52

Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 29 1964

Embed Size (px)

DESCRIPTION

 

Citation preview

Page 1: Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 29 1964
Page 2: Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 29 1964

Resulta sorprendente la afirmación de Louis Untermeyer de que " ( l a literatura inglesa) no e s más que una espe­cie de fenómeno periférico en relación a la literatura norteamericana". Aunque la frase no se entienda en el sentido - p o s i b l e - de que la literatura inglesa es ahora marginal de la estadounidense, sino en el de que am­bas carecen de influencia mutua, la reali­dad parece ser otra. A lo largo de todo lo que va de siglo, H. James, T. S. Eliot, C. Isherwood y Huxley, por citar sólo unos po­cos , han testimoniado la comunicación en­tre ambos mundos. Además no hay más que echar un vistazo a un número cualquiera del "New Yorker", citado por Untermeyer, para ver que está empapado de cosmopolitismo, especialmente británico, y al propio Mr. Untermeyer, en quien los crí t icos suelen resaltar la influencia de W. E. Henley, otro inglés "per i fér ico" .

Santiago Mora-Figueroa. Madrid

Me ha agradado enor­memente la creación en la revista Atlántico de la sección Cartas . Quisiera referirme a un tema que ha tenido actualidad hasta hace e scasos días , y que, debido a este" tiempo transcurrido, nos lo hace ver con mayor ob­jetividad.

¿Por qué tomaron los Estados Unidos la decisión de represal ias con los países que mantenían alguna c lase de comercio con Cuba? a) Si e s porque Cuba es Un país co­munista, también lo es Rusia, con la que mantiene relaciones comerciales Norteamé­rica, b) Si es por la proximidad del terri­torio insular con Norteamérica, a mi parecer es de un egoísmo grande, ya que países pró­ximos al telón de acero podrían exigir las mismas medidas anticomerciales entre los Estados Unidos y Rusia, c) Si es por de­mostrar la ineficacia del s istema agrícola comunista por lo que exporta productos Nor­teamérica a Rusia, lo mismo cabrá decir acerca del proposito de demostrar por parte,

2

por ejemplo de Inglaterra, la ineficacia in­dustrial del régimen de Castro.

Reconozcamos todos que ha sido una medida poco popular la que han tomado los Estados Unidos.

Escri ta es ta carta sin ninguna c lase de animosidad y esperando su contestación, le felicita por la nueva sección Cartas .

Un estudiante de Medicina. Madrid

Nos complace publicar es ta carta, porque carece del carácter recriminador corriente en gran parte de los comentarios sobre la polí t ica comercial con Cuba. Nos parece que exis te una sincera discrepancia en las opiniones acerca de es ta cuestión, y que ninguna de las partes monopoliza la lógi­ca. En esencia , la polít ica del s istema in­teramericano, según se expuso en Punta del Es te , t iene, por fin aislar el régimen de Castro y evitar sus actividades subversi­vas en Iberoamérica. Cuba neces i ta en su­mo grado importaciones para subsist ir , de forma que es particularmente vulnerable con un aislamiento económico. Por eso es po­l í t ica de los Estados Unidos prohibir las exportaciones a Cuba, excepto de víveres y medicamentos. Por otra parte, la econo­mía de la Unión Soviética es muy autàrqui­ca, as í que ser ía inútil la suspensión de exportaciones a e s a nación de artículos que no tuvieran una importancia militar direc­ta. Cuba e s , en suma, una pequeña hoguera que tal vez se pueda apagar antes de que se propague al vasto continente iberoame­ricano. En cuanto a la hoguera de la Unión Soviética, no parece que podemos apagar­la, pero s i nos es posible obligar a e sa nación a gastar grandes sumas de dinero para sostener la bamboleante economía cu­bana.

Sigo recibiendo Atlán­tico, que actualmente ha ganado mucho en profundidad y muestra con nitidez y objeti­vidad la vida y los problemas de su país ,

Page 3: Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 29 1964

con sus virtudes y defectos. Sobre todo me alegra ver que su revista no rehuye los pro­blemas de más candente actualidad, s ino que trata de e l los . Esto es especialmente interesante para los lectores jóvenes, como yo, interesados en las diversas facetas de los problemas. Espero que Atlántico siga por ese camino.

Alfonso Yelo. Barcelona

Soy subscriptor, desde hace algún tiempo de la revista Atlántico. Creo que ahora se le es tá dando un matiz doctrinal y político. Es mi parecer que en vez de largos discursos y opiniones de per­sonal idades se debería abrir lugar a la pu­blicación de información sobre ciudades, acontecimientos, arte y cultura.

Jo sé Vaquero Sánchez. Dos Hermanas (Sevilla)

En respues ta a l as dos cartas anteriores, nos gustaría aclarar que deseamos, de la manera más decidida, evitar en nuestra re­vis ta una preocupación excesiva por los te­mas polí t icos. Por otra parte, Atlántico es a la vez una publicación de interés general y cultural, por lo que difícilmente podemos evitar el examen de problemas candentes de la actualidad, acerca de los cuales recibimos preguntas de nuestros lectores . De hecho, el contenido de Atlántico varía de un número a otro, pero en cada uno de el los se trata con mayor extensión algún tema en particu­lar. Por ejemplo, el número de marzo trató especialmente de ciencia, el de abril de la comunidad atlántica y el de mayo tratará de arte. Pues tos todos juntos, los números de Atlántico deberán ofrecer a lo largo de un año una buena muestra de los temas cultu­rales , socia les y polít icos que despiertan más interés en el mundo. Si nuestros lec­tores estiman que dedicamos espacio en de­masía a un tema dado, nos causar ía gran sa­tisfacción establecer un mayor equilibrio entre los temas tratados.

Revista mensual publicada por la

CASA AMERICANA

Embajada de los Estados Unidos

MADRID: Paseo de la Castellana, 48

BARCELONA, Vía Layetana, 33

SEVILLA: Laraña, 4

Sumario John L. Brown:

EUROPA Y LA BUSCA DE UNA

IDENTIDAD AMERICANA 5

TRADUCCIONES DE OBRAS

NORTEAMERICANAS 23

Fernando Vela:

DE TODA GRAN GUERRA, UNA

IDEA PARA EL FUTURO 31

John W. Tuthill:

LA COMUNIDAD ATLÁNTICA:

SU SIGNIFICADO 40

Christian A. Herter:

PERSPECTIVAS DE LA

COMUNIDAD ATLÁNTICA 49

CUBIERTA: John Steinbeck, T. S. El iot , Jorge Santayana, Ernest Hemingway. CONTRACUBIERTA: Lyndon 3. Johnson, F. D. Roosevelt, Jean Monnet, J . F. Kennedy, Winston Churchi l l .

Redacció'n y distribució'n ; Castellana 48, MADRID-

Page 4: Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 29 1964
Page 5: Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 29 1964

T odos los países buscan las fuentes del carácter nacional, las remotas raíces de la personalidad colectiva. Estos orí­genes nunca son sencillos. La energía espiritual de los

grandes pueblos proviene casi siempre de la tensión creadora gene­rada por impulsos contradictorios.

También los norteamericanos hemos intentado investigar el problema de nuestra identidad. Ya hace casi doscientos años que todas las generaciones se preguntan: "En resumen, ¿qué es un nor­teamericano?"

Se trata de un problema complejo. De hecho, ¿se puede decir de manera precisa lo que es un norteamericano? ¿Puede ser que

JOHN L. BROWN

Page 6: Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 29 1964

la tierra del Nuevo Continente ha­ya producido un nuevo tipo huma­no completamente distinto del de sus antepasados del Viejo Mundo? ¿O quizá el norteamericano sigue siendo un europeo que conserva la parte esencial de la tradición y de la sensibilidad de la tierra de que es oriundo?

No es sencilla la respuesta, y la venimos buscando desde la fundación de nuestra República, dirigiendo nuestras miradas ora hacia Europa, ora hacia las lla­nuras y montañas del Nuevo Mun­do.

En realidad, nuestra psico­logía nacional —que muchos euro­peos encuentran tan desconcer­tante— así como nuestras activi­dades políticas y artísticas no resultan comprensibles para quien no se dé cuenta de la perpetua tensión entre Europa y el Oeste legendario, que es nuestra "Fron­tera", de la dicotomía "expatria­do" y "pionero".

Generación tras generación, el alma norteamericana ha estado dividida: unas veces atraída hacia el Oeste, hacia el país de fron­tera abierta, atraída por el dina­mismo de un continente virgen, por las aventuras de los pioneros, por las grandes posibilidades na­turales; otras veces se ha sen­tido atraída por el Este, por Eu­ropa, por la riqueza de una cul­tura tradicional de la que era le­gítima heredera.

Por esto, en los tiempos de le Guerra de la Independencia nor­teamericana una gran parte de la energía creadora de los Estados Unidos se dedicó a la solución de este problema clave: "¿qué es un norteamericano?".

Naturalmente, jamás se en­contrará una solución definitiva, porque la vida es movimiento y mudanza. Mas es necesario que

Page 7: Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 29 1964

persis tan los esfuerzos para conocernos a nosotros mismos, por­que es propio de las tensiones y de la lucha interna que de e l l a s nazcan valores permanentes en cualquier sociedad.

Algunos de nuestros pensadores se han encarado con la pre­gunta con ingenuidad engañosa. "¿Qué e s un norteamericano?" " E s senc i l l í s imo" , han contestado, en un tono de certidumbre que muchas veces ocultaba la duda: "Un norteamericano no es un eu­ropeo. Nuestros abuelos dejaron el Viejo Mundo para colonizar un nuevo continente y crear una civilización. Nuestra literatura t ie­ne el deber de cantar esta nueva civilización, de manifestar su in­dependencia de cualquier influencia extraña. Tenemos un mode­lo en Walt Whitman, que no necesi tó a Europa para ser un gran poe­ta. Tenemos, además, un folklore rico en temas poéticos, con sus historias de pieles rojas, de la conquista de un continente por los pioneros; tenemos a nuestra disposición el asunto de una epopeya moderna tan grandioso como el de la Edad Media. Daniel Boone y David Crockett ¿no son tan grandes figuras heroicas como Orlan­do? Cantemos el Far West, el valor de los pioneros, la conquista de la naturaleza, la poesía de las grandes llanuras, de las ciuda­des del Nuevo Mundo, semejantes a hormigueros por su movimiento. Dejemos a otros la 'cultura ' del pasado, que sofoca y torna es té ­ri l , y busquemos crear 'nuest ra ' cultura, la cultura que hallamos aquí, en casa. ¿Qué e s un norteamericano? El norteamericano e s el hombre nuevo del Nuevo Continente, y cantaremos su nacimien­to y crearemos su mitología".

