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Selección de artículos de opinión publicados entre 2008 y 2011 Eva Mª Durán Bienestares en peligro La abundancia de desastres naturales (y no tan naturales) y su cobertura casi obsesiva por parte de medios de comunicación a la hora de la cena tienen la virtud de conducirnos hacia la insensibilidad más absoluta. No obstante, a veces la indiferencia llega a su punto más alto y, entonces, como por arte de magia, volvemos a sentir, a sufrir, a compartir las desgracias de esas figuras difusas que aparecen en la pantalla de nuestro televisor. Aunque sólo sea porque sabemos que quizá podemos ser los siguientes. Y es que quizá no estemos tan lejos: la actual crisis económica española, según algunos, tiene rasgos comunes con la que obligó a imponer el “corralito” en Argentina hace varios años, una medida que significó una debacle para la economía de la clase media de aquel país y cuyos efectos no han acabado aún de dejarse sentir. Algunas de las guerras vigentes están sucediendo en países a los que enviamos a nuestros soldados o que comparten con el nuestro el adjetivo de “europeos”. Y en cuanto a huracanes y ciclones tropicales, hace tres años llegaron por primera vez a España dos de ellos, Delta y Prince, y los expertos no descartan que podemos recibir sus poco deseadas visitas en cualquier momento. Estos supuestos no pretenden ser alarmistas, pero no es una novedad que el estado del bienestar económico se tambalea, y tampoco que el estado del bienestar climático, debido al calentamiento global, está empezando a flaquear de la misma manera. Y aunque la austeridad en el consumo y la ecología hoy parecen representar una nueva cultura social, al menos de boquilla, no parece que en realidad ninguno de nosotros estemos dispuestos a implicarnos en ella… al menos hasta que no sea demasiado tarde. Sólo espero que, si algún día los desastres naturales, y no tan naturales, se apoderan de España de una forma tan catastrófica como leemos y presenciamos en las noticias referidas a “los otros países”, tengamos una capacidad de reacción tan loable como la de Cuba; sí, allí la información, la evacuación y la solidaridad han funcionado de forma envidiable incluso para gobiernos capitalistas, como también lo hacen la educación y la sanidad (y no digo sólo que sean mejores que las nuestras, que eso no tendría mérito). Y ya que surge el tema, ¿no es otro desastre que los países donde teóricamente se respetan los derechos humanos tengan que recibir lecciones de uno al que se califica de dictatorial?

Artículos de opinión publicados entre 2008 y 2011

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Selección de artículos de opinión publicados entre 2008 y 2011

Eva Mª Durán

Bienestares en peligro

La abundancia de desastres naturales (y no tan naturales) y su cobertura casi obsesiva

por parte de medios de comunicación a la hora de la cena tienen la virtud de

conducirnos hacia la insensibilidad más absoluta. No obstante, a veces la indiferencia

llega a su punto más alto y, entonces, como por arte de magia, volvemos a sentir, a

sufrir, a compartir las desgracias de esas figuras difusas que aparecen en la pantalla de

nuestro televisor. Aunque sólo sea porque sabemos que quizá podemos ser los

siguientes.

Y es que quizá no estemos tan lejos: la actual crisis económica española, según

algunos, tiene rasgos comunes con la que obligó a imponer el “corralito” en Argentina

hace varios años, una medida que significó una debacle para la economía de la clase

media de aquel país y cuyos efectos no han acabado aún de dejarse sentir. Algunas de

las guerras vigentes están sucediendo en países a los que enviamos a nuestros

soldados o que comparten con el nuestro el adjetivo de “europeos”. Y en cuanto a

huracanes y ciclones tropicales, hace tres años llegaron por primera vez a España dos

de ellos, Delta y Prince, y los expertos no descartan que podemos recibir sus poco

deseadas visitas en cualquier momento.

Estos supuestos no pretenden ser alarmistas, pero no es una novedad que el estado

del bienestar económico se tambalea, y tampoco que el estado del bienestar climático,

debido al calentamiento global, está empezando a flaquear de la misma manera. Y

aunque la austeridad en el consumo y la ecología hoy parecen representar una nueva

cultura social, al menos de boquilla, no parece que en realidad ninguno de nosotros

estemos dispuestos a implicarnos en ella… al menos hasta que no sea demasiado

tarde.

Sólo espero que, si algún día los desastres naturales, y no tan naturales, se apoderan

de España de una forma tan catastrófica como leemos y presenciamos en las noticias

referidas a “los otros países”, tengamos una capacidad de reacción tan loable como la

de Cuba; sí, allí la información, la evacuación y la solidaridad han funcionado de forma

envidiable incluso para gobiernos capitalistas, como también lo hacen la educación y la

sanidad (y no digo sólo que sean mejores que las nuestras, que eso no tendría mérito).

Y ya que surge el tema, ¿no es otro desastre que los países donde teóricamente se

respetan los derechos humanos tengan que recibir lecciones de uno al que se califica

de dictatorial?

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Cocina económica para no cocineros (ni economistas)

Primera receta: mezcle usted en la batidora los siguientes factores que están en el

primer plano de la actualidad: crisis, paro y conciliación de la vida laboral y familiar.

