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AÑO II ENEBO DE 1878 NÚM. 11 BOLETÍN DEL ATENEO ÓRGANO OFICIAL DEL ATENEO DE MADRID ¿Montera, 22. Trimestre, 5 pesetas. "Pi^arro, i5. SECCIÓN LITERATURA Y BELLAS ARTES. MEMORIA LEÍDA POE I). EMILIO EEÜS, SECEETAEIO PEIMERO PLANTEANDO EL SIGUIENTE TEMA! Los fines y condiciones de la Oratoria como arte bello, ¿se han cumplido mejor, en la antigüedad ó en los tiempos presentes ? (Conclusión.) No son mías estas frases, son de Quinliliano; pero en ellas tenéis la prueba más completa de lo que antes os adelantaba: el juego , el uso de las pasiones; en una palabra , el arte , la creación, es lo que constituye la elocuencia; lo demás, ya lo habéis oido, ni hace oradores, ni proviene de otra cosa que del fondo mismo del discurso. Distingue á seguida el ilustre retórico romano entre el pa- thos y el etos, entre la pasión arrebatada y vehemente , y la dulce y tranquila á que llamaban los romanos costumbre, y estudiando con serena imparcialidad las diferentes clases de éstas, termina aconsejando las condiciones de estilo que deben acompañar á cada una en relación con su carácter; lo que vale tanto sin duda como establecer la condición 4p forma de la

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AÑO II ENEBO DE 1878 NÚM. 11

BOLETÍN

DEL ATENEOÓRGANO OFICIAL DEL ATENEO DE MADRID

¿Montera, 22. Trimestre, 5 pesetas. "Pi^arro, i5.

SECCIÓN

LITERATURA Y BELLAS ARTES.

M E M O R I A

LEÍDA POE I). EMILIO EEÜS, SECEETAEIO PEIMEROPLANTEANDO EL SIGUIENTE TEMA!

Los fines y condiciones de la Oratoria como arte bello, ¿se han cumplidomejor, en la antigüedad ó en los tiempos presentes ?

(Conclusión.)

No son mías estas frases, son de Quinliliano; pero en ellastenéis la prueba más completa de lo que antes os adelantaba:el juego , el uso de las pasiones; en una palabra , el arte , lacreación, es lo que constituye la elocuencia; lo demás, ya lohabéis oido, ni hace oradores, ni proviene de otra cosa que delfondo mismo del discurso.

Distingue á seguida el ilustre retórico romano entre el pa-thos y el etos, entre la pasión arrebatada y vehemente , y ladulce y tranquila á que llamaban los romanos costumbre, yestudiando con serena imparcialidad las diferentes clases deéstas, termina aconsejando las condiciones de estilo que debenacompañar á cada una en relación con su carácter; lo que valetanto sin duda como establecer la condición 4p forma de la

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Oratoria y la condenación de todo contraste entre esa forma yel fondo. Y en este mismo punto, tratando de las pasiones,como para acabar de proscribir todo lo artificial y pasajero,proclama Quintiliano «que el mejor secreto para conmover álos demás, es estar conmovido uno mismo.» Con análogo cri-terio habla de la fantasía; de lo que debe durar cada pasiónsegún su carácter; de la lentitud de las transiciones para quesu brusquedad no lastime al auditorio; de lo que él llama eltalento más difícil , de la risa con que se destruye un granefecto oratorio, y para cuyo uso es necesaria exquisita pruden-cia, y de la burla, con la que precisa más cuidado todavía ymayor conocimiento del público, para terminar, confirmandoestas doctrinas , en lo que dice de la discusión. Tal es , en micreencia, lo que á la forma de la elocuencia toca: el uso de laspasiones relacionado con aquellas tres clases de estilo que se-ñalaba tan bien Capmany. Si á convencer se dirige, el métodova determinado por el fondo mismo, y por su ordenamientológico se endereza y arregla el discurso, y claro es, por consi-guiente, que esta división y ordenación de partes estará en ra-zón del objeto, y no será condición artística, sino exigencia desus propósitos ocasionada. La base sobre que puede juzgarsela oratoria ha de ser esa relación entre el genio y la lógica, en-tre la razón y la inspiración, cuyas proporciones variarán ne-cesariamente, según el género oratorio á que cada discursopertenezca.

Si las Instituciones oratorias se perdieran; si todo aquelmagnífico cuadro de la elocuencia romana se olvidara, aunquedaría su libro VI, como una obra universal, como el se-creto de la oratoria de todas las edades, como el arte de la pa-sión, como estudio hecho, no por el retórico de Roma , sinopor el hombre de observación profunda y que conoce el cora-zón humano y lo que en él influye la belleza.

Reunid las enseñanzas de este libro eterno con el conceptode libertad del arte que trae la estética moderna, y no bus-quéis más canon ni más regla para la Oratoria. La inspiraciónla promueve, la belleza la dirige, la razón la aconseja tan sólo,y libre, tan lU>re, cuando es verdadera, como toda concepción

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artística, espéraselo para producirse que la impresión del ins-tante la sacuda, y el alma del orador se desborde, como el rioespera un obstáculo para convertirse en cascada, ó la lira unamano que la pulse, para resonar blanda y melodiosamente.

II.

CONDICIONES ARTÍSTICAS DE LOS IDIOMAS Y SU RELACIÓN CON EL

DESENVOLVIMIENTO DE LA ORATORIA.

No se termina la obra de arte con la concepción y depura-ción de las formas, como creyeron algunos estéticos. Con me-jor sentido demostró Schliermacher , cómo el material artís-tico influye en la obra y cómo corrige, enmienda y transformalos planes é intentos del artista creador. Esto, que en las artesplásticas es, sobre todo extremo, evidente, no deja de manifes-tarse ea las literarias , aunque cada vez con menos importan-cia , según , desde la Poesía , se va marchando hacia la Di-dáctica.

En cuanto la Oratoria es arte, participa de esta influencia yestá sujeta á las condiciones y caracteres del idioma.

La importancia de estas indagaciones, harto descuidadas, elmismo Blair la reconoció en su tiempo, afirmando que esteestudio había de preceder al de la Oratoria y sus realas, puestoque el lenguaje debe considerarle como la base y fundamentode todas las facultades y resortes de la elocuencia. Abundandoen el mismo sentido, Batteux hizo algunas indicaciones deeste género ; mas variada hoy, por completo, la condición delos estudios filológicos, sólo como antecedente puede serviraquel trabajo, por lo demás en extremo curioso é interesante.

La voz, esa vibración misteriosa y rítmica en que se esparceel espíritu sobre el inundo , ese Verbo divino que iluminadesde su nacimiento nuestras almas, es propio, solo y peculiaral hombre: la naturaleza produce ruidos, el espíritu sonidos;la tierra suena, el hombre canta; y ese don, que llama Plu-tarco de los dioses, es el más puro, el más hermoso de la csen-cialidad humana. Espiritual é incorpórea la voz, el espíritu la,

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mueve , y dirigida eternamente por una acción desapercibidade la voluntad sobre los órganos, refleja en sus tonos, en suexpresión , en sus acentos , en sus variedades todas, la ince-sante actividad del espíritu. Del hombre al hombre y del hom-bre con Dios, la voz humana establece comunicación indes-tructible y es prenda eterna de progreso ; de un afecto á otroafecto, y de una pasión á un delirio, todo cuanto de cerca nostoca, por la voz se expresa, y llevando en sí el sello de nuestrapersonalidad más íntima, revela matices y sentimientos á queel signo escrito jamás podría llegar; pues aun ofreciendo, deunos en otros individuos, condiciones y caracteres deseme-jantes , la voz los lleva todos más distintos y pronunciados,porque más hondamente se penetra de las genialidades pro-pias de cada uno.

Así las artes literarias son las más bellas, y puede levantarseá tanta altura la Oratoria, por la hermosura de la voz, puestaen contacto y á servicio de una idea sublime, por los mediosestéticos de que la voz humana dispone, y que sobremaneraimportan como estudio del material, de que la elocuencia sesirve, último en todas las artes, y después del cual puede com-prenderse cómo la obra resulta acabada y producida.

La belleza de la voz es una belleza puramente espiritual; eldesarrollo de la voz humana con el del espíritu coincide, yunidos marchan en la vida, desenvolviéndose la una conformeel otro se desenvuelve y desarrolla. Lo que se observa, y parala elocuencia importa, es que toda la belleza de tonos, regis-tros, extensión, etc. de la voz viene á sustituir en la Oratoriala misión del metro, que tanto añade á la belleza de la Poesía.Es indudable, en efecto, por más que á negarlo se atrevieranretóricos distinguidos, que cabe dentro de la Oratoria ciertolenguaje musical y rítmico; que la combinación de los tonos,reflejando las impresiones del espíritu, y el uso del llamadoregistro medio, tal vez de discutible utilidad para ia música, seprestan á aumentar en gran modo la belleza del discurso y áinfluir en el auditorio, por ess secreto poder que alcanza, sobrela conciencia, todo lo que de sí es espiritual é impalpable. Esagradación infinita de los sonidos, que en la gamma musical se

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refleja; esa relación en que unos á otros se completan, y enque la impresión gra^e del'uno con la aguda d^l otro se borra,van constituyendo belleza musical y con ella ese mágico in-flujo., que seduce los ánimos y domina las voluntades.

¡Cuánto no influyen para la oratoria y para la música esoselementos artísticos según los ha empleado cada pueblo! Lascondiciones de los idiomas los llevan en sí, y con ellos gérme-nes de belleza, que han de florecer hermosamente en su dia;las aficiones estéticas de cada raza, su gusto artístico, su edu-cación para la belleza, han hecho reflejar en el lenguaje todosesos medios más ó menos determinadamente. ¿Tiene las mis-mas condiciones musicales y oratorias el provenzal, que el an-tiguo castellano? El uno está más dispuesto para el canto y lapoesía; el otro, más severo, se amolda mejora la prosa y á laelocuencia. ¿Cabe comparar la tonalidad infinita del clásicogriego y el gorjeado lenguaje del árabe, con las lenguas delSeptentrión? ¿Son hoy mismo iguales el español y el francés,

.que el alemán y el italiano? En manera alguna, y sólo estoscaracteres melódicos bastarían, aun prescindiendo de otros,para establecer, bajo el punto de vista artístico, distincionesimportantísimas.

Y cuenta que hablo de la voz en general, dejando aparte lamodificación individual, más artística.aún, que. entre unas yotras establece el timbre y que tanto contribuye á la fo^naciónde esa misma melodía que os señalaba. Recordad por un ins-tante las sabias investigaciones de Biot y la relación en que lavoz se manifiesta con el espíritu, y decidme en seguida si esposible tampoco que el tono, combinado con el timbre, quepor sí sólo basta á expresar la pasión que nos mueve, puedadejar de influir en la oratoria, cuando llega hasta arrancarsantas lágrimas de emoción en el poema musical, ó en la re-presentación escénica. Recordad todo eso y reconoced con-migo lo que esto importa. No es necesario para ello seguir áBiot que os citaba, en un encantador, pero difícil estudio, nidefinir el timbre, analizando esas rápidas vibraciones, que álos sonidos fundamentales acompañan, ni mucho menos pe-netrar con Helmotz, Fournier ó Max Müller en la fisiología y

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ciencia del humano lenguaje; no hace falta ahora nada de eso,sino sencillamente hacer una afirmación, puesta por la cienciafuera de toda duda: que una ley del espíritu dirige en la voz eltono y el timbre y que esta influencia va á obrar rectamentesobre el espíritu de los demás.

Haciendo aplicación de esta ley, podría, si á nuestro objetocondujera, estudiar con esos filólogos los elementos de la pa-labra y las condiciones de las letras hasta clasificarlas, como elrenombra Jo Heyse. Desde este momento el estudio de la sí-laba se ofrece, y con él el de todos los curiosos problemas queal ritmo tocan, como el de la to.nalidad, compás y cronometríasilábica. La elevación y depresión de la voz ha sido el mediode expresar el ritmo en los idiomas, engendrando la modula-ción, á que no todos se prestan igualmente, pero en que influ-yen muchísimo, sin embargo, el estudio y condiciones indivi-duales de los poetas y de los oradores. Del empleo del ritmoarranca la melodía, no tan visible en la palabra hablada comoen la música, y en otro grado más alto, la armonía, imposiblede alcanzar para la palabra, y que apenas han llegado á entre-ver las más primorosas odas de la lengua griega ó algunas es-trofas de la italiana.

Con todos sus elementos simples y compuestos, extensión,intensidad, timbre, tono, ritmo y melodía, no es aún la voz elmaterial artístico perfecto de que la oratoria y la poesía se va-len; hay que llegar para esto, no ya á un elemento espiritualcomo la voz, sino al espíritu mismo hecho carne, á la palabra,á aquel instante en que Ja creación eternamente se repite y laidea sale de sí misma, para deslumhrar con sus rayos el mundode la materia.

No hay otra irradiación espiritual más grande que la de lavoz articulada, que llamamos palabra; expresión de lo eternoy de lo limitado, de lo finito y lo infinito, puede expresar lomás bello del arte, la imagen, como la pintura, y el ritmo y lamelodía como la música. Quede allá para críticos positivistas,discutir siquiera las relaciones entre el lenguaje inarticuladodel animal y la palabra del hombre; para los que tal piensenserá esta un producto de la evolución y de la fuerza, un pro-

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bletna cósmico; para nosotros, hijos de la razón y de la liber-tad, el lenguaje es un problema psicológico; la palabra será lahija de Dios , aquel Logos que Platón presentía y de que ha-blaba Juan de Pathmos, luz del espíritu, como la luz es la pa-labra de la naturaleza.

No creáis que estos apasionados juicios son inútiles para elpropósito de esta discusión. Si la palabra es espiritual y es di-vina siempre, será tanto más bella cuanto más divina y espiri-tual sea: la belleza de Dios arranca eternamente, y los idio-mas van expresando en su hermosura el himno eterno, la as-cension inacabada, en que el hombre quiere llenar aquellascavernas insondables del alma, de que San Juan de la Cruznos hablaba, con la esencia impenetrable de lo infinito.

En la palabra hay todavía más belleza que en la voz, porquepuede presentar cuanto el ser humano concibe; mas como notodos los idiomas han expresado del mismo modo, ni lo mis-mo, de aquí que, aun ofreciendo todos belleza, por ser idio-mas, sea necesario el estudio de esta misma belleza, para com-prender cuáles sirven y han servido mejor, como material delarte y señaladamente de la Oratoria. La palabri no es propia-mente signo, sino más bien expresión de un acto interno entodos los elementos simples y compuestos de que la voz dis-pone; todo lenguaje, por consiguiente, á más de aquellos me-dios artísticos que antes os recordaba, dispone de ^uanto supropia espiritual esencia quiera determinaren ellos y sepa de-terminar, valiéndose acertada y armoniosamente de esos mis-mos elementos.

La belleza oral de los idiomas consiste, por consiguiente, enla que ofrecen las condiciones generales de la voz (sonido),mas todas aquellas que su empleo hace aparecer (pronuncia-ción), de donde se deduce que, conociéndose la sonoridad delas lenguas, por la abundancia y condición de sus vocales, porel uso que se hiciera del ritmo y por otras mil particularida-des respecto á las consonantes, no se puede en tesis general,afirmar otra cosa que la belleza abstracta y vaga de todo len-guaje, siendo preciso para comprenderla en cada caso especial(señaladamente en aquellas que gozaron de larga existencia'

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como lenguas vivas) acudir á la inducción mediante leyes sa-biamente penetradas por los filólogos, como Grimm ó Müller,que pueden servir para el objeto deseado, ofreciendo el cuadrode lo que fueron los idiomas perdidos ya de la tierra, que enotras edades, empleó el hombre para elevar hasta la belleza sucorazón y hasta la verdad su pensamiento.

Hay que tener también en cuenta para juzgar estas condi-ciones de los idiomas, todos los accidentes, todas las impresio-nes, todas las iníiuencias que se dejan ver en la lengua habla-da, y que la mudan y transforman por el uso, poco menos quesin darse nadie razón de que tales transformaciones se verifi-can. Facilitaríase mucho el estudio de las lenguas, aunque ála verdad no llegáramos, dejándonos llevar de enseñanzas sen-sualistas, según las cuales, el lenguaje, en su totalidad, se for-ma reflexivamente, ó por medio de la onomatopeya, como in-dicó Herder, para desmentir más tarde su propia doctrina;pero la palabra es natural al hombre, connatural á su espíritu,y se expresa enlazando y ordenando todos sus medios de ex-presión, sin alcanzar nunca la total manifestación de ese mis-mo espíritu.

Bien quisiera yo discutir aquí contra los doctores que pre-gonan novísimas enseñanzas materialistas, en qué consiste yde qué clase es la relación entre los conceptos y los sonidos, ycon ello quá sea la naturaleza de la palabra oral; pero la inda-gación había de ser trabajosa, máxime cuando la interna acti-vidad del hombre en idiomas los ofrece tan distintos entre sí,que sólo por serlo en algo se asemejan y relacionan. Además,que. no viviendo el hombre aislado y sin comunicación consus semejantes, las lenguas influyen unas en otras y se pres-tan, á pesar de sus rasgos tan diferentes, á ser reducidas á es-pecies y razas que facilitan la universalidad de su estudio.

