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Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 22 1963

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dtCantico

REVISTA DE CULTURA CONTEMPORÁNEA

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Las opiniones expresadas en los art ículos pub l i cados en Atlántico no representan necesariamente las del Gobierno de los Estados Unidos de América. Se ofrecen como ejemplos representativos de las opiniones y puntos de vista acerca de asuntos diversos de la vida contemporánea norteamericana.

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A T L Á N T I C O Revista cultural

Número 22 Año 1963

CONTENIDO DE ESTE NUMERO

Págs.

DIÁLOGO EUROPEO - NORTEAMERICANO, por John

L. Brown 5

L A ESCULTURA AL MEDIAR EL SIGLO, por Henry

R. Hope 45

VIABILIDAD ECONÓMICA DE AMÉRICA LATINA, por

Víctor L. Urquidi 60

L o s ESTUDIANTES NORTEAMERICANOS Y EL " R E S U R ­

GIMIENTO P O L Í T I C O " , por Kenneth Keniston ... 93

NOTAS CULTURALES 139

C R Í T I C A DE LIBROS 143

ULTIMAS ADQUISICIONES 147

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Diálogo europeo - norteamericano Por John £. Brown

Parte I

DESDE que terminó la guerra, al principio con

carácter privado como profesor, periodista

y editor, y ahora, desde hace varios años,

oficialmente, he estado dedicado, en Francia, Bél­

gica e Italia, a fomentar e incluso a veces a provocar

la discusión entre norteamericanos y europeos. Estoy

convencido de la importancia de ese debate, que cons­

tituye una continuación natural del largo, complejo,

apasionado y a veces áspero diálogo en curso entre

nosotros desde la fundación misma de nuestra Repú­

blica y que nos revela, si seguimos su evolución, tan­

tas cosas importantes acerca de unos y otros.

Gradualmente, mientras viajaba por la Europa de

la posguerra y.celebraba conversaciones con toda cla-

John L. Brown, ex Agregado Cultural de los Estados Unidos en Bruselas, Paris y Roma. En la actualidad Miembro del Centro de Estudios Superiores de la Wesleyan University.

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se de personas, me fui dando cuenta de que yo ha­

blaba de cosas completamente diferentes, y de una

manera también diferente, de lo que era el tema de

conversación de Henry James o Henry Adams, o de

lo que hablaban Pound y Elliot o Hemingway o Henry

Miller cuando trataban de conocerse mejor contem­

plándose en el espejo del Viejo Mundo. El diálogo

europeo-norteamericano había sufrido en realidad una

profunda modificación. ¿Cuál?

Esto me lo decían continuamente toda clase de pe­

queñas cosas sin importancia. No cosas intelectuales,

sino pequeños detalles de la vida cotidiana: las per­

sonas a la page bebían whisky en vez de aperitivos,

el marido de nuestra criada acababa de comprarse

un coche. Recientemente vi en Milán una tienda ele­

gante que anunciaba "antigüedades norteamericanas".

Un día, a principios de la última década, al volver

a París, me llamó la atención, al bajar por la rúe Ro­

yale, un nuevo anuncio luminoso. "Qucenie's Snack

Bar, Queenie's Snack Bar", centelleaba en la oscuri­

dad. Qué abominación —pensé—, y prácticamente de­

lante de la Madeleine, además. De pronto me acordé.

Ahí es donde estaba Larue's, ese templo gastronómi­

co de la belle époque, un monumento histórico fran­

cés donde, en el más discreto de los cabinets particu­

liers, Cleo de Mérode comería con amantes reales,

y, donde Marcel Proust, envuelto en un abrigo fo­

rrado de piel, incluso en las fragantes tardes de pri-

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mavera, quizá se presentara a medianoche para una

cena tardía con Robert de Montesqutou o Antoine

Bibesco. Sic transit, pensé. Ha desaparecido "Laure's"

y en su lugar está "Queenie's". Un signo de los

tiempos.

Era evidente que ya no existía el París de "The

Ambassadors", ni siquiera el París de "Tender is the

Night". Que la relación entre el Viejo y el Nuevo

Mundo, para que pudiera seguir teniendo un signifi­

cado, necesitaba ser expuesta de nuevo en términos

completamente diferentes.

Comprendí que el vocabulario consagrado que ha­

bíamos estado utilizando a lo largo de los años ya

no servía para describir la situación que teníamos

ante nuestros ojos. Todos esos términos como "ino­

cencia y experiencia", naturaleza y civilización, tec­

nología y humanismo, materialismo y espiritualidad,

movilidad y estabilidad, masa y clase, innovación y

tradición, vida y cultura —todos estos pares de opues­

tos con los que hemos estado tratando de expresar

una dicotomía real o imaginaria entre ellos y nos­

otros— ya no eran aplicables a la Europa posbélica

de la producción en serie y de la cultura industriali­

zada, de los automóviles baratos y de los plásticos, de

la Coca Cola y de la televisión, de las vacaciones pa­

gadas y de las revistas ilustradas. Y, naturalmente, no

era sólo Europa la que había cambiado. Norteamérica

había cambiado quizá tanto o más, y esos términos

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ya no servían tampoco para describir nuestra situa­

ción. Cualquier intercambio genuino de ideas tendría

que basarse ahora en premisas completamente dife­

rentes.

II. Un debate centenario

P N el pasado este diálogo entre dos culturas consti­

tuyó uno de los fenómenos centrales de la historia

intelectual norteamericana. "¿Nunca podremos ex­

traer del cerebro de nuestros compatriotas el gusano

de Europa?", exclamó una vez, irritado, Ralph Waldo

Emerson. Este debate ha atraído las energías de al­

gunos de nuestros más grandes espíritus —Jefferson,

Henry James, Henry Adams— y nos ha incitado a

pensar sobre algunos de nuestros más importantes pro­

blemas: la naturaleza de nuestra propia cultura, por

ejemplo, y el espinoso problema de la definición del

carácter norteamericano. Muchos de nuestros intentos

de descubrir quiénes somos han sido hechos en térmi­

nos de nuestra relación con Europa. ¿Qué es un nor­

teamericano? Al abordar el enigma de nuestra propia

identidad, nuestros poetas y pensadores inevitablemen­

te revelaron su repulsa al Viejo Mundo o su identi­

ficación con él, u hostilidad o adulación nostálgica.

Un grupo, al que Philip Rahv llamó el de los Pieles

Rojas, proclamaba con orgullo que el norteamericano

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era el Hombre Nuevo en un Nuevo Mundo, que se

había liberado de la iniquidad y el atraso del Viejo,

que podía exclamar con Walt Whitman, el mayor de

los bardos Pieles Rojas: "Todo el pasado dejamos

tras nosotros."

Pero otros, los Rostros Pálidos, objetaban que esa

opinión era engañosa y fragmentaria. El norteame­

ricano, después de todo, no era un monstruo nacido

sin cordón umbilical. Tenía un pasado, y este pasado

era europeo. Y nadie podía negar que la mayor parte

de los norteamericanos, con excepción de los indios,

eran simplemente "europeos trasplantados", eran "las

mismas personas en un nuevo país", como lo expresó

Gertrude Stein. Para adquirir plena conciencia de sí

mismo y de las fuentes de su propia identidad, el nor­

teamericano necesariamente ha de establecer conexio­

nes con la cultura europea y considerarse como una

continuación natural de la misma, en vez de recha­

zarla y separarse así de las más profundas fuentes

de su propia sensibilidad, de las raíces más hondas

de su propia tradición nacional. Los Rostros Pálidos

hablaban delicadamente, desdeñando la "bárbara gri­

tería" de sus rivales ; preferían el refinamiento y la

complejidad a la autenticidad de la frontera; prefe­

rían, como Henry James, la vida junto al Sena o

junto al Támesis a la vida junto al Mississippi, e in­

sistían en que no por ello eran menos norteamericanos.

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El mismo James, que exploró las relaciones europeo-

norteamericanas con más sutileza y profundidad que

lo haya hecho nadie antes o después de él, dijo una

vez que:

Es un destino complejo el de ser norteameri­cano, y una de las responsabilidades que implica es la de luchar contra una evaluación supersti­ciosa de Europa.

Hacia el fin de su vida se había liberado de muchas

de las supersticiones que podía haber tenido al co­

mienzo de su estancia en Europa. Pero la mayor par­

te de los norteamericanos del siglo XIX estaban te­

nazmente apegados —como siguen estándolo todavía

algunos norteamericanos del siglo XX— a sus pre­

juicios. Tendían a ver las cosas en términos de blanco

y negro, de diferencia absoluta. Y según la supersti­

ción adoptada creaban una Europa que era la Mujer

Vestida de Escarlata o la Gracia Salvadora ; una Ba­

bilonia o un Paraíso incomparable; un centro de sabi­

duría y refinamiento, en comparación con el cual su

país de origen era un vasto desierto del espíritu; o

una sima de corrupción y reacción medieval; encan­

tadora y pintoresca o sucia y atrasada.

Los europeos, naturalmente, tampoco estaban exen­

tos de supersticiones. ¿Qué civilización lo ha estado?

Tenían y todavía tienen sus venerables e indispensa­

bles prejuicios. Ven a Norteamérica como inculta,

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metalizada, mecanicista y como una gran amenaza

para la gran tradición del humanismo occidental, o,

en el otro extremo, como la tierra prometida del ca­

pitalismo sin trabas, donde una raza privilegiada crea

un porvenir despejado de libre empresa. (Afortuna­

damente, los encomios de esta última categoría se es­

tán haciendo muy raros. Encontrados generalmente

en las publicaciones de cámaras provinciales de co­

mercio, carecen de valor literario y resultan más des­

concertantes que alentadores. Estimo, en Europa y

en otras partes, que no hay nada más humillante que

ser apreciado por razones equivocadas. Es mejor ser

mal visto por razones verdaderas.)

Pero en los años transcurridos desde la guerra, los

norteamericanos han estado menos ligados emocional-

mente a Europa. Nuestra visión del mundo se ha

hecho más amplia y hemos atendido con nuevo inte­

rés y preocupación a Asia, a Africa, a Sudarriérica.

Ya no nos sentimos obligados a tomar partido, ya

sea por los "Rostros Pálidos", ya sea por los "Pieles

Rojas". La expatriación ya no es un problema que

nos inquiete como inquietaba a James, Hawthorne o

William Wetmore Story o, algo después, a Pound,

Eliot o Henry Miller.

I I

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UI. Un nuevo aspecto de la discusión

JPN otras palabras, el artista o intelectual norteame­ricano ya no se siente belicoso ni tiene un sentimien­to de inferioridad cultural al acercarse a Europa. Puede tomarlo o dejarlo. Ya no es para él una cues­tión cargada de emociones. Ya no siente la necesidad de hacer denuncias o renuncias dramáticas. Es tan fácil, para quien realmente lo desee, pasar parte de su tiempo en el extranjero, es tan fácil trasladarse, físi­ca y espiritualmente, que nadie parece pensar ya que se ha convertido en \m expatriado simplemente por el hecho de vivir fuera de los Estados Unidos. Ahora, irónicamente, es a veces el hombre de negocios, no el intelectual, el que se ve tentado a la expatriación. A menudo puede ganarse dinero más de prisa hoy en los mercados en rápida expansión de Europa que en los Estados Unidos. No hace mucho pregunté a un joven ingeniero norteamericano que trabajaba para un gran conjunto de empresas europeas del acero cuándo pensaba represar. "No sé —contestó—, me va muy bien aquí. Supongo que seguiré aquí e iré me­jorando al mismo tiempo que el país."

Muchas de las ventajas culturales que el intelectual norteamericano antes buscaba en el extranjero —mú­sica, bellos museos, grandes bibliotecas, instrucción especializada— puede encontrarlas ahora con tanta o mayor facilidad en su país. No necesito repetir aquí

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lo que sabe todo el mundo; por ejemplo, que un es­

tudio serio de los impresionistas franceses no puede

llevarse a cabo sin visitar nuestras colecciones; o que

la cantidad y variedad de la vida musical de Nueva

York es superior a la de muchas capitales europeas;

o que los profesores europeos más jóvenes, a veces

recuerdan con nostalgia sus visitas a universidades

norteamericanas, a causa de las muchas oportunida­

des de investigación y de otra naturaleza que se les

ofrecieron allí.

El intelectual norteamericano ya no se siente "apar­

tado", por lo menos no más en Norteamérica que en

otras partes, y quizá menos que se sentiría en la

próspera sociedad materialista de Milán o de Dues-

seldorf. (lomo sabemos muy bien, el intelectual goza

ahora de un nuevo prestigio entre nosotros. Eruditos

y artistas europeos vienen a visitarnos y quedan a

menudo seducidos por los encantos de la nueva so­

ciedad norteamericana: los Centros de Estudios Su­

periores, las colonias para artistas creadores, las mu­

chas oportunidades que ha abierto nuestra presente

"explosión cultural". Quisiera señalar de pasada las

inmensas contribuciones hechas al actual florecimien­

to de la vida intelectual y artística norteamericana

por los grandes sabios y artistas europeos que bus­

caron refugio en los Estados Unidos a fines de los

años treinta. Muchos se quedaron definitivamente, in-

virtiendo así el tipo tradicional de la expatriación.

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¿Pero podemos seguir hablando lógicamente de "ex­patriación" en un período en el que todos somos nor­malmente "personas desplazadas", en el que encon­trarse a gusto espiritualmente no depende tanto del lugar como del medio? En el siglo XIX la residencia prolongada en Europa o el viaje por la misma era una necesidad para el norteamericano que deseaba ampliar estudios u obtener un conocimiento superior de las artes o simplemente el sentido de la historia de su tiempo. Hoy los intelectuales extranjeros sienten cada vez más la necesidad de una experiencia norte­americana para obtener una visión anticipada de la configuración de su propio porvenir. En ciertas dis­ciplinas, en las ciencias naturales, por ejemplo, o en las ciencias sociales, o en la administración de nego­cios, o en la sanidad, un título superior norteamerica­no es ahora una garantía de éxito en todo el Conti­nente, y muchos de los jóvenes más brillantes del mun­do de los negocios o del Gobierno han asistido a uni­versidades norteamericanas y, lo que es aún más sig­nificativo, tienen el propósito de enviar a sus hijos a ellas. Algunos de mis amigos europeos pintores consideran una gran exposición norteamericana como una consagración, y han expresado la creencia de que para las artes, a mediados del siglo XX, Nueva York puede llegar a ser lo que fue París en el XIX. Pero aunque esos comentarios favorables los tomemos cum

grano salis, es evidente que el centro de gravedad se

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está desplazando. Y seguirá desplazándose, con toda la

desconcertante rapidez que es la característica de los

cambios históricos en nuestro tiempo.

Puesto que las palabras que utilizábamos para dis­

cutir la relación entre Europa y Norteamérica no ex­

presan ya la situación real; puesto que las bases fun­

damentales de esta relación se han modificado pro­

fundamente, sobre todo en los años transcurridos des­

de la guerra ; y puesto que los papeles tradicionales

de los dos participantes han quedado prácticamente

invertidos, ¿cómo, entonces, podemos renovar este

diálogo y darle un significado contemporáneo?

En primer lugar, olvidemos la antigua premisa de

que existe una verdadera dicotomía. Esta actitud pue­

de haber sido defendible alguna vez, pero ahora me

parece completamente falsa. En lugar de una división

hay una estrecha continuidad, pero una continuidad

a la inversa. Permítaseme explicar lo que quiero decir.

Podemos empezar con el principio de que lo que Nor­

teamérica es, Europa será y está llegando a ser con

una rapidez increíble. Todos lo hemos observado. To­

dos hemos visto lo de prisa que una sociedad tradi­

cional, agrícola y artesana, como la de Italia, ha evo­

lucionado hacia la producción en serie. Todos hemos

presenciado la irresistible invasión de los transistores,

la televisión y los automóviles en las más aisladas al-

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deas rurales; hemos visto con qué delicia las masas

europeas han adoptado algunos de los aspectos más

artificiales de una civilización industrial en gran escala.

No se trata simplemente de lo que los antiguos in­

telectuales europeos llamaban "americanización" o, pa­

ra emplear un término más peyorativo, utilizado por

Hubert Beuve-Méry, de Le Monde, "coca-coloniza­

ción" *

IV. Los Estados Unidos, Viejo Mundo

^ E trata más bien de que muchos aspectos básicos

de la experiencia norteamericana —cada vez estoy más

convencido de ello— están surgiendo rápidamente co­

mo la experiencia arquetípica del mundo moderno.

Agrade o no a los intelectuales europeos de la clase

* Este cliché de la «americanización» se mantiene tenaz­mente, como lo indica el reciente y bastante violento libro del periodista inglés Francis Williams, «The American In­vasion». El critico de The Times hace observar sensatamen­te a este respecto que «muchas, personas censuran en Norte­américa lo que no les agrada de la producción en serie en la sociedad moderna, olvidando que la modernización ha de tener necesariamente acento americano». Y James Baldwin («Nobody Knows My Naine», paginas 171-172) informa que los suecos se han estado quejando amargamente de la «ame­ricanización», «que, por Jo que hemos podido observar, se refiere sobre todo al hecho de que cada vez más personas van a Estocolmo». «No es justo —dice Irwin Abrams (An-tioch Review, verano de 1962, página 144)— censurar a los Estados Unidos por haber llegado antes al siglo XX.»

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media alta (y desde luego a muchos de ellos no les

agrada, porque amenaza su situación privilegiada en

la sociedad y contribuye a explicar las raíces de su

antiamericanismo), vivimos en una sociedad de masas,

igualitaria, ante la cual desaparece la sociedad de

clases del pasado en casi todas partes de Occidente.

Hace 125 años, Tocqueville, con su extraordinaria in­

tuición, lo comprendió e hizo de esto el tema central

de su gran obra De la Démocratie en Amérique.

"Me parece indudable —dice— que tarde o tem­

prano llegaremos, como los americanos, a una casi

completa igualdad... No es, pues, meramente por sa­

tisfacer una curiosidad por lo que he estudiado a Nor­

teamérica ; mi deseo ha sido el de encontrar allí en­

señanzas de las que pudiéramos aprovecharnos." Lue­

go dice: "Confieso que en América vi algo más que

América; busqué allí la imagen de la democracia

misma." Tocqueville ya percibió que Norteamérica

era un vasto laboratorio de experimento social, las

"antenas" de la sociedad igualitaria del porvenir.

En otras palabras: en nuestro tiempo se está con­

virtiendo Norteamérica en una especie de Viejo Mun­

do de la Era de las Máquinas, cada vez menos con­

vencida de la posibilidad de salvación por la abun­

dancia material sola, cansada de ingeniosos artefac­

tos, cada vez más preocupada de la preservación de

valores humanos, mientras que Europa —e infinita­

mente más Asia y Africa— son el Nuevo Mundo de

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la sociedad de masas, la exuberante frontera de la

máquina. Dedicadas hambrientamente al consumo, to­

davía no vacunadas para resistir las enfermedades de

la mecanización, son todavía lo bastante jóvenes e

inexpertas para creer que la producción y la adqui­

sición de cosas en cantidad suficiente puede resolver

sus problemas.

Esta inversión de papeles se ha hecho cada vez más

evidente en el curso de los veinticinco años últimos.

La Europa de los años treinta, a pesar de la amena­

za de la guerra que había de precipitar la transfor­

mación histórica, conservaba aún el sabor de un "Viejo

Mundo". La compleja fachada de la cultura y las ins­

tituciones burguesas del siglo XIX todavía parecía es­

tar intacta, aunque observadores sensibles, tales como

Proust, comprendían muy bien que la primera guerra

había socavado gravemente los cimientos de toda la

estructura, y que detrás de un frente de apariencia

sólida y todavía espléndida no había más que un cas­

carón vacío. Pero los norteamericanos que vivían en

Europa en los años veinte y a principios de los años

treinta podían todavía admirar la fachada. La segun­

da guerra derrumbó la estructura y debilitó aún más

a la clase de la grande bourgeoisie que en el pasado

contribuyó tan considerablemente a las realizaciones

intelectuales y artísticas del Continente, a costa, natu­

ralmente, de tanta explotación e injusticia social. Se­

ñaló el ascenso de una nueva sociedad de masas que

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llevo a Europa muchos de los problemas que hemos

estado tratando de resolver durante generaciones: la

educación de las masas, la emancipación de la mujer,

los derechos de las minorías, la nivelación social, et­

cétera. Cuando yo observaba estos cambios tenía un

sentimiento de déjà vu, de "aquí es donde entramos

nosotros". Mucho de lo que solíamos considerar como

característico de la experiencia norteamericana se ha

convertido ahora también en parte de la experiencia

europea.

V. Encuentro de mentalidades

V^J NO de los resultados positivos de todo esto es

que europeos y norteamericanos pueden hablarse más

sensatamente y quizá con más utilidad que en el pa­

sado. Ciertamente, tenemos más en común de lo que

teníamos antes. Por primera vez podemos discutir

realidades compartidas en vez de prejuicios que se

excluyen recíprocamente. Lo mismo que los norteame­

ricanos se están liberando de la "superstición de Eu­

ropa", muchos europeos, especialmente los que han

vivido y trabajado aquí, como Jacques Maritain o

Gaetano Salvemini, se están liberando de la supersti­

ción de América. Cesare Pavese, el crítico y novelista

italiano que tanto hizo por dar a conocer la literatura

norteamericana en Italia, escribía en 1947: "America

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e il gigantesco teatro dove, con maggiore franchezza che altrove, veniva recítalo il dramma di tutti." (Amé­rica c» el gigantesco teatro en el que, con mayor sin­ceridad que en otras partes, se representa el drama de todos.)

Esta creencia de que Norteamérica desempeñará el

papel del nuevo Viejo Mundo del siglo XX ha sido

expresado a menudo en forma fragmentaria. Tocque-

ville, naturalmente, está lleno de esta intuición; busca

en América una visión previa de lo que será la civili­

zación del porvenir. Charles Eliot Norton, escribiendo

a Chauncey Wright desde Italia durante su estancia

allí en 1869, dice:

El silbido del tren inmediatamente detrás de la iglesia de Santa María Novella o poco más allá del Campo Santo de Pisa suena lo mismo que en Back Bay o en Fitchburg Station, y esto y la escuela elemental están americanizando el país en grado sorprendente. ¡Feliz país! ¡Afor­tunado pueblo! Dentro de poco pueden esperar sus Greeleys, sus Beechers y sus Fisks. (Philip Rahv, Discovery of Europe, pág. 230.)

Gertrude Stein, sin embargo, lo resume quizá mejor

en una declaración que hace en Wars l llave Seen:

"Dije que había empezado diciendo que, después de

todo, hoy es Norteamérica el país más viejo del murf-

do, y la razón de ello es que ha sido el primer país

que ha entrado en el siglo xx. Tuvo su natalicio del

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siglo xx cuando otros países estaban todavía en el siglo xix o en otros siglos anteriores."

Luigi Barzini, hijo, el periodista y diputado ita­liano, que se crió en Nueva York en los años veinte, cuando su padre era director del principal diario en lengua italiana de la ciudad, hace observar lo mismo, aunque en una perspectiva cronológica invertida, en un artículo publicado en el Corriere, en el que dice que la Italia del milagro económico le hace recordar el Nueva York que conoció durante los ruidosos años veinte.

La vieja actitud del norteamericano rico, imperial, que antes adoptábamos de manera tan convincente, está ya pasada de moda. Especialmente a partir de la última década, cada vez me he sentido más deslum­hrado por el empuje y la prosperidad del extraña­mente juvenil "Viejo Mundo", que se está compor­tando de una manera que contradice la mayor parte de nuestras antiguas generalidades. Cada vez más me siento como el griego en una nueva sociedad romana. Pues al viajar ahora por el Continente, quejándonos de los precios y tratando de no salimos de nuestro presupuesto, damos decididamente la impresión de ser los Nuevos Pobres en comparación con la extra­vagante manera de gastar de los magnates industria­les de la Cuenca del Ruhr, o con las más discretas pero igualmente costosas vacaciones de los franceses y los belgas, o con los gastos llamativos de los nue-

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vos millonarios de Milán. Este rencor proletario, cuan­

do contemplamos todo el esplendor material que nos

rodea, es una nueva y probablemente muy saludable

experiencia para el norteamericano en. el extranjero.

En Roma, el invierno pasado, para un público

compuesto en gran parte de estudiantes y profesores,

dirigí un grupo de discusión sobre el tema general

"Interpretaciones de la experiencia americana". Pro­

puse hablar acerca de algunos de los factores que han

contribuido a la formación de nuestro carácter nacio­

nal: igualdad social, espacio, movilidad y "la fron­

tera", la ausencia de tradición y la "carga del pasado",

la educación de las masas, la sociedad próspera ("el

pueblo de la abundancia"), la emancipación de la mu­

jer, el "crisol", etc.

Pronto descubrí que estábamos hablando tanto del

presente europeo como del pasado norteamericano.

Mi auditorio había captado rápidamente la relación

de la experiencia norteamericana con la revolución

social por la que estaban pasando ellos mismos. Y

pronto estuvimos dedicados a lo que me parecía ser

una versión revisada del tradicional diálogo europeo-

norteamericano, en el que los antiguos papeles esta­

ban cambiados y los viejos temas eran planteados de

nuevo.

Como la mayor parte de mis oyentes estaban inte­

resados en la literatura, muchos de nuestros debates

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iniciales trataron de la situación de la literatura nor­

teamericana en el Continente y de lo que ha signifi­

cado para los jóvenes europeos.