Vierta el producto resultante en una taza comprada en un bazar chino (de momento

no podemos permitirnos mayores dispendios) y échele un vistazo al resultado: ¿cómo?

¿directiva europea de las 65 horas? Pero ¿en qué me he equivocado? ¿Tan mal

cocinero/-a soy? Supongo que sí, pues cuando elaboré aquella de crisis industrial más

necesidad de consumo y me salió moderación salarial, también debí meter la pata, ¿o

no?

Hay una explicación, y no pasa porque usted sea un inútil total, desde luego. Se trata,

sencillamente, que existe un ingrediente seguro, constante, que se cuela en todas

nuestras preparaciones por arte de magia, algo así como el número pi particular de la

cocina económica: hay que fomentar un poco más, siempre un poco más, como si un

lema de los Juegos Olímpicos se tratara, esa desigualdad que ya ha alcanzado límites

históricos desde el inicio de la globalización. O sea, que los tienen menos tengan

siempre un poco menos, y los que tienen más… pues está claro. Aunque a veces uno se

pregunte qué van a hacer con tanto.

Pero otras recetas, y otro mundo, son posibles, y los empresas serias y conscientes (de

las que afortunadamente aún hay bastantes), que no utilizan la crisis ni se escudan en

el paro ni en la desesperación para empeorar las condiciones laborales y aumentar la

explotación lo saben. Mezcle usted en la batidora salarios dignos, buenas condiciones

de trabajo y horarios razonables, y tendrá trabajadores felices, productivos, honestos y

fieles, que al acabar la jornada laboral utilizarán su retribución en consumir, lo que

redundará en beneficios para la economía general y, secundariamente, para su

empresa. Y para esto no se necesita hacer ningún máster ni ser un genio de la

economía.

Y la directiva de las 65 horas que se la apliquen los ilustres mandatarios de la Unión

Europea por donde les quepa… Por favor, un poquito de sentido común, señores.

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35 años

Han pasado 35 años ya desde que tú, convertido en un venerable anciano, moriste en

tu cama, rodeado de familia y adláteres que hacían quinielas sobre tu sucesión (no la

oficial, la real) y se buscaban ya su lugar en el nuevo universo democrático que,

temían, habría de llegar, mientras el país con las heridas de la guerra aún abiertas

temblaba porque tú le habías hecho creer que eras su única garantía de paz y

prosperidad.

Atrás quedaron los crímenes de guerra, contra el derecho internacional y contra la

Humanidad que se cometieron por parte tuya y de tus partidarios durante la Guerra

Civil (aunque en mitad de la contienda ningún bando puede considerarse inocente) y

tu mandato, atrás quedaron los ataques contra población civil, las torturas y

ejecuciones extrajudiciales, los encarcelamientos arbitrarios y los trabajos forzados, la

persecución política, religiosa o racial, en suma, las 30.000 desapariciones forzadas

según las cifras más conservadoras.

Han pasado 33 años y España es un país plenamente democrático, integrado en la UE,

la OTAN, la OMC, el FMI y el BM, que asiste a cumbres de países desarrollados y

colabora en misiones internacionales. La educación, ahora, es una prioridad, y no en

vano se tramitan leyes sobre ella en el ámbito central y autonómico. El catolicismo ya

no es la religión de Estado ni este país la reserva espiritual de occidente, y los

matrimonios entre parejas de un mismo sexo se han abierto a la legalidad. La Ley de

Igualdad, que sanciona y promueve el mismo lugar para ambos sexos en todos los

ámbitos de la sociedad, también ha sido aprobada, y la mujer ha dejado de ser

culpable y penalizada por su infelicidad matrimonial o por su deseo de poner fin a su

embarazo, o simple objeto que pasaba de las manos de su padre a las de su marido, sin

siquiera pasaporte propio. También ha prosperado la Ley de la Memoria Histórica, que

intentará reparar las injusticias para con el bando derrotado. España ha pasado de ser

un país de emigración a uno de inmigración y, como dato curioso y revelador, en la

práctica totalidad de los hogares hay ducha o baño, e incluso más de uno, en

contraposición con el 57% de tu época, lo que da idea de cómo ha mejorado la

situación de las clases humildes, que antes no podían acceder ni siquiera a un bien tan

extendido como necesario hoy, el coche.

Han pasado 35 años, y España, desde todas estas organizaciones, está colaborando en

decisiones económicas de ámbito mundial que nos han conducido a la crisis financiera

en la que nos hallamos sumidos, en un mundo donde las países pobres financian a los

ricos (igual que sucede con las personas individuales), y en el que nunca habían

existido tantos ejerciendo esta financiación, además de asistir a cumbres donde se

ratifica el actual sistema económico como el único posible, con algunas pequeñas

amonestaciones; y eso sin hablar de su participación, directa e indirecta, en las guerras

que asolan el mundo. La educación será una prioridad, pero el absentismo, el fracaso

