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8/3/2019 Bartra-La Gran crisis
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La Gran crisis
ARMANDO BARTRA /I
El mundo atraviesa por una crisis mltiple y unitaria cuyas sucesivas, paralelas
o entreveradas manifestaciones configuran un periodo histrico de indita
turbulencia. Lo nuevo de la Gran crisis radica en la pluralidad de dimensiones que
la conforman; emergencias globales mayores que devienen crticas precisamente
por su origen comn y convergencia:
Crisis medioambiental patente en un cambio climtico antropognico que
avanza ms rpido de lo que se previ a principios de 2007, hace apenas dos
aos, pero tambin en la desertizacin, deforestacin, estrs hdrico, deterioro de
los mares, erosin acelerada de la biodiversidad y contaminacin de aire, suelo yagua dulce (Unesco, La Jornada 9/2/08).
Crisis energtica evidenciada en patrones de consumo insostenibles, pues en
un dispendio que es causante mayor del cambio climtico durante la ltima
centuria empleamos ms energa que durante toda la historia anterior, pero visible
igualmente en el progresivo agotamiento de los combustibles fsiles y en la
paulatina reduccin de su eficiencia energtica (Agencia Internacional de Energa,
World Energy Outloock, 2006).
Crisis alimentaria manifiesta en hambrunas y caresta causadas por el
creciente uso no directamente alimentario de algunas cosechas (empleo en
forrajes y biocombustibles), por el estancamiento de la productividad cerealera que
por casi cinco dcadas dinamiz la llamada Revolucin Verde y por la
especulacin resultante del oligopolio trasnacional que domina en la rama
(FAO, Informe, septiembre 2008).
Crisis migratoria documentada por el xodo de origen multifactorial, cuyo saldo
hasta ahora ha sido ms de 200 millones de personas viviendo fuera de su pas
natal, pero tambin por la criminalizacin que los transterrados sin documentos
padecen en los lugares de destino y por la erosin de las comunidades de origen y
la desarticulacin de sus estrategias productivas de solidaridad intergeneracional.
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Crisis blica dramatizada por las prolongadas y cruentas guerras coloniales de
ocupacin y resistencia que sacuden Chechenia (desde 1994), Palestina,
Afganistn (desde 2001), Irak (desde 2003); motivadas por la pretensin de
controlar espacios y recursos estratgicos por parte de las potencias globales y de
algunas regionales.
Crisis econmica desatada por la debacle de un sistema financiero
desmecatado que mediante apalancamientos sin sustento pospuso la larvada
crisis de sobreproduccin; descalabro que se ha extendido a la economa material
ocasionando masiva destruccin de capital redundante y de ah a la vida real
donde arrasa con el patrimonio de las personas.
Encrucijada civilizatoria
La Gran crisis es sistmica y no coyuntural porque no slo desfonda el modelo
neoliberal imperante durante los pasados 30 aos, tambin pone en cuestin el
modo capitalista de producir y socava las bases mismas de la sociedad industrial.
Si como Braudel llamamos civilizacin occidental a un orden espacialmente
globalizante, socialmente industrial, econmicamente capitalista, culturalmente
hbrido, intelectualmente racionalista y que histricamente se define por su lucha
sin fin contra la civilizacin tradicional (a la que nunca vence del todo porque stase le resiste tanto desde fuera como desde dentro), la presente es en sentido
estricto una crisis civilizatoria (Fernand Braudel. Las civilizaciones
actuales. Estudio de historia econmica y social. REI, Mxico, 1994, p. 12-46).
La magnitud del atolladero en que nos encontramos evidencia la imposibilidad
de sostener el modelo inspirador del capitalismo salvaje de las ltimas dcadas.
Pero tambin resulta impresentable un sistema econmico que no es capaz de
satisfacer las necesidades bsicas de la mayora y, sin embargo, peridicamentetiene que autodestruir su capacidad productiva sobrante. Y cmo no poner en
entredicho a la civilizacin industrial cuando la debacle ambiental y energtica da
cuenta de la sustantiva insostenibilidad de un modo de producir y consumir que
hoy por hoy devora 25 por ciento ms recursos de los que la naturaleza puede
reponer.
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Los rdenes civilizatorios no se desvanecen de un da para otro y tanto la
duracin como el curso de la Gran crisis son impredecibles. Pero si bien el
presente evento patolgico podra, quiz, ser superado por el capitalismo, la
enfermedad sistmica es definitivamente terminal. Todo indica que
protagonizamos un fin de fiesta, un trnsito epocal posiblemente prolongado, pues
lo que est en cuestin son estructuras profundas, relaciones sociales aejas,
comportamientos humanos de larga duracin, inercias seculares.
