Bartra-La Gran crisis

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    La Gran crisis

    ARMANDO BARTRA /I

    El mundo atraviesa por una crisis mltiple y unitaria cuyas sucesivas, paralelas

    o entreveradas manifestaciones configuran un periodo histrico de indita

    turbulencia. Lo nuevo de la Gran crisis radica en la pluralidad de dimensiones que

    la conforman; emergencias globales mayores que devienen crticas precisamente

    por su origen comn y convergencia:

    Crisis medioambiental patente en un cambio climtico antropognico que

    avanza ms rpido de lo que se previ a principios de 2007, hace apenas dos

    aos, pero tambin en la desertizacin, deforestacin, estrs hdrico, deterioro de

    los mares, erosin acelerada de la biodiversidad y contaminacin de aire, suelo yagua dulce (Unesco, La Jornada 9/2/08).

    Crisis energtica evidenciada en patrones de consumo insostenibles, pues en

    un dispendio que es causante mayor del cambio climtico durante la ltima

    centuria empleamos ms energa que durante toda la historia anterior, pero visible

    igualmente en el progresivo agotamiento de los combustibles fsiles y en la

    paulatina reduccin de su eficiencia energtica (Agencia Internacional de Energa,

    World Energy Outloock, 2006).

    Crisis alimentaria manifiesta en hambrunas y caresta causadas por el

    creciente uso no directamente alimentario de algunas cosechas (empleo en

    forrajes y biocombustibles), por el estancamiento de la productividad cerealera que

    por casi cinco dcadas dinamiz la llamada Revolucin Verde y por la

    especulacin resultante del oligopolio trasnacional que domina en la rama

    (FAO, Informe, septiembre 2008).

    Crisis migratoria documentada por el xodo de origen multifactorial, cuyo saldo

    hasta ahora ha sido ms de 200 millones de personas viviendo fuera de su pas

    natal, pero tambin por la criminalizacin que los transterrados sin documentos

    padecen en los lugares de destino y por la erosin de las comunidades de origen y

    la desarticulacin de sus estrategias productivas de solidaridad intergeneracional.

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    Crisis blica dramatizada por las prolongadas y cruentas guerras coloniales de

    ocupacin y resistencia que sacuden Chechenia (desde 1994), Palestina,

    Afganistn (desde 2001), Irak (desde 2003); motivadas por la pretensin de

    controlar espacios y recursos estratgicos por parte de las potencias globales y de

    algunas regionales.

    Crisis econmica desatada por la debacle de un sistema financiero

    desmecatado que mediante apalancamientos sin sustento pospuso la larvada

    crisis de sobreproduccin; descalabro que se ha extendido a la economa material

    ocasionando masiva destruccin de capital redundante y de ah a la vida real

    donde arrasa con el patrimonio de las personas.

    Encrucijada civilizatoria

    La Gran crisis es sistmica y no coyuntural porque no slo desfonda el modelo

    neoliberal imperante durante los pasados 30 aos, tambin pone en cuestin el

    modo capitalista de producir y socava las bases mismas de la sociedad industrial.

    Si como Braudel llamamos civilizacin occidental a un orden espacialmente

    globalizante, socialmente industrial, econmicamente capitalista, culturalmente

    hbrido, intelectualmente racionalista y que histricamente se define por su lucha

    sin fin contra la civilizacin tradicional (a la que nunca vence del todo porque stase le resiste tanto desde fuera como desde dentro), la presente es en sentido

    estricto una crisis civilizatoria (Fernand Braudel. Las civilizaciones

    actuales. Estudio de historia econmica y social. REI, Mxico, 1994, p. 12-46).

    La magnitud del atolladero en que nos encontramos evidencia la imposibilidad

    de sostener el modelo inspirador del capitalismo salvaje de las ltimas dcadas.

    Pero tambin resulta impresentable un sistema econmico que no es capaz de

    satisfacer las necesidades bsicas de la mayora y, sin embargo, peridicamentetiene que autodestruir su capacidad productiva sobrante. Y cmo no poner en

    entredicho a la civilizacin industrial cuando la debacle ambiental y energtica da

    cuenta de la sustantiva insostenibilidad de un modo de producir y consumir que

    hoy por hoy devora 25 por ciento ms recursos de los que la naturaleza puede

    reponer.

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    Los rdenes civilizatorios no se desvanecen de un da para otro y tanto la

    duracin como el curso de la Gran crisis son impredecibles. Pero si bien el

    presente evento patolgico podra, quiz, ser superado por el capitalismo, la

    enfermedad sistmica es definitivamente terminal. Todo indica que

    protagonizamos un fin de fiesta, un trnsito epocal posiblemente prolongado, pues

    lo que est en cuestin son estructuras profundas, relaciones sociales aejas,

    comportamientos humanos de larga duracin, inercias seculares.