Tal era, en términos algo desnudos, la respuesta de muchos norteamericanos que sentían la llamada del Oeste y de una nueva civilización con mucho mayor fuerza que la del Este , esto e s , la tradición del Viejo mundo.

El gran intérprete de es te concepto sigue siendo Walt Whitman que, en Pioneers (Pioneros), como también en otras partes de Leaves oí Grass (Hojas de Yerba), vuelve la espalda a Europa y descubre maravillado las posibil idades poéticas del Nuevo Mundo.

Dejamos atrás todo el pasado, Salimos a un mundo nuevo, más vario,

fuerte y joven... ¡Juglares latentes en tos prados! (Bardos en mortaja de otras tierras, podéis

descansar, colmada está vuestra tarea) De luego os oigo venir cantando...

Mas después de la Guerra de Secesión, Estados Unidos comen­zó a perder su rural simplicidad jeffersoniana, su candor a lo Juan Jacobo Rousseau. Los problemas económicos de una nueva socie­dad industrial se manifestaron en toda su cruel actualidad. El in­dividuo se sintió menos libre, menos "comple to" , menos pionero y más ligado a fuerzas que no lograba dominar. En el momento de aquella cr is is espiritual, otros pensadores, bajo la presión de una nueva civilización siempre más moderna y más mecánica, respon­dieron a la pregunta "¿qué e s un norteamericano?" en términos más complejos y atormentados. " E l norteamericano -dijeron— no

Page 8: Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 29 1964

es un monstruo carente de cordón umbilical; al fin y al cabo e s un europeo transplantado. Todos somos europeos a una distancia de algunas generaciones. Estados Unidos, como Estados Unidos, t ie­ne bien poca historia; nuestra historia espiritual es esencialmen­te la del Viejo Mundo. ¿Por qué, pues, hemos de buscar la solu­ción de nuestro drama interior en las narraciones de los pieles ro­jas y los cowboys? Mejor e s referirlo a Santo Tomás, al Dante, a Baudelaire, a los poetas isabel inos ingleses , a los simbolistas franceses. Para comprender a los Estados Unidos e s preciso ale­jarse de nuestra patria, hace falta volver a las fuentes, hace fal­ta, usando una frase de moda, encontrar un usable past, un pasado util izable.

La evolución gradual de los dos dist intos conceptos nortea­mericanos de Europa que he expuesto, de los dos puntos de vis­ta de acuerdo con los cuales debiéramos enfocar nuestra relación con el Viejo Continente, es muy significativa. Nos da una de las c laves , no sólo de la dinámica del pensamiento y de la literatura norteamericana, sino también de nuestra psicología nacional.

Para un Franklin y un Jefferson, para unos " P a d r e s Funda-

Page 9: Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 29 1964

dores", el problema ni siquiera comenzó a plantearse. Franklin y Jefferson así como los otros Padres Fundadores pronto se sin­tieron a gusto en el mundo europeo del Viejo Continente. No ad­vertimos aún el conflicto espiritual, la doble llamada de la "fron­tera" y de la "civilización", es decir, la tensión entre el Este y el Oeste, entre la civilización y la vida, causas de los tormentos de sus descendientes. Al contrario, por eso pudieron darse cuenta con lucidez de las taras de la sociedad europea y de las promesas mayores de su joven país.

Así que transcurrieron dos generaciones, luego de la Guerra de la Independencia y de la separación de la madre patria, las fa­milias puritanas de Nueva Inglaterra reunieron sólidas fortunas gracias al comercio y al transporte marítimo. Y sus hijos comen­zaron a desear un alimento intelectual más nutritivo que el que ofrecía su ciudad natal de Boston, se pusieron a buscar la Cul­tura (con C mayúscula) en Inglaterra, Italia y Francia y en las universidades alemanas y españolas. Este movimiento repitió un fenómeno histórico: estos jóvenes comenzaron de nuevo la histo­ria de los jóvenes romanos que iban a estudiar a Atenas, la de

Page 10: Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 29 1964

todo Europa que durante la Edad Media acudió a la Universidad de Par ís , la de los franceses del s i ­glo XVI que partían para Italia en busca de la luz del Renacimiento. Con iguales ánimos, los mucha­chos de Nueva Inglaterra embar­caron para el extranjero durante la primera mitad del siglo XIX a bor­do de los Yankee Clippers, vele­ros legendarios. Armados con car­tas de crédito y de presentación, partieron para cosechar " e l botín cultural del Viejo Mundo".

Entre el los encontramos hom­bres afamados: Washington Irving, Henry Wadsworth Longfellow, Ed-ward Everett, George Ticknor. Comenzaron a coleccionar libros y obras de arte, a aprender len­guas extranjeras, a traducir al inglés, como hizo Longfellow ad­mirablemente, la poesía de otros pa í ses , a acumular los conoci­mientos precisos para enseñar en las universidades norteamerica­nas .

Su actitud prevalente al en­contrarse con Europa fue la del estudiante y el anticuario. As i s ­tieron a las mejores universida­des , coleccionaron "color l oca l " , y encontraron delicia en los "ami­gos renombrados". Hicieron mu­cho para crear el mito, bien amado de muchos escri tores norteame­ricanos de finales del siglo XIX, según el cual la Cultura debía ser siempre importada.

Jorge Santayana, en su obra Caracíeres y opiniones en ios Es­tados Unidos, señala el origen de la debilidad creadora entre el los como sólo podría hacerlo un bostoniano mitad latino. " F u e un montón de hojas de otoño. Aque­llos grandes hombres tenían un concepto restringido y estéri l de la vida; tenían la castidad de los viejos. Eran escri tores exces i ­vamente refinados a quienes les

Page 11: Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 29 1964

faltaba sangre porque les faltaba su espíritu americano. Su cultura era una mezcla de supervivencias piadosas y de adquisiciones de­liberadas; no representaba el flo­recer de una experiencia vital. Había en ellos un exceso de in­telectualidad y ningún nexo en­tre el cuerpo y el a lma".

Mas aquellos apasionados peregrinos de la cultura no sufrían aún el tormento íntimo que sería la herencia de sus descendien­tes ; y Ticknor, y Longfellow, vi­vieron en el mundo que precedió a la Guerra de Secesión, en el mundo de Concord y de Brook Farm, de Emerson, del idealismo inte­lectual . Sentían que la vida in­terior y la vocación intelectual tenían posibilidad de florecer e s ­pléndidamente en sus cos tas na­ta les . Regresaron a la patria para invertir el " b o t í n " cultural del Viejo Mundo sin dejarse llevar por la tentación de la expatria­ción permanente, que fue tan fuer­te en años posteriores.

Margaret Fuller, mujer ex­traordinaria que fue una de las cabezas de la escuela transcen-dental is ta y amiga de todos los grandes personajes de su época, fue a Italia como corresponsal del Tribune de Horace Greeley. Supo resumir bien las opiniones de tan­tos norteamericanos en aquellos tiempos sobre el Viejo Continen­te . En un artículo enviado desde Roma escribió: " E l norteameri­cano en Europa, s i es tá dotado de una mente reflexiva, no puede hacerse más americano. ...Su ac­titud e s la de quien, reconocien­do la gran ventaja de haber na­cido en un mundo nuevo y en una tierra virgen, no desea desperdi­ciar ni una espiga del pasado; siente anhelos de cosechar y l le­var consigo toda planta capaz de soportar un nuevo clima y una

Page 12: Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 29 1964
Page 13: Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 29 1964

nueva cu l tu ra . . . " De hecho, pudiera decirse que, a mediados del siglo XIX, du­

rante aquel período de equilibrio milagroso que fue denominado el Golden Day por el historiador Lewis Mumford, Estados Unidos for­jó su carácter nacional, logró redondear su personalidad. Se per­derían luego durante el período de la expansión industrial y de in­migración en masa que siguieron a la Guerra de Secesión, que tra­jeron consigo, junto con riqueza y potencia material, grandes pro­blemas socia les y espir i tuales .

Es difícil para los europeos comprender las repercusiones de la Guerra de Secesión en toda la civilización norteamericana; y también evaluar de manera exacta las mudanzas radicales proce­dentes de ella en todos los sectores de la vida y de los sentimien­tos norteamericanos. En la Nueva Inglaterra de mediados del s i­glo XIX, art is tas y pensadores se sentían ajustados a la sociedad. Mas la gigantesca expansión industrial que la guerra determinó sig­nificó el final de aquella especie de existencia rural y ar tesana consagrada a la "vida sencil la y a los pensamientos e l evados" .

El imperio del dinero y del éxito se inició verdaderamente con " l a orgía de material ismo" de la presidencia de Grant, que en Eu­ropa corresponde a la época de la reina Victoria y de Napoleón III. Muchos intelectuales y ar t is tas quedaron convencidos de que los nuevos Estados Unidos, nacidos después de la Guerra de Secesión, dominados por los grandes agiot is tas , los Robber Barons de la in -dustria, habían sofocado la actividad creadora. Para ellos la sa l ­vación se encontraba en la huida a las mansiones de campo ingle­s a s , a las suntuosas casas de la Rué de Verenne, o a los pinto­rescos palacios de Roma y de Florencia. Huyeron a la Europa de los ricos, del bienestar y los privilegios y todas las puertas se abrieron ante sus dólares.

La vida de William Wetmore Story representa un notable ejem­plo de esto, porque nos la cuenta un observador tan sagaz como Henry James. Story, hijo de un eminente juez de Boston, se t ras­ladó a Italia con su familia para dedicarse al arte por completo. La tentativa lastimosa de dar solera a la propia cultura, caracte­r ís t ica de Story y de sus coetáneos, salto a los ojos de Henry Adams, bostoniano prodigiosamente inteligente y amargo, que vi­vió en el mismo período; Adams escribe así a James para felici­tarle:

"No ha escrito usted la vida de Story, sino la de usted y la mía: una verdadera autobiografía llena de alusiones lacerantes , que resulta solamente comprensible para mí y para media docena de otras personas, que hemos conocido nuestro Boston, nuestro Londres, nuestra Roma allá por el año 1870. Me hace retorcerme como un gusano pisado: europeos improvisados, eso e s lo que éra­mos, y ¡Dios mío, qué inseguros! No; e s cruel en demasía. Hace tiempo, unos treinta años, que me di cuenta; he sofrenado con di­ficultad mi palabra. Usted nos desnuda poco a poco, como un ci­rujano, y siento su bisturí entrarme por el c o s t a d o . . . "

Pero la historia del norteamericano a finales del siglo XIX no es tá dominada exclusivamente por los "bui t res de la cul tura" ,

Page 14: Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 29 1964

por "los estetas improductivos y los que pecan de esnobismo so­cial".

