Bolsilibros Oeste [Bisonte Azul 355] Carrigan, Lou - Cumple con tu Deber.pdf

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  • LOU CARRIGAN

    CUMPLE CON TU DEBER oOo

    PRELUDIO

    Los jinetes escondidos entre las peas vieron acercarse la diligencia por el llano. Iba

    levantando, como siempre, una gran polvareda que marcaba su paso mucho mejor que la

    simple visin del vehculo y los seis caballos que tiraban de l.

    Bueno, ah la tenemos dijo uno de ellos.

    Parece que lleva prisa ri otro.

    Los jinetes parecan estar de muy buen humor. Posiblemente consideraban la llegada de la

    diligencia como algo realmente divertido. Es probable que tuviesen sus motivos para

    adoptar tal actitud.

    Bueno, qu hacemos? gru otro de ellos. Vamos a por ella o no vamos a por

    ella?

    Vamos a por ella contemporiz otro. Pero no hay tanta prisa. Hasta que llegue al

    lugar que a nosotros nos interesa, tenemos tiempo sobrado de considerar el descenso de

    esta montaa como un paseito.

    Paseito o no refunfu el que haba hablado antes, lo mejor ser, que empecemos

    ya a ponernos todos en movimiento. De acuerdo. Los jinetes iniciaron el descenso de la

    rocosa montaa. Estaba todo salpicado de peas, salvias y dems matas silvestres. Al

    fondo, todava por entre peascos y peascos, vean acercarse la diligencia que llevaba, es

    cierto, una marcha veloz, como si la proximidad de la siguiente parada hubiese reanimado

    no slo a los hombres que manejaban los ltigos, sino a los propios caballos de tiro.

    Como medio minuto despus, los jinetes haban llegado a terreno llano. Una vez all se

    colocaron a ambos lados del camino. Entonces, a la seal de uno de ellos, todos subieron

    los pauelos que llevaban al cuello y de este modo quedaron ocultos sus rostros. El

    pauelo ocupaba desde la mitad de la nariz hacia abajo. Y entre esto y el sombrero que

  • ocultaba casi la totalidad de la frente, pues se lo haban encasquetado con fuerza, los

    rostros eran simplemente un par de ojos y un par de cejas.

    La diligencia estaba ya a menos de doscientas yardas. Y en el silencio del atardecer, hasta

    el grupo de jinetes distribuidos a ambos lados del camino, lleg el alegre sonido de las

    campanillas.

    En lo alto del pescante, el conductor manejaba el largo ltigo como si fuese una divertida

    broma. En realidad no golpeaba con l a los caballos, sino que mas bien, hacindolo

    chascar por encima de ellos, les haca comprender la conveniencia de apretar el paso.

    Muy pocos segundos despus, por fin, la diligencia estaba ya a menos de diez yardas de

    donde esperaban los enmascarados jinetes. Ese fue el momento en que dos de ellos

    decidieron aparecer en el centro del camino. Llevaban cada, uno un revlver en la mano

    derecha, y, por el modo de empuarlo, la suavidad con que lo sostenan entre sus dedos,

    era fcil adivinar que manejarlo no iba a representarles un grave problema. El conductor

    de la diligencia saba de esto tanto como los propios asaltantes. Por eso, lo primero que

    hizo al ver a los dos jinetes fue meter el pie en el freno de las ruedas traseras y tirar con

    todas sus fuerzas de las largusimas bridas que unan a los caballos que tiraban de la

    diligencia.

    De este modo el vehculo, bambolendose violentamente, qued frenado casi en seco a

    menos de diez pies de los dos primeros jinetes. Y casi en el acto, por detrs, aparecieron

    los otros, tambin empuando sus revlveres e igualmente cubiertos sus rostros por los

    pauelos.

    Uno de los dos jinetes que estaba delante de la diligencia dijo, con voz algo chillona y

    evidentemente desfigurada a propsito: Esto es un asalto, seores. Lo mas conveniente

    es que todos obedezcan lo que vamos a decir y nada lamentable ocurrir. El conductor de

    la diligencia, desde, luego, era de la opinin del asaltante que haba hablado. Pero el

    guarda que viajaba en el pescante a su lado llevando una potentsima escopeta de dos

    caones consider de modo muy diferente la situacin.

    As que, reaccionando automticamente respecto a la orden recibida, alz la culata de su

    escopeta, buscando la perfecta colocacin en el sobaco derecho.

    Eso s lo consigui.

    Tambin consigui colocar la mano derecha bajo los dos caones y meter el dedo ndice

    en la curva del guardamonte. Pero ya no consigui nada ms. Ni siquiera tocar el gatillo.

  • El asaltante que pareca llevar la direccin del asunto, slo dispar una vez. El revlver

    tron casi por sorpresa, ciertamente, desagradable. Tan desagradable, como el plomo del

    45 que se clav en su pecho justo por delante del corazn, lo empuj violentamente hacia

    atrs en el asiento del pescante y luego, a impulsos del rebote, lo lanz hacia adelante.

    Cay por entre los dos caballos zagueros y, finalmente, qued metido entre las cuatro

    patas.

    Los caballos se inquietaron, pero el jinete que todava no haba disparado se hizo cargo de

    las bridas de los delanteros, de modo que la diligencia permaneci en el mismo sitio.

    Mientras tanto, los asaltantes que haban aparecido por atrs haban asomado sus

    rostros..., y sus revlveres por las ventanillas. Seores dijo uno de ellos: les sugiero

    la conveniencia de apearse por un par de minutos. Va en bien de todos, y si obedecen, les

    aseguro que vamos a evitarnos mutuas molestias.

    Los viajeros parecieron comprender perfectamente los deseos del educado asaltante. Sin

    vacilar ni un segundo se apearon del vehculo y se fueron alineando en el borde del

    camino, tal como haban odo en muchas ocasiones que sola hacerse cuando la diligencia

    era asaltada.

    Por delante, los dos asaltantes, ya tranquilizados con respecto al peligro que pudiese

    provenir del pescante, se las estaban entendiendo con el conductor.

    Y siempre el que llevaba la voz cantante dijo a ste:

    Muy bien, amigo... Ahora pngase en pie, salte al camino y renase con sus amables y

    simpticos viajeros. El conductor no esper ms palabras para obedecer. Salt del

    pescante y, casi corriendo, se reuni con los asustados ocupantes de la diligencia, que

    permanecan con las manos en alto y mirando no poco asustados a los hombres armados

    que les mantenan inmviles bajo amenaza.

    El que no haba disparado de los dos que haban aparecido por delante de la diligencia

    subi gilmente al pescante. Alz la tapa de madera sobre la cual, utilizando el

    relativamente mullido asiento de cuero, haban viajado el conductor y el guarda, y sac

    del interior unas alforjas dobles de piel en las cuales se poda leer perfectamente: US

    Mail.

    Aqu estn dijo alzndolas.

    Muy bien dijo el que haba matado al guarda Tralas al suelo, salta t, recgelas y

    largumonos de aqu. As lo hizo el que haba encontrado tan fcilmente, el por otra parte,

  • rutinario escondrijo de los envos oficiales. Tir las alforjas al suelo, salt junto a ellas, las

    recogi y, tras colocarlas en la grupa de su caballo, volvi a montar.

    Los viajeros no parecan demasiado tranquilos. Posiblemente con absoluta lgica, no

    acababan de creer que aquellos hombres se conformasen con la posesin de la alforja del

    correo del Estado, cuando podan haber obtenido el dinero que cada uno de ellos llevaba

    encima.

    Pero, desde luego, la cosa estaba ya decidida. Los asaltantes solamente queran las

    alforjas en las cuales poda leerse: US Mail. Uno de los que haban aparecido por detrs

    de la diligencia qued, siempre montado, delante de los viajeros. Mientras, el otro pas a

    la parte delantera y tom las bridas de los caballos. Tir de ellas y la diligencia, gobernada

    de este modo por l, continu su camino lentamente. Tambin los dos que haban

    aparecido por delante se alejaron precediendo a la diligencia.

    El ltimo de los asaltantes, el que haba quedado conteniendo a los viajeros, pareci

    mostrar una sonrisa en sus ojos, nica parte visible de su rostro.

    Encontrarn la diligencia un par de millas o tres ms adelante. No queremos causarles

    excesivas molestias. Pero me atrevo a aconsejarles que tampoco nos las ocasionen

    ustedes a nosotros. Dos o tres millas de caminar es muy sano, y de todos modos, cuando

    encuentren la diligencia, podrn llegar tranquilamente a Banquete. Es todo el

    contratiempo que van a sufrir: una hora de retraso. Buenas tardes, seores.

    Los que llevaban la diligencia estaban ya bastante lejos. Y el jinete que haba estado

    amenazando a los viajeros consider que haba llegado el momento de alejarse tambin.

    Lo hizo obligando a su caballo a recular hasta las prximas rocas. Entonces, con un hbil

    tirn de bridas, lo meti entre ellas, y ya convencido de que aunque los viajeros quisieran

    dispararle no podran alcanzarle, lanz su caballo al galope en pos de la diligencia y de sus

    compaeros de asalto.

    Inmediatamente el conductor corri hacia donde haba quedado su compaero, el guarda

    de la diligencia. Por fortuna, los caballos no le haban pisoteado y adems las ruedas de la

    diligencia haban pasado por los lados, dejando al hombre entre medio de ellas. Sin

    embargo, tanto los cascos de los caballos como las ruedas del vehculo poco dao podran

    haber hecho a un cadver.

    Eso era todo.

    Una diligencia que llevaba unas alforjas en cuyas tapas se lea: US Mail haba sido

    asaltada. Un guarda de diligencia de la Wells and Fargo haba sido muerto.

  • Eso era todo.

    Poca cosa. Pero suficiente para que en muy poco tiempo cualquier marshal fuese

    encargado de recuperar aquellas alforjas y, por supuesto, como adicin indiscutible,

    encontrar a los asesinos del guarda de la diligencia. Que eran los hombres que se haban

    llevado las alforjas del Gobierno, claro est.

    CAPTULO I

    Wesley Grover entr en el antedespacho del gobernador con el sombrero en las manos.

    Estaba recin afeitado, se haba cepillado las ropas y no se vea sobre l, como era

    habitual, el antiesttico revlver.

    Heineman, el secretario del gobernador del Estado de Texas, alz la cabeza, sonri y dijo:

    Adelante, Grover. Le estaba esperando.

    Wesley Grover meda seis pies de estatura, era ancho de hombros, fino de cintura y, a

    pesar de las pocas canas que haba en sus sienes, evidenciaba todava una considerable

    fortaleza fsica. Su edad poda calcularse alrededor de los cuarenta aos, pero en sus

    oscuros ojos haba una decisin que en modo alguno poda tener edad, dada su latente

    energa.

    Qu tal, Heineman? salud.

    Muy bien sonri Heineman. Supongo que recibi el recado.

    Naturalmente asinti Grover. Por eso estoy aqu. De qu se trata?

    Asaltaron una diligencia.

    Oh! Eso es todo?

    Pues s. Eso es todo Grover. Le parece poca cosa?

    Ni poca ni mucha, Heineman.

    Grover seal hacia la puerta que daba al despacho del gobernador.

    Puedo pasar ya o tengo que esperar?

    No se trata de que tenga que esperar, Grover. Es que el gobernador no est.

  • No est? Wesley frunci el ceo. Entonces, por qu me ha hecho venir? Si l no

    est, poda haberme ahorrado el viaje. No, no dijo Heineman. Yo he quedado

    encargado de atenderle... si a usted no le parece mal, por supuesto.

