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CIM LA OBSERVACIÓN HISTÓRICA 1. CARACTERES GENERALES DE LA OBSERVACIÓN IMITÓRICA Para, comenzar coloquémonos resueltamente en el titudio del pasador Los caracteres más aparentes de la infOr'rnaci6,n histórica entendida en este sentido limitado y usual 'del /érmino han sido descritos ,• . tos muchas veces. El historiador se halia en la ¿hos que estudia. Ningún egiptólogb. ha ,visto a ihrnsés. los he  mposibilidad absoluta de comprobar pott'st mishin Ningún - especialisia en las guerras napoleókicas,la t'ido el cañón de Austerlitz. Por lo tanto, no podeMos habhir de las épocas que nos han precedido sino recurriendo a 101 testi- monios. Estamos en la misma situación que 1 4'1 juez ',de \--- instrucción que trata de reconstruir un crimen .111 que ` no ha asistido; en la misma situación del, fi i7c) que, obllgado,a t quedarse en cama por la gripe, no conoce los resuluttlá s de , 4 sus us experiencias sino por lo que de ellas le informa el mozo' 'del laboratorio. En una palabra, en contraste con el conoci 7 s \ I'miento del presente, el conocimiento del pasado tiQrd nue _ , sariamente "indirecto".- L. . rte de ue haya 'en todas estas observaciones una 1 verdad nadie se atreverá a discutirlo. E xigen, sin mbar  go, que las maticemos considerablemente. Supongamos que un jéfl de ejército acaba de obtener una victoria. Inmediatamente trata de escribir (1 relato de ella. Él mismo ha concebido el plan de la batalla. Él la ha dirigido. Gracias a la pequeña extemión del terreno (porque decididos a poner todos los triunfos en nuestro juego, nos imaginamos un encuentro' de int; tiem- pos pasados, concentrado en poco espacio) pudo ver cómo se desarrollaba ante sus ojos el combate casi compl ot o . Es- temos seguros, sin embargo, de que sobre más de u n epi so -dio sencial tendrá que remitirse al informe de sus tenien- LA OBSERVACIÓN HISTÓRICA 43 tes. Así,.tendrá que conformarse, como narrador, con seguir la misma conducta que observó unas horas antes en la ac- ción. ¿Qué :le será más útil, susprópias_experiencias, los recuerdos.de.lo que vio con su catalejo, o los informes qu le llevaron al galope sus correos o ayudantes de campo? Un conductor dé hombres rara vez considera que su propio tes- timonio es suficiente. Pero conservando nuestra hipótesis favorable, ¿qué nos queda de esa famosa observación direc- ta, retendido privile•io del estudio del prerrte? es que este . ,privi egio en real' a no es casi nunca más que un. señuelo, por lo menos en cuanto se amplía un poco el horizonte del observador. Toda información sobre cosas vistas está hecha en buenaparte de cosas vistas por otro.' orno economista, estudio el de los cam L- i -6161 este mescsta semana: tengo que recurrir a estadís- ticas-que otros han formado. Como explorador de la actua- lidad inmediata trato de sondear la opinión pública sobre los grandes problemas del momento: hago preguntas, anoto, compruebo y enumero las respuestas. ¿Y qué obtengo si no es la imagen que mis interlocutores tienen de lo que creen _- pensar, o de lo que desean presentarme de su pensamiento? Ellos son los sujetos de mi experiencia. Y mientras que fisiólogo que diseca un conejillo de Indias percibe con sus propios ojos la lesión o la anomalía que busca, yo no conozco' el estado de alma de mis "hombres de la calle” sino por medio de un cuadro que ellos mismos consienten - proporcionarme. Porque en el inmenso tejido de los acon- tecimientos, de los gestos y de las palabras de que está compuesto el destino de un grupo humano, el individuo no_percibe jamás sino un pecilkeño_ rincón, estrechamente limitado por sus sentidos y por su facultad de atención._ Adernás, el individuo no posee jamás la conciencia incoe diata de nada que no sean sus propios estados mentales: todo conocimiento de la humanidad, sea de la naturaleza que fuere, y aplíquese al tiempo que se aplicare, extraerá siempre de los_ testimonios de otro una gran parte de su sustancia. El investigador del presente no goza en está) ,cuestión de mayores privilegios que el historiador del pasado.

Bloch - Introducción a La Historia Cap.2-4

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  • CIM

    LA OBSERVACIN HISTRICA

    1. CARACTERES GENERALES DE LA OBSERVACIN IMITRICA

    Para, comenzar coloqumonos resueltamente en el titudio del pasador

    Los caracteres ms aparentes de la infOr'rnaci6,n histrica entendida en este sentido limitado y usual 'del /rmino han

    sido descritos , .

    tos muchas veces. El historiador se halia en la

    hos que estudia. Ningn egiptlogb. ha ,visto a ihrnss. los he- imposibilidad absoluta de comprobar pott'st mishin

    Ningn - especialisia en las guerras napolekicas,la t'ido el can de Austerlitz. Por lo tanto, no podeMos habhir de las pocas que nos han precedido sino recurriendo a 101 testi-monios. Estamos en la misma situacin que 14'1 juez ',de

    \--- instruccin que trata de reconstruir un crimen .111 que ` no ha asistido; en la misma situacin del, fi i7c) que, obllgado,a

    t quedarse en cama por la gripe, no conoce los resuluttls de ,

    4sus sus experiencias sino por lo que de ellas le informa el mozo' 'del laboratorio. En una palabra, en contraste con el conoci 7 ,,

    s \ I'miento del presente, el conocimiento del pasado tiQrd nue _ , sariamente "indirecto".- L. ... \ nrte de 9ue haya 'en todas estas observaciones una . 1

    verdad nadie se atrever a discutirlo. Exigen, sin mbar-

    go, que las maticemos considerablemente.

    Supongamos que un jfl de ejrcito acaba de obtener una victoria. Inmediatamente trata de escribir (1 relato de ella. l mismo ha concebido el plan de la batalla. l la ha dirigido. Gracias a la pequea extemin del terreno (porque decididos a poner todos los triunfos en nuestro juego, nos imaginamos un encuentro' de int; tiem-pos pasados, concentrado en poco espacio) pudo ver cmo se desarrollaba ante sus ojos el combate casi compl o t o . Es-temos seguros, sin embargo, de que sobre ms de u n ep i so

    -dio esencial tendr que remitirse al informe de sus tenien-

    LA OBSERVACIN HISTRICA

    .43 tes. As,.tendr que conformarse, como narrador, con seguir la misma conducta que observ unas horas antes en la ac-cin. Qu :le ser ms til, susprpias_experiencias, los recuerdos.de.lo que vio con su catalejo, o los informes qu le llevaron al galope sus correos o ayudantes de campo? Un conductor d hombres rara vez considera que su propio tes-timonio es suficiente. Pero conservando nuestra hiptesis favorable, qu nos queda de esa famosa observacin direc-ta, retendido privileio del estudio del prerrte?

    es que este .,,privi egio en real' a

    no es casi nunca ms que un. seuelo, por lo menos en cuanto se ampla un poco el horizonte del observador. Toda informacin sobre cosas vistas est hecha en buenaparte de cosas vistas por otro.' orno economista, estudio el de los cam

    L-i -6161 este mescsta semana: tengo que recurrir a estads-ticas-que otros han formado. Como explorador de la actua-lidad inmediata trato de sondear la opinin pblica sobre los grandes problemas del momento: hago preguntas, anoto, compruebo y enumero las respuestas. Y qu obtengo si no es la imagen que mis interlocutores tienen de lo que creen

    _-

    pensar, o de lo que desean presentarme de su pensamiento? Ellos son los sujetos de mi experiencia. Y mientras que

    fisilogo que diseca un conejillo de Indias percibe con sus propios ojos la lesin o la anomala que busca, yo no conozco' el estado de alma de mis "hombres de la calle sino por medio de un cuadro que ellos mismos consienten

    - proporcionarme. Porque en el inmenso tejido de los acon-tecimientos, de los gestos y de las palabras de que est compuesto el destino de un grupo humano, el individuo no_percibe jams sino un pecilkeo_ rincn, estrechamente limitado por sus sentidos y por su facultad de atencin._ Aderns, el individuo no posee jams la conciencia incoe diata de nada que no sean sus propios estados mentales: todo conocimiento de la humanidad, sea de la naturaleza que fuere, y aplquese al tiempo que se aplicare, extraer siempre de los_ testimonios de otro una gran parte de su sustancia. El investigador del presente no goza en est) ,cuestin de mayores privilegios que el historiador del pasado.

    4 2

  • 44 LA OBSERVACIN HISTRICA Pero hay ms. Es seguro que la observacin del pa-

    sudo, :incluso de un pasado muy remoto, -s&a: slempre a tal punto "indirecta'?

    Si se piensa un poco se ve claramente por' qu razones la impresin de estei:alejamiento entre el objeto del cono-

    .

    ciminto y el investigador ha preocupado con tanta fuerza a muchos tericos d la historia. Es .que ellos pensa-ban unte todo en una historia de hechos, .de' episodios; quiero decir en una historia que, con razn o sin ella (an no#'es tiempo de discutir esto), concede, una extremada im-portancia al hecho de volver a registrar don exactitud los actos, las palabras o -las actitudes de alguos personajes que se hallan agrupados en una escena de duracin relativamen-te corta, en la que se juntan, como en la tragedia - clsica, todas las fuerzas crticas del momento: jornada revolu- I cionaria, combate, entrevista diplomtica. Se ha dicho que '- el 2 de septiembre` de 1792 los revolucionarios pasearon la cabeza de la princesa de Lamballe clavada en la punta de una pica bajo las ventanas de la familia real. Es esto cierto? Es esto falso? M. Pierre Caron, que ha escrito un libro de

    '1 admirable probidad sobre las Massacres, no se ha atrevido a pronunciarse sobre este punto. Pero si hubiera contem-plado el horrible cortejo desde una de las torres del Tem-ple, habra sabido seguyamente a qu atenerse. Y aun en ese caso cabra suponer que en esas circunstancias hubiera conservado toda su sangre fra de sabio y que, desconfiando de su memoria, hubiera tenido cuidado de anotar inmedia-

    --tamente sus observaciones. Sin duda en ese, caso el' histo-riador se sentir, frente a Rin buen testimonio de un hecho presente, en una posicin un poco humillante. Estar como en la cola de una columna en que los avisos se transmiten desde la cabeza, de fila en fila. Y sin duda no ser se un buen lugar para estar bien informado. Hace mucho tiempo, durante un relevo nocturno, vi pasar as, a lo largo de la fila, la voz de "Atencin! Hoyos de obuses a la izquierda". El ltimo hombre recibi el grito en esta for- ma: "Izquierda", dio un paso hacia la izquierda y se hundi.

    L.A . OBSERVACIN HISTRICA 5.

    Hay otras eventualidades. En los muros de ciertas ciu-dadelas siriaS,- . construidas algunos milenios antes de Cristo, los arquelgs han encontrado en nuestros das un buen nmero de, vSijs llenas de, esqueletos de nios. Como no es posible suponer que esos huesos han llegado all por casualidad, nos vernos obligados a reconocer que estamos frente a los restos de sacrificios humanos llevados a cabo en el momento de la construccin, y relacionados con sta._ Para saber a qu creencias corresponden estos ritos nos ser necesario remitirnos a los testimonios del tiempo, si los hay, o a proceder por. analo la con a 'uda de otros testi- I monios. Cmo` compren cr una fe que no compartimos j

    sino- por lo que se nos diga? Es el caso, repitmoslo, de todos los fenmenos de conciencia que nos son extraos. En cuanto al hecho mismo del sacrificio, nuestra posicin es di-ferente. Ciertamente no lo aprehendemos de una manera - absolutamente inmediata, como el gelogo que no percibe la amonita en el fsil que descubre, como el fsico que no percibe el movimiento molecular a pesar de descubrir sus efectos en el movimiento browniano. Pero el simple\ razonamiento que excluye toda posibilidad de una expli-' cacin'difrente y nos permite pasar del objeto verdadera-mente comprobado al hecho del que este objeto aporta la -, prueba este trabajo rudimentario de interpretacin muy prximo a las operaciones mentales instintivas, sin las que ninguna sensacin llegara a ser percepcin no exige la interposicin de otro observador. Los especialistas del me- especialistas todo han entendido generalmentepor_conocimiento indi-recto el, que no alcanza al espritu del historiador ms que ;

    re 1 Canal de espritus humanos diferentes. Quiz el mino no ha sido bien escogido; se limita a indicar la pre-sencia de un intermediario; pero no se ve por qu la relacin, la cadena, tiene que ser necesariamente humana. Aceptemos, sin embargo, cl uso comn, sin disputar sobre las palabras. En ese sentido nuestro conocimiento de las inmolaciones murales en la antigua Siria no tiene nada de indirecto.