Algunos norteamericanos, co­mo Henry James, Edith Wharton, Logan P. Smith y Henry Adams, estudiaron de manera profunda la civilización europea. Entre ellos, Henry Adams, hombre dotado de visión escudriñadora y de lengua mordaz, es uno de los más nota­bles. Hijo de una gran familia de Nueva Inglaterra, que hizo pro­fundos estudios en la Universi­dad de Harvard y en el extranjero, y se movía sin embarazo en la so­ciedad más cosmopolita, juzgaba con igual dureza la decadente Eu­ropa y la Norteamérica materia­lista. Nada tenía de esteta ama­nerado; no se dejaba fascinar por los "grandes nombres" ni por lo artificioso; no compartía la ve­neración de Henry James y de Edith Wharton por la civilización del Faubourg Saint-Germain. Gustaba de la sencillez viril de MontSaint-Michel, de Coutances y de la Ab-baye aux Hommes. Casi todo lo demás lo juzgaba irónicamente. Era en absoluto insensible al éx­tasis artístico, al esnobismo so­cial de sus compatriotas menos complicados. Para él, la Europa del siglo XIX no presentaba nada de la nobleza y de la fuerza de la Europa medieval, de la época del MontSaint-Michel, y Char-tres.

Estos "peregrinos apasiona­dos" y privilegiados de fines del siglo XIX, que buscaban en Eu­ropa cultura y refinamiento, ob­jetos de arte para sus coleccio­nes y títulos de nobleza para sus hijas, tuvieron poca influencia fuera de un restringido círculo mundano.

La participación de los Es­tados Unidos en la primera gue­rra mundial, sin embargo, llevó

Page 15: Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 29 1964

a Europa a millares de muchachos norteamericanos. Pero estos no eran intelectuales de Nueva In­glaterra, ni los herederos del rey de la carne en conserva. De los que llegaron con el emblema del Cuerpo Expedicionario, muchos permanecieron en Europa. La ma­yor parte de ellos fueron atraídos, más que por la "madre Inglate­rra" por Francia e Italia. Duran­te la década 1920-30, Montpar-nasse fue la capital literaria de Estados Unidos, y el Dome y la Rotonde fueron la meca de la mi­tología artística nacional.

En rebelión contra la filoso­fía de la rapacidad económica de la época de Coolidge y Harding, irritados por la mezcla de la mo­ral puritana, este conjunto de ge­nios en agraz se precipitó sobre la Rive Gauche en busca de li­bertad de expresión, de la bohe­mia fascinadora y de figones eco­nómicos. Hemingway escribió la biblia de este período, The Sun Also Rises, epopeya en tono me­nor de la vida de los expatriados.

La "generación perdida", como gustaba ser denominada, no se interesaba en absoluto por la cultura, los museos y el refina­miento de las clases altas. Para Henry James, Europa era una gran señora que vivía en cualquier pa­lacio florentino. Para estos nor­teamericanos de la posguerra, Eu­ropa era más bien Kiki, la mode­lo, en busca de una copa en la esquina del Boulevard Raspail con el de Montparnasse: Europa era el dadaísmo, los pueblecitos de pescadores de la Costa Azul y de las costas ligures, el beber hasta la amanecida, Gertrude Stein en su casa de la Rué de Fleurus, el Paris Herald, las pequeñas re­vistas como Transition, un bille­te de tercera para un paraíso libre de responsabilidades.

Page 16: Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 29 1964

Antes o después allí llegaron todos: Hemingway y Dos P a s s o s , Robert McAlmon y F . Scott F i tz -gerald, Ezra Pound, T. S. Eliot, John Peale Bishop y Archibald MacLeish. Algunos allí quedaron mucho tiempo, quizá demasiado. Mas cas i todos acabaron por re­gresar a su patria cuando, en 1929, la bolsa se derrumbó y las peque­ñas rentas que permitían vivir agradablemente se desvanecieron súbitamente.

Luego de 1930, en los días de la cr is is económica, hubo e s ­critores que renunciaron al cos­mopolitismo para volver a descu­brir su país natal, The Ground We Stand On (La tierra en que vivi­mos), en un renacimiento del na­cionalismo. Los mejores de el los pronto se dieron cuenta de que ni la tradición europea, ni la tradi­ción nacional podían por s í so­las bastar al art ista norteameri­cano. Ni-repulsa completa por tan­to, y menos la aceptación sin re­servas . En el justo medio entre el "bárbaro rugido" (the barbarie yawp) de los pioneros, como Whit-man y sus sucesores un Sandburg y un Lindsay, y la cultura cosmo­polita en demasía y desarraigada de los expatriados como Ezra Pound, se encuentra el camino que lleva a una difícil madurez.

Harry Levin, en el ensayo Los escritores norteamericanos y la tradición europea, expone en pocas palabras la situación: "Si alguna cosa puede sa lvarse e s la vacilación entre nuestros op­t imistas y nuestros pesimistas , entre los pioneros y los expatria­d o s " .

Archibald MacLeish el igió es te tema del expatriado para su poema American Letter (Carta nor­teamericana), escr i ta en 1929 des­pués de una larga temporada en Francia. La estrofa " E s cosa ex-

Page 17: Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 29 1964

traña ser norteamericano" (It's a strange thing to be an American) se repite como un motivo temático: e s extraño y angustioso ser nor­teamericano, estar sempiternamente dividido entre el país natal , con sus promesas, su majestad y su profunda solitud, y la densidad humana y la sonora resonancia del Viejo Mundo mediterráneo.

Sin embargo, MacLeish comprueba que, a pesar de cualquier poder de seducción de los " te jados rojos y de los o l ivos" , el poe­ta norteamericano no puede renegar de su tierra natal, so pena de resignarse al desarraigamiento y a la esteril idad espiritual.

Abajo, abajo debemos comer la sal, allá han de hallar descanso nuestros huesos.

Abajo hemos de vivir, o viviremos como espectros.

Aparte del caso de algunos escri tores irreductibles, como Ezra

Page 18: Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 29 1964

Pound y Henry Miller, o de otros expatriados más reposados, como T. S. Eliot y Gertrude Stein, el decenio que se inició en 1930 e s ­tuvo caracterizado por " e l regreso de los ex i l i ados"y por un remo-zamiento de la inspiración local. Confrontados en la patria por la cr is is económica mientras que en Europa se acumulaban las nubes vaticinadoras de guerra, muchos escri tores y pensadores norteame­ricanos buscaron fuerza y seguridad en el propio pasado nacional. Fue el período en el que " l a frontera", la tradición indígena, se encuentran en primer plano.

Bajo la presión económica de los años de cr is is , la doctrina del arte y de los ensayos es té t icos de los expatriados fue sacrifi­cada a la responsabilidad colectiva y a la musa social de la escue­la nativa. Aunque se tratara de un esfuerzo laudable, cayó a veces en un exceso de folklore y en una ingenuidad falsa. En el campo de la es té t ica , es te rebuscar temas indígenas y "material popular" rara vez logra una profunda resonancia lírica.

Fue un período caracterizado por poemas como John Btown's Body, por cuadros de inspiración campesina, por el " tea t ro fede­r a l " , que buscó dar expresión a las preocupaciones económicas cotidianas, por pel ículas como The Plough that Broke the Plains y The Grapes oí Wrath (Las uvas de la ira).

Preocupado por sus problemas internos durante el decenio de 1930-40, Estados Unidos fue prestando cada día menos atención al conturbador espectáculo de Europa, que se desl izaba hacia la segunda guerra mundial.

Fue necesaria la consumada habilidad del presidente Roosevelt para persuadir al pueblo a que renunciase a su neutralidad y a que participara en un conflicto que para muchos era una disputa lejana entre ideologías extranjeras.

Pero la guerra y sus consecuencias han mezclado a los Esta­dos Unidos en los asuntos del Viejo Continente de manera más pro­funda de lo que jamás aconteció en su historia: se trata de un com­promiso que, evidentemente, perdurará si se quiere que el concepto de una comunidad occidental se trueque en realidad.

Para la actual generación de norteamericanos, Europa ya no representa el mundo rico, estable y refinado que constituye el fon­do de las novelas internacionales de Henry James, y tampoco repre­senta el terreno propicio al ambiente bohemio de la primera pos­guerra, el país dorado de la irresponsabilidad que se extendía des ­de el café Montparnasse hasta l as corridas de Pamplona y las pla-yuelas de Capri y de Ischia. La Europa de Scott Fitzgerald y de The Sun Aíso Risea ha muerto al mismo tiempo que la Daisie Miller y Los Embajadores de Henry James .

Todo cambió en nuestro mundo en 1940, y las relaciones entre Estados Unidos y Europa no son excepción de la regla.

Los norteamericanos que fueron a Francia e Italia en 1918, como Hemingway, en calidad de soldados, encontraron una sociedad placentera, animada y seductora en la que la vida podía ser más atractiva y más "c reado ra" que en su pa ís . Frecuentemente, la ex­patriación ofrecía cier tas ventajas materiales para una vida inte­resante. Por el contrario, los soldados que fueron a Europa con el

18

Page 19: Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 29 1964
Page 20: Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 29 1964

ejército de liberación en 1944, ha­llaron una tierra herida y desan­grada por los alemanes. Esta vi­sión de Europa fue expresada por la primera generación de novelis­tas de posguerra, como J. H. Bums, autor de La galería, evocación de Ñapóles en los días de la libera­ción, y Alfred Hayes, que recuer­da en La muchacha de la via F la-minia la Roma de la misma época.

Luego de la liberación, miles de jóvenes intelectuales y de ar­tistas permanecieron en el Viejo Continente para continuar sus es­tudios, pero sus ideas y propó­sitos eran muy diferentes de los de aquella "generación perdida". Para estos soldados licenciados, Europa había perdido mucho de su esplendor y de su fascinación su­perficial, pero había ganado en profundidad y en significado trá­gico y humano.

Me parece que, paulatinamen­te, la actual generación de pen­sadores y escritores norteameri­canos está adoptando, al confron­tarse con Europa, una actitud más madura y equilibrada que nada tiene en común con la del norte­americano patriotero y expatria­do profesional. Con frecuencia, han sabido asimilarse la parte esencial de la cultura europea sin sacrificar la propia identidad, han adquirido conciencia de su pasado sin caer en un nacionalismo mez­quino y exclusivo.