    Wesley Grover movi negativamente la cabeza.

    No me parece mal, desde luego. Bien, Heineman, diga lo que sea y buscaremos la

    manera de arreglar el asunto en cuestin. Heineman pareci aceptar con agrado las

    palabras de Wesley Grover. Seal uno de los dos sillones que tena ante su mesa e invit:

    No quiere sentarse, Wes?

    Gracias.

    Wesley se sent. Acept tambin el cigarro que le ofreca Karl Heineman, lo encendi y, a

    travs del humo mir con cierta expresin de socarronera al secretario del gobernador.

    Es un buen tabaco coment. Supongo que el precio de este cigarro no ser la

    vulgaridad de encontrar a los... vulgares asaltantes de una diligencia. Me estoy

    equivocando en algo, Heineman?

    Karl Heineman sonri.

    S y no, Grover. Como siempre, usted sabe por anticipado que cuando se le llama la cosa

    tiene importancia. Digamos sonri tambin Grover que la cosa tiene cierta relativa

    importancia.

    Bueno..., eso de relativo..., siempre es relativo... No le parece?

    Los dos hombres rieron.

    Wesley continu fumando. Heineman lo miraba en silencio, sin que al parecer tuviese

    intenciones de continuar conversando. Lo cierto era que le gustaba Wesley Grover. Era un

    hombre sereno, tranquilo, de apariencia viril, incluso agradable a los dems hombres, y,

    sobre todo, tena un trato personal suave y amable que lo converta en una persona cuya

    presencia era incluso deseada.

    Le gustara buscar a los asaltantes de esa diligencia, Grover?

    Por qu no? Al fin y al cabo sa es una de las misiones que suelen encomendarse a un

    marshal delegado por el gobernador. Claro est se apresur a aadir: siempre y

    cuando lo robado en esa diligencia tenga algo que ver con el Estado o el Gobierno.

    En este caso, lo tiene acept Heineman. Se han llevado un par de alforjas que

    contenan unos cuantos Bonos del Gobierno y unos... siete mil dlares en efectivo.

  • No parece gran cosa, verdad? coment Grover.

    No. En efecto, no es gran cosa. Pero nosotros consideramos que tanto los Bonos del

    Gobierno como esos siete mil dlares deben ser recuperados. Y, como es natural, Wesley,

    no vamos a solicitar esa recuperacin a cualquier sheriff o alguacil... o persona que

    defienda la Ley de un modo... digamos diferente al que suelen hacerlo los marshals.

    Ya entiendo, ya entiendo. Dnde fue asaltada la diligencia?

    Cerca de un pueblecito llamado Banquete, en el condado de Nueces. En esa diligencia

    traan hacia Houston esos Bonos del Gobierno y los siete mil dlares.

    Bueno. Qu hacan en esa diligencia los Bonos del Gobierno y el dinero? inquiri

    interesado Wesley Grover. Bueno, es bastante sencillo de explicar, Wesley. Resulta que

    hace unos das supimos que haba un individuo en Mxico que deca poseer unos Bonos

    del Gobierno de los Estados Unidos. Ese individuo viva en Laredo, en la parte mexicana,

    por supuesto. Lo cierto es que se ofreci a vendrnoslos. Es decir, que el Gobierno poda

    recuperar tales Bonos; entonces nosotros enviamos all a un delegado encargado de

    comprar esos Bonos.

    Hubo alguna, dificultad?

    Ninguna. Al contrario todo fueron facilidades. El hombre que nos haba comunicado que

    posea esos Bonos del Gobierno se ofreci a vendrnoslos. Claro est, siendo Bonos del

    Gobierno americano nosotros podamos haber recurrido a otros procedimientos para

    recuperarlos que el de pagarlos. Pero nos pareci conveniente, puesto que se trata de un

    sbdito mexicano, comprar, pagar y aqu se acababa la cuestin.

    Muy bien. Qu ms?

    Pues, nada. Nuestro delegado compr esos Bonos y, puesto que se le encomend una

    misin complementaria de menor importancia cerca de la frontera mexicana, decidi

    enviarnos a Houston los Bonos junto con el sobrante del dinero que se le haba

    proporcionado para tal compra. El sobrante de este dinero son siete mil dlares. De

    manera que las alforjas que han sido robadas cerca del pueblecito llamado Banquete, en

    el condado de Nueces, contenan esos siete mil dlares y los Bonos del Gobierno

    recuperados por nuestro delegado.

    Total?

    Karl Heineman frunci el ceo.

    Total qu, Wesley?

  • Pregunto que cul es el total si sumamos el importe de los Bonos del Gobierno y el del

    dinero en metlico que haba en las alforjas. Setenta y cinco mil dlares.

    Wesley Grover lanz un suave silbidito, que evidenciaba su admiracin.

    Setenta y cinco mil dlares! Vaya, no se puede decir que est mal la cosa, eh,

    Heineman?

    No, no est mal admiti con un refunfuo, el secretario del gobernador. Por eso,

    Wesley, el gobernador le mand llamar. Pero cuando tuvo que marcharse, me encarg a

    m del asunto... Y me encarg tambin, sobre todo, que le pidiese a usted disculpas por no

    estar l presente. Bueno... Eso no tiene ninguna importancia, Heineman. Usted y yo

    hemos sido siempre buenos amigos. Dgame cundo tengo que salir, prepreme una vez

    ms mi placa y mi nombramiento y eso es todo.

    Bueno... Eso no es todo, Wesley.

    No.? Hay algo ms que pueda resultar interesante?

    En primer lugar, como es natural, nosotros no hemos pagado a un mexicano todos esos

    dlares por unos Bonos del Gobierno norteamericano, para que unos vulgares asaltantes

    de diligencia se los queden. Por lo tanto, hay que recuperarlos. Adems, mataron al

    guarda de la diligencia. Eso es ms grave.

    Bastante ms grave. La muerte de un hombre que, por el simple hecho de viajar en un

    vehculo que contiene documentos o valores gubernamentales est relacionado con el

    gobierno no puede quedar sin castigo.

    Exactamente.

    Pues bien, Wesley, se trata de eso. Tiene usted que encontrar esas alforjas que

    contienen los Bonos y el dinero restante. Y, claro est, encontrar y apresar, o matar al

    hombre u hombres qu asesinaron al guarda de la diligencia.

    Muy bien. Pero, Heineman, a menos que yo est envejeciendo demasiado rpidamente,

    creo que usted tiene algo ms que decirme. As es.

    Muy bien. Dgalo de Una vez.

    Nosotros... Me refiero al seor Gobernador y yo, naturalmente, sabemos que usted,

    Wes, no necesita ayuda de ninguna clase. Y bien? frunci el ceo Grover.

    El caso es que en Banquete est viviendo un hombre que en otros tiempo fue no poco

    efectivo como marshal. Un hombre ms o menos como usted, Grover. Un hombre que

  • supo llevar siempre a buen trmino todas cuantas misiones se le encomendaron, que

    supo pelear con el revlver y con la inteligencia. Un hombre honrado y recto, un hombre...

    Wesley Grover dej de mirar a Karl Heineman con el ceo fruncido para sonrer

    ampliamente.

    No diga ms, Heineman. Se est usted refiriendo acaso a Irving Kechtman?

    El secretario del gobernador asinti, tambin sonriendo.

    En efecto. Quiz le conoce usted, Wesley?

    Oh, vamos, Heineman, no pregunte tonteras!

    Es cierto sonri Heineman. S perfectamente que usted conoce hace mucho

    tiempo a Irving Kechtman. As es. Est ahora l viviendo en Banquete?

    Heineman asinti con la cabeza.

    S.

    Y me est usted quiz sugiriendo, Heineman, que vaya a ver a Kechtman?

    Bueno... Ya le digo que le considero a usted perfectamente capacitado para valerse por

    s mismo, Grover, pero... Vaya, tratndose de Kechtman, quiz a usted le gustara... En fin,

    ocurre que por las circunstancias del asalto a la diligencia hemos llegado a la conclusin de

    que los hombres que la asaltaron viven por all. Parecan conocer perfectamente el

    terreno. No me refiero nicamente al lugar del asalto, que, como es natural, cualquier

    asaltante estudia con anticipacin, sino a los alrededores, a la proximidad de Banquete. En

    fin, nosotros creemos que los hombres que mataron al guarda y se llevaron los Bonos y el

    dinero restante de la compra de stos pueden muy bien ser habitantes de Banquete.

    Y entonces casi ri Wesley Grover usted me sugiere que yo vaya a pedir... digamos

    la opinin de Irving Kechtman. No es as, Heineman? En definitiva, Wesley, as es.

    Y teme que eso me moleste?

    Pues, en parte, s lo tema, Grover. Usted es un hombre... un poco orgulloso.

    Orgulloso! ri Wesley Grover; luego qued un poco pensativo. Es cierto, soy un

    poco orgulloso. Pero no hasta el punto de desdear la opinin de Irving Kechtman, uno de

    los mejores marshals que han habido jams. Pero hay otra cosa todava ms importante,

    Heineman.

  • S?

    Si.

    Y bien. Cul es, Grover?

    Wesley Grover se puso en pie. Mir deleitosamente el aromtico cigarro que estaba

    fumando y dijo:

    Que jams, por nada del mundo, perdera la oportunidad de saludar al mejor amigo que

    he tenido jams. Y ese amigo, Heineman, se llama, ni ms ni menos, que Irving Kechtman.

    Prepreme la placa y el nombramiento. Mientras tanto, yo ir a limpiar mi revlver,

    recoger algunas cosas y ensillar mi caballo. Estar aqu dentro de... Pongamos un par de

    horas, Heineman, para no atosigarlo. Hasta entonces.

    Y Wesley Grover, al parecer realmente, profundamente satisfecho, sali del antedespacho

    del gobernador de Texas.

    CAPTULO II

    A los cuarenta y cinco aos, Irving Kechtman, con su griscea cabellera y sus anchsimos

    hombros, produca una gran sensacin de vigor y virilidad, que quedaba definitivamente

    apoyada por la firme lnea de su mandbula y la directa mirada de sus ojos gris-claro.

    Aquel da, Irving Kechtman apareci en Banquete por la parte norte de la calle Mayor,

    montado en su calesn. Este iba tirado por un solo caballo, negro y lustroso, tan cuidado

    como todo cuanto concerna a Irving Kechtman. Eso lo saban todos los habitantes de

    Banquete, y ya se, haban acostumbrado. Saban que, en cualquier momento y situacin,

    Irving Kechtman era el hombre que conservaba su apostura, su seguridad en s mismo,

    incluso, en ciertas ocasiones, un orgullo considerable.

    Junto a Irving Kechtman, sentada tambin en el ligero asiento del calesn, iba Gladys

    Foster. Gladys Foster deba tener unos treinta aos. Era rubia, esbelta, de grandes ojos

    oscuros y, a pesar de esos mencionados treinta aos, todava se vea en sus ojos un

    clarsimo y clido destello de juventud. Kechtman condujo el calesn por el centro de la

    calle, como siempre, recibiendo y devolviendo saludos de todas cuantas personas se

    cruzaban con. l y Gladys. La muchacha se limitaba a sonrer levemente de cuando en

    cuando.

  • Y as, los dos juntos llegaron, por fin, ante el lugar elegido de antemano: el mejor y ms

    surtido bazar de Banquete. Irving Kechtman desmont, se volvi hacia el asiento y ayud

    a Gladys Foster a apearse. La dej en la acera de tablas y sonri. Bien. Ya estamos aqu,

    Gladys. Espero que solucionemos definitivamente esas... pequeas compras que, al

    parecer, es lo nico que est retrasando... lo que tanto esperamos ambos.

