vez en cuando me permito una leve sonrisa y a menudo me pregunto si habr redo alguna vez. Creo que no. Mis hermanos pueden decir que siempre fui un muchacho muy serio.

As pues, suelo rer de mltiples formas, pero desconozco mi propia risa.

Heinrich Bll

Texto 7

EL OTRO YO

Se trataba de un muchacho corriente: en los pantalones se le formaban rodilleras, lea historietas, haca ruido cuando coma, se meta los dedos en la nariz, roncaba en la siesta, se llamaba Armando. Corriente en todo, menos en una cosa: tena Otro Yo.El Otro Yo usaba cierta poesa en la mirada, se enamoraba de las actrices, menta cautelosamente, se emocionaba en los atardeceres. Al muchacho le preocupaba mucho su Otro Yo y le haca sentirse incmodo frente a sus amigos. Por otra parte, el Otro Yo era melanclico y, debido a ello, Armando no poda ser tan vulgar como era su deseo.Una tarde Armando lleg cansado del trabajo, se quit los zapatos, movi lentamente los dedos de los pies y encendi la radio. En la radio estaba Mozart, pero el muchacho se durmi. Cuando despert el Otro Yo lloraba con desconsuelo. En el primer momento, el muchacho no supo qu hacer, pero despus se rehzo e insult concienzudamente al Otro Yo. Este no dijo nada, pero a la maana siguiente se haba suicidado.Al principio la muerte del Otro Yo fue un rudo golpe para el pobre Armando, pero en seguida pens que ahora s podra ser ntegramente vulgar. Ese pensamiento lo reconfort.Solo llevaba cinco das de luto, cuando sali a la calle con el propsito de lucir su nueva y completa vulgaridad. Desde lejos vio que se acercaban sus amigos. Eso le llen de felicidad e inmediatamente estall en risotadas. Sin embargo, cuando pasaron junto a l, ellos no notaron su presencia. Para peor de males, el muchacho alcanz a escuchar que comentaban: Pobre Armando. Y pensar que pareca tan fuerte, tan saludable.El muchacho no tuvo ms remedio que dejar de rer y, al mismo tiempo, sinti a la altura del esternn un ahogo que se pareca bastante a la nostalgia. Pero no pudo sentir autentica melancola, porque toda la melancola se la haba llevado el Otro Yo.Mario Benedetti

Texto 8EL CRIADO DEL RICO MERCADER

rase una vez, en la ciudad de Bagdad, un criado que serva a un rico mercader. Un da, muy de maana, el criado se dirigi al mercado para hacer la compra. Pero esa maana no fue como todas las dems, porque esa maana vio all a la Muerte y porque la Muerte le hizo un gesto.Aterrado, el criado volvi a la casa del mercader.Amo le dijo, djame el caballo ms veloz de la casa. Esta noche quiero estar muy lejos de Bagdad. Esta noche quiero estar en la remota ciudad de Ispahn.Pero por qu quieres huir?Porque he visto a la Muerte en el mercado y me ha hecho un gesto de amenaza.El mercader se compadeci de l y le dej caballo, y el criado parti con la esperanza de encontrarse por la noche en Ispahn.Por la tarde, el propio mercader fue al mercado, y, como le haba sucedido antes al criado, tambin l vio a la Muerte.Muerte le dijo acercndose a ella, por qu le has hecho un gesto de amenaza a mi criado?,Un gesto de amenaza? contest la Muerte. No, no ha sido un gesto de amenaza, sino de asombro. Me ha sorprendido verlo aqu, tan lejos de Ispahn, porque esta noche debo llevarme en Ispahn a tu criado.Bernardo Atxaga

UNA NOCHE DE VERANO

Estirado, desnudo, sobre una larga mesa yaca el cuerpo de Henry Armstrong. Tena la cabeza manchada de sangre y arcilla por el golpe de la pala.

Texto 9

LAS ADVERTENCIAS

Un da, un joven se arrodill a orillas de un ro. Meti los brazos en el agua para refrescarse el rostro y all, en el agua, vio de repente la imagen de la muerte. Se levant muy asustado y pregunt:

-Pero... qu quieres? Soy joven! Por qu vienes a buscarme sin previo aviso?

-No vengo a buscarte -contest la voz de la muerte-. Tranquilzate y vuelve a tu hogar, porque estoy esperando a otra persona. No vendr a buscarte sin prevenirte, te lo prometo.

El joven entr en su casa muy contento. Se hizo hombre, se cas, tuvo hijos, sigui el curso de su tranquila vida. Un da de verano, encontrndose junto al mismo ro, volvi a detenerse para refrescarse. Y volvi a ver el rostro de la muerte. La salud y quiso levantarse. Pero una fuerza lo mantuvo arrodillado junto al agua. Se asust y pregunt:

-Pero qu quieres?

-Es a ti a quien quiero -contest la voz de la muerte-. Hoy he venido a buscarte.

-Me habas prometido que no vendras a buscarme sin prevenirme antes! No has mantenido tu promesa!

-Te he prevenido!

-Me has prevenido?

-De mil maneras. Cada vez que te mirabas a un espejo, veas aparecer tus arrugas, tu pelo se volva blanco. Sentas que te faltaba el aliento y que tus articulaciones se endurecan. Cmo puedes decir que no te he prevenido?

Y se lo llev hasta el fondo del agua.

Cuento chino

Texto 10

EL ECLIPSE DE SOL

Cuando fray Bartolom Arrazola se sinti perdido, acept que ya nada podra salvarlo. La selva poderosa de Guatemala lo haba apresado, implacable y definitiva. Ante su ignorancia topogrfica se sent con tranquilidad a esperar la muerte. Quiso morir all, sin ninguna esperanza, aislado, con el pensamiento fijo en la Espaa distante, particularmente en el convento de Los Abrojos, donde Carlos Quinto condescendiera una vez a bajar de su eminencia para decirle que confiaba en el celo religioso de su labor redentora.