Arrancando, mediante un proceso espiritual, del estado es-pontáneo de raíces, hasta el presente tan complicado, dividie-ron los filólogos las lenguas en monosilábicas, aglutinantes yde flexión. Poco importa para admitir esta doctrina juzgar conHumboldt, que en cada lengua existe á modo de una vegeta-ción interna, á que deben su evolución y su desarrollo, ó sos-

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tener, como Müller, que sin perder su primitivo carácter,pasa la lengua monosilábica á ser aglutinante ó de flexión,con lo cual se reducen á períodos los que antes se juzgabancomo rasgos eminentemente distintos: basta con afirmar quelas raíces son tipos irreductibles y punto de partida de todoslos idiomas. De la raíz tienen origen las palabras, y en estaspuede la misma raíz hallarse sola, combinada con otras ó enrelación con partículas muy variadas.

La lengua china y algunas otras mongólicas derivan to-das sus palabras de la raíz, sin transformación ni adiciónalguna, sirviendo la sintaxis para expresar el valor de cadacuál de ellas, por el lugar que en la oración ocupa. Launión de raíces monosilábicas , sin perder cada una su ge-nuino sentido, representa casi-todo el valor de los idiomasprimitivo? (si primitivos pueden éstos llamarse), y llega hastaser de notoria importancia en el griego, de bástanlo en el latiny de casi ninguna en las lenguas vivas de las edades moder-nas. Sin embargo, el medio más general, usa.io por los idio-mas Aryos, ha sido el de la composición de las raíces, ha-ciéndolas perder su primitiva composición y sentido, ó el dela adición de afijas y prefijas, cuyo uso va en aumento, segúnla infinitud de relaciones que cada raza expresa. La altera-ción que en la palabra formada de estos últimos modos semanifiesta, convierte al compuesto en derivado, pefsnitiendoúnicamente que la raíz principal se note, y dando lugar, enel sucesivo desenvolvimiento de las ideas, á la formación dederivados secundarios, terciarios y así indefinidamente. Nin-guna lengua como la griega confirma estas observaciones , yme complazco , para honra nuestra, en recordar aquí, cómoel Sr. Canalejas recordaba en su Curso de Literatura, que,antes de Müller, había hecho notar estas leyes el Sr. Bardonen sus lecciones sobre la lengua griega.

Solamente por estos medios, adición, transformación, etc.,aplicados á un corto número de raíces (1.720 en el sánscrito,según Müller, 5oo en hebreo, 462 en alemán, según Grimm,y algunos más en nuestros idiomas neo-latinos) se han llegadoá producir en el Diccionario germánico, que á un tiempo em-'

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plea la raíz simple , la aglutinación y la flexión , sobre 80.000palabras, cuando los más fecundos escritores del mundo nohan reunido 20.000 en su vocabulario.

Fácil se hace comprender, dada esta potencialidad de lasraíces, la influencia que antes os indicaba deben tener las con-diciones de los idiomas en la Oratoria.

Puestas fuera de toda duda , por los trabajos renombradosde los misioneros Nobili, Roth, Hauxleder y Wesdin, y losescritores Wilkins , Jones, Carey, Forster, Colebrooke y otrosla existencia y condiciones del sánscrito, á que, en sentir deMax Müller , se deben los modernos adelantos filológicos,según los cuales las lenguas indo-europeas se dividen en teu-tónicas, itálicas, helénicas, célticas, eslavas, índicas é iranias,resulta demostrada su clasificación general en idiomas semí-ticos, touranienses é indo-europeos, como distintos y de va-riados caracteres." Me referiré especialmente á estos últimos.

Tocios los esfuerzos de los filólogos han sido hasta ahorainútiles para reducir las irreductibles raíces de estas tres fami-lias, cuyas condiciones imprimen á la Oratoria y la literaturaen general ciertos caracteres, que voy á presentaros breve-mente. No es del caso renovar ahora las discusiones famosísi-mos sobre la ascendencia del latín y del griego y la apariciónda las lenguas neo-latinas, según Raynouard , ni mucho me-nos juzgar las divisiones admitidas en las lenguas semíticas, ólos grupos en que las touranienses se fraccionan; impórtanossólo tomarlas tales, como ellas se han presentado, y juz-garlas como material artístico.

A un lado .las lenguas touranienses del Sur y del Norte,cuyo carácter esencialmente monosilábico en las raíces y lapermanencia de éstas, alcanzando como grado supremo el deaglutinación, y presentando, por consiguiente, las palabrasen superposición, más que en combinación, las hace inhábi-les para la mayor parte de las manifestaciones de la belleza, ydesde luego para la Oratoria; y á otro lado las lenguas semíti-cas, ya más perfectas y distintamente señaladas, constituyendos términos que poco pueden influir en nuestro objeto.

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El estudio de estas últimas tiene, no obstante, mayor inte-rés, ha dado lugar á polémicas ardientes y apasionadas, ysiquiera por ello y por haber sido lenguas literarias y lenguade la Biblia , merecen bien que nos ocupemos de ellas.

Hasta hace muy poco, la opinión de Justo Lipsio, Vossioy Scalígero contaba defensores y partidarios; hoy no sólo estáabandonada, sino que todos reconocen la inmensa superiori-dad de las lenguas aryas, sobre los idiomas semíticos. En éstosla raíz es eternamente disílaba y trilítera , desenvolviéndosepor medio de partículas fijas y prefijas, que sirven para deter-minar las relaciones gramaticales y sintáxicas de las palabras;es además verbal, y de este carácter, lo mismo que de la pe-quenez de las formas gramaticales , nace ei sello de simbo-lismo que han llevado consigo todas estas literaturas. Su sin-taxis es una verdadera yuxtaposición de las partes de! discurso,y su régimen directo ó indirecto necesita ser auxiliado consignos ortográficos , por lo cual la variedad es imposible entales idiomas, y la unidad , que falsamente se atribuye a esospueblos en sus creencias religiosas, existe realmente como tal,en las condiciones de su literatura, que aun siendo a las vecesobjetiva , es siempre lírica en la explosión de la belleza. Idio-mas dispuestos á expresar imágenes materiales, son de carác-ter ante todo poeiicos y poco aptos para la prosa, que en ellosrealmente no adquiere importancia, siendo, por consiguiente,impropios para la Oratoria, puesto que puede decirse , que elestilo no existe en los pueblos semitas, que el orden gramati-cal es siempre el mismo y que su producción oral ó escrita noes nunca un cuerpo artístico, sino un conjunto de átomosacumulados. Así lo atestigua claramente 1-:. importancia delversículo: no hay nada en él que pueda recordar la redondezdel pensamiento griego ; el autor semita se detiene á su final,no por haber completado un pensamiento más ó menos bello,sino porque necesita pararse; su detención es casi arbitraria yno hay regla que pueda obligarle á que la ejecute en un ordendeterminado.

No se crea que esta doctrina, que así reduce la importanciay condiciones de las lenguas semíticas, es una doctrina hete»-

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rod.oxa. E¡ cardenal Wiseman dice de ellas : «Estas lenguas,sin partículas y sin formas propias para expresar las relacionesde los objetos, endurecidas y yertas, por una construccióninflexible, y confinadas por la dependencia de las palabras,que vienen de raíces verbales á la idea de acción exterior, nopueden conducir el espíritu á las ideas abstractas.» Renánjuzga temerario buscar en esas lenguas semíticas creación cien-tífica ó filosófica; y todos, en suma, convienen en que el de-fecto de cualidades, que en ellas se muestra, acaba por hacer-*las inhábiles para las altas concepciones y el levantado estilode la elocuencia.

Quedan sólo las lenguas Aryas, las lenguas d? la especula-ción y de la vida, de la raza privilegiada de la historia, aptapara la abstracción y la filosofía, de lenguaje flexible y deli-cado, de espíritu de altísimo vuelo y de concepción elevada, enque caben la epopeya y la metafísica, en que se puede hablarde Dios y del hombre, y en que ya desaparece la imagen ma-terial, que en el semitismo se expresa y que revela su superio-ridad sobre las lenguas indo-europeas para dejar cabida á lafrase puramente espiritual que, sin necesidad de ejemplos delmundo físico, pone en íntimas relaciones los seres.

No hace mucho tiempo corría una vulgar doctrina, segúnla cual, y como por sucesión perfecta y ordenada, procedíanunas de otras las lenguas, y el sánscrito era padre ó hermanodel céltico, el griego natural de éstos y padre á su vez del latín,que, en virtud de su potencia creadora, daba origen á los idio-mas modernos. Hoy tales teorías no hallan sino tímidos y rece-losos partidarios, y la existencia de otra lengua anterior alsánscrito y al zend, indicada por sus analogías gramaticales yléxicas, y reconstruida mediante las afamadas investigacionesde Bopp y de Benfey, además de las ilustres de Schleicher,pasa como verdad axiomática, fecunda en consecuencias, y porella se explica la confraternidad de los idiomas hablados porla raza Arya.

Da las siete familias en que Max Müller divide este grupode idiomas, son casi inútiles para el estudio de la elocuenciala céltica, la eslava y la irania, puesto que ni la primera, que

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fue tal vez la primitiva de Europa, ni la segunda, cuyas mani-festaciones literarias nos son poco menos que desconocidas, nila tercera, que no llegó á alcanzar los hermosos poemas índi-cos, han servido para ese gran papel histórico, que correspondeá todos los pueblos que cumplidamente saben desenvolver suesencia en el.mundo.

Para llegar á analizar en su totalidad los caracteres de laslenguas antiguas y modernas en medio de la variedad infinitade sus divisiones y sus dialectos, fue precisa la afirmación desu parentesco, entrevisto apenas por nuestro ilustre Hervás, yevidenciado ya sobradamente por los esfuerzos de Grimm ó laGramática de Federico Diez-. Pero ni la relación entrevista porHervás, ni estos trabajos renombrados han conseguido llegará otra unidad que á la de las lenguas Aryas, y con ello bastapara el objeto, sin ascender al origen del lenguaje, ni imaginarprogenies maravillosísimas, que desde su unidad primitivaexpliquen la descendencia y fraccionamiento de las lenguas.A pesar de toJo3 los esfuerzos de orientalistas, como Lenor-mant, astrónomos, como Laplace, ó historiógrafos, como Ro-dier, la raza Arya permanece distinta y superior á las demásrazas, fundando los grandes imperios y extendiendo sus civi-lizaciones, como apóstol incansable de la historia pasada y re-dentora y profeta de la historia nueva.

Cumplida según Pictet hacia el año 3ooo antes d» Cristo ladispersión de los Aryas primitivos, y en el 2000, si de las opi-niones de Haug fiamos, la ruptura entre Aryos é Iranios, y lafundación de la nacionalidad babilónica, floreciente un ins-tante y decaída después, mientras por Occidente las inmigra-ciones de Asia llevaban sangre y vida, parece ya indudableque, en estas inmigraciones, pasaban elementos capitalísimosde energía, y que ellas fueron base sobre que hubo de levan-tarse el magniíicentísimo edificio de los idiomas europeos, queson, desde su principio conocido, orgánicos y de flexión.

Las mismas raíces, modificadas sólo por razones phonoló-gicas, que las variedades étnicas y dialectales engendran; lasmismas leyes en el sánscrito que en el griego, y en el griegoque en el latin, en la conjugación, como en la sintaxis, y en

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el nombre, como en las partículas, aunque todo en giro y evo-lución y perfeccionamiento constante, merced al carácter deflexión de que estas lenguas gozan, y mediante el cual se cam-bian de un dia para otro sus accidentes, aunque conservandosiempre lo permanente en medio de lo mudable, y el lazo deconsanguinidad sobre todas esas diferencias de familia, bastanpara probar Ja unidad de los idiomas indo-europeos. Así elnúmero de los casos varía, las voces del verbo no son las mis-mas en latín que en griego , ni hay los mismos pronominales,ni se construyen del mismo modo en sánscrito que en germa-no ; pero ascendiendo á las raíces que reconstruyeron Fick,Pictet y Schleicher, se entreve una ley invariable, que de se-guida se confirma, y por la cual hasta las desigualdades se ex-plican.

En virtud de estas enseñanzas, ya no se acude como antes,para averiguar la genealogía de alguna palabra, del español allatin y del latin al griego: se siguen las reglas establecidas porFederico Diez, y de las lenguas modernas se busca la raíz la-tina, de la cual directamente los trabajos de Fick nos llevan alprimitivo estado de la palabra, en el idioma de los Aryos,desde el cual se puede, volviendo por otro camino, seguirlahasta el diccionario gótico de Schulce, y luego por cualquieraotro de raíces, como el Book-Arkosy, entre los manuales,comprender en una ojeada todas las derivaciones que ofreceen el alemán moderno.

En la división grandiosísima'de los idiomas aryos, la fami-lia helénica procede, como todas, del primitivo aryo, y en elmismo caso se encuentra la latina. Los antiguos dialectos itá-licos engendran el laün en su fusión, y tal vez las lenguas neo-latinas, si hemos de seguir al distinguido gramático Saint-Atnour, y así por renovación unas veces, por descomposiciónotras, por influencias inacabables siempre, y siempre mercedá la actividad del espíritu que renueva, produce ó añade pala-bras para expresar concepciones nuevas, se cumple el desen-volvimiento del lenguaje aryo, hasta producir todos Jos quehoy llamamos indo-europeos.

Y se presenta una cuestión, que es la que me proponía ira-

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lar desde luego. Si las leyes fundamentales de la Gramática nohan cambiado, y hoy seguimos expresándonos con ellas, entodas las lenguas literarias; dentro de esa filiación, ¿qué idio-mas sirven mejor al arte, y qué lenguas han de ser mejor ma-terial estético para la elocuencia? Hoy, señores, pueden yaafortunadamente hacerse estas preguntas : la célebre contiendade clásicos y románticos autoriza á oponer el arte moderno alarte antiguo, y con el mismo derecho que del arte, me atrevoá esperar de vosotros que decidáis sobre las bellezas de losidiomas. Pocos son los que se atreven á suscitar tales cuestio-nes : parece que las lenguas del Ramayana y Sakuntala, dePlatón y de Hornero y la de Cicerón y Virgilio, sólo por estehecho han de dejar como inferiores las del Dante y Petrarca,Calderón y Garcilaso, Lamartine y Víctor Hugo, Schiller yGoethe, Shakspeare y Byron, y que en ciencias, en arte, enidiomas, en todo tengamos que pedir lecciones á los antiguos,y de una en otra renovación escolástica se dé el caso de que,por enemiga contra lo presente, ensalzando hoy el idioma,mañana el arte, al otro dia la ciencia, y siempre repitiéndolo,los que se llaman ortodoxos del Cristianismo pasen su vida derodillas ante una antigüedad pagana.

Todo lo que en el mundo ha sido bello, está santificadopara la historia, y sin apasionamientos, siempre impropios,cumple á todos quilatar la verdad en todo; y aplicad^ al casopresente, ver si los idiomas que se llaman clásicos son más ómenos aptos que los modernos para el genio de la elocuencia.

.Sea cualquiera el resultado, de él debe arrancar una enseñanzaque confirme una ley histórica, que no puede ser opuesta ánada santo, pues lo mismo vivió Dios en aquellas edades, quevive y alienta en las edades nuestras. Pensar de otro modo esimpío, y más impío aún estar siempre hablando de la renova-ción de los tiempos por el Cristianismo, para proclamar deseguida la inferioridad del mundo cristiano.

Abandonada la tendencia de Schlegel, que, hasta lo sumo,enaltecía y ensalzaba las condiciones de la lengua sánscrita,que al mismo tiempo, según él, conservaba mejor que nin-guna otra los primeros caracteres del aryo, parece ser que el

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griego es el idioma más artístico de cuantos poseyó la antigüe-dad oriental y greco-latina, y teniendo sobre todos la ventajade haber alcanzado sorprendente desarrollo literario y famosí-simo en la elocuencia, sirve principalmente (con los otrosunido), como término principal y punto de arranque de lacomparación que os he propuesto.

No cabe duda de que, colocadas frente á frente, las lenguasclásicas y las modernas, tal como hoy conocemos á ambas, esinmensa la distancia que las separa. Sintéticas aquellas y do-tadas de portentosa lib rtad sintáxica, en que, como en un cua-dro, aparecían instantáneamente todas las ideas; analíticas es-tas y guiadas por el deseo de conservar y expresar la exigencialógica del pensamiento, difiere la construcción de tal modo,que parece distinta la gramática que es el alma de los idiomas.Las lenguas de la antigüedad, á causa de este mismo carácter,explicaban, de modos y maneras admirables, creaciones sor-prendentes y visiones magníficas, que su educación artísticacomprendería seguramente de un golpe, pero de las cuales nos-otros apenas entendemos nada, sin destrozar ante el orden ló-gico aquel ritmo y aquella cadencia; las lenguas modernas,dejando ahora aparte otras condiciones, ganan en claridad yprecisión lo que pierden en viveza y armonía; menos plásticasseguramente, recobran en sobriedad lo que bajo este aspectoolvidan, y si el ritmo no llega al grado que en el latin ó e!griego, penetra más en cambio en el espíritu y le remueve máshondamente bajo su acción poderosa.