    Otra vez la escasez

    Vista en su integridad la presente es una clsica crisis de escasez patente en la

    devastacin del entorno socioecolgico operada por las fuerzas productivo-

    destructivas del sistema. Y es que detrs de la abundancia epidrmica de un

    capitalismo que se las da de opulento, pues por cada dos personas que nacen se

    fabrica un coche, de modo que la humanidad entera cabra sentada en los ms de

    mil millones que conforman el parque vehicular, se oculta la ms absoluta

    depauperacin. Un empobrecimiento radical patente en la extrema degradacin

    del entorno humano-natural, que nos tiene al borde de la extincin como especie.

    Con su secuela de caresta y rebeliones, las crisis de escasez no han dejado

    de ocurrir peridicamente en diferentes puntos del tercer mundo. Pero

    el primero se ufanaba de que despus de 1846-48 en que hubo hambruna en

    Europa, las emergencias agrcolas propias del viejo rgimen haban quedado

    atrs. Parece que la industrializacin ha roto a finales del siglo XVIII y en el XIX,

    este crculo vicioso, escribe Braudel al respecto (Fernand Braudel, ibid, p. 30). No

    fue as. Menos de dos siglos despus del despegue del capitalismo fabril la

    emergencia por escasez resultante del cambio climtico provocado por la

    industrializacin amenaza con asolar al mundo entero.

    La caresta alimentaria reciente no es an como las del viejo rgimen, pues,

    pese a que han reducido severamente, por el momento quedan reservas globales

    para paliar hambrunas localizadas. En cambio se les asemeja enormemente la

    crisis medioambiental desatada por el calentamiento planetario. Slo que la

    penuria de nuestro tiempo no tendr carcter local o regional, sino global y la

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    escasez ser de alimentos, pero tambin de otros bsicos como agua potable,

    tierra cultivable, recursos pesqueros y cinegticos, espacio habitable, energa,

    vivienda, medicamentos...

    Los pronsticos del Panel Internacional para el Cambio Climtico (PICC) de la

    ONU son inquietantemente parecidos a las descripciones de las crisis agrcolas de

    la Edad Media: mortandad, hambre, epidemias, saqueos, conflictos por los

    recursos, inestabilidad poltica, xodo. Lo que cambia es la escala, pues si las

    penurias precapitalistas ocasionaban migraciones de hasta cientos de miles, se

    prev que la crisis ambiental causada por el capitalismo deje un saldo de 200

    millones de ecorrefugiados, los primeros 50 millones en el plazo de 10 aos; se

    estima que para 2050 habr mil millones de personas con severos problemas de

    acceso al agua dulce; y la elevacin del nivel de los mares para el prximo siglo,

    que hace dos aos el PICC pronostic en 59 centmetros, hoy se calcula que ser

    de un metro y afectar directamente a 600 millones de personas.

    En los pasados cuatro aos 115 millones se sumaron a los desnutridos y hoy

    uno de cada seis seres humanos est hambriento. Pero en el contexto de la crisis

    de escasez, que amenaza repetir el libreto de las viejas crisis agrcolas,

    enfrentamos un severo margallate econmico del tipo de los que padece

    peridicamente el sistema: una crisis de las que llaman de sobreproduccin o ms

    adecuadamente desubconsumo.

    Estrangulamiento por abundancia, irracional en extremo, pues la destruccin

    de productos excedentes, el desmantelamiento de capacidad

    productiva redundante y el despido de trabajadores sobrantes coincide con un

    incremento de las necesidades bsicas de la poblacin que se encuentran

    insatisfechas. As, mientras que por la crisis de las hipotecas inmobiliarias en

    Estados Unidos miles de casas desocupadas muestran el letrero de Sale, cientosde nuevos pobres, saldo de la recesin, habitan en tiendas de campaa

    sumndose a los ya tradicionales homeless. Y los ejemplos podran multiplicarse.

    El contraste entre la presunta capacidad excesiva del sistema y las carencias

    de la gente ser aun mayor en el futuro, en la medida en que se profundicen los

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    efectos del cambio climtico. Agravamiento por dems inevitable, pues el

    medioambiental es un desbarajuste de incubacin prolongada cuyo despliegue

    ser duradero por ms que hagamos para atenuarlo

    ARMANDO BARTRA/II

    Hay quienes ven en la conmocin que padecemos una redicin del crack de

    1929. Pero no, el presente no es un tropiezo productivo ms entre los muchos de

    los que est empedrado el ciclo econmico. La de hoy es una debacle civilizatoria

    por cuanto balconea sin atenuantes el pecado original del gran dinero; la

    irracionalidad profunda del modo de produccin capitalista, pero tambin del orden

    social, poltico y espiritual en torno a l edificado.

    Y este taln de Aquiles sistmico va ms all de que al reducirse relativamente

    el capital variable tanto por elevacin de la composicin orgnica como por la

    tendencia a minimizar salarios, se reduzca tendencialmente la tasa de ganancia y

    a la vez la posibilidad de hacerla efectiva realizando el producto. Ciertamente la

    contradiccin econmica interna del capitalismo, formulada por Marx hace siglo y

    medio, estrangula cclicamente el proceso de acumulacin, ocasiona crisis

    peridicas hasta ahora manejables y, segn los apocalpticos sostenedores dela teora del derrumbe, algn da provocar la debacle definitiva del sistema. Pero

    este pleito del capital consigo mismo es slo la expresin entripada econmica

    del antagonismo entre el gran dinero y el mundo natural-social al que depreda.