Otra vez la escasez
Vista en su integridad la presente es una clsica crisis de escasez patente en la
devastacin del entorno socioecolgico operada por las fuerzas productivo-
destructivas del sistema. Y es que detrs de la abundancia epidrmica de un
capitalismo que se las da de opulento, pues por cada dos personas que nacen se
fabrica un coche, de modo que la humanidad entera cabra sentada en los ms de
mil millones que conforman el parque vehicular, se oculta la ms absoluta
depauperacin. Un empobrecimiento radical patente en la extrema degradacin
del entorno humano-natural, que nos tiene al borde de la extincin como especie.
Con su secuela de caresta y rebeliones, las crisis de escasez no han dejado
de ocurrir peridicamente en diferentes puntos del tercer mundo. Pero
el primero se ufanaba de que despus de 1846-48 en que hubo hambruna en
Europa, las emergencias agrcolas propias del viejo rgimen haban quedado
atrs. Parece que la industrializacin ha roto a finales del siglo XVIII y en el XIX,
este crculo vicioso, escribe Braudel al respecto (Fernand Braudel, ibid, p. 30). No
fue as. Menos de dos siglos despus del despegue del capitalismo fabril la
emergencia por escasez resultante del cambio climtico provocado por la
industrializacin amenaza con asolar al mundo entero.
La caresta alimentaria reciente no es an como las del viejo rgimen, pues,
pese a que han reducido severamente, por el momento quedan reservas globales
para paliar hambrunas localizadas. En cambio se les asemeja enormemente la
crisis medioambiental desatada por el calentamiento planetario. Slo que la
penuria de nuestro tiempo no tendr carcter local o regional, sino global y la
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escasez ser de alimentos, pero tambin de otros bsicos como agua potable,
tierra cultivable, recursos pesqueros y cinegticos, espacio habitable, energa,
vivienda, medicamentos...
Los pronsticos del Panel Internacional para el Cambio Climtico (PICC) de la
ONU son inquietantemente parecidos a las descripciones de las crisis agrcolas de
la Edad Media: mortandad, hambre, epidemias, saqueos, conflictos por los
recursos, inestabilidad poltica, xodo. Lo que cambia es la escala, pues si las
penurias precapitalistas ocasionaban migraciones de hasta cientos de miles, se
prev que la crisis ambiental causada por el capitalismo deje un saldo de 200
millones de ecorrefugiados, los primeros 50 millones en el plazo de 10 aos; se
estima que para 2050 habr mil millones de personas con severos problemas de
acceso al agua dulce; y la elevacin del nivel de los mares para el prximo siglo,
que hace dos aos el PICC pronostic en 59 centmetros, hoy se calcula que ser
de un metro y afectar directamente a 600 millones de personas.
En los pasados cuatro aos 115 millones se sumaron a los desnutridos y hoy
uno de cada seis seres humanos est hambriento. Pero en el contexto de la crisis
de escasez, que amenaza repetir el libreto de las viejas crisis agrcolas,
enfrentamos un severo margallate econmico del tipo de los que padece
peridicamente el sistema: una crisis de las que llaman de sobreproduccin o ms
adecuadamente desubconsumo.
Estrangulamiento por abundancia, irracional en extremo, pues la destruccin
de productos excedentes, el desmantelamiento de capacidad
productiva redundante y el despido de trabajadores sobrantes coincide con un
incremento de las necesidades bsicas de la poblacin que se encuentran
insatisfechas. As, mientras que por la crisis de las hipotecas inmobiliarias en
Estados Unidos miles de casas desocupadas muestran el letrero de Sale, cientosde nuevos pobres, saldo de la recesin, habitan en tiendas de campaa
sumndose a los ya tradicionales homeless. Y los ejemplos podran multiplicarse.
El contraste entre la presunta capacidad excesiva del sistema y las carencias
de la gente ser aun mayor en el futuro, en la medida en que se profundicen los
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efectos del cambio climtico. Agravamiento por dems inevitable, pues el
medioambiental es un desbarajuste de incubacin prolongada cuyo despliegue
ser duradero por ms que hagamos para atenuarlo
ARMANDO BARTRA/II
Hay quienes ven en la conmocin que padecemos una redicin del crack de
1929. Pero no, el presente no es un tropiezo productivo ms entre los muchos de
los que est empedrado el ciclo econmico. La de hoy es una debacle civilizatoria
por cuanto balconea sin atenuantes el pecado original del gran dinero; la
irracionalidad profunda del modo de produccin capitalista, pero tambin del orden
social, poltico y espiritual en torno a l edificado.
Y este taln de Aquiles sistmico va ms all de que al reducirse relativamente
el capital variable tanto por elevacin de la composicin orgnica como por la
tendencia a minimizar salarios, se reduzca tendencialmente la tasa de ganancia y
a la vez la posibilidad de hacerla efectiva realizando el producto. Ciertamente la
contradiccin econmica interna del capitalismo, formulada por Marx hace siglo y
medio, estrangula cclicamente el proceso de acumulacin, ocasiona crisis
peridicas hasta ahora manejables y, segn los apocalpticos sostenedores dela teora del derrumbe, algn da provocar la debacle definitiva del sistema. Pero
este pleito del capital consigo mismo es slo la expresin entripada econmica
del antagonismo entre el gran dinero y el mundo natural-social al que depreda.