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escolar, la violencia en las aulas y el casi inexistente nivel cultural del que todos

disfrutamos, y al que nuestra fantástica programación televisiva no es ajena, nos hace

campeones de este dudoso honor en el mundo desarrollado. El catolicismo no es ya

religión de estado, pero los Pactos del Vaticano imposibilitan medidas que releguen a

esta religión y las demás al lugar donde deben estar, los centros de culto, y en

demasiados púlpitos mediáticos y de poder se escuchan consignas contra todo lo que

huela mínimamente a laicismo. Los homosexuales pueden uncirse el desvalorizado

yugo del matrimonio, a pesar de la opinión de algunos, pero aún se les dificulta formar

una familia, y cuando ésta puede hacerse realidad sufren obstáculos para que sea

aceptada, y matriculada en según qué colegios. La mujer ya no pierde la custodia de

sus hijos ni recibe penas de cárcel por divorciarse o ser adúltera; ahora son sólo penas

de muerte. Las fosas siguen sin abrir, los delitos han prescrito, los juicios sumarísimos y

los procesos de los tribunales de orden público no han sido anulados, las calles de

nuestros pueblos y ciudades siguen jalonadas de rótulos y monumentos que te

recuerdan; hoy muchas manifestaciones permitidas te honrarán. Y, mientras miles de

inmigrantes malviven en los llamado pisos patera, sin baño o con sólo uno para una

multitud, después de peligrosas travesías para llegar a este país de cuento de hadas y

transición modélica, los autóctonos nos rompemos los cuernos haciendo horas extras

para pagar la hipoteca de nuestras bonitas casa y coches, en empleos cada vez más

escasos y con una tendencia creciente al accidente laboral.

Han pasado 35 años desde que moriste, millonario e impune; tus adláteres hallaron su

lugar en el nuevo régimen, algunos incluso uno mejor que el que detentaban, y una se

pregunta si hemos llegado a una España que odiarías o bien, por otro camino, a una a

la que hubieras amado.

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Aniversarios y carcajadas

Estamos en tiempo de aniversarios y celebraciones, de puertas abiertas en el Parlamento, de artísticas cúpulas en la ONU que al parecer no se derrumban tanto como la economía española que ha contribuido a pagarlas, y de exabruptos republicanos tan lícitos como extemporáneos: el pasado día 6, que lamentablemente cayó en sábado por lo que los sufridos trabajadores nos perdimos un día de fiesta más, se celebró el 30º aniversario de nuestra vieja y querida Constitución, tan útil como instrumento político de tantos; y el 10, ayer (día laborable, qué lástima), el 60º de los Derechos Humanos. Textos insignes, textos irrenunciables, textos sin los cuales la historia se hubiera escrito de otra forma.

Pero detengamos un poco a analizar sus enormes aportaciones. Lástima que la limitada extensión de este artículo no me permita enumerar todos los avances que se han producido respectivamente en la Humanidad en los últimos 60 años y en España en los últimos 30.

En principio, desde el 10 de diciembre de 1958, los seres humanos nacemos libres e iguales, no somos sometidos a torturas ni a tratos degradantes, ni arbitrariamente detenidos o presos, ya que hay la libertad de opinión y de expresión, sin discriminación de ningún tipo de índole (todo esto se advierte claramente, no hay más que echar un vistazo a las noticias). Para seguir, tenemos derecho a la vida, a la libertad y a la seguridad (sobre todo en las numerosas guerras que azotan el planeta); nadie estará sometido a esclavitud ni a servidumbre (por lo que esos países donde la comunidad internacional tolera la trata de esclavos deben de pertenecer a nuestras pesadillas); y a circular libremente y a elegir nuestra residencia (si la podemos pagar). Por si fuera poco, los hombres y las mujeres disfrutan de iguales derechos (ciertos países y no sólo musulmanes son ejemplos del cumplimiento de este precepto); la voluntad del pueblo, base del poder público, se expresa mediante elecciones auténticas, periódicas y por sufragio universal (y añado yo, bipartidistas); y, el que más me gusta, tenemos derecho al empleo y a la protección en caso de no tenerlo (si hemos cotizado lo suficiente), a igual salario por trabajo igual (aunque seas mujer), a una limitación razonable de su duración (y a la necesidad de hacer horas extras para pagar la hipoteca) , a una remuneración equitativa conforme a la dignidad humana (díganselo a tantos recién venidos a los países supuestamente desarrollados que se venden por cuatro duros), y a en nuestro limitado tiempo libre tomar parte libremente en la vida cultural de la comunidad (también a ser seleccionado en el casting de Gran Hermano).

En cuanto a nuestra Constitución, dejando aparte detalles sin importancia como que en ella no caben muchas formas de Estado posibles, que cierra la puerta a la planificación democrática de la economía, y que paradójicamente resulta menos progresista en ciertos aspectos que una más antigua, la del 31 (aunque es cierto que en el momento histórico en que se firmó quizá no hubiera sido posible conseguir más, no lo sé, yo no estuve allí), destacaré algún artículo de mi capítulo favorito, el II, sobre derechos y libertades. Me gusta lo del “sostenimiento de los gastos públicos (…) mediante un sistema tributario justo inspirado en los principios de igualdad y progresividad que, en ningún caso, tendrá alcance confiscatorio” (los mileuristas con declaraciones positivas y embargados y las fortunas a quienes no les sale a pagar, y no

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hablo sólo de la lista de Liechtenstein, pueden dar fe de ello). También lo de que se “los recursos públicos (…) responderán a los criterios de eficiencia y economía” (y utilidad social, como la cúpula antes mencionada), el que dice que se realizará “una política orientada al pleno empleo” y a la “seguridad e higiene en el trabajo”, y mis preferidos, “todos tienen el derecho a disfrutar de un medio ambiente adecuado para el desarrollo de la persona” (adornado con ladrillos como nuestras costas y espacios naturales), y “de una vivienda digna” (mejor si no se quema fácilmente con la familia de uno dentro), ya que “los poderes públicos promoverán las condiciones necesarias (…) regulando la utilización del suelo de acuerdo con el interés general para impedir la especulación” y, además, “garantizarán, mediante pensiones adecuadas y periódicamente actualizadas, la suficiencia económica a los ciudadanos durante la tercera edad”.