Como observa el poeta John Ciardi en el prólogo de su obra Los poetas norteamericanos de mediados de siglo (Mid-Century American Poets, Nueva York, 1950), "nuestros poetas no pa­recen ya sentirse forzados a rebus­car en el pasado americano como si, en cierto sentido, se encon­traran obligados a demostrar que ha existido un pasado. No tienen necesidad ya de probarlo. Desde

Page 21: Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 29 1964

luego, los poetas norteamericanos actuales exploran los temas ame­ricanos, pero dudo que sigan sin­tiendo necesidad de hacerlo de la manera excesivamente simplista que caracteriza la 'escuela del rugido' de Sandburg y de L indsay" .

Después de tanto rebuscar y de tantas angustias, muchos ame­ricanos jóvenes de hoy han adqui­rido una cierta seguridad del pro­pio valor intelectual y han logrado consolidar cier tas conclusiones acerca de su identidad nacional sin necesidad de insistir sobre el pionero americano de pelo en pe­cho, "americano cien por c i en to" , y sin ni siquiera llorar los desapa­recidos refinamientos de Londres, de la Rive Gauche o de Italia.

Al ir disminuyendo las distan­c ias , desapareciendo las fronteras, y ante la comunidad de intereses y problemas, cualquier tentativa de establecer entre Europa y Estados Unidos un dualismo absoluto pier­de cada vez más significado y asu­me un carácter artificial. Europeos y americanos, en un mundo que se torna más y más pequeño, tienen la obligación de encontrar un equi­librio y una armonía entre sus ci­vi l izaciones.

Esto no quiere decir que esa s ín t e s i s elimine la tensión susci ­tada entre el "expa t r i ado" y el "p ionero" , tensión que represen­ta una gran fuerza motriz en la vida norteamericana y un factor de suma importancia para la for-nación de una identidad nacional.

Sin duda, esta tensión pers is­tirá. Pues la doble polaridad Eu­ropa-Estados Unidos, expatriado-pionero, significa algo más que una división histórica: e s una ma­nera de simbolizar la eterna lucha entre el instinto y la inteligencia, entre la tradición y la novedad, en­tre L'ange et la bete, entre la Cul­tura y la Vida.

Page 22: Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 29 1964

M A R K T W A I N

H E N R Y J A M E S

T H O M A S W O L F E

WALT WHITMAN

WALLACE STEVENS

T. S. ELIOT

HERMÁN MELVILLE

EDITH WHARTON

GERTRUDE STEIN

NATHANIEL HAWTHORNE JOHN DOS PASSOS F. SCOTT FITZGERALD

Page 23: Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 29 1964

E l fenómeno más sensacional de la actividad editorial euro­pea en el período 1944-1950 fue indudablemente la gran bo­ga de las traducciones de obras norteamericanas. La ensa­

yista francesa Claude-Edmonde Magny no anduvo descaminada al itular un estudio crítico que publicó en aquella época, L'age dv ornan américain (La época de la novela americana). Recuerdo muy uen aquellos años. Como representante en Europa de una gran casa ;ditorial de Nueva York pude disfrutar en verdad de una vida fácil.

Vendí sin ninguna dificultad y sin casi encontrar objeciones de íinguna clase los derechos de casi cualquier novela. Los edito-es, que abundaban en aquella sazón, porfiaban entre ellos para irmar los contratos. Presencié fascinado y atónito aquel asalto i la literatura americana, sobre todo de ese género de literatura imericana que circula como adscrita a la escuela hard-hoiled. Con-ieso que también sentí incluso embarazo por el entusiasmo sin li-nites que manifestaba casi toda la gente culta por los autores de dlende el Atlántico.

Page 24: Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 29 1964

Por otra parte, pude darme cuenta bastante pronto de que el gran prestigio de la novela americana no era tanto una vic­toria de mis compatriotas como un síntoma de la crisis espiri­tual que se manifestó dondequie­ra en Europa inmediatamente des­pués de la guerra. Crisis espi­ritual, si se quiere, pero tam­bién crisis del espíritu crítico. El autor de ensayos francés J. M. Carré escribió en 1947: "Qui­siéramos percibir en la profusión de obras que se nos vienen dan­do a conocer, a menudo con gran­des ditirambos, algo más de dis­cernimiento y gusto literario. Los traductores y los editores son responsables de una infla­ción desmedida que abruma y desorienta al público. Se tiene una impresión pronunciada de que, para desgracia nuestra, se viene eligiendo al albur".

Me encontré por tanto en aquella época no pocas veces en la desagradable situación de te­ner que expresar reservas poco "patrióticas" acerca de algunos autores (como Caldwell, Stein-beck, Dashiel Hammet y Horace McCoy) que la crítica europea trataba con mucho respeto. No siempre lograba darme cuenta de

la seriedad con que la que se venían comentando algunas obras que me parecían estúpidas o simplemente mediocres. Incluso un crítico agudo y enterado como Gide cayó en un error semejante, por ejem­plo al atribuir casi la misma importancia a un autor de novelas fo­lletinescas, aunque bien escritas, como Hammet.y a William Faulk-ner.

¿Se debió quizá el fenómeno a que siempre es difícil juzgar una literatura extranjera a la que, las más de las veces, nos acer­camos únicamente a través de traducciones sin tener conocimien­tos suficientemente profundos de la sociedad que la ha producido? Sea como sea, aquel aluvión de traducciones que inundó Europa entre 1944-1955 ¿puede dar una "imagen fiel" de la literatura ame­ricana? Lo dudo. Se podría observar ante todo que la extraordina­ria popularidad de que ha disfrutado la novela americana en Europa de diez años a esta parte no ha estado acompañada de una com­prensión de magnitud proporcionada. Pero, en mi opinión, no es

Page 25: Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 29 1964

eso todo. Aunque se encuentren traducciones del norteamericano que no den una "imagen f ie l" , la cosa no es tan grave. En nin­guna gran época de la historia de las traducciones, e s decir siem­pre que un país ha buscado en otros lugares el alimento espiri­tual que no encontraba en sí mis­mo, ha preocupado excesivamen­te la fidelidad. Es verdad que las traducciones a lenguas ver­náculas hechas durante el Rena­cimiento no dan una idea exacta y precisa de la literatura greco­rromana. Sin embargo, ofrecían (como las versiones europeas de las obras americanas contempo­ráneas) una imagen bastante fiel de los gustos y exigencias de los propios traductores.

Se pueden identificar fácil­mente las regiones de la recien­te boga de la literatura america­na. El movimiento comenzó en Francia en el decenio de 1920 y en el de 1930 con los descu­brimientos hechos por algunos surreal is tas (especialmente Que-neau, Soupault, Duhamel), por Malraux (recordemos su prólogo a Santuario), por Sartre (que ha escri to ensayos acerca de Dos P a s s o s y Faulkner); con las tra­ducciones de las primeras obras de Faulkner, Hemingway, Dos P a s s o s , Steinbeck y Caldwell. Irene Némirovsky, en su introducción de una novela tan típicamente hard-boiled, como El cartero siempre llama dos veces, de James Cain, resumió admirablemente los sentimientos de quienes experimentaron y avivaron es ta curiosidad: "Literatura creada por el cine y para el cine —escribió—, por el habituamiento a l as hot news y a las nove­las de policías y que sin embargo se ajusta de modo paradójico al precepto de Boileau. Bien mirado, en el la 'toda palabra conduce a los acontecimientos ' . Literatura ardiente, febril y frenética, sin un gramo de refinamiento, literatura de puñetazos, que gusta sin embargo, o precisamente por ello, según el temperamento. Es sa­brosa y es dura; se advierte en ella algo vivo y recio que hoy no se encuentra en absoluto en ninguna o t ra" .

La afirmación de la Némirovsky es interesante. Evidentemente, no se refiere más que a una parte muy restringida de la literatura americana. No toma en cuenta, en absoluto, a los grandes novelis-

Page 26: Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 29 1964

tas del siglo XIX, como Hawthorne y Melville, que, sin embargo, tu­vieron tan gran influencia sobre la novela contemporánea. Ni ci ta s i­quiera la obra de Henry James en es te anál is i s , que descuida igual­mente la crítica y la poesía ame­ricanas modernas, las cuales pa­decen hoy precisamente de un ex­ceso de refinamiento. Esa defini­ción de "li teratura de puñe tazos" no e s sino una definición parcial, pero era la definición aceptada por la mayoría de los lectores y edi­tores europeos recién terminada la guerra.

Desde esa época, me parece que, para el lector medio europeo, la literatura americana quedó di­vidida en dos tendencias princi­pales: la primera es la de un na­turalismo a ultranza, un arte de choc y sensaciones que sat isface la afición por el neoprimitivismo y al mismo tiempo da confianza. Resumiendo, la civilización y el humanismo fueron y siguen sien­do latinos y europeos. América, a pesar de su riqueza, a pesar de su potencia y de sus progresos técnicos, sigue siendo esencial ­mente "bárbara" . Podemos incluir en e s t e género de literatura na­turalista toda una serie de nove­l i s tas que el lector europeo tiene por " t í p i c o s " : Caldwell, Steinbeck, James Jones , Norman Mailer, Nel­son Algren y Richard Wright, y también a los escri tores hard-boiled de segunda fila, ta les co­mo Horace McCoy o James Cain. En es te grupo se encuentra un subgénero que aunque no tiene importancia literaria alguna, s í t iene una gran importancia comer­cial. Se trata de la novela poli­cíaca de enfoque sádico que roza lo pornográfico. Estos libros, que siempre se anuncian como de ori­gen "norteamericano" en realidad no es raro que sean producción

Page 27: Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 29 1964

de autores locales que firman con un nombre típicamente yanqui. La otra tendencia principal de las traducciones es la de novelas narrativas de gran longitud, libros de puro entretenimiento d e s t i ­nados al gran público, de las cuales el mejor ejemplo es Lo que el viento se llevó. Vale la pena recordar también a los autores de gran éxito, como Francés Parkinson Keyes, Frank Yerby y Frank Slaughter, cuyos libros son siempre best-seüers internacionales.

¿Imágenes fieles, entonces, de la literatura americana? Na­da de eso. Más bien imágenes fieles de ese mito americano que ha fascinado a Europa a partir de la primera guerra mundial y que hoy ya e s t á desapareciendo. Europa ha buscado en las traduccio­nes americanas la confirmación del mito de una Arcadia neopri-mitiva, violenta y enemiga de lo intelectual, de una Arcadia de la inocencia y la inconsciencia que jamás ha existido en lugar alguno. La moda de la novela americana refleja, sobre una gran pantalla deformadora, aquel culto del exotismo trasat lánt ico que se advierte ya en algunos surreal is tas (recordemos Westwego. Marchemos hacia el oeste , de Philippe Soupault)con el éxito del jazz , Josephine Baker, la literatura " n e g r a " , las pel ículas de gàngsters tipificados por "Scar face" .