No sé si explicar el hipérbaton latino y griego por leyes deeufonía, como algunos gramáticos pretendieron, ni si asegurarpor completo que esté del todo reñido con la concepción es-piritual. Respecto á esto, no es ahora ocasión de descubrirlo;en cuanto á lo primero, algo, si no todo, debió explicarse poraquellas leyes. El escaso número de raíces fue, tal vez, causade que al principio las inflexiones de la voz variasen el signi-ficado de las palabras, y esta costumbre, mantenida aún hoyen la lengua china, pudo ser luego conservada como elementoartístico de otros idiomas más perfectos, formando una caden-cia, que. suele aproximarse á la música, y que siguió siendo

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muy perceptible en el sánscrito, el griego y el romano. El usode los acentos grave, circunflejo y agudo, en casi todas las sí-labas, designando bajadas y subidas de la voz, prueba que suprosodia era, con mucho, más perfecta que la nuestra, y elconjunto de su pronunciación, como acertadamente afirmaronBlair y Batteux, debía aproximarse á lo que hoy llamamos re-citado. Para Aristóteles, la música de la tragedia es una de suspartes principales.

Qué condiciones estéticas debía tener para un oido acostum-brado este lenguaje, no hay para qué decirlo, ni cuánta dife-rencia entre la frase pulida, atildada y majestuosa de Cicerón,con la vehementísima, desordenada y descompuesta de cual-quier tribuno moderno. Sin embargo, las cualidades se com-pensan, y si tal vez la Poesía, en cuanto representación pictó-rica, pudo perder algunas de sus bellezas, sacó ventaja comoexpresión del sentimiento, mientras que la Oratoria ganabaextraordinariamente y llenaba mejor sus condiciones artísticas,al convertirse en analíticas las lenguas, hasta entonces sinté-ticas.

Lo que hay, es que se establece de un modo falso el paraleloentre las lenguas clásicas y las modernas. Expresar las relacio-nes del hombre con Dios y su comunicación con la verdad yla belleza, no es patrimonio de ningún pueblo, sino de la hu-manidad entera, por medio del lenguaje en que estas concep-ciones se manifiestan. El grado que ellas alcanzan aeterminala perfección de este lenguaje. La antigüedad tuvo en cadaépoca un solo pueblo que la representara , y el idioma de éstesirvió para expresar la universalidad del pensamiento de en-tonces; fue, en suma, la lengua del mundo culto; en la edadmoderna no hay bárbaros, ni pueblos alejados del banquetede la civilización; todos tienen derecho á sentarse en él, y en-tre todos, cada cual como sabe y como siente, expresan lo queel sánscrito expresó en la edad oriental, ó el griego y el latin,en la edad griega ó latina.

Planteado el paralelo en su totalidad, una edad al lado deotra no hay decadencia, sino transformaciones. Los elementosreunidos en el sánscrito han ido, unos á enriquecer las lengua?

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del Norte, otros á hermosear las neo-latinas, y en general, loque la edad moderna ha hecho en el lenguaje ha sido lo mis-mo que en el arte; espiritualizarlo, cristianizarlo, si queréis.Comparad la belleza celestial de la Virgen de Murillo con lasformas riquísimas de la Venus de Milo; ved cómo el Cristo deBellini, gana en majestad y expresión, lo que pierde de laplasticidad del Apolo; y cuando os pregunten cuál de esasobras es más bella, diréis que el Cristo ó el Apolo, según elestado de vuestro espíritu; lo que en realidad debiera decirsees, que uno y otro expresan la esencia de la belleza, y que am-bos, en medio de sus diferencias, son hermosos y legítimos enel mundo del arte.

Pues bien, el Apolo son las lenguas clásicas, el Cristo lasmodernas; yo de mí, no sé decir cuál es más bello.

Todo el desenvolvimiento exuberante de las raíces sánscri-tas, toda la variada modalidad del helenismo, y el ritmo, y lostonos y los acentos del griego y del latín se manifiestan y seostentan ya en unas, ya en otras de las lenguas neo-latinas,germánicas ó lituano-eslavas, con la ventaja de que estandoasí, fraccionada y dividida, la actividad espiritual del hombre,el pueblo tiene parte en la formación de la lengua literaria, yse engendra y reproduce la variedad dialectal que, en sentirde Max Müller, es el mejor medio para la vida y renovaciónde los idiomas, y cuya falta determinó la decadencia y muertedel latin y del griego.

El pensamiento humano necesita moldes en que vaciar suscreaciones; y así como su historia, en sentir de filósofos ilus-tres, tiene como primer período el de tesis, y segundo el deantítesis ó análisis en que vivimos, hasta llegar al último desíntesis, que, en lejana historia, se prepara, el proceso de laslenguas parece que se expresa también en esos dos primerosya transcurridos, y la filosofía da por posible el último, pen-sando sólo en la riqueza infinita de palabras y de construccio-nes que el gran Leibnttz calculaba sobre las raíces entoncesconocidas. Tal vez las lenguas que se han llamado sintéticasno sean más que de tesis, y la ley del progreso reserve, parasiglos más venturosos, los portentos y maravillas de un idioma

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más grande, capaz de expresar, por sí solo, las creaciones su-blimes de la edad oriental, de la edad griega y de la edad cris-tiana. El arte crea creciendo y crece creando ; y esta ley devida aumenta y hace fecundos los idiomas.

Lo que importa, pues, en este período, que hemos llamadode lenguas analíticas, es defenderlas de los cargos apasionadosque se las dirigen, y hacer ver cómo son hijas de los mismospadres que las clásicas y cómo no han degenerado de sus as-cendientes.

Desde luego, y merced á la renovación dialectal de que an-tes hablaba, nuestros idiomas han alcanzado una vida litera-ria más larga que los antiguos, acreciendo sus méritos, ateso-rando bellezas sobre bellezas, y un dia en una nación, otroen otra, teniendo hace ocho siglos savia siempre nueva parano agotar su inspiración ni sus recursos, y dando cada diaesperanzas más grandes de futuros florecimientos y grandezas.Los idiomas nuevos son vivos y libres ; los idiomas clásicosmurieron al llegar á su siglo de oro; la sintaxis antigua estámedida y analizada; la sintaxis moderna es inmen/a como elespíritu que refleja; vaga, indeterminada, como sus intuicio-nes y sus presentimientos. -

Como el arte, las lenguas antiguas son sbjeiivas y no tienenrival para la expresión de la belleza plástica, que se percibepor los sentidos; en cambio, consiguen escasa precisión y va-guedad extrema para interpretar los afectos y sentimientos del•sujeto, y son incapaces de una buena prosa. Al contrario losmodernos idiomas; si perdieron algo de aquella condición pri-mera (que no es tanto, en los neo-latinos, como se dice), lle-van extraordinarias ventajas para la lírica subjetiva, para todo.género de ciencias, para la novela, para todas las concepcionesprosaicas, en fin, y para la oratoria comprendida entre éstas, yque puede mejor extenderse en un idioma analítico, que ponelas palabras al servicio de las ideas, que no en otro sintético,apegado al ritmo y á la armonía, que debe ahogar entre susreglas los arranques libérrimos del espíritu.

En la transición de las lenguas antiguas á las modernas nadase pierde de cuanto á la analogía toca; lo que no se recoge err

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éste se recoge en aquel idioma, y lo único que, en sentir decríticos quejumbrosos, desaparece, es aquella sintaxis maravi-llosa, que tan bien manejaba el genio de griegos y latinos. Auneste cargo no está debidamente justificado, si consideramos lasinfinitas vaciedades que ofrece el conjunto de los idiomas mo-dernos. Desde la construcción fija del francés y la lógica severay especialísitna del alemán, hasta la amplísima del español ódel italiano, hay tantos y tan diversos matices, que no es oca-sión, para hablar de decadencias, contemplar, por un ins-tante esta maravillosa fecundidad de la vida moderna. El pasode la síntesis parcial, que expresan las lenguas antiguas, alanálisis de las nuevas, se cumple merced á una exigencia irre-sistible, desde el momento en que, á una renovación social,parecen estrechas las construcciones hiperbáticas, y necesarioel orden lógico para penetrar con más fuerza en el alma de lasmuchedumbres. Y como las ideas de renovación y de huma-nidad han venido iluminando la historia, desde las lejanasedades del Oriente, el análisis ha ido poco á poco apareciendo,al romper^ las ideas parciales de raza en todos los tiempos yen todos los lugares. El griego es analítico con relación alsánscrito, y el latin con relación al griego, como las lenguasde hoy con relación al latin, y esta transición se ha llevado acabo dentro de cada idioma. El sánscrito del Ramayana no esel de Budha; el griego de Aristóteles es analítico al lado dePlatón, y el de los bizantinos al lado de Aristóteles: San Cle-mente no escribió como Cicerón, ni Santo Tomás como SanClemente, ni el latin de los fueros es igual al de Santo Tomás,ni hay diferencias sintáxicas entre el latín usual y el romanceen el siglo xn; sino que, todos estos períodos de descomposi-ción, corresponden á los que se observan en la historia de lagramática latina, seguida cuidadosamente por Egger, desdeCharisius y Donato, hasta los escolásticos, que, poniéndola áservicio de la Dialéctica, rompieron con todas las condicionessintéticas y objetivas de la lengua; si bien más prácticos quelos tratadistas del Renacimiento la pusieron en relación conlas necesidades de su siglo.

Así, pues, la sintaxis no se ha perdido, sino que también se

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ha transformado, y donde hay transformación no hay deca-dencia, sino movimiento y vida. Se ha fraccionado, como laconciencia y el espíritu del hombre, no ha desaparecido, sinperder tampoco sus condiciones poéticas; que yo de mí puedodecir que no sé si afirmar la inferioridad del italiano y aun delespañol, como lenguas plásticas al lado de las antiguas, sinoque admiro en Dante concepciones y síntesis tan grandiosas,como muchas de Hornero, y entiendo que ha habido en estefraccionamiento ventajas inapreciables, y que mejor y máscumplidamente se expresan el prosista y el orador modernoque el antiguo, pues en virilidad, rapidez, energía y orden hanganado cuanto de analítico tenga el idioma.

Lo que sí se ha perdido es la prosodia, tan cuidadosamenteobservada por los romanos, y que si grata tal vez en la condi-ción eminentemente jurídica de su lengua ó en la educaciónrefinada del griego, sería insoportable en nuestros arrebatadostribunos. Los invasores del siglo v tuvieron poca cuenta contodos aquellos acentos y tonos de que tanto curaba el retóricode Roma, y la arenga pública de los germanos, sencillaen todo,se simplificó en este punto al estado en que la hallamos hoydia. El Renacimiento, restaurando en todo la antigua gramá-tica, fue en esto perfectamente inútil; pues variado el carácterde las lenguas, era empeño imposible comprender las antiguasprescripciones prosódicas. Además, y como acertadamente ob-serva Blair, el modo de hablar de los pueblos del Norte bas-taba para expresar las pasiones en los no habituados á mayorvehemencia, siendo las entonaciones variadas y la animaciónde los gestos, producto de una sensibilidad más viva.

Y aun tampoco se ha perdido por completo aquella proso-dia, puesto que hoy mismo se observa notable diferencia entreel modo de pronunciar un inglés y un italiano, un alemán óun griego, dos hombres, en fin, de país y de gusto diferente.

Pero la principal ventaja que la Oratoria ha obtenido en estavariación de las lenguas, aun perdida la antigua prosodia, hasido irse alejando del sentimiento figurado, que llevaba con-sigo la concepción primitiva de todos los pueblos y aun con ex-ceso considerable las mismas lenguas sintéticas. El uso del óf-

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den lógico concluye desde luego con tal lenguaje, que ya sólose emplea al juzgarlo el orador conveniente; en la construcciónhiperbática se imponía las más'de las veces, por la espontáneatotalidad de la expresión que en ella se cumple. Las diferen-,cías, como se ve, en esta trasmutación de las lenguas, son trans-cendentales y como reflejo de dos edades históricas; el hombreque vive del mundo exterior, la primera; el hombre en su con-ciencia, la segunda; confiemos en el porvenir, que reserva ensu seno aqueila otra que plenamente exprese todo el conte-nido de la actividad humana.

No en otro sentido se expresan filólogos, críticos y literatosque, con ánimo desapasionado, atienden á esta lucha entre loantiguo y lo moderno.. La edad antigua es la adolescencia; laedad moderna es la virilidad, superior á aquella porque goza,además de'sus privilegios, del recuerdo de las venturas pasa-das : la edad de ayer fue edad de la poesía; pero la de hoy noes edad de la prosa, sino de la prosa y la poesía: no se extin-guió con el fuego de las vestales la llama del arte, sino quehay belleza en todos los pueblos y en todas las civilizaciones,porque sobre todas alumbra y centellea: la muerte del DiosPan no fue la muerte del arte, ni el arte será nunca un ana-cronismo. Ha habido pueblos sin civilización y sin ciencia; hahabido idiomas que no se prestaban á las galas de la oratoria;pero de un modo ó de otro, siempre, sin excepción ninguna,alentó la belleza, única comunión espiritual en cuyo amor sefunden todas las diferencias y en cuyo seno purísimo adora elhombre, sin darse cuenta de ello muchas veces, la impenetra-ble esencia de lo divino.

Tal es el estado de las condiciones de las lenguas modernas,y no es ninguna razón recóndita la que declare por qué influyeel idioma en la elocuencia. Expresión, tal vez la más completa,del espíritu humano, en que debe atender ala belleza, puesto-que es arte, y al bien ó á la verdad, por sus fines éticos, desdeque comenzó á existir en sus varios siglos de oro y hasta nues-tro siglo, la Oratoria ha tenido siempre el instrumento adecua-do á sus fines y á sus condiciones. Si hubo de ser atildada ysintética, eminentemente musical, en Grecia tuvo un molde en

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que vaciar estos caracteres; si quiso ser severa y retórica, enRoma tuvo una lengua jurídica por excedencia, y alimentadade la imitación griega; si un dia una revolución necesitó de laOratoria, la sequedad de la lengua inglesa expresó tan ruda-mente, como el cadalso de Carlos I, los deseos de aquel'pue-blo; y si hizo falta otra conmoción más universal, la tribunafrancesa en su idioma brillante y rápido hizo vibrar la palabrarápida y brillante de sus oradores. ¿Cómo se explica esta rela-ción tan constante y tan íntima entre el medio de expresión ylo que se expresa, jamás desmentida y siempre confirmada?Algo, bastante influyen en la producción artística las condi-ciones del material; pero no llegan á determinar el carácter dela Oratoria. Hay una ley superior y un motivo más alto queexplica y da razón de estas concordancias. Más que ningúnotro arte, más aún que la Didáctica, expresa la Oratoria aspira-ciones y tendencias de los períodos históricos, y de uno enotro la historia y general evolución del pensamiento humano.Requiere, por consiguiente, para su expresión medios adecua-dos, conforme la idea se engrandece y se agiganta, y si el ma-terial no se presta á estas exigencias, debe surgir el conflictoque muchas veces surge entre la creación imaginada por el es-cultor y los tropiezos y dificultades de la piedra bruta.

No ocurren casos semejantes en la elocuencia, no han ocur-rido hasta ahora ni ocurrirán jamás por la condición mismadel lenguaje. Espiritual también y puramente espiritual, re-fleja la misma evolución que la Oratoria, y como es uno el es-píritu que las mueve, marchan siempre acordes, y al mismotiempo que se forja el concepto ó la intuición nueva, aparecela frase, en que espontáneamente se cristaliza, reflejando, antetodo, la fuerza creadora de que nace.

Cumple la palabra la manifestación de todas las energías yactividades humanas, espontánea ó reflexivamente expresadassegún el estado de la conciencia. No crea las ideas, sino quelas expone y diferencia, obedeciendo á las leyes de su forma-ción, puramente psicológica, cuyo estudio sirve maravillosa-mente para distinguir entre palabra y pensamiento, á pesar de>

la desacertada confusión que entre ellos establecieron algunos

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autores. Y dicho se está desde luego, que apareciendo por laconciencia, el lenguaje ha de definir y expresar el estado deesta misma conciencia, y que no teniendo ni pudiendo tenerotro objeto que la expresión de estos estados y sus relacionescon el mundo exterior y con sus semejantes, y siendo eterna ysobre todo extremo variable la actividad del''espíritu y la mu-danza de sus relaciones, ha de ser constante é inacabable estainfluencia.

Merced á ella se indicó claramente que la superioridad delidioma llevaba consigo la superioridad espiritual del pueblo,demostrándolo bien pronto el ejemplo de la raza Arya en elcuadro general de la humanidad, y el de los pueblos latinos yel árabe, dentro de las familias indo-europea y semítica, y másluego la historia de esas, lenguas, en sus transformaciones desintéticas en analíticas, como obedeciendo al estado de la raza,que en sus indagaciones científicas y luchas religiosas iba pa-sando de lo objetivo á lo subjetivo. Momentos hubo en queesta ley se evidenció clarísimamente, y puede observarse la su-jeción del lenguaje á la idea; tal, por ejemplo, en los gramáti-cos del siglo xin ó en los heresiarcas, que tanto contribuyeroná la transformación de las rimas y de la sintaxis.