Al despertar se encontr rodeado por un grupo de indgenas de rostro impasible que se disponan a sacrificarlo ante un altar, un altar que a Bartolom le pareci como el lecho en que descansara, al fin, de sus temores, de su destino, de s mismo.

Tres aos en el pas le haban conferido un mediano dominio de las lenguas nativas.Intent algo. Dijo algunas palabras que fueron comprendidas.

Entonces floreci en l una idea que tuvo por digna de su talento y de su cultura universal y de su arduo conocimiento de Aristteles. Record que para ese da se esperaba un eclipse total de sol. Y dispuso, en lo ms ntimo, valerse de aquel conocimiento para engaar a sus opresores y salvar la vida.

Si me matis les dijo puedo hacer que el sol se oscurezca en su altura.

Los indgenas lo miraron fijamente y Bartolom sorprendi la incredulidad de sus ojos. Vio que se produjo un pequeo consejo, y esper confiado, no sin cierto desdn.

Dos horas despus el corazn de fray Bartolom Arrazola chorreaba su sangre vehemente sobre la piedra de los sacrificios (brillante bajo la opaca luz de un sol eclipsado), mientras uno de los indgenas recitaba sin ninguna inflexin de voz, sin prisa, una por una, las infinitas fechas en que se produciran eclipses solares y lunares, que los astrnomos de la comunidad maya haban previsto y anotado en sus cdices sin la valiosa ayuda de Aristteles.

Texto 11

LA LEYENDA DE CHINGOLO (Paraguay)

Oyes ese trino? Es el chingolo que anuncia el cambio de viento, que previene contra el tiempo malo y fro. Ese pjaro se llama Che sy asy en idioma guaran, palabras que, en castellano, significan: "Mi madre se halla enferma". Por qu se le habr dado ese nombre?PRIVATE

El porqu es una linda historia. Entre los indgenas que pueblan la regin del Guaira se conserva el recuerdo de Chingolo, un nio guaran que am entraablemente a su madre. Enferm ella gravemente; sintindose a punto de morir, le pidi al hijo que fuera en busca de una planta que se consideraba como nico remedio de su mal.

Creca la planta en lo ms intrincado de la selva; con todo, el nio se mostr valiente y fue a buscarla. Oy los rugidos del jaguar, pero sigui adelante. Anduvo de un lado a otro hasta que hall la planta y quiso regresar a su casa. En tanto sobrevino la noche; una noche oscura que no le permiti distinguir el camino. Desorientado, vag por la selva exclamando: "Che sy asy! Che sy asy!", como si la evocacin de la madre enferma pudiera inspirar piedad a algn ser compasivo que le ayudara a salir del trance.

Amaneca y el nio vagaba an desorientado en el bosque, ignorante de que la madre haba muerto.

Los dioses comprendieron que Chingolo no se conformara jams con la prdida del ser que ms amaba en el mundo y, en el deseo de evitarle el dolor de la orfandad, lo convirtieron en ave, para que volara por el mundo en busca de la madre, animado por la eterna esperanza de reunirse con ella alguna vez.

Desde entonces el Chingolo aletea en el bosque, anida en los aleros y, como si buscara el amparo de los buenos o la proteccin de los piadosos, les advierte la proximidad de los malos vientos y les recuerda su gran pena repitiendo en sus trinos: "Che sy asy!"

Texto 12

LOS DOS REYES Y LOS DOS LABERINTOS

Cuentan los hombres dignos de fe (pero Ala sabe ms) que en los primeros das hubo un rey de las islas de Babilonia que congreg a sus arquitectos y magos y les mand construir un laberinto tan complejo y sutil que los varones ms prudentes no se aventuraban a entrar, y los que entraban se perdan. Esa obra era un escndalo, porque la confusin y la maravilla son operaciones propias de Dios y no de los hombres. Con el andar del tiempo vino a la corte un rey de los rabes, y el rey de Babilonia (para hacer burla de la simplicidad de su husped) lo hizo penetrar en el laberinto, donde vag afrentado y confundido hasta la declinacin1 de la tarde. Entonces implor socorro divino y dio con la puerta. Sus labios no profirieron queja ninguna, pero le dijo al rey de Babilonia que l en Arabia tena un laberinto mejor y que, si Dios era servido, se lo dara a conocer algn da. Luego regres a Arabia, junto a sus capitanes y sus alcaides y estrag los reinos de Babilonia con tan venturosa fortuna que derrib sus castillos, rompi sus gentes e hizo cautivo al mismo rey. Lo amarr encima de un camello veloz y lo llev al desierto. Cabalgaron tres das, y le dijo: Oh, rey del tiempo y sustancia y cifra del siglo!2, en Babilonia me quisiste perder en un laberinto de bronce con muchas escaleras y muros; ahora el Poderoso ha tenido a bien que te muestre el mo, donde no hay escaleras que subir, ni puertas que forzar, ni fatigosas galeras que recorrer, ni muros que te veden el paso.Luego le desat las ligaduras y lo abandon en mitad del desierto, donde muri de hambre y sed. La gloria sea con Aquel3 que no muere.

1declinacin: cada.2Oh, rey del tiempo y sustancia y cifra del siglo!: es una frase que utilizan los musulmanes para invocar a Al.3Aquel que no muere: Al.Jorge Luis Borges

Texto 13

EL ENCANTO (Cuento chino)

(Dinasta Tang - Siglos VII-X)

Chienniang era la hija del seor Chang Yi, funcionario de Hunan. Tena un primo llamado Wang Chu, que era un joven inteligente y apuesto. Haban crecido juntos y, como el seor Chang Yi quera mucho al muchacho, dijo que lo aceptara de yerno. Ambos escucharon la promesa, y como estaban siempre juntos, el amor aument da a da. Ya no eran nios y llegaron a tener relaciones ntimas. Desgraciadamente, el padre no lo advirti. Un da un joven funcionario le pidi la mano de su hija y el seor Chang Yi , olvidando su antigua promesa, consinti.