    Pues bien, hay muchos otros vestigios del pasado que nos ofrecen un acceso igualmente llano. Tal es el caso de

  • LA OBSERVACIN HISTRICA 46 .. LA.- OBSERVACIN' HIST6RICA la Mayor parte de la inmensa masa de ..ieitimonios :no"..Scri- ,

    ?tos, y tambin de buen nmero de testimonios escritos:: Si

    / los tericos m canocidas de nuestros Mtodds mi .kubie-

    ran manifestado una indiferencia tan sorprendente y-so-berbia por. las tcnicas propias de la arqticoloa, "si no .. hubieran estado obsesos n el orden documental por., el rea o e -51-7reracorireZilicn. to,

    __....,

    sin . I da habran sido ms cautos y no a rian conendo alhistoriador a una observacin eternamente dependiente: .._ m, En las tumbas reales de Ur, en Caldea, se han encontrado cuentas de collares' hechos de amazonita. ' Coma los yaci-mientos ms prximos de esta piedra le hallan.situados . n el corazn de la India o en los alrededores del lago Baikal, ha sido necesario concluir que desde, el tercer milenio antes de nuestra era las ciudades del Bajo ufratesmantnan re-

    .

    laciones de intercambio con tierras muy lejanas. La induc- . cin podr parecer buena o frgil. Cualquiera que ea, el, -

    ._..,

    juicio que nos formemos de ella, debemos admitir que,s trata de una induccin de tipo clsico; se funda en' la 'corr= probacin de un hecho y no interviene el testimonio Cleura. persona distinta del investigador. Pero los doctImental ma- , teriales no son en modo alguno los nicos que-'poseen :este

    privilegio de poder ser captados as de primera - mano:El pedernal tallado por el artesano de la Edac1:cle Piedra, - - un rasgo del lenguaje, una regla de derechOjncorpora- .

    da en un texto, un rito fijado por un libro de cermOnias'o 1 representado en una estela, son otras tanta-s raliCiads . qUe captarnos y que explotarnos con un esfuerzo de inteligencia

    riv estrictamente personal. Para ello no necesitamos ..recurrir'a

    ..-,.

    ningn interprete, a ningn testigo. Y volviendo a la :.,,, com- ..

    paricin que II:le:linos arriba, cabe decir que no, es cierto que el historiador se vea obligado a no saber lo que..Oknre en su laboratorio sino por las inforMaciones de un extr lo. Es verdad que nunca llega hasta despus de terminada:la experiencia. Pero si las circunstancias lo favorecen, sta ha-.br,i deja.10 residuos que no le ser imposible percibir:. Con sus propy, ojos.

    Poi lo tanto, hay que .definir las indiscutibles pirtku-laridadw de la obsrvacin histrica con otros trminos, a la' vez' menos ambiguos y ms amplios.

    La primera._ caracterstica del conocimiento de, Ion hechos humanos del pasado y de la mayor parte de los del" presente consiste en ser un conocirn jento_._por _huellas, para usar eZpre-S17M-"--de PParnois , Trtese de las':huesos enmurallados de Siria, de una palabra cuya for-ma o empleo revela una costumbre, de un relato escrito_ por . el testigo. de , una escena antigua o reciente, qu en-tendernos por documentos sino una "huella", es decir la marca que ha dejado un fenmeno, y uc nuestr . nodos pa5a1:7-ipe 5.1 ir. 'oco importa que el objeto original sea por naturaleza inaccesible a la sensacin, como la trayec-toria del tomo, que slo es visible en el tubo _de Crookcs. Poco - importa que se haya vuelto inaccesible a la sensacin a causa del tiempo, corno el helecho que, podrido hace mi-llares de aos, ha dejado su huella, sin embargo, en el bloque de hulla, o corno las solemnidades que han cado"' en desuso y que vernos pintadas y comentadas en los muros de' los templos egipcios. En ambos casos el procedimien- to de reconstruccin es el mismo y todas las ciencias ofre- cen mltipleS ejemplos de l.

    Pero el 'hecho de que gran nmero de investigadores de .todas categoras se vean obligados a aprehender ciertos fenMenos centrales

    - slo mediante otros fenmenos deriva-dos de ellos, en modo alguno quiere decir que haya en todos unkperfectaigualdad de medios. Es posible que, como en el caso del fsico, tengan el poder suficiente para pro-

    : iycicar la aparicin de las huellas. Es tambin posible, por el contrario, que tengan que esperar a que obre el capricho de fuerzas sobre las que no tienen la menor influencia. En und;.;;y _Otro caso su posicin ser muy distinta, como es evidolte. Qu ocurre con los observadores de los hechos

    -,

    hm-nonos?. Aqu las cuestiones de fecha vuelven a ocuparun :primer plano.

    - ,

    Ys evidente que todos los hechos humanos algo corn-ple .ros escapan a la posibilidad de una reproduccin, o de

    ..

  • 48 . . LA OBSERVACIN HISTRICA" una" orientacin voluntaria, y 'sobre esto htiblarernol.' mas tarcie,,..bescle las medidas ms elementales. de la sensacin hasta las pruebis Ms rfirads-de la inteligencia-y .de la:

    - ernotividld, existe una experimentacin Perc, est - experimentacin' no se aplica, en suma, sirio al indivi-du. La psicologa colectiva es casi por completo rebelde a ella. No cs posible y nadie se atrevera a hacerlo' supo-niendo que fuera posible suscitar deliheradamente un p-nico o un movimiento de entusiasmo religioso.: Sin embar-go, cuando los fenmenos estudiados pertenecenal presente

    -o al pasado inmediato, el observador por incapacitado. que s- halle para forzar su repeticin o para' invertir a su

    untad el desarrollo no se encuentra igualmente mado frente a sus huellas. Puede, literalmente,'"hacer que

    algunas de ellas vuelvan a existir. Me refiero 'a' los infor- ,... mes de los testigos.

    El 5 de diciembre de 1805 era tan imposible como hoy que se repitiera la experiencia de Austerlitz:: - Qu, haba hecho en la batalla tal o cual regimiento? A Nap 7

    len. le habran bastado dos palabras para hacer que un ofi-cial le informara sobre el asunto apenas unas horas despus de la batalla. Pero nunca se ha comprobado la existen-cia de un informe . de esta clase, pblico o privado?Acaso se perdieron los que se escribieron? Si nosotioS tratrainos de hacer las mismas preguntas que Napolen habra'-Po dido hacer, nos quedaramos eternamente - sin respuest..Qu historiador no ha soado, como. Ulises, en alimentar - las sombras con sangre a fin de interrogarlas? Pero los - mila-gros de la N ekuia ya no estn de moda y no tenemos . ms mquina para remontar el tiempo que nuestro Cerebro, con los materiales que le proporcionan las generaciones pa- sadas.

    No habra que exagerar tampoco los privilegios que tie-ne el estudio del presente. Imaginemos pot. un momento que todos los oficiales, que todos los hombres de urt regi-. miento han perecido; o, mejor, que entre todos los super-vivientes no se encuentra un solo testigo cuya memoria, cuyas facultades de atencin sean dignas de" crdito. sEn este' caso Napolen no se encontrara en una situacin mejor

    LA OBSERVACIN HISTRICA '49

    que lanestra. Todo aquel que ha tomad. patk aun cuando. ' sea en el papel ms humilde, en una gran:Mein,1 sabe Muy- bien que al cabo de unas horas es a veces lin'po -

    -

    sible 'precisar un episodio de capital importancia. Y a eso habra que agregar que no todas las huellas del pasado in-mediato se presentan con la misma docilidad a cualquier evocacin. Si las aduanas hubieran dejado de registrar da a -da la entrada y salida de las mercancas en el mes de noviembre de 1942, me sera imposible saber en e] mes de diciembre el monto del comercio exterior del mes anterior. En una palabra, entre la encuesta de los tiempos pretritos y del pasado inmediato no hay ms que una di- 1. TerenCia de grado, que en nada afecta al fondo des

    - l- lo Mtodos empleados para estudiarlos. Pero no por ello la diferencia es de poca importancia, y conviene deducir ]as consecuencias de esto.

    El pasado es, por definicin, un dato que ya nada ha-br de modifiCar. Pero el conocimiento del pasado es algo que esta en constante progreso, que se transforma y se per-fecciona sin cesar. A quien dudara de lo anterior bastara

    recordarle l..que ha ocurrido desde hace ms de un siglo: por la investigacin han salido de las brumas inmensos

    -

    conglomerados humanos que antes eran ignorados; Egipto y Caldea se han sacudido sus sudarios; las ciudades muer-tas del Asia Central han revelado sus lenguas, que nadie saba hablar ya, y sus religiones, extinguidas 'desde haca mucho tiempo; en las orillas del Indo se ha levantado de su tumba una civilizacin completamente ignorada. Pero

    no es eso todo, y la ingeniosidad de los investigadores que hacen rebuscas en las bibliotecas y que excavan en viejos suelos nuevas zanjas, no sirve slo, ni quizs con la mayor eficacia, para enriquecer la imagen de los tiempos pasados., Han surgido nuevos procedimientos de investigacin antes ignorados. Sabemos mejor que nuestros antepasados inte- ;;- rrogar a las len uas sobre las costumbres y a las herramientas L sobre los obreros. - euros

    todo, a deseen- 1 derT-iTITs- pr-o-indos-nTsTelc.7s Ciale. L.a.n.irsrsfde_la...realidadso- cil.-EFZItudio-de-Tscreencias y de los ritos populares ape-

    .

  • LA OBSERVACIN HISTRICA 50 - LA OBSERVACIN HISTRICA

    L nal desarrolla sus primeras perspectivas. ..La historia de la economa de la que Cournot, al enumerar ls diversos as- -. yectos de .11 investigacin histrica, ni siquiera tena idea acaba 'de comenzar a constituirse. Todo ello 'es cierto y nos permite alimentar las mayores esperanzas. - No esperanzas .

    ilimitadas, claro est, pues nos ha sido rehusado ese senti- miento de progresin verdaderamente inekin, idaque da una ciencia como la qumica, capaz de crear last su propio objeto. Los exploradores del pasado no son ,hombres total-mente libres. El pasado es su tirano, ylel prohibe que sepan de l lo que l mismo no les entrega, cientfica-mente o no. Nunca podremos establecer una estadstica de los precios en la poca merovingia, porque ningn docu-mento registr esos precios suficientemente: Nos es impo-sible penetrar en la mentalidad 'de los hombres del siglo xi europeo, por ejemplo, como podemos hacerlo en la men-talidad de los contemporneos de Pascal o de Voltaire. De aqullos no tenemos cartas privadas ni colfesiones; slo nos quedan algunas malas biografas escritas en un estilo convencional. A causa de esta raguna toda una parte de nuestra historia adquiere necesariamente el alikto, un pco

    .

    exange, de un mundo despoblado. Pero no nos queje-mos demasiad. En esta estrecha sumisin a un inflexi-ble destino nosotros, pobres adeptos a menudo ridiculi-zados por las nuevas ciencias del hombre nos toc peor parte que a muchos de nuestros compaeros, dedicados a disciplinas ms antiguas y ms seguras de s. Tal es la suerte comn de todos los estudios cuya misin es es-crutar los fer menos pasados. Y el prehistoriador, falto de testimonios escritos, es ms incapaz de reconStruir.. Jas liturgias de la Edad de Piedra que pongo por caso ti paleontlogo las glndulas de secrecin interna del plesio-saurio, del que slo subsiste el esqueleto. Siempre q des-agradable decir: "no s", "no lo puedo saber"; no hay que decirlo sino despus de haber buscado enrgica, deses-peradamente. Pero hay momentos en que el ms 'imperioso deber del sabio es, habindolo intentado todo, resignarse a la ignorancia y confesarlo honestamente.