    Gladys Foster sonri.

    Desde luego, Irving. Espero que hoy acabar con todos mis preparativos Es decir, con las

    ltimas compras para finalizar ya mis preparativos. Kechtman asinti con la cabeza,

    sonriendo.

    Eso est bien dijo. Te parece que entre contigo, o quiz prefieres hacer las

    compras t sola, para luego sorprenderme? Gladys Foster casi se sonroj.

    Creo..., creo que lo que voy a comprar no precisa de tu compaa ni de tu consejo,

    Irving.

    De acuerdo casi ri Kechtman. Entra ah y yo te esperar pacientemente...

    De pronto, Irving Kechtman qued silencioso. Su boca haba quedado a medio abrir y

    Gladys vio en ella perfectamente el claro gesto de estupefaccin.

    Qu pasa, Irving?

    Por el amor del cielo susurr Irving Kechtman. Supongo que no es cierto lo que

    estn viendo mis ojos.

    Gladys mir hacia donde estaba mirando Kechtman. Y todo lo que vio fue un jinete que,

    como poco antes ellos, estaba entrando en Banquete por la punta norte de la calle Mayor.

    Estaba ya muy cerca de ellos, y su atencin estaba dirigida alternativamente a los lados de

    la calle. Pareca buscar algo. Y dado su aspecto polvoriento, claro indicio de un largo viaje,

    era fcil comprender que el forastero buscaba un hotel.

    Te refieres al jinete, Irving?

    Me estoy refiriendo exactamente a ese jinete, Gladys. No te muevas de aqu.

    Kechtman dej a Gladys junto al calesn y camin rpidamente por la acera de tablas hasta

    que lleg a la altura del jinete, que llevaba su caballo al paso, lentamente.

    Y. de pronto, Kechtman alz los brazos y aull:

    Wes! Wes Grover!

  • El jinete detuvo al instante su cabalgadura y su cabeza se volvi velozmente hacia el punto

    donde haba sonado su nombre. En seguida, una amplsima sonrisa de alegra apareci en

    su curtido rostro de lneas secas y duras.

    Sin decir nada desmont, con sorprendente agilidad, teniendo en cuenta no slo el

    evidente cansancio entrevisto anteriormente, sino su edad, muy aproximada a la del

    propio Irving Kechtman.

    Este haba saltado el atamulas ante el cual se haba detenido, y sus espuelas tintinearon

    cuando cay sobre el polvo. El otro, el llamado Wes Grover, se acerc hasta l y se detuvo

    cuando ambos hombres estaban frente a frente y separados por un solo paso.

    Todava no dijo nada. Se limit a tender su mano derecha e Irving Kechtman la estrech

    fuertemente, calurosamente, mientras su brazo izquierdo se posaba sobre el hombro del

    forastero, el cual haba hecho exactamente lo mismo.

    Irving Kechtman musit Grover. Esto s que es tener una regia llegada a Banquete.

    Por todos los demonios! desliz alegremente Kechtman. Puedo estar

    completamente seguro de que eres t, Wes? Puedes estar completamente seguro. A

    menos que tu vista haya perdido mucho, Irving.

    Mi vista sigue siendo excelente volvi a rer Kechtman. Dime, qu es lo que te trae

    por aqu?

    Wes Grover encogi los hombros.

    Es un poco largo de contar. Cmo van tus cosas. Irving?

    Maravillosamente. Ven, quiero presentarte a una persona que est contribuyendo no

    poco a eso.

    Tomo de un brazo a Wes Grover y medio lo arrastr hacia el porche en el cual estaba

    esperando Gladys Foster. Wes present; ella es Gladys, mi futura esposa. Gladys,

    ste es Wes Grover.

    Gladys sonri. Wes se haba quitado el sombrero y haba efectuado una ligera y muy

    correcta inclinacin de cabeza. Miraba con inters a la mujer, y su sonrisa se amplio

    cuando ella dijo:

    Encantada de conocerle, Wes. Le aseguro que estaba verdaderamente intrigada por

    saber cmo era usted. Irving acostumbra a mencionarlo muy a menudo.

    Eso es que se acuerda de los buenos tiempos que pasamos juntos apunt Grover.

  • Seguramente admiti Gladys. Acaso Irving le ha avisado ya para que asistiese a la

    boda?

    Pues... No. Al menos no he recibido hasta ahora ninguna noticia al respecto Wes mir

    a Kechtman. Qu pasa? No pensabas avisarme? Bueno sonri Kechtman. Lo

    cierto es que no quera que conocieses con demasiada anticipacin a Gladys. No me

    gustara quedarme sin novia a mi edad y a estas alturas, Wes.

    No creo ser tan terrible.

    Bueno... Ms o menos. Wes, casi no puedo creer que te est viendo. Cuntos aos han

    pasado? Siete? Ocho? La verdad es que no lo recuerdo exactamente.

    Wes Grover asinti con la cabeza.

    Yo s lo recuerdo, Irving. Hace diez aos que no nos vemos. Ya sabes...: Voy siempre

    rodando de un lado a otro. Y aunque parezca mentira, en todo este tiempo no he tenido la

    oportunidad de acercarme a Banquete.

    Bueno, bueno, no te disculpes. Sabes que no tienes que disculparte. De todos modos, y

    puesto que soy un hombre estpidamente feliz, te perdono. No te parece maravillosa,

    Wes?

    Kechtman haba sealado a Gladys con la barbilla al hacer la pregunta. Y Wes Grover

    volvi a asentir con la cabeza. Pues s sonri. Ciertamente, tu futura esposa es

    maravillosa.

    Tiene doce aos menos que yo notific Irving Kechtman. O sea, treinta y tres aos.

    Eso es una gran fortuna para m, Wes, porque a esta edad Gladys parece temer que vaya a

    quedarse soltera, y entonces, cuando la ped en matrimonio, se apresur a aceptarme.

    Cualquier cosa antes que quedarse soltera. No es as, Gladys?

    Gladys Foster no contest. Miraba alternativamente de un hombre a otro, sonriendo. Los

    dos le gustaban. Eran de esa clase de hombres ceudos y generalmente silenciosos que,

    cuando realmente ponen en juego su amistad o su cario, ste sobrepasa otra cosa.

    Por su parte, Wes Grover comprendi perfectamente, al ver cmo Gladys Foster miraba a

    Kechtman, que la mujer no se iba a casar con ste porque temiese quedarse soltera. Ni

    mucho menos. Por el contrario, pareca ms bien que Gladys Foster considerase algo

    realmente increble y maravilloso para ella el poder convertirse en breve en la esposa de

    Irving Kechtman.

    Pero Gladys dijo:

  • En efecto. Me senta tan vieja y tan solterona que cuando Irving me pidi que me casase

    con l no lo pens ni un segundo. Es cierto que es un hombre viejo y acabado, pero... Qu

    le vamos a hacer!

    Los tres se echaron a rer. Porque, si algo era evidente all, era que Irving Kechtman poda

    ser cualquier cosa menos viejo o acabado. Y estaba todava riendo cuando aparecieron los

    jinetes por el Sur del pueblo.

    Eran cuatro y llegaban a todo galope, lanzando fortsimos aullidos y subiendo a caballo por

    las aceras y los porches, llenndolo todo de polvo y derribando cualquier cosa que se

    pusiese ante ellos.

    Se reunan otra vez en el centro de la calzada, llenndolo todo nuevamente de remolinos

    de polvo, y otra vez volvan hacia las aceras. Wes Grover frunci el ceo. Mir a Irving

    Kechtman dispuesto a hacer un comentario sobre aquellos cuatro jinetes, y entonces vio

    la dura mueca de Kechtman y la ligera palidez que haba decolorado sus facciones.

    Ocurre algo, Irving? susurr Grover.

    Nada de particular. Creo... Creo que es lo mismo de siempre. No es cierto, Gladys?

    Gladys no contest. Inclin la cabeza y permaneci en silencio, sin mirar a ningn lado:

    Los jinetes, mientras tanto, seguan lanzando sus caballos hacia las aceras y los porches y

    alzando grandes remolinos de polvo en la calzada. Wes Grover coment:

    A esos muchachos habra que darles una pequea leccin. No te parece, Irving?

    La merecen.

    Fue una respuesta seca, que sorprendi un poco a Wesley Grover. Pero decidi no

    tomarla en consideracin ni sentirse intrigado. Ms all, uno de los jinetes haba sacado su

    revlver, finalmente, y estaba disparando contra los adornos superiores de la fachada de

    un saloon. Me gustara suspir Wes Grover tener el suficiente humor para ir a darle

    su merecido a ese nio tonto.

    Kechtman lo mir de reojo.

    No lo recuerdas?

    No recuerdo... a quin, Irving? A quin te ests refiriendo?

    A ese muchacho. A ese que te gustara darle su merecido.

  • Pues... No. No lo recuerdo. Debera recordarlo, quiz?

    Es Aldo.

    Grover se mordi los labios. Mir hacia el muchacho, que ya haba agotado la carga de su

    revlver y pareca dispuesto a calmarse un poco, y de nuevo al viejo y querido amigo

    Irving Kechtman. Entonces comprendi el duro gesto de ste, sus secas palabras, y

    tambin la leve palidez que antes haba notado en su rostro.

    Tu hijo? susurr.

    S.

    Bien... Cierto es que no lo recordaba. De todos modos, Irving, sea o no sea ese

    muchacho el pequeo Aldo, merecera una buena leccin. Lo s.

    Bien... Creo que debemos tener un poco de tolerancia... quiz.

    Irving Kechtman no contest. En aquel momento, los cuatro jinetes, aparentemente

    calmados, pasaban por delante del grupo formado por Gladys Foster y los dos viejos y

    buenos amigos.

    Los cuatro jinetes eran muy jvenes y parecan tomrselo todo como una pura diversin,

    y, sin duda, el ms joven de ellos era el que haba estado disparando su revlver. Los tres

    algo ms mayores dirigieron una breve mirada no exenta de cierta irona a Irving

    Kechtman. Pero su hijo, Aldo Kechtman, salud alegremente al pasar cerca de all.

    Hola, pap. Todo va bien? Me alegro. Hasta la vista.

    Y se quit el sombrero para hacer una burlona reverencia desde su caballo, con los ojos

    fijos en Gladys Foster. Luego, continuando con aquella divertida broma y su juerga, los

    cuatro jinetes cabalgaron una corta distancia, hasta detenerse por fin ante el mejor y ms

    grande saloon de Banquete.

    Grover fue quien mir ahora de reojo a Kechtman. Pero cuando iba a decir algo vio

    aparecer al quinto jinete. Este llegaba mucho ms reposadamente, al trote corto. Era un

    indio. Y Grover entenda de indios lo bastante para saber que aqul era un apache. Un

    apache ya viejo y arrugado, vestido con pantalones oscuros, una camisa roja y una cinta

    amarilla en la cabeza que sujetaba sus negros y lacios cabellos. La mirada del indio se

    desvi hacia Irving Kechtman cuando pas por all y hubo en la expresin del apache lo

    que pareca una sonrisa y un saludo amistoso. Luego continu hacia adelante, detuvo su

    caballo donde lo haban dejado los cuatro muchachos alborotadores, desmont y entr en

    el saloon.

  • Quin es se? pregunt Grover.

    Luna Llena.

    Quin?

    Luna Llena. Un apache que hace tiempo est con nosotros. Con mi hijo y conmigo, se

    entiende. Adora al muchacho, lo sigue a todas partes... Creo que a veces se le puede

    confundir con un perro hambriento, dada su fidelidad hacia mi hijo.