VI. La literatura americana y Europa

J~\ principios del siglo xix, el crítico inglés Sydney Smith podía preguntar despectivamente: "¿Quién lee un libro norteamericano?" En la década siguiente a la segunda guerra mundial, la pregunta sería más bien: "¿Quién no lee un libro norteamericano?" Los catálogos de los editores europeos están todavía lle­nos de títulos norteamericanos, algunos de los cuales apenas si merecen la traducción. ¿Cuál es la razón de la boga de la literatura norteamericana, que hace apenas medio siglo era todavía considerada por la gran mayoría de los europeos cultivados simplemente como una expresión parroquial de la literatura in­glesa?

Me parece que una razón muy pertinente es que a fines de los años veinte y en los años treinta los intelectuales —personas como Malraux y Sartre y Queneau en Francia y como Pavese y Vittorini y Moravia en Italia— tenían en cierto modo la sos­pecha de que la literatura norteamericana era quizá la única literatura contemporánea de su tiempo, una literatura en la que podían encontrar una nueva ima-

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gen del hombre y una nueva exposición de la condi­

ción humana, una literatura liberada de la retórica

tradicional que tanto estorbaba al escritor europeo

cuando trataba de describir al hombre "poshuma­

nista".

Presentaba al "hombre solo" más que al "hombre

en sociedad" que había sido el tema dominante de

la gran novela europea; reconocía que el hombre no

era sólo "intelectual", sino también visceral; que el

escritor necesitaba registrar lo que el hombre siente

tanto como lo que "piensa". En consecuencia, nues­

tra literatura se hizo una literatura "clásica", un

modelo que muchos europeos conscientemente imita­

ban cuando trataban de expresar el extrañamiento del

hombre en una sociedad de masas, un tema para el

que no estaban bien adaptadas las técnicas decimonó­

nicas de análisis psicológico. Vienen a la memoria ar­

tistas como Camus (quien espontáneamente reconocía

la influencia de los norteamericanos en un libro como

L'étranger, aunque reaccionó contra esta influencia

en su obra posterior) o como el Sartre de Les die-

mins de la liberté (que se apoyaba tan descarada­

mente en U. S. A., de Dos Passos), o Moravia o el

Vittorini de Conversazione in Sicilia. Si existe hoy

una tradición literaria contemporánea en Europa, un

elemento importante de la misma es norteamericano.

Figuras como Faulkner o Hemingway (cuya impor­

tancia en Italia ha sido afirmada en los conocidos en-

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sayos de Mario Praz) son consideradas como clásicos

modernos, como "ascendientes" y estudiados como

tales. La literatura y la civilización norteamericanas

constituyen ahora una parte regular del plan de estu­

dios universitarios europeo. Ha surgido un grupo so­

briamente profesional de "americanistas" europeos,

muy diferente de la apasionada vanguardia de los

años treinta, para la cual los escritores norteamerica­

nos eran profetas y videntes. Un profesor de litera­

tura norteamericana, Agostino Lombardo, de Milán,

que dirige también una revista profesional, Sludi

americani, dice a su público en un número reciente:

"Non è questo il momento delia scoperta {delia lette-

ratura americana) ne quello deW entusiasmo... questo

è il momento dello studio, delia rwerce." Semejante

declaración de que la cultura norteamericana es ya

lo bastante antigua para ser entronizada en la aca­

demia, es como un eco refinado del exabrupto de

Pavcse: "Sono jiniti i tempi in cid scoprivamo VAme­

rica." ("Han pasado los tiempos en que descubríamos

América.")

VIL Europa, la Nueva América

[ J E M O S sido, pues, víctimas de un engaño mutuo. Si nuestro mito de Europa como el Viejo Mundo superior de refinamiento jamesiano e incluso de per-

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versidad ha desaparecido ante el milagro económico, también los europeos han abierto los ojos. Han des­cubierto que su preciado espejismo de Norteamérica como una tierra soñada de violencia, nuevas sensa­ciones y libertad individual ilimitada se ha evaporado en cierto modo. Y así, despojados de nuestras míticas vestiduras, ahora cambiamos miradas desengañadas, dándonos cuenta cada vez niejor de que tenemos más o menos el mismo aspecto, y de que ninguno ofrece ya al otro una posibilidad de escapar.

Creemos que Europa nos ha traicionado en cierto modo. Observamos con amargura la desaparición del pequeño bistro en favor del snack-bar y de la cafe­tería; de la íntima posada rural, con escasez de cuar­tos de baño pero con abundante servicio, en favor del eficiente motel. Vemos con desagrado la transfor­mación de los pequeños cafés italianos, donde los aldeanos, en vez de conversar con pintoresco abando­no latino, quedan sumidos en hipnótico silencio ante la pantalla de televisión, saliendo de su fantasía co­lectiva únicamente para pedir otra Coca Cola. Pro­testamos de que los suburbios de Roma y París se vayan llenando de sombríos edificios para viviendas, todos ellos provistos de comodidades modernas y pronto ocupados por inquilinos encantados, que los prefieren a los viejos palazzi o a los entre-sols de la Orilla Izquierda. Lamentamos que la Place de la Concorde sea convertida en zona de estacionamiento,

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y el espacio alrededor del Coliseo en zona de tránsito,

y que el pasear a pie en cualquier ciudad europea

importante se haya convertido en la más arriesgada de

las empresas; que los carretones sean sustituidos por

supermercati en los que todo está congelado, enlatado,

desecado o envuelto en celofán y donde se empuja

un carrito lo mismo que en Scarsdale. Nos afligimos

cuando la sirvienta de Cerdeña (a la que creíamos

aún animada por todas las virtudes campesinas) súbi­

tamente se marcha sin previo aviso para ponerse a

trabajar en una fábrica de automóviles.

La población local está encantada con todas estas

innovaciones y no puede comprender que no lo este­

mos nosotros también, ahora que podemos conseguir

espinacas congeladas y minestrone en conserva y Me-

trecal, lo mismo que en nuestro país. En Roma vivía­

mos en un viejo palacio cerca del Tiber, donde te­

níamos lujo sin confort. Pronto fuimos motivo de

escándalo para nuestros amigos romanos de la clase

media, que se habían alojado a diez kilómetros de la

ciudad, en la nueva y creciente colonia de Vigna

Clara, donde había una piscina y supermercado.

" ¡ Dios mío ! —decían, después de subir la escalera

de mármol con estatuas romanas, iluminada por dos

débiles bombillas de diez vatios— ¿Cómo es posible

que ustedes, americanos, puedan vivir en estas ca-

suchas?"

Pero si nosotros estábamos engañados, imagínese

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qué desilusión hemos resultado ser, qué miserable­

mente hemos dejado de estar a la altura de nuestra

reputación. Aquí estamos desdeñando la hamburgue­

sa que el camarero nos ofrece de buena fe y atur-

diéndole con nuestra chachara gastronómica sobre

especialidades regionales y vinos locales; protestando

de la radio y pidiéndole que la apague cuando a todas

las demás personas que hay en el comedor les agrada

tanto, que les importa poco lo que comen ; mostrando

al dar la propina una moderación indígena que des­

miente todo lo que se ha dicho de nuestra prodigali­

dad ; buscando iglesias románicas o capillas barrocas

en vez de inscribirnos para una expedición nocturna

que encanta a los turistas nórdicos y que ofrece tres

clubs de noche e incluso un auténtico strip tease ame­

ricano ; y como colmo del engaño, se nos sorprende a

menudo conduciendo pequeños y baratos coches eu­

ropeos. ¿Dónde —se preguntan— está nuestro sueño

del Nuevo Mundo, dónde está esa gran raza de los

americanos pródigos y animosos de los buenos tiem­

pos pasados, cuando F. Scott Fitzgerald solía entrar

a caballo hasta el bar del Ritz, cuando los millonarios

se comportaban como verdaderos millonarios y cuan­

do no se hablaba como ahora de le petit vin local,

pero durante toda la noche se oían los estampidos

del champán?

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Page 31: Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 22 1963

Parte II

En ningún sector han estado más profundamente

arraigadas estas supersticiones que en el de la edu­

cación. En el largo debate entre Europa y Norteamé­

rica, el tema de la escuela ha reaparecido constante­

mente y hoy sigue estando más que nunca en el cen­

tro mismo de nuestras preocupaciones mutuas. Los eu­

ropeos de la generación más vieja, así como algunos

norteamericanos (de los cuales el más insistente es el

almirante Rickover, que siente por las escuelas sui­

zas una pasión que es un misterio para los suizos

mismos), sostienen a menudo que la educación con­

tinental europea es automáticamente superior a la

nuestra.

Pretenden que hemos sacrificado la calidad a la

cantidad. Aseguran que los niños norteamericanos

nunca aprenden realmente a leer o escribir (ni siquie­

ra en su propio idioma), que se gasta demasiado tiem­

po en actividades ajenas a los estudios y en otras

ocupaciones no intelectuales, que el muchacho francés

con el bachot sabe a los diecisiete años tanto como

nuestro estudiante de penúltimo año en el colegio uni­

versitario.

Naturalmente, nosotros podemos contestar, con toda

razón, que hasta un pasado muy reciente la escuela

europea ha sido una escuela de clase, en la que se

educaba sólo una minoría privilegiada, y que sólo

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Page 32: Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 22 1963

ahora, por la presión del crecimiento demográfico y

de la transformación social, se está viendo obligada a

afrontar el problema de la educación en gran escala.

Podemos señalar que la formación de la personalidad,

un sentimiento de responsabilidad individual y cívica,

se sacrifica en aras de una preparación puramente in-

telectualista que ya no es suficiente en una sociedad

democrática. Podemos citar la frase de Rabelais de

que ''"'science sans conscience n'est que ruine de l'âme".

Podríamos señalar también que prácticamente no te­

nemos analfabetismo (pero, naturalmente, ¿qué po­

demos decir de ese pavoroso semianalfabetismo que

lo ha sustituido?), en comparación con las cifras de

analfabetismo de hasta cuarenta por ciento que toda­

vía existen en algunas regiones de países que alardean

de humanismo tradicional. Podríamos indicar que

nuestras universidades están continuamente elevando

su nivel y procurando prestar cada vez más atención

a la excelencia intelectual. Y deberíamos realmente

hablar de nuestras escuelas graduadas. Las mejores

de ellas no tienen equivalente en ninguna parte del

mundo y mantienen un elevado nivel de saber y de

integridad intelectual del que podemos sentirnos or­

gullosos.

Pero la "superstición de Europa" realmente ha per­

sistido entre nosotros mucho más en el sector educa­

tivo que en cualquier otro, y desde luego mucho más

que en las artes, que se han liberado decisivamente

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Page 33: Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 22 1963

en el curso de las pasadas generaciones. Tendemos

a la modestia y la humildad, incluso cuando no hay

necesidad de ello. He de reconocer que a veces reac­

cionamos con violencia a los viejos tópicos que con­

tinuamente sacan a relucir críticos tanto norteameri­

canos como europeos y que todavía solemos aceptar

demasiado humildemente. Uno de los más persisten­

tes de estos tópicos es la superioridad del lycée o del

Gymnasium sobre la escuela secundaria norteameri­

cana. Casi nadie se toma la molestia de contestar sen­

cillamente que la escuela secundaria y el lycée son

dos instrumentos completamente diferentes, diseñados

para dos tareas enteramente distintas, y que no pue­

de establecerse comparación legítima entre ellos. (Na­

turalmente, una de las principales dificultades con

que se tropieza en tales discusiones es que ninguna

de las partes puede imaginar la posibilidad de cual­

quier otro sistema que no sea el suyo.) Cuando los

europeos comienzan a examinar los nuestros, suelen

tratar de encajar nuestras instituciones en el lecho

de Procusto de sus propias categorías, lo cual no es

en absoluto posible. Por ejemplo, no pueden ima­

ginar cómo podemos arreglárnoslas sin exámenes de

tipo nacional como cl bachot o la aggregation. Buscan

en vano en Washington un ministerio de Educación

que tenga poder para determinar qué materias, de qué

libros y a qué horas se enseñará en todas las escuelas

del país. Insisten en la anarquía de nuestro sistema,

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Page 34: Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 22 1963

incluso cuando señalan que nuestro pluralismo y falta

de uniformidad (con ello desaparece otra supersti­

ción) reflejan la magnitud y diversidad de nuestro

país. Nosotros sostenemos que diferentes regiones pue­

den tener diferentes necesidades educativas, y pensa­

mos que es más bien cómico que las escuelas france­

sas del Africa Ecuatorial, del Norte de Africa o de

Madagascar, siguiendo instrucciones del Ministerio de

París, hicieran aprender a los pequeños africanos, ára-

mes y malgaches todo lo referente a sus ascendientes,

los galos.

Naturalmente, en cualquier intento de comparación

entre el lycée y la escuela secundaria norteamericana

se señala siempre un hecho esencial: que la escuela

secundaria fue organizada para todos. Por necesidad,

en una sociedad heterogénea como la nuestra, tenía

que preocuparse tanto de la formación cívica y social

como de la enseñanza pura. En realidad, la formación

cívica y social era probablemente más importante para

el porvenir inmediato de la nación. El liceo, por otra

parte, estaba organizado para una minoría muy peque­

ña de niños de la clase media alta y de la aristocracia,

cuya formación cívica y social estaba ya asegurada por

el ambiente familiar y por la misma sociedad .estructu­

rada de clases en que vivían. El ideal tradicional de la

instrucción europea era la educación para la minoría

gobernante; el nuestro, desde un principio y para bien

o para mal, ha sido la instrucción para todos. Ahora,

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Page 35: Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 22 1963

ambos ideales han demostrado ser insuficientes para

las necesidades enormemente complejas de nuestro

tiempo. Europeos y norteamericanos se dan cuenta de

que hay que hacer algo. Ambos empezamos a mirarnos

recíprocamente en busca de ayuda. Esto es bueno

porque estimula la receptividad de la mente. El diálo­

go europeo-norteamericano en el sector de la educación

está ahora saliendo del reino de la fantasía y los pre­

juicios en que se ha estado desarrollando durante tan­

to tiempo y va pasando al reino de los problemas co­

munes concretos, que es el lugar que verdaderamente

le corresponde.

Así, por primera vez, en mi experiencia por lo me­

nos, está empezando a tener lugar un amplio intercam­

bio de ideas. En el lado europeo, esto ha sido desen­

cadenado por un enorme incremento de la población

escolar, que literalmente no puede ser contenida en las

instalaciones existentes. En los años transcurridos des­

de la guerra, obreros y campesinos y pequeños em­

pleados se han mostrado resueltos a enviar a sus hijos

a la universidad. Las masas europeas han adquirido

ahora la convicción "americana" de que incluso para

ellos es posible progresar y que para conseguirlo hay

que tener, si no necesariamente una educación, sí por

lo menos un título. Esto explica el exceso de alumnos

en los liceos y universidades, la falta de preparación

de muchos de los estudiantes, el descenso de nivel de

la enseñanza hasta ' un punto en que se ve seriamen-

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Page 36: Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 22 1963

te amenazada la calidad de la cintura humanística

europea tradicional.

He podido observar personalmente que la cultura

de la generación de la posguerra parece más apresu­

rada, más superficial que la de los intelectuales de

antes de la guerra. Las razones, naturalmente, son

en parte económicas y están vinculadas al proceso

general de democratización. Las viejas fortunas de la

clase media alta, que en el siglo xlx alimentaban a

la mayor parte de los eruditos y artistas —Gide,

Proust, Shelley, Lord Byron, Browning, etc.— están

ya consumidas. Los jóvenes intelectuales sin ese di­

nero heredado tienen que ponerse a trabajar y como

consecuencia de ello se dispersan mucho más que lo

hicieron nunca sus antecesores. Trabajan para la ra­

dio, para la televisión, para el cine, en calidad de con­

sultores de editoriales, de encargados de relaciones pú­

blicas, de directores culturales en grandes industrias

como Olivetti o Marzotto, y rara vez disponen del

ocio necesario para leer mucho, para pensar o para

madurar su obra ellos mismos.

El exceso de alumnos, como ya he dicho, se ha

convertido en un importante problema en todas par­

tes, en todos los niveles de la instrucción', en toda la

Europa Occidental. La Universidad de Roma, cuya

nueva sede fue construida en los años treinta con ca­

pacidad para unos seis o siete mil estudiantes, cuen­

ta ahora con unos treinta y cinco mil matriculados.

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Page 37: Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 22 1963

Naturalmente, en su mayoría rara vez asisten a cla­

se; probablemente no encontrarían sitio para sentar­

se —o para estar de pie— si lo hicieran. La Sorbona

tiene ahora una matrícula de más de setenta mil es­

tudiantes en la misma situación de no asistencia a

clases. En las universidades europeas que he observa­

do en Francia, Bélgica e Italia, el estudiante medio

tiene poco o ningún contacto con el profesor, ex­

cepto al final del curso, cuando se presenta a los exá­

menes orales. Generalmente se ha preparado para este

examen en su casa, a menudo en una ciudad provin­

ciana, lejos de la universidad. I Recuerdo haber ha­

blado en Potenza a un "grupo universitario" compues­

to de muchachos que seguían viviendo en sus casas,

estudiando para los exámenes —generalmente de Dere­

cho— y yendo a la Universidad de Roma o de Ñapó­

les cada mes, aproximadamente.) Una parte lamen­

tablemente grande del trabajo universitario en las ins­

tituciones europeas, especialmente en materia de le­

yes y humanidades, consiste ahora en la preparación

solitaria de los exámenes, es decir, en aprenderse de

memoria los libros de texto, pues las bibliotecas están

lejos y la discusión es imposible.

Es una experiencia nueva y a veces satisfactoria

para un norteamericano escuchar a rectores de uni­

versidades europeas e incluso a ministros de Educa­

ción elogiar nuestro sistema escolar y considerarlo como

modelo. En Italia, por ejemplo, para bien o para mal,

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Page 38: Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 22 1963

John Dewey está siendo traducido y entusiásticamen­

te comentado ; está llevándose a cabo una campaña

para eliminar el latín como asignatura obligatoria

para todos aquellos que deseen pasar la maturità, el

examen de Estado requerido para el ingreso en la

universidad; en el informe oficial sobre la reforma

de la enseñanza, preparado por el ex ministro Medi­

ci, "¡ntroduzione al piano di sviluppo deMa scuola", se

citan continuamente fuentes norteamericanas y se da

a entender que muchos aspectos de la reforma escolar

italiana podrían muy bien inspirarse en costumbres

norteamericanas.

Este fermento ha sido estimulado por la presencia

en la escuela europea de un número cada vez mayor

de jóvenes profesores que han tenido experiencia de

Norteamérica, como estudiantes o como profesores,

en virtud de uno de los muchos programas de inter­

cambio actualmente en curso.

Lo mismo que nosotros nos damos cuenta cada

vez mejor de que la educación en masa no basta si

no va acompañada de la formación de dirigentes de­

mocráticos, los europeos están dándose cuenta ahora

de que la formación de una minoría gobernante debe

ser llevada a cabo dentro de un amplio marco demo­

crático de educación en masa.

El número de septiembre de 1962 de la revista in­

telectual francesa Esprit estuvo dedicado a esta cri­

sis de la enseñanza, siendo el segundo número espe-

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Page 39: Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 22 1963

cial aparecido sobre este tema en los últimos años.

(Además de Esprit, he observado que otras varias pu­

blicaciones francesas, italianas, holandesas y belgas

han dedicado recientemente números especiales a la

escuela.) Esprit se muestra áspero en sus juicios. La

escuela francesa es antidemocrática, retrógrada, in­

capaz de dar a los estudiantes un sentimiento de res­

ponsabilidad cívica. Atribuye a la escuela gran parte

de la culpa de la continua crisis política francesa :

"Est-ce parce que notre éducation est totalitaire, que

nous sommes toujours, deux siècles bientôt après la

Révolution, à la recherche de la démocratie —si peu

démocrates en tout cas?...-- Tout le monde déplore

le manque de sens civique des Français, et la montée

du fascisme et de la violence. Mais cette violence ra­

ciste et fasciste que les universitaires dénoncent, ont-Us.

le droit de s'en laver les mains?" Kl autor sostiene que por haber mantenido la escuela su carácter rígidamen­te "intelectual", el francés, incluso el francés educado, tiene poca conciencia de sus deberes como ciudadano.

Dice el autor que el liceo francés, cuya superioridad aceptamos nosotros tan fácilmente, uest la cage dont

l'élevé s'évade pour vivre vraiment, c'est la triste usine

à bourrer les cerveaux de connaissances tonte faites né­

cessaires pour passer les examens. Ce n'est surtout pas

en endroit où l'on apprend ce que c'est que la vrai li­

berté, la vraie discipline, et la participation démocra­

tique".

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Page 40: Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 22 1963

No cito estos pasajes para que podamos consolarnos

al saber que la situación de "los otros" es tan poco sa­

tisfactoria como la nuestra. Se trata más bien de que al

buscar solución a nuestros propios problemas no abri­

guemos la ilusión de que es posible un retorno a mé­

todos tradicionales europeos. Tampoco debemos menos­

preciar, como a veces sentimos la tentación de hacer en

estos tiempos de autoacusación y celo reformista, nues­

tras auténticas realizaciones en la educación de masas

y en la enseñanza para adultos, que no tienen paralelo

en ninguna otra parte del mundo. Pocos países han pro­

gresado hasta ahora tanto en el camino hacia la "ins­

trucción permanente" que, si evitamos la destrucción

permanente, constituirá la principal ocupación del hom­

bre en un porvenir de automatización, de cada vez más

tiempo libre y de cada vez más cambios técnicos.

No necesito insistir en que tales transformaciones

en el campo educativo están íntimamente relacionadas

con transformaciones en muchos otros sectores. En mis

conversaciones con intelectuales de países latinos,

especialmente los de más edad (ya que los más jó­

venes están ahora sacando provecho de las prósperas

industrias culturales), me han repetido con monótona

insistencia que los Estados Unidos pueden ser ricos

en las cosas del mundo, pero que Europa posee las ri­

quezas del espíritu, una esfera de la que, al parecer, es­

tamos para siempre excluidos. El "materialismo" es un

vicio que se nos ha reprochado durante generaciones.

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Page 41: Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 22 1963

Sin embargo, al ponerse de pronto a la disposición de

todos en el continente los frutos de la producción en

serie, comprendemos que nuestros interlocutores se

veían preservados antes de este mal no tanto por con­

vicción virtuosa como por falta de tentación. Ahora

que por primera vez, realmente, el europeo de clase

media baja puede satisfacer sus apetitos materiales más

allá de la mera subsistencia, una epidemia de compras

está barriendo el continente, sobre todo, como era de

esperar, en las zonas menos favorecidas del Medi­

terráneo.

En lo que se refiere a materialismo realmente fran­

co y descarado, la situación hoy se ha invertido. En

realidad, los norteamericanos han estado siempre un

poco avergonzados de sus posesiones. Somos un pue­

blo abstracto, esencialmente puritano, más interesados

en el dinero y en los objetos como símbolos que como

medios de goce material y sensual. Por lo que se refiere

al verdadero materialismo, a la subordinación de la

personalidad humana y de la vida humana a la adqui­

sición de tierras y de cosas, el europeo moderno pue­

de aportar innumerables pruebas demostrativas de que

los norteamericanos son verdaderos ascetas en compa­

ración con los campesinos de Auvernia o de Toscana

o con las dinastías de comerciantes de la clase media,

ya sean de Hamburgo o de Flandes.

Al discutir el materialismo norteamericano con ami­

gos europeos (y no hay más remedio que discutirlo, ad

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Page 42: Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 22 1963

nauseam), siempre me gusta referirme a un ensayo de

Mary McCarthy, America the Beautiful: The Hu­

manist in the Bathtub, inspirado por un duelo espe­

cialmente mortífero entre ella y Simone de Beauvoir

durante la visita de esta última a los Estados Unidos.

¡Un duelo de tigresas! Dice la señorita McCarthy:

"Entre nosotros, los norteamericanos, la familiaridad

ha originado quizá el menosprecio ; hasta que no se

tiene una máquina lavadora no es posible imaginar la

poca importancia que tiene... Es verdad que Norte­

américa produce y consume más coches, jabón y ba­

ñeras que cualquier otra nación, pero vivimos entre

estos objetos y no por ellos... Los únicos individuos

realmente materialistas que he conocido han sido eu­

ropeos." Luego dice: "El más poderoso argumento

en prueba del carácter no materialista de la vida nor­

teamericana es el hecho de que toleramos condiciones

que, desde un punto de vista materialista, son intolera­

bles. Lo que el extranjero encuentra más criticable en

la vida norteamericana es su falta de confort básico...

Es por ascetismo, por espiritualidad, precisamente, por

lo que las toleramos."

En todo caso, para el norteamericano, ya sea por

ascetismo o, como en muchos de nosotros, simplemen­

te por saciedad, constituye una experiencia nostálgi­

ca el ver a los compradores italianos, por ejemplo,

con los ojos iluminados por un brillo casi erótico, sa­

tisfacer instintos adquisitivos largo tiempo reprimidos

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Page 43: Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 22 1963

en almacenes baratos como Upim y Stànda, que han

surgido después de la guerra por toda la península.

Cuando adquieren medias de nylon, ropa interior de

rayón, horrorosas flores artificiales, vírgenes de celu­

loide con una lámpara eléctrica dentro y objetos plás­

ticos de todas las formas y colores, su placer es in­

menso y constituye para mí una experiencia conmo­

vedora. Supongo que nosotros mismos, deambulando

por el primer Woolworth's como por un Jardín del

Edén, tuvimos la misma juvenil pasión adquisitiva

que estas multitudes europeas de ahora.