Chienniang, debiendo elegir entre el amor y el respeto que le deba a su padre, estuvo a punto de morir de pena, y el joven estaba tan despechado que decidi abandonar el pas para no ver a su novia casada con otro. Invent un pretexto y le comunic a su to que deba marchar a la capital. Como el to no logr disuadirlo, le dio dinero, regalos, y le ofreci una fiesta de despedida. Wang Chu, desesperado, pas cavilando todo el tiempo de la fiesta, dicindose que era mejor partir y no empearse en un amor imposible.

Wang Chu se embarc una tarde y haba navegado unas millas cuando cay la noche. Le dijo al marinero que amarrara la embarcacin y que descansaran, pero por ms que se esforz no pudo conciliar el sueo. Hacia la medianoche, oy pasos que se acercaban. Se incorpor y pregunt:

-Quin anda ah, a estas horas de la noche?

-Soy yo, soy Chienniang.

Sorprendido y feliz, Chang Chu la hizo entrar a la embarcacin. Ella le dijo que el padre haba sido injusto con l y que no poda resignarse a la separacin. Tambin ella haba temido que Wang Chu, en su desesperacin, se viera arrastrado al suicidio. Por eso haba desafiado la clera de los padres y la reprobacin de la gente y haba venido para seguirlo a donde fuera. Ambos, muy dichosos, prosiguieron el viaje a Szechuen.

Pasaron cinco aos de felicidad y ella le dio dos hijos. Pero no llegaban noticias de la familia y Chienniang pensaba cada vez ms en su padre. sta era la nica nube en su felicidad. Ignoraba si sus padres vivan o no, y una noche le confi a Wang Chu su pena.

-Eres una buena hija -dijo l- ya han pasado cinco aos y se les debe de haber pasado el enojo. Volvamos a casa.

Chienniang se regocij y se aprestaron a regresar con los nios.

Cuando la embarcacin lleg a la ciudad natal, Wang Chu le dijo a Chienniang.

-No sabemos cmo encontraremos a tus padres. Djame ir antes a averiguarlo.

Al divisar la casa, sinti que el corazn le lata. Wang Chu vio a su suegro, se arrodill, hizo una reverencia y pidi perdn. Chang Yi lo mir asombrado y le dijo:

-De qu hablas? Hace cinco aos Chienniang est en cama y sin conciencia. No se ha levantado una sola vez.

-No comprendo -dijo Wang Chu- ella est perfectamente sana y nos espera a bordo.

Chang Yi no saba qu pensar y mand dos doncellas a ver a Chienniang.

La encontraron sentada en la embarcacin bien ataviada y contenta. Maravillada, las doncellas volvieron y aument el asombro de Chang Yi.

Entretanto, la enferma haba odo las noticias y pareca haberse curado: sus ojos brillaban con una nueva luz. Abandon el lecho y se visti ante el espejo. Sonriendo y sin decir una palabra, se dirigi a la embarcacin.

La que estaba a bordo iba hacia la casa: se encontraron en la orilla. Se abrazaron y los dos cuerpos se confundieron y slo qued una Chienniang, joven y bella como siempre. Sus padres se regocijaron, pero ordenaron a los sirvientes que guardaran silencio, para evitar comentarios.

Por ms de cuarenta aos, Wang Chu y Chienniang vivieron juntos y fueron felices.

Texto 14

LOS DIENTES DEL VAMPIRO

El viento aullaba entre los cipreses. El profesor Van Gunt, con un pequeo portafolios negro en su mano derecha, y utilizando la izquierda para proteger su chistera de la tormenta, avanzaba difcilmente. Un perro aull en la lejana y la luna comenz a enrojecer.

Es un tiempo ideal para los vampiros murmur el profesor.

Sujet con ms fuerza el asa del portafolios negro. Los vampiros no le asustaban. Haba suprimido a tantos, a lo largo de su existencia, que ya deban quedar bien pocos.

Un casern imponente apareci ante l. Se hubiera dicho que estaba abandonado, a no ser por el dbil resplandor que se filtraba por uno de los ventanales.

Van Gunt abandon por un instante la proteccin de su chistera para golpear la puerta. Despus de una espera interminable, se oy un gran ruido de cadenas y la puerta gir chirriando.

Dara usted hospitalidad a un viajero extraviado? pregunt Van Gunt.

El viejo afirm con un gruido y se apart para dejarle pasar.

Voy a conducirle a su habitacin dijo.

Al pasar por el saln, donde los leos que ardan arrojaban extraos fulgores, Van Gunt observ los catlogos que haba sobre la mesa.

Es usted aficionado a la filatelia? pregunt.

El viejo tuvo un estremecimiento:

Cuanto menos se hable de ciertas cosas, mejor.

No pronunciaron ms palabras y el profesor Van Gunt qued instalado en una habitacin confortable, pero glacial. El profesor no tard en que darse dormido.

Le despert un grito espantoso.

Sin perder tiempo en vestirse, Van Gunt se precipit hacia el saln.

Iluminado por los reflejos del fuego moribundo, el viejo yaca en el suelo. El profesor constat con horror que el desgraciado haba sido vaciado completamente de su sangre. Dos marcas en el cuello revelaban cmo haba perecido.

Un vampiro exclam con voz estrangulada.

Se agach para recoger un sello que se haba escapado de un lbum entreabierto. Observ que su borde dentado estaba desfigurado por dos dientes monstruosos, puntiagudos y manchados de rojo. La imagen representaba a un hombre de aspecto malsano y cruel.

!El conde Drcula!

Van Gunt busc en el interior del portafolio, que haba tenido la precaucin de traerse, y sac un mondadientes de madera con el que traspas el sello en el lugar del corazn.

La efigie del conde Drcula comenz a hacerse borrosa, hasta desaparecer por completo.