    Bueno... La fidelidad no es una cualidad precisamente mala, Irving.

    Ya lo s. Supongo que acabas de llegar hoy mismo a Banquete, Wes.

    Desde luego. No te parece evidente?

    Lo parece. Pero t eres capaz de haber llegado hace dos das y venir ahora de hacer

    determinadas visitas o gestiones... No es as? As es sonri Grover. Pero lo cierto

    es que acabo de llegar a Banquete... Qu hotel me recomiendas?

    Irving Kechtman sonri de nuevo, por fin.

    Slo hay uno, pero no te preocupes. Mi casa es tuya, Nada de hoteles, Wes.

    No te molestes, Irving. Pero prefiero el hotel.

    Ya veo Irving Kechtman entorn los ojos. No has venido como particular. No es

    cierto, Wes?

    No. No he venido como particular.

    Ya... De qu se trata?

    Wesley Grover encogi los hombros. Nada extraordinario ni importante.

    Oh! De veras? De modo que ahora encargan a Wesley Grover asuntos que no son ni

    extraordinarios ni importantes. Vamos, vamos, Wes... Es cierto sonri Grover.

    Has perdido categora? ri Kechtman.

    Es posible.

    De veras no quieres alojarte en mi rancho, Wes? No es que no quiera. T ya me

    comprendes, Irving.

  • Es cierto Irving Kechtman apoy una mano en un hombro de Gladys, suavemente.

    Creo que sera bueno que entrases a hacer tus compras, Gladys. Si te parece, mientras

    tanto, yo llevar a Wes al hotel.

    Como t digas, Irving.

    Eso est bien sonri Kechtman, Lo que yo diga es lo que debe hacerse.

    De nuevo rieron los tres.

    Gladys mir a Wesley Grover y musit:

    Me alegra haberle conocido, seor Grover. Espero que, tal como desea Irving, asistir

    usted a nuestra boda. No me perdera ese espectculo por nada del mundo sonri

    Wes.

    Entonces nos veremos pronto.

    Desde luego.

    Gladys Foster los obsequi con una ltima sonrisa, dio la vuelta y entr en el bazar.

    Entonces, Irving Kechtman pas un brazo por los hombros de Grover y dijo:

    Muy bien. Vamos all. Conseguir que te den la mejor habitacin.

    * * *

    El dueo del bazar, Joe Tolger, era un hombre muy amable. Muy amable y muy gordo,

    muy calvo y con unos grandes bigotes negros que colgaban hacia su descomunal papada.

    Haba ayudado a Gladys a colocar los paquetes en los asientos traseros del calesn, y

    hecho esto, sugiri:

    Si le parece, seorita Foster, ir a avisar al seor Kechtman al hotel de que usted ya est

    lista.

    Es muy amable, seor Tolger, gracias. Pero dgale que yo tengo prisa y si...

    Una voz interrumpi entonces a Gladys.

    Ser mejor que no se meta donde no le llaman, Tolger. Por lo tanto, de vuelta a su

    asqueroso y enorme trasero y regrese a su pocilga. Joe Tolger se volvi y palideci. Ante l

  • estaban los mismos cuatro muchachos que antes haban estado alborotando en la calle.

    Los conoca muy bien. Lo bastante bien para saber qu era lo que ms le convena hacer.

    Y puesto que Aldo Kechtman, a fin de cuentas, era hijo de Irving Kechtman, la cuestin la

    arreglaran ellos solos. De modo que Tolger se apresur a desaparecer en el interior de su

    tienda.

    Gladys se haba vuelto tambin hacia los muchachos, pero toda su atencin estaba

    centrada en Aldo. Pareca talmente, dada su expresin, que los otros tres ni siquiera

    existan.

    Aldo se quit el sombrero y se acerc lentamente a Gladys. Cuando estuvo ante ella hizo

    una gran inclinacin, moviendo el sombrero como si fuese un chambergo.

    A los pies de usted..., mam.

    Gladys palideci y se mordi los labios.

    No seas... estpido, Aldo musit.

    El muchacho, que se haba quedado versallescamente inclinado, se enderez y mir

    burlonamente a la mujer. Estpido? Ests llamando estpido a tu futuro y querido

    hijito..., mam?

    Los tres acompaantes de Aldo Kechtman soltaron una risotada. Iban tan desgreados y

    sucios como el propio Aldo, y aunque pocos aos mayores que ste, tenan en sus rostros

    cierta expresin de salvaje juventud.

    Se llamaban Wilbur Barley, Uriah Campbell y Ricky Wilson. Eran tres muchachos fuertes,

    de aspecto decidido y cada uno de ellos iba armado con un revlver, con evidente

    satisfaccin por poder lucirlo y pasearlo de un lado a otro.

    Gladys Foster decidi continuar prescindiendo de ellos.

    Es mejor que regreses a tus diversiones antes de que venga tu padre, Aldo susurr.

    Oh! Ya s... Hay que tenerle un gran miedo a mi padre. No es eso..., mam?

    De nuevo volvieron a rer los amigotes del muchacho. Pero de nuevo Gladys Foster los

    ignor. Los ignoraba con una actitud tan altiva que comenz a causarles irritacin.

    Por supuesto, Aldo, tu padre es formidable. No opinas as?

  • Oh, s! Desde luego que mi padre es formidable. Todos opinamos que mi padre es

    formidable. No es cierto, muchachos? Barley, Wilson y Campbell asintieron

    enrgicamente. Quiz con excesiva energa.

    Est bien ya, Aldo suplic Gladys. Ahora te ruego que no des lugar a que tu padre se

    enfade contigo.

    Eres muy amable..., mam ri el muchacho. Pero creo que ya pas de la edad en

    que pap puede enfadarse conmigo. Por favor, Aldo.

    Oh..., pero si no va a pasar nada! Solamente quiero ayudarte a cargar los paquetes que

    contienen lindas cositas para tu boda..., mam: Ya estn cargados.

    Bueno. En ese caso te ayudar a ti a subir al calesn.

    Aldo Kechtman adelant hacia Gladys Foster y la tom de un brazo. Los amigos del

    muchacho comenzaron a rer de nuevo. La situacin les pareca verdaderamente divertida.

    * * *

    Wesley Grover se mir al espejo y movi la cabeza afirmativamente, como satisfecho del

    pequeo pero aliviador cambio que haba experimentado. Se haba lavado y afeitado,

    sustituido la camisa sucia por una limpia y sus cabellos estaban frescos y recin peinados.

    Se volvi hacia Irving Kechtman, que lo miraba cmodamente sentado en un silln y dijo:

    Y eso es todo, Irving.

    No te quejes coment Kechtman. Cre que sera algo menos importante. Por la

    manera en que hablaste antes en la calle cuando estbamos con Gladys, me pareci que

    se trataba de un asunto de poca importancia.

    Bueno, no pretenders que este asunto tenga demasiada dijo Wesley Grover. Al fin

    y al cabo es simplemente solucionar un pequeo atraco a la propiedad del Gobierno.

    Siempre fuiste un tipo divertido sonri Kechtman. Me encanta tu sentido del

    humor. Unos hombres asaltan una diligencia, matan al guarda, se llevan setenta y cinco

    mil dlares en Bonos del Gobierno y cierta parte en metlico y dices que la cosa no es

    excesivamente importante.

  • Wesley Grover encogi los hombros, gesto que pereca muy habitual en l. T y yo

    hemos hecho cosas ms importantes, Irving.

    As es asinti Kechtman. Pero los tiempos cambian. Parece que la gente se va

    convenciendo de que la civilizacin puede resultar agradable. Y aparte, se procura mucho

    no molestar al Gobierno hasta el extremo de que deba intervenir un marshal. Se puede

    decir, Wes, que hicimos una labor... discretamente importante.

    Hicimos una buena labor sonri Wes. Pero todava tenemos mucho trabajo por

    delante. Bien, ya te he contado a qu he venido. Ahora se trata de que, puesto que t

    llevas mucho tiempo en Banquete, me orientes en ciertos aspectos de la cuestin.

    Por supuesto. Cuenta conmigo absolutamente para todo, Wes.

    Ya saba eso sonri Grover. Es estupendo llegar a un sitio y encontrarse con un

    amigo que le ofrece la casa, la ayuda...: y el revlver. O no me ofreces tu revlver, Irving?

    Tambin, tambin ri Kechtman. Aunque hace tiempo que no me complico la vida

    tirando de culata quiz sera... divertido comprobar si todava s hacerlo.

    Sonrieron los dos. Estaban a gusto uno al lado del otro. Haca muchos aos que se

    conocan y en ms de una ocasin haban tenido que cabalgar juntos y resolver problemas

    y situaciones ms complicadas y peligrosas que el que actualmente tena movilizado a

    Wesley Grover.

    Este se haba acercado a la ventana anudndose al cuello la negra y delgada corbata,

    sobre la camisa blanca.

    Como al descuido mir por la ventana, y qued silencioso e inmvil contemplando con

    contenido inters algo que estaba sucediendo en la calle. No se alter.

    Simplemente se volvi hacia Kechtman, continuando con el arreglo de su corbata, y dijo:

    Sera mejor que te fueses ya, Irving.

    Kechtman movi una mano en el aire.

    No hay prisa., Gladys tardar todava bastante en acabar sus compras.

    Ya ha terminado...

    Irving Kechtman frunci el ceo, Era cierto que conoca a su amigo Wesley Grover. Por

    eso, sin decir palabra, se levant, fue hacia la ventana y mir exactamente hacia l mismo

    lugar en el que poco antes saba haba estado fija la mirada de Wes.

  • Se volvi con absoluta serenidad y dijo:

    Es cierto, ya ha terminado. Hasta la vista, Wes. Espero verte pronto por mi rancho si no

    vuelvo yo por aqu antes. De acuerdo, Irving.

    Kechtman fue hacia la puerta, la abri y se volvi.

    Y no olvides qu tienes que contar conmigo absolutamente para todo.

    No lo olvidar.

    Irving Kechtman asinti con la cabeza, sali de la habitacin y cerr la puerta.

    CAPTULO III

    Aldo Kechtman estaba con ambos brazos alrededor de la cintura de Gladys Foster

    insistiendo en ayudarla a subir al calesn..., o en abrazarla, cuando oy la voz de su padre.

    Aldo.

    El muchacho solt inmediatamente a Gladys y se volvi como una centella hacia su padre.

    Qu hay, pap? sonri. Llegas a tiempo de ver cmo tu hijo es amable y carioso

    con su futura mam. Precisamente estaba dicindole a Gladys que la iba a ayudar a subir

    al calesn.

    No te molestes. Yo la ayudar.

    Como quieras.

    Kechtman subi al porche, dio la mano a Gladys Foster y la ayud a sentarse al pescante.

    Subi l, quedando a su lado, y tom las riendas. Entonces mir a su hijo ya los tres

    amigos de ste. Todos sin excepcin sintieron una sensacin realmente helada y

    desagradable cuando la gris mirada de Irving Kechtman fue pasando por ellos.

    La prxima vez, Aldo, t y tus amigos lo vais a lamentar. Espero que me hayas

    comprendido.

    S, pap sonri el muchacho. Mis amigos y yo no somos duros de odo.

  • Eso parece. Pero opino que sois muy duros de entendederas, Aldo. Supongo que no

    debo esperarte para comer? Pues... Es posible que vaya... y es posible que no vaya,

    pap.

    Ya entiendo. De acuerdo, haz lo que gustes. Pero, sobre todo, no olvidis lo que, acabo

    de deciros.