    I1. Los TESTIMONIOS

    "Herodoto de Turios expone aqu el resultado de sus bs-quedas, Para que las cosas hechas porlos_hrnbres no se rA olviden con el tiempo y que las gran-des y maravillosas ac-

    .ciones .11evadas. a cabo tanto por los griegos como por los brbaros no pierdan su esplendor." As empieza el ms antiguo libro de historia, no fragmentario, que en el mun- do occidental haya llegado hasta nosptros. Pongamos a su lado, por ejemplo, una de esas guas de viaje al ms all que los egipcios del tiempo de los Faraones introducan en las tumbas. Tendremos, frente a frente, los prototipos de las , dos grandes clases en las que se reparte la masa inmen-samente varia de'los documentos puestos, por el pasado, a disposicin de los historiadores. Los testimonios del primer ,grupo son voluntarios. Los otros, no:-

    Cuando l6Mos, para informarnos, a Herodoto o a Froissart, las Memorias del mariscal Joffre o los comunica-dos, poi . dtrparte completamente contradictorios, que nos dan en etosIrdas los peridicos alemanes y britnicos sobre !

    'el ataque . de un convoy en el Mediterrneo, qu hacemos } sino cnformarnos exactamente a lo que los autores de esos I escritos esperaban de nosotros? Al contrario, las frmulas de los papiros de los muertos slo estaban destinadas a ser recitadas por el alma en peligro y odas slo por los dio-ses; el hombre de los palafitos que echaba en el lago los residuos , de su comida donde hoy los remueve el ar-quelogo--- no haca sino limpiar su cocina, su vivienda; la bula.cie exencin pontificia.se

    guardaba con tanto cuida-do en los cofres del monasterio nicamente para poder mos-trarla ante los ojos de un obispo importuno, en el momento preciso. ..Nada.

    de. ello tena que ver con_ la preocu acin

    de instruir- fuera la de7us contemporneos

    ola de futuros historiadores; y cuando el medievalista ho- je7-7erilsrchi767,-Iiia ano de gracia de 1492, la corres-pondencia comercial de los Cedamos, de Lucca, comete una indiscrecin que los Cedamos de nuestros das calificaran

    M1

  • / un encuadre cronolgico casi normal y seguido. Qu no -- dara un prehistoriador o un historiador de la India

    por disponer de un Herodoto? _1\1.2_p_LIede dudarse de ello: es en la segunda categora de testimonios, en los testi os sin saberlo, donde la , investigacin histrica, en e surso_dc su

    I avance, - ha puesto cada vez ms su confianza.. Comprese ' la historia romana tal como la' e -scribanRollin, oeI mis-

    mo iebuhr, con la de cualquier manual de nuestros das: 7 primeratomaba lo ms claro de su sustancia . de Tito

    ivio, uetonio o oro a se un a se construye, en una , gran parte se un lsa iscri.ciones, los pa.iros y - a,mone--.y

    . das. rozos enteros del pasa o no an po.i.o-.ser recons- 11 triliclos sino as: toda la prehistoria, casi toda la - historia

    f 1 i econmica, casi toda la historia de las estructurasoriale.,s_ Y 4 aun en el presen te, no preferira tener

    entre las manos, en vez de los peridicos de 1938 1939, \, algunos documentos secretos de las cancilleras o algunos

    informes confidenciales de jefes militares? .,-.

    No es que documentos de este tipo estn exentos - de errores o de mentiras en mayor Medida que los otros. Ni faltan falsas bulas, ni dicen verdad todas las cartas de nego-cios y todos los informes de embajadores; pero ah la. d-

    .-, / formacin, su onicndo que exista, poi. lo meris-s-rih-aIdo . A coneana especialmente FFITTstertd -rd7Perittricrres-

    tos- indicios que, lin preme-diI;TEIn, deja caer el pasado a lo largo de su ruta nosyermiten suplir las narraciones cuando no las hay, o contrastarlas si su veracidad es sospechosa. Pre- se r 1-z - ".-a'r71-sii-151-1sarro-sd-cunpeiigro peor que a igno-rancia o la inexactitud: el de una esclerosis irremediable.

    E Efectivamente, sin su socorro veramos inevitablemente , al historiador convertirse cn seguida en prisionero de los pe-/

    52 LA OBSERVACIN HISTRICA . ,

    duramente ti se tomaran las mismas libertades con su libro copiaclor L.de cartas.

    . n embargo, las fuentes narrativas expresin consa-grada, es decir, los relatos deliberadamente dedicados a la informacin de,r los lectores, no han dejado nunca de prestar una preciosa ayuda al investigador. Entre' otras ventajas, son ordinariamente las nicas que' proporcionan

    LA OBSERVACIN HISTRICA 53

    juiciospd la falsa prudencia, de la miopa que . sufrie- ron

    esas mismas generaciones desaparecidas sobre las que se inclina, y veramos al medievalista, por ejemplo, no dar sino muy poca importancia al movimiento de las co-munidades, a pretexto de que los escritores de la Edad

    'Media no suelen hablar de l, o desdear los grandes im-pulsos de la vida religiosa en razn de que ocupan en la literatura narrativa de su tiempo mucho menos espacio que las guerras de los Barones. En una palabra, veramos a l

    -

    historia, ara usar una anttesis cara a6lichel" dejar ser a explora ora casa ez mas arroja a e las edades pasadas para venir a ser la eterna e inmvil alumna de sus "crnio

    slo "crnicas".

    N lo eso, sino que hasta en los testimonios ma

    'decididamente voluntarios, lo que nos dice el texto ha de-jado expresamente de ser, hoy, el objeto preferido de nuestra atencin. Nos interesamos, por lo general,' y con mayor ardor, por lo que se nos deja entender sin haber deseado decirlo. Qu descubrimos de ms instructivo en Saint-Simon? Sus informaciones, tantas veces controver-tidas, sobre los acontecimientos de su tiempo, o = la extra-ordinaria luz que las Memorias arro'an sobre la mentalidad eun gran senor s e a corte e Rey Sol. Entre as vi-

    ds de santos deli-iliiEaad Media, por To menos las tres cuartas partes son incapaces de ensearnos algo slido acer-ca de los piadosos personajes cuyo destino pretenden evocar; mas si, al contrario, las interrogamos acerca de las maneras de, vivir o de pensar correspondientes a las pocas en que fueron escritas cosas todas ellas que la hagiografa no tena el menor deseo de exponernos las hallaremos de un valor inestimable. En nuestra inevitable subordina :1 cin al pasado, condenados, como lo estamos, a conocerlo nicmente por sus rastros, por lo menos hemos conseguido' saber mucho ms acerca-de l que lo que tuvo a bien' dejarnos dicho. Bien mirado, es un gran desqUite de la 'inteligencia sobre los hechos.

    "..1 Pero desde el momento en que ya no nos resigna- inos a registrar pura y sencillamente los dichos de nuestros

  • ' 5 4 '

    LA OBSERVACIN , HISTRICA

    , .

    testigos, desde el momento en que'ibps propone,mt - oblk gario a hablar, aun contra sti gulto, se impone_un.,cues-tionario. Tal es, en efecto, la; primera necesidad de 'toda

    Lbj.isq ueda histrica bien, llevada. Muchas personas, y aun al parecer ciertos autores, de

    manuales, se forman una imagen asombrosamente cndida de la marcha de nuestro trabajo. En el principio, pazecen deciri estn los documentos. El historiador los rene, los lee, se esfuerza en pesar su autenticidad y su veracidad. Tras ello, nicamente tras ello, deduce sus consecuencias. Desgraciadamente, nunca historiador alguno ha procedido as, ni aun cuando por azar cree hacerlo.

    Porque los textos, o los documentos arqueolgicos, aun los Ms claros en apariencia y los ms cmplacientes; . ro hablan,s'ino cuando se sabe interrogarlos. Antes de BoUcher e Perthes abundaban las herramientas de pedernal, al

    igual que en nuestros das, en las tierras de aluvin del Soma; pero no habiendo quien las interrogara, no haba - prehistoria. Como viejo medievalista que soy, confieso no conocer" lectura ms atrayefite que la de un cartulario, porque s, ms o menos, qu pedirle. Una comPilacInde inscripciones 'romanas, en cambio, me. dice bien poca cosa. Las leo mejor o peor, pero no me dicen nada.- - ,, En -otros trminos, toda investigacin

    histrica presupone,d4esaJ" su-s

    pilTiiJi:UsfasoT:que la encuesta teng_y_a_ljaralajacCin.

    .1:_jr.Te7rrin-Cip in teligencia, Nunca, en ninguna

    ciencia, la observacin pasiva aun suponiendo, por otra parte, que sea posible ha producido nada fecundo.

    No nos engaemos. Sin duda, sucede a veces quer.el cuestionario es puramente instintivo, pero existe. Sin .1.1Ue el trabajador tenga conciencia de ello, los artculos del tris= mo le son dictados por las afirmaciones o las dudas que :lis ; ... experiencias anteriores han inscrito oscuramente en su ;le- - rebro, por la tradicin, por el sentido comn, es decir, de- .

    masiado a menudo, por los prejuicios comunes: No- se es

    nunca tan seceptivo corno se cree. No se puede dar peor consejo a un principiante que el de que espere, en actitud de aparente sumisin, la inspiracin del documento. Por

    LA OBSERVACIN HISTRICA 55 ese camino ms de una in'vestigacin hecha con buena iro"'

    3", - 1 untad ha s i do al fracaso o a la insignificancia.

    -

    .-,L,I:lacultad de escoger es necesaria, pero tiene que ser extremadamente, flexible,-susceptiklecle resqgeren_inedio drlriiiii-o, multitud de nuevos aspuo_habier.taa_tocllls sipresas, - que -pueda atraer desde el comienzo to- clal.77.17Sbam eselas limaduras del documento, cono un que establecido por un explorador antes de su salida no ser seguido punto por punto; pero, de no tenerlo, se expondr a errar eternamente a la ventura.

    La diversidad de los testimonios histricos es casi infi-nita. Todo cuanto el hombre dice o escribe, todo cuanto ); fabrica, cuanto toca puede y debe informarnos acerca de lj Es curioso darse cuenta de cmo las personas extraas a nuestro trabajo calibran imperfectamente la extensin de esas posibilidades. Continan atadas a una idea muy aeja de nuestra ciencia: la del tiempo en el que apenas si se sa-ba leer ms 9ue los testimonios voluntarios. Reprochando a la "historia tradicional" el dejar en la sombra "fenmenos considerables" que, sin embargo, eran "de mayores conse-cuencias y ms capaces de modificar la vida prxima que todos losacontecimientos polticos", Paul Valry pona como ejemplo ."la conquista de la tierra" por la electricidad. En esto se le aplaudir con gusto. Es, desgraciadamente, dema-siado exacto que este inmenso tema no ha producido todava ningn trabajo serio. Pero cuando, arrebatado en cierta ma-nera por el exceso mismo de su severidad para justificar la falta que acaba de denunciar, Paul Valry aade que

    - estos fenmenos "escapan" necesariamente al historiador .

    porque, prosigue, "ningn documento los menciona ex- pr,esamente" la acusacin, pasando del sabio a la cien-

    :- eig. se equivoca de direccin. Quin puede creer que las empresas de la industria elctrica carezcan de archivos, deri

    . estados de consumo, de mapas de extensin de sus redes? I Los historiadores, dirn, han descuidado hasta ahora con-

    - sultar esos documentos; y es, sin duda, una falta; a menos responsabilidad recaiga en guardianes tal vez demasia-

    -4do .:celosos de tantos hermosos tesoros. Hay que tener pa-

  • 56 LA OBSERVACIN HISTRICA ciencia.