Las lenguas que no piensan, mueren, y este principio, opues-to al estancamiento de los idiomas, explica el benéfico influjode la derivación etimológica, los arcaísmos y neologismos dela renovación diaíectal y del renacimiento de la sintaxis mo-derna, al desaparecer la construcción hiperbática. La vida delas lenguas consiste y depende de la permanencia del espírituen ellas; por eso desaparecen unas para dar vidaáotras. Mien-tras el latin pudo servir para la expresión del mundo cristiano,fue aquella la lengua de los ignorantes y de los doctos; los San-tos Padres, los escolásticos y los juristas extendieron, cuantoles fue posible, sus moldes, y el latin siguió viviendo casi todala Edad Media; pero cuando agotados sus recursos, la vida devariedad venía á suceder á la síntesis antigua é iban á ser másgrandes las intuiciones y los hechos, no bastó aquella lengua,fue imposible crear otra más universal, y el latin se rompió enmil pedazos, para que cada pueblo expresara un matiz de la

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vida cristiana, y entre todos, el resultado sorprendente de lossiglos xv y xvi, que poco á poco había ido preparándose en lasoscuridades de los trece primeros siglos de la Edad Media. ElRenacimiento fue la eflorescencia del mundo antiguo; los ro-mances, la lengua nueva que debía expresar la antítesis de dosmundos.

La historia de las raíces vocales seríala historia más acabadadel progreso humano. En ella se vería la relación establecidasucesivamente por los hombres entre el mundo externo y elinterno; cómo han ido cambiando las raíces de acepción parasus aplicaciones, según iban indagándose los fundamentos ra-cionales de las cosas y de los seres; cómo se han aplicado ánuevas palabras, se han asimilado ó se han creado, según lasexigencias, las necesidades ó el interés de la humanidad, y cómoesto sirve para comprender la transición del estilo directo alfigurado, notable sobre todo en los idiomas pobres de palabrasy de raíces, que no resultado de la perfección y abundancia,como supusieron algunos retóricos. Las mismas figuras poéticasno son más que otra prueba de la acción del espíritu sobre lafantasía, y por eso constantemente viven y se mantienen en to-das las épocas y todos los pueblos, aunque más que en ningu-nos en los primitivos, que por sus hábitos especiales viven dela naturaleza, todo el tiempo que razas más progresivas dedi-can á la vida del espíritu.

En el choque de los idiomas y la comparación de los ele-mentos, que aparecen en el que se forma, se encuentran el es-tado y las actividades de los pueblos; en las influencias grama-ticales ó léxicas, en la derivación etimológica, en todo, en fin,lo que al lenguaje se refiere, se va revelando la inacabable éimperecedera esencia del espíritu, expresada interiormente enel genio y las aptitudes de la raza nueva.

Esta consideración, ampliada y comprobada por todos vos-otros, es la clave que explica por qué en la Oratoria no puedehaber conflictos entre la inspiración y su material artístico. Sihubieran de formularse en una ley estos resultados, podríadecirse que en la Oratoria no cabe sino acuerdo entre la ideay la palabra, porque son ambas resultado de la evolución del

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espíritu, que se cumple en los períodos de la historia ; y ahon-dando más en esta afirmación, no tardaríamos en reconocerque todas las enseñanzas hasta ahora recogidas, no son otracosa que un resultado y confirmación de la teoría del progre-so, que si no es constante y de momento á momento, comotradicionalmente pudo creerse, es en cambio universal y cier-to, cuando se le considera de una época á otra, aparte de fuga-ces impresiones históricas.

Pero hay muchos que niegan, y más todavía, que dudandel progreso en la esfera.del arte. Débese el caso, en mi juicio,á las especiales condiciones de la belleza : fácil, muy fácil esmedirlo en ciencias por los maravillas que se descubren, porlas altas concepciones que se forman, por todo lo que se en-cuentra en el adelantamiento de la filosofía, del derecho, de loque constituye el tesoro intelectual de la humanidad. En artees ya otra cosa. La belleza no se da por grados, como el bien óla verdad; no se concibe según idea, como entendieron multi-tud de estéticos, y corrigió un filósofo, harto desautorizadoentre los que hacen gala de no entenderle, para no reconocersus méritos, sino que espontáneamente se revela, no en unafacultad del ser humano, sino en la totalidad de su concien-cia. Y como en el arte no tiene cabida lo que no es perfecta-mente bello, el progreso en él parece reducido á ir de una enotra belleza, con lo cual en opinión de muchos se niega. Yoentiendo que hay progreso en toda obra bella y original, pro-ducida en un siglo, sobre las que produjeron los siglos ante-riores. La razón es sencilla. Todo lo que es bello, queda vivoen la historia, llamando la inspiración de los hombres y dis-puesto á servir á su genio ; de manera que cuanto más vive lahumanidad en el tiempo, tanto más progresa; pues sobre lasbellezas antiguas posee las modernas y la posibilidad de reu-nirías formando una creación de superiores méritos artísticos.

La belleza presenta encada época un lado solo de su crista-lización purísima: ¡dichosa aquella edad que á un tiempo logrecontemplar todas las facetas de ese diamante! Nunca se podríallegar á tan venturoso extremo sin la variedad, que engendra lavida individual histórica. Si todas las obras se ajustasen al molde

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de una creación cualquiera, el progreso sería visible, pero limi-tado ; de este otro modo, la edad de hoy da vida á un arte yaprovecha el pasado, y sobre las bellezas de Grecia y Roma,penetra el misterio de las literaturas orientales, en busca dehermosuras inagotables y de tesoros de belleza ; la poesía espa-ñola busca la tradición de Horacio ó de Petrarca ; Alemaniainspira su teatro en Calderón y Lope; las letras eslavas pene-tran las bellezas de Ferdusi y Valmiki, y la humanidad ente-ra, uniendo la vida pasada con la presente, para preparar lasexcelencias de la vida futura, lleva la Providencia en sus en-trañas, para que la aliente y fortifique en la santa empresa dellegar hasta el seno inagotable de la belleza eterna. Ese es elprogreso en el arte ; el renacimiento de ayer hoy, y mástarde la esperanza de mañana.

Igual en las lenguas. Todo idioma es una obra artística, ydel mismo modo, y por la misma manera, se cumple en él elprogreso. Las lenguas antiguas llegaron á la perfección sin-tética ; las modernas llegarán á la perfección analítica : ni unasni otras son mejores en absoluto, cuando en oposición se "lasconsidera ; pero desde luego son distintas, y en esta distinciónestá el progreso. La historia se enlaza por imitaciones y rena-cimientos, y es ley de todos ellos que se acrezcan los mereci-mientos propios, con lo más selecto de aquello que hajjasado.La unidad de las lenguas indo-europeas da como posible la-formación de otra perfectísima, en que cumplidamente se ex-presa el perfecto y futuro desenvolvimiento de la historia.

Razón tienen los que afirman con amplio sentido la teoríadel progreso. A su lado están todos los que no se dejan arras-trar por infundados prejuicios, y yo confío que de la discusiónde este tema, como de todos los anteriormente debatidos,resultará que es una ley de filosofía del arte la eficacia de lalibertad, engendrando y cumpliendo la ascensión inacababledel hombre hacia lo divino, á que le atraen, como purísimoimán esas ideas madres de verdad, de bien y de belleza.

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III.

BOSQUEJO HISTÓRICO DE LA ORATORIA.

De buen grado intentaría, para satisfacer cumplidamente loque el tema pide, rapidísimo bosquejo de los caracteres artís-ticos , que ha revestido la Oratoria en su larga y gloriosa car-rera. Tal había sido mi intento desde los principios de estetrabajo, para mejor demostrar lo que os llevo dicho, y tal vezlo hiciera á no extenderse el tema bajo mi pluma de tal modo,que temeroso ya por vuestra impaciencia, emprendo estas úl-timas brevísimas consideraciones.

La discusión, si tengo la fortuna de que siga á esta Memo-ria , irá trayendo, como por la mano , todos esos temas histó-ricos de indisputable belleza y sobre los cuales debo pasarrápidamente , ciñéndome , para dar unidad á este trabajo yresponder á lo que su condición exige , á enunciar las leyesbajo las cuales nace , en mi sentir, y progresa y se desen-vuelve la Oratoria. Son dos, y en realidad á una sola se redu-cen , de la cual arrancan las demás, y por la cual se explican:

i.a La Oratoria surge, como una necesidad , en la vidaespiritual de los pueblos, reflejando sus hábitos y sus aspira-ciones.

Y 2.a La Oratoria , por participar de la condición de arte,y por sus fines sociales, cumple su desarrollo en los dias delibertad de las nacipnes.

Si tenéis presentes las condiciones artísticas de este géneroliterario, que os he expuesto, resolvereis sin dificultad laduda propuesta á la discusión , afirmando que la Oratoria denuestro siglo es superior á la de las edades pasadas, y que eslegítima y posible esta comparación, aun cuando no se resol-viera en el sentido que dejo indicado.

Es tan íntima la relación entre la eiencia y la vida, entre lateoría y la práctica, que todo aquello que es cierto metafísica-mente, resulta cierto también en la historia, en cuanto se di-

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sipan las oscuridades, que enturbian los hechos, y los apasio-namientos que oscurecen el ánimo. Si es ley de estética y decrítica la libertad del arte en sí, ley histórica habrá de sertambién la libertad artística, y su confirmación en la Oratoriaes lo que debemos indagar en los momentos presentes, %ies-pues de haberlo demostrado para la lírica y la poesía dramá-tica. Sólo con estos intentos y con ánimo de que el debateilustre estas materias, apartándose al mismo tiempo de lacrítica personalísima, á que pudiera llevarle una investigaciónpuramente histórica (no muy distante de la política), y en quehabía de caberme gran suma de culpabilidad, me decido átratar el último problema , que el examen de la elocuenciapide, y á dejar esta parte más incompleta aún que las otras,

• ya que, á decir verdad, pienso que ha de ser la más discutida.Arma espiritual dirigida hacia el espíritu del hombre, verbo

hecho carne en las profundidades del alma, la elocuencia de-bió nacer ruda, inquieta, poco hermosa todavía , con la pri-mera necesidad y la primera aspiración del hombre. En todoslos pueblos, en todas las sociedades donde haya podido reso-nar la voz del hombre , ha vibrado la elocuencia más ó me-nos grande , más ó menos viva, más ó menos ardiente; entodas las épocas , en todos los siglos ha sido una necesidadsanta del espíritu. Cada reforma religiosa ó política, cadadescubrimiento, cada intuición, cada utopia, cada^acudi-miento de los pueblos, ha sido expresado por la palabra; lafuerza misma, la fuerza brutal, que ha ma-rchkado tantasveces la libertad , ha obrado siempre por la palabra ó contrala palabra, y de este modo , en su gloriosa historia, la elocuen-cia ha sido el rayo que anunciaba las revoluciones, la llamadespués que iluminaba su grandeza. Y la razón es clara. Lapalabra es lo único inmediato de que puede disponer el hom-bre , lo único eterno puesto á su alcance, y lo que más muevey encadena, y de la palabra se han valido reformadores, utó-picos, sabios y profetas, y con la elocuencia han ido cum-pliendo su propaganda hasta que , extendido el incendio, laobra se ha consumado y la palabra ha sido su iniciadora y sumaestra. La elocuencia nace del alma y va al alma, refleja las

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pasiones y las enciende; la opinión es la reina del mundo, hadicho Pascal, y la palabra es la madre de esta reina.

¿De dónde arranca la fuerza de la palabra? ¡Hermosos mis-terios del espíritu que, sin embargo, se adivinan y se com-pre ri'den!

Cada filósofo produce su orador, cada escuela filosóficaengendra una escuela oratoria. Oriente tendría sus oradores,buenos ó malos, que nos son desconocidos: Anaxágoras pro-dujo á Perícles; Platón, á Demóstenes; los estoicos, á Catón;el cristianismo, los Santos Padres; el enciclopedismo, la Con-vención ; y siempre la elocuencia, agitindose como las aguasde los mares, ha ido sobre la superficie de las sociedades mos-trando las agitadas tempestades del pensamiento. Como esasplantas que nadie siembra y que hermosamente florecen , laOratoria nace espontáneamente para anunciar las horas de an-gustia de las naciones, ó llevarlas al camino de la redencióncon la esperanza de su grandeza. No parece sino que Diosestá inspirándola siempre, para que sea la Providencia de lahistoria.'

Las discusiones de la plaza pública en Atenas dan fuerzas áGrecia para mantener vivo el espíritu nacional y vencer á lospersas, y un rasgo de elocuencia eterniza el sacrificio inmortalde las Termopilas. El escepticismo había engendrado á Gor-gias y á Prodicus de Ceos, y Sócrates acaba con los sofistas;necesita Atenas un gran ideal, y la inspiración elocuente dePlatón lo revela ásus admirados discípulos; llegan los tristísi-mos dias de la invasión macedónica, y Demóstenes, el oradormás grande de Iqs griegos, levanta aún la dignidad de su pa-tria y la despierta contra Filipo; y más tarde, cuando el re-cuerdo de Marathón se había olvidado, y la antigua fiereza delos Dorios habíase convertido en refinada molicie, aún Cimon,Licurgo y Atheneo Litias inspiran á los escasos defensores desu independencia, y la palabra es la última arma del pueblode Milciades, de los vencedores de Salamina.

La filosofía estoica llega á su florecimiento en Roma é ins-pira su elocuencia política y sus oradores forenses; Catón, losGracos, Mario, los Scipiones, sus comicios y su. Senado, todos

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hacen la grandeza de Roma; y cuando la libertad cae extintabajo las frías crueldades de Tiberio, la Oratoria es el únicoconsuelo de los romanos afeminados, y la Oratoria se extingueen los siguientes emperadores, quedando como inútil aparatoel artificio vacío de la retórica.

El proceso de la edad greco-latina confirma la primera leyqne os había expuesto; la elocuencia surge con el crecimientoespiritual de las razas; en Grecia, pueblo de políticos y defilósofos, nace la elocuencia de Platón y la de Perícles; enRoma, pueblo que vive en el foro y en el Senado, la de Cice-rón y los Gracos; la religión de Grecia se expresa en la poesía;la religión romana es una entidad más en el Estado, y ni enun país ni en otro brota la oratoria sagrada. Tampoco debióalentar en Oriente, á pesar de las predicaciones de Budha, quees imposible el símbolo absoluto para la Oratoria, y sólo porsímbolo se expresaban sus gigantescos panteísmos; como eraimposible la política en aquellos pueblos de castas , cuya uni-dad asombra y cuyos inmensos monumentos son pequeños,ante la inmensidad de su esclavitud y de su tiranía.

En un instante solemne se anuncia la redención del hom-bre, y en aquel mismo instante la palabra de Jesús seduce álas muchedumbres de Palestina, y el mundo sigue por vezprimera el impulso de unas ideas que hasta entonces no habíaescuchado. El sacrificio del Gólgotha se consuma, la ••predica-ción comienza y la oratoria sagrada crece, animada por la altí-sima inspiración bíblica de los Profetas, por la severa narra-ción del Génesis, por la gracia del libro de Ruth, ó por lassublimes concepciones del de Henoch, que no deja de serbello por no haber sido declarado canónico. Son aquellos diassin noche en la historia del mundo, de grandeza sin ejemplo,de sublimidad sin parecido; aquella misión evangélica se cum-ple en una elocuencia inimitable, y desde que las lenguas defuego descienden á la cabeza de los Apóstoles, el porvenir delmundo es cristiano. ¿Sabéis por qué? Porque la caridad ar-diente y la pasión religiosa vivísima, que anima el alma de losvarones evangélicos, estalla en el lenguaje de la pasión y délaternura, y sin ser retóricos llegan á ser elocuentes. El mundo

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antiguo, separado de la religión positiva, estaba unido á sustradiciones por el arte: un libro ó una cátedra no hubieranrealizado jamás transformación tan grande; la belleza de Idoratoria cristiana consiguió hacer amable la cruz afrentosa delCalvario y llevar la buena nueva á una sociedad que habíaperdido la fe en Júpiter, pero que adoraba los lienzos de Fi-dias y el cincel de Praxiteles. El cristianismo no tenía arte,porque apenas había tenido vida histórica, y lo grandioso desu palabra tuvo que suplir la plasticidad y la belleza de todoel arte clásico. A los tres siglos, las cátedras de Antioquía,Alejandría, Cesárea, reemplazaban á las oscuras catacumbas;y San Clemente, San Justino, San Gregorio, Orígenes, Tertu-liano, San Juan Crisóstomo y San Ambrosio llevaban á susiglo de oro la primitiva elocuencia cristiana. Era la necesidadnueva reemplazando á la necesidad antigua, y la elocuenciasirviendo, como siempre, de intérprete al progreso del pensa-miento humano.

Las invasiones de los bárbaros sumergen en el olvido porunos siglos el arte y la civilización antigua. En el seno deaquella sociedad informe, goda, franca, alana y romana secumple un trabajo laborioso de depuración, del que no puedela Oratoria esperar sino una transformación, después de la cualresponda á las ideas nuevas. La briosa y enérgica sencillez delplacitwn germano debió brillar en las feudales asambleas dela Edad Media; y cuando éstas callan y se humillan, quedasólo en aquellos tiempos, prescindiendo de ¡apalabra brillantede los árabes y de su predicación religiosa, la voz de los here-siarcas, a¡l lado del renacer de la elocuencia cristiana. Rienzi,invocando las antiguas grandezas de Roma; Arnaldo de Bres-cia y Savonarola, protestando contra los abusos del papado;Esteban Marcel y tantos otros al lado de San Bernardo y deSan Vicente Ferrer, representan las dos corrientes que se agi-tan en el mundo europeo. Cuando este antagonismo llegó ásu último grado y se fecundó con la sangre de los mártires ycon el ejemplo de Juan Huss, Jerónimo de Praga, Wiclef, losValdenses y los Albigenses, la reforma estalla en Alemania alavoz poderosa de Lutero, á la dulzura del ilustre Melanchton,

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al áspero llamamiento de Calvino, al brioso de LJlrico deHutten, ó á las plegarias de Zwinglia, bellas como las floresde los Alpes y puras como el agua de sus hielos, según frasepreciosa de un historiador de la elocuencia. Era otra idea queestallaba, y la palabra que servía una vez más de anunciadoray de profeta.