    Irving Kechtman movi las riendas y el caballo que tiraba del calesn se puso en

    movimiento. Poco despus sala del pueblo. Slo entonces Irving Kechtman mir a Gladys

    y susurr:

    Lo siento, Gladys.

    No te preocupes dijo la mujer. Yo comprendo a tu hijo, Irving.

    Lo comprendes? Qu es lo que hay que comprender de ese muchacho?

    Bueno... No s...

    Naturalmente que no lo sabes. No tiene ni motivos ni derecho... Sobre todo derecho a

    intervenir en lo que yo decida sobre mi vida futura. Porque, supongo que es lo bastante

    inteligente para comprender que un hombre de mi edad todava puede tomar decisiones

    que aclaren y alegren un poco su futuro.

    Aldo es muy joven, Irving.

    Bueno... Acaso soy yo un anciano que est con un pie en la fosa?

    No he querido decir eso.

    Ya lo s gru Kechtman. S perfectamente lo que quieres decir. Pero a m no me

    importa en absoluto que mi hijo pueda comprender a un hombre de cuarenta y cinco

    aos. Si no le gusta lo que pienso hacer, slo tiene una solucin. Marcharse.

    No hables as, por favor.

    Est bien musit Kechtman. Vamos a dar por terminado este asunto... siempre y

    cuando no se repita lo de hoy.

  • CAPTULO IV

    Wesley Grover entr en el saloon. Ech un vistazo a su alrededor, localiz lo que le

    interesaba y entonces se dirigi hacia el mostrador. Pidi un whisky, esper a que se lo

    sirviesen, palade un par de tragos y entonces, dejando el vaso sobre el mostrador, se

    acerc a la mesa en la cual haba localizado lo que le interesaba.

    En esa mesa, jugando aburridamente al pquer, estaban Aldo Kechtman, Uriah Campbell,

    Ricky Wilson y Wilbur Barley. Un poco ms all, cerca de la espalda de Aldo Kechtman,

    estaba el apache llamado Luna Llena, cuya mirada se dirigi inmediatamente hacia Wesley

    Grover cuando ste se detuvo a un lado de Aldo.

    Qu tal, Aldo? salud el marshal.

    Aldo Kechtman volvi la cabeza, mir hoscamente al hombre que le haba saludado y

    luego su mirada lo recorri de arriba abajo. Muy bien notific. Quin demonios es

    usted?

    No creo que me recuerdes. Pero quiz s recuerdes mi nombre.

    Bueno. Veamos qu nombre es se.

    Wesley Grover.

    Los ojos de Aldo Kechtman se abrieron mucho. Pero no expresaban solamente asombro,

    sino burla.

    Oh! Ya s, ya s!. El gran amigo de mi padre, eh?

    Y tuyo, Aldo.

    Ahora s hubo realmente una expresin de autntico asombro en los ojos del muchacho.

    Amigo mo?

    Si no te opones sonri Grover. Por lo menos ramos amigos hace unos cuantos

    aos.

    Bueno... Es posible que fusemos amigos hace unos cuantos aos, seor Grover. Pero

    creo que... hace demasiados aos de eso. El tiempo no tiene importancia para una

    buena amistad continu sonriendo Grover. Por lo menos no lo ha tenido para tu

    padre y para m. Mi padre tiene un modo muy especial de ver las cosas y considerar sus

  • amistades y..., y dems afectos, seor Grover. Por lo que a m respecta, le dir que

    actualmente soy yo quien selecciona mis amistades. Mi padre no tiene absolutamente

    nada que ver en ello.

    Wesley Grover asinti con la cabeza. Su mirada recorri el grupo de muchachos que

    rodeaban la mesa. Por fin, regres, quiz un poco ms dura, a los ojos de Aldo Kechtman,

    que continuaba mirndole, con cierta irritacin ahora.

    Ya veo... De modo que eres ya tan hombre que seleccionas t slito tus amistades.

    As es, seor Grover. Tengo ya veinte aos. Creo que sta es una buena edad para que

    un hombre sepa buscar sus amigos. En efecto asinti Grover. Es una estupenda

    edad para que un hombre sepa buscar y seleccionar sus amigos. Slo que... Bueno, Aldo,

    te dir que tu padre supo buscarlos y seleccionarlos mucho mejores que los que t tienes.

    Uriah Campbell se puso en pie de un salto, derribando la silla.

    Oiga, usted...! gru.

    Haba adelantado una mano y sus dedos crispados parecieron a punto de agarrar a Wesley

    Grover por las solapas de la cazadora. Pero con una rapidez de reaccin que sorprendi a

    todos, el hombre con modales pacficos hundi su puo derecho en el estmago de

    Campbell. El izquierdo se clav inmediatamente con terrible dureza en el costado. Y antes

    de que todava nadie hubiese podido intervenir directamente en el asunto, un derechazo

    en plena barbilla derrib a Uriah Campbell de espaldas, resbalando por el piso, chocando

    con algunas sillas y otra mesa, que derrib.

    Fue un procedimiento quiz demasiado expeditivo por parte de Wesley Grover, pero,

    realmente, si algo haba que interesase probar desde el primer momento, era que l no

    haba ido all a jugar.

    Tampoco pareca que Aldo Kechtman tuviese ganas de juego.

    Haba sacado su revlver rpidamente, mientras Wesley golpeaba a su amigo Uriah

    Campbell. Y cuando el marshal quiso volverse hacia Aldo, el revlver de ste se apoy en

    la espalda del marshal.

    Qu tal si le meto una bala en el pescuezo, seor Grover? gru el muchacho.

    Wesley no se alter.

  • Eso me parecera muy mal, Aldo. Y tambin lo sentira por ti. Te ibas a meter en un lo

    bastante gordo. Por si no recuerdas cul era la actividad a que tu padre y yo nos

    dedicbamos, voy a recordrtela: soy un marshal.

    Vaya. Esto s que es divertido. Pero si no lo entiendo mal, seor Grover, los marshals no

    tienen un nombramiento..., continuo, permanente, sino que son nombrados en

    determinadas circunstancias y slo para determinadas misiones.

    Muy bien sonri Wesley. Veo que sabes perfectamente lo que es un marshal. Y voy

    a decirte algo: esas determinadas circunstancias estn concurriendo ahora. De manera

    que si me permites volverme hacia ti y desabrocharme la cazadora, podr mostrarte mi

    placa prendida en la camisa. No se moleste tanto por m ri Aldo.

    Wesley Grover se volvi, sin hacer caso a la mayor presin que Aldo efectu con su

    revlver en la espalda, como queriendo impedirle que lo hiciera.

    Se qued mirando al hijo de su amigo y orden:

    Guarda el revlver.

    Oblgueme ri Aldo. Vamos, oblgueme... No es usted un valerossimo y

    eficacsimo marshal Mi padre siempre me ha dicho que Wesley Grover era un hombre

    realmente duro y peligroso... Vamos, demustremelo...!

    No seas tonto, muchacho recomend Grover. No hagamos de esto ninguna

    cuestin personal. Simplemente he venido a saludarte y a ver qu clase de amigos y

    distracciones te habas procurado. Pero no pienso llegar ms all. Ese es todo mi inters

    por ti, Aldo. Saludarte, comprobar si tenas algn recuerdo de m, de Wesley Grover, el

    gran amigo de tu padre que te conoci de nio... Eso es todo, Aldo. Ahora, guarda el

    revlver y todo habr terminado bien. Si mi compaa o mi amistad no te interesa, no te

    preocupes. Tampoco a m la tuya, por mucho que quiera a tu padre... y por mucho que l

    me quiera a m. Los dos sabemos muy bien prescindir de ti, Aldo.

    Aldo Kechtman lade la cabeza y entorn los ojos.

    Qu quiere decir? susurr.

    Quiero decir, simplemente, que por lo que he visto desde la ventana de mi hotel, hay

    algo que pronto va a ocurrir en la vida de tu padre que no es de tu agrado. A tal respecto,

    y sin nimo de darte consejos, te dir que tu padre a ti no te necesita para nada. En

    cambio, t a l...

    Tampoco lo necesito para nada! casi grit Aldo.

  • Es posible sonri suavemente Grover. Es posible, ciertamente... Pero, en cambio, es

    completamente seguro que Irving Kechtman no necesita para nada un hijo como t. Eso

    es todo.

    Me parece que usted habla demasiado, seor Grover.

    No me lo tengas en cuenta. Es solamente por la amistad que me une con tu padre. Si en

    lugar de ser el hijo de Irving Kechtman, fueses cualquier otro, ya te habra dado tu

    merecido cuando entraste en el pueblo asustando a la gente con tu caballo y tu revlver.

    Bueno... Ahora tiene usted una ocasin de demostrar de lo que es capaz, seor Grover.

    Tengo un revlver en la mano. Veamos cmo solucionar esto.

    Lo voy a solucionar de la manera mejor para ambos, Aldo. O sea, marchndome. Adis.

    Wesley Grover se dispuso a dar la vuelta. La inici. Pero ni siquiera haba descrito la

    cuarta parte, cuando Aldo Kechtman le agarr por un brazo y le oblig a volverse

    violentamente.

    Tan violentamente, que en realidad Wesley Grover encontr muy simplificada su accin.

    Con el mismo impulso de la vuelta, apart hacia un lado la mano armada de Aldo y su

    puo derecho se hundi en el estmago del muchacho con tal fuerza que ste se dobl

    sobre s mismo, y hubiese cado de no sostenerlo el mismo puo de Wesley Grover.

    Pero ste lo apart inmediatamente, dejando que el muchacho cayese al suelo, encogido,

    sin respiracin, mientras su mano izquierda se haba apoderado del revlver con el que le

    haba estado amenazando Aldo.

    Todo de un solo golpe y con tal rapidez que Uriah Campbell, ya recuperado y reunido con

    sus amigos Wilbur Barley y Ricky Wilson, ni siquiera tuvieron tiempo de reaccionar, pues el

    revlver del propio Aldo les estaba apuntando.

    Muchachos dijo secamente Grover, me parece que ustedes son de esos tipos que

    se complican la vida porque lo deben considerar distrado. Les aseguro que no lo es. Y

    como no quiero demostrarles que adems de pegar s disparar, estnse quietos ahora.

    Correcto?

    Nadie respondi. Pero tampoco nadie se movi. Wesley se inclin sobre Aldo. Lo agarr

    con una sola mano, la derecha, por la camisa y la cazadora, lo alz y lo sent rudamente

    en la silla que haba estado ocupando.

    Y ahora gru escchame bien, Aldo...

  • No pudo seguir hablando.

    Le haba vuelto la espalda al apache y, cuando pretenda darle unas indicaciones a Aldo,

    not en su espalda el duro contacto que le prevena del peligro.

    Y oy la voz del arrugado indio apache:

    T sueltas a Aldo. Si no sueltas, yo clavo cuchillo en tu espalda.

    Wesley Grover conoca a los apaches. No precisamente a aqul, llamado Luna Llena, sino a

    los apaches en general. Saba qu si el que tena a su espalda le haba dicho que iba a

    clavarle el cuchillo si no soltaba a Aldo, lo hara.

    Por eso apart su mano de las ropas del muchacho y se incorpor, siempre sintiendo en

    su espalda la punta del cuchillo. El golpeado Uriah Campbell quiso aprovechar aquella

    ocasin para tomarse un desquite sobre Grover. Posiblemente en su cabeza no haba

    entrado todava la idea de que no se trataba de una ria de saloon, sino de fastidiar

    positivamente a un marshal.

    Quiz su inteligencia no llegaba a comprender esto.