Me he quedado sin palabras. Por favor, permítanme que me carcajee. No sólo se trata, como afirma Amnistía Internacional, de que la ONU está paralizada por su funcionamiento burocrático; es que hay que ser muy ingenuo para crear que existe o ha existido más voluntad política que un simple deseo de lavar las sucias consciencias de la II Guerra Mundial en la redacción y posterior ejecución, o no, de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, al igual que nuestra Carta Magna no está demostrando haberse creado más que como estrategia para que algunos se perpetuaran en el poder y otros pudieran asomar la cabeza en el balcón político; comienzo a pensar si servirá de algo su (no digo que no sea necesaria) reforma, en el caso en que se pongan de acuerdo para ponerla en marcha. Lo siento, pero no creo más que el único tratado de los derechos humanos que existe en realidad es el del poder y el dinero, y en las únicas ocasiones en que se respetan es cuando hacerlo es rentable política o económicamente. Cuando escucho que se ha firmado un documento cualquiera contra las bombas de dispersión, o a favor de Kyoto o los objetivos del milenio, por ejemplo, me entra la risa floja. Estoy por declarar que la única ventaja de esos textos es que en el aniversario de algunos de ellos permiten visitar el Parlamento y hacerte sentir por un día que puedes cambiar el mundo (en el caso que los políticos dispongan de esa prerrogativa, cosa que dudo) y, sobre todo, que conceden un día de fiesta a los sufridos trabajadores. Sólo a algunos, claro.

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Las guerras que perdimos

Podemos empezar con el conflicto de la República Democrática del Congo, el

recrudecimiento del cual saltó a los titulares de algunos medios el pasado fin de

semana, con sus niños soldados arrasando de la manera más salvaje imaginable un

paisaje que esconde en sus entrañas tanta riqueza: diamantes, oro, petróleo, uranio,

coltán (el de nuestros ordenadores y nuestros móviles)… Allí, los grupos interesados en

controlar su ubérrimo nordeste manipulan a las tribus rivales e instigan sus

enfrentamientos.

Sigamos con Chechenia, una pesadilla casi desconocida que dura ya 14 años y donde

ha llovido sobre mojado (las heridas de la deportación de Stalin durante la Segunda

Guerra Mundial aún están abiertas): señores de la guerra como una terrible fuerza de

la naturaleza más, ejército ruso y terroristas islámicos compitiendo entre ellos por

quién es capaz de perpetrar más horrores, con episodios, como el del teatro de Moscú

y el de la escuela de Beslán en Osetia del Norte, que son verdaderos paradigmas de los

niveles de crueldad que puede alcanzar el género humano. El aconsejable libro de

memorias El juramento del doctor Khassan Baiev da buena cuenta de tanta desolación.

Por cierto, también hay petróleo.

Pasemos ahora a conflictos de baja intensidad, no menos proclives en injusticias.

Muchos habéis oído hablar de Chiapas, en México, con su mediático, culto y

controvertido subcomandante Marcos y sus comunicados desde las montañas del

sureste mexicano. A los indígenas luchando por su dignidad y contra el abandono

gubernamental de su rica y esquilmada tierra, entre matanzas y actividad para militar,

vinieron a sumarse en los últimos tiempos sucesos como las movilizaciones populares

del estado de Oaxaca y del municipio de San Salvador de Atenco, reprimidas con saldo

de muertos, desaparecidos, heridos, encarcelados y torturados; hay que mencionar

que dos catalanas que fueron deportadas del lugar en esos días, Cristina Valls y Maria

Sostres, denunciaron haber sido víctimas de agresiones sexuales, tanto ellas como

otros detenidos, por parte de policías y militares mexicanos, aunque la querella que la

primera presentó ante el juez Grande-Marlaska a principios de este año no fue

admitida.