La contradiccin ontolgica del capitalismo no hay que buscarla en los
tropiezos que sufre el valor de cambio para valorizarse, sino en el radical
desencuentro entre el valor de cambio autorregulado y el valor de uso; en el
antagonismo que existe entre la lgica que el lucro le impone a la produccineconmica y la racionalidad propia de la reproduccin social-natural del hombre y
los ecosistemas. Sin obviar por sabido el agravio cannico que siempre se le ha
imputado al gran dinero: una soez desigualdad por la que en el arranque del tercer
milenio los dos deciles ms bonancibles de las familias poseen 75 por ciento de la
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riqueza, mientras en el otro extremo los dos deciles ms depauperados apenas
disponen de 2 por ciento.
Recesin y sobreproduccin
Las perturbaciones endgenas del capitalismo fueron estudiadas de antiguo porSmith, Say, Ricardo y Stuart Mill, quienes pensaban que el sistema procura su
propio equilibrio, y por Malthus, Lauderdale y Sismondi, quienes aceptaban la
posibilidad de trombosis mayores. Pero fue Marx quien sent las bases de la
teora de las crisis econmicas, al establecer que la cuota general de plusvala
tiene necesariamente que traducirse en una cuota general de ganancia
decreciente (pues) la masa de trabajo vivo empleada disminuye constantemente
en proporcin la masa de trabajo materializado(Carlos Marx. El capital. Fondo de
Cultura Econmica, Mxico, 1965. Volumen III, p. 215).
Ahora bien, la disminucin relativa del capital variable y, adicionalmente, la
posible desproporcin entre las ramas de la economa, pueden crear tambin
problemas en el mbito de la realizacin de la plusvala mediante la venta de las
mercancas, operacin que, segn Marx, se ve limitada por la proporcionalidad
entre las distintas ramas de la produccin y por la capacidad de consumo de la
sociedad (constreida por) las condiciones antagnicas de distribucin que
reducen el consumo de la gran masa de la sociedad a un mnimo (Ibid, p. 243). La
primera de estas lneas de investigacin inspir a Tugan-Baranowsky, quien
desarroll la teora de las crisis por desproporcin, mientras que Conrad Schmidt
explor los problemas del subconsumo.
Despus de la Gran Depresin de los aos 30 del siglo pasado, Baran y
Sweezy plantearon la tendencia creciente de los excedentes y consecuente
dificultad para realizarlos. No hay forma de evitar la conclusin de que el
capitalismo monopolista es un sistema contradictorio en s mismo escriben.
Tiende a crear aun ms excedentes y sin embargo es incapaz de proporcionar al
consumo y a la inversin las salidas necesarias para la absorcin de los crecientes
excedentes y por tanto para el funcionamiento uniforme del sistema (Paul A.
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Baran, Paul M. Sweezy. El capital monopolista. Siglo XXI Editores, Mxico, 1968,
p. 90).
Pero Marx vislumbr tambin algunas posibles salidas a los peridicos
atolladeros en que se mete el capital. La contradiccin interna escribi tiende a
compensarse mediante la expansin del campo externo de la produccin (Carlos
Marx. Ibid, p. 243). Opcin que pareca evidente en tiempos de expansin colonial,
pero que una centuria despus, en plena etapa imperialista, segua resultando una
explicacin sugerente y fue desarrollada por Rosa Luxemburgo, al presentar la
ampliacin permanente del sistema sobre su periferia, como una suerte de huida
hacia delante para escapar de las crisis de subconsumo apelando a mercados
externos de carcter precapitalista. El capital no puede desarrollarse sin los
medios de produccin y fuerzas de trabajo del planeta entero escribe la autora
de La acumulacin de capital. Para desplegar sin obstculos el movimiento de
acumulacin, necesita los tesoros naturales y las fuerzas de trabajo de toda la
tierra. Pero como stas se encuentran, de hecho, en su gran mayora,
encadenadas a formas de produccin precapitalistas (...) surge aqu el impulso
irresistible del capital a apoderarse de aquellos territorios y sociedades (Rosa
Luxemburgo. La acumulacin de capital. Editorial Grijalbo, Mxico, 1967, p. 280).
Esta lnea de ideas sobrevivi a la circunstancia que le dio origen y ha generadoplanteamientos como el que propone la existencia en el capitalismo de
una acumulacin primitiva permanente, y ms recientemente el de acumulacin
por despojo, acuado por David Harvey (David Harvey. Espacios del capital. Hacia
una geografa crtica. Akal, Madrid, 2007).