    Lo cierto es que, cuando intentaba abalanzarse contra Grover por un lado, la voz del

    apache Luna Llena le contuvo: T quieto. Marshal amigo padre Aldo. T quieto,

    Campbell, o yo corto tu cuello.

    Uriah Campbell verti entonces toda su ira hacia el apache. Eso era mucho ms cmodo y

    menos susceptible de traerle complicaciones. Escucha, indio asqueroso...

    Se haba acercado al apache, dispuesto a golpearlo, convencido de que podra dominarlo a

    pesar de que Luna Llena tena el cuchillo en la mano. Pero esta vez la intervencin fue a

    cargo de Aldo Kechtman, ya recuperado, que apart a Campbell de un empujn que lo tir

    de nuevo sobre su silla. Qudate quieto ah, Uriah. Ya hemos complicado bastante las

    cosas. No tengo ganas de jaleos ni de continuar teniendo delante de m a este nombre

    se volvi hacia Grover y dijo: ya est bien, seor Grover. Mrchese y no me moleste

    ms. Guarda ese cuchillo, Luna.

    Al instante, Wesley dej de notar en su espalda la dura punta del acero. Vio a Luna Llena

    aparecer por un lado suyo y sentarse de nuevo en la silla, dispuesto a continuar su

    vigilancia protectora sobre Aldo Kechtman.

    Be acuerdo, Aldo. Hasta la vista.

  • Lo dudo gru Aldo. No tengo ningn inters en volver a verlo. Y supongo que

    usted tampoco debe tener inters por verme a m se volvi hacia el mostrador y le hizo

    seas al camarero; Eh, t! Dos botellas ms. Yo pago. Y trae una de aguardiente para

    Luna Llena. Se la ha ganado. Wesley Grover movi pesarosamente la cabeza.

    Qu es lo que te pasa, muchacho? Hay algo con lo que no ests conforme?

    Estoy conforme con todo lo mir torvamente Aldo Kechtman. Incluso con llegar a

    tener madre a los veinte aos. Ya entiendo... No te gusta la seorita Foster?

    Me gusta ri estpidamente el muchacho. Pero no como madre.

    Los otros, Barley, Campbell y Wilson, rieron la gracia. Pero Wesley Grover no ri, porque,

    ciertamente, las palabras de Aldo no tenan ninguna gracia.

    Creo que tu propio padre te dar la leccin que mereces, Aldo.

    Oh, s! Naturalmente que me la dar. No sabe? Tambin me gusta mi padre. No es

    un gran hombre? Todo lo soluciona, siempre sale con bien de todos los los o de cualquier

    apuro... Seguro. Mi padre me dar una leccin... cuando l lo considere necesario. No es

    eso?

    Wesley Grover volvi a mover pesarosamente la cabeza. Fue hacia el mostrador, acab su

    whisky, pag y sali del saloon.

    Bueno. No sera una mala idea, puesto que ya estaba aseado y vestido y su caballo estaba

    siendo bien atendido en las cuadras, que se dedicase

    a. comer algo. Luego dormira un par de horas para recuperarse del cansancio del

    viaje y, finalmente, tras una visita en solitario al lugar donde, segn Irving Kechtman, se

    haba producido el asalto a la diligencia, muy cerca de Banquete, ira finalmente a visitar a

    su amigo al rancho.

    CAPTULO V

    Haban salido ya las primeras estrellas cuando Wesley Grover cabalgaba hacia el rancho de

    su viejo amigo y compaero de algunas misiones, Irving Kechtman.

  • Y estaba a menos de doscientas yardas del galpn de entrada, pensando en el asunto del

    asalto a la diligencia y que, efectivamente, los asaltantes parecan haber actuado como

    quien conoce bien el terreno, cuando vio salir a los hombres del rancho de Kechtman.

    Poco despus se cruzaba con ellos.

    Eran dos tipos delgados, de rostros secos y mirada agria, que no le concedieron el menor

    inters cuando se cruzaron con l. A Wesley Grover le bast aquel simple cruce, aquella

    simple mirada, para catalogar inmediatamente a los dos hombres. Era muy poco probable

    que l se confundiese al definir a una persona como pistolero profesional. Los revlveres

    bajos, sus expresiones secas, la mirada dura, el rictus notablemente despiadado de la

    boca... Wesley Grover haba visto en su vida demasiados hombres como aqullos para no

    catalogarlos inmediatamente.

    Pero decidi no concederles ninguna importancia, ni siquiera teniendo en cuenta que

    acababa de verlos salir del rancho de Irving Kechtman. Cabalg la poca distancia que le

    quedaba hasta el galpn y entr.

    Ante l haba la tpica gran explanada casi circular y a la izquierda se vea la casa del

    rancho. A la derecha, y enfrente de la casa, como a unas ciento cincuenta yardas, el gran

    establo y granero que tena anexas las corralizas de mareaje y doma. Todo eso con las

    ltimas luces del da. Tambin, justo cuando estaba pasando por debajo de un gigantesco

    roble, de modo que, adems de la creciente oscuridad del ocaso, la sombra del rbol lo de

    jaba poco menos que invisible. Wesley Grover vio salir al porche de la casa a Irving

    Kechtman. Estuvo a punto de llamarlo; pero algo atrajo la atencin del marshal. Detuvo su

    caballo. Y, sin desmontar, completamente inmvil, contempl a su amigo.

    Irving Kechtman llevaba algo en la mano izquierda Lo que fuese no pesaba demasiado,

    pero su tamao era bastante considerable. Irving Kechtman haba mirado primero

    atentamente hacia el barracn de los vaqueros. Luego, a su derecha y a su izquierda. Y

    finalmente, en lugar de descender del porche por los escalones que conducan a la

    explanada, se dirigi hacia el extremo izquierdo de sta y salt la baranda.

    Realmente intrigado, Wesley Grover opt por no hacer notar su presencia. Tena el ceo,

    fruncido y sus pensamientos le estaban llevando a conclusiones molestas.

    Desmont, dej el caballo trabado en una rama baja del roble y se quit las espuelas.

    Entonces, procurando no ser visto, se dirigi hacia el lado opuesto de la casa al que haba

    visto a Irving Kechtman saltar la baranda. Rode la casa por detrs y casi en seguida vio a

  • Kechtman caminando rpidamente hacia un grupo de lamos que se vean ya como

    sombras, a unas cien o ciento veinte yardas.

    Lo que definitivamente decidi a Wesley Grover a no hacer notar su presencia a su amigo

    fue que ste, cada pocos pasos, volva la cabeza con la clara actitud de quien teme ser

    seguido o no le interesa ser visto.

    Le fue siguiendo, siempre procurando que Kechtman no le divisase, y cuando ste se

    detuvo, por fin, entre los pequeos lamos, Wesley Grover se escondi detrs de unas

    matas y desde all asisti a las actividades de Irving Kechtman.

    Este haba dejado el objeto que llevaba en el brazo en el suelo y con una pequea azada

    estaba cavando enrgicamente un hoyo. Apenas dos minutos despus debi considerar

    que era ya lo bastante grande para sus propsitos, puesto que dej de cavar y se

    enderezo. Sac un pauelo, se sec el sudor y entonces cogi lo que haba llevado hasta

    all, lo tir dentro del hoyo recin practicado y lo tap con la tierra, que apison

    fuertemente. Luego movi la tierra de alrededor de manera que sta, reseca, ocultase la

    que haba movido con la azada y que, por tanto, hubiese dejado una mancha ms o menos

    circular y de aspecto ms fresco.

    Finalmente, Irving Kechtman recogi la azada, mir una vez ms a su alrededor y tom el

    camino de regreso al rancho, a la casa. Wesley Grover lo vio pasar muy cerca de l, pero

    ya su inters haba despertado por completo. Se dijo que l no tena derecho a hacer lo

    que estaba pensando, pero, realmente, la actuacin de Irving le tena profundamente

    intrigado... y tambin casi asustado.

    Porque incluso resistindose con todas sus fuerzas, Wesley Grover no poda ocultarse a s

    mismo que le haba parecido que lo que Irving Kechtman haba enterrado era algo que

    ambos conocan muy bien.

    Esper all escondido hasta que pocos minutos despus la noche cerr completamente. Y,

    desde luego, asegurndose de que Kechtman no apareca de nuevo por all.

    Se incorpor y camin rpidamente hacia el lugar donde haba sido practicado el hoyo.

    Lleg all y, como el propio Kechtman, mir a su alrededor, por si alguien le estaba viendo.

    No era as.

    Y entonces, Wesley Grover, con las manos solamente, desenterr lo que Irving Kechtman

    haba enterrado. Sus dedos se clavaban con fuerza en la tierra, bastante floja a pesar de lo

    que la haba apisonado el ex marshal.

  • As fue cmo Wesley Grover tuvo en sus manos una pareja de alforjas de cuero en cuyas

    solapas todava pudo ver las letras y la palabra US Mail. Completamente plido, de

    pronto, a pesar de que haba estado temiendo por intuicin algo desagradable, Wesley

    Grover qued unos segundos sin saber qu hacer, mirando la pareja de alforjas como

    quien, de pronto, ha encontrado algo horrible.

    Se seren muy pronto y abri las alforjas.

    En ellas encontr unos fajos gruesos de Bonos del Gobierno. No necesitaba ninguna luz,

    aparte de la de las estrellas y el ligerisimo resplandor que llegaba de la casa, para saber

    que aquello eran Bonos del Gobierno. Los conoca muy bien. Y tampoco necesitaba luz

    para saber que los otros papeles tambin, enfajados eran billetes de Banco.

    Tras nuevos segundos de duda, Wes se dijo que, antes de tomar cualquier determinacin,

    deba asegurarse completamente de lo que estaba viendo y tocando. Se incorpor y,

    llevando las alforjas en la mano, se acerc todo lo posible a la casa del rancho. Sala luz

    por una de las ventanas laterales. Muy poca. Pero no necesitaba ms para saber

    reconocer ya indiscutiblemente lo que haba en las alforjas. S.

    Efectivamente.

    Eran Bonos del Gobierno y una cantidad en efectivo. Cont la cantidad. Segn los datos

    que le haba proporcionado Karl Heineman, el secretario del gobernador, la cantidad tena

    que ser de siete mil dlares.

    Y no.

    No.

    No haban all siete mil dlares, sino cuatro mil. Solamente cuatro mil dlares, por lo

    dems, dada la dificultad que haba entraado a cualquier persona manejar Bonos del

    Gobierno recin robados, era de suponer que la totalidad de stos estaban contenidos en

    las alforjas.

    Wesley Grover suspir profundamente. De nuevo fue hacia el grupito de lamos y enterr,

    en el mismo sitio donde las haba encontrado, las alforjas. Coloc de nuevo la tierra

    encima y, tal como hiciera antes Irving Kechtman, la apison fuertemente y la recubri

    con una ligera capa de tierra ya reseca de la superficie.

    Hecho esto, el marshal se alej de all por el camino utilizado para llegar, esto es,

    rodeando la casa por detrs, ocultndose y dirigindose hacia el gran roble bajo cuya

    sombra haba dejado su caballo.

  • Lleg junto a ste sin contratiempo, sin ser visto por nadie. Se puso las espuelas, se limpi

    la tierra que haba quedado adherida en sus manos y mont.

    Entonces cabalg hacia la casa saliendo de bajo la sombra del roble.

    Detuvo su caballo ante el porche, desmont, dejando suelto luego al animal, y subi a

    aqul.

    Cuando llam a la puerta tena ya pensado qu era lo que tena que hacer respecto a su

    triste, estremecedor... y desconcertante descubrimiento. No dira nada. Irving Kechtman

    abri casi inmediatamente la puerta. En el primer instante, Wes vio el gesto preocupado

    de su amigo; pero, en seguida, Irving sonri.