Las mujeres de los trabajadores —-que ahora a

menudo trabajan y ganan dinero ellas mismas— no

han podido nunca gastar tanto ni disponer de tantas

posibilidades en la elección de mercancías. (Nos da­

mos cuenta ahora de lo fundamentalmente uniforme

que ha de ser una sociedad campesina o de artesanos,

en comparación con la vertiginosa c injustificada va­

riedad ofrecidad por la producción de las máquinas.)

Están disfrutando de los comienzos de la era del con­

sumo. Todavía no sospechan ni siquiera vagamente que

esta senda sembrada de flores de plástico les llevará

al melancólico otoño de los vastos almacenes norte­

americanos donde multitudes inexpresivas compran sin

alegría, pero concienzudamente artefactos que ni ne­

cesitan ni verdaderamente desean. Todavía no han

llegado a sospechar que la abundancia trae consigo

la muerte del deseo.

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Page 44: Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 22 1963

Sería fácil demostrar que la relación europeo-nor­

teamericana ha evolucionado de manera análoga en

otras esferas, como en la situación de las mujeres (y

de los niños y adolescentes también), en la igualdad

y movilidad sociales, en la filosofía del consumo y de

lo anticuado. Nosotros podríamos preguntarnos tam­

bién si no estamos cambiando nuestro papel tradicio­

nal en el diálogo —el de romanos contemporáneos—

por otro nuevo —el de los griegos del porvenir— y en

qué consisten los privilegios y peligros de ser griego

en vez de romano.

Pues en Norteamérica parece ahora que estamos

abandonando el semiagresivo, semiapologético senti­

miento "romano" de superioridad material que nos

dominaba en el siglo xix y principios del xx. Nos es­

tamos dando cuenta, cada vez con más claridad, de

que no somos necesariamente "los más grandes y me­

jores" o incluso, en realidad, permanentemente "los

más ricos". Se espera que nuestra preeminencia, que

está siendo desplazada del reino de las cosas, pueda

establecerse en el reino del espíritu. Es cierto que cada

vez nos preocupa más la preservación de determina­

dos valores que en la próspera Europa y en los países

en desarrollo de Asia y Africa están siendo sacrifica­

dos —quizá inconscientemente— a los nuevos dioses

de la producción en masa y del consumo en gran es­

cala. Sabemos ahora que ya no podemos considerar

a Europa como una reserva cultural inagotable a la

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Page 45: Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 22 1963

que poder recurrir para avivar y enriquecer nuestra propia vida intelectual y artística. Parece muy posi­ble que en las décadas venideras, en tiempos en que las antiguas sociedades tradicionales se están convirtien­do en sociedades técnicas de masas, nos veamos llama­dos a asumir el principal papel en la defensa de los valores humanistas, no sólo conservándolos en nuestros grandes museos, bibliotecas y universidades, sino tam­bién transformándolos de tal manera que tengan sig­nificación contemporánea en vez de mero interés como antigüedad, creando quizá un nuevo humanismo cien­tífico del que pueden ya percibirse indicios entre nos­otros.

En realidad, al acercarnos al siglo xxi, los Estados Unidos pueden llegar a ser el centro mundial del in­telecto y de las artes, como compensación, quizá, de una declinación relativa del poder material absoluto y del prestigio económico. Teniendo en cuenta la ver­tiginosa "aceleración del ritmo de la historia", dentro de pocas generaciones puede ser Calcuta un gran cen­tro industrial, mientras que en Pittsburgh, con sus al­tos hornos largo tiempo apagados, quizá se haya des­arrollado una pasión por las artes contemplativas. En todo caso, uno de los signos de los tiempos puede ver­se en el hecho de que rara ' vez nos sentimos obliga­dos a alardear muchos estos días de la altura de nuestros rascacielos o, en general, de la magnitud o la novedad de nuestras cosas. Dejamos eso a los habi-

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Page 46: Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 22 1963

tantes de Duesseldorf y Milán y a los rusos, ya que

para ellos constituye un placer nuevo.

Traducido del Foreign Service Journal. J 1963, The Foreign Service Journal, Washington, D.C.

I ^ =̂a

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Page 47: Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 22 1963

La escultura al mediar el siglo

Por Tienry R. Hope

EL desarrollo de la escultura moderna en Estados

Unidos durante los años recientes ha sido pro-

lífico no solamente en la calidad de la obra

realizada, sino en cuanto al crecimiento del interés

del público, como las exposiciones, las compras para

colecciones públicas y particulares, los artículos en

diarios y revistas y las monografías debidas a críti­

cos de primera fila han puesto en manifiesto. Por

ejemplo, durante los últimos años parte de las me­

jores esculturas contemporáneas norteamericanas han

sido encargadas para edificios religiosos, bancos, ofi­

cinas y mercados urbanos. El reducto único contra

la tendencia lo encontramos en los encargos oficiales

para edificos públicos y monumentos, aunque la ma­

yor parte de las personas que forman parte del Go-

Henry R. Hope es jefe del Departamento de Bellas Ar­tes de la Universidad de Indiana, director del College Art Journal y delegado de arte de la Comisión Nacional de Estados Unidos en la UNESCO.

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Page 48: Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 22 1963

bierno, como el mundo artístico y el público educado,

en general, han visto complacidos y han estimulado la

nueva actividad creadora en las artes plásticas.

La escultura moderna se encuentra en un estado

de revolución no contra la sociedad, afortunadamen­

te, sino contra su propio pasado. Como la revolución

de los pintores contra la ilusión de la tercera dimen­

sión, el arte escultórico, que en tiempos pasados estuvo

más o menos limitado por las imágenes monolíticas de

las figuras animadas, se ha emancipado de su tradi­

ción. Se ha descubierto a sí mismo como el arte de

la materia, situada en el espacio y visible merced

a la luz. Incluso ha invadido el territorio del pintor.

Uno de los profetas más expresivos de la escuela de

pintura de Nueva York cree que la nueva escultura

tiene aún más posibilidades de expresarse que la pin­

tura, porque está relacionada con la materia física

en el espacio. "El cuerpo humano —dice— ya no es

postulado como el agente del espacio, en la pintura

o en la escultura. Hoy es sólo los ojos, y la vista tiene

mayor libertad de movimiento y de invención dentro

de tres dimensiones que de dos." Además, dado que

permanece inexorablemente ligada a la tercera dimen­

sión, la escultura es, inherentemente, menos ilusoria

que la pintura.

Aunque la tendencia general de la nueva escultura

es hacia lo abstracto, lo concreto no queda excluido

de ninguna manera, y representa, de hecho, un papel

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importante en muchas obras recientes, pero la idea del

arte como espejo de la naturaleza ha perdido su vi­

gencia casi por completo entre los artistas contempo­

ráneos. Mucho de las obras nuevas está estrecha­

mente relacionado con la vanguardia del arte pic­

tórico. Por ejemplo, la escultura soldada se asemeja

con frecuencia a la pintura abstracta expresionista.

Sus asuntos dan la idea de acción, rara vez son apa­

cibles y nunca son elegantes. El metal cortado es

agrio y nada pulido, como una tela pintada. Sus su­

perficies pueden estar goteadas, o corroídas, o man­

chadas por el ácido. Con frecuencia busca solamente

un efecto lineal, dibujar en el espacio limitándose

francamente a las dos dimensiones. No obstante, la

sensibilidad modernista acepta esta extensión del al­

cance de la escultura como si se diese cuenta de las

posibilidades que ofrece. Aunque la tendencia domi­

nante es hacia el expresionismo abstracto, hay escul­

tores cuyo trabajo pudiera ser definido como cons-

tructivista o surrealista, o puramente abstracto, si estos

términos se toman como indicaciones no concretas de

énfasis. Y aunque durante el pasado año, tal vez du­

rante los dos últimos, se han observado indicios de

un retorno a la imagen humana, tanto en la pintura

como en la escultura, si descontamos los atributos fí­

sicos identificables, esta nueva imagen no se asemeja

en absoluto al tipo idealizado apolíneo-hercúleo del

musculado héroe neoclásico que solía aparecer en los

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monumentos públicos de todo el mundo y a ambos

lados del Telón de Acero.

Hasta tiempos recientes, la nueva escultura tendió

a abandonar la piedra, el yeso y el bronce en favor

de materiales como el hierro forjado, el acero inoxi­

dable, el plomo laminado y las aleaciones de cobre

y latón. Muchas de las obras mejores fueron plasma­

das en metal trabajado usando los métodos y las he­

rramientas del herrero y de los soldadores industria­

les. Estas técnicas han producido una gran riqueza de

formas expresivas plenas de nuevo significado. Han

sido desarrolladas por artistas como David Smith,

Seymour Lipton, Theodore Roszak, Herbert Ferber,

David Hare e Ibran Lassaw, todos ellos conocidos

en Estados Unidos. En fecha reciente, Richard Stan-

kiewicz ha ejecutado esculturas con trozos de maqui­

naria averiada y mohosa, tuberías, depósitos, ruedas

dentadas, para formar esculturas posdadaistas con un

contenido evidente de referencias simbólicas a la edad

de la máquina.

El esculpido en piedra, con algunas excepciones

importantes como la obra de James Rosati e Isamu

Noguchi, se emplea poco en la actualidad, quizá por­

que este método de trabajar, largo y laborioso, se

ajusta mal a la obra nerviosamente expresiva o al

impulso repentino tan característicos de los artistas

del día. El modelado en yeso, el más dúctil de todos

los métodos, también estuvo pasado de moda hasta

48

Page 51: Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 22 1963

fecha muy reciente, posiblemente porque se le juzgó

demasiado fácil, o harto reminiscente de la moribun­

da tradición de la escultura representativa. Con yeso

o con cera, materiales perecederos ambos, se suscita

el problema de la fundición en bronce. No solamente

precisa ésta la ayuda del técnico de fundición, con

lo que se arriesga que se pierda el toque personal del

artista, a lo que hay que añadir que el tiempo nece­

sario para esta clase de trabajo y su costo son muy

considerables.

No obstante, existe un pequeño grupo de modela­

dores y fundidores contemporáneos, que al parecer

tiende a ser más numeroso, y es posible encontrar en

él a varios escultores de mérito. Encabezaría la lista

Jacques Lipchitz, que es, sin duda alguna, uno de los

grandes artistas del siglo y lleva viviendo en Estados

Unidos casi veinte años. Aunque su obra fue retra­

sada por el desastre del. incendio de su estudio de

Nueva York en 1952, ha acabado desde entonces dos

grupos monumentales: Notre Dame de Liesse, para

la pequeña iglesia de Assy, en los Alpes franceses,

y un gran grupo alegórico de la ciencia y la indus­

tria para Fairmont Park, en Filadèlfia. Otro escultor,

de más edad, que está trabajando con los materiales

tradicionales, es Reuben Nakian, que ha terminado

recientemente una gran figura yacente, The Emperor's

Bedchamber, una odalisca concebida en estilo barroco

de sueltas líneas. David Hare, Que se ha citado entre

49

Page 52: Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 22 1963

los soldadores, continúa también empleando la fun­

dición, utilizando moldes de arena y de goma para

conservar la flexibilidad de sus obras. Una obra re­

ciente muy importante es su relieve monumental en

bronce, compuesto por inmensas figuras abstractas

contra un fondo de tres grandes paneles en la entrada

de una casa de oficinas en Nueva York.

La madera, material más fácil de trabajar que la

piedra, ha sido elegida por varios escultores contem­

poráneos. Las figuras de madera de Brancusi, po­

derosas e impresionantes, muy admiradas en los Es­

tados Unidos, figuran entre las expuestas en la co­

lección del Museo Guggenheim y han inducido a va­

rios artistas más jóvenes a trabajar en madera. Uno

de los más destacados es Gabriel Kohn. También han

tallado obras excelentes Israel Levitan y George Su-

garman. Cierto número de mujeres escultoras vienen

trabajando también en madera. Por ejemplo, Louise

Nevelson ha realizado construcciones muy notables

en madera, frecuentemente pintadas o en negro in­

tenso o en blanco puro. Su Sky Cathedral, de 1958,

de una altura de 3,35 metros y de 3,05 de ancho, es

singularmente impresionante. Hay algunos escultores

que insisten en las abstracciones puras, en formas

que han de ser vistas exclusivamente como formas.

Aunque el ideal "purista" es imposible de conseguir,

no obstante, la escultura norteamericana ha resultado

enriquecida por sus esfuerzos. Los dos hermanos Gabo

50

Page 53: Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 22 1963

y Pevsner, que crearon el "constructivismo", han ejer­cido una influencia importante sobre la escultura en Norteamérica. Gabo emigró a los Estados Unidos en 1946 y sus obras son muy conocidas allí. El fallecido Moholy-Nagy, que fundó la New Bauhaus School, de Chicago, en 1937, dejó muchos discípulos con sus "moduladores espaciales" creados en material plás­tico transparente. Y entre los "puristas" indígenas, viene a las mientes José de Rivera, nacido en Loui­siana, cuyas composiciones curvilíneas en acero in­oxidable transforman las frías formas mecánicas de los diseños industriales en vibrantes ritmos. Isamu Noguchi, un californiano, japonés de raza, ha logrado composiciones de notable elegancia con losas de pie­dra pulida, y después de una reciente visita a Japón ha demostrado más convincentemente su dominio de la sutil composición espacial de sus antecesores.

Debiera resultar evidente, incluso por este apresu­rado examen, que el arte de la escultura en la Norte­américa contemporánea está muy lejos de encontrarse en la agonía. Y resulta además patente que está muy alejado de la tradición grecorromana y renacentista del monolito esculpido y del refinamiento de los de­talles. Aunque, por otro lado, algunas de las obras no están a gran distancia de la escultura primitiva africana y de la América anterior a Colón, puede ad­vertirse que el escultor contemporáneo, como sus co­legas pintores, ha buscado una nueva identidad en

51

Page 54: Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 22 1963

términos de los materiales y las tendencias de nuestra

época.

Aunque este movimiento es a la vez una parte esen­

cial de la cultura de los Estados Unidos y un reflejo

de tendencias internacionales más amplias en el si­

glo xx, resulta sorprendente algunas veces encontrar­

lo desarrollado de manera tan extensa. En fecha tan

reciente como el fin del siglo pasado, la escultura •—si

exceptuamos a Rodin— había quedado rezagada en

relación con la pintura de caballete como método de

expresión. Nada en el arte plástico era ni remotamen­

te comparable con los brillantes pintores del impre­

sionismo y el posimpresionismo. Rodin vitalizó nueva­

mente la escultura con el uso de las superficies, la

tensión de las actitudes y el empleo impresionista de

la luz. Su genio engendró un renacimiento que per­

duró hasta bien entrado el nuevo siglo, captando adep­

tos tan brillantes como Bourdelle, Maillol, Despiau,

Lehmbruck, Brancusi el joven y los pintores esculto­

res-pintores Matisse y Picasso. Después que el cubis­

mo y el arte primitivo africano mostraron el camino,

se inició el desarrollo de una escultura completamente

nueva justo antes de la primera guerra mundial.

Mas hubo de pasar bastante tiempo antes que estas

nuevas formas esculturales fueran vistas en los Es­

tados Unidos. No fue hasta 1913, año recordado prin­

cipalmente por las sensacionales exposiciones de pin­

tura moderna, desde Cezanne al futurismo, cuando la

52

Page 55: Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 22 1963

escultura de Maillol, Joseph Bernard, Bourdelle (el

defensor de la talla directa), Brancusi y Lehmbruck

fue presentada al público norteamericano y especial­

mente a los jóvenes artistas de los Estados Unidos.

La guerra de 1914 retrasó el efecto que esto pudo

haber tenido sobre el arte norteamericano, pero a

poco del armisticio, dos jóvenes escultores norteame­

ricanos —William Zorach y Robert Laurent— co-

menzaron a exponer figuras ligeramente modernistas

talladas o esculpidas directamente sobre madera o

piedra. Mas incluso estos innovadores mozos no pa­

recían haberse emancipado de manera suficiente para

comprender todo el significado de las nuevas tenden­

cias y su radicalismo, pues sus estilos permanecieron

más cercanos a los de Maillol y Lehmbruck que próxi­

mos al cubismo.

Al llegar la década de 1920, el escultor más des­

tacado de los Estados Unidos era Gaston Lachaise,

que había venido de Francia en 1906, y comenzaba

en aquella sazón a exponer su obra luego de un pro­

longado aprendizaje. Muchos críticos admiran aún sus

bronces y sus figuras de mujer, modeladas con gran­

des masas, de pecho hinchado y superficies de tan

matizada sinuosidad que las figuras colosales parecen

estar flotando en el aire.

Otro escultor de aquellos años, quizá más importan­

te todavía, fue John B. Flannagan, cuyas pequeñas

esculturas de animales, la mayor parte de ellas escul-

53

Page 56: Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 22 1963

pidas en piedra basta, representaban asuntos tales como una serpiente enroscada, un gran saltamontes o un polluelo al salir del huevo. Las obras de Flannagan tienen calidades atrevidas y primitivas que recuerdan el antiguo arte escultórico en piedra de los mejicanos y conjuran el misterio de lo por venir. Aunque su obra nunca fue muy conocida en el extranjero, Flanna­gan fue un romántico y un visionario y sus teorías de la escultura no resultarían hoy en absoluto ana­crónicas.

Muchos fueron los artistas norteamericanos que se trasladaron a Europa durante esta década de 1920. Entre ellos, el joven Alexander Calder. En el París de 1927 a 1930, Caldér fue muy admirado por los artistas de Montparnasse, debido a sus circos mecá­nicos de juguete y a sus caricaturas hechas con alam­bre. Calder se sintió atraído fuertemente por la obra de Arp y de Léger y encontró especial inspiración en Mondrian y en Miró. Recordando su primera visita al estudio de Mondrian, Calder habla de su admira­ción por las limpias zonas geométricas y por sus co­lores simples y primarios. "¡Mas qué admirable —ex­clamaba— si todo aquello se moviera!" Partiendo del ejemplo de la pintura de Mondrian y de las formas libres de Miró, Calder acabaría por desarrollar sus primeras construcciones, de las cuales saldrían sus móviles y sus estables. Su "vocabulario" de discos pla­nos, pintados en rojo o en negro y suspendidos en el

54

Page 57: Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 22 1963

aire para que oscilasen con suaves movimientos fue

pronto reconocido como una nueva clase arte. Los

móviles de Calder se reconocieron en todas partes

como norteamericanos de manera característica —aca­

so debido a su especial combinación de mecanización,

humor e ironía sintetizados en una expresión lírica

de movimiento que les daba una naturaleza única.

Con Calder la escultura norteamericana alcanzó la

mayoría de edad en el período moderno. No obstante,

tanto en forma como en contenido, sus obras difícil­

mente podrían ser más distintas de las construcciones

de metal soldado de la generación actual. Tanto las

unas como las otras deben, sin embargo, su origen

a las manifestaciones artísticas del París de las dé­

cadas de 1920 y 1930.

Desde muchos puntos de vista aquél fue uno de

los períodos más importantes de la escultura norte­

americana. Brancusi, al reducir la figura humana o

de animales a los elementos básicos del cilindro y la

esfera, señaló el camino del purismo geométrico que

luego fue elaborado por Arp y continuado en los Es­

tados Unidos por Rivera, y sus atrevidas tallas en

madera han inspirado posteriormente a otros escul­

tores norteamericanos. Lipchitz, después de un breve

período de hacer bustos de retrato en la década de

1920, regresó al redil cubista y comenzó a hacer ex­

perimentos con pequeños bronces modelados en cera

de acuerdo con una técnica casi olvidada, que presen-

55

Page 58: Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 22 1963

taban un aspecto tan lineal y airoso que el autor

las llamó "transparencias". Esto señala el comienzo

del interés por la escultura de "forma abierta" que

se ha desarrollado tan extensamente en la Norteamé­

rica contemporánea.

Otro movimiento que tuvo enorme influencia sóbre­

los artistas norteamericanos es el surrealismo y su

sucesor inmediato, el dadaísmo. Del dadaísmo vino

la reunión irracional de objetos extraños y vulgares

—paraguas y máquinas de coser, extintores de incen­

dios y equipo fontanero— en una violenta campaña

contra el absolutismo de la respetabilidad académica

sobre las artes. Ello llevó a los "objetos encontrados"

en escultura y animó a los poetas y a los artistas a

revelar nuevas medidas de fantasía e imaginación.

La contribución de los surrealistas fue en parte do­

cumental, ya que la codificación de sus aspiraciones

resultó en abundancia de publicaciones.

El surrealismo sigue inspirando la imaginación de

muchos artistas norteamericanos jóvenes. En el te­

rreno de la escultura surrealista la obra de tres hom­

bres reviste importancia singular para el desarrollo

norteamericano : Giacometti, Picasso y González. Las

obras surrealistas de Giacometti, tales como The Pa­

lace at Four A. M. y la espeluznante Slaughtered Wo­

man fueron fuertes ejemplos para Hare, Roszak y

otros norteamericanos jóvenes, en tanto que la in­

fluencia de Picasso alcanza todo el período, tanto en

56

Page 59: Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 22 1963

escultura como en pintura. González, un artista en

metales de las artes decorativas, que contribuyó a plas­

mar las composiciones angulares de Picasso en hierro

soldado, parece que no sólo comprendió inmediata­

mente el violento simbolismo surrealista de las inven­

ciones de Picasso, sino que su propia obra de la dé­

cada de 1930 lleva el marchamo del genio.

Las dificultades económicas sin precedentes de la

década de 1930 tuvieron un profundo efecto sobre el

arte y los artistas norteamericanos, como sobre toda

la estructura y la moral de la vida en los Estados

Unidos. La preocupación por los asuntos nacionales

absorbió de tal manera la atención que muchos diri­

gentes prefirieron olvidar los problemas del resto del

mundo. Fue aquél un período de aislamiento, de la doc­

trina "Estados Unidos antes que nada". Sus efectos

sobre las artes visuales resultaron más pronunciados

en el terreno de la pintura, pero también fueron per­

ceptibles en el de la escultura. Cierto número de en­

cargos de escultura fueron hechos por el Gobierno

federal, pero se consiguió con ellos bien poco para el

patrimonio artístico de la nación. Fue un período de

esculpir en piedra modelos plasmados en yeso, gene­

ralmente de figuras colosales, de tobillos deformes, de

pioneros tocados de grandes sombreros fraternizando

con obreros en traje de faena que contemplaban con­

juntamente figuras alegóricas de la paz, la justicia

y las artes. Resulta no poco irónico observar que el

57

Page 60: Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 22 1963

apoyo del Gobierno a esta clase de escultura continua­

ría hasta la época actual.

A pesar de las opiniones favorecedoras del aisla­

miento y de la importancia de lo local que prevale­

cieron en aquellos tiempos, un número considerable

de artistas norteamericanos continuaron estudiando la

escena internacional, según se desarrollaba en París

y en otras capitales. El cubismo, el constructivismo, el

surrealismo y el expresionismo tuvieron un papel

importante en la obra de los artistas norteamericanos

que resistieron las tendencias prevalentes en la déca­

da de 1930 hacia un realismo social y persistieron en

buscar nuevas directrices. Durante los años de la se­

gunda guerra mundial este fermento continuó y au­

mentó debido a la presencia en Nueva York de va­

rios artistas europeos de señalada importancia: Lip-

chitz, Léger, Masson, Ernst y otros. Después de aca­

bada la guerra, las artes florecieron en Estados Uni­

dos con inusitado celo, alcanzando una nueva madu­

rez y confianza en sí mismas. La escuela de pintura

de Nueva York, bajo la dirección de Gorky, Pollock

y de Kooning, marchaba en vanguardia, pero sus fi­

las pronto se vieron engrosadas por la llegada de los

escultores, y hoy, al cabo de quince años, continúa

floreciendo y creciendo.

No cabe dudar que la escuela de pintura de Nueva

York ha desarrollado características perceptibles que

son tan nacionales como vigorosas. El mismo juicio

58

Page 61: Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 22 1963

pudiera probablemente ser aplicado a los escultores, mas todos ellos han reconocido su deuda al arte mo­derno de otros países, o, resumiendo, a la mezcla de características nacionales e internacionales incluidas en el arte norteamericano contemporáneo.

59

Page 62: Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 22 1963

Alexander Colder Ballena amarilla

Page 63: Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 22 1963

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David Smith Pelea de gallos

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Escultura con cuernos

Page 64: Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 22 1963

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Page 65: Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 22 1963

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Page 66: Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 22 1963

Robert Laurent Europa

Seymour Lipton Huso terrestre

Page 67: Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 22 1963

David Hare Pájaro asustado

José de Ribera Amarillo-Negro

Page 68: Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 22 1963

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Theodore J. Roszak Invocación

Page 69: Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 22 1963

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William Zorach Devoción

Page 70: Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 22 1963

Viabilidad económica de América Latina

Por Víctor £,. lArcjuidi

LA ECONOMIA LATINOAMERICANA se está modificando en muchos sentidos y, sin embar­

go, es frecuente oir decir, o leer, los mismos

lugares comunes de hace veinte o treinta años, acerca

de la estructura económica de América Latina, de las

relaciones económicas con el mundo exterior —sea

con los mercados, sea con las fuentes de recursos fi­

nancieros—, de los fenómenos monetarios, de la in­

tervención del Estado en la economía, etc. Pero todo

esto ha cambiado y sigue transformándose. Y el mun­

do exterior —obvio es decirlo— también ha variado

y continuará siendo cada vez más distinto a lo que

era antes.,.