    - La historia no es todava como debiera slr.. - Pero no es una razn para 'cargar a la historia posible con el peso de los errores que no pertenecen sino a la 'historia mal comprendida. - _ De ese carcter maravillosamente, dispar de nuestros materiales nace, sin embargo, una dificultad; desde luego, lo suficienteminte grave para contarse entre las tres o cua-tro grandes paradojas del oficio de historiador.

    Sera una gran ilusin imaginarse que cada problema histrico se vale de un tipo nico de documentos, especiali-zado en este empleo. Al contrario, cuarito ms se esfuerza la investigacin por llegar a los hechos profundos, Menos le es permitido esperar la luz si no es por medio de rayos convergentes de testimonios muy diversos en su . naturaleza. Qu historiador de las religiones se conientara7Eri ---la compulsa de tratados de teologa o colecciones de himnos? l lo sabe: acerca de las creencias I, las sensibilidades muer-tas, las imgenes pintadas o esculpidas en las paredes de los santuarios, la disposicin o el mobiliario de las tumbas le .

    dicen, por lo menos, tanto como muchos escritos, As, tanto como del estudio de las crnicas o, de las cartas pueblas, nuestro conocimiento de ls invasiones germnicas depende de la arqueologa funeraria y de los estudios topohmicos. A medida que se acerca uno a nuestro tiempo estas exigen-cias se hacen, sin duda, distintas; pero no por ello menos imperiosas. Para comprender las sociedades de hoy, quin cree que baste hundirse en la lectura de debates parlamen-tarios o de oficios de cancillera? No habr que saber interpretar el balance de un banco, texto, para el profano, ms hermtico que muchos jeroglficos? El historiador>de una poca en la que reina la mquina, deber ignorar cmo estn constituidas y cmo se han modificado las mquinas?

    Y si casi todo problema humano importante necesita

    \....ri el manejo de testimonios de tipos opuestos, es, al contrario, de toda 'necesidad, que _las _t_eicni_cal_eruditas se distingan segn los tipos de testimonio. El aprendizaje de cada'una e ra-S-MT1717,siss-iTiiplena necesita una prctica ms

    larga todava y, por decirlo as, constante. Por ejemplo:

    LA OBSERVACIN HISTRICA 57 slo un"nmero muy reducido de investigaddres pueden

    anagldriarse de hallarse bien preparados para leer y cri-ticar una carta puebla medieval, para interpretar correcta= mente los nombres de lugares (que son, ante todo, hechs lingsticos), para fijar sin errores la fecha de los ves-

    "tigios de un habitat prehistrico, celta, galorromano; para analizar las asociaciones vegetales de un prado, de un bar-becho, de un erial. Sin embargo, sin todo ello, cmo pretender escribir la historia de la ocupacin del suelo? Creo que pocas ciencias estn obligadas a usar simultnea- _

    mente tantas herramientas_ dispares. Y es que los hechos 11----umanas- son' -de ls ms complejos, y el hombre se coloca en el extremo de la naturaleza.

    Es til, a mi ver, es indispensable que el historiador posea, al menos, una nocin de las principales tcnicas de su oficio. Aunque slo sea para saber medir por adc-lantado la fuerza de la herramienta y las dificultades de su manejo. La lista de las "disciplinas auxiliares" que pro- i ponemos a nuestros principiantes es demasiado reducida. I A hombres que en la mitad de su tiempo no podrn alcari-

    -,

    zar el objeto de sus estudios sino a travs de las palabras, por qu absurdo paralogismo se les permite, entre otras lagunas, ignorar las adquisiciones fundamentales de la lin-gstica? :-

    Aun as, y suponiendo una gran variedad de conoci-mientos en los investigadores mejor provistos, stos hallarn siempre, y, normalmente muy de prisa, sus lmites. Enton-

    ces no queda otro remedio que sustituir la multiplicidad de aplaudes en un mismo hombre por una alianza de tc-

    nicas practicadas por diferentes eruditos, pero dirigidas todas ellas a la elucidacin de un tema nico. Este mtodo supone la aceptacin del trabajo por equipos. Al mismo tiempo exige la definicin previa, de comn acuerdo, de algunos grandes problemas dominantes. Se trata de logros de los que todava estamos muy lejos. Pero ellos influirn, shi:Ouda alguna, en el porvenir de nuestra ciencia.

  • LA OBSERVACIN HISTRICA

    III. LA TRANSMISIN DE LOS TESTIMONIOS

    [

    Una de las tareas ms difciles con las que se"enfrenta el historiador es la de reunir los documentos que cree ne-cesitar. No lo lograra sirf la ayuda de diverss guas: in-ventarios de archivos o de bibliotecas, catlogos de museos, repertorios bibliogrficos de toda ndole. Vernos, muchas veces, eruditos a la violeta que se extraan del tiempo sacri- ficado por autnticos eruditos en componer obras de este tipo, y por todos los investigadores en conocer . su existencia y aprender su manejo; como si, gracias a las horas invertidas en estos trabajos que, aunque no carezcan de cierto escondi-do atractivo, desde luego estn faltos de brill romntico, no se ganara tiempo y se 'ahorrara mucha energa. Es difcil imaginarse, si no se es especialista, la suma 'de esfuerzos estpidamente intiles que un apasionado por la: historia' del culto de los santos se ahorra si conoce la Bibliotheca Ha-giographica Latina de los Padres Bolandistas. Lo que hay que sentir, en verdad, es que no podamos tener en nues-tras bibliotecas una mayor cantidad de estos instrumentos (cuya enumeracin, materia por materia, pertenece a "los libros especiales de orientacin) y que no sean todava lo bastante numerosos, sobre todo para las pocs menos -ale-jadas de nosotros; que su establecimiento, principalmente en Francia, no obedezca sino por excepcin a un plan de

    , - conjunto racionalmente concebido; que su puesta al da sea demasiadas veces abandonada a caprichos individuales o a la parsimonia mal informada de algunas casas editoras. El tomo primero de las admirables Fuentes de la Historia de Francia, de mile Molinier, no ha sido reeditado desde su' primeraaparicin, en 1901. Este +sencillo hecho es toda

    -una grave acusacin Evidentemente, la herramienta no \ hace la ciencia, pero una sociedad que pretende respetar la .ciencia no debera desinteresarse de sus herramientas3 No cabe duda que sera prudente no confiar demasiado, para lograrlo, en las instituciones acadmicas, que por su re-clutamiento favorable a la preeminencia _de_ Ja edad y propicio a los buenos discpulos, suele carecer de espritu

    LA OBSERVACIN HISTRICA eMprela... Nuestra Escuela de Guerra y nuestros

    tadol* Mayores no son los nicos, en nuestro pas, que conservan :en tiempos motorizados la mentalidad de la ca-

    dan ser

    de

    esos

    s b a ur

    e dymojones,

    serviran de poco a un investigador de bien hechos, de lo abundantes, que pue- es i

    que no tuviese, por adelantado, una idea del terreno a explorar. En contra de lo que a veces suelen imaginarse los -r

    .principiantes, no surgen los documentos, aqu y all, por el solo efecto de no se sabe qu misterioso decreto de ]os dioses. Su presencia o su ausencia, en tales o cuales archi-vos, en una u otra biblioteca, en el suelo, dependen de causas humanas que no escapan al anlisis, y los problemas

    ' que plantea su transmisin, lejos de tener nicamente el mero alcance de ejercicios tcnicos, rozan lo ms ntimo de la vida del pasado, porque lo que se encuentra as puesto en juego es nada menos que el paso del recuerdo a travs de las generaciones. Al frente de obras histricas serias el autor generalmente coloca una lista de siglas de los archivos que ha compulsado, de los libros que le han ser- vido. Est bien, pero no es suficiente. Todo libro de historia digno de ese nombre debiera incluir un captulo,

    - o, si se prefiere, insertar en los puntos cardinales del des- ' arrollo del libro, una serie de prrafos que se intitularan, Poco ms o menos: "Cmo puedo saber lo que voy a de- cir?" Estoy persuadido de que si conociesen estas confesio-

    -nes, hasta los lectores que no fuesen del oficio hallaran en ellas un verdadero placer intelectual. El espectculo de la investigacin, con sus xitos y fracasos, no es casi nunca aburrido. Lo acabado es lo que destila pesadez y tedio.-

    A veces recibo la visita de investigadores que desean escribir la historia de su pueblo. Por

    - lo general, les digo

    lo Viviente, que aqu simplifico un poco para evitar deta-lles eruditos que estaran fuera de lugar: "Las comunida-des campesinas no tuvieron sino rara vez y tardamente archivos. Los seoros, al contrario, eran empresas relati-vamente bien organizadas, poseedoras de una continuidad, que 'han conservado, por lo general y C.:sde muy pronto,

  • . 60 LA OBSERVACIN HISTRICA SUS archivos. Para el perodo anterior a 1789. y, espe-cialmente para pocas ms antiguas, los .principales docu-mentos, de los que pueden esperar serabirse son, pues, de procedencia seorial., De donde resulta que la piimera cuestin a la que tendrn que contestar y de la que todo depender, ser la siguiente: en 1789, quin cra el seor del pueblo?" (En realidad no es imposible la existencia si-multnea de varios seores entre quienes haya sido repar-tido el pueblo; pero, para simplificar, dejar de lado esta suposicin.) "Pueden concebirse tres eventualidades: El seoro pudo haber pertenecido a una iglesia, a un laico emigrado durante la Revolucin' o a un laico 'no emigrado. El primer caso, es, con mucho, el ms favorable. En esa eventualidad el archivo seguramente ha sido bien mane-jado, y desde hace mucho tiempo; y fue seguramente con-fiscado a partir de 1790 al mismo tiempo que las tierras, por la aplicacin de las leyes de secularizacin del clero. De-bieron llevarlo a algn depsito pblico y puede esperarse, razonablemente, que all contina hoy, ms o menos intac-to, a disposicin de los eruditos. La hiptesis del emigrado todava es bastante buena:, en este caso debi de ser embar-gado y transferido; a lo sumo, el peligro de una destruc-cin voluntaria como vestigio de un rgimen aborrecido parecer un poco de, temer. Queda la ltima posibilidad, que sera sumamente desagradable: los antiguos dueos, desde el momento en que se quedaban en Francia, no caan

    4 bajo la frula de las leyes de salvacin pblica y no pade-can en sus bienes; perdan, sin duda, sus derechos seo-riales, ya que stos haban sido universalmente abolidos y, porende, sus legajos. No habiendo sido nunca reclama-dos por el Estado, los documentos que buscamos han corri-do, sencillamente, la suerte comn de todos los papeles de familia durante los siglos xix y xx. Aun suponiendo que no se hayan perdido, que no hayan sido comidos por las ratas o dispersados al azar de las ventas y las herencias a travs de los desvanes de tres o cuatro casas de campo, nada ni na-die podr obligar a su actual poseedor a droslos a conocer."

    Cito este ejemplo porque me parece perfectamente t-pico de las condiciones que con frecuencia determinan . y

    LA OBSERVACIN HISTRICA 61

    hntnja documentacin. No carecer de inters analizar ,

    erisrirzas ms deenidamente.

    El papel que acabamos de ver desempear a las confis--)

    caciones revolucionarias es el de una deidad muchas veces propicia al investigador: la catstrofe. Innumerables muni-cipios romanos se han transformado en vulgares pequeas ciudades italianas, en las que el arquelogo penosamente

    encuentra algunos vestigios de la Antigedad: nicamen-te la erupcin del Vesubio conserv a Pompeya.

    Desde luego, la mayora de los grandes desastres de \ la humanidad han ido en contra de la historia. Montones-1 de manuscritos literarios e historiogrficos, los inestimables expedientes de la burocracia imperial romana se hundieron en la marea de las Invasiones. Ante nuestros ojos, dos gue-rras mundiales han asolado un suelo cubierto de gloria y han destruido monumentos y archivos. Nunca jams podremos ya hojear las cartas de los viejos mercaderes de Ypres y durante la derrota he visto arder los cuadernos de rde-nes de un. Ejrcito.