Este gusto por lo exótico, es ta nostalgia de la inocencia, es ta rebelión contra una tradición humanista ha dejado su huella sobre toda una generación. Como decía Alexandre Astruc, uno de los jóvenes crít icos franceses más citados en el decenio de 1940 (cuando América aún disfrutaba en Francia de la malquerencia de los alemanes que la ocupaban) "ningún país desaparece más com­pletamente bajo su propia leyenda que América. Todos los años; treinta l i b ros" (¡cifra que calcula muy por bajo la actividad de los editores hacia 1945!) "c ien pel ículas , cincuenta agencias de noticias de este nuevo país de la magia, ofrecen la imagen de un país ideal. Una América falsa, pero indudablemente más ver­dadera que todas las tierras reales , que se percibe a través de los rostros traslúcidos de sus es t re l las de cine, que surge de las páginas de las novelas de Hemingway y que nos brinda su al­ma en las variaciones melódicas de la trompeta de Armstrong. América, mito del siglo XX, que ocupó en los ensueños de los adolescentes el lugar antes reservado para el Oriente y sus e s ­pe j i smos" . Efectivamente, la borrachera de novelas americanas no se debió a un deseo de descubrir una nueva civilización, s i­no más bien a un esfuerzo hecho para l iberarse, para renovarse, a una especie de "remontarse a los hontanares" de la emoción pura y de desembarazarse de la carga de un pretérito que se ha­bía tornado pesado e incomodo en demasía. Como señaló Harry Levin, uno de los mejores cr í t icos eruditos americanos, " s e tra­ta de un fenómeno que puede advertirse con frecuencia en las postrimerías de un ciclo histórico: la penetración recíproca de una vieja cultura tradicional y una juvenil fuerza bárbara ."

Mas en nuestros días todo marcha aprisa y el ritmo de la historia se ha acelerado vertiginosamente. Los bárbaros se ci­vilizan a pesar de su rudeza y de su inocencia al entrar en con­tacto con civi l izaciones más refinadas. Sus poderes mágicos se

Page 28: Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 29 1964

agotan. Y así , la moda irrazonable de la literatura americana, cu­yas inmerecidas ventajas conocí alrededor de 1946, ha disminuí-do notoriamente. Esto e s normal. Hoy las traducciones de obras americanas son bastante menos que hace diez años. Se sigue tra­duciendo desde luego, pero sin la vehemencia de los primeros años de la posguerra. En 1945 se leían y traducían las nuevas no­velas americanas con el frenesí de un humanista del Renacimien­to que hubiese descubierto un nuevo manuscrito griego, fuese el que fuese. Fue un hecho que en aquella época (y siempre recuer­do con emoción aquella amistad y aquel entusiasmo) el mito ame­ricano representó en Europa un papel comparable al de Italia en el siglo XVI y al de Alemania cuando comenzó el movimiento ro­mántico.

Hoy, preciso es reconocerlo, hace ya años que el mito ame­ricano va descaeciendo. Quizá es demasiado parecido. Como e s ­cribió Cesare Pavese en 1947, "han acabado los tiempos en que descubrimos América". El exotismo ha perdido sus colores. El país del ensueño, en donde se tomaban sorbetes de ice-cream en los drugstores mientras se leían los còmics, en donde todos los negros tocaban el saxófono, en donde los gàngsters envolvían sus pistolas ametralladoras en las páginas de un periódico, ha desa-

Page 29: Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 29 1964

parecido. Los contactos entre Europa y América se han multipli­cado; ahora se conocen mejor, se conocen demasiado. El mito ha dejado paso a la realidad. Europa se americaniza con rapidez in­creíble y, en cambio, América se europeiza. Nuestra literatura ya no ofrece al lector europeo la visión exótica de un mundo amo­ral de violencia dominado por gàngsters, boxeadores y aldeanos incestuosos . La nueva generación de novelis tas americanos con­sidera con reverencia a Henry James y a Marcel Proust, lee con atención las cartas de Flaubert y opina que Caldwell y Steinbeck comienzan a quedarse " a n t i c u a d o s " . Los jóvenes, en lugar de vagabundos, taberneros o braceros campesinos, como sus antece­sores del decenio de 1920, son frecuentemente catedráticos uni­versi tarios muy semejantes a sus coetáneos de la Escuela Normal de P i s a o de la Rué d'Ulm. Es palmario que la literatura ameri­cana de hoy, en la que encontramos novelas complejas que demues­tran la influencia de Proust, de Flaubert, de Henry James, ya no supone choc alguno para los lectores europeos, que alimentan una cierta añoranza de los autores hard-boiled. La leyenda americana se ha desvanecido misteriosamente, y para Europa, América es hoy culpable de una madurez, de un envejecimiento si se quiere pre­coz e imperdonable.

Page 30: Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 29 1964
Page 31: Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 29 1964

Siempre, de toda gran guerra emerge una idea para el futuro. Cualesquiera que sean los vencedores, lo que en defini­tiva triunfa es una idea. Muchas veces no es aquélla por

la cual se declaraba combatir, sino otra muy dist inta en la que nunca se había pensado antes , ignota primero, germinante después , granada y crecida al final. Nace en el seno del conflicto, engen­drada por las mismas necesidades , antes desconocidas, de la lu­cha. Cuando és ta termina aparece como un descubrimiento, con

Page 32: Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 29 1964

una fuerza de evidencia y persuasión que no podía tener anterior­mente.

De la llamada Guerra de los Cien Años —que en realidad duró desde 1340 a 1453— emergió la idea de la monarquía. A su termi­nación había desaparecido el lazo de la autoridad imperial que antes unía los Estados Occidentales, los cuales se habían ido concentrando en grupos nacionales separados con su organización política propia. En Francia, Inglaterra y España se constituye­ron monarquías bajo la autoridad de las dinast ías y sobre la ba­se de la unidad nacional. Precisamente en Francia, de las gue­rras religiosas emergió la idea de la soberanía nacional, formu­lada primeramente por Bodin para conseguir la paz mediante la unidad del Estado. El Estado nacional lucha por su autoridad, por su liberación de los lazos t ransnacionales del sistema medieval, por su unificación y organización. Es cierto que la idea del Es ­tado nacional soberano rompió la unidad de Europa, pero acaso es ta ruptura fue necesaria para que Europa no siguiera uniformán­dose y se constituyeran las nacionalidades que habían de darle su fecunda diversidad que tal vez origine en el porvenir una unidad más rica.

Al mismo tiempo emergió la idea del equilibrio entre las po­tencias europeas, sobre el cual se asentó, durante siglos, la po­lí t ica internacional de nuestro continente; equilibrio roto muchas

Puertas del Capi to l io USA: los Reyes Cató l icos reciben a Colón

Page 33: Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 29 1964

Hacia equilibrio menos frágil: prohibición de pruebas nucleares

veces , pero también restablecido en forma idéntica o parecida. Es ­te equilibrio sigue existiendo —no ya solamente europeo sino mun­dial— en la forma de "equilibrio del terror". Ahora el equilibrio es un sistema de dos fuerzas iguales y contrarias, opuestas en lí­nea recta, que en la mecánica e s e l más elemental, más rudimen­tario, más brutal, y de ahí nuestra inquietud, nuestra inseguridad. Recientemente apuntan signos de un restablecimiento del equili­brio multilateral, no sólo por la posible constitución de una Eu­ropa unida, sino también - y sobre todo— por la ascensión de China que parece haber movido a Rusia a una leve traslación hacia el Occidente.

En la paz de Westfalia, al término de la guerra de los Trein­ta Años, triunfó la idea de la igualdad de derechos de las dos confesiones rel igiosas, catolicismo y protestantismo, y con la disolución del Sacro Imperio Romano se afirmó el principio del equilibrio europeo. De las guerras de la Revolución francesa, que en sus principios trataba de instaurar la fraternidad humana, " l a sociedad del género humano", y de las guerras de Napoleón que pretendía la unificación de Europa, en un Imperio francés, nació paradójicamente la idea contraria: el nacionalismo que fue tomando diversas formas; el nacionalismo patriótico, susci tado por nuestra Guerra de Independencia, el nacionalismo romántico, liberal que tuvo su expresión en las revoluciones europeas de

Page 34: Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 29 1964

1848, hasta transformarse en un nacionalismo agresivo, expan-sionista que rebasaba los límites de la nación.

Ya más cerca de estos días, la primera guerra mundial dio origen a dos ideas: la Sociedad de Naciones y la autodetermina­ción de los pueblos. Aquélla fracasó porque la paz se hizo con ideas nacionalistas. En el tratado de Versalles se injertó la So­ciedad de las Naciones; ambos eran heterogéneos. Aquél, bajo la inspiración de Clemenceau, pretendía sacar las últimas consecuen­cias de una victoria, reduciendo los vencidos a la completa impo­tencia, y ésta, la Sociedad de las Naciones, evitar toda guerra en cualquier tiempo y cualquier sitio. De la mezcla salió un híbrido de Wilson y Clemenceau, de la fiereza del "Tigre" y del humani­tarismo del profesor de Derecho. Ni el Tratado ni la Sociedad de Naciones lograron evitar una nueva guerra.

En cambio, triunfó el principio de autodeterminación de los pueblos, tomada la palabra "pueblo" en un sentido casi exclusiva­mente étnico. Triunfo relativo porque no todos los pueblos, en di­cha acepción, tuvieron Gobiernos propios y porque en realidad sólo se aplicó a una parte de Europa, el Imperio austrohúngaro —aparte

Page 35: Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 29 1964

de los territorios bálticos de Estonia, Lituania y Letonia, poseídos por Rusia. Wilson, el autor titulado de la idea, en uno de sus Ca­torce Puntos, no podía comprender la terrible historia de nuestro continente y as í quedó desmembrada aquella creación de la historia de Europa edificada por una sabia experiencia secular como ba­rrera contra turcos y rusos. Pero el principio de autodeterminación pers is te ahora en la forma de anticolonialismo que ha conducido a la independencia de los pa íses africanos.