Con Sudán, Colombia, Costa de Marfil, Uganda, y muchas otras más que no tengo

espacio para detallar, éstas son algunas de esas guerras olvidadas, quizá porque no

generan audiencia o porque algún sabio de la comunicación considera, sanitariamente,

que no podremos digerir esas atrocidades entre el segundo plato y el postre de la cena

o con el café y el cruasán de nuestro desayuno ante el diario. Pero hay otras guerras,

no por mediáticas menos espantosas, como Palestina, Irak y Afganistán; en este último

país, la aventura supuestamente humanitaria en la que España se embarcó ha causado

que otras dos familias tengan que llorar a los suyos desde el pasado domingo, como

tantas otras antes, en nuestro país y en todos los que participan, sobre todo en el

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propio teatro de las operaciones; recomiendo encarecidamente Cometas en el cielo, de

Khaled Hosseini, el libro de la película, si queréis tener una visión novelesca de lo que

ha significado este conflicto para los habitantes de este país, que tanto ha sufrido

desde los años ochenta. Y que el ejército yanqui vaya por ahí confundiendo

presuntamente objetivos militares y nidos de insurgentes con tranquilas reuniones de

civiles tampoco ayuda mucho. Se me olvidaba: aquí lo que hay es gas. Y heroína. Y un

lucrativo negocio en producción y comercialización de burkas, una droga aún más letal

que Estados Unidos, a pesar de sus promesas, no ha erradicado.

Guerras en las que participamos, guerras que nos son ajenas. Guerras motivadas por el

afán de dominio secular de Occidente que dejó como herencia una descolonización

mal hecha y estructuras económicas y de poder continuistas, guerras a las que

multinacionales cuyos productos compramos no son ni mucho menos extrañas,

guerras azuzadas por nuestra indiferencia y las lecturas superficiales con las que las

enmascaramos, hablando, por ejemplo, de “odios antiguos enquistados típicamente

africanos o tercermundistas”.

Guerras que desde dentro o desde fuera hemos perdido, guerras que cada día,

repetidamente, con dolor y con muerte, continuamos perdiendo.

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Nieva

Nieva sobre el Vallès Oriental. El sol se refleja en la cumbre blanca del Montseny, que

espera al final de mi camino como la imagen de una aspiración vital asequible, entre

deslumbrantes destellos.

Nieva, y los niños, con las ilusiones del Día de Reyes cumplidas, disfrutan de su día de

asueto previo a la segunda vuelta a las clases emprendiendo batallas incruentas donde

la única sangre es de escarcha. Nieva sobre los paquetes destrozados a fuerza de

impaciencia que yacen amontonados en los contenedores (no siempre aquellos que les

corresponden para facilitar el reciclado), nieva sobre los juguetes desechados por

sobreabundancia, nieva sobre un sector industrial, el juguetero, donde no se nota la

crisis, nieva sobre los niños solos en casa con sus regalos, nieva sobre los padres y

madres agotados de las horas extras que han tenido que realizar para pagar esos

mismos juguetes y ausentes ante la televisión, nieva sobre los patios escolares donde

esos mismos niños, a quienes no les hemos enseñado a soñar ni a luchar, conspiran

para ser tertulianos de los programas del corazón del futuro mientras se convierten en

víctimas o verdugos del acoso escolar. Nieva sobre el consumismo, la soledad, los

sueños muertos antes de nacer, la resignación, el adocenamiento.

Nieva sobre Gaza. Nievan bombas sobre Gaza. El sol se refleja en el metal de las

granadas de mortero no explotadas, que acechan en todos los caminos como la

imagen del único destino posible, entre sangrientos destellos.

Nievan bombas, y los niños son sacados muertos como muñecos rotos de las escuelas

donde se refugian milicianos fantasmas. Nievan bombas sobre un pueblo destrozado (y

no siempre con las ‘armas permitidas’, dos términos antitéticos, por la ONU) a fuerza

de impaciencia asesina israelí, nievan bombas sobre los cadáveres apilados en

cualquier sitio por sobreabundancia, nievan bombas sobre un sector industrial, el del

armamento, que no nota la crisis, nievan bombas sobre los juguetes solos sin los niños,

nievan bombas sobre un lugar donde no hay posibilidad de hacer horas extras porque

el paro es casi total aunque ninguna hora extra puede comprar la ilusión de mañana, la

seguridad de mañana, la supervivencia de mañana, nievan bombas sobre las calles

donde esos mismos niños, a quienes han amputado los sueños y saben demasiado

acerca de la lucha, conspiran para ser los terroristas del futuro mientras tiran piedras a

los tanques. Nievan bombas sobre la ausencia de regalos, de medicamentos en los

hospitales, de comida, de agua, de justicia, de salvación, donde los niños no pueden

ser niños, donde muchos padres ya han dejado de ser padres.

Nieva mi indignación sobre un mundo donde algunos vivimos pendientes de los

objetos y otros tienen el odio pendiente de ellos, donde algunos nos hemos olvidado

de quiénes somos y a otros no se les permite olvidarlo ni un segundo. Nieva mi

indignación sobre un universo hipócrita que no sabe de sueños ni de lucha y que se

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pierde en declaraciones y en protestas de buenas intenciones mientras sangra la tierra

en las guerras mediáticas y en las guerras olvidadas.

Al final de mi camino, el Montseny, blanco igual que la paloma de la paz, se muestra

ahora como una aspiración vital completamente inasequible.

Porque a mí también me han amputado los sueños.

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Cuestión de prioridades

No es una prioridad que la justicia española deje de estar al nivel de la de muchos

países tercermundistas, con sentencias no ejecutadas contra pederastas y leyes contra

la violencia doméstica sin recursos a su disposición, entre otras cosas. No es prioritario

apoyar con medidas más sustanciales, monetariamente hablando, un sistema

educativo que está entre los peores del mundo desarrollado, por mucho que diga

Maragall. No es prioritario inyectar fondos en los hospitales que se ahogan entre listas

de espera y a los que les falta el personal como el aire que respirar y así lograr que el

nuestro deje de estar entre los países peor situados sanitariamente entre los Quince.