    Sin embargo, la apacible continuidad de una vida so-cial, sin accesos de fiebre, es mucho menos favorable de lo que a veces se cree a la transmisin del recuerdo. Son las revoluciones las que fuerzan las puertas de las cajas fuer- tes y obligando a huir a los ministros no les dejan tiempo de quemar sus notas secretas. En los antiguos archivos ju-diciales encontramos documentos de quiebras de empresas que, si hubiesen seguido disfrutando de una existencia fructuosa y honorable, hubiesen acabado por destruir el contenido de sus legajos. Gracias a la admirable permanen-cia de las instituciones monsticas, la abada de Saint-Denis conservaba todava, en 1789, los diplomas otorgados cerca de mil -aos antes por los reyes merovingios. Podemos leer-los' hoy en los archivos nacionales. Si la comunidad de los monjes de Saint-Denis hubiese sobrevivido a la Revolucin, quin nos asegura que nos permitira hurgar en sus co-fres? Asimismo, tampoco la Compaa de Jess da al profano acceso a sus colecciones, por lo que tantos pro-blemas de la historia moderna permanecern siempre des-

  • -62 LA OBSERVACIN HISTRICA, '

    ' espe rada me n te oscuros, y as el Banco de rancia no in- vita a los especialistas en el Primer Imperio a compulsar sus registros, aun los ms polvorientos. Hasta tal punto la mentalidad del iniciado es inherente a todas las corporacio-

    U. nes. Aqu el historiador del presente est en desventaju est casi totalmente privado .de confidencias involuntarias. Cierto es que, en compensacin, dispone de las indiscre-ciones que le murmuran, al odo, sus amigos. Desgracia-damente, el informe se distingue mal del chisme. Un buen cataclismo nos convendra mucho ms.

    As seguir ocurriendo mientras las sociedades no or- i, ganicen racionalmente, con su memoria?' su conocimiento propio, renunciando a dejar este cuidado sus propias tra-gedias. No lo lograrn sino luchando cutpo a 1 ergo con los dos principales responsables del olvido y -la ignorancia: la negligencia, que extrava los documentos, y; ms peligrosa todava, la pasin del secreto secreto diplomtico, secreto de los negocios, secretos de las familias, ca' e esconde . los eonde o destruye,...Es natural que el notario tenga el , deber de no

    revelar las operaciones de s cliente, pero no que , se le permita envolver en el mismo impenetrable misterio los contratos realizados por los bisabuelos de su cliente, cuan-

    _ do, por otra parte, nada le impide dejarlos convertirse en polvo. Nuestras leyes, a este respecto, estn absurda-mente fuera de lugar. En cuanto a los motivos que impelen a la mayora de las grandes empresas a negarse a hacer p-blicas las estadsticas ms indispensables para una sana con-ducta de la economa nacional, rara vez son dignos de res-peto. Nuestra civilizacin habr realizado un inmenso progreso el da en que -el disimulo, erigido en mtodo de accin y casi en virtud burguesa, ceda su lugar al gusto por el informe, es decir, a los intercambios de noticias.

    . ,

    Volvamos, sin embargo, al pueblo de nuestra hiptesis. ...b Las circunstancias que, en este caso preciso, deciden de la prdida o de la conservacin, de la accesibilidad o de la in-accesibilidad de los testimonios, tienen su origen en fuerzas ,

    istricas de carcter gerieral. No presentan ningn aspecto [qu no sea perfectamente inteligible, pero estn desprovil-

    LA OBSERVACIN HISTRICA 3

    tal; de toda relacin lgica con el objeto de la encuesta cuyo resultado se encuentra, sin embargo, colocado bajo su dependencia. Porque, evidentemente, no se ve por qu el estudio de una pequea comunidad rural, en la Edad Me-dia,' sera ms o menos instructivo por el hecho de que, algunos siglos ms tarde, a su. seor se le ocurriera ir o dejar de ir u reunirse con los emigrados de Coblenza. Este desacuerdo es -my frecuente. Si conocemos infini-tamente mejor el

    gamos mayor inters por los egipcios pto romano que la Galia de la misma

    poca, no es que que por los galorr manos, sino porque la sequa, las arenas y Jos ritos fune los de la momificacin preservaron all los escritos que .clima de Occidente y sus usos condenaban, por s'el contrar una rpida destruccin. Entre las causas

    -1 que llevan a xito o al fracaso en la bsqueda de docu-

    mentos y los motivos que nos hacen deseables estos mismos documentos 90 hay de ordinario nada en comn: tal es el elemento irracional, imposible de eliminar, que da a nues-tras investigaciones algo de la trgica intimidad en que tan-tas obras del espritu hallan tale vez, con sus lmites, una de las razones secretas de su destruccin. Todava, en el ejem-

    t plo citado, la suerte de los documentos, pueblo por pueblo, es un hecho crucial conocido, casi previsto. Pero no siempre ocurre as. El resultado final depende a veces de tal nme-ro de hechos encadenados, absolutamente independientes unos de otros, que toda previsin viene a ser imposible. S de cuatro incendios sucesivos y de un saqueo que devasta-

    ,

    ronlos.

    archivos de la antigua abada de San Benito del .Loira. Cmo, enfrentndome con el resto, puedo adivinar

    -qu documentos se'salvaron? Lo que se, ha llamado la mi- ., gracin de los manuscritos ofrece 'una materia digna de

    estudio del mayor inters; los pasos de una obra literaria a travs-de las bibliotecas, el hecho mismo de las copias, el cuidado o la negligencia de los bibliote

    -carios v de los co- .pistas son otros tantos rasgos por ls,que se expresan, a lo vivo, las vicisitudes de la cultura,, y' el variado juego de sus grandes corrientes. Qu* erudito, aun el mejor in- formado, hubiese podido anunciar, antes de su descubri-

    r miento, que el nico manuscrito de la Germanio de Tcito

  • 64 LA OBSERVACIN HISTRICA haba ido a parar, en el siglo xvi, al monasterio de Hers-feld? En una palabra, existe en el fondo de casi toda bsqueda documental un residuo de sorpresa y, por ende, de aventura. Un investigador que conozco muy bien , me cont que en Dunkerque, mientras esperaba, sin dejar en-trever demasiada impaciencia, en la costa bombardeada, un incierto embarque, uno de sus camaradas le dijo, con cierta extraeza: "Es curioso, no parece usted aborrecer la aven-tura." Mi amigo hubiese podido contestar que, en contra del prejuicio corriente, la costumbre de la investigacin no es de ninguna manera desfavorable a la aceptacin, bastante normal, de una apuesta con el destino.

    Nos preguntbamos antes si existe una oposicin de tc-nicas entre el conocimiento del pasado humano y el dcl presente. Acabamos de dar la contestacin.. Evidentemente, el explorador de lo actual y el de pocas lejanas manejan, cada uno a su manera, las herramientas de que disponen; segn los casos, uno u otro tiene ventajas: el primero toca la vida de una manera inmediata, ms sensible; el segundo, en sus indagaciones, dispone de medios que, muchas veces, le son negados a aqul. As, la diseccin de un cadver, que descubre al bilogo muchos secretos que ell estudio de un ser vivo le hubiese ocultado, calla acerca de muchos otros, de los que slo el cuerpo vivo tiene la revelacin. Pero cualquiera que sea la edad de la humanidadue el in-vestigador estudie, los mtodos de observacin se hacen, casi con uniformidad, sol5n-nFrcT3:'g5Trf'rrzt'srirrrTtaTnente los riiisms-.-Iguare-sson---, conT6-V57173r-r-rer, - larinttir-cr- ticasa' las -qii ha de obedecer la observacin para ser fecunda.

    III

    LA CRTI CA 1, BOSQUEJO DE UNA HISTORIA DEL MTODO CRTICO

    Hasta los ms ingenuos policas saben que no debe creerse sin ms a los testigos. Sin perjuicio, por otra parte, de no sacar siempre che este conocimiento terico el partido nece-sario. De la misma manera, hace mucho ii.zse_est de acuerdo en nolceptar ciegamente lodrrrtestimonios his-tricos. os repenseniZo una experiencia casi tan vieja como humanidad: ms de un texto se da como pertene-ciente a una poca y a un lugar distintos de los que realmen te les corresponden; no todas las narraciones son verdicas y, a su vez, las huellas materiales pueden ser falsificadas, En la Edad Media, ante la abundancia de las fasificaciones, la duda fue muchas veces un reflejo natural de defensa. "Con tinta, cualquiera puede escribir cualquier cosa", exclamaba, en el siglo xi, un hidalgo lorens, en un litigio contra unos frailes que presentaban contra l pruebas documenta-les. La Donacin de Constantino sorprendente elucubra-cin que un clrigo romano del siglo viii atribuy al primer Csar cristiano fue, tres siglos ms tarde, puesta en duda por los que rodeaban al muy piadoso emperador Otn III. Las falsas reliquias se han vendido desde que hubo reliquias.

    Sin embargo, el escepticismo, como principio, no es7 una actitud intelectual ms estimable ni ms fecunda que la credulidad con la que, por otra parte, se combina fcil-mente

    en muchos espritus simplistas. Conoc, durante la---- 1 otra guerra, a un hOnrado veterinario que, desde luego, con

    alguna apariencia de razn, se rehusaba sistemticamente a creer cualquier noticia dada por la prensa. Pero si un compaero ocasional le contaba de viva voz cualquier estu-pefaciente falsedad, mi hombre la aceptaba como ar-tculo de fe.

    De la misma manera, la crtica basada nicamente en ---\

    el sentido comn, que fue, durante mucho tiempo, la ni- 6s

  • e ...das de resta.., s momento cortisimo a dulacilim.d.e.lt : el nuestro. . i reside el principal vicio de la r'tica volteriana ..r otr--"71-11iFig-VEE-ess

    1.1 enetrante. No so amente as extravagancias individuales .. on o s los tleM u es a o e animo, co- `

    no o

    sentimos. El senti o comn" parece pro .irnos aCe-pri-gulTmperador Otn 1 haya podido suscribir, en favor de los papas, concesiones territoriales inaplicabls; que des-mentan sus actos anteriores y que los que le siguieron no tomaron nunca en cuenta. Sin embargo, hay que creer que no"tena el. espritu construido del todo como nosotros, ya que el privilegio es incontestablemente autntico; por-que entonces exista entre el escrito y la accin una dis-tancia cuya extensin nos sorprende hoy.