No menos relevante es explicarse el desarrollo cclico de la acumulacin y por
tanto la condicin recurrente de las crisis del capitalismo. Anlisis que por
ejemplo permiti a Kondratiev predecir el descalabro de 1929 (NikolaiDimitrievich Kondratiev. Los ciclos largos de la coyuntura econmica. Instituto de
Investigaciones Econmicas, UNAM, Mxico, 1992), que posteriormente fue
desarrollado por Schumpeter, entre otros, y que Mandel ubica en el contexto de
las llamadas ondas largas (Ernest Mandel. Las ondas largas del desarrollo
capitalista. La interpretacin marxista. Siglo XXI Editores, Madrid, 1986).
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El pecado original
Como se ve, mucha tinta ha corrido sobre el tema de las crisis econmicas del
capitalismo. Y no es para menos, pues algunos piensan que en la radicalidad de
sus contradicciones internas radica el carcter perecedero y transitorio de un
sistema que sus apologistas quisieran definitivo, adems de que en los hechos
las crisis de sobreproduccin han sido recurrentes (1857, 1864-66, 1873-77, 1890-
93, 1900, 1907, 1913, 1920-22, 1929-32, 1977, 1987, 1991, 1997, 2008-?). Sin
embargo, la irracionalidad bsica del sistema no est en los problemas de
acumulacin que enfrenta; sus contradicciones econmicas internas no son las
ms lacerantes, y si algn da el capitalismo deja paso a un orden ms amable y
soleado no ser por obra de sus peridicas crisis de sobreproduccin, sino como
resultado del hartazgo de sus vctimas, sin duda alimentado por los estragos que
ocasiona la recesin, pero tambin por otros agravios sociales, ambientales y
morales igualmente graves.
ARMANDO BARTRA, III
Abismarse en la crisis de sobreproduccin, sobre todo hoy que enfrentamos una
polidrica debacle civilizatoria, es una forma de dejarse llevar por la dictadura dela economa propia del capitalismo, es una manifestacin ms de los poderes
fetichistas de la mercanca, pero en este caso disfrazada de pensamiento crtico,
aunque tambin es un ejemplo de imprudente autosuficiencia disciplinaria.
Y no es que el anlisis econmico no proceda, al contrario, es necesarsimo,
siempre y cuando se reconozca que se trata de un pensamiento instrumental, una
reflexin siempre pertinente pero que no suple al discurso radicalmente
contestatario que la magnitud de la crisis demanda. Y en esto sigo a Marx, elpadre de gran parte de la teora econmica crtica. El autor del El capital
consideraba fundamental el descubrimiento de la ley de la tendencia decreciente
de la cuota de ganancia, pues en ella el capitalismo encuentra su lmite, su
relatividad, el hecho de que este tipo de produccin no es un rgimen absoluto,
sino un rgimen puramente histrico, un sistema de produccin que corresponde a
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una cierta poca (Carlos Marx, El capital, p. 256). Pero para l esto no significaba
que el capitalismo ser llevado a su lmite histrico por obra de dicha
contradiccin. Y es que este lmite se revela aqu de un modo puramente
econmico escribe Marx, es decir, desde el punto de vista burgus, dentro de
los horizontes de la inteligencia capitalista, desde el punto de vista de la
produccin capitalista misma (Carlos Marx, ibid).
Contradicciones endgenas y contradicciones exgenas. El riesgo est en que la
erosin que el capital ejerce peridicamente sobre el propio capital oscurezca la
devastacin que ejerce permanentemente sobre la sociedad y sobre la naturaleza;
en que el debate acerca de las contradicciones internas del mercantilismo
absoluto relegue la discusin sobre sus contradicciones externas.
Tensiones verificables en una ciencia sofisticada pero reduccionista y una
tecnologa poderosa pero insostenible, en el compulsivo y contaminante consumo
energtico, en el irracional y paralizante empleo del espacio y el tiempo, en la
corrosin de los recursos naturales y la biodiversidad pero tambin de las
sociedades tradicionales y de sus culturas, en una exclusin econmico-social que
rebasa con mucho el proverbial ejrcito industrial de reserva, en estampidas
poblacionales que no pueden justificarse como virtuoso autoajuste del mercado de
trabajo. Todos ellos, desastres exgenos a los que se aaden desgarriates
directamente asociados con la explotacin econmica del trabajo por el capital,
como las abismales y crecientes diferencias sociales; adems de los ramalazos
provenientes de los peridicos estrangulamientos econmicos, tales como la
desvalorizacin y destruccin de la capacidad productiva excedente lo que
incluye a los medios de produccin pero tambin al trabajo, la aniquilacin del
ahorro y el patrimonio de las personas, etctera.
Pero todas estas no son ms que manifestaciones de la irracionalidad sustantiva,del pecado original del gran dinero; de la voltereta por la cual el mercado dej de
ser un medio para devenir fin en s mismo; del revolcn por el que el valor de
cambio se impuso al valor de uso y la cantidad a la calidad. Un vuelco
trascendente por el que el trabajo muerto se mont sobre el trabajo vivo y las
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cosas acogotaron al hombre. Una inversin civilizatoria por la que el futuro
fetichizado sustituy al pasado como nico dotador de sentido y el mito del
progreso nos unci a la historia, como bueyes a una carreta.