Desde la Reforma, la historia entera se enlaza y teje confacilidad admirable; problema religioso se aduna al político,y mientras en el continente se extinguen los últimos restosde la elocuencia política , la revolución de Cromwell des-pierta el espíritu parlamentario de los ingleses, y, á vueltas dela tiranía de los Tudores y de algún Estuardo, la libertad po-lítica sigue viviendo en Inglaterra hasta los dias que corren, yla Oratoria revelando la historia del Reino-Unido.

El despotismo académico y cortesano de los Borbones enFrancia , el impulso dado por la filosofía cartesiana , el des-arrollo de los estudios clásicos y la creación de corporacionesilustradas, significan el crecimiento científico de los siglos xvny XVIII, y son causa á que la elocuencia, atendiendo á este nuevomomento de la historia, adquiera la forma académica, aumen-tando así sus méritos, conforme crece la actividad espiritualde los pueblos. El fin y término de este desarrollo religioso yfilosófico fue la revolución de 1789 : una multitud de orado-res respondía á cada tendencia de las doctrinas; Mirabeau, ins-pirado por Montesquieu y Turgot; Danton, siguiendo las má-ximas de Diderot; unos, apoyados en la tradición de Voltaire;otros, orgullosos con imitar á los Gracos y seguir el ejemplode Rousseau. En los demás movimientos de la historia , unadoctrina sola se había expresado ; aquí era universal la varie-dad , como era universal la revolución. La elocuencia habíallegado á su plenitud en la política , y se esparció por elmundo. Washington acababa de hacer libre á América ; Na-poleón quiso hacer esclava á Europa , llevando la espada deBrumario en una mano y las declaraciones de .789 en otra,y poco después la espada rota en Moscou y Zaragoza seenmohecía en Santa Elena, y en Bélgica, en España y enItalia brillaba la palabra de la revolución , que había escar-

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necido, y los derechos del hombre, que había destrozadorLo mismo que en Grecia, de igual manera que en Roma, la

elocuencia había revelado el progreso en la Revolución y en laReforma. ¿A qué seguir más adelante y llegar á épocas tanpróximas á nosotros, que unos las recordamos con amor yotros huyen ante ellas con espanto? Probado queda, en misentir, lo que no creo que seriamente pueda ser puesto enduda : que la elocuencia no florece á capricho y sin interésninguno, sino que va, de un dia á otro dia, creciendo en méri-tos y en esperanzas, según va el espíritu mostrando su inago-table esencia en la infinita serie de revelaciones é intuiciones,con que mantiene y sigue, desde los principios de la historia,ese deseo vago y constante que le lleva á la grandeza del sacri-ficio y al olvido de los afectos propios, en interés del porvenirde la humanidad.

Lo que en manera alguna puede admitirse, y no lo admiti-réis vosotros, porque seria romper con todo lo afirmado, es laopinión seguida comunmente después de Aristóteles , que fijalos orígenes de la elocuencia en Corax y Tisias, retóricos deSicilia, y explica su aparición en Grecia por el viaje de Gor-gias. Imposible parece, conocido el orgullo semidivino de losgriegos y su instinto artístico , se creyese nunca que fuesen áaprender la elocuencia de la viciosa Siracusa; más imposibletodavía pensando que lo que inspiraba á Gorgias era la retó-rica, distinta y bien distinta de la elocuencia.

No; la elocuencia no aparece con los sofistas; Cicerón y Pe-tronio protestan contra el empeño de los retóricos, y la críticamoderna confirma lo que os llevo dicho , sosteniendo que laOratoria, siempre latente en el genio griego, florece y esparcesus galas con la caida del rey ateniense. «La persuasión resi-día en; los labios de Pisistrato», dice Cicerón en Bruto; «Te-místocles parece destinado á gobernar los hombres y los suce-sos», dice Thucydides; y Arístides el Justo, y Solón, y Licur-go, y tantos hombres ilustres que engendró la libertad griega,eran grandes oradores, formados por la naturaleza , y no porel arte de Gorgias ó Protágoras. La palabra nace en Greciacomo en todas partes, viva, coloreada, espontánea, y, sin em-

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bargo, se ha pensado que la oratoria virgen de Atenas veníade la prostituida Siracusa.

Realmente la historia presente excusa otra demostración enfavor de la libertad artística ; mas parece moda ponerla enduda , y esto exige más detención de la que quisiera. Valién-dose de la doctrina de que el arte es forma pura, entienden, óaparentan entender muchos, que nada importan los derechosindividuales, ni el progreso en la industria para su mayor be-lleza; y seguro que presentada la cuestión de este modo, pierdetoda su seriedad, para convertirse en una de tantas ironías quese emplean contra nuestro siglo.

No son los derechos individuales los que deciden los progre-sos y crecimientos del arte , sino la libertad , como fuerza yenergía social : de que el arte sea forma pura se sigue que hade revelar un contenido cualquiera, y claro está que, cuandola ley ó la costumbre impida la expresión de éste, el poeta,aprisionado en un momento histórico y forzado á enmudecer,ó cantar algo que no le inspira, es un genio que declina y des-aparece. ¿Cómo bajo una cultura ortodoxa pudiera expresarsela infinita variedad artística que va de Lessing á Lamartine,de Víctor Hugo á Leopardi, de Byron á Manzoni y de Shelleyá Espronceda ó á Quintana? De ninguna suerte.

Mucho más notable es esta influencia en la Oratoria. ¿Cómoha de vibrar igual é independiente la voz del sabio, dePsacerdo-te ó del tribuno en esos dias de la historia, en que el espírituse extiende y todo puede decirse y predicarse, que en esos otrosde asfixia de los pueblos en que la sospecha es un delito, y enque, en lugar de la palabra, se escucha sólo la voz del delatory la cadena del esclavo? ¿Cómo ha de predicar Lutero, ante elcadáver apedreado de Savonarola, ni ha de hablar Herschellen la prisión de Galileo, ó ha de inspirarse Mirabeau en unaCámara de los Tudores?

La elocuencia sagrada se inspira en la propaganda, y no haypropaganda donde no hay varias creencias, ni creencias distin-tas donde la libertad no existe: la oratoria política nace con larevolución y muere por ella; la académica sólo vive cuando t

la discusión es permitida y el choque de los sistemas la pro-

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mueve: hasta la forense tiene más vuelo en el foro romanoque en nuestros tribunales colegiados, atentos á la letra de unaley, ante la cual se quiebra la inspiración y plega su alas elgenio.

Y es que la libertad es en todo bendita y fecunda é iluminaha»ta á los mismos que la niegan. De Maistre, Donoso Cortés,Bonnald, Dupanloup, tantos otros vivos y muertos, son ora-dores de nuestro siglo, y sin embargo, le maldicen á todas ho-ras; ateos de la libertad, tan ateos como esos otros, que renie-gan continuamente de Dios, llevando el sello de su gloria enla conciencia. Toda voz que brota pidiendo una reforma, ex-poniendo un sistema, endoctrinando un mundo, es una pruebade libertad, no de esa bulliciosa del motin, que se mancha en-el lodo de las calles, sino de la santa, de la inefable, que es leyeterna y revelación para el espíritu; sin ella, la Oratoria muere.

No es necesario penetrar muy hondamente en los secretosdel pasado, ni indagar ignotas leyes históricas, para convencer-se de cuan cierto es lo que he afirmado. Grecia, la tierra santadel arte y de la filosofía, la madre de Europa, ofrece con lasgrandezas de su República la elocuencia viril de sus generalesy sus caudillos, hasta llegar á la fastuosa de Perícles, que, conel lenguaje de la libertad, enseña el camino de la dictadura;después la hermosa de Demóstones, en que aún alienta la in-dependencia helénica, y al fin con el envilecimiento de la Re-pública la impúdica sofistería de Cleon, tan fuertemente con-denado por Aristófanes. Roma sigue el mismo camino que Gre-cia. Ruda, menos artística y más guerrera, su República tienepor oradores á Catón, Fabio Galba, Craso, los Gracos; llegaun instante en que Julio César hace de Perícles romano, y en-seña á unir la espada á la palabra, y Roma con menos elemen-tos de libertad que Grecia, cae al punto en la decadencia y eldespotismo de Tiberio1. Cicerón que vive esta edad de la ora-toria romana, expresa el grado más perfecto de la oratoria an-tigua, y los gérmenes de perdición de la nueva, que ha de serla palabra puesta al servicio de las más bastardas ambiciones yde la adulación más cobarde. Mientras Roma y Grecia conser-van, como vestales, el fuego de la libertad, tienen oradores; al

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acabarse su República enmudeció el foro, y como la ola se re-tira rugiente al chocar contra la peña que la resiste humillada,la Oratoria buscó un refugio en los Anales de Tácito, hasta lallegada del cristianismo. Y para que veáis si en efecto la liber-tad impulsa la Oratoria, comparad su caida en Grecia y Roma;allí hay un período de Demóstenes á Cleon, en que aún el pa-triotismo lucha y la palabra vive; en la ciudad de los Césaresparece que, con el asesinato de Cicerón la Oratoria cae dego-llada, ante el hipócrita Augusto, ó el sombrío tirano que lesucede.

La empresa no igualada de la propagación del cristianismo,•se cumple por medio de la palabra. Alejandría es entonces elasiento de todas las doctrinas; ella recibe influencias de Asia y•de Europa, de Platón y de los Santos Padres: en su seno vivenSan Clemente y Plotino, y de allí parte la elocuencia que hade irse extendiendo por todo el mundo. ¿Quién negará queaquellos tiempos heroicos del cristianismo han sido los desu grandeza y los de su libertad? La ortodoxia, apenas bos-quejada, la oposición, por todas partes manifiesta, dan á aque"Ha edad un carácter de fusión y de confusión de dos mundos,en que la palabra sirve-de arma para decidir el triunfo de laidea cristiana. En el momento en que la alianza entre Constan-tino y la Iglesia se consuma, comienza á decaer esta gloriosí-sima historia, las escuelas paganas se cierran, y en él conflictouniversal que suscita la entrada á la civilización de los pueblosdel Norte, todo se oscurece para nosotros, pudiéndose entreverúnicamente en medio de nieblas y densísimos velos una luchaentre la tradición pagana y el cristianismo, que dura hasta elsiglo vn; otra entre el espíritu y el idioma, que acaba en el xncon la aparición de los romances.

No es posible recordar sin pena aquellos dias que siguen áJos de los varones apostólicos. Llenos de esa familiaridad su-blime, que enlaza á los grandes oradores con las muchedum-bres, parecía que los Santos Padres, que venían á predicar unaidea de igualdad, querían hasta en la forma resucitar el anti-guo tribunado del pueblo. Con una idea más grande que la.que habia inspirado á los Gracos ó á Perícles, Gregorio de Na-

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zianzo, Basilio de Cesárea, Juan Crisóstomo tienen delante desí, en un dogma sin formar, Dios, el Verbo, la eternidad delalma, la redención, todas aquellas ideas que habían de ir pre-cisando los Concilios y que entonces vagaban en el alma de losapologistas. No es ya cuestión de conquistar un pueblo, comoen el Senado romano; se trata de conquistar lo infinito: calcu-lad hasta qué panto podía llegar la ardiente exaltación cristia-na. Desde el atrevimiento respetuoso de Athenágoras, hasta laerudición de San Teófilo, la dulzura de San Justino y las ma-ravillosas audacias de los que llevo citados, todos los maticescaben en la elocuencia de los Santos Padres.

Después de ellos, la elocuencia cristiana, agitando en losconcilios, bajo forma didáctica, las más graves cuestiones, pa-sando por las controversias de dominicos y franciscanos y lasbrillantes declaraciones de los heresiarcas, vuelve á renacer enEspaña con Juan de Ávila y Luis de Granada y otros muchos,contra la opinión de Ticknor y de Maury, que estiman de es-casa valía nuestra oratoria sagrada; y en Francia con Bossuet,"Bourdaloue, Rapin, Fenelon , y poco más tarde Poulle, Fle-chier, y Masillon. Y, cosa extraña, y que llamaba sobremanerala atención de Lammenais: el estudio de los Santos Padres, delos grandes modelos se fue descuidando; Fenelon , Bossuet yGranada fueron quizá los que más lo atendieron, y aun así, noera ya con el mis.no espíritu y con tendencias iguales á las ex-presadas en Alejandría. Aquellas síntesis maravillosas, tocadasdel espíritu platónico y de las sectas gnósticas, aquel espíritude democracia y aquella representación social que los SantosPadres adquirían, no estaban en el carácter del siglo XVII. LosPadres de la Iglesia habían escrito en un espíritu de libertad yse leían con un espíritu de servidumbre, contra la protesta na-cida en la Reforma. Pascal penetró más hondo aue Lamme-nais cuáles eran las causas por que se había olvidado la tradi-ción gloriosa de los Ciprianos y de los Clementes.

También la tradición de los Gracos iba perdida, en el senode la Edad Media. Aquellas decantadas libertades, que no otracosa eran que los privilegios del fuerte, no podían inspirar á laOratoria; y dejando como aislado el momentáneo triunfo de

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Rienzi ó las arengas de algún repúblico italiano, es lo ciertoque la elocuencia política no vuelve á tomar cuerpo hasta larevolución inglesa. No fue muy largo ni extremado por lobrillente este despertar de la tribuna; Inglaterra no cuenta coamás oradores verdaderamente ilustres que los del siglo xix, en .que ha sido al fin una verdad continua y no desmentida el po-derio de su Parlamento.

La independencia de los Estados-Unidos y la sacudida eu-ropea de 1789 hacen surgir la oratoria política moderna. Pasadla vista por el Libro de los Oradores y por la Historia deFrancia en este período: en aquél veréis las figuras más emi->nentes; en ésta veréis la Constituyente, la Legislativa, la Con-vención, el Directorio, el Imperio, la Restauración, esa epo-peya de los últimos decenios, y á la sombra de tales sucesosid observando cómo pasa y cómo decae la elocuencia. Todosconocéis las sombras augustas de aquellos grandes oradores,de aquellos inmortales tribunos. Desde que los Estados gene-rales se reúnen en Versalles y Paris, la agitación nacional dei-muestra lo imponente de aquella lucha; allí se daban duelo ámuerte lo presente y lo pasado: del partido de la revolución,Duport, Lameth, Chapelier, Target, Barnavey Mirabeau; dellado de la antigua monarquía Mounier, Clermont-Tonnerre,Lally-Tollendal, Cázales y Maury : jamás una Asamblea hadeliberado tamo, ni sobre tales materias; jamás s^ ha pene-trado tan hondo, ni tan lejos para discutir las leyes, ni desdelos tiempos de Moisés hubo un-poder más universal y másabsoluto. La tribuna de 1789 parecía una inmensa fragua, enque se trabajaban los intereses y los derechos de la humani-dad; ora resonaba viva y brillante la improvisación eh boca deoradores célebres, ora una voz grave se elevaba sobre todoslos murmullos y todas las protestas; el pueblo intervenía aiorador; la Montaña se agitaba impaciente; el debate conti-nuaba entre la ansiedad de todos; los aplausos eran violentos,las censuras crueles; á la desesperación de los vencidos, res-pondía el grito de alegría de los vencedores; el discurso, comola regeneración, que se discutía, era de todos y para todos, ycuando vibraba el eco del dogmático Sieyes ó de Mirabeau,

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del obispo de Clermont ó de Bureau de Puzy, no eran ellosen realidad los que hablaban, era Francia entera, que rugíafrenética y delirante en aquella cuna del derecho, pidiendocon su libertad la de todos los pueblos y la de todas las razas.

Al g3 le falta la grandeza del 89; le falta también su espíri-tu de discusión, sus nobles instintos y su infinita "-tolerancia.Barnave, que se opuso á la muerte de Luis XVI; Mirabeau,que parecía el único capaz de sujetar las turbas , ya no alien-tan; la Gironda muere asesinada por los jacobinos, realizandola profecía de Vergniaud; y sin la libertad de la Constituyen-te, apenas Vaublanc, Pastoret, Becquey y otros, sin energía ysin vehemencia, intentan contener el terror, que paraliza lasfuerzas de Francia bajo Marat y Robespierre y que acaba porentregarla, prostituida y desangrada, á la ficción del Consula-do , que se termina en la tiranía del Imperio. En esta épocaazarosa la palabra refleja las dos tendencias que aún luchan;la de los girondinos, que buscan la república dentro de la ley;la antigua Montaña, que busca la república entre el lodo y lasangre de la guillotina. Lamartine ha trazado en páginas in-mortales estos recuerdos de. la revolución francesa , en que laprincipal oratoria pasa délos clubs á la Convención, ofrecien-do el gran espectáculo de una lucha á muerte con los giron-dinos. Hoy es Vergniaud que defiende á .Luis XVI; mañanaDanton, que acusa á Vergniaud y á sus compañeros; pocodespués la sentencia de Danton, y al otro dia Tallien, Barrie-re y sus amigos, que condenan á Robespierre. La Convenciónes una Cámara extraña por la que pasan, hoy vencedores, losguillotinados de mañana ; es el fiel reflejo del pueblo ciego yprecipitado á la demagogia, y su oratoria es también brusca,enérgica, casi sienpre incorrecta, dominada por las circuns-tancias en muchas ocasiones, pero todavía viva, porque aun-que brutal queda un resto de libertad que la alienta y que lasostiene. La palabra francesa del período convencional auntiene algo de gigante y de hermoso; sus violentísimas pasio-nes, su fogoso atrevimiento, su transcendencia social: cuandola Convención muere, la Oratoria enmudece para no reapare-cer hasta las Cámaras constitucionales de los Borbones con el

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diputado Manuel, el general Foy, el ilustre Benj. Constant,Casimiro Perier y Royer Collard, en la izquierda; De Villele,de Martignac, Labourdonnais y De Serré, en la derecha. ¿Yel Imperio? preguntareis sin duda. ¡ Ah, señores! el Imperiohabía ahogado, bajo su inmensa pesadumbre, había hechotemblar, bajo su omnipotencia cesarista, aquella eflorescenciade la palabra republicana; en lugar del tribuno se oían losclamores de la patria desgarrada en Austerlitz y en Leipsick;y es que lo mismo que la primavera de las flores no se lograbajo los hielos del invierno, tampoco la primavera de la pala-bra puede lograrse bajo el despotismo ni la tiranía, que sonel hielo que seca y mata todas las hermosuras del espíritu.