    La contradiccin ontolgica del capitalismo no hay que buscarla en los

    tropiezos que sufre el valor de cambio para valorizarse, sino en el radical

    desencuentro entre el valor de cambio autorregulado y el valor de uso; en el

    antagonismo que existe entre la lgica que el lucro le impone a la produccineconmica y la racionalidad propia de la reproduccin social-natural del hombre y

    los ecosistemas. Sin obviar por sabido el agravio cannico que siempre se le ha

    imputado al gran dinero: una soez desigualdad por la que en el arranque del tercer

    milenio los dos deciles ms bonancibles de las familias poseen 75 por ciento de la

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    riqueza, mientras en el otro extremo los dos deciles ms depauperados apenas

    disponen de 2 por ciento.

    Recesin y sobreproduccin

    Las perturbaciones endgenas del capitalismo fueron estudiadas de antiguo porSmith, Say, Ricardo y Stuart Mill, quienes pensaban que el sistema procura su

    propio equilibrio, y por Malthus, Lauderdale y Sismondi, quienes aceptaban la

    posibilidad de trombosis mayores. Pero fue Marx quien sent las bases de la

    teora de las crisis econmicas, al establecer que la cuota general de plusvala

    tiene necesariamente que traducirse en una cuota general de ganancia

    decreciente (pues) la masa de trabajo vivo empleada disminuye constantemente

    en proporcin la masa de trabajo materializado(Carlos Marx. El capital. Fondo de

    Cultura Econmica, Mxico, 1965. Volumen III, p. 215).

    Ahora bien, la disminucin relativa del capital variable y, adicionalmente, la

    posible desproporcin entre las ramas de la economa, pueden crear tambin

    problemas en el mbito de la realizacin de la plusvala mediante la venta de las

    mercancas, operacin que, segn Marx, se ve limitada por la proporcionalidad

    entre las distintas ramas de la produccin y por la capacidad de consumo de la

    sociedad (constreida por) las condiciones antagnicas de distribucin que

    reducen el consumo de la gran masa de la sociedad a un mnimo (Ibid, p. 243). La

    primera de estas lneas de investigacin inspir a Tugan-Baranowsky, quien

    desarroll la teora de las crisis por desproporcin, mientras que Conrad Schmidt

    explor los problemas del subconsumo.

    Despus de la Gran Depresin de los aos 30 del siglo pasado, Baran y

    Sweezy plantearon la tendencia creciente de los excedentes y consecuente

    dificultad para realizarlos. No hay forma de evitar la conclusin de que el

    capitalismo monopolista es un sistema contradictorio en s mismo escriben.

    Tiende a crear aun ms excedentes y sin embargo es incapaz de proporcionar al

    consumo y a la inversin las salidas necesarias para la absorcin de los crecientes

    excedentes y por tanto para el funcionamiento uniforme del sistema (Paul A.

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    Baran, Paul M. Sweezy. El capital monopolista. Siglo XXI Editores, Mxico, 1968,

    p. 90).

    Pero Marx vislumbr tambin algunas posibles salidas a los peridicos

    atolladeros en que se mete el capital. La contradiccin interna escribi tiende a

    compensarse mediante la expansin del campo externo de la produccin (Carlos

    Marx. Ibid, p. 243). Opcin que pareca evidente en tiempos de expansin colonial,

    pero que una centuria despus, en plena etapa imperialista, segua resultando una

    explicacin sugerente y fue desarrollada por Rosa Luxemburgo, al presentar la

    ampliacin permanente del sistema sobre su periferia, como una suerte de huida

    hacia delante para escapar de las crisis de subconsumo apelando a mercados

    externos de carcter precapitalista. El capital no puede desarrollarse sin los

    medios de produccin y fuerzas de trabajo del planeta entero escribe la autora

    de La acumulacin de capital. Para desplegar sin obstculos el movimiento de

    acumulacin, necesita los tesoros naturales y las fuerzas de trabajo de toda la

    tierra. Pero como stas se encuentran, de hecho, en su gran mayora,

    encadenadas a formas de produccin precapitalistas (...) surge aqu el impulso

    irresistible del capital a apoderarse de aquellos territorios y sociedades (Rosa

    Luxemburgo. La acumulacin de capital. Editorial Grijalbo, Mxico, 1967, p. 280).

    Esta lnea de ideas sobrevivi a la circunstancia que le dio origen y ha generadoplanteamientos como el que propone la existencia en el capitalismo de

    una acumulacin primitiva permanente, y ms recientemente el de acumulacin

    por despojo, acuado por David Harvey (David Harvey. Espacios del capital. Hacia

    una geografa crtica. Akal, Madrid, 2007).