Mercantilizando lo que no. A mediados del siglo pasado Karl Polanyi (La gran
transformacin, Fondo de Cultura Econmica, Mxico, 2003) sostuvo que la
capacidad destructiva del molino satnico capitalista radica en que su
irrefrenable compulsin lucrativa lo lleva a tratar como mercancas al hombre y la
naturaleza que proverbialmente no lo son pero tambin al dinero, que en rigor
es un medio de pago y no un producto entre otros. La primera conversin perversa
conduce a la devastacin de la sociedad y de los ecosistemas, la segunda
desemboca en un mercado financiero sobredimensionado y especulativo que
tiende a imponerse sobre la economa real. Aos despus, otros hemos
abundado sobre la contradiccin externa que supone la transformacin del hombre
y la naturaleza en mercancas ficticias (James OConnor, Causas naturales;
ensayos de marxismo ecolgico, Siglo XXI, Mxico, 2001, pp. 191-212; Armando
Bartra, El hombre de hierro; lmites sociales y naturales del capital, Editorial Itaca,
UAM-UACM, Mxico, 2008, pp. 79, 80).
ARMANDO BARTRA/ IV
La decadencia del sistema corroe las entidades que lo soportan y tambin las
vaca de significado. Modernidad, progreso, desarrollo, palabras entraables que
convocaban apasionadas militancias, hoy se ahuecan si no es que adquieren
carga irnica.
La convergencia de flagelos objetivos de carcter econmico, ambiental,
energtico, migratorio, alimentario y blico que en el arranque del tercer milenioagrava y encona las abismales desigualdades socioeconmicas consustanciales
al sistema, deviene potencial crisis civilizatoria porque encuentra un terreno
abonado por factores subjetivos: un estado de nimo de profundo escepticismo y
generalizada incredulidad, un ambiente espiritual de descreimiento en los dolos
de una modernidad que en el fondo nos defraud a todos: a los poseedores y a los
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desposedos, a los urbanos y a los rurales, a los metropolitanos y a los orilleros, a
los defensores del capitalismo y a los impulsores del socialismo; que defraud
incluso a sus opositores, las sociedades tradicionales que denodadamente la
resistieron.
La locomotora de la historia.La gran promesa de la modernidad: conducirnos a
una sociedad que al prescindir de toda trascendencia metafsica y apelar slo a la
razn nos hara libres, sabios, opulentos y felices, comenz a pasar aceite desde
hace rato. Por un tiempo, creer en la regularidad cognoscible y operable de un
mundo natural-social definitivamente desencantado, fue dogma de fe en un orden
que al estar presidido por la razn tcnico-econmico-administrativa crea haber
prescindido de toda ideologa de sustento trascendente y por ello de toda fe. Pero
la conviccin no era suficiente, haca falta tambin la inclinacin afectiva, la
militancia: Hay que querer y amar la modernidad, escribi Touraine (Alan
Touraine. Crtica de la modernidad, Fondo de Cultura Econmica, Buenos Aires,
1998, p. 65). Y afiliarse a la modernidad era enrolarse en el progreso. En palabras
de Touraine: Creer en el progreso significa amar al futuro, a la vez ineluctable y
radiante (Ibid, p. 68).
Fatal y seductor como una vampiresa, el futuro fue fetiche tanto del
progresismoburgus como del revolucionarismo proletario, pero por diferentes vas
y con distintos ritmos los altares de la modernidad fueron paulatinamente
desertados. Las elites metropolitanas que durante la segunda mitad del siglo XX
vieron hacerse realidad muchas de las premisas del paraso prometido, pero sin
que las acompaara la aorada plenitud, cultivaron un posmodernismo
desilusionado, donde la subjetividad se desafana del flujo sin sentido del mundo.
Despus de un esperanzado pero efmero coqueteo con la democracia occidental,
los damnificados del socialismo realmente existente desplegaron unadesmodernidad pragmtica que pasa tanto de las promesas de la sociedad sin
clases como de las del mundo libre. Los pueblos originarios, largo tiempo negados
o sometidos, reivindicaron identidades de raz premoderna.
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Aoranzas. Sin embargo la modernidad y el progreso no son del todo perros
muertos, pues su versin tercermundista, el proverbial desarrollo, conserva an
gran parte de su capacidad de seduccin. En unos casos bajo su forma clsica
odesarrollista, en otros como socialismo del siglo XXI y en otros ms
comoaltermundismo, las dos ltimas, variantes de lo que algunos han llamado
modernidad-otra.