También estalla en América, favoreciendo el desarrollo dela oratoria política, una conmoción, si no tan universal y pro-funda como la francesa, grande al menos, y fecunda para eltriunfo de la democracia. Las cuestiones nacidas, desde media-dos del siglo xvm, entre Inglaterra y sus colonias, á causa delos impuestos, y contenidas apenas por la prudencia políticade lord Chatham en 1766, producen agitación indescriptiblecuando al año siguiente, enfermo el ilustre Pitt, hace aprobarTowshend al Parlamento, á instigaciones del despechado lordGrenville, el bilí por el cual se establecía el supremo poder delas Cámaras inglesas para legislar sobre las contribuciones deNorte-Amárica. Boston presencíalos primeros motines contralas tropas y las autoridades británicas, y entonces se constitu-ye , sin precedentes todavía, una junta popular, modelo sinduda de aquellas, que según Hildreth, habían de ser más tardeel poder supremo de la Union americana.

Algún tiempo antes no hubiera sido esta excitación peligro-sa; pero en 1767 había fermentado ya en los Estados, comoMassachussets, Virginia y Carolina del Sur, aquel germen delibertad que, según Guizot, aunque no siempre, llevaba Ingla-terra á sus colonias; y en escritore; y tribunos, en folletos, pe-rió Jicos y m.etings comenzó á mostrarse públicamente el des-contento contra la política de la Gran Bretaña. La elocuenciasurgió ardentísima y variada en aquellas horas que prepara-ban el nacimiento de una gran república. Henry, persuasivo

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y vehemente; Pendieron, Bland, Jorge Wythe, Peyton, Ran-dolph, Roberto H. Lee, el Cicerón de Virginia; Washington,populárísimo. ya en aquella fecha, pero nunca orador de graiirdes condiciones; Jefíerson, elegante, impetuoso y ardiente;Otis, correcto y persuasivo; Adams, Catón de aquella repúbli-ca naciente; Hancock, fastuoso en el trato y en el lenguaje, Cus-hing, Cooper y Roberto Treat Paine, abogado de fama y ora-dor de irresistible lógica, son las figurasjnás importantes deMassachussets y de Virginia, de los dos Estados iniciadores deaquel movimiento, uno de los cuales hizo públicas las sesio-nes de sus Cañaras, para que el pueblo se enterara de las dis-cusiones; en tanto que en la Carolina del Sur, Rutlecke,Ramsay y Gadsden, aconsejaban todos los medios para unasolución, menos la renuncia de los derechos legítimos.

Las ideas se tradujeron en hechos, y la guerra comenzóen 1774 contra la madre patria, tratándose primero de peticio-nes al rey y avenimientos con la Metrópoli para terminar,después de la victoria de Lexinton y la unión de Georgia, porla influencia de Washington y Jonshon, en la reunión delCongreso y la declaración de independencia. En i"83 se ter-mina el tratado de paz con Inglaterra, y en aquella Conven-ción federal de 1877 aparecen como grandes oradores los pa-tricios ilustres de los últimos años, Hamilton, BenjamínFrankin, Climer, Madison. G. Davie, Juan Rutledge, her-mano de aquel orador de la Carolina, Jefíerson, Knox y Fis-her Ames, que durante la administración de Washington vanrevelando cómo llegó á influir á través del Atlántico el espíri-tu inmortal de la revolución francesa.

El 14 de Diciembre de 1799 es una fecha tristísima en lahistoria de los Estados-UnLlos, gloriosa en la de su elocuen-cia; pues llegó á mostrar, en las frases sentidas y enérgicas deLee, en la oración fúnebre del doctor Masón y en el apasio-nado y tiernísimo discurso de Marshall, cómo lloraba el pue-blo •línjricarao, ante los inanimados restos de aquel Padre dela Patria, qué á no haber existido Lamartine, sería la figuramás gigante del siglo xix. *

Bajo las presidencias de Jeíferson, Madison, Monroeó Juan

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Quincy Adams, sólo brillan ademas de éstos, distinguidos to-dos en el Parlamento, antes de ser elevados á jefes de la Union,Clinton y Eduardo Clay, antes de la guerra de 1811 ; Webs-ter y Benton, hasta la presidencia de Jackson , en uno de cu-yos Congresos (1834) se promovió uno de los debates más no-tables de su historia parlamentaria (con motivo de haber reti-rado el presidente los depósitos del Banco), en que además délos oradores indicados se señalaron Pock y Calhoun. La Con-vención democrática de Baltimore, fundada en i83cj, da vigo-roso impulso á la elocuencia popular, que sigue al lado de laparlamentaria, en que brillan Harrison, Taylor y FrancklinPierce, reemplazando á Clay y Webster, que mueren poco an-tes de llegar Abraham Lincoln á la presidencia de la Repú-blica y de comenzar esa última serie de sucesos que están de-masiado próximos á estos dias para ser serenamente juzgados,y que ademas nos son á todos conocidos.

La elocuencia norte-americana se asemeja un poco á la fran-cesa, pero revela cada una de ellas un modo de ser y un artediferente, y ambas por eso deben ser cuidadosamente estudia-das. Quizas ni una ni otra son modelo de oratoria política, yla fria é inglesa serenidad de la una busque, á modo de sangrenueva, algo de la irresistible impetuosidad de la otra, mientrasésta á su vez necesite algún hielo que temple sus fogosísimasexaltaciones y que separe á instantes la pasión de temas y ne-gocios, á que, por su carácter, no se presta.

Mas se halla esta consideración en la conciencia de todos, yno necesito insistir sobre ella.

Os dije antes que en mi sentir la elocuencia política modernanace con la independencia de los Estados-Unidos y la revolu-ción francesa; debía haber añadido que, con el advenimientode la democracia, arraiga también y florece bajo el cielo ne-buloso de Inglaterra. En i832, con la elevación al tre no de lareina Victoria, comienzan realmente las reformas que hoyconstituyen la libertad política de la Gran Bretaña, y oon ellasel predominio de la Cámara de los Comunes y del meeting,que es donde señaladamente vive en aquelpaís la elocuencia,política. Reviste en Inglaterra los mismos caracteres que en los

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Estados-Unidos, con muy contadas excepciones. Después dePitt y Canning, los dos oradores más notables de principiosde este siglo, Rusell, Peel, Palmerston, Henry Addington,Evelyn Demiston, Derby, Disraely y Gladstone son los repre-sentantes más acabados de aquella elocuencia parlamentaria,tan distinta de la nuestra, como son distintos su clima y nues-tro clima, y tan serena, lógica y razonadora, como es la nues-tra de apasionada y de vehemente. Aun los mismos tribunosdel partido wight no abandonan estos rasgos generales de laelocuencia inglesa, y sólo de este modo se comprende el éxitoasombroso y la profunda admiración que despenó el apasio-nado O'Connell, moviendo con su palabra las muchedumbresde su patria. El conde de Montalembert ha referido con entu-siasta aplauso el carácter, las condiciones y hasta la causa mis-ma de aquel orador irlandés, latino por sus creencias, por sualma entera y por su estilo mismo.

No necesito para enaltecer la influencia de la libertad en laOratoria, descender al recuerdo de otros países, no de tan glo-riosa historia como los que llevo citados; mucho menos llegará tiempos de cuyos sucesos hemos sido actores ó testigos, ó ha-blar de nuestro país, para que la pasión política enturbie losjuicios y oscurezca famas-y glorias que ya no son de ningúnpartido, sino de la patria que los alimentó en su seno, y de lahumanidad entera, que honraron con su mágica palabra. Qué-dese esto para trabajos de otra índole, en que la verdad puedacon ancho espacio y maduro examen quedar esclarecida y de-purada. ¿A qué buscar ahora demostraciones siempre peligro-sas, y traer al debate nombres que deben ser para todos sagra-dos? ¿A qué acudir otra vez á la vecina Francia, para referir susgrandezas desde i83o y los desfallecimientos de su tribuna, ynombrar en esta discusión al lado de Lamartine, Berrier óThiers, oradores que aún viven, y que hoy están dando almundo el espectáculo grandioso de la Constituyente, pero den-tro de la legalidad y de la justicia?

Habéis visto, señores, cómo eran una verdad innegable lasleyes que antes enunciaba. Basta comparar florecimientos ydecadencias, en esa rapidísima reseña de períodos y nombres,

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para comprender el proceso tan poco estudiado y tan intere-sante que va revelando la Oratoria. No necesitaría discutir si-quiera la superioridad de la moderna, si este trabajo hubiesepermitido un examen de las condiciones de cada orador yde su influencia en sus contemporáneos ; pero adquieren talprestigio famas , que resisten al transcurso de los tiempos , ypueden tanto en nosotros los resabios de una educación pura-mente clásica , que aun á muchos que a imiten los principioscapitales que llevo expuestos ha de parecer heregía atreverseá comparar con ninguna otra las oraciones de Cicerón y deDemóstenes*. Tócame desde luego advertir que este paralelopuede sólo darse en dhtincion y aun oposición de caracte-res , que para él nos falta tener en cuenta el gusto artísticoy las aficiones de griegos y latinos , y recordar ademasel concepto dol progreso en ia belleza que anteriormenteos exponía , bien distinto de ese positivista que hace algu-nos años explicaba un autor francés en un libro que alcanzógran boga.

Desde luego, lo que constituye la superioridad de lo modernosobre lo antiguo, es que á un tiempo reunimos la oratoria po-lítica y la forense, la acadé nica y la sagrada, mientras cual-quiera de las épocas anteriores, menos universal que la nues-tra, sólo tenía una nota que reflejar, según las exigencias delos tiempos; y es que si nuestro siglo no es mejor qi|* todoslos pasados e.i conjunto, es al menos superior á cualquiera deellos. Si record-tinos la gloria de Esquines y de Demóstenes, ennuestros días hemos visto á Mirabeau, á Lamartine! á O'Con-neü, á Mazziui, á Arguelles y á Alcalá Galiano, mas el P. Ja-cinto, -Dupanloup, Riúlica, el P. Félix, el ilustre obispo deCádiz Sr. Arbolí, y otros que aún viven; si nos seducen laspredicaciones de Sócrates ó Platón, hoy tenemos aquel moví-,mjento inmenso que partió de ias universidades de Alemania,actas y memorias de mil-academias, conferencias y discusionesen todas partes, y á cada gloria antigua podemos oponer otranueva del mismo ó de diferente orden que la contrapesa, yque convierte en fuegos fatuos esas continuas quejas contra lo.presente, nacidas de un subjetivismo malsano, ó de esas vagas

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ansiedades á lo Werther, que á todos nos acosan y que en tanpoco deben estimarse.

La razón que explica la superioridad de nuestra oratoria, esel abandono de los antiguos preceptos retóricos. Demósteneses el orador más grande d¿ la antigüedad, porque, olvidándosedel público, se dejaba llevar de esa fiebre de inspiración queacomete á los Fox, á los Pitt, á los López, á los Sieyes y á to-dos los que son verdaderamente elocuentes.

Nadie consiguió esto en Roma como los Gracos. Ellos trans-forman la Oratoria de sencilla en sublime, y llevan á ella todaslas pasiones, desde el interés personal hasta la más pura idea-lidad de la patria. En vano el despecho de Cicerón ó la injus-ticia de Bassuet ó Montesquieu quisieron oscurecer la verdad;la historia disipa las pasiones, y los hijos de Setnpronio y Cor-nelia han pasado á ella como mártires de la libertad romana.Buenas ó malas las leyes agrarias, no ocultan la gloria de suselocuentes defensores. Plutarco ha vindicado á los dos herma-nos. «Tiberio, dice, tenía el rostro, la mirada y los movimientosdulces y reposados. Cayo, al contrario, era vivo y vehemente.Cuando hablaban en público, el uno estaba siempre en el mis-mo lugar, lleno de reserva; el otro fue el primero entre los ro-manos que dio el ejemplo de pasearse en la tribuna y de arro-jar la toga de sus hombros. La elocuencia de Cayo, terrible yapasionada, sacudía violentamente los espíritus; la de Tiberio,mas dulce, era propia para excitar la compasión. La dicciónde éste era pura y castiza; la de su hermano persuasiva y ador-nada con cierta complacencia. Sus costumbres no eran menosdistintas que su lenguaje. Tiberio era dulce y tranquilo; Cayo,rudo y violento... Alzaba la voz, se dejaba llevar á invectivasy confundía el orden de las cosas en su arenga

Tales eran las diferencias que se notaban entre ellos. Pero elvalor contra los enemigos, la justicia con los inferiores y latemplanza en el uso de los placeres, eran comunes á ambos.»

No hay diferencia entre los Gracos y Demóstenes, en cuantola libertad y la grandeza del lenguaje. Vivo, ardiente y apasio-nado el orador griego, no fue sofista como Esquines; pero no

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tuvo tampoco la viril firmeza de los primeros oradores de Ate-nas, ni la majestad que sabía revestir Feríeles; falto de métodocomo Gayo Graco y descuidado en la división délas partes deldiscurso, atiende sólo á la unidad d¿l objeto que se propone, yaun es á las veces desigual en el estilo, yendo de la sublimidadá la ironía, y desde las altas concepciones del poeta á los trios-razonamientos del abogado. Demóstenes y los Gracos pareceny son por espíritu oradores modernos. El uno resiste quinceaños contra Filipo; los otros levantan el pueblo romano con-tra la aristocracia; ambos recuerdan las voces solemnes de 17g3,apercibiéndose á la guerra contra las potencias extranjeras, ólos debates, que acabaron los últimos privilegios del feudalismoen la Convención ó la Constituyente. Y es que las circunstan-cias disponían también para ello, y las condiciones especialesen que se desenvolvía la historia romana de aquel períodobastaban á excitar la indignación en los ánimos, viendo que ellegionario, cuya sangre había regado la grandeza de la repú-blica, moría hambriento y despreciado en las calles de la Ciu-dad Eterna. Hay apostrofes de Cayo Graco, que en nada cedereá los más elocuentes rasgos de Mirabeau.

Era ya Cicerón orador da otro género, aunque tal vez mo-dificado un tanto por la; aficiones del pueblo á quien hablabay el carácter del idioma. Sólo así se explica que profesando tanhonda admiración por Demóstenes, se separe de él tanto en loscaracteres de su peroración. No es exacto el juicio derenelon,seguido por el cardenal M-iury; pero tampoco puede estimarsecomo justa la apreciación que hace de M. Tulio, el ideal detodos los siglos y de todos los oradores. No ya considerándoleen nuestro tiempo, sino contemplándole en el seno mismo dela sociedad romana, Cicerón es demasiado ampuloso, y re-cuerda con exceso su propia persona, cuando habla, aspirandomás que á nada al aplaaso. Cuando se deja llevar por sus pro-pias pasiones está á mayor altura que en sus trabajos medita-dos, y de sus ciento veinte discursos, sólo diez ó doce, de losque conocemos, pudieron hacerle aclamar padre y soberanode la oratoria latina.

No presumo que queráis considerar la elocuencia de los.

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Santos Padres como superior á la clásica y á la moderna. Conser tan hermosa y tan conmovedora, como os llevo dicho,

adolece, sin embargo, de ciertos vicios, impuestos tal vez porla grosería misma de la lengua ó por la educación sobra-damente retórica de aquellos siglos. Tiene ademas esta orato-ria por otro estilo la misma condición de la greco-latina ; noes mas que una nota del alma la que revela ; allá fue la polí-tica, aquí la religión ; pero ni una ni otra alcanzan el univer-sal concierto con que en este siglo maestro resuenan las armo-nías todas del espíritu.