    No menos relevante es explicarse el desarrollo cclico de la acumulacin y por

    tanto la condicin recurrente de las crisis del capitalismo. Anlisis que por

    ejemplo permiti a Kondratiev predecir el descalabro de 1929 (NikolaiDimitrievich Kondratiev. Los ciclos largos de la coyuntura econmica. Instituto de

    Investigaciones Econmicas, UNAM, Mxico, 1992), que posteriormente fue

    desarrollado por Schumpeter, entre otros, y que Mandel ubica en el contexto de

    las llamadas ondas largas (Ernest Mandel. Las ondas largas del desarrollo

    capitalista. La interpretacin marxista. Siglo XXI Editores, Madrid, 1986).

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    El pecado original

    Como se ve, mucha tinta ha corrido sobre el tema de las crisis econmicas del

    capitalismo. Y no es para menos, pues algunos piensan que en la radicalidad de

    sus contradicciones internas radica el carcter perecedero y transitorio de un

    sistema que sus apologistas quisieran definitivo, adems de que en los hechos

    las crisis de sobreproduccin han sido recurrentes (1857, 1864-66, 1873-77, 1890-

    93, 1900, 1907, 1913, 1920-22, 1929-32, 1977, 1987, 1991, 1997, 2008-?). Sin

    embargo, la irracionalidad bsica del sistema no est en los problemas de

    acumulacin que enfrenta; sus contradicciones econmicas internas no son las

    ms lacerantes, y si algn da el capitalismo deja paso a un orden ms amable y

    soleado no ser por obra de sus peridicas crisis de sobreproduccin, sino como

    resultado del hartazgo de sus vctimas, sin duda alimentado por los estragos que

    ocasiona la recesin, pero tambin por otros agravios sociales, ambientales y

    morales igualmente graves.

    ARMANDO BARTRA, III

    Abismarse en la crisis de sobreproduccin, sobre todo hoy que enfrentamos una

    polidrica debacle civilizatoria, es una forma de dejarse llevar por la dictadura dela economa propia del capitalismo, es una manifestacin ms de los poderes

    fetichistas de la mercanca, pero en este caso disfrazada de pensamiento crtico,

    aunque tambin es un ejemplo de imprudente autosuficiencia disciplinaria.

    Y no es que el anlisis econmico no proceda, al contrario, es necesarsimo,

    siempre y cuando se reconozca que se trata de un pensamiento instrumental, una

    reflexin siempre pertinente pero que no suple al discurso radicalmente

    contestatario que la magnitud de la crisis demanda. Y en esto sigo a Marx, elpadre de gran parte de la teora econmica crtica. El autor del El capital

    consideraba fundamental el descubrimiento de la ley de la tendencia decreciente

    de la cuota de ganancia, pues en ella el capitalismo encuentra su lmite, su

    relatividad, el hecho de que este tipo de produccin no es un rgimen absoluto,

    sino un rgimen puramente histrico, un sistema de produccin que corresponde a

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    una cierta poca (Carlos Marx, El capital, p. 256). Pero para l esto no significaba

    que el capitalismo ser llevado a su lmite histrico por obra de dicha

    contradiccin. Y es que este lmite se revela aqu de un modo puramente

    econmico escribe Marx, es decir, desde el punto de vista burgus, dentro de

    los horizontes de la inteligencia capitalista, desde el punto de vista de la

    produccin capitalista misma (Carlos Marx, ibid).

    Contradicciones endgenas y contradicciones exgenas. El riesgo est en que la

    erosin que el capital ejerce peridicamente sobre el propio capital oscurezca la

    devastacin que ejerce permanentemente sobre la sociedad y sobre la naturaleza;

    en que el debate acerca de las contradicciones internas del mercantilismo

    absoluto relegue la discusin sobre sus contradicciones externas.

    Tensiones verificables en una ciencia sofisticada pero reduccionista y una

    tecnologa poderosa pero insostenible, en el compulsivo y contaminante consumo

    energtico, en el irracional y paralizante empleo del espacio y el tiempo, en la

    corrosin de los recursos naturales y la biodiversidad pero tambin de las

    sociedades tradicionales y de sus culturas, en una exclusin econmico-social que

    rebasa con mucho el proverbial ejrcito industrial de reserva, en estampidas

    poblacionales que no pueden justificarse como virtuoso autoajuste del mercado de

    trabajo. Todos ellos, desastres exgenos a los que se aaden desgarriates

    directamente asociados con la explotacin econmica del trabajo por el capital,

    como las abismales y crecientes diferencias sociales; adems de los ramalazos

    provenientes de los peridicos estrangulamientos econmicos, tales como la

    desvalorizacin y destruccin de la capacidad productiva excedente lo que

    incluye a los medios de produccin pero tambin al trabajo, la aniquilacin del

    ahorro y el patrimonio de las personas, etctera.

    Pero todas estas no son ms que manifestaciones de la irracionalidad sustantiva,del pecado original del gran dinero; de la voltereta por la cual el mercado dej de

    ser un medio para devenir fin en s mismo; del revolcn por el que el valor de

    cambio se impuso al valor de uso y la cantidad a la calidad. Un vuelco

    trascendente por el que el trabajo muerto se mont sobre el trabajo vivo y las

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    cosas acogotaron al hombre. Una inversin civilizatoria por la que el futuro

    fetichizado sustituy al pasado como nico dotador de sentido y el mito del

    progreso nos unci a la historia, como bueyes a una carreta.