No hay dinero, nuestros impuestos son insuficientes.

Sí es una prioridad, es completamente necesario, ceder solidariamente capital a las

mismas empresas cuya mala gestión ha destruido puestos de trabajo y economías

familiares de todo el mundo, y que premian a sus ejecutivos con unas indemnizaciones

tales que podrían acabar con la deuda externa en el ámbito mundial, en lugar de

aplicar medidas de control más contundentes contra nuestro gigante sistema

financiero de pies de barro. Sí hay dinero, es una medida de urgencia, nuestros

impuestos son así de chulos.

Y si usted quiere quejarse porque la justicia no tiene suficiente personal para ejecutar

las sentencias y los pederastas están en la calle observando lo mal educados que están

sus hijos, mientras su marido maltratador se salta la ridícula orden de alejamiento sin

medios y va a por usted con una escopeta de cañones recortados, y encima hay lista de

espera en el hospital para que le extraigan los perdigones, no se moleste: sus

impuestos, que teóricamente deberían ir a solventar todos estos problemas, están en

manos de los bancos para salvar la economía mundial. Eso sí, y no usted, es una

prioridad.

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Éramos legión

Siempre sucede así, supongo: tu aparición fue inesperada, elegiste justo esos momentos que se viven varias veces en la vida en que piensas, a veces con razón, que todas las ocasiones han pasado ya de largo, que nunca se encontrará (y menos dada la situación actual) algo parecido a ti. Y comprendí que eras lo que siempre busqué sin saberlo. Y de pronto, sin que pudiera casi creerlo, mi vida adquirió tintes de paraíso, de novela… aquellos días fueron de vino y rosas.

Me esforcé para ser digna de ti, sin permitirme un solo error. Siguiendo el tópico, dejé de comer y de dormir, dejé de interesarme también por nada que no tuviera que ver contigo, y hasta arrinconé la actualidad: ya no me importaba la economía adversa, las bombas cayendo sobre los inocentes, que los gallegos eligieran despertar de nuevo a la realidad pepera después del fallido sueño socialista, que cada 8 de marzo los derechos de las mujeres aumentaran en la letra de la ley todo lo que retrocedían de facto. Era feliz.

Pero poco dura la alegría en casa del pobre. Al principio son pequeños detalles, que bien puedes atribuir, engañándote, a tu imaginación desbordada, a tus temores… Después piensas el error es tuyo y que debes cambiar. Siempre hay períodos de mejora, como en cualquier agonía, pero acaba llegando el final: como en la película citada, fábula sobre el alcoholismo, el vino acaba ahogando a las rosas y a todo su contexto, y sólo deja tras suyo vacío, marginación…

Pude escribir los versos más tristes esa noche, y de hecho creo que lo hice. Sentí que venía la muerte, y que eran los tuyos los ojos con los que me miraba; tu ausencia era tan terrible e inexorable como el sueño eterno, e incluso me dio por escuchar las frívolas e infumables cancioncillas de las emisoras comerciales que relataban angustias como las mías. Bienintencionados amigos me consolaban diciéndome que nunca me mereciste, y amigos igualmente bienintencionados me prevenían de que tal vez tú habías sido mi última oportunidad y yo te había dejado perder, porque evidentemente nunca podía existir un solo culpable.

Sí. En estos caso, es de recibo un ejercicio de introspección y retrospección buscando posibles errores y, sean reales o ficticios, evidentemente los encuentras. Pero no estás en situación objetiva de apreciar su verdadera magnitud.

Y sin embargo, un día, por puro espíritu de supervivencia, salí a la luz. Volví a visitar la actualidad que había desdeñado. Y entonces comprendí que no estaba sola. Formábamos un gran colectivo. Como el demonio de Gerasa en el Nuevo Testamento, éramos Legión, y tan malditos como él. Allí estábamos los que, como yo, entregaron cada gota de su tiempo y de sus ganas, y los que trazaron una frontera inexpugnable ante su espacio personal. Los fieles hasta la extenuación y los de las ausencias frecuentes y no justificadas. Los que amaron, los que sencillamente pasaron el tiempo, y hasta los que odiaron, pero que siguieron aguantando en aras a un beneficio mayor. Continuábamos sin dormir y sin comer, pero ahora lo que nos lo impedía era la incertidumbre, y la falta de dinero. Escuchamos la frase mágica: destrucción de empleo debido a la actual, y bien jodida, coyuntura económica a la que el Destino, encarnado

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en los poderes políticos y económicos, con especial relevancia de los españoles, nos ha conducido.

Ya éramos tres millones y medio de españoles sin empleo. Preparando la crisis social.

Y vi que nada de eso me consolaba.