Mucho menos podéis intentar el paralelo de los siglos me-dios con los posteriores al Renacimiento. Si añadís á losnombres que ya de paso llevo pronunciados los de Salvianot

San León el Magno, San Gregorio el Grande y San Bernar-do, sobre todos ellos famoso, tendréis una elocuencia varia,poco metódica, en un idioma informe, una lucha, en fin, quesólo se termina con los posteriores desenvolvimientos de lapalabra sagrada en el siglo de Bossuet, Tampoco Le Maítre,Pelisson, Erard, D'Aguesseau, Seguier y Lenormant, querepresentan la oratoria forense del siglo xvu y comienzosdel XVIII, sin semejantes en España, donde por variadísimascausas no se desenvuelve, pueden competir con los tribunosde las revoluciones ; ni la naciente oratoria académica, en quesobre todas brilla Rousseau, altamente elogiado por Maury, yá cuyo lado se distinguen D'Alembert, Fontenelle, La Harpe,Guenard y los'cortesanos clásicos de Felipe V, se puede poneren parangón con las galas deslumbradoras de Bourdaloue óFenelon, ni aun con las predicaciones de los países protes-tantes.

La comparación, pues, de lo antiguo y lo moderno debeestablecerse coa la oratoria puramente clásica, y decirse que,admirados los méritos de Demóstenes y los Gracos, de Ciceróny de Perícles, se tienen ya cuantos pudo reunir la oratoriaantigua. Entiendo que los ha superado y con mucho la mo-derna.

Considérense ó n o , como de nuestra edad, los ilustresoradores sagrados Flechier, dulce, tiernísimo y apasiona-

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do ; Vicente de Paul , sencillo y vehemente ; Bourdaloue,inspirado, sobrio y lleno de majestad ; Massillon, no tanmajestuoso como Bossuet, pero digno rival de Bourdaloue;Fénelon, grandioso y sublime; Guenard, Saurin , Tillot-son, H. Blair , Maury, Bridaine y Thomas, que llenaron elsiglo xvín, y De Boulogne, Macarthy, Guyon, Lacordaire,Affre, Ravignan, y tantos más, que llenan los principios delpresente, hallamos que desde entonces la historia de la elo-cuencia maravillosamente se enlaza, desde hace siglo y medio,movida primero por una reacción católica, á seguida por unmovimiento académico, y casi á un tiempo por el fecundísimoimpulso de la revolución francesa. No ha habido eflorescen-cia más larga en la historia del espíritu, ni más varia é infi-nita, que esta del siglo xix : nacido á la sombra de una revo-lución universal, adormecido por los oradores más grandes dela historia, y despertado con la conciencia de su fuerza, hasido grande en sus aberraciones, y portentoso hasta en suscaídas. Animado de una idea universal, ha sido universal enArte, y sobre todo en Oratoria.

Su carácter da razón de esta universalidad; los dos grandesmovimientos oratorios que ha presenciado el mundo, el polí-tico de Grecia y Roma, y el religioso del cristianismo, vivie-ron en época distinta y fueron gigantes sus apóstoles : á losunos les inspiraba la libertad ; en el espíritu de los otros seencendió la idea de la igualdad : nuestros tribunos han sidomás grandes y han sabido reunir la libertad y la igualdad parainspirar sus almas. ¿Quién podrá referir en escaso espacio lascondiciones de esta oratoria sin freno que se precipita desdela tribuna? ¿Quién intentará sacar una nota común, en la con-fusión de tanto genio, en el choque de tantas opiniones, en lallama de tantas ideas? ¿Cómo desde la frase conmovedora,poética y rotunda de Lamartine pasar ala concisión de Sieyes,y del apasionamiento de Mirabeau y O'Connell á la serenidadde Pitt ó Disraeli? ¿Cómo encerrar en un marco la tribunaamericana, junto á las Cámaras de la joven Italia, ó esta espa-ñola, hoy la primera del mundo, junto al severo lenguaje delos Congresos alemanes?

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Pronunciad vosotros en la discusión nombres y fechas detodas las escuelas y de todos los partidos; que por grande quellegue á ser el debate, no podrá encerrar en su seno las belle-zas de nuestra oratoria moderna, con ser éste uno solo de losmatices en que se ha reflejado la libertad en los esplendoresdel siglo xix.

Espero que han de continuar en lo futuro estas grandezasdel arte nuevo, y que si hoy en un período, no muy extenso,parece notarse postración evidente en la oratoria sagrada y enla forense, no es esta una prueba contra la eficacia de la liber-tad, sino su demostración más completa.

La libertad del foro romano permitía todos los recursos ora-torios; la plaza de Atenas también los permitía; hoy, en lamultitud de nuestras leyes, lo único que puede remediar sudecadencia es una institución en que vuelva el pueblo á rea-lizar la justicia. Si no hubiera otras razones, aún defenderíael Jurado, como medio artístico de levantar la oratoria forense.Lo mismo digo de la sagrada: hoy no existen los grandes va-rones del siglo ni; no alientan siquiera los predicadores re-nombrados de la época de Luis XVI; pero es porque la Iglesiade hoy no es la Iglesia de San Clemente ni de San Juan Cri-sóstomo; no es siquiera la Iglesia de Bossuet, ni tiene ya aquelespíritu de igualdad con que nacía; tiene otros intereses y otrasatenciones que están matando, si es que ya no han muerto,toda la majestad y toda la hermosura'de la elocuencia y delarte católico.

Yo espero que el mismo movimiento del siglo, que el futurodesenvolvimiento de todos los gérmenes de civilizaciones anti-guas y modernas, traerá en nuestros dias un renacimiento másde esos géneros oratorios, y que asegurada la libertad del es-píritu y reanudada la historia de las edades orientales, olvida-das hasta hoy, lucirán en los dias venideros maravillas másgrandes y más infinitas que aquellas que suceden al dichosí-simo impulso del siglo xv, en medio délas cuales el Arte segui-rá su ascensión gloriosa, revelando á la humanidad la hermo-sura de su destino y la grandeza de su misión sobre la tierra.

Entonces las artes decadentes renacerán como en sus tiem-

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pos más serenos; la oratoria forense encontrará moldes másamplios y sendas más hermosas; y si es cierto, como ha afir-mado un pensador ilustre, que las instituciones, volviendo ha-cia sü origen se purifican, la elocuencia religiosa se levantaráhasta los cielos en la Iglesia cristiana, redimida por la verdad,como la Magdalena, después de haber sido también, como laMagdalena, pecadora.

IV.

Expuesta queda mi opinión sobre las capitales cuestionesdel tema.

No he aspirado á otra cosa que á mover una discusión enque se olvide este trabajo, y quedaré de sobra satisfecho si con-venís conmigo en las capitales afirmaciones que he expuesto.Estoy seguro de que cualquiera que sea el espíritu que traigáisá la discusión, habréis de reconocer que no se deja de amar lanaturaleza porque se la estudie, que no deja de ser bello el es-píritu porque se penetre su organismo maravilloso, ni muereel arte al desarrollo de la ciencia, como hoy, por error sinduda, se predica; sino que ambos son eternos, y que a-ún de-bemos esperar nuevos siglos de oro, no turbados por aconte-cimientos pasajeros, enlazados unos á otros, formandd»un diadel arte vivo, hermoso, perdurable, como la esencia espiritualque le produce, ó como el sol sin nubes de lo absoluto, dedonde eternamente nace.

Si esto es ser optimista, confieso que soy optimista. No gustode escepticismos de ningún género, y mucho menos de los ar-tísticos : me extrañan estas lamentaciones jeremíacas, ó esas

"burlas sangrientas sobre el porvenir de la humanidad y de sus.glorias, ni he podido comprender nunca cómo pasan ciertosdesalientos y ciertas decepciones del sujeto al objeto, ni he con-seguido explicarme jamás (sin embargo de que frecuentementesucede) cómo por extraño misterio hacemos dudas y nieblasde la realidad y de la historia, las nieblas y las dudas de laconciencia individual y propia.

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Confio en Dios que he de verme libre de unos y de otrosescepticismos, y más que de ninguno, de estos literarios queme aterran ; que si cualquiera de ellos mata las energías y su-blimidades del alma, deja, al menos, lugar á la queja desespe-rada de Job, á las maldiciones de Leopardi ó á la sombría ins-piración de Shelley, mientras los que tocan á la belleza agostanen flor la inspiración y el genio. Yo concibo que se renieguede Dios y de lo divino en el mundo; comprendo que se des-confie de la razón y de las leyes del conocimiento, que se pro-clamen él mal ó el dolor como ley de la vida; lo concibo y lolamento; pero aún hay algo de grande en ese poder satánicode nuestro espíritu; aún hay redención para los que tal diceny tal obran, porque pueden sentir, ya que han desesperado deconocer y de alcanzar, y redimirse por la fuerza salvadora delArte, que lleva en sí algo de divino, y con ello es alma reden-tora de los individuos y los pueblos. Por eso, cuando la dudatoca al Arte, no hay ya redención ni purificación posible, por-que al maldecir y desesperar de la belleza, maldicen y deses-peran los que tal hacen de cuanto hay de divinó en el universo,de verdadero en la ciencia, de noble en el espíritu, de grande,de magnífico y de santo en la vida.

Tengamos fe en el porvenir del hombre y de la historia; nodesespérenlos en los destinos de la elocuencia; pensemos al re-cordar los desfallecimientos de ayer en las grandezas de ma-ñana; y si hoy, que vivimos en el siglo de la palabra, azares óintolerancias de momento oscurecen sus resplandores en Aus-tria ó Inglaterra, en Italia ó en España, uno, dos, cuatro úocho años, pensemos que ha de venir otra vez á herir las con-ciencias de los hombres, y digamos con confianza algo seme-jante á lo que decía Cicerón á Bruto con tristeza: «Nosotros,Bruto, ya que la muerte de la libertad nos ha dejado, por de-cirlo así, tutores de una elocuencia huérfana^ velemos por ella,para que encuentre en nuestras almas un asilo digno de su in-mortal nobleza.»

HE DICHO.

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Sesión del 24 de Noviembre de 1877.

PRESIDENCIA DEL ">R. D. FRANCISCO DE PAULA CANALEJAS.

Abierta á la hora de costumbre y leida el acta de la anterior,comenzó á usar de la palabra

El Sr. Bravo y Tudela, disculpándose de no haber tenidotiempo para meditar su pensamiento, y recordando que por lomismo que sus aficiones se han dirigido siempre á este arte dela elocuencia, debería haber pensado más el tratar de tales ma-terias. Dice que preguntar qué oratoria es mejor, si la antiguaó la moderna, es problema que no puede contestarse definiti-vamente, porque aquella cumplió también todos sus fines ycondiciones, que ha sido umversalmente admirada, no que-dando como inferior á ninguna, bajo el punto de vista de laforma y del Arte.

Respecto á los cambios de la oratoria dice que si bien puedeconsiderarse como innata, es lo cierto que se la ve caminar yprogresar desde que se unen la Naturaleza y el Arte, la Elo-cuencia y la Oratoria, y que por eso la historia de la Elocuen-cia es la historia entera de la humanidad en todas sus mani-festaciones y el problema es difícil.

Pero como hay otras muchas cuestiones artísticas, críticas,filosóficas, etc., entendía el Sr. Bravo y Tudela que el temapuede complicarse y ser discutido, y por estas razones co-mienza á examinarlo. La Oratoria, dice, como rarm? de esagran manifestación artística que llamamos Literatura, ha sidosiempre de gran importancia, y asegura que aun cuando apa-rentemente se desdeñe, los mismos que tal hacen reconocenque unida á la Elocuencia desempeña un gran papel. Mani-fiesta que hoy existe una prevención contra las reglas y los pre-ceptos, creyéndose que cohiben la inspiración, y dice de estapreocupación que es perjudicial. La Elocuencia, definida comorayo brillante de la imaginación, en,efecto, no puede sujetarseá reglas, se manifestará siempre espontánea y existirá elo-cuencia en muchos que no sean oradores (mujeres, niños, etc.)cuando están impresionados ó conmovidos por algún hecho.Esta elocuencia no es la Oratoria que aparece en un períoda

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avanzado de la historia, y por confundir las cuales se llega ácierta aversión á los preceptos sancionados por la práctica y laautoridad de los escritores.

Si hacemos esta distinción se comprenderá que no hay his-toria de la Elocuencia, mientras que se fija un principio parala Oratoria, distinción que el Sr. Reus no se atreve á hacer enla Memoria, por cuya razón cuand.o llega á tratar de las re-glas las combate y dice que el orador sin libertad no produceobra bella.

El Sr. Bravo y Tudela combate esta tendencia, afirmandoque la Oratoria aparece como Arte desde que los hombres quedirigen la sociedad cumplen su misión por medio de la pala-bra, después de esfuerzos y trabajos. Así, decía, las grandesfiguras que nos asombran no aparecieron hasta que hubo pre-ceptos y cátedras; así Solón, Pisistrato hacen de Grecia el paísmás grande de la antigüedad clásica, y así desde las primerasépocas del arte oratorio no vienen, como se dice, los retóricos-y los sofistas, contra los cuales tiene perfecta razón el señorReus, sino que se rompen esas trabas y las reglas vienen á ser,según la elocuente frase de López, como las guías del orador,como señales que marcan lo recorrido y lo que falta que re-correr. Cuando las reglas se aplican aparecen Demóstenes yEsquines, que son el último término de la palabra griega, ycuyo éxito, según ellos mismos, se debió á la constancia,queemplearon para ser oradores (?) y al estudio de reglas y pre-ceptos.

Después, continuaba, la Oratoria pasa de Grecia á Roma ycambia de carácter. En la primera todo es político, todo po-pular; en la segunda adquiere otro carácter distinto; perosin salir del molde en que siempre se mueve como arte. Pasapor adagio que la condición de Roma es jurídica. Estudiandoesos caracteres y esos hombres, vemos también que necesita-ron trabajar y andar mucho, y que esto que anduvieron eranreglas y preceptos que les guiaron.

Muere Roma, decia el Sr. Bravo y Tudela, y viene la elo-cuencia sagrada con el cristianismo y los Santos Padres; elo-cuencia sagrada que es esencialmente superior en todo á la

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elocuencia antigua, y que si bien un tanto espontánea, obe-deció sin embargo al Arte, pues los Santos Padres estudiaronla manera de decir y de hablar; terminada esta parte de sudiscurso comenzó el orador á discurrir sobre la Elocuenciamoderna, que arranca del Renacimiento, cuando el clasicismorenace y con él los preceptos, realizando sus fines en la mar-cha de la historia, pues también los oradores religiosos y po-líticos de las revoluciones modernas confiesan que antes devenir á la discusión han tenido que sujetarse á reglas y pre-ceptos.

Lo que hay, decia el Sr. Bravo, es que no debe creerse poreso que ni el orador ni el poeta se hacen; necesitan condicio-nes propias, sin las cuales poco consiguen las reglas. El ejem-plo de Demóstenes hace ver que en el fondo de las reglas hayuna gran verdad, al mismo tiempo que su defensa hace surgiresta cuestión: ¿el Arte es pura forma, ó tiene algo de esencia-lidad? Yo, señores, afirmaba el orador, creo que sin fondo denada sirve la forma; que es esencial la unión de ambos y quesería imposible un discurso sin idea, siendo, como son éstas,la vida, la esencia y la savia del discurso con las que se haceaplaudir un orador; pues aquel que sepa usar un idioma con-virtiendo las palabras en música no será orador, sino habla-dor, ni pasará á la historia como los que han reunido ambascondiciones. Entrando en otra cuestión, dice : que cuando sepregunta si la elocuencia es arte y se dice que sí, s"é* afirmasólo bajo el punto de vista retórico, pero como cuando habla-mos de elocuencia y decimos arte de la palabra, hacen faltafondo y forma , y entonces aquella contestación no puede sa-tisfacernos por completo. En seguida comenzó á tratar el orí-gen del lenguaje, diciendo que no encontraba más soluciónpara este problema que la bíblica, porque siendo la palabra unelemento de manifestación de la razón, será imposible siemprepasar del a, b, c, de Dios á Adam , de que parecía hacer pocoaprecio el Sr. Revilla.

Respecto de los géneros oratorios cree que son materia dignade estudio, por subdividirse la Oratoria en distintas ramas, quecada una pide diversas condiciones , y afirma que en elocuen- t

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cia política no hemos ido más allá; pero que en cambio he-mos progresado en la forense, en la sagrada y en la académica,si bien advirtiendo que la elocuencia forense moderna es deotra condición y con otros tribunales que en Roma, dondellevaba en sí mucho de política que no tiene la nuestra, cuyagrandeza estriba en el juicio oral y público y no^ el Jurado,como piensa el Sr. Reus en su Memoria.

El Sr. Revilla manifiesta que no va á hablar en esta discu-sión, porque el tema no es tema, ni tiene condiciones para dis-cutirse. Siendo la Oratoria, decía, un arte en que entran otrosmuchos (declamación, mímica, etc.), no se tiene idea de la ora-ratoria antigua, y por consiguiente, no se puede establecer pa-ralelo , porque falta para ello conocerla acción, tono, ges-to, etc., de los oradores, y el discurso escrito es el esqueletodel discurso tan sólo. De manera, que como no hay sino cadá-ver de la oratoria antigua, no se puede establecer comparación.Tratando, sin embargo, á grandes rasgos su opinión, cree queapenas hay progreso en la forma, y que si lo hay es en losideales, en la relación más estrecha de las doctrinas del oradorcon las del público. Además, no cree se necesite tratar cues-tión filológica alguna.

Añade que el Sr. Bravo y Tudela le ha obligado á hablarCayendo la cuestión del origen del lenguaje, y que él dijo lodel alfabeto de Adam, porque presumía que así había de creer-lo, dadas sus ideas religiosas y filosóficas, advirtiendo, además,que lo del alfabeto no está en la Biblia, y lo primero que allíaparece es la clasificación de los animales, lo cual prueba queya hablaban los hombres.