    Qu tal, Wes?

    Aqu me tienes sonri tambin el marshal. Como ves, me he apresurado a visitarte.

    Me parece estupendo. Tengo un buen whisky en mi despacho. Vamos a por l?

    Vamos a por l sonri Grover.

    Entraron los dos en el despacho de Kechtman. Era una habitacin amplia, con ventana al

    porche frontal. Haba la correspondiente mesa, un silln tras ella y otros dos delante. A un

    lado haba un aparador y una percha. En sta se vea colgado el cinto con el revlver de

    Irving Kechtman y el sombrero. En el otro lado haba una pequea librera.

    Wesley Grover dej de mirar a su alrededor y atendi la sea que le haca Kechtman,

    aceptando sentarse en uno de los sillones de delante de la mesa.

    Kechtman fue hacia el aparador, lo abri, sac una botella de whisky y dos vasos y fue

    hacia su silln. Se sent, sirvi whisky para Grover y para s y alz su vaso.

    Por este grato encuentro, Wes.

    Por este grato encuentro repiti.

    Bebieron y en seguida, tras dejar su vaso sobre la mesa, Kechtman ofreci a Grover un

    hermoso cigarro qu el marshal acept de buena gana. Bueno, Wes. Qu has

    descubierto hasta ahora del asunto?

    Nada especial. Tal como t me indicaste, mientras yo te iba dando cuenta de lo poco

    que saba sobre el asunto, parece ser que los hombres que asaltaron la diligencia y

    mataron al guarda conocen bien estos lugares. Eso es todo lo que he podido averiguar.

  • Bien poca cosa, como t comprenders. Sin embargo, espero empezar esta misma noche

    ciertas averiguaciones que quiz me ayuden.

    Eso est bien. Puedo ayudarte en algo?

    Bueno... En primer lugar, Irving, creo que debes saber que, poco despus de

    marcharnos t y Gladys de Banquete, tuve una pequea... discusin con tu hijo.

    Con mi hijo?

    As es, Irving. Fui al saloon a saludar al muchacho, pero me dispens una acogida poco...

    amistosa. Tuve que golpear a uno de sus amigos, el apache me amenaz con clavarme el

    cuchillo...

    Ya te dije que la fidelidad de Luna Llena para con mi hijo Aldo es algo casi increble, Wes.

    Bueno, eso no tiene importancia. Lo que s me molest y me importa es lo ocurrido con

    tu hijo.

    Kechtman palideci.

    Qu es lo que ocurri?

    Nada. Tuve que darle un par de golpes. Eso es todo. Pero me ha parecido que deba

    venir a darte una explicacin, ya que, posiblemente, las personas que te hayan podido

    hablar de esto quiz lo hayan hecho a su manera.

    Nadie me ha hablado de esto, Wes.

    S. Eso me ha parecido ahora cuando te has alterado al empezar a hablar yo. No te

    preocupes sonri el marshal. Ya te digo que no ha sido nada importante. Es un

    muchacho algo raro tu hijo, Irving.

    Ya lo s.

    Bueno, puesto que nada ha ocurrido y no parece que yayas a tomar represalias contra

    m de nuevo sonri el marshal por haber golpeado a tu hijo, quiz podamos hablar de

    otras cosas.

    De lo del asalto a la diligencia, Wes?

    Por qu no? Es un tema que, como comprenders, me interesa profundamente. Pero

    antes, Irving, dime una cosa. Cunto dinero le das a tu hijo?

    Irving Kechtman mir hoscamente al marshal.

  • No creo que esto sea cuenta tuya, Wes.

    Claro... Bueno, ya s eso. Pero he pensado que quiz le das demasiado.

    Es posible.

    No es bueno que un muchacho ante suelto y gastando tanto dinero, Irving.

    Deja eso de mi cuenta.

    Est bien. Supongo que desde esta maana en la calle Mayor de Banquete, no lo has

    visto.

    No. No lo he visto.

    Irving... Creo que ests siendo demasiado blando con ese muchacho. Deberas obligarle

    a trabajar, a tener una responsabilidad, unas preocupaciones... Por otra parte, te aseguro

    que los muchachos que van con l todava me parecen menos... agradables que tu hijo.

    Ya lo s. De los cuatro, todava resulta que Aldo es el mejor ri acremente

    Kechtman. Los otros se llaman Uriah Campbell, Ricky Wilson y Wilbur Barley trabajan

    cuando quieren y como quieren. Lo importante para ellos es divertirse. Y mi hijo, segn

    entiendo, lo pasa estupendamente a su lado.

    As parece. Pero si t no le dieses tanto dinero al muchacho...

    Repito otra vez, Wes, que esto no es cuenta tuya. Supongo que no vas a criticarme que

    las cosas me vayan bien. Por supuesto que no, Irving. Tan slo que me ha parecido que

    el comportamiento del muchacho es... bastante molesto. Qu tiene tu hijo contra

    Gladys?

    Nada. Cosas de muchachos. Supongo que se resiste a comprender que una mujer que

    tan slo le lleva doce aos se vaya a convertir en su madrastra. De todos modos, esa es

    una cuestin a solucionar entre mi hijo y yo. Y no pienso ni siquiera concederle la

    beligerancia de la conversacin o discusin sobre el asunto. De modo que, Wes, podemos

    hablar, si te parece, del asunto de la diligencia. Realmente no has descubierto todava

    nada que pueda ayudarte?

    Nada. Al menos de una manera consciente. En realidad, Irving, he venido a pedirte que

    maana, si te parece bien, me acompaes al lugar donde fue asaltada. Desde all

    partiremos en busca de pistas o de los posibles caminos que pudieron seguir los

    asaltantes. Me interesara, ante todo, saber si pudieron seguir probablemente

    dirigindose a Banquete o hacia otro lugar. Porque como comprenders, si existe la

  • posibilidad de que en lugar de dirigirse hacia Banquete se dirigieran hacia otro lugar, yo no

    tendr nada que hacer en Banquete.

    Comprendo eso, Wes. De acuerdo, ir maana contigo a ese sitio.

    Y otra cosa, Irving. Quisiera saber si conoces a alguien que ltimamente, en el pueblo,

    est gastando ms dinero del acostumbrado... O alguien que haya salido de un apuro

    econmico de modo inesperado... O si han llegado algunos indeseables manejando mucho

    dinero... En fin, t ya sabes. Pues no... De momento no s nada de esto, Wes. Pero, te

    aseguro que me informar y te tendr al corriente.

    Gracias, Irving. Y nada ms. Voy a marcharme, porque la verdad es que estoy cansado

    del viaje. He dormido un par de horas esta tarde, pero no, ha sido gran cosa. Ya somos

    algo viejos para cabalgar millas y millas con muy poco descanso, Irving.

    As es suspir Kechtman. Pero todava estamos vivos.

    Eso es ri Grover. Todava estamos vivos, que es lo importante.

    Se puso en pie y Kechtman lo imit rpidamente.

    De verdad no vas a quedarte ms rato, Wes? De verdad. Tengo sueo, estoy

    cansado.

    Al menos, qudate a cenar conmigo.

    No, no... Si ceno ahora, no voy a poder cabalgar.

    Era una broma. Los dos lo saban. Los dos podan cabalgar perfectamente todava millas y

    millas con el estmago lleno o vaco, cansados o descansados. Saban ambos que su

    reciedumbre se mantena ntegra. A pesar de todo, eran dos hombres duros y recios.

    Muy bien. Pues, si te parece, te espero maana, temprano para ir hacia donde fue

    asaltada la diligencia.

    De acuerdo, Irving. Hasta maana.

    Y no permitir que tu prxima visita sea tan breve, Wes.

    Para la prxima vez no lo ser. Prometido.

    Salieron los dos del despacho y poco despus aparecan en el porche. Se estrecharon la

    mano y Wes Grover mont en su caballo. Salud todava una vez ms con la mano y se

    alej de la casa.

  • Segundos despus sala del rancho de Irving Kechtman.

    Pero todava no pensaba ir a descansar. Cuando haba hecho el camino a la inversa, esto

    es, cabalgando hacia el rancho de Kechtman, haba pasado por delante del galpn de otro

    rancho en cuyo gran carteln colgado haban unas letras grabadas a fuego en la madera

    que decan: Foster Ranch.

    Es decir, el rancho de Gladys Foster.

    CAPTULO VI

    Wesley Grover encontr a Gladys Foster en el porche del rancho de sta. La muchacha

    estaba completamente sola y pareca dispuesta a ir a alguna parte.

    Gladys lo mir nerviosamente. Sonri de modo que a Wesley le pareci con cierta

    dificultad y correspondi al saludo. Buenas noches, seor Grover.

    Est usted sola? inquiri Wes.

    Gladys pareci aun ms nerviosa.

    S... S. Estoy sola.

    Bien... No quisiera molestarla, pero he ido a visitar a Irving y de vuelta a Banquete me

    ha parecido que deba pasar a saludarla. Se lo agradezco mucho...

    No s si Irving le habr contado lo que he venido a hacer a Banquete, seorita Foster.

    No... No me ha dicho nada.

    Ni siquiera cuando venan ustedes de regreso hacia su rancho? No. S que es usted

    un marshal, seor Grover. Pero eso es todo.

    Ya... Lo cierto es, seorita Foster, que estoy en Banquete para cumplir determinada

    misin. Irving se ha ofrecido para ayudarme en lo que necesite. Aunque, claro est, yo no

    quisiera entretenerle demasiado tiempo, pues, segn me ha parecido entender, sus

    asuntos van estupendamente y, claro est, ello debe requerir su mxima atencin y todo

    su tiempo.

    Gladys Foster se qued mirando a Wesley Grover como quien no ha entendido muy bien.

  • Est usted hablando de los asuntos de Irving, seor Grover?

    As es. Precisamente Irving acaba de decirme que yo no poda echarle en cara que sus

    asuntos fuesen productivos. Irving le ha dicho eso?

    S. Le parece a usted extrao?

    Bueno... la muchacha pareca turbada. No me parece extrao que Irving haya

    querido darle a usted las explicaciones que haya credo l convenientes. Lo que s me

    pregunto es por qu se ha interesado usted por ese asunto, seor Grover.

    Bueno... Yo no me he interesado especial ni directamente por ese asunto, seorita

    Foster. Lo que ocurre es que me permit hacer ciertos comentarios sobre Aldo y su manera

    de vivir, y Irving me dijo que yo no poda reprocharle que sus asuntos le fuesen bien. Me

    dijo esto porque, en cierto modo, le acus de proporcionarle demasiado dinero a Aldo

    para divertirse.

    Yo no s... Yo no s, seor Grover, qu es lo que puede haberle dicho Irving. Pero lo

    cierto es que sus asuntos no van tan bien como usted parece estar creyendo.

    Oh! Bueno... No he dicho que sea precisamente un millonario; pero por el dinero que

    gasta Aldo, es fcil comprender que Irving debe estar en una posicin acomodada.

    Gladys mir a Wesley con una expresin mezcla de reproche y orgullo.

    Seor Grover, si realmente le interesa la verdad, le dir que yo amo de todo corazn a

    Irving Kechtman. En cuanto a fortuna, los Foster no tenemos en absoluto que envidiar a

    los Kechtman.

    Wesley alz las cejas.

    Por qu me dice eso, seorita Foster?

    Porque usted parece estar creyendo que, ya que tan bien le van los asuntos a Irving

    Kechtman, yo quiz haya aceptado casarme con l para solucionar los asuntos de los

    Foster, que quiz est usted creyendo no nos van demasiado bien.