Preguntemos ahora cuál es la idea que ha salido triunfante de la segunda guerra mundial. No creo que nadie discuta que es el principio de interdependencia y cooperación internacional cuya vigencia futura anuncié modestamente en 1944. Hace cuarenta años, la época de 1923 y años s iguientes , era la época del déficit, dé­ficit de todo, déficit de la producción, déficits presupuestarios, déficit de capi tales , inflación galopante y desorden monetario, paro crónico, factores todos el los que preparaban la Gran Depre­sión de 1929. Los vencedores de 1918 querían seguir manteniendo en la impotencia a los vencidos; también lo pretendieron los de 1945 pero con es t a diferencia: es tos últimos vieron muy pronto

Page 36: Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 29 1964

que debían ayudarse mutuamente y ayudar asimismo a los venci­dos. Las condiciones de una lucha tan extensa les habían obliga­do a una estrecha cooperación. La segunda guerra mundial dejaba tras s í problemas de tal magnitud que sólo podían tratarse por la cooperación internacional, cuya idea no nació en el cerebro de un pensador solitario sino que se había ido gestando lentamente en la lucha misma como fruto de la experiencia y simple resultado de los hechos.

La primera expresión de la interdependencia y cooperación internacional fue la ley americana de Préstamo y Alquiler, que Franklin D. Roosevelt justificaba con e s t a s senci l las palabras: "Si arde la casa de mi vecino yo le presto una manga para que apa­gue el fuego". Pero aquella era una cooperación para la guerra se ­mejante a la que había exist ido en conflictos anteriores. ¿Había de regir únicamente durante el período de la lucha sangrienta? " E l principio de ayuda implicado en la ley de Préstamo y Alquiler —dijo el senador americano Ch. Demby— debe ser mantenido. El Congre­so determinará la extensión y los términos de nuestra colaboración internacional después de la guerra, y acaso la cooperación combi­nada que ha resuelto las necesidades del tiempo de guerra pueda suministrarnos un modelo para el desarrollo de las técnicas que necesi te el manejo de problemas similares en el tiempo de paz. He­mos aprendido mucho de las dificultades crecientes vencidas me­diante e s t a s organizaciones y se perdería mucho si abandonásemos tan val iosas exper ienc ias" .

Quien consagró el principio fue el criticado Franklin D. Roo­sevelt , mezcla de ideal is ta y real is ta que perseguía el logro de sus ideales mediante acciones limitadas y concretas. Había pre­visto que los primeros problemas de Europa serían el hambre y la repatriación de los prisioneros de guerra y de los obreros arran­cados de sus hogares para trabajar en la industria bélica alemana.

Carta de la ONU: nuevo medio de la acción común internacional

Page 37: Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 29 1964

ONU: nuevas naciones, nuevos problemas, y nuevas esperanzas. . .

En plena guerra creó el Departamento de estudios sobre la alimen­tación en el mundo y después de la Conferencia de la Alimentación en Hot Springs (18 mayo 1943), por él convocada, a la que asistie­ron representantes de cuarenta y cuatro países, quedó constituida la UNRRA (United Nations Relief and Rehabilitation Adminis-tration). En la constitución de la UNRRA, Roosevelt pronunció estas palabras: "Ningún país puede realizar por sí solo esta tarea ni sustraerse a participar en ella en medida proporcional a sus re­cursos. Las grandes potencias que poseen más medios son las que tienen mayores deberes y responsabilidades".

El segundo problema de orden práctico era la moneda, cuya inestabilidad había causado antes de la guerra y podía causar des­pués, grandes trastornos en la economía mundial. Para evitarlo se constituyó otra institución de cooperación internacional, en ju­nio de 1944, todavía en guerra; el Fondo Monetario Internacional con objeto de facilitar divisas a los Estados miembros para "dar-

Page 38: Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 29 1964

les tiempo a reajustar sus balanzas de pagos sin recurrir a medi­das perjudiciales a la prosperidad nacional e internacional". Pero esto no era suficiente; de nada serviría detener las variaciones del curso de la moneda de un país, si éste carecía de capital pa­ra su reconstrucción. Con este objeto se creó —también en ju­nio de 1944— el Banco Mundial para la Reconstrucción y el De­sarrollo económico. "En asuntos nacionales o internacionales —había dicho Roosevelt a principios de su presidencia—, la eco­nomía ya no puede tener su fin en sí misma; es simplemente un medio para obtener objetivos sociales". No el bienestar indivi­dual, sino el bienestar social de la nación. El, que mediante el

Abr i l 1951: nace la Comunidad Europea del Carbón y del Acero

New Deal había hecho trascender la riqueza americana de la es­fera individual a la social, ahora, trataba de elevarla, con una especie de New Deal mundial, a otra esfera más amplia, a la in­ternacional, señalando a la plétora americana el camino del mun­do.

A estos organismos siguió el Plan Marshall, ya bajo el pre­sidente Truman, y después el principio de cooperación interna­cional se fue extendiendo a otras esferas muy variadas, que van desde la UNESCO al Mercado Común y la Organización de Esta­dos Americanos. Estas organizaciones internacionales o suprana-cionales no tienen todavía poderes ejecutivos, excepto las euro­peas de Bruselas (Comunidad del Carbón y el Acero, Euratom,

Page 39: Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 29 1964

Mercado Común), pero su amplísima red abarca todos los aspec­tos de la vida de las naciones y señala la diferencia del mundo entre 1923, e incluso hasta 1939, y 1963, cuarenta años después; entonces, compuesto de entidades nacionales, que si bien inter-dependientes, porque no podía ser de otra manera, su interdepen­dencia era mucho más vaga y, sobre todo, no estaba consagrada por instituciones como las hoy existentes. La diferencia es entre un mundo desordenado y un mundo que tiende a una organización general.

El espíritu de la época presente es la cooperación interna­cional, y quien trabaje contra ella, la dificulte o estorbe, no está

El presidente Johnson con diplomát icos de Corea, Ghana e India

actuando a la altura de los tiempos. Tal es, por ejemplo, aque­lla actitud que se apega a ese viejo concepto de la soberanía na­cional; un concepto muy antiguo que, como hemos visto, procede de Bodin y que posteriormente fue adoptado por la Revolución fran­cesa, significando primero la soberanía del pueblo y después se infundió en el nacionalismo patriotero para ser la soberanía in­tocable del Estado, que se resiste a renunciar a cualquiera de sus poderes, aunque sea en beneficio de un mejor orden interna­cional.

Fragmentos del Artículo "Dos Mundos Distintos", publicado en la Revista de Occidente. (Nos

8 y 9, Novbre.-Dicbre. 1963). © 1963 by Revista de Occidente. Reproducido con autorización.

Page 40: Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 29 1964

EL PASADO: PUNTO DE PARTIDA PARA EL FUTURO

El período comprendido entre la primera y segunda guerra mundial fue un período en el cual el nacionalismo dividió a sus propuestas víctimas y engendró la agresión. Fue una

época en la cual la angustia económica socavó la democracia y la paz. Los rasgos particulares de aquel tiempo que hoy recordamos son la abrumadora carga de las reparaciones: las enormes e incon­trolables deudas internacionales y el aumento de las barreras co-

JOHN W. TUTHILL

Page 41: Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 29 1964

merciales y arancelarias que se produjo lentamente al principio y después a una velocidad alarmante. Cada país intentaba exportar sus problemas a otros pa í ses . El inevitable caos se produjo en 1929 y en los primeros años de la década de 1930. En Europa y en los Estados Unidos millones de personas se encontraron sin trabajo y cas i sin esperanzas, porque nuestros gobiernos habían manteni­do su total independencia y se habían negado a ceder cualquier par­te de su soberanía a través de la cooperación con sus vecinos. Fi­nalmente, el egotismo político hizo que el desastre económico de­sembocara en los horrores de una guerra que llevó el terror y el su­frimiento a todos los afectados por el la. También llevó a la Unión Soviética al corazón de Europa.

Ya en los propios días tenebrosos de la segunda guerra mundial se hicieron planes y se dieron algunos primeros pasos que, según se esperaba, evitarían al menos algunas de las reacciones econó­micas y, por lo tanto, quizá también algunas de las reacciones po­l í t icas , así como algunas de las consecuencias , que se habían pro­ducido tras la primera guerra mundial.

Debido a la negativa de la URSS y del bloque comunista a par­ticipar en ciertas organizaciones mundiales, la atención de las na­ciones de la región atlántica comenzó a desplazarse hacia la in­tensificación de la cooperación regional.

La primera gran organización regional tuvo sus comienzos en 1947 sobre la premisa fundamental del Plan Marshall. Dicha pre­misa era que la ayuda norteamericana a Europa ser ía más eficaz si se canal izase , no hacia cada uno de los países , sino, en el ma­yor grado posible, a través de una organización que representase a todos los países recipientes. Esta organización —la OECE— pre­paró un plan común para la mejor utilización de la ayuda, más so­bre una base europea que sobre una mera base nacional. La OECE fue transformada en 1961 en la OCDE, que tiene un marco de refe­rencias nuevo y más amplio y a la cual pertenecen también los dos pa íses americanos que colaboran en ella.

Junto al campo económico y financiero, la amenaza de la agre­sión soviética obligó a las naciones de la zona del Atlántico Norte a actuar también en el campo de la defensa regional. Ello se hizo a través de la OTAN, basada en la teoría de que manteniéndonos firmemente unidos, en vez de marchar por caminos separados, ten­dríamos el poder y el patente propósito de resist ir la agresión.

En 1950, algo nuevo apareció en el escenario europeo y, por por tanto, en el atlántico, con la propuesta de Robert Schuman, acep­tando el plan de Jean Monnet para establecer la Comunidad del Car­bón y del Acero. Ello constituyó una magnífica ruptura con el pa­sado, ya que en vez de esperar hasta la aparición de una amenaza, los fundadores de la Comunidad del Carbón y del Acero decidieron mirar hacia adelante y poner en movimiento intereses conducentes hacia la unidad política de Europa. Este proceso —hacia la autén­tica unidad europea— ha recibido continuo apoyo y aliento del go­bierno de los Estados Unidos, a través de una Administración de­mócrata, de una republicana y, de nuevo, de una demócrata. Hoy cuenta con tal apoyo.

Page 42: Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 29 1964

Viena : e l comunismo se manif iesta en oposic ión al Plan Marshal l

Hace poco más de año y medio, se produjo un acontecimiento sin precedentes en la parte occidental del Atlántico Norte, en un discurso del Presidente de los Es tados Unidos —del presidente Kennedy— que quizá no fue tan advertido en Europa como hubiera debido serlo. El Presidente eligió el 4 de julio, Día de la Indepen­dencia americana y eligió un edificio de Filadèlfia, Independence Hall, lleno de historia americana. Y allí proclamó no la indepen­dencia de los Estados Unidos, sino la interdependencia de toda la región atlántica. Requirió una "Comunidad At lánt ica" entre los Estados Unidos y Europa. Ello fue un histórico apartamiento de nuestras proclamaciones pasadas y se basó no sólo en sueños sino en una comprensión de las necesidades de la humanidad.