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Géneros de ficción Las cifras del desempleo conocidas son tan espeluznantes (aunque todos ustedes las deben ya de saber, destaco como dato ejemplificador de esta debacle laboral y social que hoy en día hay más de un millón de parados más que hace un año y que el número de personas sin trabajo ha subido más de un 50% en este lapso de tiempo) que da la sensación que por fin el Gobierno se pone en marcha: se anuncian medidas creadoras y mantenedoras del empleo (con revisión de las políticas de aceptación de los EREs incluidas, sí, como lo oyen) y facilitadoras del cobro de prestaciones y subsidios. Incluso parece ser que se está presionando a los banqueros para que dejen de contar sus millones en la oscuridad de las cámaras acorazadas por la noche, cual avaros Fagins dickensianos, y hagan circular aunque sea mínimamente este capital para crear riqueza, si bien también es cierto que los grandes banqueros, los verdaderos jefes de delincuentes de esta historia que en el fondo es más propia de un cuento de Poe o Lovecraft que del escritor realista inglés, no han sido convocados a estas reuniones. Conocida es para las personas que frecuentan esta columna la desconfianza de su autora hacia cualquier ley o propuesta de acción que pueda venir del estamento oficial. Las palabras son muy baratas de pronunciar, hay varios compromisos electorales a la vista, lo que hace afilar la oratoria y no tanto los compromisos reales, y la oposición, aunque ocupada con sus propias disensiones internas y sus Espía como puedas, está jugando la peligrosa baza populista, lo que es muy sencillo de hacer en la distancia, sobre todo cuando en su permanencia en el poder no se la conoció precisamente por favorecer ni a familias ni a pequeños y medianos empresarios. Pero hay que decir que el poco frecuentado y difundido Davos tanto por los representantes empresariales e institucionales como por la prensa de este país ha mostrado un pesimismo realmente descorazonador e incluso ha alertado de crisis social (recuerden la llegada del nazismo tras la derrota alemana de la Segunda Guerra Mundial y sus consecuencias económicas y sociales), y nada de esto puede ser alegremente desestimado; aparte de que se multiplican las voces que avisan de que se impondrá, querámoslo o no, un nuevo modelo económico, que aún no sabemos cuál será aunque tal vez no vaya a ser peor que el que hemos estado viviendo estos años pero cuyo advenimiento puede hacernos pagar un precio muy alto. Y así, es posible que nuestros gobernantes hayan sido consumidores en su loca juventud de esas películas, tan comunes en la década de los ochenta y que han pervivido hasta hoy, que dibujaban un panorama post catástrofe global donde todos nos convertíamos como mínimo en catervas desesperadas a la búsqueda de un trozo de pan, unos centilitros de agua o unas gotas de gasolina, y su susto sea tal que estas disposiciones sean la antesala de un país, de un mundo, con medidas inteligentes para suprimir el desempleo (¿se acuerdan la jornada de 35 horas? Eso permitiría, además, la tan llevada y traída y siempre utópica conciliación laboral-familiar), y con un ICO que realmente sea lo que su nombre indica, o sea, un instituto de crédito oficial que dé alas financieras a la economía productiva, con especial incidencia en la pequeña y mediana empresa, y permita la subrogación de las hipotecas sin intereses ocultos; también

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ayudaría la ampliación de la financiación de obras públicas del Estado hacia los Ayuntamientos y, para conseguir el suficiente líquido que habilite implantar estas prácticas, una reforma fiscal que no penalice al más pobre, como parece estar sucediendo en la actualidad, en un sistema que se parece más a los diezmos medievales a la Iglesia y a los terratenientes que a una fiscalidad justa y operativa.

Evidentemente, en este repaso de géneros de ficción ahora nos hemos pasado directamente al fantástico y estamos dejando atrás a Tolkien en derroche imaginativo. O tal vez el anillo mágico esté en nuestra capacidad de lucha para que nuestro mundo se parezca más al país de los hobbits que a Mordor, el reino del mal de Sauron.

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Utilidad mayor, derechos menores

Representan la más asequible excusa y el arma más arrojadiza: les utilizamos para

justificar nuestras deserciones, nuestras renuncias o nuestra ambición e, incluso, como

el mejor instrumento de nuestra venganza.

Actúan como la canalización de nuestras frustraciones, cuando intentamos convertirlos

en lo que nunca pudimos ser, abriéndoles el camino para nos repitan cuando lleguen a

nuestra posición y perpetúen nuestros fracasos no asumidos hasta la eternidad.

Manipulamos políticamente sus intereses; tienen un uso excelente como instrumento

electoral, las cosas que les afectan sirven como contenido de nuevas leyes, como

reivindicación mediática de nuestros intereses, en los que pocas veces se mezcla un

pensamiento orientado a sus necesidades. Sus problemas sirven para nuestros

desahogos, porque es más fácil apalizar al maestro que impone una sanción qué

preguntarnos por qué esa sanción se ha producido. Son los protagonistas de los

anuncios, emitido por los medios de incomunicación que les acunan de nuestros

endemoniados horarios laborales, con los que las marcan nos ilusionan, nos halagan o

nos chantajean. Les compramos con esos mismos productos anunciados, intentando

subvertir nuestra escasa dedicación forzada por las circunstancias.

Les negamos el valor de las cosas, les engañamos, les dejamos sin armadura para

enfrentarse a la vida y con demasiadas espadas contra ellos mismos y sus semejantes.