    Mercantilizando lo que no. A mediados del siglo pasado Karl Polanyi (La gran

    transformacin, Fondo de Cultura Econmica, Mxico, 2003) sostuvo que la

    capacidad destructiva del molino satnico capitalista radica en que su

    irrefrenable compulsin lucrativa lo lleva a tratar como mercancas al hombre y la

    naturaleza que proverbialmente no lo son pero tambin al dinero, que en rigor

    es un medio de pago y no un producto entre otros. La primera conversin perversa

    conduce a la devastacin de la sociedad y de los ecosistemas, la segunda

    desemboca en un mercado financiero sobredimensionado y especulativo que

    tiende a imponerse sobre la economa real. Aos despus, otros hemos

    abundado sobre la contradiccin externa que supone la transformacin del hombre

    y la naturaleza en mercancas ficticias (James OConnor, Causas naturales;

    ensayos de marxismo ecolgico, Siglo XXI, Mxico, 2001, pp. 191-212; Armando

    Bartra, El hombre de hierro; lmites sociales y naturales del capital, Editorial Itaca,

    UAM-UACM, Mxico, 2008, pp. 79, 80).

    ARMANDO BARTRA/ IV

    La decadencia del sistema corroe las entidades que lo soportan y tambin las

    vaca de significado. Modernidad, progreso, desarrollo, palabras entraables que

    convocaban apasionadas militancias, hoy se ahuecan si no es que adquieren

    carga irnica.

    La convergencia de flagelos objetivos de carcter econmico, ambiental,

    energtico, migratorio, alimentario y blico que en el arranque del tercer milenioagrava y encona las abismales desigualdades socioeconmicas consustanciales

    al sistema, deviene potencial crisis civilizatoria porque encuentra un terreno

    abonado por factores subjetivos: un estado de nimo de profundo escepticismo y

    generalizada incredulidad, un ambiente espiritual de descreimiento en los dolos

    de una modernidad que en el fondo nos defraud a todos: a los poseedores y a los

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    desposedos, a los urbanos y a los rurales, a los metropolitanos y a los orilleros, a

    los defensores del capitalismo y a los impulsores del socialismo; que defraud

    incluso a sus opositores, las sociedades tradicionales que denodadamente la

    resistieron.

    La locomotora de la historia.La gran promesa de la modernidad: conducirnos a

    una sociedad que al prescindir de toda trascendencia metafsica y apelar slo a la

    razn nos hara libres, sabios, opulentos y felices, comenz a pasar aceite desde

    hace rato. Por un tiempo, creer en la regularidad cognoscible y operable de un

    mundo natural-social definitivamente desencantado, fue dogma de fe en un orden

    que al estar presidido por la razn tcnico-econmico-administrativa crea haber

    prescindido de toda ideologa de sustento trascendente y por ello de toda fe. Pero

    la conviccin no era suficiente, haca falta tambin la inclinacin afectiva, la

    militancia: Hay que querer y amar la modernidad, escribi Touraine (Alan

    Touraine. Crtica de la modernidad, Fondo de Cultura Econmica, Buenos Aires,

    1998, p. 65). Y afiliarse a la modernidad era enrolarse en el progreso. En palabras

    de Touraine: Creer en el progreso significa amar al futuro, a la vez ineluctable y

    radiante (Ibid, p. 68).

    Fatal y seductor como una vampiresa, el futuro fue fetiche tanto del

    progresismoburgus como del revolucionarismo proletario, pero por diferentes vas

    y con distintos ritmos los altares de la modernidad fueron paulatinamente

    desertados. Las elites metropolitanas que durante la segunda mitad del siglo XX

    vieron hacerse realidad muchas de las premisas del paraso prometido, pero sin

    que las acompaara la aorada plenitud, cultivaron un posmodernismo

    desilusionado, donde la subjetividad se desafana del flujo sin sentido del mundo.

    Despus de un esperanzado pero efmero coqueteo con la democracia occidental,

    los damnificados del socialismo realmente existente desplegaron unadesmodernidad pragmtica que pasa tanto de las promesas de la sociedad sin

    clases como de las del mundo libre. Los pueblos originarios, largo tiempo negados

    o sometidos, reivindicaron identidades de raz premoderna.

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    Aoranzas. Sin embargo la modernidad y el progreso no son del todo perros

    muertos, pues su versin tercermundista, el proverbial desarrollo, conserva an

    gran parte de su capacidad de seduccin. En unos casos bajo su forma clsica

    odesarrollista, en otros como socialismo del siglo XXI y en otros ms

    comoaltermundismo, las dos ltimas, variantes de lo que algunos han llamado

    modernidad-otra.