Víctor L. UrquidH, economista mejicano que trabajó con el Banco Internacional, es autor del libro Viabilidad econó­mica de América Latina, de cuyo libro este articulo resume las tesis. Es además autor de Trayectoria del mercado co­mún latinoamericano.

60

Page 71: Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 22 1963

Por vía de introducción, y contrariando una ten­

dencia que se observa a últimas fechas, conviene in­

sistir en la necesidad de considerar a América Latina

—a las veinte repúblicas que la componen— como

un conjunto. Cierto es que la diversidad entre los

países es muy grande y que es fácil tratar de restarle

validez a una afirmación general con sólo aseverar

que no es aplicable a tal o cual país. Pero el que las

distintas regiones de una nación presenten caracterís­

ticas muy diferentes no impide estimar que haya

rasgos, tendencias o fenómenos de índole racional,

representativos del conjunto. Así en América Latina

hay hechos y características que representan al con­

junto, por más que existan excepciones. Poner siem­

pre de relieve las excepciones —sobre todo cuando

son favorables y, aún más, atañen al país propio—

tiende a desviar la atención, aun a crear falsas im­

presiones. El fenómeno predominante —nos agrade

o no— es el característico y el que, generalmente, por

su solo volumen exige la mayor atención. Necesita­

mos revalorizar el concepto de una América Latina,

una economía latinoamericana, no varias, si hemos de

atinar a hallar las soluciones que nos lleven a todos

al progreso firme. Estas consideraciones son aún más

importantes si se piensa en América Latina frente al

resto del mundo. La solidaridad latinoamericana, en

economía como en otros aspectos, no puede admitir

calificativos...

61

Page 72: Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 22 1963

£ ¡ L 87 POR CIENTO DEL PRODUCTO BRUTO in­

terno de América Latina se origina hoy en sólo seis

países: el 30 por 100 en Brasil, el 18 por 100

en Argentina —estos dos dan casi la mitad—, el 15

por 100 en México, el 11 por 100 en Venezuela,

el 7 por 100 en Colombia y el 4 por 100 en Chile.

Dichos seis países cuentan con el 76 por 100 de la

población. Los 14 países restantes contribuyen con

el 13 por 100 del producto y tienen el 24 por 100

del número total de habitantes. En consecuencia, lo

que ocurra en cualquier año en las economías de los

seis primeros determina, típicamente, el estado que

guarda la economía latinoamericana y su tendencia.

De allí que sea muy importante, para quien desee

interpretar los fenómenos económicos latinoamerica­

nos, conocer la estructura y otros aspectos de esos

seis países, y en particular de Brasil, la Argentina

y México. Un mal año agrícola en la Argentina, una

huelga minera en Chile o petrolera en Venezuela, una

pausa en el desarrollo industrial del Brasil o de Méxi­

co, una baja de los precios del café de Colombia y

Brasil, pueden influir poderosamente en la caracteri­

zación de la situación económica latinoamericana, así

como la pueden determinar favorablemente los fe­

nómenos contrarios. Las tendencias generales a lar­

go plazo son, del mismo modo, en gran parte función

del desarrollo de esos países. El crecimiento indus-

62

Page 73: Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 22 1963

trial relativamente rápido de México y Brasil da la

pauta del fenómeno de industrialización reciente de

América Latina. El escaso progreso de la agricultura

en general está fuertemente influido por la situación

de estancamiento de Argentina, Brasil y Chile...

Del producto bruto total de América Latina —y

recordando siempre el peso de los seis países cita­

dos—, un 20 por 100 proviene de la actividad agro­

pecuaria, el 24 por 100 de la producción industrial,

el 6 por 100 de la extracción minera y petrolera, el

3 por 100 de la construcción y el 47 por 100 res­

tante de los servicios de transporte, comerciales, fi­

nancieros, gubernamentales y otros. Si se relacionan

estas cifras con la distribución de la población eco­

nómicamente activa, se aprecia que la actividad me­

nos productiva por persona ocupada es la agrope­

cuaria: el 50 por 100 de la población activa ge­

nera el 20 por 100 del producto. La construcción,

que no es una actividad muy productiva, lo es cerca

del doble que la agropecuaria. El producto por per­

sona ocupada en la industria es 3,8 veces el obte­

nido en la agricultura, y el producto en la extracción

minera y petrolera es 15 veces el agropecuario y

casi cuatro veces el industrial. Se citan estos datos,

que son aproximados, a fin de hacer ver hasta qué

punto la agricultura latinoamericana, de la que vive

más de la mitad de la población, es poco productiva

en relación con otras actividades —afirmación que

63

Page 74: Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 22 1963

a algunos países es aplicable con más intensidad que

a otros, entre ellos Brasil y México—. En estos da­

tos ' se tiene un primer indicio de que, independien­

temente de lo que progrese la producción industrial,

en general y por obrero ocupado, es preciso aumen­

tar la productividad agrícola para reducir su dispa­

ridad respecto a las otras actividades; una elevación rá­

pida de la productividad agrícola afectaría favora­

blemente el producto bruto total de América Latina

y permitiría hacer subir en forma sensible el nivel

de vida de las mayorías...

L A TASA MEDIA ANUAL DE CRECIMIEN­

TO del producto bruto latinoamericano entre 1951

y 1960 fue de 4,5 por 100. Comparada con el au­

mento de la población de 2,5 por 100 al año, se

aprecia que el producto por habitante se elevó, en pro­

medio, 1,95 por 100 anualmente. Pero mientras el

ritmo de crecimiento del producto por habitante fue

de 2,1 por 100 anual entre 1950 y 1955, de 1955 a

1960 se redujo a 1,7 por 100. Últimamente, como

puede verse, el desarrollo ha sido más lento. La ex­

plicación reside en gran parte en el crecimiento poco

veloz de la producción agropecuaria. Mientras ésta au­

mentó apenas 42 por 100 en el período 1951-1960,

la industrial se elevó 97 por 100. La tasa media anual

64

Page 75: Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 22 1963

de esta última fue de 7 por 100, mientras que la del producto agrícola fue de 3,6 por 100...

De todo lo anterior se desprende que el crecimien­to económico de América Latina, además de relati­vamente poco intenso, ha sido bastante disparejo. La industrialización, ciertamente importante, se ha con­centrado en cinco o seis de los países más poblados y no ha sido uniforme. Los países que acusan ex­pansión industrial considerable no han logrado que su agricultura crezca al mismo ritmo, y ésta en ge­neral, en el conjunto de América Latina, ha carecido de suficiente impulso, y no se ha modernizado sino en pequeña parte. La minería y el petróleo también han sido actividades muy concentradas en algunos países y su crecimiento no ha influido mucho en la situación global latinoamericana; además, han estado sujetos en grado sumo a fluctuaciones de los merca­dos internacionales, como también lo están algunos productos agrícolas.

No parece, sin embargo, que el cuadro de conjun­to deba inducir a ningún pesimismo, porque el cam­bio estructural hacia la industrialización es irrever­sible y lleva, crecientemente, a nuevas expansiones industriales que crean demanda de productos prima­rios, directa e indirectamente. Además, la contrapar­te de este cambio estructural que se requiere —la mayor flexibilidad de la producción agropecuaria— no es imposible de realizar si se proponen y llevan

65

Page 76: Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 22 1963

a efecto políticas congruentes, para las cuales los ele­

mentos técnicos y sociales son ya bien conocidos...

Si por problema económico se entiende el de ha­

cer posible una mayor producción con el mínimo de

recursos, la experiencia latinoamericana de los últi­

mos diez años ha dado abundantes muestras de que

es factible un progreso considerable, y ha demostra­

do también la necesidad de que el crecimiento sea

general y no limitado a unos cuantos sectores: el

atraso agropecuario podrá explicarse, pero no jus­

tificarse. Mas no basta producir sin crear la capaci­

dad de consumo necesaria. Este reverso de la meda­

lla es mucho menos congruente con el progreso de

la producción...

L A F A L T A D E A M P L I T U D D E L O S M E R C A ­

D O S en América Latina no es sólo física, sino de ca­

rácter económico y social. Una población ya consi­

derable y de rápido crecimiento no ejerce una de­

manda intensa que haga justificar nuevas y mayo­

res expansiones productivas, porque una masa enor­

me de asa población, tal vez más de la mitad, es decir,

unos 105 millones de habitantes, vive escasamente

en condiciones de subsistencia y sin poder benefi­

ciarse de los adelantos que las fábricas modernas ha­

cen posible introducir. Casi no hay un país en donde las

desigualdades de ingreso, debidas a la forma de dis-

66

Page 77: Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 22 1963

trihucïón de la riqueza territorial, a la concentración

de las industrias en pocas manos, al crecimiento ur­

bano, a la falta de políticas impositivas adecuadas y

al atraso social, no sean muy acentuadas: una gran

proporción de la población recibe apenas una peque­

ña fracción del ingreso, y una parte muy apreciable

de éste constituye poder de compra de sólo una pe­

queña minoría. Los países que son excepción a una

distribución del ingreso de este tipo son demasiado

pequeños para variar la caracterización general. Em­

pieza a reconocerse hoy en día que la distribución

tan desigual del ingreso es no sólo un problema so­

cial, sino uno de tipo económico que afecta la posibi­

lidad de acelerar el desarrollo. En la solución que se

dé a este problema está quizá la clave del porvenir

económico de América Latina...

Mientras el progreso económico latinoamericano no

signifique beneficios sustanciales de ingreso para la

mayoría constituida por trabajadores agrícolas y obre­

ros industriales, es difícil imaginar cómo podrá au-

togenerarse el crecimiento durante un período largo...

Lo que en verdad debería preocupar a los que hoy

estudian los aspectos externos del crecimiento de la

economía en América Latina, no es que se encuen­

tre demasiado sujeta a las demás —siempre estará

ligada a éstas- -, sino el que los países de mayor

nivel de vida y productividad lleguen a abastecerse

a sí mismos y a dejar de adquirir productos latino-

67

Page 78: Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 22 1963

americanos o a comprarlos a ritmo muy lento. El día

en que los más avanzados no necesiten comprar ma­

terias primas y productos alimenticios latinoamerica­

nos cesará la "dependencia", pero también perderá

su impulso el desarrollo...

No quiere decir lo anterior que América Latina

esté condenada a vivir en un sistema de simple inter­

cambio de productos primarios por manufacturas. Su

propia estructura productiva está cambiando y segui­

rá transformándose, como a su vez está variando la

estructura de la demanda de los países más adelanta­

dos. Pero tampoco será posible, por largo trecho de

tiempo, acortar de manera apreciable la distancia que

separa el nivel medio de productividad latinoamerica­

na del de Europa occidental, Estados Unidos o Cana­

dá. Que de esta realidad se deduzca que la política

mundial de desarrollo debería orientarse enfáticamente

a comprimir ese hiato, es otra cosa; mientras exista,

ejercerá influencia en la naturaleza del comercio in­

ternacional...

Tampoco quiere decir lo dicho hasta aquí que no

haya habido, o no subsista aún, injusticia y error en

la política de comercio exterior de los países ya in­

dustrializados, en cuanto a su trato de los productos

de los menos desarrollados, ni que no haya habido con­

fabulaciones, competencias desleales, acción perjudi­

cial de los monopolios internacionales, control de los

medios de transporte v otros factores. Pero tras esos

68

Page 79: Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 22 1963

acontecimientos está una realidad, itacida de la evolu­

ción económica misma. A ella se han añadido elemen­

tos originados en la inseguridad política internacional

y otros factores que inducen a tantos países a confiar

en una fuente de abastecimiento nacional antes de des­

cansar en suministros lejanos. Ha habido también im­

portantes cambios tecnológicos que afectan el uso y el

valor relativos de distintos productos. El proteccionis­

mo no responde, evidentemente, a causas puramente

económicas...

l ^ A DEPENDENCIA LATINOAMERICANA —por

comercio y por turismo— respecto al desarrollo eco­

nómico de otros países subsistirá sin duda alguna por

tiempo imprevisible. Será recomendable diversificar

la exportación, por productos y por mercados, y en­

viar al exterior los productos latinoamericanos en esta­

do más elaborado, todo lo cual será ventajoso; pero

ello no variará sustancialmente los términos del pro­

blema. Si América Latina desea vender más a países

que hasta ahora no han sido compradores importan­

tes, será preciso que estos países crezcan más de prisa

y tengan necesidad de productos latinoamericanos.

Esto es aplicable aun dentro de la propia América

Latina, considerándola como mercado. De ahí la im­

portancia de la actual zona de libre comercio y del

futuro mercado común latinoamericano...

69

Page 80: Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 22 1963

Es evidente que todo cuanto pueda hacerse para

evitar las fluctuaciones (de precios de las materias

primas) o moderarlas, será beneficioso a la larga para

América Latina. La costumbre de calcular lo que Amé­

rica Latina "pierde" cada vez que descienden los pre­

cios no parece ser un método analítico útil, puesto que

lo que se "deja de ganar" no es siempre "pérdida" y

un análisis económico tendría que incluir estimaciones

del efecto que el haber mantenido precios anteriores

más altos habría tenido sobre los volúmenes de pro­

ducción y exportación. El daño causado por las fluc­

tuaciones de los precios de las exportaciones no sólo

se registra cuando éstos bajan, sino también cuando

suben demasiado y provocan trastornos inflacionarios

o crean incentivos a la producción que después no se

justifican. Pero no se niega que la economía latino­

americana se fortalecería si los precios fueran menos

oscilantes y para lograrlo se generalizaran los acuerdos

internacionales necesarios.

El desarrollo económico comporta desajustes estruc­

turales que hacen inevitable cierto grado de alza de

los precios. Un aumento moderado de los precios se­

ría no obstante aceptable a todos los sectores sociales

si su contrapartida fuera un incremento más rápido

del ingreso real, y un grado apreciable de industriali­

zación, un mejoramiento sustancial de la producción

agrícola y, en general, una ampliación de las bases pro­

ductivas de una nación y una distribución menos des-

70

Page 81: Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 22 1963

igual del ingleso. Pero en muchos de los principales paí­

ses latinoamericanos, el aumento de los precios no ha

sido moderado ; antes al contrario, ha habido varios ca­

sos de inflación aguda, varios otros de inflación sustan­

cial y muchos de trastorno monetario externo. Y los ca­

sos de inflación aguda no son siempre los de los países

que más se han distinguido por una tasa elevada de

desarrollo...

J ^ A S REFORMAS TRIBUTARIAS, hoy puestas de

relieve nuevamente al encararse los problemas de des­

arrollo económico de América Latina con motivo

de la reciente conferencia de Punta del Este, tienen

ya el carácter de inaplazables. Es necesario que se

comprenda que, aparte del efecto que tengan en la

situación financiera de los gobiernos latinoamericanos,

dichas reformas tendrían consecuencias económicas en­

teramente favorables al desarrollo (en el supuesto, cla­

ro está, de que se mejoraran continuamente los progra­

mas de desarrollo). Una economía en desarrollo pue­

de soportar una carga tributaria más elevada, de modo

particular a través del impuesto a las utilidades de

las empresas y al impuesto a la renta personal con­

solidada. Es evidente que lo que hace progresar a una

economía es el monto y la calidad de sus inversiones

públicas y privadas, no el hecho de que la tributa­

ción sea baja; pero si ésta es demasiado reducida, la

71

Page 82: Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 22 1963

inversión y los gastos públicos pueden resultar insu­

ficientes para impulsar el desarrollo, o, lo que es

igualmente grave, pueden quedar financiados en for

mas míe refuercen el cargo inflacionario de todo Dro-

grama de desarrollo económico y alienten las infla­

ciones abiertas como las que aún prevalecen en diver­

sos países latinoamericanos.

No es el monto del capital del exterior lo que con­

tribuye al desarrollo, sino el destino que se dé a la

suma total de recursos, nacionales e importados, de

que se disponga. Si el capital del exterior se invierte

específicamente en una industria u otra actividad pro­

ductiva, pero al mismo tiempo los recursos propios se

despilfarran en actividades no productivas o sencilla­

mente se gastan en consumo o se expatrian, la aporta­

ción de aquel capital del exterior al desarrollo habrá

sido escasa o nula, aunque estén visibles las fábricas

o las minas en que se invirtió el capital. Por contra,

y yendo al extremo contrario, una suma de capital

del exterior que se empleara, por ejemplo, en importar

alimentos —o sea, bienes de consumo por excelen­

cia—, mientras el país destinara una proporción muy

considerable de sus recursos reales propios a inversio­

nes productivas, podría considerarse, por paradójico

que parezca, como una aportación muy valiosa al des­

arrollo económico...

72

Page 83: Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 22 1963

J^)ï SE ACEPTA QUE EL DESARROLLO ECO­

NÓMICO NO ES UN FIN, sino un medio de

lograr mejor convivencia humana y mayor bienes­

tar, debe admitirse que el progreso de la economía

debe juzgarse por sus resultados sociales. El desarro­

llo económico no puede ser una simple acumulación

de capacidad productiva, ni el verdadero nivel de vida

de la población puede medirse en términos de lingotes

de acero producidos o de kilovatios de energía eléc­

trica instalados...

Resulta cada vez más patente que el emplear re­

cursos en mejoramientos sociales —en educación, en

viviendas, en modificación de las condiciones de te­

nencia de la tierra, en salubridad, en seguridad social,

en facilitar la convivencia— no es ya un simple gasto

sin finalidad económica, sino una inversión que ele­

va la capacidad de desarrollo de un país y acelera

la consecución de las metas sociales. La inversión

social y la inversión económica son hoy inseparables,

conceptual y prácticamente...

No obstante, sorprende que en muchas partes de

América Latina se hagan esfuerzos todavía muy esca­

sos por elevar o modificar las condiciones sociales, o

que se tengan que relegar a muy segundo plano los

programas sociales ante la urgencia aparente de otras

finalidades. Se destinan en su conjunto pocos recur­

sos —proporciones menores aún que en otros países

73

Page 84: Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 22 1963

de condición similar— a la educación, a la vivienda,

a la aculturación de poblaciones rezagadas, al mejo­

ramiento rural, etc. Sobreviven situaciones, prejui­

cios, formas de organización, maneras de vivir y

orientaciones colectivas que no hacen honor al idea­

rio de progreso y dignidad humana que América La­

tina ha proclamado tantas veces en el pasado y que

con frecuencia recomienda a otras regiones del

mundo...

Si las economías latinoamericanas han de avanzar

por el camino de la industrialización, como una de

las formas de llegar más pronto a gozar de niveles

<le vida más elevados en corto tiempo, uno de los

obstáculos sociales que el economista puede vislum­

brar es el de la excesiva propensión al individualismo

que prevalece entre la fuerza obrera y entre los em­

presarios. Aun cuando desde otros puntos de vista

pueda parecer poco conveniente o agradable, la indus­

trialización requiere grandes concentraciones de tra­

bajadores dispuestos a aceptar una disciplina colec­

tiva, o, como dice Medina Echavarría, "la adapta­

ción... del obrero industrial a las condiciones sociales

y psicológicas impuestas por la moderna industria en

sus tres peculiares dimensiones del espacio, el tiempo

y la jerarquía". El crecimiento industrial latinoame­

ricano no podrá hacerse a base de pequeños talleres

o de artesanos. Para la adaptación que se requiere no

tiene por qué existir ningún impedimento congénito

74

Page 85: Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 22 1963

y esencial, pero sí, en cambio, se necesitaría que la

educación técnica y los programas de formación obre­

ra tuvieran, además de la enseñanza de conocimien­

tos, una orientación en el sentido señalado...

^ ) 1 SE DESEA ACELERAR EL CRECIMIENTO, ha

de reconocerse también, con plena conciencia, que el

sistema educativo y las formas de organización social

prevalecientes -sindicatos, agrupaciones productivas,

la propia administración pública y otras- - deben crear

elementos dirigentes o gestores, capacitados profesio-

nalmente, en el sector privado como en el público,

para asumir las responsabilidades y tomar las decisio­

nes necesarias para el progreso económico. Hasta

ahora ha predominado en la mayoría de los países

latinoamericanos el tipo de "empresario político o de

coyuntura, al amparo de las alternativas del poder",

aunque ya va apareciendo el empresario profesionali­

zado, a la par que el "gerente público". Y lo mismo po­

dría decirse del dirigente obrero. En estas materias, la

tarea social consiste en impulsar la formación profe­

sional de dirigentes y orientarla hacia las actividades

cuyo desenvolvimiento puede esperarse sea más rápi­

do o urgente desde el punto de vista de las perspec­

tivas del desarrollo económico...

75

Page 86: Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 22 1963

£ ¡ L CONCEPTO DE PROPIEDAD que prevalece en

América Latina dista mucho de hacer posible un des­

arrollo económico acelerado. Los muy pocos casos en

que la propiedad privada está sujeta a modalidades de

beneficio social o colectivo en América Latina, no ha­

cen sino confirmar que el concepto de propiedad que se

ha heredado, y comúnmente aceptado, no contribuye

a poner en juego las fuerzas del progreso que Amé­

rica Latina exige para sus habitantes. La concentra­

ción de la propiedad particular, sobre todo la agraria,

su uso inadecuado, su no uso en la actividad econó­

mica y los efectos sociales y económicos que produce,

constituyen obstáculos primordiales al desarrollo la­

tinoamericano. Y no sólo en la agricultura se presenta

este fenómeno, sino en el dominio sobre los recursos

naturales, en el control de las zonas urbanas y en la

propiedad industrial y comercial...

La pobreza de recursos de América Latina no ad­

mite que el ejercicio irrestricto del derecho a acumu­

lar propiedad privada conduzca a resultados óptimos,

pues el uso que se dé a esa propiedad —si es que

alguno se le da— puede interferir con las necesidades

del desarrollo. En consecuencia, el concepto de la pro­

piedad tendrá, tarde o temprano, que ser objeto de

revisión, independientemente de las modalidades de

tenencia de la tierra, las restricciones por utilidad

pública en zonas urbanas y otras...

76

Page 87: Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 22 1963

Para acelerar cl desarrollo económico es necesaria

la intervención del Estado, aun en forma más genera­

lizada e intensa de lo que se supone requiere la conse­

cución del bienestar en un país de #alto nivel de des­

arrollo. El desarrollo acelerado requiere la adaptación

de las instituciones e instrumentos de gobierno —in­

cluso el abandono de viejos instrumentos y la adop­

ción de nuevos— a fin de hacer posible alcanzar con

eficacia los objetivos del crecimiento, es decir, para

hacerlos cumplir, para evitar que sean meras decla­

raciones de intención. La adopción de las nuevas

modalidades institucionales y políticas puede tener

distintos resultados económicos y sociales según se

efectúe o no por medios democráticos representativos

de la voluntad popular...

Si en América Latina ha de seguirse apreciando

la libertad política, es necesario que, para acelerar

el desarrollo económico, se logre al mismo tiempo, y

quizá con mayor intensidad, un progreso político de­

liberado. El desarrollo político debe ser objeto de

planeación no menos que el económico, y ambos se

complementan. Además de una mayor evolución po­

lítica, es requisito el de la reforma de muchas insti­

tuciones y métodos de gobierno. Y para algunos paí­

ses latinoamericanos será requisito, tarde o temprano,

a causa de su pequeña dimensión, rebasar el concepto

de Estado-nación y, por medio de la cooperación o en

77

Page 88: Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 22 1963

formas más absolutas, fundirse en una comunidad económica y tal vez política más amplia...

P A R A PROGRESAR POLITICAMENTE es necesa­

rio que se reconozca y acepte que el poder no puede

continuar en manos de grupos minoritarios no identifi­

cados con los requisitos de la economía nacional, o su­

jeto al veto de estos grupos, sino que tiene (pie transfe­

rirse crecientemente a la mayoría, y (pie debe asegurar­

se que la voluntad de ésta será respetada y que tendrá

acceso efectivo a los medios de expresión como la

Prensa y otros instrumentos de comunicación, además

de manifestarse a través de los representantes políti­

cos elegidos...

Mientras el poder político carezca de verdadera

base popular, o ésta sea imprecisa o no tenga medios

de expresión, será muy difícil acelerar el desarrollo

económico, porque las medidas que deba tomar el

Estado serán objeto de oposición o resistencia por los

grupos plutocráticos —que pueden estar incrustados

en el propio gobierno - sin que los intereses popula­

res sepan apoyarlas debidamente. En un sistema en

que falte comunicación entre el gobierno y el pueblo,

en que las imperfecciones electorales impidan la ver­

dadera expresión de la voluntad popular, en que no

se eduque al pueblo para el ejercicio democrático y

en que el Estado practique una excesiva ccntraliza-

78

Page 89: Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 22 1963

ción de la función ejecutiva, el programa de desarro­

llo económico puede fracasar por falta de apoyo ge­

neral y por la aguda oposición de los intereses pri­

vilegiados que resultarían afectados en su hasta ahora

excesiva libertad de acción...

No bastaría que se tratara de lograr una democra­

cia más representativa. Habría que asegurar la pro­

tección de los derechos de las minorías y la garantía

de sus medios de expresión. Sería preciso, en especial,

someter la acción del Estado a viligancia y fiscaliza­

ción efectivas y establecer diversos medios de con­

trolar el abuso del poder.

No es menester esperar (pie primero ocurra el des­

arrollo económico para avanzar por estos caminos de

la evolución política democrática. Antes bien, esta úl­

tima facilitaría el desarrollo económico y tendría con­

secuencias positivas en la productividad general.