    Por el amor de Dios! musit Wesley. Cmo puede usted creer que yo haya podido

    pensar semejante cosa? Simplemente, he comentado con usted parte de la conversacin

    que hemos sostenido Irving y yo, eso es todo.

    De todos modos, seor Grover, quiero que sepa que los asuntos de Irving van casi

    francamente mal. Y, en parte, es debido precisamente a esas cantidades de dinero que

    Aldo gasta tan alegremente. Aparte de eso, Aldo ha decidido llevar una vida muy

  • particular. En definitiva, seor Grover, Aldo Kechtman es un gandul. Y dado el poco apoyo

    que presta a su padre, y las preocupaciones y gastos que le ocasiona a Irving, puedo

    asegurarle que los negocios del rancho Kechtman no van tan bien como todos

    quisiramos. Pero una vez ms, insisto en que mi decisin de casarme con Irving es

    puramente una inclinacin sentimental.

    Le aseguro, seorita Foster, que en ningn momento se me ha ocurrido pensar lo

    contrario, ni he querido hacerle a usted insinuaciones de ese tipo. Si as se lo ha parecido,

    le ruego que me perdone. Y, con toda sinceridad, le dir que en cuanto la vi esta maana

    comprend que Irving Kechtman haba encontrado... un pequeo tesoro.

    Gladys Foster estuvo mirando durante unos segundos, fijamente, a Wesley Grover.

    Pareca buscar en la expresin o en la amable sonrisa de ste un cierto matiz irnico.

    Pero no.

    No haba irona ni burla de ninguna clase en las palabras o, en la actitud de Wesley Grover,

    y la mujer, por fin, as lo comprendi. Creo que he sido un poco estpida con usted,

    seor Grover.

    No diga eso sonri ya ampliamente. Wes. Usted no me conoce. Irving s me conoce

    desde hace muchos aos y habra interpretado exactamente mis palabras, pero usted

    tena perfecto derecho a dejar las cosas bien, establecidas... por si acaso a m se me

    ocurra dudar de su sincero amor hacia Irving.

    Le amo de verdad y con todas mis fuerzas, seor Grover.

    Lo s, lo s... Pero no es necesario que nos extendamos ms sobre esto. Ya le he dicho

    que nicamente, al pasar por delante de su rancho, me dije que quiz a usted le pareciese

    una atencin del amigo de su futuro esposo que pasase a saludarla. Por lo dems, los

    comentarios que haya podido hacer respecto a los negocios o fortuna de Irving, han sido

    puramente ocasionales, sin ninguna premeditacin por mi parte. Sin embargo, le aseguro

    que quedo no poco asombrado por lo que usted me ha dicho. Estaba convencido de que

    Irving Kechtman posea una fortuna bastante importante. Pues no es as. Pero eso no

    importa, seor Grover. O s importa?

    A m no sonri el marshal. Y yo estoy completamente convencido de que a usted

    tampoco. Al nico que quiz le pueda importar es al propio Irving. Pero s muy bien que

    es hombre capaz de salir de cualquier situacin adversa... Si usted tena que ir a algn

    sitio, seorita Foster, puedo acompaarla, si me lo permite.

  • Ante esas palabras, Gladys Foster pareci recordar de pronto el motivo por el cual estaba

    dispuesta a abandonar su rancho cuando llegaba Wesley Grover.

    No... No es necesario.

    Le ocurre algo? inquiri Wesley.

    No, no...

    El marshal recurri de nuevo a su ms amplia y cordial sonrisa.

    Soy un gran amigo de Irving, seorita Foster, no lo olvide. Irving depositara en m su

    confianza en cualquier momento. No quiero atosigarla ni irritarla, pero jurara que est

    usted en una situacin un poco... apurada. Qu es ello?

    Gladys se retorci las manos nerviosamente. Iba ahora precisamente musit a

    buscar a Irving.

    Ahora?

    S. Mis hermanos han salido hace unos minutos hacia Banquete...

    Tiene usted hermanos?

    S. Tres hermanos, seor Grover. Ted, Abel y Max. Los tres son muy altos y muy

    fuertes... Y han ido hacia Banquete. Bueno... No creo que eso tenga gran importancia.

    S la tiene... Lo cierto es que Max, Ted y Abel han ido a Banquete en busca de Aldo... De

    Aldo Kechtman, naturalmente. El marshal se rasc pensativamente la barbilla.

    Y eso es algo qu le preocupa a usted?

    Es que... Mis hermanos se han enterado de lo que ocurri esta maana en el pueblo.

    Han sabido que Aldo me estuvo molestando en plena calle Mayor y han decidido ir a..., a

    hacerle comprender que no debe insistir en molestarme.

    Ya entiendo... Teme usted que ocurra algo molesto entre sus hermanos y Aldo

    Kechtman?

    S.

    Y lo mejor que se le ha ocurrido ha sido querer ir a enterar a Irving de lo que estaba

    sucediendo?

    Pues, s...

  • Creo que eso complicara las cosas, seorita Foster. Supongamos que sus hermanos se

    encuentran a Aldo y se pelean. Qu se ganara con que Irving Kechtman llegase a tiempo

    de intervenir en la pelea?

    Gladys Foster palideci intensamente. Se qued mirando con fijeza al marshal, muda de

    espanto y preocupacin. Pero algo habr que hacer susurr.

    Por supuesto asinti Wesley. Pero ni usted ni Irving deben intervenir en esto.

    Quiere decir usted con eso algo especial, seor Grover?

    Pues nicamente, quiero decir que regrese usted dentro de la casa y se dedique a sus

    quehaceres. Eso es todo. Entiendo que usted intentar arreglar...

    Lo intentar sonri una vez ms Wesley Grover Buenas noches, seorita Foster.

    Dio la vuelta y fue hacia su caballo. Cuando ya estaba montado, Gladys Foster, desde el

    porche, dijo: Mis hermanos... Mis hermanos no son hombres precisamente hbiles con

    el revlver, seor Grover.

    No importa. Acaso cree usted que para evitarle una paliza a Aldo Kechtman, que se la

    est ganando con todos los merecimientos, voy a disparar contra sus hermanos?

    Dicho esto, Wesley Grover tir de las bridas de su caballo y se alej de la casa del Foster

    Ranch.

    Cuando ya cabalgaba por terreno libre hacia Banquete, Wesley tena cosas realmente

    molestas en qu pensar. Por una parte, casi como la ms insignificante, estaba el hecho de

    la inminente pelea entre los Foster y Aldo Kechtman. Se poda temer que los amigos del

    muchacho intentasen ayudar a ste en su pelea contra los Foster.

    Y ah estaba lo malo.

    Si intervenan esos amigotes y, sobre todo, el apache Luna Llena, era ms que posible que

    la cuestin no se solventase con Unos cuantos golpes... Pero otra cuestin, todava ms

    inquietante, era la referente a la mentira de Irving Kechtman respecto a que sus asuntos le

    iban bien. Al parecer no haba dicho la verdad.

    Y. finalmente, sobre todo, estaba la cuestin de las alforjas de la US Mail que haba

    encontrado en el lugar a donde Irving Kechtman haba ido a enterrarlas.

    La sospecha, la idea respecto a cmo era posible que Irving Kechtman tuviese tales

    alforjas, era tan clara, tan ntida, que Wesley Grover se sinti, de pronto, profundamente

    deprimido y triste.

  • CAPTULO VII

    Comprendi inmediatamente, apenas entrar en Banquete, que algo estaba sucediendo. Y

    lo que fuese ocurra en el punto central de la calle Mayor. All, muchsima gente formaba

    un nutrido crculo en cuyo interior, por supuesto, se estaban desarrollando los hechos que

    llamaban su atencin. Cabalg rpidamente hacia all, desmont incluso antes de que su

    caballo estuviese completamente parado y fue rompiendo el circulo de curiosos

    rudamente, abrindose paso hacia el centro.

    All, la escena se le ofreci con toda claridad.

    Dos hombres, altos y fuertes, anchos de hombros y rostros duros y hoscos, estaban

    golpeando a Aldo Kechtman. Un poco apartados de ellos, Wesley vio a Wilbur Barley,

    Brian Campbell y Ricky Wilson que permanecan inmviles ante la amenaza, del revlver

    de otro hombre, que pareca una reproduccin de los dos que estaban peleando con Aldo

    Kechtman.

    Y, finalmente, tendido a los pies de los amigos de Aldo, estaba el apache Luna Llena, al

    parecer sin conocimiento. Grover se acerc rpidamente hacia el grupo que formaban los

    dos hombretones que estaban golpeando saudamente a Aldo Kechtman... Este intentaba

    defenderse y pona en ello todo su coraje. Pero, evidentemente, su potencia fsica ni

    siquiera habra bastado para vencer a uno solo de aquellos dos hombres. Aparte de eso, el

    estado de Aldo Kechtman se acercaba, rayaba con la borrachera. El muchacho tena ya

    partida una ceja y el labio inferior. Todo su rostro estaba manchado de sangre, pero

    pareca que an le quedaban fuerzas para continuar soportando el castigo.

    El marshal se acerc por detrs a uno de los contrincantes de Aldo Kechtman cuando

    aqul se dispona a golpearlo nuevamente en el estmago, tras recibir a Aldo en los brazos

    enviado por un dursimo, puetazo del otro hombre.

    Est bien ya gru Grover. Dejen tranquilo al muchacho.

    El hombre pareci no haberlo odo, porque prepar su puo para incrustarlo en el cuerpo

    de Aldo Kechtman. Entonces, Wesley Grover, con absoluta tranquilidad, sin dar

    importancia al asunto, sac su revlver y lo coloc en un costado del hombre que se

    dispona a golpear.

    He dicho que est bien ya, Foster.

  • Aldo Kechtman cay al suelo, primero de rodillas y luego de bruces, cuando no encontr el

    apoyo que haba significado el puo de su enemigo. Este se volvi lentamente hacia Wes y

    se lo qued mirando, irritado.

    Qu demonios le pasa a usted? Qu es lo que quiere?

    Simplemente, Foster, le estoy rogando que deje ya en paz al muchacho. Usted y sus

    hermanos ya han podido quedar satisfechos. De acuerdo. Han demostrado que no es

    conveniente molestar a su hermana. Ahora, monten en sus caballos y regresen al rancho.

    Gladys los est esperando.

    El otro herman de Gladys se acerc, de modo que Wesley se encontr delante de dos

    hombretones tres o cuatro pulgadas ms altos que l. El que se haba acercado a l y al

    que Wesley amenazaba con el revlver, farfull:

    Por si no lo sabe, amigo, tiene usted detrs un revlver que, le est apuntando.

    Lo s perfectamente sonri Wesley. Pero no creo que su hermano se atreva a

    disparar, Foster. Sera una completa estupidez. Estupidez es lo que ha cometido usted.

    Quin le ha dado vela en este entierro?

    Dos cosas continu sonriendo Wesley: una de ellas es mi revlver. La otra, esta

    placa que ustedes pueden ver ahora perfectamente. Haba apartado su cazadora de modo

    que la placa distintiva de los marshals qued claramente visible para los Foster. Enseada

    la placa, Wesley enfund el revlver y se volvi hacia el tercero de los Foster, el que

    estaba todava manteniendo a raya a los amigos de Aldo Kechtman.

    Venga usted tambin ac, Foster.

    El hombre vacil, pero, por fin, guard el revlver y se reuni con Wesley y sus hermanos.

    Est bien. Diga lo que sea, marshal.

    En primer lugar, la pelea ha terminado. En segundo lugar, espero que ustedes

    comprendan lo que podra significar