    Y es que aquellos que siempre vimos de lejos las glorias de la modernidad,

    preservamos por ms tiempo la esperanza en un desarrollo que algn da

    deber equipararnos a las naciones primermundistas. Promesa ahora an ms

    difcil de cumplir, pues en los tiempos que corren habra que emprender el vuelo

    con alimentos y petrleo caros, mientras que los que despegaron antes lo hicieron

    con energa y alimentos baratos. Y aspiracin en el fondo dudosa, pues cuando

    menos en algunos aspectos las admiradas metrpolis resultaron sociedades tan

    inhspitas como las otras. Pero, pese a todo, en las orillas del mundo muchos

    siguen esperando acceder a las mieles de la modernidad (y si de plano no hay

    tales, cuando menos al chance de ser posmodernos con conocimiento de causa).

    Tan es as que en el derrumbe del neoliberalismo y el descrdito de sus

    recetas, reaparecen con fuerza en la periferia el neonacionalismo desarrollista y la

    renovada apelacin al Estado gestor. Nada sorprendente, cuando a los pases

    centrales sacudidos por la megacrisis no se les ocurre remedio mejor que un

    neokeynesianismo ms o menos ambientalista.

    Que los zagueros de la periferia, los desposedos de siempre y los

    damnificados de la Gran crisis sigan apelando a las frmulas que demostraron su

    bondad en las aoradas dcadas de la posguerra, cuando en las metrpolis el

    Estado benefactor gestionaba la opulencia, en el llamado bloque socialista haba

    crecimiento con equidad y los populismos del tercer mundo procuraban a susclientelas salud, educacin, empleo industrial y reforma agraria, me parece poco

    menos que inevitable. Y es que en el arranque de las grandes transformaciones,

    los pueblos y sus personeros acostumbran mirar hacia atrs en busca de

    inspiracin.

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    Podemos esperar, sin embargo, que el neomilenarismo sea una fase transitoria

    y breve. Por un rato seguiremos poniendo vino nuevo en odres viejos, pero en la

    medida en que la Gran crisis vaya removiendo lo que restaba de las rancias

    creencias, es de esperarse que surja un modo renovado de estar en el mundo. Un

    nuevo orden material y espiritual donde algo quedar del antiguo ideal de

    modernidad y al que sin duda tambin aportaran las an ms aejas sociedades

    tradicionales que no se fueron del todo con la finta del progreso.

    ARMANDO BARTRA/ V YLTIMA

    Hay dos visiones generales del recambio civilizacional al que nos orilla laGran

    crisis: la de quienes siguen pensando, como los socialistas de antes, que en elseno del capitalismo han madurado los elementos productivos de una nueva y

    ms justa sociedad que habr de sustituirlo mediante un gran vuelco global, y la

    de quienes vislumbran un paulatino o abrupto proceso de deterioro y

    desagregacin, una suerte de hundimiento del Titanic civilizatorio al que

    sobrevivirn lanchones sociales dispersos. La primera opcin, una versin

    socialista o altermundista de las promesas del Progreso, ha sido objetada por

    visionarios como Samir Amin e Immanuel Wallerstein, para quienes la historia

    ensea que la conversin de un sistema agotado a otro sistema contenido en

    germen en el anterior ha consistido en pasar de un orden inicuo a otro, de un

    clasismo a otro clasismo, de modo que ladecadencia o desintegracin son ms

    deseables que una transicin controlada(Immanuel Wallerstein, Impensar las

    ciencias sociales. Editorial Siglo XXI, Mxico 1998, p. 27). El hecho es que

    mientras vemos si cambiamos de timonel o de plano hundimos el barco en las

    ltimas dcadas prolifer en las costuras del sistema un neoutopismo

    autogestionario hecho a mano que busca construir y articular plurales manchonesde resistencia, tales como economas solidarias, autonomas indgenas y toda

    suerte de colectivos en red. Estrategia que tiene la posmoderna virtud de que no

    parte de un nuevo paradigma de aplicacin presuntamente universal, sino que

    adopta la forma de una convergencia de mltiples praxis (Euclides Andr Mance,

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    Redes de colaboracin solidaria. Aspectos econmico filosficos: complejidad y

    liberacin. Universidad de la Ciudad de Mxico, Mxico, 2006. Boaventura de

    Sousa Santos y Csar Rodrguez, Para ampliar el canon de la

    produccin enDesarrollo, eurocentrismo y economa popular. Ms all del

    paradigma neoliberal. Ministerio para la Economa Popular, Caracas, 2006).

    El sujeto. Sin sujeto no hay crisis que valga. Los desrdenes que socavan al

    neoliberalismo, al capitalismo en cuanto tal, a la propia sociedad industrial y al

    imaginario de la modernidad conformarn una crisis civilizatoria si, y slo si, las

    vctimas asumimos el reto de convertir el magno tropezn sistmico en

    encrucijada societaria. Los tronidos y rechinidos de la mquina de vivir y el

    descarrilamiento de la locomotora productiva plantean preguntas acuciantes,

    interrogantes perentorios, pero la respuesta est en nosotros.