    El verdadero progreso surgi el da en que la duda se hizo "examinadora" como deca Volney; cuando las reglas objetivas, para decirlo en otros trminos, laboraron

    oco a poco la manera de escoger entre la mentira ErjeinitaPapebroe-ck,- a- 'quin la lectura as

    de Santos haba inspirado una incoercible desconfianza ha-cia la herencia de toda la Edad Media, tena por falsos todos los diplomas mcrovingios conscrypis en los monas- terios. No caantest en sustancikMabili n incontestablemente, diplonias doS5 a primera a la ltima letra, otros rehechos o interpolados, pero tambin los hay autnticos, y he aqu cmo es posible distinguir unos de otros. Aquel ano 1681, el ario del la iblicacin

    11.14-1 k, r,, an.A, unn, o ut,_

    asado, nos mn arete extrao por rie a

    e

    \NYIV .) ' 11X7' LA CRTICA

    'practicada, r,6 . 'practicada, y que todava seduce a ciertos espritus, no poda llevarnos muy lejos. u ei, en efectds las ms de

    t veces, este pretendido sent 'o coman. mas gue n co SI6-de-lost-iiralOrtrorazonados y de experiencias u p sra-drmente gei---TeiWrisrd'ir-TrfTs-drinundo fis-co? Se negaroniis-Aritiprias, se niega el Universo eins-teiniano. Se consider fabulosa la'.uarracin de Herodoto segn la que, dndose vuelta arfrica, los navegantes vean un da el punto de salida del sol pasar de su derecha a su izquierda. Trtase de actos humanos? ,..292.r es que as observ .4 es .ue se elevan a lo eterno' estn forzosa-

    LAZ'lLTICA

    verdad ran fecha en la hist

    - . .---ra------------ e espritu humano-

    _ fue defluitivanzate fundada

    -la critita de os docuanntos--de-afehivo,

    .- se fue, por otra parte, de todas maneras, el momenfo decisivo en la historia del mtodo crtico. El humanismo de la edad precedente haba tenido sus veleidades y sus intuiciones, pero no hala ido ms lejos; nada es ms ca-racterstico, a este respecto, que un trozo de los Ensayos, en el que Montaigne justifica a Tcito por haber citado los prodigios. Posa es 4-,.-' dijo-- de telogos y filsofos el- .] discutir las "creencias comunes"; los historiadores no tie- nen ms que "recitar" lo que. las fuentes ofrecen. "Que nos den la historia segn la reciben y no segn la estiman." En otros trminos, una crtica filosfica es perfectamente legtima si se apoya sobre cierta concepcin del orden na-

    . tural o divino, y se sobrentiende desde luego que Mon- taigne no acepta, por su parte, los milagros de Vespasiano, al igual que otros muchos. Pero no comprende, visiblemen- te, cmo sera posible el examen, especficamente histrico, de un testimonio tomado como tal. La doctrina de las invest-

    aciones se elabor nicamente en el curso del si- , gl xv , siglo del que no se aprecia siempre la grandeza

    tal como se debiera, y especialmente la de su segunda mitad. Los hombres de ese tiempo tuvieron conciencia de ello.

    Fue un lugar comn, entre 168o y 169o, denunciar como una moda pasajera el "pirronismo de la historia". "Dcese escribe Michel Levassor, comentando este trmino que la rectitud del espritu consiste en no creer a la ligera y en saber dudar varias veces de lo mismo." La propia pa- labra

    "crtica", que no haba designado hasta entonces, por lo general, sino un juicio del gusto, pasa entonces a adqui-rir el sentido casi nuevo de prueba de veracidad. No se usa al principio sino con excusas, porque no corresponde por completo a los distinguidos usos del tiempo y todava tiene cierto sabor tcnico. Sin embargo, va ganando te-rreno. Bossuet la tiene prudentemente a distancia. Cuan-

    . do habla de "nuestros autores crticos" se adivina cierto alzamiento de hombros. Pero Richard Simon la incluye en

    de De Re

  • 68 LA CRITICA el ttulo de casi todas sus obras. Los tns avisados no se engaan. Lo que ese nombre anuncia es el descubrimiento de un mtodo de aplicacin casi-universal. La crtica, esa "especie de antorcha que nos ilumina y nos conduce por las rutas oscuras de la Antigedad, hacindonos distihguir lo verdadero de lo falso", tal 'como escribe Ellies du Pin. Y Bayle, todava con mayor elaridad: "M. Simon ha es-parcido en esa nueva Contestacin varias reglas de crtica que pueden servir no solamente para entender las Escritu-ras, sino tambin para leer 'con. aprovechamiento muchas otras obras."

    Confrontemos algunas fechas de nacimiento: Papebroeck que si se equivoc acerca de las cartas de concesin, no

    rz. por ello deja de tener un puesty de primera fila entre los fundadores de la crtica aplicada a la historiografa), 1628; Mabillon, 1632; Richard Simon, cuyos trabajos dominan los principios de la exgesis bblica, 1638. Adase, fuera de la cohorte de los eruditos propiamente dichos, a Spi-noza el Spinoza del Tratado teolgico-poltico, autntica obra maestra de crtica filolgica e histrica: una vez ms, 1632. En el Sentido ms estricto: es una generacin, cuyos contornos se dibujan, con sorprendente claridad, ante nues-ros ojos. Pero precisemos ms: es exactamente la genera-

    cin que ve la luz en el momento en que aparece el Dis-curso del Mtodo

    No digamos: una generacin de cartesianos. ,A4 abWlon para no hablar sino de l, era un devoto fraile, ortodoxo con simplicidad y que nos ha dejado, como ltimo escrito, un tratado acerca de La Muerte Cristiana. Puede dudarse de que haya conocido muy de cerca la nueva filosofa, tan sospechosa por entonces para tanta gente piadosa; ms an, si, por casualidad, tuvo de ella alguna idea, no es de supo-ner que encontrara motivos para aprobarla. Por otra parte sugieran lo que parezcan sugerir algunas pginas, tal vez demasiado clebres, de Claude Bernard las verdades evi-dentes, de carcter matemtico para las que la duda me-

    . tdica tiene, en Descartes, la misin de desbrozar el cami-no, presentan pocos rasgos comunes con las probabilidades cada vez ms certeras que la historia crtica, como las

    LA CRTICA 69

    ciencias de laboratorio, se 'complace en poner en evidencia. Pero para que una filosofa- impregne toda una poca no es necesario que obre exactamente segn su letra, ni que la mayora de los espritus, sufran sus efectos ms que por una especie de smosis, 'muchas veces semiconsciente. Tal corno la "ciencia" cartesiana, la crtica del testimonio his-trico no hace caso de la creencia. Al igual que la ciencia cartesiana tambin, no procede a este implacable derribo de todos los viejos puntales sino para lograr nuevas certi-dumbres (o de grandes probabilidades), en lo sucesivo de-bidamente experimentadai. En otros trminos: la idea que la inspira supone una vuelta casi total de los antiguos con-ceptos de la duda. Que. sus mordeduras parecieran un su-frimiento o que se hallara. en ella, por el contrario, no se sabe qu dulzura, lo cierto es que la duda no haba sido considerada hasta aquel entonces sino como una actitud mental puramente negativa, como una sencilla ausencia. Desde entonces se estima que, racionalmente conducida, puede llegar a ser un instrumento de conocimiento. Es una idea que se sita en un momento muy preciso de la historia del pensamiento.

    Desde entonces, las reglas esenciales del mtodo cr-tico estaban, al fin y al cabo, fijadas. Su alcance general era tan claro que, en el siglo XVIII

    , entre los temas ms frecuentemente propuestos por la Universidad de Pars en los concursos de agregacin de los filsofos, se ve figurar el siguiente, de tono tan curiosamente moderno: "del testi-monio de los hombres acerca de los hechos histricos". No es que las generaciones subsiguientes no hayan trado mu-chos perfeccionamientos a la herramienta; ante todo se ha generalizado su empleo y extendido considerablemente en sus aplicaciones.

    Durante mucho tiempo las tcnicas de la crtica se prac-ticaron, de manera ininterrumpida, casi exclusivamente po un puado de eruditos, exgetas y curiosos. Los escrito-res aficionados a componer obras histricas de cierta altura no se preocupaban mucho por familiarizarse con esas rece-tas de laboratorio, a su modo de ver demasiado minuciosas,

  • apenas si consentan en tomar en cuenta .is resultados. Sin embargo, nunca es bueno segn Humboldt qu los

    ....qumicos teman "mojarse los dedos". Para la historia, -el peligro de un cisma entre la preparacin y la obra tiene doble aspecto. Primero atae, y cruelmente, a los grandes ensayos de interpretacin. stos faltan al deber primor- dial de la veracidad pacientemente buscada y se privan, ade- ms, de esa perpetua renovacin, de esa sorpresa siempre re-

    : novada que slo procura la lucha con el documento, y as les es imposible escapar a una oscilacin sin tregua entre al-gunos de los temas estereotipados que impone la rutina. Pero el mismo trabajo tcnico no sufre menos por ello. No estando guiado desde arriba, se arriesga a aferrarse indefinidamente a problemas insignificantes, mal plantea- dos. Que no hay peor dispendio que el de la erudicin

    Vuando rueda en el vaco, ni soberbia peor colocada que el orgullo de una herramienta cuando se toma por un fin en s misma.

    El concienzudo esfuerzo del siglo xix luch valiente-mente contra estos peligros. 1...?,,e _a____scuela alemana Renan, Fustel de Coulanges dev vieronTi.i:ZZioW su rango int istoriador fue trado de nuevo a su ao e artesano. Sin embargo, se ha ganado la partida? Se

    necesitara mucho optimismo para creerlo. Demasiadas ve-ces el trabajo de investigacin contina marchando a la ventura, sin escoger, razonablemente, sus puntos de apli- . catin. Ante todo, la necesidad crtica no ha conseguido todava conquistar plenamente la opinin de las "gentes honradas" (en el viejo sentido del vocablo) cuyo asenti-miento es, sin duda, necesario a la higiene moral de toda ciencia, y particularmente indispensable a la nuestra. Cmo, si el objeto de nuestro estudio son los hombres y stos no nos entienden, no tener el sentimiento de que no ,cumplimos nuestra misin sino a medias?

    ri Por otra parte, tal vez en realidad no lo hayamos cum- plido perfectamente. El esoterismo hurao en el que per- ssten en encerrarse, a veces, los mejores de los nuestros; la preponderancia del triste manual en nuestra produccin

    LA CR TICA

    de lectura corriente, en 'que la obsesin de una ense mal concebida sustituye a la verdadera sntesis; el singular Mor que -parece prohibirnos poner bajo los ojos de los profanos los nobles titubeos de nuestros mtodos al salir del taller: todas esas malas costumbres, nacidas de la acu-mulacin de prejuicios contradictorios, comprometen una hermosa causa. Conspiran para entregar sin defensa la masa de los lectores a los falsos brillos de una pretndida histo-ria, de la cual la ausencia de seriedad, el intore u pacotilla ylos prejuicios polticos, piensan redimirse inmodesta segurdad": Maurral Bainv * all donde Fustel de Co - e e e asiesen u se). Entre la rietar istrica, tal como se hace o se aspira a - , hacer, y el pblico que la lee subsiste un malentendido in-contestable. No por poner en juego ambas partes divertidas equivocaciones, es el menos significativo de estos sntomas la gran querella de las notas.

    El margen inferior de las pginas ejerce, en mu-chos eruditos, una atraccin que llega al vrtigo. Es absurdo llenar los blancos, como lo hacen, con notas bibliogrficas que una lista puesta al principio del volumen, por lo ge-neral hubiese hecho innecesarias; o, aun peor, relegar all, por pura pereza, largos desarrollos cuyo sitio estaba indicado en 'el cuerpo mismo de la exposicin, de manera que es, a veces, en el stano donde hay que buscar lo ms til de esas obras. Pero cuando algunos lectores se quejan de que la menor lnea puesta bajo el texto les hace dar vueltas a la ca-beza, cuando ciertos editores pretenden que sus compra-dores, sin duda menos hipersensibles en realidad que los pintan, sufren el martirio a la vista de cualquier pgina as deshonrada, esos "delicados" prueban sencillamente su impermeabilidad a los preceptos ms elementales de una moral de la inteligencia. Porque, fuera de los libres juegos de la fantasa, una afirmacin no tiene derecho a produ-cirse sino a con=715777171: histtra or, si cmp ea un ocumento, .e.- icar, o ms brevemente posible, su procedencia, es decir, el medio de dar con l, lo tue es uivale a someterse a una regla uni- versal de probia Nuestra opinion, emponzonada'Cledog-;

    I 1

  • 7 2

    LA CRTICA mas y de mitos aun la ms antigua de las luces--5 ha perdido hasta el gusto de la comprobacin. da en que, habiendo tenido ante todo el cuidado de na acera odiosa con una intil pedantera, logremos persuarla para que mida el valor de un conocimiento por su en enfren- tarse de antemano a la refutacin, entone slo entonces las fuerzas de la razn ganarn una de a s esplndidas victorias. En prepararla trabajan nuest umildes notas, nuestras pequeas referencias, de las que se burlan hoy, sin entenderlas, tantos brillantes ingenios. u-'

    Los documentos manejados por loa meros eruditos eran, la mayor parte de las veces, escrrt que se presen-taban o que eran presentados, tradicionaln ente, como de un autor o de un tiempo dado y que contaban deliberada-mente tales o cuales acontecimientos. can verdad? Eran de Moiss los libros calificados de m icos, de Clo-vis los diplomas que llevaban su apellido? Qu valan las narraciones del xodo o las de las Vidas de los Santos? se

    It era el problema. Pero a medida que la his ia ha sido llevada a hacer un empleo cada vez ms fre' nte de los testimonios involuntarios, dejaepodInTiiiiiiise a Calibrar las afirna diiiiits:enlcitas dla docutsrlrfe necesa- rio tambin sonsacarleslos informes que al pareos no po-dan suministrar.