]_A ORGANIZACIÓN SINDICAL como forma de

proteger y consolidar los intereses de la clase trabaja­

dora está llamada a desempeñar un papel muy impor­

tante en el desarrollo económico. Si los frutos del des­

arrollo han de compartirse equitativamente, es evidente

que no ha de lograrse por simple señalamiento por el

Estado, sino que las organizaciones obreras debieran

tener conciencia tanto de una repartición adecuada

a través de mayores salarios, prestaciones y otros

79

Page 90: Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 22 1963

beneficios, como de la necesidad de participar ple­

namente en los asuntos políticos que conciernen al

desarrollo económico y en la formulación de las po­

líticas generales de éste. Un movimiento obrero pa­

sivo sería un lastre para el desarrollo. Por otro lado,

un movimiento obrero excesivamente agresivo y de­

magógico puede hacer peligrar el éxito de un pro­

grama de desarrollo económico acelerado. La organi­

zación sindical actual en América Latina no responde

todavía a las realidades del desarrollo económico y

sería preciso que, además de ampliarse muy conside­

rablemente, y de mejorar sus procedí míenlos de elec­

ción interna de sus dirigentes, lleve a cabo, con una

participación activa de sus miembros, una labor de

vigilancia y crítica de la ejecución de los programas

de desarrollo como forma ulterior de mejorar el po­

der de compra, la situación social y las perspectivas

de los trabajadores en quienes tendrá que descansar

fundamentalmente la industrialización...

[^AS UNIVERSIDADES, tal vez la mayor deficiencia

que revelan es su falta de integración con la comunidad

a la que sirven. La educación universitaria, si bien debe

admitir plena libertad del espíritu, debiera también

estar más orientada hacia la resolución de los proble­

mas futuros de crecimiento de la economía y de

reestructuración social. Hoy, las universidades necesi-

80

Page 91: Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 22 1963

tan compenetrarse de la naturaleza de estos proble­

mas y recibir la influencia de quienes actúan en la

práctica en su resolución, para poder a su turno con­

tribuir más eficazmente a ésta, sea por su propio tra­

bajo de investigación, sea por una mejor formación

de los futuros graduados universitarios...

Si el desarrollo económico de América Latina

ha de incorporar crecientes dosis de tecnología in­

dustrial moderna como condición para lograr incre­

mentos sin paralelo de la productividad, y si se ha

de economizar el recurso latinoamericano más escaso,

que es el capital, es evidente que tendrá que producir­

se una verdadera revolución en las actitudes hacia la

investigación científica y técnica, tanto de parte del

capitalismo privado extranjero como de los gobiernos

y la iniciativa privada latinoamericanos —a menos

que América Latina se contente con que la tecnología

le llegue únicamente a través de las empresas subsi­

diarias de las industrias extranjeras: una especie de

colonialismo tecnológico...

A M E R I C A LATINA TIENE QUE HACER FREN­

TE AL CAPITALISMO EXTRANJERO de diversas

maneras y no en todas puede salir bien librada en fun­

ción de sus deseos de un progreso económico rápido.

El precio de aceptar una colaboración intensa del capi­

tal extranjero privado puede ser un sometimiento exce-

81

Page 92: Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 22 1963

sivo al mismo, a través de su control de_ los recursos

naturales o de su control de la tecnología industrial. La

consecuencia para América Latina no es fácil de preci­

sar en el campo puramente económico, pues hay aspec­

tos negativos y positivos ; pero en términos políticos, no

cabe duda que sería desfavorable. En cambio, recha­

zar totalmente el capital privado exterior sería pri­

varse de muchos elementos progresistas, sobre todo en

el campo industrial, y sacrificar posibilidades de au­

mentar exportaciones a los mercados mundiales; re­

presentaría también excluirse de importantes avenidas

de progreso tecnológico, mientras no se intensifique

extraordinariamente la investigación propia...

Pero el capital privado extranjero no debe recla­

mar para sí, en materia tecnológica como en otras,

mejores condiciones que aquellas de las que pueda

disfrutar la iniciativa latinoamericana. Debe, en con­

secuencia, compartir sus conocimientos ; y debe adap­

tar sus actitudes a las necesidades de los países en

que invierte, y cooperar asumiendo una responsabili­

dad no sólo mercantil, sino de participación en las

aspiraciones de desarrollo económico y en la pro­

gramación de dicho desarrollo. Mientras no participe,

ni acepte los nuevos conceptos sobre programación,

su actuación en la vida económica nacional será cau­

sa de continuas dificultades tanto sociales como polí­

ticas. Mientras mantenga un monopolio de la tecno-

82

Page 93: Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 22 1963

logia moderna, creará resentimientos cada vez ma­

yores...

IJ EBE HABER UN PLAN, en el sentido más general

de este término, y el plan debe traducirse en un con­

junto de medidas congruentes entre sí, capaces a su

vez de modificarse para corregir deficiencias o des­

viaciones o para lograr resultados mayores...

Es frecuente en América Latina que se hable de

una "política de desarrollo económico" que no cons­

tituye sino una aspiración imprecisa de elevación del

nivel de vida - -como si un ejército declarara que

tuviera una "política de vencer al enemigo" en vez

de un plan estratégico y el ordenamiento de los me­

dios necesarios para llevarlo al éxito—. Es también

costumbre que se hable de "planes de gobierno" en

que se hace mucho hincapié en las inversiones del

sector público y se considere que su enumeración

constituye un programa de desarrollo económico

—como si un ejército pretendiera ganar una guerra

publicando una lista del material bélico que posee

y del que va a adquirir—. Un programa de desarrollo

económico no puede ser ni la adopción de un objetivo

sin precisar los medios que se van a emplear para

alcanzarlo ni una enumeración desarticulada de ins­

trumentos materiales (por más "jerarquizados" que

estén! sin indicación de objetivos...

83

Page 94: Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 22 1963

Lo anterior quiere decir que, aun cuando con de­

ficiencia, más en unos países que en otros, América

Latina está en posibilidad técnica de efectuar una

programación adecuada del desarrollo desde el punto

de vista macro-económico general y de las interrela-

ciones sectoriales. Cuenta también con un número cre­

ciente de economistas y de especialistas en otras ra­

mas de las ciencias sociales que tienen adiestramiento

y experiencia en material de programación, y cuyo

trabajo podría ser de gran efectividad si los gobier­

nos le asignaran tanta importancia como la que con­

ceden, por ejemplo, a un estado mayor militar. La

guerra contra la pobreza y en favor del crecimiento

económico no debería emprenderse sin contar con un

estado mayor económico, y ya hay los elementos para

formarlo, o éstos pueden adiestrarse con ayuda de los

muchos cursos de espeeialización que hoy se impar­

ten en la propia América Latina y en otras partes

del mundo...

La tendencia actual en América Latina a conside­

rar que basta con programar el sector público cons­

tituye por eso un error. La verdad es que la progra­

mación debe abarcar también al sector privado; por

lo menos, en una primera etapa, en las industrias más

importantes, sobre todo las industrias como la side­

rúrgica y la química, que son la base de gran parte

de las demás...

Debe concluirse que será inmensa la tarea de per-

84

Page 95: Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 22 1963

suasion y educación que deberá emprenderse en Amé­

rica Latina para incorporar el sector privado a la

programación del desarrollo. Dependerá en mucho de

las cualidades de los propios dirigentes de las acti­

vidades industriales, bancadas y comerciales; pero

requerirá de los gobiernos también una actitud razo­

nable, en que se combinen la tolerancia con la fir­

meza —a menos que se crea poder prescindir del todo

de la iniciativa privada—. Desde el punto de vista

gubernamental, uno de los sectores que evidentemen­

te más debe persuadirse de la necesidad de la pro­

gramación y plegarse a los objetivos de ésta es el

bancario y financiero. Hoy día, en América Latina,

la Banca y las instituciones financieras privadas en­

cuadran sus actividades en políticas monetarias y cre­

diticias definidas por el Estado en virtud de proble­

mas de corto plazo relativos a la tendencia inflacio­

naria o al desequilibrio de la balanza de pagos. La

mayoría de los Bancos centrales, o los organismos que

hacen sus veces, han sido nacionalizados; o sea, que

responden plenamente a la política oficial. Una parte

importante del mercado financiero de los países lati­

noamericanos, y una proporción significativa de los

recursos para inversión, se orientan, bajo la influen­

cia del Banco central y de los institutos o corpora­

ciones de fomento, hacia las necesidades del des­

arrollo económico. Empieza por lo tanto a perfi­

larse un síntoma que, debidamente reforzado, puede

85

Page 96: Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 22 1963

contribuir con eficacia a la programación del desarro­

llo por el lado financiero, y que puede influir a su

vez en los aspectos de inversión y de producción.

La iniciativa privada en general tendrá que conven­

cerse con el tiempo de que un desarrollo programa­

do es la mejor garantía de la supervivencia del siste­

ma de economía mixta, pública y privada, que hoy

prevalece en América Latina y que parece responder

a las aspiraciones de los latinoamericanos...

El desarrollo económico y social de toda América

Latina, por razones históricas, por afinidad étnica,

por motivos políticos y por conveniencia económica,

debería verse como un proceso de integración de sus

naciones componentes, un borrar de las fronteras eco­

nómicas, culturales y sociales y, tal vez, algún día,

de las políticas. Este es el sueño bolivariano, que hasta

ahora no se ha podido cumplir ni en pequeña escala

morazánica...

L A I N T E G R A C I Ó N D E L A S E C O N O M Í A S L A T I ­

N O A M E R I C A N A S viene a ser en realidad un requisito

de la política de desarrollo, y uno tan importante como

cualquiera de los de naturaleza puramente interna. Es

de prever que traiga consigo una serie de ventajas adi­

ciónalas a las del sólo intercambio de productos y del

ensanchamiento de la base industrial. Será un medio de

dar mayor alcance a la posibilidad de introducir tec-

86

Page 97: Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 22 1963

nologías mejoradas y nuevas y de amortizar el costo

de la investigación técnica. Deberá crear en la inicia­

tiva privada estímulos mayores a la investigación,

capacidad para coordinar sus esfuerzos y mayor cam­

po para la aplicación de nuevas ideas y métodos. Será

una salida lógica para excedentes de producción de

productos primarios que no encuentren en los mer­

cados mundiales suficiente oportunidad de colocación,

y contribuirá así a reducir la inestabilidad de los pre­

cios. Servirá para hacer mejor uso de muchas de las

inversiones públicas —sobre todo en medios de trans­

porte— cuyo período de amortización sea largo. En

pocas palabras, la integración hará más eficaz el des­

arrollo económico.

Otro aspecto que merece especial consideración es

el de la relación entre la integración de las economías

latinoamericanas y la programación del desarrollo en

general. Hace ya algún tiempo se viene hablando de

la conveniencia de una programación general de la

economía latinoamericana. Los países más adelanta­

dos deberán ayudar, en primer término, a los más

débiles o menos industrializados. Pero, en segundo, la

suma de varios programas nacionales de desarrollo

deberá significar algo más que una cifra total de in­

versiones y metas de producción. Deberían existir vin­

culaciones entre los programas de unos países y los

de otros, y a medida que se establezcan se habrá

pasado automáticamente a un concepto de integración

87

Page 98: Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 22 1963

económica programada para América Latina. Fácil

parece plantearlo; pero es indudable que el proceso

de relacionar la integración con una programación

coordinada será muy lento, largo y complicado. Po­

drán abordarse algunos problemas parciales entre dos

paises limítrofes en relación con algún sector eco­

nómico de interés común; pero no hay que hacerse

ilusiones sobre una programación económica latino­

americana de conjunto, cuando aún no se asienta bien

la idea de hacerlo efectivamente en cada uno de los

países. Puede afirmarse, no obstante, que a medida

que la integración avance con la ayuda de la zona de

libre comercio, empezarán a tocarse aspectos en que

sé verá la conveniencia de cierta coordinación en ra­

mas industriales importantes y en otros aspectos, y ya

se advierten síntomas de interés en la industria side­

rúrgica, la química y otras...

| _ A "ALIANZA PARA EL PROGRESO"..., según el

punto de vista norteamericano, no sería un simple plan

para paliar los problemas sociales y acentuar los avan­

ces económicos, sino una revolución pacífica y positiva

encaminada a transformar la estructura social y eco­

nómica de América Latina, y en la que Estados Unidos

y otros países, tales. como los europeos, el Canadá y

el Japón, cooperarían con recursos técnicos y finan­

cieros en gran escala, a condición de que los países

88

Page 99: Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 22 1963

latinoamericanos emprendieran o intensificaran, según

el caso, programas bien concebidos de verdadero pro­

greso y sobre amplias bases...

Fundamental en la Carta de Punta del Este es el

hecho de que la cooperación financiera se vincula a

la ejecución de reformas sociales conjuntamente con

los proyectos de desarrollo económico. El atraso so­

cial de grandes partes de América Latina y la falta de

eficacia de muchos de los programas agrarios, educa­

tivos y otros, se han reconocido de un modo general

como importantes y graves obstáculos al crecimiento.

Razón tiene Estados Unidos cuando ha observado que

en el pasado la cooperación financiera dada a muchos

países no se ha compaginado con firmes avances eco­

nómicos y sociales, y en cambio los países beneficia­

dos han puesto a salvo parte de sus propios recursos

financieros, concentrados en manos de una minoría...

Merece señalarse otra característica del plan de

Punta del Este que tiene considerable importancia. No

se aprecia en él ningún aspecto que coarte la liber­

tad de acción de un país latinoamericano para rela­

cionarse, a través del comercio o de las inversiones,

con los países con los que más le convenga hacerlo.

A diferencia de formulaciones anteriores en que se

concebía una vinculación exclusiva entre América La­

tina y Estados Unidos, las condiciones previstas en

Punta del Este abarcan la participación europea, o la

canadiense, o la japonesa o cualquiera otra en el des-

89

Page 100: Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 22 1963

arrollo latinoamericano ; además, una parte impor­

tante de los recursos provendrá de organismos inter­

nacionales. Lo que no parece admitir la Carta de Punta del Este es que un país tenga pleno acceso a

los recursos del plan de Alianza para el Progreso si

adopta un régimen político que no se base en el sis­

tema de democracia representativa y si se vincula ex­

clusivamente al bloque soviético*..

UE PUEDE ESPERARSE DEL PLAN DE

ALIANZA PARA EL PROGRESO? Más importante

que las cifras mismas dadas a conocer es el plantea­

miento hecho y el enfoque de la manera en que Amé­

rica Latina puede aprovechar el apoyo y la cooperación

del exterior. El Plan se asemeja al Plan Marshall en el

sentido de que es la garantía de un acceso a fondos del

exterior suficiente para asegurar que el esfuerzo interno

que se emprenda no fracase. Como en el caso de Euro­

pa, el éxito del programa dependerá de lo que la misma

América Latina haga. Si prevalece el escepticismo,

si los gobiernos se empeñan en proclamar, como ya

ocurre con algunos, que nada más les queda por ha­

cer para ajustarse a las metas de la Alianza, si no

se preparan planes económicos a largo plazo que

constituyan verdaderos programas en lugar de listas

de proyectos, y si no se corrigen deficiencias insti­

tucionales, políticas y sociales, que impiden o retra-

¿Q

90

Page 101: Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 22 1963

san el desarrollo, no hay programa de cooperación

internacional que pueda tener éxito. En tales condi­

ciones, si se fracasa, el fracaso habrá sido latino­

americano. Si, en cambio, América Latina se embar­

ca en esta nueva etapa de desarrollo y la cooperación

externa resultara insuficiente, por pérdida de conti­

nuidad o por nuevo cambio en la orientación de la

política norteamericana, se puede fracasar también,

por factores ajenos a América Latina. El compromi­

so, para que se logren los objetivos, tiene que ser

firme y duradero por ambas partes, y la situación

deberá ser susceptible de examinarse periódicamen­

te, como está previsto para evitar el desánimo y cual­

quier error de orientación...

En la actual etapa del desarrollo latinoamericano,

muchas reformas sociales e institucionales tienen vi­

sos de haberse retrasado excesivamente; por otro

lado, los problemas económicos requieren solucio­

nes más técnicas, mejor planteadas y bien ejecutadas,

y, sobre todo, integradas en planes de conjunto. Se

está en la situación paradójica de temer adentrarse

en una verdadera programación del desarrollo, sin

reconocer que cuanto más se aplace más radical ten­

dría que ser la programación posterior y, por lo

tanto, menos aceptable para la tradición democrática

de América Latina...

Posiblemente, nunca como ahora haya contado

América Latina con una coyuntura externa tan fa-

91

Page 102: Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 22 1963

vorable para hacer de sus utopías una realidad —una

realidad bastante imperfecta, pero varias veces me­

jor que la actual—. Es inútil pretender que se pue­

dan resolver idealmente los problemas. El desarrollo,

con o sin apoyo del exterior, es una tarea ardua y,

por desgracia, de resultados no inmediatos. "El des­

arrollo —ha escrito recientemente Raúl Presbich—

tiene que ser obra de nosotros mismos, de nuestra

determinación de introducir cambios fundamentales

en la estructura económica y social..., la política de

cooperación internacional no puede inspirarse en el

propósito de favorecer a grupos privilegiados en nues­

tros países, o de preservar el orden de cosas existen­

tes, sino (en el) de colaborar con los países latino­

americanos para transformar el orden existente a fin

de acelerar el desarrollo económico y asegurar una

creciente participación de las masas populares en los

frutos del desarrollo." La Alianza para el Progreso

está concebida en estos términos y significa, en rea­

lidad, el único camino que se le presenta a América

Latina en un régimen de democracia, libertad y dig­

nidad de la persona.

(Tomado del libro Viabilidad económica de América La­tina, publicado por el Fondo de Cultura Económica, Mé­xico.)

92

Page 103: Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 22 1963

Los estudiantes norteamericanos y el «Resurgimiento Político»

Por K.en»etb K.(niston

LA actitud apolítica de la juventud norteameri­

cana resulta no poco sorprendente. Nuestra tra­

dición de liberalismo político nos llevó en un

tiempo a creer que la preocupación inteligente por la

política iba con el bienestar público y con la cultura,

mas a pesar de la prosperidad y del nivel de cultura

más alto del mundo, nuestros muchachos y mucha­

chas muestran indiferencia abrumadora por el es­

tado del país o del mundo. Incluso en una época de

"resurgimiento político" y de "revolución en- el re­

cinto universitario", los cálculos más altos de la pro­

porción de estudiantes que actúan en política dan un

diez por ciento aproximadamente, y en la mayor

parte de los colegios universitarios el 90, el 95 ó el

99 por ciento de los estudiantes no participan de

Kenneth Keniston es catedrático adjunto de Psiquiatria en la Facultad de Medicina de la Universidad de Harvard.

93

Page 104: Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 22 1963

manera activa en ninguna causa u organización que

pudiera llamarse verdaderamente política. En otros

países, tanto en los muy industrializados como en

los que están en proceso de rápido desarrollo, una proporción mucho mayor de muchachas y muchachos

educados participan activamente en la vida política,

discuten los problemas del día y demuestran con

vigor sea aprobación o condena de las tendencias

contemporáneas. En Corea y en Turquía, dos revolu­

ciones dirigidas por estudiantes han logrado recien­

temente el éxito; en Japón, como en Hispanoamérica

y Africa, las manifestaciones estudiantiles pueden afec­

tar la política nacional; e incluso en la industrializa­

da Europa la juventud muestra más conciencia y ac­

tividad política que en los Estados Unidos. Casi pu­

diera parecer como si la riqueza y la cultura tuvie­

ran un efecto negativo sobre las actividades políti­

cas, al menos en Norteamérica.

Lo que el caso tiene de extraño se acentúa cuando

recordamos la estrecha asociación histórica entre un

rápido cambio social y una juventud políticamente

activa. Es un axioma de la observación histórica que

los cambios sociales profundos y rápidos someten al

individuo a tensiones enormes, que las aspiraciones

de la gente joven caminan con frecuencia, y en reali­

dad casi siempre, más aprisa que los hechos sociales

durante semejantes períodos, y que una escena social

94

Page 105: Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 22 1963

alterada radicalmente hace imposible cualquier con­

tinuidad natural entre las generaciones. Todos estos

factores aumentan la probabilidad de que muchachos

y muchachas traten de cambiar la sociedad para ajus­

taría a sus aspiraciones democráticas y frecuentemen­

te radicales. Y en este país hemos presenciado du­

rante los pasados cien años precisamente la clase de

transformación que en otros lugares ha llevado a la

juventud hacia la política. Comenzando por el rápido

arranque industrial que siguió a la guerra civil, la

sociedad norteamericana ha sufrido y sigue sufrien­

do profundas transformaciones, no menos drásticas

por el hecho de que ya no queden reflejadas en los

coeficientes de la producción económica, y no menos

significativas por el hecho de que nos hayamos acos­

tumbrado a ellas. Sin embargo, la juventud norte­

americana es predominantemente apolítica y lo ha

sido casi sin interrupción desde que la nación fue

fundada.

Explicar de manera completa el punto de vista pre­

dominantemente apolítico de la juventud norteame­

ricana, así como la participación activa en política

de un reducido grupo en aumento, necesitaría nada

menos que una historia social y psicológica de la na­

ción. Aquí solamente me es dado apuntar uno o dos

factores que han representado cierto papel en el des­

arrollo de este punto de vista para pasar luego, a la

luz de estos factores, a tratar de calcular el signifi-

95

Page 106: Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 22 1963

cado y el porvenir del reciente "resurgimiento" entre

los estudiantes del interés por los asuntos políticos.

Para entender tópico tan corriente como el del "re­

surgimiento político" en los recintos universitarios, y

las masas estudiantiles inertes contra las que este

"resurgimiento" está teniendo lugar, hemos de re­

trotraernos a la consideración de los factores ya re­

motos que distinguen el desarrollo social norteame­

ricano del de la mayoría de los demás países. Pues

creo que en ellos reside la clave que nos permitirá

comprender el punto de vista apolítico de la juven­

tud de hoy. Para empezar, como muchos comentado­

res de la vida norteamericana han observado, Nor­

teamérica nunca tuvo un pasado feudal al que sobre­

ponerse. Si definimos lo feudal con amplitud para

que incluya no sólo las aristocracias establecidas, sino

las oligarquías propietarias de tierras y minas y los

gobernantes coloniales, veremos que solamente un pu­

ñado de antiguas colonias británicas empezaron su

vida como nosotros. En concreto, esto ha significado

que los norteamericanos han carecido desde el prin­

cipio de objetivos claros y evidentes para rebelarse.

Los muchachos que se han hecho hombres en este

país durante los pasados 150 años se han encontrado

viviendo ya en una nación en la que eran hechos lo

que siguen siendo lemas revolucionarios en otros lu-

96

Page 107: Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 22 1963

gares : igualdad de derecho, igualdad de oportuni­

dades, justicia de acuerdo con la ley y así sucesiva­

mente. No quiere decirse que estos valores se lleven

siempre a la práctica, pero por lo menos son defen­

didos casi universalmente y se reflejan en la práctica

en mayor medida que en muchos otros países. Y así,

generación tras generación de jóvenes norteamerica­

nos han alcanzado plenitud racional para descubrirse

viviendo en un mundo "posrevolucionario". Si perdu­

raba su falta de contento, su pobreza, sus desventa­

jas, no había aristócratas, terratenientes o gobernan­

tes coloniales contra quienes rebelarse. En su lugar,

los norteamericanos siempre han advertido que el

obstáculo principal era alguna característica personal

y propia, tal como la ignorancia, la abulia, la mala

suerte o la falta de experiencia, cadenas de que podía

librarse con un esfuerzo, estudiando o, en nuestros

días, mediante la psicoterapia.

Un segundo elemento constante de importancia en

la vida norteamericana es el prejuicio del pensamien­

to norteamericano contra toda ideología. Ya Tocque-

ville comentó en los años 1830 que la pasión de los

norteamericanos por las grandes ideas no corría pa­

reja con ninguna pasión paralela de traducir estas

ideas en hechos. Y sigue siendo verdad, en general,

que las especulaciones ideológicas en este país han

constituido una especie de juego de los intelectuales,

de cuya posibilidad de aplicación práctica en gran

97

Page 108: Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 22 1963

eîcala ellos mismos han dudado frecuentemente. Por

ejemplo, aunque los fundadores de las comunidades

utópicas que salpicaron el país durante los años 1800

estaban descontentos con el "statu quo", no trataron

de cambiar toda la sociedad mediante la revolución

o mediante la actuación en política como hubiesen

quizá tratado de hacer en una nación ideológica tal

como Francia o Alemania. Prefirieron alejarse de la

sociedad más amplia para establecer sus utopías par­

ticulares. Los norteamericanos que se han manifes­

tado explícitamente en contra de lo establecido rara

vez han tratado de actuar en política en gran escala,

y han preferido retirarse, emigrar o la propia refor­

ma ejemplar, ("orno nación no solamente sentimos hos­

tilidad contra la aplicación de las grandes ideas al

terreno de la realidad política, sino, lo que es más

importante, rara vez se nos ocurre que las conside­

raciones ideológicas (c incluso intelectuales) tengan

gran cosa que ver con el funcionamiento de la vida

política.

Esta desconfianza, característicamente americana,

frente a los grandes esquemas políticos, unida a nues­

tros comienzos como nación, ha matizado de manera

especial y acaso única las actitudes de los america­

nos acerca de los cambios sociales. De resultas de

esto ha correspondido demostrar su caso a quienes

se mostraban opuestos a las transformaciones econó­

micas y sociales de la nación o trataban de dirigirlas.