Esto fue nuevamente subrayado en junio del año pasado, cuan­do el mismo Presidente dijo: " E l futuro de Occidente radica en la Comunidad Atlántica, un sistema de cooperación, interdependen­cia y armonía, cuyos pueblos pueden enfrentarse conjuntamente con sus cargas y oportunidades en todo el mundo. Algunos dicen que e s sólo un sueño, pero yo no estoy de acuerdo. Una genera­ción de logros —el Plan Marshall, la OTAN, el Plan Schuman y el Mercado Común— nos apremia hacia el camino de una mayor uni­dad" .

El presidente Lyndon B. Johnson señaló su propia consagra­ción personal a la Comunidad Atlántica poco después de tomar po­sesión, diciendo: "Refleja también el hecho de que mi país sabe que su seguridad sólo puede ser asegurada y sus intereses y va­lores sólo pueden ser promovidos mediante una estrecha comunidad con Europa en las tareas comunes" . Jean Monnet

Page 43: Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 29 1964

LAS ACTUALES ENCRUCIJADAS Del examen de la historia reciente se podría deducir que el ca­

mino hacia el futuro —el camino que hay que tomar para hacer fren­te a los muchos retos con que se enfrentan las naciones atlánti­cas— es claro. Deberíamos continuar por la ruta que hemos seguido desde el final de la guerra y perfeccionarla y ampliarla.

Sin embargo no e s tan senci l lo . En ambos lados del Atlántico se han alzado voces diciendo que todo lo que hemos hecho desde el final de la segunda guerra mundial es meramente una desviación temporal de los auténticos caminos de l a s naciones, desviación que refleja la abrumadora preponderancia del poder en una parte. La conclusión que se saca de ello es que, ahora que Europa se ha recobrado, ahora que la situación mundial parece un poco más op­timista, debería producirse un aflojamiento de los lazos , una subs­titución de los movimientos hacia la integración por la cooperación, más fácil y más indefinida, de la preguerra.

Se dice que estamos en un momento de pausa en la guerra fría entre el Este y el Oeste. Igualmente, yo creo que estamos en un momento de pausa en nuestras relaciones a t lánt icas , en el cual los pueblos es tán comprobando los méritos relativos de los diferentes puntos de vista que se defienden. ¿Debemos proseguir por la ruta atlántica o debe producirse un aflojamiento de la relación, tendien­do Europa y Norteamérica a volver a la tradición de los es tados na­c iona les del siglo XIX y principios del XX?

Yo, personalmente, estoy en contra del viejo sistema decimo­nónico de alianza, de tipo tradicional, de los es tados nacionales, porque creo que tiene una mayor tendencia a la introspección, en el sentido de que se concentra en los problemas de los miembros, y e s menos probable que mire hacia el exterior, hacia los proble­mas mundiales. La razón de ello e s que en cada problema discu­tido se tienen que pesar las consideraciones nacionales en vez de avanzar hacia un objetivo de unidad política en Europa y hacia una relación permanente y más estrecha en toda la región at lántica y más allá de el la, según e s de esperar. Una de las corrientes más

La acción conjunta en el campo de la defensa regional: la OTAN

Page 44: Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 29 1964

fuertes que discurren a través de toda nuestra civilización occi­dental, procedente de nuestra herencia griega, judía y crist iana, e s que el hombre tiene e l poder y la responsabilidad de conformar la realidad más cerca de sus anhelos. Sin embargo, esta herencia nos enseña también que no podemos sentirnos satisfechos en fun­ción de nuestra propia prosperidad e ignorar las necesidades y pro­blemas de los oíros.

Los imperativos actuales han sido muy bien expuestos por Walt W. Rostow, Presidente de la Comisión de Planificación Pol í t ica del Departamento de Estado de los Estados Unidos, cuando recien­temente dijo:

" L a naturaleza de la tecnología militar, y de la capacidad nu­clear comunista, impone que la Comunidad Atlántica sea aproxi­madamente la unidad más pequeña capaz de organizar una defensa nacional y efectiva de Europa. El problema de organizar una co­munidad de naciones independientes que incluya tanto a las nacio­nes avanzadas de la parte Norte del mundo libre como a las nacio­nes en rápido avance de Asia, Oriente Medio, África e Iberoamé­rica, exige igualmente que trabajemos de acuerdo a través del At­lántico. Los problemas que nosotros tenemos planteados por l as negociaciones con Moscú encaminadas hacia el control de las ar­mas atómicas afectan los intereses vitales de todas las naciones de la Comunidad Atlántica, lo que exige resoluciones dentro de tal familia; y también, en último término, lo exige el problema de la China comunista, su actual postura agresiva y su postura futura, especialmente cuando logre una capacidad nuclear.

Escudriñando el futuro con toda la imaginación de que somos capaces , no podemos imaginar un momento relevante para la ac­tual planificación en el cual no sea ventajoso para Europa unirse y trabajar de acuerdo con Norteamérica.

Page 45: Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 29 1964

Dicho de otra manera: no vemos sino peligro para todos noso­tros si Europa se separase de los Estados Unidos o si considerase su gran prosperidad y la reciente disminución de las tensiones con Moscú como una ocasión en la cual se pudiese dar de nuevo rien­da suelta a un nacionalismo pasado de moda".

En un posterior discurso, afirmó: "S i , en efecto, el punto decisivo de 1961-62 se convertirá en

una línea divisoria en la historia humana, en la cual la guerra fría va dando paso gradualmente a una comunidad de naciones progre­siva y pacífica, o si llevará simplemente a un paréntesis entre dos ofensivas comunistas, depende principalmente de lo que nosotros, en el mundo libre, hagamos de ese intervalo.. . Es evidente —en el Sudeste de Asia y en el Caribe, por ejemplo-*- que el peligro co­munista sigue siendo agudo. La paz no ha estallado; nos enfren­tamos tanto con peligros como con oportunidades. Sin embargo, la iniciativa es tá en nuestras manos si tenemos la voluntad y clari­videncia de hacernos con e l l a " .

LOS PROBLEMAS QUE NOS ACOSAN Ha sido alentador ver signos de recientes progresos, ya que

desde el 14 de enero de 1963, hace más de un año, el progreso, tanto en la Comunidad Atlántica como en la unificación europea, ha aminorado considerablemente su ritmo. Sin embargo se ha pro­ducido algún progreso.

En primer lugar, se han hecho progresos, modestos pero autén­t icos , en busca de mejores soluciones, dentro de la OTAN, de los decis ivos problemas del poder y la responsabilidad nuclear. El pro­yecto concreto es la propuesta de una flota multilateral de la OTAN dotada de proyectiles bal ís t icos . Las discusiones polí t icas y téc­nicas preliminares a la redacción de una carta es tán ya cerca de sus fases finales. Ocho gobiernos, incluidos la República Federal Alemana, el Reino Unido e Italia, como asimismo los Estados Uni­dos, están participando en ta les conversaciones. Seis de el los, in­cluidos los mencionados, tomarán parte en una demostración a bor­do de un destructor dotado de proyectiles bal ís t icos, y con tripu­lación mixta, que será facilitado por los Estados Unidos en un futu­ro próximo.

La propuesta fuerza multilateral contribuirá notablemente a nuestra defensa común. Los expertos militares que han estudiado el asunto opinan unánimemente que la fuerza multilateral e s una propuesta práctica y auténticamente realizable, que tiene una im­portante utilidad militar. Al mismo tiempo, encerraría la posibili­dad de transformarse en una fuerza de control europeo, estrecha­mente aliada con los Estados Unidos, en el caso de que la unidad política europea se convierta en una realidad y de que una Europa unida desee continuar a lo largo de ta les l íneas .

Finalmente, parece ser la única solución razonable y prácti­ca del gran problema de compartir la defensa nuclear de que po­demos disponer hoy. Las alternativas que se han sugerido, o es­tarían pronto en desacuerdo con las realidades polí t icas, o son de tal c l a se que pondrían en peligro la unidad y cohesión de

Page 46: Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 29 1964

la Alianza at lántica y, en realidad, la seguridad de todo el mundo.

EL "TURNO KENNEDY" En el campo de nuestro mu­

tuo interés en ampliar el comer­cio recíproco, tenemos una opor­tunidad muy especial , en virtud de la nueva legislación comercial norteamericana aprobada en 1962, para reducir considerablemente las barreras comerciales subsisten­t e s . La Administración de los Es­tados Unidos solicitó, y obtuvo, del Congreso autorización para realizar negociaciones encamina­das hacia reducciones recíprocas de un 50 por ciento en la protec­ción arancelaria. Esta legislación e s conocida ahora como la Ley de Expansión Comercial de 1962. En honor del hombre que, mediante sus dotes de imaginación, es ta­bleció para nosotros es te mutuo objetivo, las negociaciones han llegado a ser conocidas bajo la denominación de "Turno Kennedy" y se iniciarán formalmente en Gi­nebra, en el mes de mayo.

La aprobación de la Ley no fue, por supuesto, una mera res­puesta a los problemas que he c i ­tado. El presidente Kennedy re­conoció la importancia política que tendrían para todo el mundo unas barreras comerciales reducidas. Estimó que una aumentada com­petencia en los Estados Unidos y en el extranjero estimularía nuestras economías y aumentaría considerablemente el bienestar económico mundial. Por ello apo­yó con todo su prestigio y poder la aprobación de las leyes que per­mitiesen la mayor reducción en la historia arancelaria americana y que habil i tase a los Estados Unidos para hacer frente a las pe­t iciones de nuestros asociados de que redujésemos nuestras ta­rifas globalmente.

Page 47: Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 29 1964

LA AGRICULTURA EN LAS NEGOCIACIONES La reunión ministerial del GATT del pasado mes de mayo de­

cidió "que en vista de la importancia de la agricultura en el co­mercio mundial " e l "Turno Kennedy"de negociaciones comerciales tendría que tomar medidas para "un desarrollo y expansión impor­tantes del comercio agrícola mundial".

Es ta decisión es de gran importancia para los Estados Unidos que, debido a su gran extensión territorial y a su eficiente produc­ción agrícola, son el mayor exportador mundial de productos agrí­colas .