El profesor se apoder de la coleccin de sellos, y de todos los objetos de valor que pudo encontrar, aprovechando la circunstancia.

Texto 15

JUEGO DE MANOS

Cuando Jos el Desgraciado invent su pegamento fisiolgico, no fue ni por amor a la Ciencia, ni por amor a la Gloria. De hecho, tena una idea muy precisa en la cabeza.No sin motivos, Jos haba sido apodado el Desgraciado. Ya desde pequeo sus compaeros de juego se burlaban de l y lo humillaban con sus sarcasmos.Mala-pata! Mala-pata! le gritaban a sus espaldas.Pero fue el mote de Desgraciado el que le qued. Porque, y ello no era ningn secreto para nadie, Jos posea, en la palma de su mano izquierda, la ms extraa lnea de la vida que pueda imaginarse. Una lnea de la vida ridcula, absurda, incongruente, estpida, vergonzosa, una lnea de la vida hecha de puntitos.La idea de Jos era simple: cambiar de mano.Apropiarse, gracias a su pegamento fisiolgico, de una mano con una lnea de la vida decente. Con un tajo de hoz bien certero, empez por amputarse la suya. Un blsamo fabricado por l mismo le permiti cortar la hemorragia. Despus, provisto de un tubo de pegamento, parti a la caza de manos.Era de noche, naturalmente.Al primer viandante que Jos encontr en una calle desierta, lo derrib, le cort la mano izquierda y se la injert en el acto. La desgraciada vctima se retorca an de dolor sobre el sucio asfalto de la calle cuando Jos abra la puerta de su apartamento con una mano que no le perteneca.Cuando examin la palma de su nueva mano a la luz elctrica, constat con desesperacin que la lnea de la vida era increblemente corta.Jos estuvo meditando toda la noche. Al alba, cuando por fin consigui dormirse, su resolucin estaba tomada. En adelante, consagrara su existencia a procurarse la mano que tuviera la lnea de la vida ms larga.Y as lo hizo.Se hizo pasar por quiromntico. As poda examinar la mercanca antes de apoderarse de ella. Cuando la mano estudiada se revelaba excepcional, la tomaba. Muy pronto consigui tener una lnea de la vida sorprendente. Pero an no estaba satisfecho.Viaj. Cuando una lnea de la vida le pareca ms larga que la suya, aunque fuera de una manera imperceptible, se le haca indispensable. Lleg incluso, bajo el pretexto de la quiromancia, a radiografiar las lneas de la vida para no cometer errores.Un da que Jos el Desgraciado caminaba por el campo, apareci ante su vista la palma de una mano. Perteneca a alguien que dorma sobre la hierba.Jos no daba crdito a sus ojos. Nunca haba soado que pudiera existir semejante lnea de la vida. Ancha, amplia, larga, como un ltigo. Soberbia! Como buen experto, Jos la admir largo rato.Luego, con la destreza debida al hbito, reban la mano y procedi al cambio.El hombre se retorci de dolor. Pero se repuso de inmediato.-Gracias -balbuce, mirando al suelo fijamente.La sorpresa estuvo a punto de tirar a Jos de espaldas. Era la primera vez que una de sus vctimas le daba las gracias.-De nada.-S, gracias, muchas gracias -repiti el hombre con los ojos obstinadamente bajos.Jos sigui la direccin de su mirada.Distingui una especie de lnea de la vida amarilla que se perda en la hierba.Horrorizado, examin su mano abierta. No tena ninguna lnea. Slo pudo ver las dos marcas que haban dejado los colmillos de la vbora.

Texto 16

LOS LIBERTADORES

Un curiossimo espectculo, se ofreci a los ojos de los terrcolas cuando descendieron de su nave espacial sobre aquel lejano planeta de una lejana galaxia.Su superficie se extenda plana y lisa hasta perderse de vista.Ningn relieve, nada de vegetacin, solamente jaulas, una larga fila de jaulas que se perda en el horizonte. Eran bastante parecidas de forma a las jaulas para pjaros que se utilizan en la Tierra, pero contenan algo muy distinto a pjaros.Lo que haba en su interior se pareca vagamente a un hombre.Cada jaula encerraba a un humanoide.Cunto tiempo duraba su cautiverio? Mucho, sin duda, pues parecan extraamente inertes y macilentos. El corazn de los terrcolas se oprimi.-Hay que liberarlos inmediatamente!-Qu tirano ha podido cometer esta atrocidad?-Actuemos con rapidez. Puede que los carceleros no estn lejos.-Y si fueran peligrosos?El capitn de la expedicin tom la palabra.-Los liberaremos tomando todas las precauciones posibles. Los pobres diablos! No tienen aspecto de ser peligrosos.Y aadi entre dientes:-Aunque lo fueran, no podramos dejarlos as!El humanoide de la primera jaula los vio aproximarse sin demasiada emocin. Ni miedo, ni gratitud, nada. Solamente emiti algunos sonidos extraos sin abrir la boca.El capitn le sonri con bondad.-Mi pobre amigo, no comprendo nada de los que me dices. Primero vamos a sacarte de ah, despus tendremos tiempo de aprender las lenguas vivas.Sin ms espera, los tripulantes de la nave empezaron a serrar los barrotes. Al serrar el ltimo, el prisionero muri.El capitn, perplejo, interrog al mdico de a bordo.-Qu piensa usted, galeno?-No s. Es difcil de precisar. Quiz la emocin demasiado fuerte de encontrarse en libertad. El corazn, o lo que tenga en su lugar, ha flaqueado. Seamos ms prudentes con los otros.Se dirigieron a la segunda jaula. Pero antes de comenzar a serrar los barrotes, expresaron mediante gestos al humanoide lo que se disponan a hacer. No obtuvieron ms reaccin qu dos o tres sonidos agudos.Como haba ocurrido con el precedente, ese prisionero no resisti su libertad recobrada. Expir al caer el ltimo barrote.Hicieron diez nuevas tentativas y obtuvieron diez nuevos fracasos.El capitn estall:-Miserables esclavos! Se han adaptado de tal manera a su humillante condicin, que la libertad los mata. Necesitan una jaula para poder vivir! Pero yo los liberar aunque revienten todos!Con rabia creciente, con obstinacin, los hombres serraban los barrotes, y los prisioneros moran. El mdico volvi junto al primer cadver para estudiarlo.Ms tarde, el capitn y sus hombres se reunieron con l.Ahora las jaulas destrozadas y los cadveres de los humanoides se extendan hasta perderse de vista.-Ni uno! -grua el capitn-. Ni uno ha sobrevivido!El mdico abandon el cuerpo que acababa de examinar. Sus ojos tenan una extraa mirada.-No eran jaulas -dijo-. Eran sus propios esqueletos.