98

Page 109: Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 22 1963

En países con clases establecidas, nobiliarias, cultu­

rales, raciales o nacidas de la conquista, parecía muy

natural que los establecidos originalmente, o sus su­

cesores de última hora, buscaran dirigir los cambios

del aspecto social de la nación. Y en tales países, los

vestigios de los antiguos órdenes "feudales" han ser­

vido frecuentemente como focos de oposición a lo

nuevo, lo moderno, lo por ensayar. Mas en Estados

Unidos, por carecer de tales focos y por desconfiar de

la planificación social, hemos preferido siempre per­

mitir que la sociedad se desarrollase por sus "cami­

nos naturales", lo que en la práctica ha significado

que las necesidades de una industria en germinación

han solido ser las más atendidas. A este hecho debe­

mos parte de nuestras realizaciones industriales y

nuestro elevado nivel de vida, que no podrían ha­

berse alcanzado sin un pueblo que estuviera con­

vencido de que lo nuevo, lo moderno, lo "último" es

bueno y de que lo antiguo y establecido está "anti­

cuado" y "pasado de moda". Concretamente, esto ha

significado que cada nuevo producto, institución, cos­

tumbre o incluso valor ha sido afanosamente adopta­

do por una nación deseosa de superar su pasado y

de entrar en un porvenir aún más brillante que el

presente. En una palabra, los norteamericanos han

sido y siguen siendo partidarios del cambio y han

considerado obligación suya llevar a cabo todas las

adaptaciones que fueran necesarias para el Progreso.

99

Page 110: Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 22 1963

Las cuatro últimas generaciones de norteamerica­

nos se han formado en este ambiente invariable de

cambios sociales sin oposición ni dirección y altamen­

te apreciados. Y, lo que es más importante aún, su

concepto de sí mismos y de su misión como jóvenes

ha sido determinado por definiciones sociales de la

juventud, que en sus líneas generales estaban en con­

sonancia con este marco de cambio social. Esas de­

finiciones sociales existen inadvertidas en toda so­

ciedad, dictando qué tipos de comportamiento son

legítimos para la juventud, y, si no legítimos, espe­

rados, y si no esperados, por lo menos comprendidos

por otros miembros de la sociedad como signos de

protesta, malestar o favor divino. Un muchacho o mu­

chacha que vive dentro de los límites de estas defi­

niciones es comprensible y previsible para sus com­

pañeros y (lo que tiene aún más importancia para

un adolescente) comprensible y "normal" para sí mis­

mo ; mientras que quien se aparta de los límites pro­

tectores de tales imágenes es calificado de extraño, ex­

céntrico o raro (en nuestra sociedad, de "antiameri­

cano"), y finalmente comienza a dudar de su propia

normalidad. Para tener validez en el amplio marco

de la sociedad, una imagen de la juventud debe estar

en líneas generales en consonancia con los valores

fundamentales de la sociedad y, además, debe ayudar

al joven a pasar a la edad adulta, resolviendo las

tensiones peculiares de la adolescencia en dicha so-

100

Page 111: Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 22 1963

ciedad y fortaleciendo en cada joven la vinculación

a las tareas que le impondrá la madurez.

En una compleja y cambiante sociedad como la

nuestra existen dos definiciones fundamentales de la

juventud, cada una de ellas con muchas subvariantes.

Estas dos imágenes, que denominaré juventud como

aprendizaje para la movilidad social y juventud como

cultura de la juventud, son muy diferentes en la ma­

yor parte de sus aspectos. Pero ambas están en ar­

monía con los valores norteamericanos relativos al

cambio social; ambas permiten la resolución de al­

gunos de los principales problemas creados por el

cambio rápido, y —lo que es más pertinente para nos­

otros aquí— ambas desaprueban la actividad políti­

ca entre los jóvenes.

Para comprender el papel desempeñado por estas

definiciones de la juventud debemos examinar con

más detalle las direcciones concretas del cambio so­

cial en este país a lo largo de los cien años últimos,

aproximadamente. A este respecto hay bastante una­

nimidad entre historiadores y sociólogos. Expresado

en términos muy generales, estamos pasando de una

economía de escasez a otra de relativa abundancia,

desde el punto de arranque de la industrialización

rápida a una era de consumo en masa, desde la pro­

ducción básica a las industrias de servicios. Socioló-

101

Page 112: Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 22 1963

Ricamente, esto ha significado un desplazamiento re­

lativo desde la empresa individual a las corporacio­

nes burocráticas limitadas por reglamentaciones gu­

bernamentales, desde la tosca competencia de la ética

protestante del siglo pasado a la más refinada orien­

tación de grupo de la ética social en este siglo; en

e'l aspecto familiar, desde la más autoritaria familia empresarial a la más moderna familia burocrática,

con más espíritu de equipo. Y de suma importancia

para la comprensión de la juventud ha sido el cambio

de carácter social primeramente discutido por Ries-

man, el paso de una organización de carácter basa­

do en normas internas de valor personal que llevan

a la realización competitiva, desde esta dirección in­

terna al más nuevo carácter dirigido hacia fuera y

basado en la sensibilidad a los sentimientos de otros

y en normas interpersonales de valor.

El apogeo de la antigua sociedad empresarial pa­

rece haberse producido en el norte de los Estados

Unidos durante las décadas de rápida industrializa­

ción después de la guerra civil; en esos años se pro­

dujo la transformación del país, que pasó de ser una

sociedad agraria a ser una sociedad industrial. Es­

tas fueron décadas de movilidad social muy rápida,

de fortunas acumuladas rápidamente y rápidamente

perdidas en el siguiente período de pánico ; un tiempo

muy semejante al nuestro, cuando los adultos se en­

contraban viviendo en un tipo de sociedad que sus

102

Page 113: Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 22 1963

padres ni siquiera habían imaginado y para el cual,

por lo tanto, no habían podido preparar a sus hijos.

Durante períodos equiparables, en Alemania y Japón

surgieron grupos juveniles militantes que se propo­

nían efectuar cambios radicales en la organización

social del país; pero en Norteamérica jamás ha habi­

do ningún movimiento semejante.

Parte de la explicación de la inactividad de la ju­

ventud norteamericana reside indudablemente en los

hechos que ya he mencionado: en Norteamérica

no había un orden feudal, preindustrial que obsta­

culizara el progreso o frustrara las aspiraciones de­

mocráticas de los jóvenes; pero en Japón y Ale­

mania existía ese orden, que frustró los sueños de

la juventud radical. Pero aún más importante, en

mi opinión, fue la existencia en este país de

otra mítica y hasta cierto punto auténtica al­

ternativa ofrecida a la juventud en vez de la po­

lítica: la movilidad social rápida. Horatio Alger es

probablemente el más conocido expositor de este pun­

to de vista. Recuérdese el argumento básico de sus

cuentos: sus héroes eran muchachos pobres y honra­

dos que eran protegidos por un hombre rico de más

edad, un hombre que había alcanzado el éxito y la

prosperidad dentro del orden social existente. El jo­

ven, en parte por su propio empuje y energía, pero

también con mucha ayuda de su benévolo protector,

se hace cargo finalmente del banco o la compañía,

103

Page 114: Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 22 1963

se casa con la encantadora y rica hija dol viejo y

alcanza un éxito estrepitoso. La presencia del viejo

que ayuda es aquí esencial. Horatio Alger da a en­

tender que si los padres de uno son modelos inade­

cuados, otros actuarán en su lugar. Kn realidad, Ho­

ratio Alger, como el lema "de los andrajos a la ri­

queza", positivamente insta al joven a abandonar a

sus padres andrajosos y a seguir a otros mayores

más modernos y triunfantes para llegar al nuevo

mundo de la riqueza. La discontinuidad de las ge­

neraciones es, naturalmente, uno de los principales

problemas del cambio social rápido, en el sentido de

que los padres rara vez pueden servir de ejemplo a

los hijos; pero aqui se hace de ello una virtud. Se

dice a los jóvenes que el remedio para el descontento

es el duro trabajo dentro del sistema existente, que

premiará al que lo merezca de acuerdo con su labo­

riosidad, ambición y honradez.

Aunque probablemente sólo unos pocos jóvenes in­

terpretaron literalmente a Horatio Alger, la moraleja

general de sus relatos fue ampliamente aceptada. La

juventud era definida como un aprendizaje para la

edad adulta; la tarea específica de la juventud era

cultivar las muchas virtudes y adquirir las pocas ha­

bilidades necesarias para el éxito en el camino as­

cendente que había de seguir. Y mientras podía se­

guirse creyendo en ella, esta definición de la juven­

tud resultaba bastante eficaz. Aconsejaba al joven

104

Page 115: Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 22 1963

que reaccionara al descontento trabajando intensa­

mente, que abandonara gustoso el pasado por ma­

yores bienes futuros y que tomara sus escuelas y cen­

tros de enseñanza superior como si se tratara de la

Estación de Ferrocarril de Pensilvània, según frase

de Edgar Fricdenberg. El único problema para un

joven ( aunque no era siempre un pequeño proble­

ma) consistía en encontrar la vía apropiada y mante­

nerse en ella basta llegar a su destino. La educación

era cuestión, sobre todo, de aprenderse de memoria

el trayecto y los horarios y de emprender lo más

pronto posible el viaje fundamental. Además, mien­

tras fueran muchos los jóvenes que creyeran en la

posibilidad y conveniencia de la movilidad ascen­

dente y del éxito, esta definición de la juventud ase­

guraba a la sociedad una considerable reserva de afa­

nosos jóvenes resueltos a abandonar el pasado, a

aprender rápidamente las técnicas de la nueva socie­

dad, convencidos de que a ellos mismos les convenía

trabajar mucho, y sostenidos incluso en la pobreza por

fantasías de éxito y suerte y de una mano que les

ayudaría en el porvenir. Y finalmente, al encauzar

el posible descontento e inquietud hacia la lucha para

mejorar dentro del sistema, esta imagen de la juven­

tud prevenía eficazmente la actividad política de los

jóvenes.

Pero, como todos sabemos ahora, banqueros ama­

bles y dispuestos a ayudar no había bastantes para

105

Page 116: Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 22 1963

todos, ni bastantes negocios prósperos de que adue­

ñarse, ni bastantes encantadoras hijas de jefes para

casarse con ellas. Y, lo que es más importante, la so­

ciedad norteamericana ha cambiado desde los días

de Horatio Alger, de modo que sus puestos más vi­

sibles y prestigiosos no son ya los llamativos pala­

cios de los presidentes de bancos y capitanes de in­

dustria, sino los discretos despachos de acero y cris­

tal de vicepresidentes ejecutivos, asesores técnicos,

científicos industriales e incluso, a veces, de un pro­

fesor universitario con una subvención del Gobierno.

Cada vez en mayor medida, en nuestra sociedad actual,

las antiguas virtudes "empresariales" de economía y

decisión, valor e iniciativa, ya no bastan ; los nuevos

requisitos para el prestigio son por lo menos un título

universitario, un cierto refinamiento personal, com­

petencia técnica especializada, una esposa aceptable y

por lo menos una buena imitación de "auténtico in­

terés por el pueblo". Pero también se ha reducido la

intensidad del impulso hacia la consecución del éxito

y el prestigio. En una época de prosperidad de la clase

media ha disminuido la necesidad de escapar a la po­

breza y las restricciones del suburbio, de la vida en

el campo o entre los inmigrantes, y las gentes se pre­

ocupan más de cómo vivir una vida plena con los bie­

nes que ya poseen, e incluso a veces se preguntan si

todo ello valía la pena del esfuerzo realizado. Hora­

tio Alger y el lema "de los andrajos a la riqueza" son

106

Page 117: Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 22 1963

recuerdo de una época que está desapareciendo rápi­

damente; y con ella está desvaneciéndose también la

imagen de la juventud como un aprendizaje para la

movilidad ascendente.

La definición de la juventud, que en muchos lugares

ha sustituido a esta imagen anterior, es más difícil de

precisar, y resulta también más difícil encontrar un

nombre para ella. Sólo puedo darle la incómoda deno­

minación de imagen de la juventud como cultura de

la juventud, y tratar luego de aclarar lo que quiero

decir. La cultura de la juventud es el conjunto espe­

cial de hábitos, costumbres, papeles y valores de la

juventud considerada como una edad distintiva y apar­

te. En muchas sociedades primitivas la juventud no es

considerada de esta manera ; por el contrario, los ado­

lescentes son considerados como niños grandes o como

adultos jóvenes, no como miembros de un grupo de

los que se espera —simplemente por ser adolescentes—

que se comporten de una manera distinta del modo de

conducirse tanto los niños como los adultos. Pero en

otras sociedades, especialmente en aquellas como la

nuestra en las que el paso de la infancia a la edad

adulta es difícil, se espera que las personas que se en­

cuentran al final de la adolescencia y al comienzo de

la edad adulta se comporten de maneras especiales y

peculiares que son sintomáticas de su edad.

107

Page 118: Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 22 1963

En Norteamérica es probablemente más exacto ha­

blar de muchas culturas de la juventud y no de una

sola, pues bajo este epígrafe hemos de reunir muchos

fenómenos diferentes: jóvenes de 13 a 19 años, es­

tudiantes que sólo se ocupan de lo externo y superfi­

cial, jóvenes disidentes, fanáticos del rock-and-roll, de­

lincuentes juveniles. Pero, al mismo tiempo, todas estas

culturas distintas tienen ciertos rasgos comunes. Tal-

cott Parsons señala la insistencia en el atractivo físico,

la irresponsabilidad, el interés por los deportes, la hos­

tilidad a las cosas adultas; a esta lista añadiría yo

otras características comunes, como, por ejemplo, una

especie de hedonismo del momento, la resistencia a

asumir compromisos a largo plazo, el alto valor dado

a la sensación, la experiencia y la excitación. La des­

cripción por F. Scott Fitzgerald, de Princeton, antes y

después de la primera guerra mundial, fue como el

compendio de una versión anterior, "llameante", de la

cultura juvenil. En nuestros días tenemos versiones más

variadas y contrapuestas, que van desde el atracador

hasta el hipersensible Catclier in the Rye, desde el in-

comprendido James Dean hasta el miembro de aso­

ciaciones estudiantiles dedicado a la diversión y el

deporte. El grupo particular que más interesa al exa­

minar la política entre los estudiantes es lo que po­

dría denominarse la "elite de la juventud", es decir,

los muchachos y muchachas educativamente privi­

legiados que corresponden, en talento e inteligencia,

108

Page 119: Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 22 1963

a los estudiantes políticamente más activos de otras

naciones. Es de este grupo de donde con toda pro­

babilidad saldrán los dirigentes del mañana; y estos

muchachos y muchachas suelen servir de modelos

que imitar a otros estudiantes. Aunque esos estu­

diantes de "elite" suelen ser más capaces de expre­

sión que la mayor parte de sus contemporáneos, a

menudo manifiestan aspiraciones e ideas implíci­

tas en otras versiones de la cultura de la juventud, y

un examen de las opiniones más destacadas de los

estudiantes de "elite" puede servir como resumen

también de las perspectivas de otras culturas de la ju­

ventud norteamericana.

Una de las características sobresalientes de mu­

chos jóvenes de hoy es su evidente falta de interés

profundo por los valores adultos. Gran número de

jóvenes de uno y otro sexo están relativamente ale­

jados de los conceptos del mundo de sus padres, des­

asociados de las ideas anteriores sobre lo que cons­

tituye una vida satisfactoria. A menudo ven el mun­

do adulto con bastante falta de entusiasmo, conside­

rándolo frío, mecánico, impersonal y superespeciali-

zado, carente de las cualidades de dignidad y vitali­

dad que podrían hacer que valiera la pena de entre­

garse a él. Para algunos es muy importante mante­

nerse "frío", y la "frialdad" implica, sobre todo,

falta de entusiasmo. Esto no quiere decir que los

estudiantes sean cínicos o calculadores; en realidad,

109

Page 120: Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 22 1963

la mayor parte de ellos desean que hubiera fines a

los que pudieran consagrarse sin reservas. Cuando

encuentran tales propósitos, suele ser en el extran­

jero, en los países subdesarrollados, que se han con­

vertido en la última frontera y refugio del idealismo

norteamericano. Cuando surge algo como el Cuerpo

de la Paz, es sorprendente el número de los que se mues­

tran dispuestos a incorporarse dejándolo todo. Pero

generalmente, si se muestran entusiasmados por algo,

es por su novia, por su papel en la sociedad teatral

del colegio universitario, por una obra musical o por

un fin de semana con sus amigos. Sin embargo, el

otro lado de la moneda es que estos mismos mucha­

chos y muchachas son sorprendentemente sanos, jui­

ciosos y realistas, probablemente más "adultos" en

muchos sentidos que lo eran sus [ladres a la misma

edad. No son nunca propensos al fanatismo ; en rea­

lidad, tienen unas veces pasmosa conciencia de la

complejidad del mundo. Han leído mucho y están

bien informados; son amables y tolerantes y honrados

en sus tratos con otras personas.

En segundo lugar, me llama la atención la falta

de rebeldía entre los estudiantes universitarios de

hoy. Esto es en cierto modo sorprendente, porque

estamos acostumbrados a pensar que la falta de ad­

hesión ha de significar rechazamiento y rebelión. En

realidad, en los relatos clásicos de rebelión filial, cuan­

do el hijo está en auténtico peligro de verse obligado

110

Page 121: Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 22 1963

a ser como su padre, se rebela antes que aceptar esta

definición de sí mismo. Pero muchos muchachos y

muchachas de hoy simplemente no* ven la posibilidad

de ser como sus padres; el mundo de los padres está

tan lejano, es tan diferente, que ni tienta ni ame­

naza al joven; y por ello rara vez es necesaria la re­

belión. Por el contrario, muchos jóvenes muestran

una conmovedora comprensión de los a menudo va­

cilantes esfuerzos de sus padres por aconsejarles y

asesorarles. También los padres suelen percibir, de

alguna manera, que ellos mismos han quedado anti­

cuados para sus hijos, y esta conciencia les hace rea­

cios a tratar de imponer sus propios valores. El re­

sultado es una especie de acuerdo tácito entre las

generaciones para no inmiscuirse una en los asuntos

de la otra.

Semejante acuerdo crea nuevos problemas, sin em­

bargo, y nos lleva directamente a otra característica

de muchos estudiantes, su falta de /¿garas paternas

admiradas. Nuestros héroes literarios modernos rara

vez tienen padre; o cuando tienen padre biológico,

éste es presentado como una persona débil, ineficaz,

ausente o incapaz de alguna otra manera, de desem­

peñar el papel psicológico tradicional del padre como

ejemplo. Piénsese en Augie March o Holde.il Caul-

field, o en los héroes de las obras de Arthur Miller

y Tennessee Williams, o recuérdense los tipos inter­

pretados por Jimmie Dean. Ninguno de estos jóve-

111

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nés tiene un padre que pueda servir como modelo o

incluso como objetivo de la rebelión; ni encuentra,

como los héroes de Horatio Alger, un sustituto ejem­

plar. Aqui creo que la literatura actual no hace más

que presentar la vida real amplificada. A veces se

oye a los estudiantes lamentarse de que sus padres

no les den una orientación autorizada: "Sólo con que

me dijeran lo que ellos piensan que debiera hacer."

Los jóvenes desean y necesitan modelos, tanto posi­

tivos como negativos, y requieren adultos mayores

que sean como guardianes de su identidad mientras

está todavía indecisa. Cuando esos modelos y guar­

dianes faltan, el joven se siente con razón defraudado.

Otra característica de muchos estudiantes —y aquí

nos acercamos más a la política— es un difuso sen­

timiento de impotencia social. Esto afecta a la polí­

tica, desde luego, pero se extiende bastante más allá,

hasta el punto de que muchos jóvenes se sienten in­

capaces de encauzar o dirigir más que los aspectos

más personales e inmediatos de su vida. El mundo

parece ser un lugar inestable y caótico; los indivi­

duos parecen ser víctimas de colosales e impersona­

les fuerzas históricas que rara vez pueden ser com­

prendidas y jamas controladas.

La respuesta más común a este sentimiento de im­

potencia social es lo que David Riesman ha llamado

particularismo. Los jóvenes generalmente destacan y

aprecian precisamente aquellos sectores de la vida

112

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que están más alejados de la sociedad en sentido

amplio, y por ello parecen más manejables. Consi­

dérese la cuestión de la familia: la mayor parte de

los jóvenes desean familias numerosas, se casan an­

tes que en el pasado, están dispuestos a trabajar mu­

cho para crear familias felices, y a menudo valoran

la intimidad familiar mucho más que un trabajo sig­

nificativo. 0 recuérdese, análogamente, el valor que

muchos jóvenes dan al ocio: su deseo de aprender

a pasar del modo más ventajoso su tiempo libre, de

encontrar puestos de trabajo con buenas vacaciones

en zonas en las que el tiempo libre pueda pasarse

agradablemente. Conozco en realidad a varios jóve­

nes decididos a trabajar en su tiempo libre con una

intensidad que faltará en su trabajo propiamente di­

cho. En estos dos sectores vemos una búsqueda de

estilos privados de vida que sean previsibles y con­

trolables.

En estrecha relación con el particularismo está el

acortamiento del período de tiempo. La forma más

extrema de esta tendencia se encuentra en la insis­

tencia de los "jóvenes disidentes" en las satisfaccio­

nes del momento, rehusando casi totalmente tener en

cuenta compromisos pasados o consecuencias futuras.

En forma bastante menos psicopática, muchos jóvenes

dan preferencia a las actividades y a los intereses que

pueden disfrutarse por sí mismos y en el presente.

La decadencia de la ética protestante ha acarreado

113

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prácticamente la desaparición de la idea del trabajo

de toda una vida, de los objetivos y satisfacciones

a muy largo plazo de anteriores generaciones de

norteamericanos. Pocos jóvenes tienen en su vida

objetivos para plazos superiores a unos pocos años;

la mayoría no ve más allá de la escuela graduada;

y muchos se dejan llevar a la carrera futura, en vez

de elegirla activa o conscientemente.

En general, pues, muchos estudiantes tienen lo que

podría denominarse un culto de la experiencia, en el

que se subraya, como dijo un estudiante, "el máximo

número posible de experiencias de los sentidos". En

realidad, parte de la fascinación que sobre los estu­

diantes ejerce la "generación disidente" reside en la

búsqueda sin trabas de estímulos, de una intensi­

ficación de la experiencia privada y actual hasta

grados casi insoportables. Pocos estudiantes llegan

tan lejos, aunque puedan ir en motocicleta, frecuen­

tar los cafés y dejarse barba. Pero se buscan también

otros tipos de experiencia privada menos asociales

que la velocidad, el sexo y los estimulantes: el goce

de la naturaleza, lo privado del amor erótico, la

compañía de los amigos, todo esto ocupa un lugar

análogo en la jerarquía de los valores.

En el mejor de los casos, semejante cultura de la

juventud tiene importantes virtudes tanto para el indi­

viduo como para la sociedad, proporcionando lo que

Erik Erikson llama una "moratoria psico-social"; es

l i 4

Page 125: Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 22 1963

decir, un período sancionado durante el cual el joven

puede decidir cómo, cuándo e incluso si se adaptará

a la sociedad. Y, sobre todo, proporciona una etapa

de transición entre la infancia y la edad adulta, tiem­

po para que se desarrolle un sentimiento de identidad

personal que enlace el problemático pasado indivi­

dual, social y nacional con el incierto futuro, y que

se espera permitirá al joven elaborar sus propias

normas para el compromiso y la acción. Así, la de­

finición de la juventud como cultura de la juventud

ayuda al joven a afrontar las tensiones y esfuerzos

creados por los cambios sociales rápidos, y, al mis­

mo tiempo, a que lo haga de una manera enteramente

apolítica que no haga oscilar la nave social o po­

lítica.

Naturalmente, el paso del aprendizaje a la cultura

de la juventud está lejos de ser un hecho consumado.

En muchos colegios universitarios, especialmente en

aquellos cuyos estudiantes proceden fundamentalmente

de la clase trabajadora y de la clase media baja,

los aprendices todavía dominan la escena. E incluso en

los llamados colegios selectos, algunos estudiantes ven

todavía su educación como un pasaporte profesional

y se resisten a incorporarse tanto a la cultura juvenil

como a la empresa académica. Además, como suge­

riré más abajo, creo que estamos asistiendo a la

aparición de todavía una tercera concepción de la

juventud, que difiere tanto del aprendizaje como de

115

Page 126: Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 22 1963

la cultura juvenil. Así, la transformación de las imá­

genes de la juventud es compleja y no está en modo

alguno terminada.

Tampoco pretendo dar a entender que los jóvenes

corresponden simplemente a una u otra de estas dos

imágenes de la juventud: la del aprendizaje o la de

la cultura juvenil. Ello equivaldría a dejar a un lado

lo que constituye probablemente el hecho fundamen­

tal en lo que se refiere a la mayor parte de los es­

tudiantes: su ambivalencia ante su propia juventud.

Mucho se ha dicho y escrito acerca de la ambivalen­

cia de las personas mayores frente a los adolescentes:

la mezcla de envidia, respeto, temor, excitación, exa­

geración y esperanza con que los no jóvenes ven siem­

pre a la generación más joven. Pero se ha hablado

mucho menos de la ambivalencia de los jóvenes ante

sí mismos, de su fluctuación entre una visión de sí

mismos como participantes libres e inquietos en la

más irresponsable de las culturas juveniles, y la ima­

gen alternante de ellos mismos como serenos y dedi­

cados aprendices de ciudadanos. En realidad, hay una

viva controversia entre los observadores que ven una

juventud norteamericana bravia e irresponsable y los

que sólo ven el lado deferente y conformista de la

juventud.