Y es que aquellos que siempre vimos de lejos las glorias de la modernidad,
preservamos por ms tiempo la esperanza en un desarrollo que algn da
deber equipararnos a las naciones primermundistas. Promesa ahora an ms
difcil de cumplir, pues en los tiempos que corren habra que emprender el vuelo
con alimentos y petrleo caros, mientras que los que despegaron antes lo hicieron
con energa y alimentos baratos. Y aspiracin en el fondo dudosa, pues cuando
menos en algunos aspectos las admiradas metrpolis resultaron sociedades tan
inhspitas como las otras. Pero, pese a todo, en las orillas del mundo muchos
siguen esperando acceder a las mieles de la modernidad (y si de plano no hay
tales, cuando menos al chance de ser posmodernos con conocimiento de causa).
Tan es as que en el derrumbe del neoliberalismo y el descrdito de sus
recetas, reaparecen con fuerza en la periferia el neonacionalismo desarrollista y la
renovada apelacin al Estado gestor. Nada sorprendente, cuando a los pases
centrales sacudidos por la megacrisis no se les ocurre remedio mejor que un
neokeynesianismo ms o menos ambientalista.
Que los zagueros de la periferia, los desposedos de siempre y los
damnificados de la Gran crisis sigan apelando a las frmulas que demostraron su
bondad en las aoradas dcadas de la posguerra, cuando en las metrpolis el
Estado benefactor gestionaba la opulencia, en el llamado bloque socialista haba
crecimiento con equidad y los populismos del tercer mundo procuraban a susclientelas salud, educacin, empleo industrial y reforma agraria, me parece poco
menos que inevitable. Y es que en el arranque de las grandes transformaciones,
los pueblos y sus personeros acostumbran mirar hacia atrs en busca de
inspiracin.
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Podemos esperar, sin embargo, que el neomilenarismo sea una fase transitoria
y breve. Por un rato seguiremos poniendo vino nuevo en odres viejos, pero en la
medida en que la Gran crisis vaya removiendo lo que restaba de las rancias
creencias, es de esperarse que surja un modo renovado de estar en el mundo. Un
nuevo orden material y espiritual donde algo quedar del antiguo ideal de
modernidad y al que sin duda tambin aportaran las an ms aejas sociedades
tradicionales que no se fueron del todo con la finta del progreso.
ARMANDO BARTRA/ V YLTIMA
Hay dos visiones generales del recambio civilizacional al que nos orilla laGran
crisis: la de quienes siguen pensando, como los socialistas de antes, que en elseno del capitalismo han madurado los elementos productivos de una nueva y
ms justa sociedad que habr de sustituirlo mediante un gran vuelco global, y la
de quienes vislumbran un paulatino o abrupto proceso de deterioro y
desagregacin, una suerte de hundimiento del Titanic civilizatorio al que
sobrevivirn lanchones sociales dispersos. La primera opcin, una versin
socialista o altermundista de las promesas del Progreso, ha sido objetada por
visionarios como Samir Amin e Immanuel Wallerstein, para quienes la historia
ensea que la conversin de un sistema agotado a otro sistema contenido en
germen en el anterior ha consistido en pasar de un orden inicuo a otro, de un
clasismo a otro clasismo, de modo que ladecadencia o desintegracin son ms
deseables que una transicin controlada(Immanuel Wallerstein, Impensar las
ciencias sociales. Editorial Siglo XXI, Mxico 1998, p. 27). El hecho es que
mientras vemos si cambiamos de timonel o de plano hundimos el barco en las
ltimas dcadas prolifer en las costuras del sistema un neoutopismo
autogestionario hecho a mano que busca construir y articular plurales manchonesde resistencia, tales como economas solidarias, autonomas indgenas y toda
suerte de colectivos en red. Estrategia que tiene la posmoderna virtud de que no
parte de un nuevo paradigma de aplicacin presuntamente universal, sino que
adopta la forma de una convergencia de mltiples praxis (Euclides Andr Mance,
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Redes de colaboracin solidaria. Aspectos econmico filosficos: complejidad y
liberacin. Universidad de la Ciudad de Mxico, Mxico, 2006. Boaventura de
Sousa Santos y Csar Rodrguez, Para ampliar el canon de la
produccin enDesarrollo, eurocentrismo y economa popular. Ms all del
paradigma neoliberal. Ministerio para la Economa Popular, Caracas, 2006).
El sujeto. Sin sujeto no hay crisis que valga. Los desrdenes que socavan al
neoliberalismo, al capitalismo en cuanto tal, a la propia sociedad industrial y al
imaginario de la modernidad conformarn una crisis civilizatoria si, y slo si, las
vctimas asumimos el reto de convertir el magno tropezn sistmico en
encrucijada societaria. Los tronidos y rechinidos de la mquina de vivir y el
descarrilamiento de la locomotora productiva plantean preguntas acuciantes,
interrogantes perentorios, pero la respuesta est en nosotros.