Texto 17

UN DA DE ESTOS

El lunes amaneci tibio y sin lluvia. Don Aurelio Escovar, dentista sin ttulo y buen madrugador, abri su gabinete a las seis. Sac de la vidriera una dentadura postiza montada an en el molde de yeso y puso sobre la mesa un puado de instrumentos que orden de mayor a menor, como en una exposicin. Llevaba una camisa a rayas, sin cuello, cerrada hacia arriba con un botn dorado, y los pantalones sostenidos con cargadores elsticos. Era rgido, enjuto, con una mirada que raras veces corresponda a la situacin, como la mirada de los sordos.

Cuando tuvo las cosas dispuestas sobre la mesa, rod la fresa hacia el silln de resortes y se sent a pulir la dentadura postiza. Pareca no pensar en lo que haca, pero trabajaba con obstinacin, pedaleando en la fresa incluso cuando no se serva de ella.

Despus de las ocho hizo una pausa para mirar el cielo por la ventana y vio dos gallinazos pensativos que se secaban al sol en el caballete de la casa vecina. Sigui trabajando con la idea de que antes del almuerzo volvera a llover. La voz destemplada de su hijo de once aos lo sac de su abstraccin.

Pap.

Qu?

Dice el alcalde que si le sacas una muela.

Dile que no estoy aqu.

Estaba puliendo un diente de oro. Lo retir a la distancia del brazo y lo examin con los ojos a medio cerrar. En la salita de espera volvi a gritar su hijo.

Dice que s ests porque te est oyendo.

El dentista sigui examinando el diente. Slo cuando lo puso en la mesa con los trabajos terminados, dijo:

Mejor.

Volvi a operar la fresa. De una cajita de cartn donde guardaba las cosas por hacer, sac un puente de varias piezas y empez a pulir oro.

Qu?

An no haba cambiado de expresin.

Dice que si no le sacas la muela te pega un tiro.

Sin apresurarse, con un movimiento extremadamente tranquilo, dej de pedalear en la fresa, la retir del silln y abri por completo la gaveta inferior de la mesa. All estaba el revlver.

Bueno dijo-. Dile que venga a pegrmelo.

Hizo girar el silln hasta quedar de frente a la puerta, la mano apoyada en el borde de la gaveta. El alcalde apareci en el umbral. Se haba afeitado la mejilla izquierda, pero en la otra, hinchada y dolorida, tena una barba de cinco das.

El dentista vio en sus ojos marchitos muchas noches de desesperacin. Cerr la gaveta con la punta de los dedos y dijo suavemente:

Sintese.

Buenos das dijo el alcalde.

Buenos dijo el dentista.

Mientras hervan los instrumentos, el alcalde apoy el crneo en el cabezal de la silla y se sinti mejor.

Respiraba un olor glacial. Era un gabinete pobre: una vieja silla de madera, la fresa de pedal, y una vidriera con pomos de loza. Frente a la silla, una ventana con un cancel de tela hasta la altura de un hombre. Cuando sinti que el dentista se acercaba, afirm los talones y abri la boca. Don Aurelio Escovar le movi la cara hacia la luz. Despus de observar la muela daada, ajust la mandbula con una cautelosa presin de los dedos.

Tiene que ser sin anestesia.

Por qu?

El alcalde lo mir en los ojos. Est bien dijo, y trat de sonrer.

El dentista no le correspondi. Llev a la mesa de trabajo la cacerola con los instrumentos de trabajo hervidos y los sac del agua con unas pinzas fras, todava sin apresurarse. Despus rod la escupidera con la punta del zapato y fue a lavarse las manos en el aguamanil.

Hizo todo sin mirar al alcalde. Pero el alcalde no le perdi la vista.

Era una cordal inferior. El dentista abri las piernas y apret la muela con el gatillo caliente. El alcalde se aferr a las barras de la silla, descarg toda su fuerza en los pies y sinti un vaco helado en los riones, pero no solt un suspiro. El dentista slo movi la mueca. Sin rencor, ms bien con una amarga ternura dijo:

Aqu nos paga veinte muertos, teniente.

El alcalde sinti un crujido de huesos en la mandbula y sus ojos se llenaron de lgrimas. Pero no suspir hasta que no sinti salir la muela. Entonces la vio a travs de las lgrimas. Le pareci tan extraa a su dolor, que no pudo entender la tortura de sus cinco noches anteriores. Inclinado sobre la escupidera, sudoroso, jadeante, se desaboton la guerrera y busc a tientas el pauelo en el bolsillo del pantaln. El dentista le dio un trapo limpio.

Squese las lgrimas dijo.

El alcalde lo hizo. Estaba temblando.

Mientras el dentista se lavaba las manos, vio el cielo raso desfondado y una telaraa polvorienta con huevos de araa e insectos muertos. El dentista regres secndose las manos.

Acustese dijo- y haga buches de agua de sal. El alcalde de pie, se despidi con un displicente saludo militar y se dirigi a la puerta estirando las piernas, sin abotonarse la guerrera.

Me pasa la cuenta dijo.

A usted o al municipio?

El alcalde no lo mir. Cerr la puerta, y dijo, a travs de la red metlica:

Es la misma vaina.