    Y las reglas crticas, que haban servido en el pri-mer caso, se mostraron igualmente eficaces en el segun-do. Tengo a mano un lote de cartas de otorgamiento de la Edad Media. Algunas estn fechadas, otras no. Donde figura la indicacin ser necesario comprobarla, porque la experiencia prueba que puede ser falsa. Si falta, lo que importa es restablecerla. En ambos casos sirvirn los mis-mos medios: por la escritura si se trata de un ori-ginal, por el estado de la latinidad, por las instituciones a las que hace alusin y el aspecto general del dispositivo. Se puede suponer que un acta concuerda con los usos no-tarales conocidos de las proximidades del ao 1000; si el documento se da como de la poca merovingia, el fraude queda al descubierto. Carece de fecha? Por los

    LA CRTICA 73 medios anteriores la hemos establecido aproximadamente. De la misma,,manera, el arquelogo, si se propone clasi-ficar por ed es y por civilizaciones herramientas prehis-tricas o derir falsas antigedades, examina, confron-ta, distingue formas o los procedimientos de fabricacin, opera segn r as absolutamente semejantes.

    El historia. no es, o es cada vez menos, ese juez de instruccin, arise0 y malhumorado, cuya imagen desagra-dable nos impondran ciertos manuales de iniciacin a poco que nos descuidramos. No se ha vuelto, desde luedo, cr-dulo. Sabe que s. testigos pueden equivocarse y mentir. Pero ante todo esfuerza por hacerles hablar, por com-prenderlos. U de los ms hermosos rasgos del mtodo crtico es habery'seguido guiando la investigacin en un te-rreno cada vez ms amplio sin modificar nada de sus prin-cipios.

    Sin emba no puede negarse que el falso testimonio fue el excitante que provoc los primeros esfuerzos de una tcnica dirigida hacia la verdad. Sigue siendo el punto desde el cual- sta debe necesariamente partir para desarro-llar sus anaisis.

    II. ERSECITCIN DE LA MENTIRA Y EL ERROR

    De todos los venenos~` capaces de viciar un testimonio, la impostura es el ms violento.

    sta, a su vez, puede tomar dos formas. Primero es el engao acerca del autor y de la fecha: la falsedad, en el sentido jurdico de la palabra. No todas las cartas publi-cadas conla firma de Mara Antonieta fueron escritas por ella; algunas fueron fabricadas en el siglo xix. Vendida al Louvre como antigedad escito-griega del siglo III antes de nuestra era, la tiara conocida como de Saitafernes haba sido cincelada en Odessa en 1895. Viene luego el engao sobre el fondo. Csar, en sus Comentarios, cuya paternidad no puede serle discutida, deform mucho a sabiendas y omiti mucho. La estatua que se ensea en San Dionisio COMO la de Felipe el Atrevido es la figura funeraria de ese

  • 74 LA catrICA rey, tal como fue ejecutada despus de su muerte,, pero todo indica que el escultor se limit a reproducir un modelo convencional, que no tiene de retrato sino el nombre. .

    Esos dos aspectos de la mentira plantean problemas muy distintos, t'ayas soluciones tambin lo son.

    No hay duda de que la mayora de los escritos dados bajo un nombre supuesto mienten tambin por su contenido.

    Protocolos de los Sabios de Sin,,, adems de no ser de los alios dern, se aparTiii in su sustancia lo ms posible de la realidad. Si un sedicente diploma de Carlomagno, tras su examen, se revela fabricado dos o tres siglos ms tarde, puede apostarse que las generosidades que en l se atribuyen al emperador han sido tambin inventadas. Sin embargo, esto no puede admitirse de antemano, porque ciertas actas fueron rehechas con el solo fin de repetir disposiciones de otras absolutamente autnticas que se ha-ban perdido. Excepcionalmente, un documento falso pue-de decir verdad.

    Debiera ser superfluo recordar que, al revs, testimo-nios insospechables en cuanto a su proveniencia no son,

    r necesidad, testimonios verdicos. Pero antes de aceptar un documento como autntico, los eruditos se esfuerzan tanto por pesarlo en sus balanzas que no siempre tienen el estoicismo de criticar despus sus afirmaciones. La duda va-cila ante escritos que se presentan al abrigo de garantas ju-rdicas impresionantes: actas pblicas o contratos privados, por poco que estos ltimos hayan sido solemnemente reva-' lidados. Sin embargo, ni los unos ni los otros son dignos de mucho respeto. El 21 de abril de 1834., antes del pro-ceso de las sociedades secretas, escriba Thiers al prefecto del Bajo Rin: "Le recomiendo el mayor cuidado en su aportacin de documentos para el gran proceso que va a instruirse... Lo que importa dejar bien claro es la corres-pondencia de todos los anarquistas, la ntima conexin de los acontecimientos de Pars, Lyon y Estrasburgo, en una palabra, la existencia de una vasta conjuracin que abarca a Francia entera." He aqu, incontestablemente, una do-cumentacin oficial bien preparada. En cuanto al espejis-

    LA CRTICA 75 mo de las cartas debidamente selladas, debidamente fe-chadas, la menor experiencia del presente basta para disiparlo. Nadie lo ignora: las actas notariales ms.regut larmente establecidas estn llenas de inexactitudes volun-tarias, y recuerdo que hace mucho tiempo puse una fecha anterior a la real, por orden, con mi firma, al pie de un expediente mandado hacer por una de las grandes adminis-traciones del Estado. Evidentemente, nuestros padres no tenan mayores escrpulos. "Dado tal da, en tal lugar", lese al pie de los diplomas reales. Pero consltense las no-tas de viaje de un soberano: se ver que ms de una vez estaba en realidad, ese da, a varias leguas del lugar sealado. Innumerables actas de manumisin de siervos que nadie, de ninguna manera, puede calificar de falsas, fueron concedidas por pura caridad cuando podemos suponer que fueron otor-gadas por afn de libertad.

    Pero no basta darse cuenta del engao, hay que descu-brir sus motivos, aunque slo fuera, ante todo, para mejor dar con l; mientras subsista la menor duda acerca de sus orgenes sigue habiendo en l algo rebelde al anlisis, y, por ende, algo slo probado a medias. Ante todo, tengamos en cuenta ue una mentira, como ta

    s a su manera un io.ro ar '. .. ' .ue el ce

    Tom7 de nIn a o no es aut ente a orrarse un error ero no a

    minar u. e.afraucle fuecOrnluesto entre los que rodeaban a y

    e ericoSarbarroja, y que tuvo por motivo servir sus gran-

    rir un conocimiento. 'ero si, contrario, logramos deter-

    crirtieflos imperialistas, se abre un amplio panorama sobre '171itiperipectivas histricas. He a_qu a la crtica llevada - a-btiscar, detrs de la im ostura al .

    impostoris,,s _decir, con-orine 5:ori ka,tyla _misma de _la Impria, 'al hombre.

    Sera pueril enumerar en-s infinita variedad, las ra- zones que pue c aber para mentir. Pero os historiado- , s

    a men e a os a ente ectua izar demasiado a la

    huma art:111111 u ien r U--toslaS._esa

    -aaa- Vazones no son razonables. En ciertos seres, la mentira, aun

    "aiii-cil a in----ralnp complejo de-

    vanidad y de inferioridad, llega

    en favor ran

  • 7 6 LA CRTICA a ser segn la terminologa de Andr Gicie laft "acto. rat o". El sabio alemn que se tom tanto trabajo para edactar en muy buen griego la historia oriental cuya pa-

    ternidad atribuy al ficticio Sanchoniaton, hubiese podi-do adquirir con mucho menor esfuerzo una estimable repu-tacin de helenista. Frangois Lenormant, hijo de un miembro del Instituto de Francia y llamado, l mismo, a ingresar ms tarde en esa honorable compaa, entr en la carrera a los 17 aos, confundiendo a su propio padre con el falso descubrimiento de inscripciones en la capilla de San Eloy, que haba fabricado con sus propias manos; ya viejo y cargado de dignidades, su ltimo golpe maestro fue, a lo que dicen, publicar como originales griegos al-gunas triviales antigedades prehistricas que haba reco-gido sin dicultad en la campia francesa.

    Lo mismo que individuo1151:>2122cAsaitlnatai,Tales fueron, - hacinriales del siglo xviii y principios del xix, las generaciones prerromnticas o romnticas. Poemas pseudo-clticos escritos bajo el nombre de Ossian; epope-yas y baladas que Chatterton crey escribir en ingls arcaico; poesas pretendidamente medievales, de Clotilde de Sur-ville; cantos bretones imaginados por Villemarque; cancio-nes imaginariamente traducidas del croata por Merime; canciones heroicas checas del manuscrito de Kravoli-Dvor. Y basta de ejemplos; fue, de un confn a otro de Europa y durante algunas dcadas, algo as como una vasta sinfo-na de fraudes. La Edad Media, sobre todo del siglo vn al xii, presenta otro ejemplo -de esta epidemia colectiva: Sin duda la mayora de los falsos diplomas, de los falsos decretos pontificios, de las falsas capitulares, entonces fa-bricadas en tan gran nmero, lo fueron por inters. Los falsarios no se proponan otra cosa que asegurar a una igle-sia un bien que le disputaban, o apoyar la autoridad de Roma, o defender a los monjes contra el obispo, a los obis-pos contra los metropolitanos, al papa contra los soberanos, al 'emperador contra el papa. Pero es un hecho caracterstico que estos engaos de personajes de una piedad y mchas veces de una virtud incontestables fueron hechos con su ayuda directa. A todas luces, ho heran, ni poco ni mucho,

    LA CRTICA 77 la moralidad comn.' En cuanto al plagio, en ese tiempo, pareca . ser, universalmente, el acto ms inocente del mun-do: el analista, el hagigrafo se apropiaban sin remor-dimiento trozos enteros de escritores ms antiguos. Sin-1 embargo, nada menos "futurista" que esas dos sociedades, por otra parte de tipo tan diferente. Para su fe, como para su derecho, la Edad Media no conoca otro funda-mento que la leccin de sus antepasados. El romanticismo deseaba beber en la frente viva de lo primitivo y dejo popular. As, pues, los perodos 'ms unidos a la tradicin fueron los que se tomaron ms libertades con su herencia, como si por una singular , revancha de una irresistible nece-1 ,

    sidad de creacin, a fuerza de venerar el pasado, fueran naturalmente llevados a inventarlo.

    En el mes de julio de 1857, el matemtico Michel Chasles puso en conocimiento de la Academia de Ciencias un lote de cartas inditas de Pascal, que le haban sido vendidas por su proveedor habitual, el ilustre falsario Vrain-Lucas. Segn ellas, el autor de las Provinciales haba for-mulado, antes que Newton, el principio de la atraccin universal. No dej de extraarse un sabio ingls. Cmo explicarse dijo en sustancia que estos textos recojan medidas astronmicas llevadas a cabo muchos aos despus de la muerte de Pascal y que slo conoci Newton ya pu-blicadas las primeras ediciones de su obra? Vrain-Lucas no era hombre para apurarse por tan poco, puso de nuevo mano a la obra y pronto, rearmado por l, Chasles pudo mostrar nuevos autgrafos. Ahora los firmaba Galileo y estaban dirigidos a Pascal. De esta manera se resolva el enigma: el ilustre astrnomo haba hecho las observaciones y Pascal los clculos. Todo ello, y por ambas partes, secre-tamente. Cierto es que Pascal no tena sino 18 aos a la muerte de Galileo. Pero eso nada importaba; no era sino otra razn que aadir para admirar la precocidad de su genio.

