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Cadenas por cadenas Columna publicada en Vértice, 1° edición, marzo de 2012 Dos explosiones sociales surgidas en regiones, en poco más de un año, intentan constatar ante el resto del país la realidad percibida por un sector movilizado de sus habitantes sobre su calidad de vida y relación con el gobierno central. Sería poco honesto afirmar que el proceso de descentralización ha gozado de las perfecciones para lograr un debido fortalecimiento del desarrollo regional y poder autónomo. Por su calidad natural, en las regiones extremas estriban necesidades especiales en comparación a sus pares, pero comparten la misma supresión: la carencia de un efectivo empoderamiento al ciudadano de región en desmedro de la burocracia capitalina, condición necesaria para que el poder de decisión radique en las personas. No podemos llamar descentralización a la búsqueda de privilegios del Estado. Y daña aquel regionalismo que tiende a identificarse con un estatismo maquillado, ya que no es más que centralismo: afección de larga tradición que ha tratado a la región como a un infante, disminuyéndola a una relación filial. La directriz que permitirá construir un camino para su emancipación debe apuntar, necesariamente, al otorgamiento de atribuciones ejecutivas para el desarrollo de políticas públicas regionales y autonomía en materia presupuestaria. De lograrlo, el poder realmente lo tendrá la gente. En pleno desarrollo del proceso de demandas sociales, nadie se ha ocupado aún de comunicar el desafío que debemos asumir todos quienes creemos en la democracia como imperativo articulador de una sociedad política: que la misión consiste en valorar la sociedad libre tanto como a la democracia, entendiendo que sin la primera necesariamente se destrozan las bases de esta última. No podemos permitir que la libertad sea desafiada por actitudes totalitarias de una minoría, ni menos el uso de recursos como la vulneración de derechos fundamentales de aquellos individuos con quienes compartimos una organización política, por más que la causa sea justa. Esta es verdadera hermandad; porque si el objetivo de estas luchas, justamente, es el mejoramiento de las condiciones de vida de nuestra sociedad, en especial del grupo más relegado de ella, el cambio radical no puede, por nobleza, comenzar por la violación de los derechos y libertades de los sujetos en quienes radicará el resultado de una victoria. La transgresión de sus garantías, del atropello de un conjunto de disposiciones establecidas en

Cadenas por cadenas

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Darinka Barrueto J

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Cadenas por cadenas

Columna publicada en Vértice, 1° edición, marzo de 2012

Dos explosiones sociales surgidas en regiones, en poco más de un año, intentan constatar ante el resto del país la realidad percibida por un sector movilizado de sus habitantes sobre su calidad de vida y relación con el gobierno central. Sería poco honesto afirmar que el proceso de descentralización ha gozado de las perfecciones para lograr un debido fortalecimiento del desarrollo regional y poder autónomo. Por su calidad natural, en las regiones extremas estriban necesidades especiales en comparación a sus pares, pero comparten la misma supresión: la carencia de un efectivo empoderamiento al ciudadano de región en desmedro de la burocracia capitalina, condición necesaria para que el poder de decisión radique en las personas.

No podemos llamar descentralización a la búsqueda de privilegios del Estado. Y daña aquel regionalismo que tiende a identificarse con un estatismo maquillado, ya que no es más que centralismo: afección de larga tradición que ha tratado a la región como a un infante, disminuyéndola a una relación filial.

La directriz que permitirá construir un camino para su emancipación debe apuntar, necesariamente, al otorgamiento de atribuciones ejecutivas para el desarrollo de políticas públicas regionales y autonomía en materia presupuestaria. De lograrlo, el poder realmente lo tendrá la gente.

En pleno desarrollo del proceso de demandas sociales, nadie se ha ocupado aún de comunicar el desafío que debemos asumir todos quienes creemos en la democracia como imperativo articulador de una sociedad política: que la misión consiste en valorar la sociedad libre tanto como a la democracia, entendiendo que sin la primera necesariamente se destrozan las bases de esta última.

No podemos permitir que la libertad sea desafiada por actitudes totalitarias de una minoría, ni menos el uso de recursos como la vulneración de derechos fundamentales de aquellos individuos con quienes compartimos una organización política, por más que la causa sea justa. Esta es verdadera hermandad; porque si el objetivo de estas luchas, justamente, es el mejoramiento de las condiciones de vida de nuestra sociedad, en especial del grupo más relegado de ella, el cambio radical no puede, por nobleza, comenzar por la violación de los derechos y libertades de los sujetos en quienes radicará el resultado de una victoria. La transgresión de sus garantías, del atropello de un conjunto de disposiciones establecidas en

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virtud de un principio superior de igualdad de los hombres, justificada por un discurso anti abusivo, no hace más que acrecentar la injusticia.

Sin la libertad siquiera es posible pensar en producir reformas impulsadas por la misma sociedad civil. Es la libertad la razón de existencia de múltiples y variadas asociaciones de individuos, voluntariamente unidos por la persecución de un fin en común. Es ella la que permite que las distintas agrupaciones puedan manifestar su preocupación por los problemas que le son propios. Es ella la que, en definitiva, sustenta la vida social.

Tolerar que fracciones lesionen la libertad es sellar el tiempo de las cadenas; porque a la larga, condenarían su propósito a una realidad en donde las vidas y las prerrogativas sociales no serían ejercidas por estas agrupaciones. Por experiencia de los pueblos, cuando la institucionalidad expira, el poder pasa a autoridades con control total sobre los hombres. El escenario se oscurece y ningún actor social puede entrar en escena por la tensión de la cadena que la inconciencia de unos pocos ha erigido. Václav Havel, dramaturgo al que le fue negado su derecho a la educación debido a la prohibición de acceder a la universidad por ser calificado “de origen burgués”, y que sufrió durante cuarenta y cinco años el peso de las cadenas, lo expresó con sutil sátira en Carta a Húsak: “Lo cierto es que el país está en calma. Calma como una morgue o una tumba, ¿no te parece?”.

Es preocupante que la única y gran desterrada del debate público sea la sociedad libre. Sin sociedad libre no hay debate público. No hay cambio que no podamos concebir dentro de su marco. Y la sanidad de ella es obligación moral del ciudadano. Pensar y construir la República es lucha verdadera, mas no hay República ni sociedad si las atamos a cadenas. Cambios queremos. Pero que las ansias de reformar no destruyan el móvil para concretarlas: la libertad.

Darinka Barrueto Jaman

Derecho, II°

Coordinadora equipo de columnistas MGUC