Recoge la cita de su libro, y se extiende sobre ella explicandoel concepto del origen del lenguaje según la escuela teológicay la naturalista, diciendo que no halla solución ninguna, ypor tanto, que no puede dar una respuesta al Sr. Bravo yTudela.

El Sr. Bravo y Tudela recoge algunas palabras del Sr. Re-villa sobre la manera de comprometerle en el debate, advir-tiendo de paso que él cree, contra la opinión del Sr. Revilla,que es útil y racional buscar el origen de las cosas para discu-

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tirlas, porque así mientras el Sr. Revilla parece dar á entenderque hay distinción entre el elemento mecánico y el esencial dela palabra, él cree que de esa cuestión se puede deducir la na->turaleza y condiciones de la elocuencia.

Se levantó la sesión. Eran las once.V.° B.°

El Presidente, El Secretario i.°,CANALEJAS. E. REUS.

Sesión del dia i." de Diciembre de 1877.

PRESIDENCIA DEL SR. CANALEJAS.

Abierta la sesión y concedida la palabra al Sr. Vidart, em-pezó éste lamentándose de que se le tachara comunmente deparadógico porque exponía sus doctrinas con franqueza, cua-lidad que no tenían otros oradores, porque consultaban el pú-blico á que se dirigían antes que sus propias convicciones,dando lugar con esto á que decayeran los debates científicos.

Entrando en el examen de la cuestión, coincidía con el señorRevilla en creer que el tema planteado en su Memoria por elSr. Reus no se prestaba á verdadera controversia, pues délosoradores antiguos no nos queda más que el esqueleto de susdiscursos, base insuficiente para poder apreciar el mérito deellos. Otra cosa hubiera sucedido si el tema planteado fuera laNovela, que entonces la discusión hubiera tenido un palenquemás ancho y más animado.

He de hacer, pues, un esfuerzo para encontrar materia conque invertir algún tiempo. El Sr. Bravo y Tudela estableciócierta diferencia entre la Elocue'ncia y la Oratoria que no sonperfectamente idénticas, según la definición que nos dan eDiccionario de la Academia y el conocido escritor Sr. Monlau.Mas el resolver esto envuelve una cuestión precisa, determinarel verdadero sentido de la elocuencia. La poesía es el arte de lobello; la didáctica es lo útil, y la alianza de lo bello con lo útínos la ofrece la elocuencia. El Sr. Campillo formula en su re-tórica otra división completamente distinta de los géneros lite-rarios; pero que no juzgamos tan exacta como la ya indicada.

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La elocuencia pide sus galas, que facilitan el conocimientode la verdad, pero que también mueven las pasiones. El estu-dio de si éstas deben influir en las varias clases de la elocuen-cia, es de la mayor importancia; los efectos de las pasiones eneste terreno no siempre han sido buenos, la mayor parte délasveces han sido destructores y terribles, y esto movió sin dudaá Kant á definir la elocuencia diciendo que era el arte de enga-ñar con bellas apariencias; por eso, decía el Sr. Vidart, me abs-tengo de fijar sobre este punto un juicio definitivo.

Otra cuestión es, si puede prescindirse de las reglas, ó si ade-más de la naturaleza se necesita del arte. Aquí el Sr. Bravo yTudela no se hizo bien cargo de las afirmaciones hechas porel Sr. Reus en su Memoria. No combate el Sr. Reus las reglas,ni pueden combatirse en absoluto, sino que debe distinguirselo que hay de permanente en ellas de lo transitorio, y sirvande ejemplo las tres unidades de la dramática, de lo cual se in-fiere que lo transitorio pasa, mientras que lo permanente es in-variable.

La Oratoria es el arte de la palabra hablada, y se puede pre-guntar: los que no hacen más que escribir sus discursos ¿sonoradores? Para el Diccionario de la Academia sí, porque defi-ne la Oratoria, «el arte de hacer discursos hablados ó escritos;»pero no satisfecho el Sr.. Vidart quiere oir otras opiniones.

El fin principal de la elocuencia, añadía, no es la belleza,esto se queda para el arte, porque siendo la elocuencia el con-cierto de lo bello con lo útil, primero debe mirarse á su con-tenido, y así le toca más de cerca el juicio ético que el estético.No tiene inconveniente en reconocer que la más elevada entretodas las manifestaciones en la Oratoria es la sagrada, y se ma-ravilla de que los sacerdotes inspirados por Dios, no sean me-jores oradores que lo fueron Demóstenes y Cicerón. Pide laexplicación de este hecho, y encareciendo la necesidad de quehaya libertad para que prospere la elocuencia, sin embargo delo cual observa, que la sagrada floreció mucho en épocas deintolerancia, terminó su discurso lamentando de nuevo que eltema no fuera á propósito para que deslindados los campos, in-teresara el debate.

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El Sr. Campillo habló para alusiones, expresando que erala primera vez que usaba de la palabra en el Ateneo. En trespartes consideraba podía dividirse el discurso del Sr. Vidart:primera, diferencia entre elocuencia y oratoria; segunda, losgéneros literarios, y tercera, de las reglas en la elocuencia. Res-pecto de la primera, no sólo el Diccionario de la Academia sinotodos los tratados de sinónimos, hablan de esa diferencia, y has-ta el lenguaje vulgar distingue entre los hombres elocuentes ylos que apellida discretos.

Acerca de los géneros literarios refuta la división de obrasen prosa y obras en verso, comparándola con la división quepudiera hacerse en los hombres con flacos y gruesos; existenobras en prosa como el Viaje á Oriente de Lamartine, y elQuijote, que son eminentemente poéticas, y versos que á pe-sar de la rima son prosa de lo peor. Justifica su división dedu-cida en los fines á que se enderezan las obras literarias y apoya-da en la naturaleza. Hay unas obras que se dirigen principal-mente á la inteligencia y que llama didácticas, otras principal-mente á la voluntad y son morales, y otras principalmente alsentimiento que son las poéticas; esto no quita para que lasunas puedan reunir los caracteres de las otras, y apelaba parademostrarlo al símil en la mujer, que siendo buena es ya ex-celente, si además es hermosa será mejor, y por último, si esrica inmejorable. • v-»

No merece los honores de la discusión si las reglas son ne-cesarias; pero tampoco deben admitirse todas, porque entrecorrer y parar, el buen término es andar. Deben distinguirentre reglas y reglas, entre las permanentes y las accidentales,y presentaba como ejemplo de las últimas lo que dice Horacioen su Carta á los Pisones sobre los dramas y los poemas épi-cos, exigiendo que aquellos tengan cinco actos y que éstos seescriban en octavas reales.

Afirma, contra lo dicho por el Sr. Vidart, que la pasión esnecesaria en la elocuencia; pero ésta se propone dos fines, de-mostrar y persuadir, y para persuadir, para mover al audito-rio á que siga á quien le habla con alma y vida, no puede pres-cindirse de emplear la pasión. No sucede así en la Aritmética,'

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allí la pasión está de más , porque se habla á la razón fría yno es preciso mover los afectos.

El Sr. Vidart dijo que iba á rectificar dos conceptos, uno elde la división hecha por el Sr. Campillo en los géneros lite-rarios, sobre lo cual se limitó á hacer brevísimas observacionesrelativas á la moral, y el otro insistir en los presentes resulta-dos de la pasión defendida como elemento de la Oratoria, yconcluyó diciendo que sentía no hubiese manifestado su opi-nión el Sr. Campillo acerca de si pertenecían á la Oratoria losdiscursos escritos.

El Sr. Campillo cita como ejemplo de las obras morales li-terarias Las Homilías; dice que la elocuencia didáctica es lamenor cantidad posible de Oratoria, y afirma que los discursosescritos pertenecen á la Oratoria, puesto que no les falta másque pronunciarlos, como no deja de ser obra dramática eldrama que escrito aún no se ha representado.

Transcurridas las horas de costumbre se levanta la sesión.

El Presidente, El Secretario,CANALEJAS. HINOJOSA.

Sesión del día i5 de.Diciembre de i8yj.

PRESIDENCIA DEL SR. D. FRANCISCO DE P. CANALEJAS.

Abierta á la hora de costumbre y leida y aprobada el actacomenzó á usar de la palabra el Sr. Bosch (D. Alberto), dicien-do que en estos debates de Literatura y Arte no cabe apasio-namiento político, y por lo cual, en cierto modo, languideceny no por falta de cuestiones ó temas, que hay de sobra en esteestudio de la Oratoria en que todos se discuten y se examinan.

El primer punto por averiguar, decía, es saber si la libertadha ejercido influencia en el desarrollo de la Oratoria; creoque sí, pero entendiendo la palabra en su sentido científico;por eso la elocuencia política ha crecido desde la edad de lasrevoluciones y bajo el influjo de pensadores como Bossuet,Locke,, Voltaire, Bain, Kant, etc., etc.

Además se pregunta si la elocuencia antigua cumplió susdestinos mejor ó peor que la moderna, y afirma que esto no se

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puede contestar satisfactoriamente porque cada época necesitaun colorido distinto y especial.—Aparte de esto, ¿qué dudacabe que considerada en conjunto se ha desarrollado y por esova progresando, al mismo tiempo que el hombre progresa?—La elocuencia, decía, se va organizando así y siendo cada vezmás amplia después de esas revoluciones, que son como des-órdenes necesarios, de que nace después un armonioso pre-sente. Esta ley es general y abraza el Arte y la Elocuenciacomo una de las partes del Arte en general.

Respondiendo á la cuestión de la Elocuencia y la Oratoria,en sus relaciones ó identidad, sostiene que ambas son arte depersuadir, pero que la Elocuencia es subjetiva y la Oratoriaobjetiva. La Elocuencia es la facultad en el orador, y la Ora-toria el Arte creado, y en cuanto á la relación entre fondo yforma, cree que están en íntima relación, admitiendo partede, la doctrina del Sr. Bravo y Tudela.

Entra á tratar la cuestión de las clasificaciones, y afirma queno hay ninguna buena, como no hay distinciones en el espí-ritu ni en la naturaleza. '

Refiriéndose después á las condiciones de la Oratoria, diceque sin pasión no se concibe el discurso aun á riesgo de quetal vez arrastre una muchedumbre, pues su objeto es persua-dir más que convencer, y esta consideración basta pañi resol-ver tal problema.—Recuerda á la Elocuencia de un^silogismode que hablaba el Sr. Campillo. Se hace cargo de las opinio-nes matemáticas de dicho orador, afirmando que en cienciashace falta genio como en artes y como en todo.

Define la elocuencia como un arte, gracias al cual, las mu-chedumbres inconscientes se enteran y penetran de los grandesproblemas á la voz del orador, y la Oratoria como un geniode poética que va á las fibras delicadas del corazón de sus oyen-tes, que persuade y no convence, que va, no á la razón, sino

a' sentimiento.Volviendo á las divisiones de la Oratoria, rechaza la aris-

' totélica y admite ésta en tres términos : popular, forense y sa-grada.

La primera, dice, busca una idea generosa para que se pe-

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netre de ella el pueblo, y no cabe en los Congresos, dondetodo se sacrifica á un reglamento, y donde los oradores, comocuerpo arbitrariamente constituido, no tienen tanta libertad;la forense queda reducida á las materias ventiladas en pleito,que piden otro género de elocuencia distinto del quehoy seusa;y la religiosa conserva aquel carácter de elevación que tieneen sí todo lo que es divino, con la particular cualidad de quebastando la exposición de las verdades reveladas á producirtales y tales maravillas, la sencillez es su carácter primitivo.

Dirigiéndose al Sr. Vidart y á su argumento de que los San-tos Padres fueron las más veces medianos oradores, lamentaque dicho orador haga un argumento de mal gusto, extra-ñando que el Sr. Vidart no reconozca que no todos estabaninspirados por el Espíritu Santo, y además que el hecho no escierto. La interpretación de los Libros Santos, decía el señorBosch, arrebata la fantasía en sus admirables narraciones, ensus trágicas grandezas : no hay nada igual á eso ; ni oradorque necesite tantas condiciones como S. Agustín , Bossuet óS. Bernardo.

El Sr. Bosch termina lo que se había propuesto decir, ma-nifestando su admiración por todas las artes, y sobre todas porla Oratoria, y recordando los"nombres más ilustres de Isócra-tes, Demóstenes, Perícles, Graco, Cicerón, Pedro el Ermi-taño, etc., para terminar afirmando que la Oratoria es una re-ligión y el orador un sacerdote.

El Sr. Campillo manifiesta que no estaba presente cuandole aludió el Sr. Bosch; pero, sin embargo, contestará algunasde sus opiniones.

Dice que la elocuencia ni es arte ni es bella, porque bellose llama lo que capitalmente se propone serlo, y sólo bajo unaspecto secundario y con sujeción á otros fines es bella la Ora-toria ; que está conforme en la clasificación ; pero creyendo quela oratoria más difícil es la política, en que todo es discutibley no hay ideas comunes; que en la forense, la elocuencia sereduce á interpretar las leyes. La oratoria sagrada es menostodavía, y los predicadores, careciendo de oposición, dicen,•vengan los impíos y los herejes, etc.; y como no vienen , se

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despachan á su gusto, y oponiéndose ellos mismos los argu-mentos, claro es que ninguno se da á sí mismo para matarse.Lo mismo, dice el Sr. Campillo, hacen en sus libros de reli-gión y moral cuando exponen las doctrinas contrarias. Tieneotra dificultad la oratoria sagrada, añadía, y es el público alque tiene que hablar, sencillo, porque son mujeres la mayorparte y hombres sin carrera, así es que no le entienden ó nopuede decir lo que quiere.

El Sr. Bosch rectifica al Sr. Campillo su concepto de que elorador sagrado se despache á su gusto. No es extraño, dice,que en el pulpito no haya controversia, porque como es cáte-dra no está admitida la discusión, sino que su objeto es ins-truir al público sobre ciertas verdades que le importa conocer.El Sr. Campillo, añade, se ha dicho y se ha contradicho, por-que después de tal afirmación comenzó á analizar las condi-ciones de su público y lo halló muy difícil, olvidando haberdicho antes que era fácil, por donde encuentra el Sr. Boschque sólo se pretendía rebajar esta oratoria. Rectificó el con-cepto que falsamente se le atribuía de sostener que la oratoriasagrada era la más difícil, cuando él había afirmado que sólola sencillez necesitaba, porque siendo la doctrina bella, bastabapor sí sola.

Se ha dicho, continuaba, que no es la Elocuencia un artebello, y el hecho es que pertenece á la Literatura, y la Litera-tura es un arte bello, y que si la Elocuencia no tuviera porObjeto expresarse bellamente no sería elocuencia,, sino demos-tración geométrica; no buscaría la persuasión que se asemejamás á la belleza que á la razón. Recuerda un concepto de laElocuencia y la Oratoria, y dice que el orador queda sujeto álas reglas que no son de invención de críticos sino que nacende la índole misma del Arte, y se sienta comparando estas dosmaneras de considerar la Elocuencia con el derecho subjetivoy objetivamente examinado.

El Sr. Vidart dice que antes de llegar á la principal rectifica-ción va á tratar las clasificaciones, manifestando que las acep-taba porque no comprendía qué razón había para rechazarlas.

Añade que el Sr. Bosch ha negado el valor de la forma be*-

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lia y que desea, por tanto, que le explique cómo hay bellezaen el Arte.

Llegado á la principal cuestión de la oratoria sagrada, afir-ma lo que dijo: que si ha habido hombres inspirados por laDivinidad debe ser lenguaje de una grandiosidad sin ejemplo,y que esto no es argumento de soslayo, sino que va contra losobrenatural en las religiones; que es uno de sus elementos,pero no el principal, tanto, que sin él pueden vivir perfecta-mente. Manifiesta además que el Sr. Bosch no lo ha contes-tado porque es imposible de contestar, y que repite todo loque ha dicho, añadiendo que como después de tales triunfoscomo consiguió la Iglesia en sus primeros tiempos, hasta de.hablar se ha olvidado.

El Sr. Campillo lamenta que el Sr. Bosch haya juzgado susintenciones creyendo que trataba de zaherir la religión; peromantiene sus afirmaciones de la antinomia entre el predicadory el público, así como la dificultad que leimprime el no teneradversarios, añadiendo que no tuvo otro intento sino oponeresas observaciones á los triunfos de que el Sr. Bosch hablaba.

En cuanto á que la Elocuencia sea bella arte, dice que notiene fuerza el argumento; porque á la Literatura correspon-den las obras didácticas, y nadie ha dicho que sean bellas.Añade que la Oratoria tiene por fin convencer ó persuadir, ynadie ha creido que el fin del orador es agradar sólo al público;en lo cual se ve la diferencia entre un discurso y un poema.

Recuerda el incidente discutido sobre las matemáticas, afir-mando que son cuestión de paciencia, pues por ser exactas tie-nen prescripciones que indican cuándo sale mal el problema,mientras en filosofía ó política no viene la demostración así,sino que al cabo de veinte ó treinta años nota uno que se haequivocado; habla de los variados aspectos que revisten esosproblemas y que no se ofrecen en las matemáticas, cuyas ver-dades comprobadas se aceptan por todos, mientras las otras sediscuten.

(Se continuará.)

MADRID 1877 —Tipografía-Estereotipia PEROJOMcndizabal, 64.