Lo que sucede, en mi opinión, es que estos obser­

vadores ven las dos caras de una misma moneda,

tomando la parte por el todo. Esa simplificación ex-

116

Page 127: Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 22 1963

cesiva es especialmente difícil de evitar porque los

mismos jóvenes presentan ahora una cara y luego

otra, sosteniendo siempre que no ocultan nada. No

es que deliberadamente engañen a las personas ma­

yores respecto a los que ellos son; por el contrario,

cuando un muchacho o una muchacha se halla con

representantes del mundo de los adultos (profesores,

sacerdotes, funcionarios de admisión, encargados de

encuestas) no sólo actúa como un futuro ciudadano

norteamericano, sino que realmente se siente así. Y

los mismos jóvenes, en otras circunstancias —cuando

están con amigos, en Fort Lauderdale o Newport, en

cafés universitarios, asociaciones estudiantiles o resi­

dencias universitarias—, se sienten realmente como

tunantes, disidentes, etc. Pero en cada una de estas

posturas existe algo de la misma ambivalencia, a

pesar de la frecuente insistencia del joven (con una

característica combinación adolescente de ambivalen­

cia e intolerancia para la ambivalencia) en que la

moneda sólo tiene una cara.

Por muy complejas, cambiantes y ambivalentes que

sean estas definiciones de la juventud, tienen en co­

mún una indiferencia fundamental frente a lo políti­

co. En realidad, no se limitan a sugerir indiferencia

frente a la política ; hacen que resulte prácticamente

anormal que un joven criado en un ambiente ordi­

nario de clase media se ocupe apasionadamente de

cuestiones nacionales o internacionales. No es sor-

117

Page 128: Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 22 1963

préndente que los pocos jóvenes que violan la pro­

hibición de la política implícita en estas imágenes

procedan de medios atípicos: por lo general de fami­

lias europeas que han inmigrado recientemente o de

familias de clase alta capaces de resistir a las cos­

tumbres norteamericanas dominantes. Tampoco es

sorprendente la serie de costumbres que refuerzan

y sostienen la actitud apolítica de los estudiantes nor­

teamericanos. Entre estos hábitos que sirven de re­

fuerzo hay dos que me parecen especialmente im­

portantes hoy : lo que suele denominarse política del

recinto universitario y lo que a menudo se denomina

el legado del maearthismo. Estas dos cosas suelen

ser erróneamente interpretadas.

El primero de estos términos, tal y como lo uti­

lizan la mayor parte de los norteamericanos, se re­

fiere fundamentalmente a la política intramural de la

vida estudiantil norteamericana: las disputas por las

elecciones a representantes de los estudiantes y a los

consejos jurídicos estudiantiles, por el papel del de­

cano de las estudiantes y por el tradicionalmente más

enfadoso de los problemas de los colegios universi­

tarios, el de los horarios en las residencias femeninas.

Así, la denominación de "político del recinto uni­

versitario" es un término ligeramente peyorativo para

designar a la persona que aspira a manipular las

facciones dentro del recinto universitario y rara vez

se aplica a un joven interesado en cuestiones polí-

118

Page 129: Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 22 1963

ticas más amplias. En realidad, las cuestiones sus­

tanciales de la política intrauniversitaria rara vez se

asemejan a los temas de lo que en adelante llamaré

"verdadera política", es decir, el interés activo en

cuestiones estatales, nacionales e internacionales. Pero

teniendo en cuenta las semejanzas externas (en am­

bos casos hay elecciones, decisiones, partidos, candi­

datos, campañas y parlamentos), la política intra­

universitaria suele ser considerada como una "pre­

paración para la democracia", para la responsabilidad

política en los años venideros. En realidad, sin em­

bargo, creo que la política del recinto universitario

sirve para apartar insensiblemente de la verdadera

actividad política.

La política del recinto universitario suele quitar

energía de la actividad política verdadera, lo mismo

que, entre los adultos, las discusiones apasionadas

acerca de nuevas carreteras, emisiones de bonos es­

colares o la fluoruración del agua distraen la aten­

ción de más urgentes y decisivos asuntos nacionales

e internacionales. Una vez que las energías de mu­

chachos y muchachas se encauzan hacia cuestiones

tales como las relaciones entre los miembros de las

asociaciones estudiantiles y los no miembros o los

horarios en las residencias femeninas, rara vez re­

sulta fácil encauzarlas de nuevo hacia cuestiones más

generales. Los temas que preocupan a los estudiantes

son a menudo de bastante importancia, pero de lo que

119

Page 130: Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 22 1963

se trata es de que esa política intrauniversitaria es

a menudo un sucedáneo —más que un complemento—

de los intereses verdaderamente políticos.

Pero la llamada política estudiantil es un disuasivo

de la verdadera política por otra razón más impor­

tante: implícitamente sugiere que los individuos no

son capaces de adoptar decisiones importantes rela­

tivas al bien general. Para aclarar bien esto, supon­

gamos que bajo la apariencia de "preparación para

la democracia" tratamos de convencer a una genera­

ción de jóvenes norteamericanos de que carecen de

la sabiduría necesaria para adoptar decisiones polí­

ticas, y de que esa sabiduría sólo la poseen funcio­

narios de toda competencia. Sería difícil encontrar

un sistema mejor que la política estudiantil. Empe­

zaríamos en la escuela graduada dejando poco a poco

a los estudiantes todas las pequeñas decisiones con

las que las personas mayores no quieren tener que

molestarse: bailes, elecciones, venta de bonos, etc. Al

mismo tiempo, sin embargo, todas las decisiones im­

portantes las reservaríamos para las personas mayo­

res, reunidas en consejo secreto en la Reunión Sema­

nal de Profesores o en sesión privada de la Junta

Rectora. Para tener la seguridad de que se producía

un sentimiento completo de incompetencia, haríamos

que todas las decisiones de los estudiantes, por tri­

viales que fueran, estuvieran sujetas a revisión por

algún organismo superior formado por adultos. Creo

120

Page 131: Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 22 1963

que con estas técnicas podríamos crear en todos los

estudiantes, exceptuando los más independientes y de

más fuerte voluntad, un impalpable sentimiento —qui­

zá más efectivo por el hecho mismo de no exponerse

nunca claramente— de que eran incapaces de adop­

tar decisiones que no fueran las más triviales, e

incluso éstas sólo si estaban sujetas a revisión por

una autoridad superior. Una generación así formada

se sentiría impotente e indefensa ante las cuestiones

importantes y estaría inclinada a dejar los asuntos

verdaderamente políticos - las cosas que realmente

importan—- en manos de superiores, ya sean el Rec­

tor, el Decano, el Pentágono o el Consejo de Segu­

ridad Nacional. En pocas palabras: la política es­

tudiantil es con demasiada frecuencia un sustitutivo

de la verdadera política en vez de ser una adición

a la misma; sutilmente convence a los estudiantes

de que son incapaces de abordar las principales cues­

tiones relativas al bienestar y a la supervivencia na­

cionales, cuestiones que en último término les afec­

tan mucho más profundamente que la mayor parte

de las cuestiones universitarias.

Otro factor que conspira con nuestras imágenes

apolíticas de la juventud —y que en realidad es re­

forzado por ellas— es el temor que ha quedado del

período de McCarthy. Cuando se menciona ese te­

mor solemos pensar en un joven que rehusa tomar

parte en alguna actividad política en la que cree por

121

Page 132: Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 22 1963

lemor a que "conste en sus antecedentes" y con pos­

terioridad sea "utilizada contra él". En realidad, sin

embargo, creo que el temor a la represalia ulterior

es pequeño en comparación con ese especial temor

norteamericano al propio idealismo e inocencia, so­

bre el cual se reflejaron las "revelaciones" del pe­

ríodo de McCarthy. Los norteamericanos, especialmen­

te los hombres, han tenido siempre temor a ser un

"primo", a ser "embaucado" o "engañado", a con­

vertirse en el instrumento involuntario e inconsciente

de la voluntad de otro.

Así, las "revelaciones" hechas por los dedicados a

denunciar rojos y su mundo de "inocentes incautos",

de "organizaciones subversivas disimuladas", "ins­

trumentos inconscientes", "seudorrojos", "víctimas in­

fortunadas", etc., activaron en muchos jóvenes norte­

americanos el temor, no demasiado latente, de que

su idealismo, inmadurez, sensibilidad o inocencia pu­

dieran llevarles a ser engañados fácilmente. Cuando

los estudiantes dan razones para negarse a firmar

peticiones políticas con las que están plenamente de

acuerdo, suelen citar sus dudas respecto a quienes

respaldan y patrocinan la petición, preocupándose por

el uso que pudiera hacerse de sus nombres. Es un

error suponer que estos estudiantes piensan en fu­

turas investigaciones políticas; más bien se trata de

que en una época de interpretaciones de la historia

como conspiración, todos, con excepción de los más

122

Page 133: Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 22 1963

resueltos o insensibles, tiemblan ante la idea de que

también ellos puedan convertirse en peones de esa

conspiración. Ante estas irritantes dudas y en la im­

posibilidad de estar jamás seguro de las credencia­

les de cualquier petición, individual o colectiva, la

inacción es a menudo el rumbo más seguro y fácil.

Pero al seguir este rumbo, los muchachos y mucha­

chas no hacen más que confirmar la imagen de la

juventud que considera en cierto modo "antiamerica-

na" la actividad política juvenil.

Teniendo en cuenta estas imágenes apolíticas de la

juventud y los temores y distracciones que las han

sostenido, no es de extrañar que hasta recientemen­

te haya habido pocas luces que deshicieran la oscu­

ridad política en la mayor parte de las universidades

norteamericanas. Es cierto que en los años treinta hu­

bo destellos de grupos políticos del ala izquierda en

colegios universitarios metropolitanos y de "elite",

pero el número total de sus miembros fue pequeño ;

y aunque los estudiantes que intervinieron poseían

más talento y capacidad de expresión de los que co­

rrespondían a su número, encontraron escasa respues­

ta entre la mayoría de sus compañeros. Además, el

ardor incluso de estos estudiantes fue encauzado pri­

meramente hacia la guerra y luego moderado por la

guerra fría, de modo que hacia 1950 habían des­

aparecido de la mayor parte de las universidades nor­

teamericanas los grupos izquierdistas. El período de

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Page 134: Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 22 1963

McCarthy no produjo ninguna protesta política estu­

diantil, aunque los estudiantes, como colectividad, eran

mucho mas opuestos a la indiscriminada persecución

de rojos que la población en general. Tampoco fue­

ron una verdadera excepción organizaciones estudian­

tiles como los Jóvenes Republicanos y los Jóvenes

Demócratas. Pequeños como eran estos grupos, el

pretendido número de sus miembros estaba aumen­

tado por miembros inactivos que ingresaban en bus­

ca de una actividad ajena a los estudios ¡tara los no

deportivos ; y entre sus miembros activos había un

número desproporcionado de antiguos polemistas y

futuros abogados, incluyendo no pocos que buscaban

un aprendizaje prepolítico y pases gratuitos para la

próxima Convención Nacional.

En los dos años últimos, sin embargo, ha habido

signos de creciente actividad política en cierto nú­

mero de universidades. Y aunque lie de subrayar

de nuevo que, en comparación con lo usual en el

extranjero, el número de los estudiantes que inter­

vienen es muy escaso, tienen interés tanto por la

atención sin precedentes que reciben como por su po­

sible papel anunciador de cosas venideras. Los dos nue­

vos grupos más visibles son las organizaciones dere­

chistas generalmente asociadas con los Young Ame­

ricans for Freedom (Y.A.F.), y los grupos, general­

mente del ala izquierda, organizados alrededor de

cuestiones aisladas, como la integración racial, el

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Page 135: Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 22 1963

desarme y los juramentos de lealtad. Está general­

mente admitido que los grupos del ala derecha en­

cuentran menos apoyo entre los estudiantes que los

grupos formados alrededor de una sola cuestión, y

que no son siempre creaciones estudiantiles espon­

táneas. Pero basándome en un conocimiento muy po­

co sistemático de esos grupos derechistas y de su li­

teratura, y en uno o dos estudios actuales de sus

miembros, creo que están llevando a la actividad po­

lítica a una clase de juventud que antes era política­

mente inactiva, a un tipo que podemos llamar el del

aprendiz desplazado.

Esos estudiantes siguen viendo el colegio univer­

sitario y la juventud en términos de una imagen

antigua, como aprendizaje. En los colegios de artes

liberales, sin embargo, cada vez menos encuentran

horarios que aprender de memoria o mapas del ca­

mino por recorrer, pero quedan sometidos en cambio

a intensa presión para que se entreguen a la cultura

juvenil o a la empresa académica misma. Frecuente­

mente proceden de pequeñas ciudades conservadoras;

y las enseñanzas y los sacrificios de sus padres les

han inculcado una manera de ver y un carácter que

les hubieran servido bien para la movilidad ascen­

dente en la antigua sociedad, más empresarial. En

muchos colegios de artes liberales, estos estudiantes

se encuentran ahora en minoría, contemplados con

perplejidad por sus compañeros y profesores; ade-

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Page 136: Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 22 1963

más, suelen ver que el prestigio y los galardones aca­

démicos van a los estudiantes más sensibles, inqui­

sitivos y \de inclinación interpersonal. La escena po­

lítica en sentido amplio también les afecta ; durante

la Administración Eisenhower aún parecía haber si­

tio para ese espíritu en los consejos de gobierno y

poder; pero la Administración Kennedy, rodeada de

falanges de profesores universitarios, parece indicar

que están contados los días del empresario a la an­

tigua. Desde varios puntos de vista, el aprendiz des­

plazado se enfrenta con la desagradable alternativa

de aceptar el juicio de su colegio universitario y, por

extensión, de su sociedad, que le califican de anti­

cuado o, en caso contrario, de encontrar un medio

de repudiar los valores y las personas que le consi­

deran pasado de moda.

Un grupo como los Y.A.F. parece ofrecer una so­

lución a algunos de esos estudiantes. Por una parte,

les ofrece un lugar donde reunirse con otros mucha­

chos y muchachas animados del mismo espíritu y un

sentimiento de pertenencia a un grupo respaldado

por personas poderosas y que tiene un aire de cons­

piración. Pero más importante es el hecho de que

la ideología de un grupo como el Y.A.F., que ascé­

ticamente pide el retorno a una Norteamérica más

pura, fuerte e inflexible, da al aprendiz desplazado

una voz para repudiar a los "blandos" liberales, pro­

fesores universitarios, burócratas y otros que resu-

126

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men la nueva América en la que él resulta caracte-

rológicamente anticuado. Y no es lo menos importante

el que la pertenencia a un grupo así permite al es­

tudiante de formación conservadora mantener y re­

forzar su lealtad a sus padres y a su ciudad natal

y quizá incluso pensar en volver a su localidad para

presentarse a las elecciones en una candidatura con­

servadora.

Pero si la llamada derecha resurgente puede ser

parcialmente comprendida en términos de definiciones

norteamericanas tradicionales de la juventud, los gru­

pos formados alrededor de una cuestión aislada y que

son más prominentes en la mayor parte de los re­

cintos universitarios, no se ajustan a estas definicio­

nes, l 'ara comprender estos grupos hemos de expo­

ner una tercera definición norteamericana de la ju­

ventud, que sólo ahora está empezando a adquirir

forma y cuyo porvenir es incierto. Esta nueva concep­

ción de la juventud, que denominaré "académica",

tiene como carácter distintivo una dedicación al in­

telecto, al conocimiento, al saber y a la empresa aca­

démica, relativamente sin precedentes en anteriores

generaciones universitarias norteamericanas. Al mis­

mo tiempo, implica en la generación una considerable

conciencia de sí misma —conciencia de sí mismo

como miembro de un grupo de determinada edad, en

cierto modo como en el caso de la cultura de la ju­

ventud— y también una aceptación básica de los va-

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lores tradicionales de nuestra sociedad: de esos va­

lores que aunque no siempre puestos en práctica por

padres y mayores son por los menos predicados.

La aparición de la imagen académica de la juven­

tud es en parte una consecuencia de la transformación

misma del grupo estudiantil. Al hacerse más severas

las normas de ingreso, la calidad de los solicitantes

mejora también, de modo que son cada vez más nu­

merosos los estudiantes que llegan al colegio univer­

sitario con buena preparación y ya dedicados a los

valores y vicios de la colectividad académica, más

auténticamente interesados en conseguir una educación

(si es necesario sólo por la educación misma), menos

pacientes tanto con el vocacionalismo como con las

asociaciones estudiantiles. La mayor parte de los pro­

fesores sostendrán que estos estudiantes se encuen­

tran aún en minoría; pero son una minoría crecien­

te que en algunos colegios universitarios será pron­

to mayoría. Su nivel de refinamiento y conciencia de

sí es sumamente elevado, probablemente más elevado

que el de cualquier otro grupo universitario anterior ;

y aunque no están inmunizados frente a las presiones

que se oponen a la actividad política en este país,

poseen al mismo tiempo un conocimiento más rea­

lista de la importancia que las cuestiones naciona­

les e internacionales tienen para su propio porvenir

y para el de su generación.

Es cierto que los puntos de vista de esos estudian-

128

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tes no son necesariamente políticos. A menudo, sus

intereses son más bien estrictamente académicos; y en

algunos casos la subida en la escala de la especiali-

zación y el ascenso académico sustituye simplemente

a formas más antiguas del esfuerzo por crearse una

posición, dejando poco tiempo para la política. Y

cuando están políticamente comprometidos, esos estu­

diantes académicos son rara vez radicales o revolu­

cionarios; más bien están interesados en valores nor­

teamericanos fundamentales e irreprochables como la

paz, la igualdad y la libertad. Sus diferencias con sus

padres son rara vez por cuestiones de valores funda­

mentales, sino más bien por la puesta en práctica de

estos valores, como en el caso de los estudiantes ne­

gros que participan activamente en el movimiento por

conseguir la integración racial, que han sorprendido

a dirigentes negros de más edad —entre ellos sus

propios padres— al tratar de alcanzar en la prác­

tica los derechos que sus mayores habían afirmado

siempre pero que nunca se habían atrevido a exigir.

Y, por último, el estilo político distintivo de tales

estudiantes es moderado, reflexivo, cauteloso, intelec­

tual e incluso pedantesco.

Únicamente algunos, y quizá sólo unos pocos de los

estudiantes activos en los grupos formados alrededor

de una sola cuestión se ajustan a esta imagen; pero

son suficientes, en mi opinión, para matizar el estilo

de estos grupos. Se ve la moderación de esos estu-

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diantes en sus piquetes de propaganda y peticiones

en vez de protestas y manifestaciones ; en sus grupos

cuidadosamente organizados de estudio y discusión ;

en sus debates, en los que ceden la tribuna a sus

adversarios ; y sobre todo en la no violencia y auto­

dominio del movimiento negro por la integración. Ta­

les estudiantes se resisten a los esfuerzos por organi-

zarlos al servicio de algún programa ideológico ge­

neral, de modo que los intentos de los grupos radicales

por captar el movimiento estudiantil pro paz o el

movimiento negro pro integración han fracasado es­

trepitosamente. Y el estilo académico de esos estu­

diantes se manifestó durante la reciente Marcha de

la Paz a Washington en su esfuerzo primitivo (aun­

que no siempre con éxito) por presentar argumentos

cuidadosamente estudiados y razonados a los miem­

bros del Congreso y a los funcionarios del Gobierno.

La reciente actividad política de los estudiantes

"académicos" obedece a diversos factores. Por una

parte, el número de esos estudiantes está aumentando,

de modo que la reserva de los estudiantes que tie­

nen un conocimiento inteligente de la "verdadera po­

lítica" es ahora mayor. Y, por otra parte, el relativo

éxito y moderación del movimiento negro ha estimu­

lado a estudiantes blancos del Norte a apoyar activi­

dades que, una vez iniciadas, eran fácilmente encau­

zadas hacia otros movimientos, como los grupos pro

desarme y opuestos al Comité de Actividades Anti-

130

Page 141: Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 22 1963

americanas de la Cámara de Representantes. Pero

más importante ha sido el cambio de Administración

en Washington. A diferencia de su predecesora, la

Administración Kennedy se ha mostrado solícita de

la buena opinión de los futuros electores y sensible

a las manifestaciones estudiantiles, por lo menos en

la medida de "simbólicas" jarras de café, si no de

cambios de política. Y lo más decisivo para los es­

tudiantes de la variedad académica ha sido la pre­

sencia de cierto número de personalidades académi­

cas, académicamente respetadas, entre el personal del

Presidente. Si el aprendiz empresarial encontraba jus­

tificación para la inactividad en la ética de campo

de golf del régimen Eisenhower, el estudiante aca­

démico encuentra un estímulo para la actividad en la

mentalidad de sala de profesores de Harvard del sé­

quito inmediato de Kennedy. Ni siquiera el fútbol

del Clan Kennedy, que es para este estudiante aca­

démico un incómodo recuerdo de su propia falta de

proezas deportivas, amortigua su esperanza de que

los de su clase puedan tener todavía algo que decir

en Washington.

Pero a pesar de todo el interés y la publicidad que

los nuevos activistas políticos han suscitado (y bus­

cado) en las universidades norteamericanas, persiste

el hecho de que son pocos los estudiantes que in-

131

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tervienen y de que la mayor parte de ellos están con­

centrados en algunas de las instituciones más selec­

tivas, como California, Harvard, Michigan, Antioch, etcétera. La gran mayoría —en los colegios univer­

sitarios "selectos" más del noventa por ciento, y en la

mayor parte de los colegios universitarios probable­

mente más del noventa y nueve por ciento— se man­

tiene sin intervenir en la verdadera política, excep­

tuando quizá la pertenencia formularia a la rama

local de los Jóvenes Republicanos.- Por ello, al con­

siderar el futuro de la política estudiantil, la cues­

tión decisiva es la de si estas "masas inertes" están

destinadas a hacerse más activas de lo que han sido

tradicionalmente.

El porvenir, naturalmente, es algo que está deter­

minado por hombres y grupos de hombres. Y de ello

se desprende que la forma del futuro no es mera­

mente algo sobre lo que se pueden hacer suposiciones,

sino algo que, si tenemos esperanzas, puede ser mol­

deado de acuerdo con estas esperanzas. Hay muchos,

naturalmente, que esperan que la juventud norteame­

ricana siga desinteresada de la política. Se dice que

la apatía política previene los movimientos radica­

les de la juventud que causan preocupaciones a otros

gobiernos; y en términos sociológicos más refina­

dos, esencialmente el mismo argumento se expresa

en términos de estabilidad social y solidaridad social.

Probablemente es ya obvio que mis propias esperan-

132

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zas son distintas. Por una parte, veo poca probabi­

lidad de que los estudiantes norteamericanos desem­

peñen nunca un papel radical, y mucho menos revo­

lucionario, en nuestra sociedad. Y aunque lo hicie­

ran, ello estaría lejos de ser una calamidad, dada

la falta casi total de crítica radical o fundamental

de la sociedad norteamericana en la actualidad. Por

el contrario, más me impresionan los peligros de la

inactividad, la ignorancia y la indefensión políticas,

especialmente en una era en que el porvenir de la

civilización y de la vida misma depende de unas po­

cas palabras pronunciadas ante un teléfono en las

Montañas Rocosas o en los Urales. En tiempos así, el

máximo peligro no es el fermento estudiantil, sino la

renuncia a preocuparse de la forma del mundo en

sentido amplio, la delegación de la responsabilidad

de la supervivencia en los expertos, en los especia­

listas de armamento, en los generales e incluso en los

presidentes y sus asesores académicos.

Más importante, pues, que hacer conjeturas acerca

del porvenir de la política estudiantil es el esfuerzo

por sugerir medios de aumentar el interés y la ac­

tividad de carácter político en los recintos universi­

tarios. Y aquí la comunidad académica parece estar

destinada a desempeñar un papel principal. Señalé an­

tes que la forma y el estilo de la definición "académi­

ca" d". la juventud estaban aún por determinar. Lo

mismo que los equivalentes reales de los banqueros

133

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de Horatio Alger contribuyeron a formar el concep­

to de aprendizaje, y lo mismo que el grupo de los

iguales y los medios de información en gran escala

contribuyeron a definir la cultura de la juventud,

así los miembros de la colectividad académica des­

empeñarán un papel especialmente importante en la

formación de los puntos de vista del nuevo estudiante

"académico", determinando entre otras cosas la me­

dida en que estos estudiantes considerarán cosa apro­

piada y necesaria en su vida la preocupación y la

actividad políticas.

Aquí, los profesores pueden hacer varias cosas.

Por una parte, creo que debemos poner en duda

cada ve/ más nuestra tradicional oposición norteame­

ricana a la "ideología". Desde luego, todos estamos

en contra de un dogmatismo estrecho y ciego; pero si

por "ideología" entendemos meramente un programa

político coherente que abarca muchos sectores de la

sociedad, entonces el sentido común impone que se

aborde "ideológicamente" la política. Todos los da­

tos recientes de las ciencias sociales sugieren lo di­

fícil que es resolver las cuestiones aisladamente. Ocu­

parse de una sola cuestión a la vez es como si el

médico decidiera tratar sólo los síntomas externos de

una enfermedad, o si el psiquíatra se comprometiera

a discutir sólo las manifestaciones de una neurosis

en el momento actual. Las cuestiones sociales y po­

líticas son complejas y tienen entre sí relaciones com-

134

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plejas; y a veces la mejor manera de aliviar un pro­

blema es hacer caso omiso de él y abordar otro.

El comprometerse a abordar una sola cuestión o la

oposición inflexible a la "ideología" equivale con de­

masiada frecuencia a comprometerse a la ineficacia o

a la oposición a una curación radical.