    Jrgen Habermas nos recuerda que tanto en la medicina como en la

    dramaturgia clsica el trmino crisis se refera al punto de inflexin de un proceso

    fatal y aun si en las disciplinas en que el concepto debut el curso de la

    enfermedad o del destino se imponan, la nocin de crisis es inseparable dice

    Habermas de la percepcin interior de quien la padece, de la existencia de un

    sujeto cuya voluntad de vivir o de ser libre estn en juego. Dentro de la

    orientacin objetivista contina no se presentan los sistemas como sujetos; pero

    slo stos (...) pueden verse envueltos en crisis. Slo cuando los miembros de la

    sociedad experimentan los cambios de estructura como crticos para el patrimonio

    sistmico y sienten amenazada su identidad social, podemos hablar de crisis

    (Jrgen Habermas, Problemas de legitimacin en el capitalismo tardo. Amorrortu

    Editores, Buenos Aires, 1975, p. 15-18).

    Primeras insurgencias. A mediados de 2008 tuvimos un evento de la crisis

    alimentaria porque a resultas de la caresta de los granos bsicos se presentaronemergencias sociales contestatarias en ms de 30 pases, entre ellos Argentina,

    Armenia, Bolivia, Camern, Costa de Marfil, Chile, Egipto, Etiopa, Filipinas,

    Madagascar, Mxico, Pakistn, Per, Somalia, Sudn, Tajikistn, Uganda,

    Venezuela. Movilizaciones que en el caso de Hait, donde el precio del arroz se

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    duplic en una semana, dejaron varios muertos, decenas de heridos y la cada del

    gobierno. Los desrdenes ambientales, que por su propia ndole son de

    despliegue relativamente lento y duradero, han ido configurando una crisis con el

    surgimiento del movimiento ambientalista en la segunda mitad del siglo pasado.

    Los xodos trasnacionales y la creciente presencia de migrantes indocumentados

    en las metrpolis pasaron de dato demogrfico a crisis social cuando 3 millones de

    personas, mayormente transterradas de origen latino, se movilizaron en las

    principales ciudades de Estados Unidos en defensa de sus derechos. Y la crisis

    econmica es crisis econmica, no tanto porque hay semblantes angustiados en la

    bolsa de valores cuando caen el Dow Jones o el Nikei, como porque millones de

    personas aquejadas por el desempleo, las deudas y la prdida de su patrimonio

    comienzan a manifestarse en la calle, como sucedi en las masivas jornadas deprotesta y en defensa de los puestos de trabajo y la capacidad adquisitiva del

    salario, escenificadas en Francia el 29 de enero y el 19 de marzo de 2009.

    Y es que las crisis convocan al pensamiento crtico y la accin contestataria. O,

    mejor dicho, el desarreglo sistmico deviene crisis en la medida en que involucra

    la praxis de los sujetos. Protagonistas del drama que son a la vez constituidos y

    constituyentes de la crisis.

    En esta perspectiva, la debacle ambiental, alimentaria, energtica y migratoria,

    a la que hoy se aade la depresin econmica, conforman una crisis sistmica en

    tanto han congregado ya una amplsima gama de discursos cuestionadores que

    ven en ella el fin de la fase neoliberal del capitalismo. Pero en este dilogo se

    escuchan igualmente las voces de quienes pensamos que la devastacin que nos

    rodea resulta del pecado original del gran dinero: la conversin en mercanca de

    un orden humano-natural que no puede reproducirse con base en la lgica de la

    ganancia; de quienes creemos que si para salvarse de sus propios demonios elcapitalismo deja definitivamente de ser un sistema de mercado autorregulado,

    tambin deja de ser capitalismo y entonces el reto es desarrollar nuevas formas de

    autorregulacin social; de quienes sostenemos que lo que se desfond en el

    trnsito de los milenios no es slo un mecanismo de acumulacin, sino tambin la

    forma material de producir y consumir a l asociada, el sistema cientfico

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    tecnolgico y la visin prometeica del progreso en que deriva, el sentido fatalista y

    unilineal de la historia que lo sostiene...

    Si, a la postre, stas son las percepciones dominantes, entonces y no antes

    estaremos ante una crisis civilizatoria

    Achicando la crisis. De la crisis mltiple a la recesin

    ARMANDO BARTRA

    La Gran crisis ha sido secuestrada por la recesin econmica. Desde fines de

    2008 nos hicieron perdediza la debacle generalizada que debatamos antes de

    que el estallido de la burbuja financiera y sus secuelas capturaran la atencin de

    especialistas y legos. Escamoteo alarmante porque identificar crisis con crisis

    econmica es hacer a un lado evidencias de que vivimos un quiebre histrico que

    reclama un drstico cambio de rumbo, para encerrarnos en el debate sobre los

    meses que faltan para la recuperacin y los ajustes necesarios para que se

    reanude la acumulacin capitalista. El bache recesivo importa, claro, pero hay que

    ubicarlo en el desbarajuste mltiple y duradero que nos aqueja desde fines del

    pasado siglo. Y para esto hay que establecer algunas diferencias entre crisis

    mltiple y recesin:

    1. La recesin es una tpica crisis de sobreproduccin de las que

    peridicamente aquejan al capitalismo, es decir, es una crisis de abundancia de

    oferta con respecto a la demanda efectiva, es decir, solvente. En cambio, la Gran

    crisis es un estrangulamiento por escasez, del tipo de las hambrunas que

    aquejaban a la humanidad desde antes del despegue del capitalismo industrial.