Jrgen Habermas nos recuerda que tanto en la medicina como en la
dramaturgia clsica el trmino crisis se refera al punto de inflexin de un proceso
fatal y aun si en las disciplinas en que el concepto debut el curso de la
enfermedad o del destino se imponan, la nocin de crisis es inseparable dice
Habermas de la percepcin interior de quien la padece, de la existencia de un
sujeto cuya voluntad de vivir o de ser libre estn en juego. Dentro de la
orientacin objetivista contina no se presentan los sistemas como sujetos; pero
slo stos (...) pueden verse envueltos en crisis. Slo cuando los miembros de la
sociedad experimentan los cambios de estructura como crticos para el patrimonio
sistmico y sienten amenazada su identidad social, podemos hablar de crisis
(Jrgen Habermas, Problemas de legitimacin en el capitalismo tardo. Amorrortu
Editores, Buenos Aires, 1975, p. 15-18).
Primeras insurgencias. A mediados de 2008 tuvimos un evento de la crisis
alimentaria porque a resultas de la caresta de los granos bsicos se presentaronemergencias sociales contestatarias en ms de 30 pases, entre ellos Argentina,
Armenia, Bolivia, Camern, Costa de Marfil, Chile, Egipto, Etiopa, Filipinas,
Madagascar, Mxico, Pakistn, Per, Somalia, Sudn, Tajikistn, Uganda,
Venezuela. Movilizaciones que en el caso de Hait, donde el precio del arroz se
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duplic en una semana, dejaron varios muertos, decenas de heridos y la cada del
gobierno. Los desrdenes ambientales, que por su propia ndole son de
despliegue relativamente lento y duradero, han ido configurando una crisis con el
surgimiento del movimiento ambientalista en la segunda mitad del siglo pasado.
Los xodos trasnacionales y la creciente presencia de migrantes indocumentados
en las metrpolis pasaron de dato demogrfico a crisis social cuando 3 millones de
personas, mayormente transterradas de origen latino, se movilizaron en las
principales ciudades de Estados Unidos en defensa de sus derechos. Y la crisis
econmica es crisis econmica, no tanto porque hay semblantes angustiados en la
bolsa de valores cuando caen el Dow Jones o el Nikei, como porque millones de
personas aquejadas por el desempleo, las deudas y la prdida de su patrimonio
comienzan a manifestarse en la calle, como sucedi en las masivas jornadas deprotesta y en defensa de los puestos de trabajo y la capacidad adquisitiva del
salario, escenificadas en Francia el 29 de enero y el 19 de marzo de 2009.
Y es que las crisis convocan al pensamiento crtico y la accin contestataria. O,
mejor dicho, el desarreglo sistmico deviene crisis en la medida en que involucra
la praxis de los sujetos. Protagonistas del drama que son a la vez constituidos y
constituyentes de la crisis.
En esta perspectiva, la debacle ambiental, alimentaria, energtica y migratoria,
a la que hoy se aade la depresin econmica, conforman una crisis sistmica en
tanto han congregado ya una amplsima gama de discursos cuestionadores que
ven en ella el fin de la fase neoliberal del capitalismo. Pero en este dilogo se
escuchan igualmente las voces de quienes pensamos que la devastacin que nos
rodea resulta del pecado original del gran dinero: la conversin en mercanca de
un orden humano-natural que no puede reproducirse con base en la lgica de la
ganancia; de quienes creemos que si para salvarse de sus propios demonios elcapitalismo deja definitivamente de ser un sistema de mercado autorregulado,
tambin deja de ser capitalismo y entonces el reto es desarrollar nuevas formas de
autorregulacin social; de quienes sostenemos que lo que se desfond en el
trnsito de los milenios no es slo un mecanismo de acumulacin, sino tambin la
forma material de producir y consumir a l asociada, el sistema cientfico
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tecnolgico y la visin prometeica del progreso en que deriva, el sentido fatalista y
unilineal de la historia que lo sostiene...
Si, a la postre, stas son las percepciones dominantes, entonces y no antes
estaremos ante una crisis civilizatoria
Achicando la crisis. De la crisis mltiple a la recesin
ARMANDO BARTRA
La Gran crisis ha sido secuestrada por la recesin econmica. Desde fines de
2008 nos hicieron perdediza la debacle generalizada que debatamos antes de
que el estallido de la burbuja financiera y sus secuelas capturaran la atencin de
especialistas y legos. Escamoteo alarmante porque identificar crisis con crisis
econmica es hacer a un lado evidencias de que vivimos un quiebre histrico que
reclama un drstico cambio de rumbo, para encerrarnos en el debate sobre los
meses que faltan para la recuperacin y los ajustes necesarios para que se
reanude la acumulacin capitalista. El bache recesivo importa, claro, pero hay que
ubicarlo en el desbarajuste mltiple y duradero que nos aqueja desde fines del
pasado siglo. Y para esto hay que establecer algunas diferencias entre crisis
mltiple y recesin:
1. La recesin es una tpica crisis de sobreproduccin de las que
peridicamente aquejan al capitalismo, es decir, es una crisis de abundancia de
oferta con respecto a la demanda efectiva, es decir, solvente. En cambio, la Gran
crisis es un estrangulamiento por escasez, del tipo de las hambrunas que
aquejaban a la humanidad desde antes del despegue del capitalismo industrial.