Gabriel Garca Mrquez

Texto 18

LA NOCHE DE LOS FEOS

Ambos somos feos. Ni siquiera vulgarmente feos. Ella tiene un pmulo hundido. Desde los ocho aos, cuando le hicieron la operacin. Mi asquerosa marca junto a la boca viene de una quemadura feroz, ocurrida a comienzos de mi adolescencia.Tampoco puede decirse que tengamos los ojos tiernos, esa suerte de faros de justificacin por los que a veces los horribles consiguen arrimarse a la belleza. No, de ningn modo. Tanto los de ella como los mos son ojos llenos de resentimiento, que slo reflejan la poca o ninguna resignacin con que enfrentamos nuestro infortunio. Quiz eso nos haya unido. Tal vez unido no sea la palabra ms apropiada. Me refiero al odio implacable que cada uno de nosotros siente por su propio rostro.Nos conocimos a la entrada del cine, haciendo cola para ver en la pantalla a dos hermosos cualesquiera. All fue donde por primera vez nos examinamos sin simpata pero con oscura solidaridad; all fue donde registramos, ya desde la primera ojeada, nuestras respectivas soledades. En la cola todos estaban de a dos, pero adems eran autnticas parejas: esposos, novios, amantes, abuelitos, vaya uno a saber. Todos -de la mano o del brazo- tenan a alguien. Slo ella y yo tenamos las manos sueltas y crispadas.Nos miramos las respectivas fealdades con detenimiento, con insolencia, sin curiosidad. Recorr la hendedura de su pmulo con la garanta de desparpajo que me otorgaba mi mejilla encogida. Ella no se sonroj. Me gust que fuera dura, que devolviera mi inspeccin con una ojeada minuciosa a mi zona lisa, brillante, sin barba, de mi vieja quemadura.Por fin entramos. Nos sentamos en filas distintas, pero contiguas. Ella no poda mirarme, pero yo, aun en la penumbra, poda distinguir su nuca de pelos rubios, su oreja fresca, bien formada. Era la oreja de su lado normal.Durante una hora y cuarenta minutos admiramos las respectivas bellezas del rudo hroe y la suave herona. Por lo menos yo he sido siempre capaz de admirar lo lindo. Mi animadversin la reservo para mi rostro, y a veces para Dios. Tambin para el rostro de otros feos, de otros espantajos. Quiz debera sentir piedad, pero no puedo. La verdad es que son algo as como espejos.La esper a la salida. Camin unos metros junto a ella, y luego le habl. Cuando se detuvo y me mir, tuve la impresin de que vacilaba. La invit a que charlramos un rato en el caf o una confitera. De pronto acept.La confitera estaba llena, pero en ese momento se desocup una mesa. A medida que pasbamos entre la gente, quedaban a nuestras espaldas las seas, los gestos de asombro. Mis antenas estn particularmente adiestradas para captar la curiosidad enfermiza, ese inconsciente sadismo de los que tienen un rostro corriente, milagrosamente simtrico. Pero esta vez ni siquiera era necesaria mi adiestrada intuicin, ya que mis odos alcanzaban para registrar murmullos, tosecitas, falsas carrasperas. Un rostro horrible y aislado tiene evidentemente su inters; pero dos fealdades juntas constituyen en s mismas un espectculo mayor, poco menos que coordinado; algo que se debe mirar en compaa, junto a uno (o una) de esos bien parecidos con quienes merece compartirse el mundo.Nos sentamos, pedimos dos helados, y ella tuvo coraje (eso tambin me gust) para sacar del bolso su espejito y arreglarse el pelo. Su lindo pelo.-Qu est pensando?, -pregunt.Ella guard el espejo y sonri. El pozo de la mejilla cambi de forma.-Un lugar comn, -dijo-. Tal para cual.Hablamos largamente. A la hora y media hubo que pedir dos cafs para justificar la prolongada permanencia. De pronto me di cuenta que tanto ella como yo estbamos hablando con una franqueza tan hiriente que amenazaba traspasar la sinceridad y convertirse en un casi equivalente de la hipocresa. Decid tirarme a fondo.-Usted se siente excluida del mundo verdad?-S, -dijo, todava mirndome.-Usted admira a los hermosos, a los normales. Usted quisiera tener un rostro tan equilibrado como esa muchachita que est a su derecha, a pesar de que usted es inteligente, y ella, a juzgar por su risa, irremisiblemente estpida.-S.Por primera vez no pudo sostener mi mirada.-Yo tambin quisiera eso. Pero hay una posibilidad sabe? de que usted y yo lleguemos a algo.-Algo como qu?-Como querernos, caramba. O simplemente congeniar. Llmele como quiera, pero hay una posibilidad.Ella frunci el ceo. No quera concebir esperanzas.-Promtame no tomarme por un chiflado.-Prometo.-La posibilidad es meternos en la noche. En la noche ntegra. En lo oscuro total. Me entiende?-No.-Tiene que entenderme! Lo oscuro total. Donde usted no me vea, donde yo no la vea. Su cuerpo es lindo, no lo saba?Se sonroj, y le hendedura de la mejilla se volvi sbitamente escarlata.-Vivo solo, en un apartamento, y queda cerca.Levant la cabeza y ahora s me mir preguntndome, averiguando sobre m, tratando desesperadamente de llegar a un diagnstico.-Vamos, -dijo.No slo apagu la luz sino que adems corr la doble cortina. A mi lado ella respiraba. Y no era una respiracin afanosa. No quiso que la ayudara a desvestirse.Yo no vea nada, nada. Pero igual pude darme cuenta de que ahora estaba inmvil, a la espera. Estir cautelosamente una mano, hasta hallar su pecho. Mi tacto me trasmiti una versin estimulante, poderosa. As vi su vientre, su sexo. Sus manos tambin me vieron.