En segundo lugar, y a un nivel muy diferente, puede

hacerse mucho más para alentar a los estudiantes a

comprender su propia posición en el mundo y su pa­

pel en la sociedad. Evidentemente, lo que quiero de­

cir aquí no es que deba instruirse a los estudiantes

acerca de la responsabilidad social y de la perversi­

dad del particularismo. Tales prédicas tendrían el

efecto contrario, aunque sólo sea porque el particula­

rismo es ya una especie de reacción faute de mieux,

una compensación por parte de muchachos y mucha­

chas que abrazarían rápidamente un propósito her­

moso, noble o difícil si pudieran encontrarlo. Tampo­

co quiero decir que deba pedirse a los estudiantes

que sigan más cursos de ciencia política y relaciones

internacionales. En vez de ello, o además, creo que

debe alentarse y ayudarse a los jóvenes inteligentes

a explorar su propia situación y puesto en la socie­

dad, a comprender mejor los conflictos y tensiones

que les acosan, no sólo como individuos, sino como

miembros de una generación, de una nación y en

el siglo xx. Aquí, la mayor parte de los colegios uni­

versitarios hacen demasiado poco, pues en los cursos

135

Page 146: Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 22 1963

relativos a nuestra sociedad y a nuestras motivacio­

nes, a menudo se trata deliberadamente de impedir

todo interés personal, examen de conciencia y aplica­

ción del conocimiento a la propia vida ; es decir, se

trata de impedir esa participación que es lo único

que lleva al verdadero conocimiento. Pero puede ima­

ginarse —en realidad, muchos de nosotros lo hemos

presenciado— que una conciencia real de las fuerzas

psicosociales con que se enfrenta su generación puede

dar a los estudiantes un sentimiento mucho más ele­

vado de sus responsabilidades y poderes políticos.

Y, por último, los profesores deben tener concien­

cia de su creciente papel no sólo como encargados

de transmitir información y técnicas a sus alumnos,

sino como ejemplos personales. Este es un papel que

a la mayoría de los profesores conscientemente des­

agrada, pero los estudiantes ven a sus profesores casi

siempre como héroes o malvados. Incluso el estu­

diante más antiintelectual encuentra entre sus profe­

sores modelos de retirada en la torre de marfil y de

mezquina pedantería que decide no imitar. Pero cuan­

do la sociedad en conjunto carece de adecuados ejem­

plos paternales, aumenta en los estudiantes la ten­

dencia a buscarlos entre sus profesores. Y en los

próximos años, al ser cada vez mayor el número de

los estudiantes que llegan a la universidad ya entre­

gados a intereses y valores académicos, será más pro­

bable que busquen entre sus profesores representantes

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Page 147: Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 22 1963

de la vida (académica) satisfactoria. Menos protegi­

dos de la emulación por el menosprecio de lo "mera­

mente académico" y por una lealtad a la cultura de

la juventud, estarán más propensos a considerar dig­

nos a sus profesores a menos que demuestren no

serlo, y probablemente estarán más inclinados a imi­

tarlos incluso cuando no sean dignos de ello.

Todo esto significa que la colectividad académica

tiene ahora una mayor responsabilidad (indeseada

por la mayor parte de los profesores) en lo que se

refiere a configurar las autodefiniciones e ideales de

la juventud. La colectividad académica tiene dos res­

ponsabilidades que se excluyen recíprocamente y que

llevan a resultados muy diferentes en lo que se re­

fiere a la política estudiantil. Una es la pedantería:

una estrecha concentración en subespecialidades den­

tro de campos rígidamente acotados, la hostilidad a

los intereses generales, a la meditación especulativa

y a los compromisos amplios. A la otra la denomina­

ría yo inteligencia en su mejor aspecto y está carac­

terizada por la preocupación social y política, y por

estar abierta al mundo no académico, que es, des­

pués de todo, la última raison d'être del colegio su­

perior y de la universidad. El que prevalezca una u

otra posibilidad es, a mi parecer, muy importante;

pues lo que está finalmente en juego es nuestra pro­

pia supervivencia personal y la supervivencia de la

civilización en el mundo. No es que estas cuestiones

137

Page 148: Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 22 1963

vayan a ser decididas por las universidades o en las

universidades norteamericanas, ni mucho menos; pe­

ro si se nos da tiempo suficiente, serán decididas en

parte por jóvenes que han asistido a estos centros

de enseñanza. Y lo mismo que pasadas generaciones

de norteamericanos se han ajustado a imágenes an­

teriores de la juventud, así la generación venidera

estará formada por las concepciones de la juventud

y de la vida que estaban a su disposición.

En el peor de los casos podría resultar un estre­

cho academicismo de los jóvenes, aun más intolerante

y maligno por la fusión de la ambición personal y de

un seudopatriotismo que cree que podemos "aprove­

char las fuerzas intelectuales" para derrotar a los

rusos. En el mejor de los casos, una generación aca­

démica podría llegar a ser una generación verdadera­

mente inteligente, animada por el interés público y

guiada por la comprensión política. Ayudando a con­

figurar ese concepto, lo más que los profesores pue­

den hacer (y es mucho) es sugerir posibilidades, man­

tener puertas abiertas, criticar lo falso e ilegítimo y

sostener lo verdadero, y, sobre todo, encarnar en la

propia vida esa preocupación política humana y esa

amplitud de visión social que constituye la marca de

la verdadera inteligencia.

Traducción autorizada por The American Scholar.

© 1962 hy the United Chapters of Phi Beta Kappa.

138

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NOTAS CULTURALE.S

I

Premios Nacionales de Literatura para 1963

CADA primavera, junto con otros premios lite­

rarios que se conceden en los Estados Unidos,

se adjudican también los Premios Nacionales

de Literatura. Estos premios son menciones patro­

cinadas por el Consejo de Editores Norteamericanos

(American Book Publishers), la Asociación de Libre­

ros Norteamericanos (American Booksellers Associa­

tion) y el Instituto del Libro, concedidos a los "libros

más destacados en el año anterior en novela, poesía

y otras obras" escritos por ciudadanos de los Estados

Unidos.

Después que el Jurado ha efectuado sus selecciones,

los ganadores son laureados en la convención anual

de editores, críticos, escritores y libreros en Nueva

York. Este año, como siempre, hubo una gran dife­

rencia de opinión entre los 1.000 representantes de

la industria del libro que asistieron a la convención

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Page 150: Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 22 1963

en cuanto a cuáles eran los mejores libros publicados

en 1962. El Jurado, sin embargo, seleccionó los si­

guientes :

Novela : Morte d'Urban. Primera novela del es­

critor de cuentos J. F. Powers, Morte d'Urban capta

el desarrollo espiritual del padre Urban Roche en

lo que el jurado ha calificado de "un extraordinario

vigor de estilo y sensibilidad" y una notable demos­

tración de la "singular y sutil capacidad del autor

para la novela".

Otras obras: A Leon Edel por Henry James: The

Conquest, oj London y Henry James: The Middle

Years, volúmenes segundo y tercero de una biografía

concluyente proyectada en cuatro de Henry James, no­

velista, escritor de cuentos y ensayista norteameri­

cano que pasó la mayor parte de su vida creadora

en Europa dedicado a describir las tensiones exis­

tentes entre los nuevos Estados Unidos y la vieja

Europa.

Poesía: A William Stafford por Traveling Through

the Dark, un libro de poesía al que la mención del

Premio Nacional de Literatura califica de "límpido,

directo e íntegro... vigoroso y dulce, a la vez..."

Aunque menos conocido que algunos de los otros con­

currentes, como Robert Frost por ejemplo, William

Stafford había ya alcanzado un gran prestigio crítico

por la extraordinaria diafanidad de sus imágenes en

poemas sobre la naturaleza y la humanidad.

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Page 151: Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 22 1963

Il

Premios Pulitzer para 1963

LOS Premios Pulitzer para 1963 resaltaron la me­

moria del difunto William Faulkner, novelista

y Premio Nobel conocido mundialmente, falle­

cido el 6 de julio del pasado año. Los Premios Pu­

litzer, establecidos en 1917 por un legado hecho a

la Universidad de Columbia por el difunto Joseph

Pulitzer, periodista de Nueva York, son anualmente

concedidos por los fideicomisarios de la citada univer­

sidad a propuesta de los directores de periódicos, quie­

nes constituyen el consejo asesor de los Premios Pu­

litzer.

Además del concedido al señor Faulkner, por su

última novela The Reivers, en música y literatura

se adjudicaron los siguientes premios:

Poesía : Pictures From Breughel, del difunto poeta

William Carlos Williams, que falleció el 4 del pasado

marzo.

Música: A Samuel Barber por su Concierto para

Piano No. 1, dado a conocer por primera vez en el

mundo por la Boston Symphony en el Philarmonic

Hall el 24 de septiembre de 1962.

Otras obras: A Barbara W. Tuchman, por The

Guns of August, una narración de los primeros días

de la primera guerra mundial.

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Historia : Wasliington, Village and Capital. 1800-

1878, por Constance McLaughlin Green.

Biografía: Henry James. Volumen II. The Con­

quest oj London. 1870-1881; Volumen III. The Mid­

dle Years. 1881-1895, por Leon Edel.

Los premios, que incluyen también galardones de

periodismo, llevan consigo uno de 500 dólares para

las categorías de letras y música. El Premio Pulitzer

está considerado generalmente como el premio lite­

rario más importante de la actualidad en los Estados

Unidos.

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142

Page 153: Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 22 1963

CRITICA DE LIBROS.

Tres escritores norteamericanos. University oí Min­

nesota. Tomo IV. HERMAN MELVILLK, EDITH WHAK-

TON, GERTRUDE STEIN. Madrid, Editorial Gredos,

1962, 162 páginas, 30 pesetas.

La Universidad de Minnesota concibió la publica­

ción de una serie de folletos {The University of Min­

nesota Pamphlets on American Writers) sobre auto­

res cuya obra les ha dado categoría universal y colo­

cado entre los más importantes del mundo, a fin

de proporcionar a los estudiosos un conocimiento de

esta hoy día importantísima literatura y facilitar su

comprensión.

En el tomo IV de la citada serie se encuentran

estudios sobre Herman Melville, por Leon Howard,

profesor de inglés en la Universidad de California, Los

Angeles; Edith Wharton, por Louis Auchincloss, crí­

tico literario, y Gertrude Stein, por Frederick J. Hoff­

man, profesor de literatura moderna en la Universi­

dad de California, Riverside.

143

Page 154: Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 22 1963

THORP, WII.LARD: La literatura norteamericana en el

siglo XX. Madrid, Editorial Tecnos, 1962, 399 pá­

ginas, .140 pesetas.

Thorp cu esta obra no se limita al estudio de todos

los movimientos revolucionarios que se sucedieron en

la poesía, la novela y el teatro de este siglo, en que

la literatura norteamericana ha llegado a su mayoría

de edad, sino que refleja también el mundo en que

se movieron escritores tan grandes como O'Neill,

T. S. Kliot o Dos Passos, y estudia las causas que

les llevaron a escribir esto o aquello, cerrando su

estudio con un interesantísimo capítulo dedicado a

las guerras de los críticos que dedicaron su vida a

entender y hacer que otros entendieran qué era lo

mejor de la literatura de su época.

FKANK, ISAIAH: El Mercado Común Europeo. Un

análisis de política comercial. Barcelona, Editorial

Hispano Europea, 1962, 372 páginas, 125 pesetas.

Isaiah Frank es un experto de calidad. Profesor

de Economía de la Universidad de Columbia, director

del Office of International Trade y del Office of Inter­

national Financial and Development Affairs del Depar­

tamento de Estado Norteamericano, ha seguido muy

de cerca, desde su gabinete de estudio y representan­

do a su país en reuniones de expertos y en congresos,

144

Page 155: Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 22 1963

el desarrollo del Mercado Común, pudiendo analizar

su impacto sobre los países europeos y sobre la eco­

nomía americana.

Como fruto de sus investigaciones y experiencias nos

ofrece esta obra, en la que realiza un examen muy

ponderado de la política comercial de la Comunidad

Económica Europea, relacionándola con los acuerdos

del G.A.T.T. y del Fondo Monetario Internacional y

del que extrac conclusiones de gran interés para quie­

nes, atentos a las derivaciones que cabe esperar de la

consolidación del Mercado Común, desean estar in­

formados.

BALI., M.: La O.T.A.N. y la cooperación atlántica.

Barcelona, Editorial Hispano Europea, 1962, 4.76

páginas, 165 pesetas.

La O.T.A.N. es mucho más que un tratado para

la defensa de los países atlánticos. Constituye una en­

tente que reúne a los pueblos más poderosos del mun­

do occidental y apunta a establecer unas bases que

garanticen su estabilidad tanto en el orden estraté­

gico como en el ideológico. Esta obra, al ofrecer en

forma sistemática los esfuerzos y realidades produ­

cidos en torno a la alianza atlántica, presta el valio­

so servicio de divulgar unos considerandos y unos he­

chos de la mayor trascendencia para nuestro futuro.

145

Page 156: Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 22 1963

SPF.IER, HANS : Berlín, baluarte de L· libertad. Bar­

celona, Editorial Hispano Europea, 1962, 177 pá­

ginas, 100 pesetas.

Berlín, como explica el autor en este libro, es hoy

mucho más que una gran capital o una numerosa pp-

blación reunida en un punto estratégicamente vul­

nerable. Berlín constituye una avanzadilla del mundo

occidental enclavada en el área de influencia sovié­

tica y, como tal, un símbolo de afirmación de la

libertad, del amor a Dios y del social-capitalismo y

de negación del totalitarismo, que hoy se proyecta dçs-

de Moscú y desde Pekín.

146

Page 157: Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 22 1963

Biblioteca de la Casa Americana

ULTIMAS ADQUISICIONES

Las letras entre paréntesis a continuación del titulo de cada obra indican la biblioteca en que se encuentra el hbro: Madrid (M.), Paseo de la Castellana, 48; Bilbao (Bi.), Buenos Aires, 1; Sevilla (S.), Laraña, 4.

BELLAS ARTES

HOLDEN, Donald: Art career guide; a guidance handbook for art students, teachers, vocational coun­selors, and job hunters. Watson-Guptill, 1961. 275p. (S.)

KREHBIEL, Henry Edward: Afro-American folksongs. Ungar, 1962. 176p. (M.)

ROGERS, Kate Ellen: The modern house, U.S.A.: its design and decoration. Harper, 1962. 292p. illus. (Bi.M.S.)

SCULLY, Vincent Joseph: Frank Lloyd Wright. Bar­celona, Bruguera, 1961. 127p. illus. (Bi.M.S.)

147

Page 158: Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 22 1963

BIOGRAFIA

DALAI LAMA: My land and my people; the me­moirs; of His Holiness the Dalai Lama of Tibet. McGraw-Hill, 1962. 271p. illus. (M.)

FANNING, Leonard M. : Fathers of industries. Lippin-cott, 1962. 256p. illus. (Bi.M.)

HOELTJE, Hubert H.: Inward sky; the mind and heart of Nathaniel Hawthorne. Duke Univ. Press, 1962. 579p. illus. (M.)

LEABO, Karl: Martim Graliam. Theatre Art Books, 1961. 48p. illus. (Bi.)

CIENCIA POLÍTICA

BERLE, Adolf Augustus: Latin America: diplomacy and reality. Harper and Row, 1962. 144p. (Bi.M.S.)

CLOUGH, Wilson Ober: Intellectual origins of Ame­rican National thought. Citadel, 1961. 302p. (M.)

KAZNACHEEV, Aleksander: Inside a soviet embassy; experiences of a Russian diplomat in Burma. Lippin-cott, 1962. 250p. (Bi.M.S.)

PERKINS, Dexter: The American approach to foreign policy. Harvard Univ. Presss, 1962. 247p. (Bi.M.S.)

POWELL, Theodore: Democracy in action; the voices of men in American government and politics. Mac-millan, 1962. 438p. (M.)

148

Page 159: Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 22 1963

ROSS ITER, Clinton L.; Política y partidos en lf¡s Es­tados Unidos. Buenos Aires, Tipográfica Editpra Ar­gentina, 1962. 293p. (Bi.M.S.)

SARTORI, Giovanni : Democratic theory, Wayne State Univ. Press, 1962. 479p. (Bi.M.)

CIENCIA Y TÉCNICA

BEITLER, Stanley: Rockets and your future. Harper, 1961. 141p. illus. (Bi.)

FARB, Peter: The forest. Time, 1961. 192p. illus. (Bi.)

HENNES, Robert G. : Fundamentos de ingeniería del transporte. Barcelona, Reverte, 1963. 549p. (Bi.M.S.)

HOBBS, Marvin: Fundamentals of rockets, missiles and spacecraft. J. F. Rider, 1962. 275p. illus. (Bi.M.)

HYNEK, Joseph Allen: Challenge of the universe. Scholastic Book Services, 1962, I43p. illus. (Bi.S.)

INTERNATIONAL SYMPOSIUM ON SUBMARINE AND SPACE MEDICINE: Man's dependence on the earthly atmosphere: proceedings. Macmillan, 1962. 416p. illus. (M.)

ISRAELSEN, Orson W. : Principios y prácticas del riego. Barcelona, Reverte, 1963. 344p. ¡lus. (Bi.M.S.)

MILNE, Lorus J.: The mountains. Time, 1962. 192p. illus. (Bi.)

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Page 160: Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 22 1963

MURPHY, Glenn: Elementos de ingeniería nuclear. Méjico, Continental, 1962. 251 ilus. (Bi.M.S.)

OVENDEN, Michael W.: Life in the universe, a scientific discussion. Anchor Books, 1962. 160p. Mus. (Bi.M.)

PFEIFFER, John: From galaxies to man; a story of the beginnings of things. Random House, 1959. 234p. illus. (S.)

PFEIFFER, John: The thinking machine. Lippincott, 1962. 242p. illus. (M.)

WAGNER, Philip Lawrence: Readings in cultural geo­graphy. Chicago Univ. Press, 1962. 589p. illus. (BÍ.M.S.)

CIENCIAS SOCIALES

KUNSTLER, William Moses: Tlie case for courage. Morrow, 1962. 413p. (Bi.M.)

LESTER, Richard A.: Análisis de la evolución del sindicalismo norteamericano. Buenos Aires, Biblio­gráfica Omeba, 1962. 155p. (Bi.M.S.)

LINTON, Ralph: Cultura y personalidad. Méjico, Fondo de Cultura Económica, 1959. 157p.. (Bi.M.S.)

MONROE, Donald: How to succeed in community service. Lippincott, 1962. 283p. (M.)

WARNER, William Lloyd: The corporation in the emergent American society. Harper, 1962. 64p. illus. (M.)

150

Page 161: Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 22 1963

ECONOMIA

DREIER, John C. : La alianza para el progreso ; pro­blemas y perspectivas. Méjico, Editorial Novaro, 1962. 188p. ilus. (Bi.M.S.)

FRANK, Isaiah: El mercado común europeo, un aná­lisis de política comercial. Barcelona, Hispano Eu­ropea, 1962. 372p. (BÍ.M.S.)

HEILBRONER, Robert L. : The making of economic society. Prentice-Hall, 1962. 241p. illus. (B.M.S.)

HIGGINS, Benjamin H.: United Nations and U.S. foreign economic policy. R. D. Irwin, 1962. 235p. (Bi.M.)

HOSELITZ, Bert F. : Aspectos sociológicos del des­arrollo económico. Barcelona, Hispano Europea, 1962. 235p. (BÍ.M.S.)

JORDAN, Amos A.: Foreign aid and the defense of Southwest Asia. Praeger, 1962. 272p. (Bi.)

MARK, Shelley Muin: Economics in action; read­ings in current economic issues. Wadsworth, 1962. 462p. (Bi.M.)

ROSTOW, Eugene Victor: Planeamiento para la li­bertad. Buenos Aires, Bibliográfica Omeba, 1962. 450p. (Bi.M.S.)

EDUCACIÓN

CASSIRER, Henry R. : Television teaching today. Paris UNESCO, 1960. 267P. illus. (S.)

151

Page 162: Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 22 1963

DEWEY, John : The child and the curriculum, and the school and society. Univ. of Chicago Press, 1956. 158p. illus. (M.)

GARRATY, John Arthur: A guide to study abroad: university summer school, tour, and work-and-study programs. Channel Press, 1962. 288p. (Bi.M.)

GOOD, Harry Gehman: A history of American edu­cation. Macmillan, 1962. 61 Op. illus. (Bi.M.)

GREEN, Edward J.: The learning process and pro­grammed instruction. Rineharf & Winston, 1962. 228p. illus. (M.)

INTERNATIONAL CONFERENCE ON WORLD EDUCATIONAL PROBLEMS. Education in world perspective. Harper & Row, 1962. 201p. (M.)

KERBER, August: Educational issues in a changing society. Wayne State Univ. Press, 1962. 477p. (M.)

WILLIAMSON, Maude: Aplicación de la tecnología y psicología para el hogar y la familia. Barcelona, Reverte, 1963. 175p. (Bi.M.S.)

WITTICH, Walter Amo: Audiovisual materials: their nature and use. Harper, 1962. 500p. illus. (M.)

HISTORIA Y VIAJES

BARNETT, A.: Communist China in perspective. Praeger, 1962. 88p. (M.)

BIANCHI, Lois: Hawaii in Pictures. Sterling Pub. Co., 1962. 64p. illus. (Bi.)

BOLIN, Luis A.: The national parks of the United States. Knopf, 1962. 105p. illus. (Bi.S.)

152

Page 163: Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 22 1963

DRAPER, Theodore: Castro's revolution, myths and realities. Praeger, 1962. 21 lp. (Bi.M.)

FREDERICKS, Pierce G.: All around New York. Putnam, 1961. lv. illus. (Bi.)

GOODFRIEND, Arthur: My America. Simon & Schus­ter, 119p. illus. (M.)

GRINNELL, George Bird: Pawnee, Blackfoot, and Cheyenne: history and folklore of the Plains. Sc-ribner, 1961. 301p. (M.)

HANCOCK, Ralph: Puerto Rico, a traveller's guide. Van Nostrand, 1962. 204p. (Bi.M.)

HEPBURN, Andrew: Complete guide to northern California. Doubleday, 1962. 160p. illus. (Bi.S.)

SAVELLE, Max: Historia de la civilización Norte­americana, 1607-1961. Madrid, Gredos, 1962. 599p. illus. (Bi.M.S.)

SIPLE, Paul: 90° Polo Sur. Méjico. Herrero, 1962. 376p. ilus. (Bi.M.S.)

SPEIER, Hans : Berlín, baluarte de la libertad. Bar­celona, Hispano Europea, 1962. 177p. (Bi.M.S.)

STERLING PUBLISHING CO.: Puerto Rico in pic­tures. New York, 1962. 64p. illus. (Bi.)

TODD, Lewis Paul : Rise of the American Nation. Harcourt, 1961. 880p. illus. (Bi.M.)

ULANOV, Barry : Seeds of hope in the modern world. Kennedy, 1962. 212p. illus. (Bi.)

153

Page 164: Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 22 1963

LITERATURA

BRADLEY, Edward Culley: The American tradition in literature. Norton, 1962. 1706p. (M.)

CARRILLO, Leo : The California I love. Prentice-Hall, 1961. 280p. illus. (S.)

COX, James Melville: Robert Frost; a collection of critical essays. Prentice-Hall, 1962. 205p. (M.)

GREBSTEIN, Sheldon Norman: Sinclair Lewis. Tway-ne Pub., 1962. 192p. (M.)

HO WELLS, William Dean: Discovery of a genius. Twayne Pub., 1961. 207p. (M.).

THORP, Willard: La literatura norteamericana en el siglo XX. Madrid, Tecnos, 1962. 399p. (Bi.M.S.)

UNTERMEYER, Louis: Modern American poetry. Harcourt, Brace & World, 1962. 701p. (Bi.M.)

MEDICINA

CAMPBELL, Rita R. : Voluntary health insurance in tlie United States. American Interprise, Asso., 1960. 46p. (M.)

The Year book of general surgery 1962 - 63, 634p. (M.S.)

The Year book of medicine 1962-63. 736 p. (M.S.)

The Year book of obstetrics and gynecology 1962-63. 620p. (M.S.)

The Year book of pediatrics 1962-63. 507p. (M.)

The Year book of radiology 1962-63. 435p, (M.)

154

Page 165: Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 22 1963

NOVELA

AUCHINCLOSS, Louis: Portrait in brownstone Houghton Mifflin,. 1962. 371p. (Bi.M.)

CALISHER, Hortense: Tale for the mirror, a novel­la and other stories. Little, Brown, 1962. 307p. (M.)

CATHER, WiUa S.: The troll garden. McClure, Phil­lips (Bi.M.)

HEMINGWAY, Ernest: Three novels: The sun also ries; A farewell to arms; The old man and the sea. Scribner, 1962 (Bi.M.S.)

POWERS, James Farl: Morte d'Urban. Doubleday, 1962. 336p. (M.)

ROTH, Philip : Letting go. Random House, 1962. 630p. (Bi.)

SANGUINETTI, Elise: The last of the Whilfields. McGraw-Hill, 1962. 279p. (M.)

YATES, Richard: Revolutionary road. Little, Brown, 1961, 337p. (Bi.M.S.)

TEATRO

RICE, Elmer L. : El teatro vivo. Buenos Aires, Lo­sada, 1962. 287p. (Bi.M.S.)

TOMPKINS, Dorothy Lee: Handbook for theatrical apprentices, a practical guide in all phases of thea­tre. French 1962. 181 p. (M.)

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