    Cambio climtico y deterioro ambiental significan escasez global de recursos

    naturales; crisis energtica remite a la progresiva escasez de los combustibles

    fsiles; crisis alimentaria es sinnimo de escasez y caresta de granos bsicos; lo

    que est detrs de la disyuntiva comestibles-biocombustibles, generada por

    el boom de los agroenergticos, es la escasez relativa de tierras y aguas por las

    que compiten; tras de la exclusin econmico-social hay escasez de puestos de

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    trabajo, ocasionada por un capitalismo que al condicionar la inversin a la

    ganancia deja sin opciones de trabajo social a sectores cada vez ms numerosos.

    stos y otros aspectos, como la progresiva escasez de espacio y de tiempo que

    se padece en los hacinamientos urbanos, configuran una Gran crisis de escasez

    de las que la humanidad crey que se iba a librar gracias al capitalismo industrial y

    que hoy regresan agravadas porque el sistema que deba conducirnos a la

    abundancia result no slo injusto, sino social y ambientalmente insostenible y

    ocasion un catastrfico deterioro de los recursos indispensables para la vida.

    2. Las recesiones econmicas son por lo general breves y al desplome sigue

    una recuperacin del crecimiento ms o menos prolongada. La Gran crisis, en

    cambio, supone un deterioro duradero de las condiciones naturales y sociales

    de la produccin, lapso en el que puede haber periodos econmicos de expansin

    o de receso, pero cuya superacin ser lenta, pues conlleva la mudanza de

    estructuras profundas e inercias ancestrales.

    3. La recesin es un estrangulamiento en el proceso de acumulacin, puede

    describirse como erosin del capital por el propio capital y es una contradiccin

    interna del sistema. Al contrario, la Gran crisis es un deterioro prolongado de la

    reproduccin social, resultante de la erosin que el capitalismo ejerce sobre el

    hombre y la naturaleza y es una contradiccin de carcter interno y externo.

    4. Las recesiones alarman de inicio al capital porque sus saldos son desplome

    de ganancias e intereses, ruina de empresas, quiebras y destruccin de la

    capacidad productiva; el impacto sobre el salario, el empleo y el patrimonio de las

    personas es visto como un efecto colateral que se corregir cuando el capital

    recupere su dinamismo. La Gran crisis, en cambio, preocupa de arranque a las

    personas porque la escasez lesiona directa e inmediatamente su calidad vida y

    sus posibilidades de reproduccin social; sin duda tambin el capital se veafectado por limitada disponibilidad de ciertos insumos, pero en general la escasez

    propicia el acaparamiento y la especulacin, de modo que si bien, en perspectiva,

    est en riesgo la reproduccin del sistema, en el corto plazo da lugar a ganancias

    extraordinarias.

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    5. La recesin es un tropiezo en el curso del capital que ste aprovecha para

    podarse y renovarse. La Gran crisis es una debacle mltiple que por un tiempo

    puede sobrellevarse con algunos parches, pero plantea la necesidad de un cambio

    de sistema.

    6. La recesin es de carcter coyuntural y al sumarse al desgaste del patrn de

    acumulacin de las ltimas dcadas puede transformarse en un golpe terminal al

    neoliberalismo. La Gran crisis, en cambio, es de carcter estructural, es en parte

    responsable del desgaste del patrn de acumulacin y constituye un

    emplazamiento a jubilar no slo al modelo neoliberal, sino al sistema capitalista en

    cuanto tal.

    7. No es lo mismo enfrentar una recesin es decir, una crisis de abundancia

    respecto de la demanda efectiva que enfrentar, como ahora, una crisis de

    sobreproduccin en el contexto de una crisis de escasez. Por s misma la recesin

    nos emplaza a corregir algunos problemas del modelo neoliberal como la

    vampirizacin de la economa real por el sistema financiero, en cambio la recesin

    vista como parte de la Gran crisis nos emplaza a darle al estrangulamiento del

    modelo neoliberal una salida que enfrente tambin las contradicciones

    estructurales del capitalismo como sistema. La sola recesin nos emplaza a

    buscar reformas que le permitan al sistema seguir funcionando, la recesin en el

    contexto de la Gran crisis nos emplaza a buscar la salida a los problemas

    coyunturales por un camino que nos saque paulatinamente del sistema.

    8. La recesin es breve, chicoteante, venenosa y aunque resulta de una

    acumulacin de tensiones y desequilibrios econmicos ms o menos prolongada,

    es un tpico evento de lacuenta cortaque dura apenas meses o aos. La Gran

    crisis, en cambio, es silenciosa persistente, caladora y su sorda devastacin se

    prolonga por lustros o dcadas, marcados por estallidos a veces intensos, pero nodefinitivos, que en la perspectiva de lacuenta largaconfiguran un periodo de crisis

    epocal.

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