En ese instante comprend que deba arrancarme (y arrancarla) de aquella mentira que yo mismo haba fabricado. O intentado fabricar. Fue como un relmpago. No ramos eso. No ramos eso.Tuve que recurrir a todas mis reservas de coraje, pero lo hice. Mi mano ascendi lentamente hasta su rostro, encontr el surco del horror, y empez una lenta, convincente y convencida caricia. En realidad, mis dedos (al principio un poco temblorosos, luego progresivamente serenos) pasaron muchas veces sobre sus lgrimas.Entonces, cuando yo menos lo esperaba, su mano tambin lleg a mi cara, y pas y repas el costurn y el pellejo liso, esa isla sin barba, de mi marca siniestra.Lloramos hasta el alba. Desgraciados, felices. Luego me levant y descorr la cortina doble.Manuel Alonso

Texto 19

PELCULA

LA SOGAEl gran rectngulo blanco es un smbolo: el del alma impoluta de la seorita Capuleto.Surge ondulante, felina, serpiente que incita a la aventura, una soga de esparto. Se devana en los pies de un lecho virginal, repta por un pavimento ajedrezado, salta por un balcn, se hunde en el espacio.Una pared de inmueble burgus. Baja la soga, rozando tres macetas de geranios, un botijo est aqu indicada la hora y la estacin: una noche de verano, una jaula, con su canario dormido, un tiesto de albahaca, una cajita de cartn, donde ha de cantar el grillo... Y la acera.La soga recorre una honesta trayectoria, un muestrario de vidas castas a punto de profanar. La soga no se detiene en apeaderos romnticos. Ni siquiera en una palma, sujeta con cintas azules a un barrote de balcn. (Vive aqu una virgen? No; el cannigo Lorenzo.)De pronto, asoman unas manos temblorosas, que se apoderan nerviosamente de la soga. Unas muecas endebles, una americana gris, un hongo, un cuello de pajarita, un bigotito Charlot: Romeo.

EL OJO

Pierde su ondulacin la soga. Queda tensa; de viajero, se convierte en camino, un spero camino vertical, la pattica ruta de los escalos.Romeo se sujeta fuertemente a la soga. Rueda el hongo. El muro comienza a descender. Bajo la palma del cannigo, un anuncio Pedro Capuleto. Pompas Fnebres, que da color local al escenario, la albahaca, los geranios... El muro tiene un feliz aspecto de viejo teido. Se detiene en el balcn del tercer piso, donde aguarda la seorita Capuleto, que prepara un maletn y suspira.Baja de nuevo el muro. Se desliza suavemente, a tiempo de abrirse en l un ojo semivelado por el prpado de un visillo. Un ojo enorme, punzante, que, lleno de celo por el honor del inmueble, vigila.Se miran el ojo y la soga. La tentacin y el juez. Torvo, hostil, el ojo. Voluptuosa, provocativa, la soga. EL ESCALO

Romeo contempla el angosto camino que le separa de la amada, y sus manos, frenticas, se agarran al camino. El esparto es hirsuto, hirviente. Romeo no conoce la tcnica de los escalatorres. Vacila... Pero clava sus ojos en la altura, y, con bro, prosigue su dolorosa ascensin. Llega al entresuelo. Los pies, mal enlazados con la soga, buscan peldaos invisibles, echan a rodar un botijo, aplastan una mata de claveles, destruyen la poesa del muro, se hunden en una olla, hacen aicos la jaula-Jadea, no puede ms; sus pies araan, intilmente, el muro. Ama, pero no sabe reptar. Sus manos estn destrozadas, y apenas ha llegado al segundo piso. Por ltimo, previo un ademn del trgico desaliento, se deja caer, vencido.

LA TRAGEDIAPrimero, asoman unos primorosos zapatitos de charol; despus, unos finsimos tobillos; se ensanchan los tobillos, se hinchen voluptuosamente, se reducen de lnea; pasan por el duro trance, por el huesudo escollo de las rodillas; vuelven a henchirse, ahora con suavidad... Todo enfundado en seda clara.Las piernas llegan a un punto mximo de fotognica sugerencia. Un poco de muselina, una fresca, una redonda grupa virginal... El esparto lucha con la seda. El cilicio, con la tierna piel. Brota una gota de sangre. El esparto, no cede; las piernas, tampoco. Siguen bajando... (Dura, espinosa, es la senda del pecado. Esta sentencia afortunadamente no la recoge la pantalla).Pero el ojo se ensancha. Ha seguido el perfil de las piernas fugitivas. Algo terrible acontece al llegar al entresuelo: unas manos peludas, unos brazos fornidos, se adelantan, se apoderan del delicioso volumen aventurero. El cannigo, paternal, impetuoso, encierra en el piso a la seorita Capuleto. Forcejeos, gritos, tumulto de sillas atropelladas. El cannigo es inflexible. El balcn se cierra de golpe, y la soga contina pendulando, irnica, sarcstica.Romeo contempla, abrumado, el contrarrapto. Patticos gestos. Una moto. Frentica huida. Desfile el obligado desfile cinemtico de calles, de jardines, de parejas de bueyes, de viedos, de colinas, de puentes colgantes, de arroyos, de ovejas, de pastores... El paisaje se ha vuelto loco. La moto se est quieta en el aire.LA CONTRICINDesmayada en un sof yace la seorita Capuleto. La protege la mirada bondadosa de Po X. El cannigo desembaraza el pecho de la encantadora fugitiva, le aplica a la nariz un pomo de vinagre, la somete a un delicado zarandeo... Entra, colrico, el padre. Entra, desolada, la madre. Entran cinco hermanos en diversas actitudes. Y una doncella, el portero, ocho vecinos Todos semidesnudos, azorados, estpidos. El cannigo Lorenzo explica la pelcula que vuelve a reproducirse, para que la contemplen los vecinos. Entra un polica, dos guardias. El cannigo la explica de nuevo. De pronto, la seorita Capuleto se incorpora, lanza un grito desgarrador y se arroja de bruces a los pies de su madre.Gran escena del perdn. Los asistentes lloran. La fugitiva es alzada del duro pavimento. La abraza el padre, la abraza la madre, la abrazan sus cinco hermanos, el cannigo... Se adelanta a abrazarla el portero, los vecinos, pero un gesto severo del padre interrumpe el desfile. El resto de los concurrentes pasa, estrechando la mano de la joven.EL GRILLODe pronto, algo terrible. Dentro de su cajita de cartn, llena de agujeros, canta el grillo a la alborada. La seorita Capuleto, al orlo, se yergue, corre, frentica, al balcn y se lanza al espacio.Cae en brazos de un guardia civil, que la conduce a la comisara, con el hongo olvidado de Romeo.