Sufren nuestra debilidad y nuestra comodidad, que disfrazamos de amor, de no saber

imponerles límites. Son víctimas del actual sistema deseducativo vigente, que les

transforma en unos adultos sin solidaridad, sin vocación, sin expectativas, sin criterio,

con un vocabulario limitado y, por qué no decirlo, con una total falta de respeto por la

ortografía.

Son pasto de la parte más oscura de la Humanidad, esa que se arrastra por Internet

entre archivos descargados de contenido inaceptable, dejando un rastro de baba

corrosiva; aunque hemos de estar de enhorabuena: la ley que les concedía (¿a ellos?)

la mayoría de edad sexual para estar con adultos a los 13 años será trasladada al

parecer a la madura edad de 14. Son pasto, ellos y los contenidos de sus redes sociales

propias, de la parte más oscura de los que estamos o creemos estar en el universo

luminoso, esa que lame las gotas de sangre que se escapan de los programas de

contenido desinformativo que llenan nuestras pantallas.

Son soldados y esclavos en guerras, donde llevan a cabo las tareas que ninguna

persona mayor querría realizar, de más de 35 países. Son los obreros que cosechan

algunos de nuestros alimentos, que extraen el material de algunas de nuestras joyas, o

confeccionan muchos de los modelitos súper fashion con que nos vestimos con la

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mayor de las impunidades. Y gozan de innumerables derechos y hay muchas

declaraciones que así lo atestiguan. Es un consuelo.

Son polivalentes y maleables. Son, en resumen, de lo más útil. Tanto que, aunque sea

por egoísmo, deberíamos hacer algo para conservarlos en buenas condiciones.

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Tierra sin esperanza

Hace tiempo que renunciaron. Se rindieron. Entregaron las armas. Plegaron sus velas y

dejaron de navegar. Hace tiempo que constataron que a veces requiere más valor

abandonar que continuar una lucha estéril.

¿La causa? Hay un buen abanico de ellas. Suele empezar un día, con algún pequeño

desengaño cotidiano que, de pronto, se dan cuenta que ya no pueden asumir.

Antecedentes familiares y situación mental tal vez les prepararon para ello. Y los

paraísos artificiales, en palabras de Baudelaire, siempre están ahí para acunar su

derrota; al final, el desahucio sentimental o económico, el corte de amarras con la

realidad.

¿Y después? ¿Cómo dar marcha atrás? El acceso a la vivienda no está atravesando sus

mejores momentos desde hace tiempo. El empleo, y no sólo el digno (esa entelequia),

se está convirtiendo progresivamente en un lujo; eso es lo que denuncian las

organizaciones que se ocupan de este colectivo. Aunque yo en ocasiones pienso que, a

su manera, en sus cerebros afectados por la desgracia, la depresión o las sustancias

psicotrópicas, se abre paso una lucidez que les impide entrar de nuevo en el sistema,

volver de nuevo al redil. Como el protagonista de aquella canción de Nino Bravo

utilizada hace tiempo para la publicidad de una empresa de telefonía, en su muerte sin

defunción, en su tierra sin esperanza, ahora son libres. El pasado día 23 fue su día, el

Día de los Sin Techo.

Hace tiempo que hemos renunciado. Nos hemos rendido. Hemos entregado las armas.

Hace tiempo que hemos constatado, o así nos justificamos, que a veces requiere más

valor abandonar que continuar una lucha estéril.

¿La causa? Hay un buen abanico de ellas. Suele empezar un día, con una de esas

paradojas cotidianas que, de pronto, nos damos cuenta que no podemos asumir.

Por citar sólo algunas de las últimas, saber que gran parte, por no decir la totalidad, del

dinero que los diversos gobiernos han destinado al rescate de empresas en crisis ha

servido para hacer aún más pesadas las arcas de los directivos y no para mantener

puestos de trabajo. Que ninguno de los responsables de la actual situación ni de otros

delitos contra la Humanidad aún más horrendos está sentado en ningún banquillo de

los acusados, mientras que a veces el sólo hecho de ser inmigrante sin recursos es

motivo de detención y de tortura. Y el hecho de que el líder político que en su mayoría

votamos los españoles para que nos sacara, con medidas progresistas, de un período

de oscurantismo, después de aprobar unas cuantas leyes sociales puramente

simbólicas defienda ahora el capitalismo salvaje, no intervenga en el

desmantelamiento industrial del país y, por si fuera poco, preconice la impunidad de

los crímenes del pasado, tampoco ayuda mucho.

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¿Y ahora? ¿Cómo dar marcha atrás?

Algunos lo han hecho. Hay trabajadores que vuelven a salir a la calle a defender sus

empleos, estudiantes que se encierran en sus universidades contra una ley que

pretende alejarlas de su dimensión académica y convertirlas en meros apéndices de la

empresa privada, organizaciones sociales y políticas que no se resignan. En ocasiones

pienso que en nuestros cerebros domados por el pan y el circo nuestros de cada día

(pan cada vez más duro y circo con cada vez más payasos), se está abriendo paso una

lucidez que nos vuelve a hacer desear ser libres, salir del sistema, abandonar el redil.

Para esas personas, todos los días son su día.

Aunque quizá me equivoque y ésta sea realmente, en expresión acuñada por el gran

poeta desconocido Alfonso Costafreda, una tierra sin esperanza.