Cambio climtico y deterioro ambiental significan escasez global de recursos
naturales; crisis energtica remite a la progresiva escasez de los combustibles
fsiles; crisis alimentaria es sinnimo de escasez y caresta de granos bsicos; lo
que est detrs de la disyuntiva comestibles-biocombustibles, generada por
el boom de los agroenergticos, es la escasez relativa de tierras y aguas por las
que compiten; tras de la exclusin econmico-social hay escasez de puestos de
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trabajo, ocasionada por un capitalismo que al condicionar la inversin a la
ganancia deja sin opciones de trabajo social a sectores cada vez ms numerosos.
stos y otros aspectos, como la progresiva escasez de espacio y de tiempo que
se padece en los hacinamientos urbanos, configuran una Gran crisis de escasez
de las que la humanidad crey que se iba a librar gracias al capitalismo industrial y
que hoy regresan agravadas porque el sistema que deba conducirnos a la
abundancia result no slo injusto, sino social y ambientalmente insostenible y
ocasion un catastrfico deterioro de los recursos indispensables para la vida.
2. Las recesiones econmicas son por lo general breves y al desplome sigue
una recuperacin del crecimiento ms o menos prolongada. La Gran crisis, en
cambio, supone un deterioro duradero de las condiciones naturales y sociales
de la produccin, lapso en el que puede haber periodos econmicos de expansin
o de receso, pero cuya superacin ser lenta, pues conlleva la mudanza de
estructuras profundas e inercias ancestrales.
3. La recesin es un estrangulamiento en el proceso de acumulacin, puede
describirse como erosin del capital por el propio capital y es una contradiccin
interna del sistema. Al contrario, la Gran crisis es un deterioro prolongado de la
reproduccin social, resultante de la erosin que el capitalismo ejerce sobre el
hombre y la naturaleza y es una contradiccin de carcter interno y externo.
4. Las recesiones alarman de inicio al capital porque sus saldos son desplome
de ganancias e intereses, ruina de empresas, quiebras y destruccin de la
capacidad productiva; el impacto sobre el salario, el empleo y el patrimonio de las
personas es visto como un efecto colateral que se corregir cuando el capital
recupere su dinamismo. La Gran crisis, en cambio, preocupa de arranque a las
personas porque la escasez lesiona directa e inmediatamente su calidad vida y
sus posibilidades de reproduccin social; sin duda tambin el capital se veafectado por limitada disponibilidad de ciertos insumos, pero en general la escasez
propicia el acaparamiento y la especulacin, de modo que si bien, en perspectiva,
est en riesgo la reproduccin del sistema, en el corto plazo da lugar a ganancias
extraordinarias.
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5. La recesin es un tropiezo en el curso del capital que ste aprovecha para
podarse y renovarse. La Gran crisis es una debacle mltiple que por un tiempo
puede sobrellevarse con algunos parches, pero plantea la necesidad de un cambio
de sistema.
6. La recesin es de carcter coyuntural y al sumarse al desgaste del patrn de
acumulacin de las ltimas dcadas puede transformarse en un golpe terminal al
neoliberalismo. La Gran crisis, en cambio, es de carcter estructural, es en parte
responsable del desgaste del patrn de acumulacin y constituye un
emplazamiento a jubilar no slo al modelo neoliberal, sino al sistema capitalista en
cuanto tal.
7. No es lo mismo enfrentar una recesin es decir, una crisis de abundancia
respecto de la demanda efectiva que enfrentar, como ahora, una crisis de
sobreproduccin en el contexto de una crisis de escasez. Por s misma la recesin
nos emplaza a corregir algunos problemas del modelo neoliberal como la
vampirizacin de la economa real por el sistema financiero, en cambio la recesin
vista como parte de la Gran crisis nos emplaza a darle al estrangulamiento del
modelo neoliberal una salida que enfrente tambin las contradicciones
estructurales del capitalismo como sistema. La sola recesin nos emplaza a
buscar reformas que le permitan al sistema seguir funcionando, la recesin en el
contexto de la Gran crisis nos emplaza a buscar la salida a los problemas
coyunturales por un camino que nos saque paulatinamente del sistema.
8. La recesin es breve, chicoteante, venenosa y aunque resulta de una
acumulacin de tensiones y desequilibrios econmicos ms o menos prolongada,
es un tpico evento de lacuenta cortaque dura apenas meses o aos. La Gran
crisis, en cambio, es silenciosa persistente, caladora y su sorda devastacin se
prolonga por lustros o dcadas, marcados por estallidos a veces intensos, pero nodefinitivos, que en la perspectiva de lacuenta largaconfiguran un periodo de crisis
epocal.
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