Benjamn JarnsEL CUENTO MODERNO: ACTIVIDADES

Texto 1

1. Qu le ha sucedido a Henry Amstrong?Cul es el motivo de que se encuentre en esa situacin? Cmo reacciona?

2. Qu se describe fundamentalmente? Qu finalidad cumple la descripcin? (Anexo, pginas 21, 22 y 23 )

3. El personaje de Jess es fundamental: cul es su trabajo? En relacin con ste, por qu lo acompaan dos estudiantes de medicina? Cmo es este personaje por lo que hace?

4. El final ha sido suprimido. Se puede deducir teniendo en cuenta lo ocurrido anteriormente? (aydate de la elipsis, es decir, ha habido una parte que no se ha narrado o del trabajo que est realizando Jess para los estudiantes). Por tanto, el final es sorpresivo o se poda esperar? Razona la respuesta.

5. Cmo clasificaras este cuento: de terror, de misterio, cmico, ....?

Texto 2

1. Quin es el narrador de este fragmento de una novela? Por qu lo sabemos: por lo que dice, por cmo lo dice, por las dos? (Anexo, pgina_21). Compralo con el narrador del Texto 1.

2. La manera de hablar difiere un poco de la nuestra, pero es comprensible: seala algn ejemplo de esa diferencia y piensa en dnde se habla de esa manera

3. La manera de reproducir los dilogos en estilo directo e indirecto es la habitual? Los dilogos, sin embargo, se entienden, de qu medios diferentes a los habituales se sirve la narradora para hacerlo? (Anexo, pginas_23 y 24)

4. La narracin tiene un tono humorstico. de dnde nace el humor?, se hubiera logrado el mismo grado de humor con otro tipo de narrador?

Textos 3, 4 y 5

1. Seguro que recuerdas el cuento popular Caperucita roja, texto 3. Pero en el texto 4, Caperucita azul, es una versin moderna del clsico: qu elementos novedosos incorpora respecto al clsico?, qu efecto de extraamiento producen esos elementos novedosos?

2. Sabemos en qu poca se sita la accin del cuento clsico? Localiza las referencias temporales que nos permiten situar la accin en una poca de poca determinada, cul es, por cierto?

3. Transforma el texto 3 de modo que los hechos se relaten desde el psiquitrico o desde frica en el instante previo al asesinato.

4. El texto 5 es un poema. Qu elementos del texto original conserva? cules son novedosos: aquellos que manifiestan el punto de vista de la autora? A pesar de ser un poema, hay descripcin y dilogos?

Texto 6 y 7

1. Texto 6:

El narrador (qu tipo de narrador, por cierto?) anticipa casi todo el relato, en qu parte del cuento?

En el cuento se observa un contraste, cul?

A lo largo del cuento va cambiando el tono y la visin que nos da el personaje de s mismo: explcalos.

2. En qu sentido el texto 7 tiene semejanzas con el texto 6? Sobre qu nos ha querido hacer reflexionar el autor en este cuento?

Textos 8 y 9

1. Qu aspectos comunes presentan los dos cuentos?

2. Pero tambin se observan diferencias, sobre todo en el final, explcalas.

3. Qu crees que han querido transmitir los autores?

Textos 10, 11 y 12

1. En estos tres textos el espacio o lugar en el que desarrolla la accin es determinante para entender los textos: en qu lugares y pocas se sitan los hechos de cada cuento? Aporta ejemplos del texto.

2. En el primero de los cuentos se toca otro tema: el del choque de cultura y el de la superioridad de una cultura sobre otra: explcalo.

3. Subraya en el texto 12 los conectores temporales. De qu modo estn relacionados con la estructura o las distintas partes del relato? (Anexo, pgina_17)

Textos 13

1. Analiza la estructura del relato (Anexo, pgina 17)

2. A qu tipo de lectores va dirigido el cuento o es un cuento conservador? Razona la repuesta.

3. Del mismo modo que en los cuentos de El conde Lucanor se recoga al final en dos versos la enseanza que se desprenda del cuento, hazlo de modo similar con este cuento.

Texto 14 y 15

1. Ambos cuentos contrastan por su final: en el Texto 15 se anticipa ese final, localiza ese momento y explica el porqu de esa anticipacin.

2. Por qu sorprende el final del Texto 16? Explica el final.

Texto 16

1. Vamos a reelaborar el texto introduciendo algunas variantes:

Tiempo retrospectivo, de modo que vais a relatar los hechos desde el momento en que el doctor examina el cuerpo.

Punto de vista del doctor en primera persona.

Breve descripcin del lugar donde se desarrollan los hechos

Texto 17

1. Qu relacin existe entre el dentista y el alcalde? No est escrita, pero se deduce del relato.

Texto 18

1. Qu tipo de descripcin se da de los personajes: fsica, psquica o moral, ambas? Distingue en las descripciones las valoraciones de aprecio o de desagrado del narrador. (Anexo, pginas 18-19)

2. En qu sentido es importante la caracterizacin o descripcin de los personajes?

3. Demuestra que no hay una narracin de los hechos o, dicho de otro modo, no coinciden el orden del relato con el orden de los acontecimientos. (Anexo, pgina_20)

4. Qu opinas del cuento?

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