    Sin embargo, advirti el infatigable objetante, existe una nueva rareza: en una de esas cartas, fechada en 1641, Galileo se queja de no poder escribir sino a costa de una gran fatiga de sus ojos, y no sabemos que desde fines del

  • 78 LA CRTICA ao 1637 estaba completamente ciego? Perdneme con-test poco despus el buen Chasles, estoy de acuerdo en que hasta ahora todos creamos en esa ceguera; pero nos equivocamos, porque puedo introducir en los debates una pieza decisiva: otro sabio italiano hizo saber a Pascal, el 2 de diciembre de 1641, que en esa fecha Galileo, cuya vis-ta se debilitaba desde haca varios aos, acababa en este momento de perderla por completo...

    No todos los impostores han desplegado tanta fecun-didad como Vrain-Lucas; ni todos los engaados, el candor de su lamentable vctima. Pero que el insulto a la verdad sea un engranaje, que toda mentira acarree casi forzosa-mente como secuela muchas otras, llamadas a prestarse, por lo menos en apariencia, apoyo mutuo, es cosa que ensea la experiencia de la vida y confirma la de la historia. Es la razn por la que tantos fraudes clebres se presentan en racimos: falsos privilegios del sitio de Canterbury, falsos privilegios del ducado de Austria suscritos por tantos grandes soberanos, de Julio Csar a Federico Barbarroja, falsificaciones en forma de rbol genealgico, del caso Dreyfuss: creerase (y no he querido citar sino algunos ejemplos) ver una multiplicacin de colonias microbianas. El fraude, por naturaleza, engendra el fraude.

    Existe una forma ms insidiosa del cngad; en vez de la mentira brutal, completa y, si puede decirse, franca, el sola-pado retoque: interpolaciones en cartas autnticas, o el bor-dado en las narraciones, sobre un fondo aproximadamente verdico, de detalles inventados. Se interpola generalmen-te por inters, se borda muchas veces para adornar; los daos que una esttica falaz ejerci sobre la historiografa antigua o medieval han sido denunciados muchas veces. La parte que les corresponde no es tal vez mucho menor que la que- puede observarse t nuestra prensa. Aun a costa de la ve-racidad, cl ms modesto cuentista forja voluntariamente sus personajes segn las convenciones de una retrica que la edad no ha empaado en su prestigio, y en nuestras re-dacciones, Aristteles y Quintiliano cuentan con ms dis-cpulos de lo que se cree comnmente.

    LA CRTICA 79 Algunas condiciones tcnicas parecen favorecer estas de-

    formaciones. Cuando el espa Bolo fue condenado a muerte un peridico public, a lo que dicen, el 6 de a

    il7losI 7, detalles de la ejecucin que, primero fijada para ebnr

    sta fecha, no tuvo lugar sino once das ms tarde. El periodista haba escrito su relato con anticipacin, y per-suadido de que el acontecimiento sucedera el da previsto, crey intil comprobarlo. Ignoro lo que valga la ancdota. Sin duda equivocaciones tan grandes son excepcionales, pero -) teniendo en cuenta que el original debe ser entregado a tiempo, los reportajes de sucesos previstos son, a veces, pre-parados de antemano; suponer la repeticin de hechos parecidos no es inverosmil. Estamos convencidos de que la urdimbre ser modificada si se observa que se refiere a hechos importantes, pero puede dudarse que se retoquen notas accesorias si stas se juzgan necesarias al color local, con la seguridad de que a nadie se le ocurrir comprobarlas. Por lo menos, es lo que un profano cree entrever. Sera de desear que un hombre del oficio aportase al tema luces sinceras. Desgraciadamente, los peridicos no han dado to-dava con su MaZillon: t seguro es que la obediencia a un cdigo un tanto pasado de moda, de conveniencia lite-raria, el respeto a una psicologa estereotipada, la pasin por lo pintoresco, no perdern muy pronto su sitio en la gale-ra de los fabricantes de mentiras.

    De la simulacin pura y simple al error enteramente involuntario existen muchos matices aunque slo sea en razn de la fcil metamorfosis con que el embuste ms bur-do y sincero se trueca, si la ocasin es propicia, en mentira habitual. Inventar supone un esfuerzo que repugna 'a la pe-reza espiritual, comn a la mayora de los hombres. No es ms cmodo aceptar complacidamente una ilusin, - espon-tnea en su origen, que halaga el inters del momento?

    Vase el clebre episodio del "avin de Nuremberg". A pesar de que el asunto nunca fue perfectamente aclara-do, parece ser que un avin comercial francs vol sobre la ciudad algunos das antes de la declaracin de guerra; es posible que se le tomara por un avin militar. No es

  • SO LA CRTICA inverosmil suponer que en una poblacin ya presa de los e

    fantasmas de una guerra prxima, cundiera la noticia de que haba arrojado bombas. Sin embargo, es evidente que no fueron lanzadas, que los gobernantes del imperio alemn posean todos los medios para deshacer ese rumor y que, acogindolo sin comprobacin, para transformarlo en mo-tiv de guerra, mintieron; pero tal vez sin haber tenido primero una conciencia muy clara de su impostura. El absurdo rumor fue credo porque era til creerlo. De to-dos los tipos de mentira, el que se crea a s mismo no es de los menos frecuentes, y la palabra "sinceridad" recubre un concepto poco claro que no debe manejarse sin considerar muchos matices.

    No es menos cierto que muchos testigos se equivocan ,de buena fe. He aqu, pues, llegado el momento, para el historiador, de aprovechar los excelentes resultados que dan, desde hace algunas dcadas, la observacin in vivo y que ha forjado una disciplina casi nueva: la psicologa del tes-timonio. En la medida en que norintera'1711- aquisi-ciones esenciales parecen ser las que siguen.

    Si se cree a Guillaume de Saint-Thierry, su discpulo y amigo, San Bernardo se extra mucho un da al saber que en la capilla en la que siendo un joven monje segua cotidianamente los oficios divinos, la parte alta del altar se abra en tres ventanas, y siempre se haba imaginado que no exista ms que una. Acerca de ello, a su vez, se ex-traa y admira el hagigrafo. Semejante desprendimiento de las cosas de la tierra no presagiaba a un perfecto servidor de Dios? Sin duda, Bernardo parece haber sido de una distraccin poco comn si es cierto que, tal como se cuen-ta, le sucedi ms tarde andar durante todo un da por las orillas del lago Lehman sin darse cuenta de ello. Pero para equivocarse tan groseramente acerca de las realidades que nos debieran ser ms conocidas parece que no se necesita ser un prncipe de la mstica. Los alumnos del profesor Claparde, en Ginebra, a resultas de unas clebres expe-riencias, fueron tan incapaces de describir correctamente el vestbulo de su Universidad, como el doctor "de pala-

    LA CRTICA 8 t bra de miel" la iglesia de su monasterio. La verdad es que, en la mayora de los cerebros, el mundo circundante no halla sino mediocre's aparatos registradores. Adase qu e , no siendo los" testimonios en verdad sino la expresin de recuerdos, los errores primeros de la _percepcin se exponen siempre a crnilrearse con errores de Ta . Me-mdrii, --la res- baladiza memoria que ya denunciaba uno de nuestros vie-

    j13 nos espritus la inexactitud cobra aspectos ver- dade

    Ejuristas. En

    r s analng tu e

    patolgicos. Sera demasiado irreverente pro- poner para esta psicosis la denominacin de "enfermedad de Lamartine"? Como todos saben, estas mismas personas no son de ordinario las menos prontas a afirmar. Pero si ex isten testigos ms o menos sospechosos y seguros, la ex-periencia prueba que no se encuentran otros cuyos dichos sean igualmente dignos de fe acerca de todos los temas y en todas circunstancias. En sentido absoluto, no existe el buen testigo; no hay mas queuenos o matos os es imonms.

    Dos rderies de' causas, principalmente, alteran hasta en el hombre mejor dotado la veracidad de las imgenes cere-brales. Unas dependen del estado momentneo del obser-vador: la fatizap.or_ejerpn lch_o la emocin; otras, del grado de su atencin. Con pocas excepciones, no se ve, no se oye bien sino lo que se quiere percibir. Si un mdico se acerca al lecho de un enfermo, es de creerle, con mayor seguri-dad, acerca del aspecto de su paciente, que ha examinado detenidamente, que sobre los muebles de la alcoba, sobre los que probablemente no lanz sino miradas distradas. As, a pesar de un prejuicio bastante comn, los objetos ms familiares como para San Bernardo la capilla del Cster cuentan ordinariamente entre los ms difciles de describir con precisin; porque la familiaridad lleva con-sigo casi necesariamente la indiferencia.

    Adems, muchos acontecimientos histricos no han po-dido ser observados sino en momentos de violenta conmo-cin emotiva, o por testigos cuya atencin fuera solicitada demasiado tarde, si haba sorpresa, o retenida por las pre-ocupaciones de la accin inmediata, era incapaz de fijarse suficientemente en aquellos rasgos a los que el historiador

  • 5

    8 2 LA CRTICA atribuira hoy, y con sobrada razn, un inters preponde-rante. Son clebres algunos casos. El primer disparo que se oy el 25 de febrero de 1848, frente al Ministerio de Relaciones Exteriores, y que serial el principio del motn del que deba, a su vez, salir la Revolucin,. fue hecho por el ejrcito o por la multitud? Lo ms pro-bable es que no lo sepamos nunca. Cmo, pues, por otra parte, tomar en serio los grandes trozos descriptivos, las pinturas minuciosas de los trajes, de los gestos, de las cerp-monias, de los episodios guerreros hechos por los cronistas? Por qu rutina obstinada se puede conservar la menor ilusin acerca de la veracidad de todo ese baratillo del que se nutre la morralla de los historiadores romnticos cuan-do, a nuestro alrededor, ni un solo testigo puede acordarse. exactamente, en su integridad, de los detalles sobre los que se ha interrogado tan ingenuamente a los viejos autores?

    r A lo ms, estos cuadros nos dan el decorado de las acciones tal como se las supona en los tiempos del escritor. Ello es muy instructivo, pero no es el tipo de informes que los aficionados a lo pintoresco piden generalmente a sus fuentes.

    Conviene -ver, sin embargo, qu conclusiones, tal vez pesimistas, pero nicamente en apariencia, imponen en lo sucesivo a nuestros estudios estas observaciones: No llegan a la estructura elemental del pasado. El dicho de Bayle sigue siendo justo: "Nunca se objetar nada que valga la pena contra la verdad de que Csar venci a Pompeyo y, sea cual sea el principio que se quiera discutir, no se ha-llar, por mucho que se busque, cosa ms inquebrantable que esta proposicin: Csar y Pompeyo existieron y no fue-ron una simple modificacin del alma de los que escribieron 'su vida." Es cierto, pero si no debieran subsistir como ver- dad algunos hechos de este tipo, desprovistos de explica- ciones, la historia se reducira a una lista de burdas ano- taciones, sin gran valor intelectual. Felizmente no es ste el caso. Las nicas causas que la psicologa del testimonio estigmatiza por su frecuente incertidumbre son los antece- dentes muv inmediatos. Un gran acontecimiento puede compararse a una explosin. En qu exactas condiciones se produjo el ltimo choque molecular indispensable a la ex-

    micos estn en mucho mejor situacin? Lo que,.sin embar-

    plosin de los gases? Bueno ser a menudo resignarnbs_1* ignorarlo. Eso es lamentable, sin duda. Pero acaso los qu-

    LA CRTICA

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    go, no impide que la , composicin de la mezcla detonante sea perfectamente -

    susceptible de anlisis. La revolucin de 1 848, que por una extraa aberracin algunos historiadores haa credo poder citar como el prototipo de un aconteci-miento fortuito, fue claramente determinada por numero-sos factores, muy diversos y muy activos, y, desde el primer momento, un Tocqueville pudo entrever cules fueron los que la haban preparado desde haca mucho tiempo. Qu ftte el tiroteo del bulevar de las Capuchinas sino la l-tima chispa necesaria?