Desde el punto de vis ta de los intereses a largo plazo del mun­do libre, es bastante conveniente que los Estados Unidos sean un productor agrícola tan eficiente. Como se recordará, t ras la se­gunda guerra mundial, fueron los Estados Unidos quienes, aumen­tando en alto grado su producción agrícola, hicieron frente a las e s c a s e c e s alimenticias en Europa y en otros lugares. Por ejemplo, la superficie destinada al cultivo del trigo fue ampliada de 53 mi­llones de acres en 1942 a 84 millones de acres, en 1949. Una vez que se atendió a las necesidades de emergencia, tal superficie fue reducida a unos 55 millones de acres, en 1961.

El año pasado, como es sabido, los países de la Comunidad Económica Europea tuvieron una reducida cosecha de trigo. La pro­ducción triguera fue unos se is millones de toneladas métricas me­nor que la de 1962. Además una proporción del trigo mayor de la corriente no era susceptible de molturación. Así, se es tá acudien­do actualmente a los Estados Unidos y a otros países productores de ultramar para cubrir la diferencia mediante la venta de trigo de sus reservas .

Es absolutamente imposible decir, s í , queremos utilizar esta capacidad productiva en los años malos, pero en los años buenos se le impedirá la entrada. Tiene que haber un acceso razonable continuo a los mercados. Esto e s lo que los Estados Unidos están pidiendo para s í y para otros pa íses de exportación agrícola.

A cambio, los Estados Unidos están dando razonable acceso a sus mercados propios. En efecto, los Estados Unidos son por orden de importancia el segundo país importador de productos agrí­colas en el mundo, muy poco por debajo del Reino Unido. Un es ­tudio reciente muestra que los Estados Unidos son el más liberal de los grandes países del mundo libre desde el punto de vista de las restr icciones a las importaciones agrícolas. Los Estados Uni­dos protegen sólo el 26 por ciento de su producción agrícola me­diante barreras no arancelarias, ta les como cupos. No emplean re­gulaciones múltiples o gravámenes variables para restringir l as importaciones. En Europa, la protección por ta les medios oscila entre un 60 y un 100 por ciento de la producción agrícola.

Los Estados Unidos reconocen plenamente que a medida que aumenta la eficiencia agrícola europea, la producción agrícola eu­ropea se expande. Reconocen la necesidad que sienten los gobier­nos europeos de facilitar protección a sus agricultores.Reconocen también el derecho de los Seis a establecer una política agraria común, sin la cual no puede haber un Mercado Común. La creación

Page 48: Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 29 1964

del Mercado Común sigue contan­do con el fuerte apoyo de los Es­tados Unidos.

Es indiscutible que todos e s ­tos problemas nos van a acompañar durante mucho tiempo. No hay ca­mino alguno por el que podamos apresurarnos a través de las so­luciones inmediatas, pero hemos de avanzar implacablemente, sin gestos teatrales , desbrozando len­tamente el camino hacia la inque­brantable substancia de los pro­blemas.

CONCLUSIÓN De todo esto resulta claro que

las naciones de la zona del Atlán­tico tenemos ante nosotros una se ­rie de difíciles pruebas.

Hemos avanzado mucho desde 1945, construyendo sobre la base de las duras lecciones aprendidas en la guerra y en el largo período de inestable paz entre l as guerras. La senda que hemos seguido es la cooperación, que estamos conti­nuando para desarrollar una comu­nidad entre una Europa totalmente unida y los Estados Unidos.

Los próximos años nos dirán si podemos continuar hacia e s t a meta o si nos dispersaremos, mar­chando una vez más por la ruta del nacionalismo y de las a l ianzas tradicionales, retornando una vez más a los viejos usos del siglo XIX y comienzos del XX.

Los que nos preocupamos por el futuro de Occidente y, por lo tanto, del futuro del mundo, no po­demos hacer nada mejor que recor­dar las palabras pronunciadas por el presidente Kennedy el pasado mes de junio en la Paulskirche:

"Que no se diga de esta generación atlántica que hemos abandonado al pasado los ideales y las previsiones, ni a nues­tros adversarios la voluntad y la determi­nación".

Page 49: Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 29 1964

• Qué ha de entenderse en conclusión por Comunidad Atlán-

Ó tica? Durante los últimos diez años un buen número de li­bros y de artículos han visto la luz, presentando tesis para

todos los gustos. Resulta interesante que, con muy pocas excep­ciones, aun entre aquellos que con mayor entusiasmo apoyan la idea de una Comunidad Atlántica, no exista un claro concepto so­bre qué naciones han de formar parte de la Comunidad. Tampoco han podido los defensores de esta última ponerse de acuerdo con respecto a cuál sea la mejor forma de organización política para una tal Comunidad. Personalmente entiendo que hasta el momento

CHRISTIAN A . H E R T E R

Ex secretar io de Estado.

Representante especia l de

los Estados Unidos para

Negociaciones Comerciales

Page 50: Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 29 1964

es natural y prudente evitar todo acercamiento dogmático tanto a la cuestión de las naciones que habrán de iniciar la Comunidad como a la de la forma que habrán de adoptar las instituciones po­líticas que de ella se deriven. Los diversos caminos hacia la uni­dad hoy existentes han de mantenerse abiertos. Por esto no me disculpo de no haber incluido en este volumen un detallado esque­ma de la cuestión.

Según se desprende de mis conversaciones con dirigentes po­líticos y con ciudadanos en calidad privada interesados en los pro­blemas de una más amplia unidad, estoy convencido de que la gran mayoría de los mismos piensan que Europa debe lograr su unidad política como medida previa a cualquier discusión con el Canadá y con los Estados Unidos respecto al carácter constitucional de una Comunidad Atlántica. Si bien todos ellos reconocen que el Canadá y los Estados Unidos, como miembros de la OTAN y de­sempeñando el último de estos dos países la función dirigente de la alianza militar, se hallan ya de importante modo comprometidos en garantizar la seguridad militar de Europa, piensan sin embargo que, al margen de la alianza militar, las relaciones políticas de estos dos países de América del Norte con Europa no deberían abordarse hasta que las principales naciones europeas se hayan integrado lo bastante para poder discutir la cuestión con una voz única. La misma verdad se repite en relación al campo económi­co, si bien la colaboración comercial entre ambas orillas del At­lántico habrá de proseguirse, con independencia de los términos que rijan la eventual asociación económica entre América del Norte y Europa.

Los sentimientos que abrigan los europeos al respecto son bastante comprensibles. Entienden éstos que unidos se hallarán en condiciones de negociar con los países de América del Norte sobre una base de igualdad, y que de este modo un más duradero tipo de colaboración podrá probablemente lograrse. Es creencia mía que la actual administración en los Estados Unidos sustenta un idéntico criterio. Este criterio ha comenzado a designarse hoy en día como la concepción dumbbell (pesas gimnásticas), concep­ción que entiende que una alianza política o económica podrá ser más potente cuando haya sido acordada por asociados que hayan negociado con semejante peso de autoridad por cada lado. Susten­to personalmente la opinión de que la integración europea y las discusiones para llevar a cabo una Comunidad Atlántica pueden seguir pasos casi paralelos.

Si los actuales esfuerzos en pro de la integración política europea fuesen frenados, un nuevo avalúo de la situación se ha­ría necesario. Hasta el presente, el peligro de su obstaculización radica en las grandes diferencias hoy existentes en el propio seno de la Comunidad Económica Europea. El general de Gaulle ha dejado muy claramente sentado que tan sólo apoyará lo que él llama PEwope des Patries. Esto sin duda significa una vaga es­pecie de confederación en la que cada nación conservaría com­pletamente su soberanía y en la que no se reconocerían derechos a un organismo supranacional que pretendiese obligar por vota-

Page 51: Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 29 1964

ción proporcional. Es difícil predecir la evolución que habrá de sufrir la posición francesa al respecto, pero resulta interesante advertir que en mayo de 1962 cinco miembros del gobierno de Gaulle presentaron la dimisión debido a un desacuerdo con el general en e s t a s cuest iones .

Por otra parte, cuando el ministro francés de asuntos ex­teriores presentó a la Asamblea Nacional en junio de 1962 el plan de la política exterior francesa, el gobierno se negó a permitir una votación que aprobase o censurase el plan presentado. Casi la mitad de los miembros del parlamento abandonaron la sa la . Es ­ta retirada y las consecuentes posiciones adoptadas por los di­rigentes de los partidos políticos más importantes del país son hechos que han sido generalmente interpretados como un reflejo del amplio desacuerdo existente en el Parlamento en cuanto a las ideas del presidente de Gaulle sobre la unidad política eu­ropea.

Es para mí evidente que el desarrollo de una efectiva Comu­nidad Atlántica, por nebulosa que en algunos aspectos pueda de momento parecer, debe sin embargo proseguir su proceso evoluti­vo. Como requisito previo, los acuerdos que se refieran al uso de la fuerza nuclear y el papel que habrá de corresponder a las na­ciones europeas y a los Estados Unidos en e l primordial aspecto militar, son cuestiones que han de hallar una solución. La aso­ciación comercial con Europa, por otra parte, acariciada por la po­lítica comercial de nuestra administración, deberá avanzar bastan­te más allá del punto en que hoy se halla antes de que puedan ser fructíferamente discutidos los mecanismos de una común política. El objetivo a largo plazo debe no obstante mantenerse vivo en la mente. Estoy convencido de que ni las al ianzas militares ni las asociaciones comerciales pueden ser duraderas sin el esencial en­grudo de las insti tuciones polí t icas. Pero estoy igualmente con­vencido de que las primeras son prerrequisitos para la formulación de las segundas. Existen desde luego quienes creen que debería producirse una inversión en es te orden de prioridad y que debería­mos por lo tanto trabajar hasta garantizar de una vez una unidad política, basándose para ello en la idea de que los problemas eco­nómicos y militares e s más probable que encuentren solución si un mecanismo federal ha sido antes creado. No estoy de acuerdo con es te punto de vista.

Actuar con diligencia e s de fundamental importancia. Exis­te un cierto grado de urgencia con respecto a los progresos a rea­lizar que no e s suficientemente valorado, particularmente en nues­tro país . La total concepción de una efectiva Comunidad Atlán­t ica puede naufragar si se pretende llevarla demasiado lejos en un tiempo en que los procesos integradores aún no han alcanzado sus fines en Europa mientras nuestra asociación comercial con es te movimiento integrador se halla aún en discusión y mientras nos hallamos aún a la búsqueda de una solución para e l problema de la participación en el control de la fuerza nuclear. De es to no cabe duda. Pero las ventajas de una rápida actuación son con todo obvias.

Page 52: Atlántico : Revista de Cultura Contemporánea Num 29 1964