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14 INTRODUCCIÓN rido en ella, la suerte de nuestra civilización se encuentra en algún modo pendiente de que sepamos emprender a favor del hombre. Montefalco, Morelos, 1 de enero de 1997 CARLOS LLANO 1. PERSONA IDEA DEL HOMBRE Y ÉTICA Para comprender los problemas éticos que afronta la empresa de nuestros días es preciso clarificar algunas cuestiones que en el momento actual están profundamente desdibujadas. Uno de los problemas éticos en las organizaciones es el des- conocimiento acerca de lo que debe entenderse por ética y los alcances que ésta posee para la vida del hombre y de la orga- nización. Hay un claro nexo entre las normas éticas y el concepto del hombre. Las primeras se deducen rigurosamente del segundo. La filosofía clásica (Platón, Aristóteles, Agustín de Hipona, Tomás de Aquino) ha definido la ética como el saber que.con- tiene las disposiciones necesarias para que el hombre se des- arrolle a plenitud y alcance una vida lograda. Los imperativos éticos son, pues, indicaciones que señalan el camino que con- duce al desarrollo del hombre. Ya se ve que esta consideración ética, como expansiva de la realidad del hombre, se contraviene con la usual de nuestro tiempo, según la cual la ética implicaría un conjunto de reglas restrictivas -no expansivas- del desarrollo humano. Para que una regla de conducta determinada pueda consi- derarse como expansión o como restricción del hombre, es preciso partir de un concepto de ser humano. En primer tér- mino, adquirir la convicción de que el hombre responde a la idea de una naturaleza determinada, y no es el producto ca- sual de las fuerzas aleatorias de la evolución biológica. Aun- que el hombre fuera el resultado de esa evolución, para ser destinatario y sujeto de normas éticas, tal evolución debería sujetarse a una orientación eidética, a un progreso con senti- do y finalidad. Lo cual equivaldría a afirmar que el hombre posee una naturaleza determinada, recibida como un don del que resur responsable, don que puede acrecentarse si ?K.l¡.)L-\()\O 1 U::d~~ '*-!'I'§''-'IWA..le.J¿o ~Oll.."'-"'\ N~c..XSt:\l.-\A 't ~a~¡-¡:.olo.l\ fte'lu!) l·ool\~'l., ==J~I2...u..~l\.l~'~ Q~ ~e- ',M.Io..llrl ~' r r Il..l lo,) C. \ P L::> ¡¿ ¿ c-rv·L ' ..:l::: \. 't"O \!)o-S .~ {;.\ o ...•.... II "'>

Capítulo Persona. Dilemas Éticos de la Empresa Contemporánea

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14 INTRODUCCIÓN

rido en ella, la suerte de nuestra civilización se encuentra enalgún modo pendiente de que sepamos emprender a favor delhombre.

Montefalco, Morelos,1 de enero de 1997

CARLOS LLANO 1. PERSONA

IDEA DEL HOMBRE Y ÉTICA

Para comprender los problemas éticos que afronta la empresade nuestros días es preciso clarificar algunas cuestiones queen el momento actual están profundamente desdibujadas.Uno de los problemas éticos en las organizaciones es el des-conocimiento acerca de lo que debe entenderse por ética y losalcances que ésta posee para la vida del hombre y de la orga-nización.Hay un claro nexo entre las normas éticas y el concepto del

hombre. Las primeras se deducen rigurosamente del segundo.La filosofía clásica (Platón, Aristóteles, Agustín de Hipona,Tomás de Aquino) ha definido la ética como el saber que.con-tiene las disposiciones necesarias para que el hombre se des-arrolle a plenitud y alcance una vida lograda. Los imperativoséticos son, pues, indicaciones que señalan el camino que con-duce al desarrollo del hombre.Ya se ve que esta consideración ética, como expansiva de la

realidad del hombre, se contraviene con la usual de nuestrotiempo, según la cual la ética implicaría un conjunto de reglasrestrictivas -no expansivas- del desarrollo humano.Para que una regla de conducta determinada pueda consi-

derarse como expansión o como restricción del hombre, espreciso partir de un concepto de ser humano. En primer tér-mino, adquirir la convicción de que el hombre responde a laidea de una naturaleza determinada, y no es el producto ca-sual de las fuerzas aleatorias de la evolución biológica. Aun-que el hombre fuera el resultado de esa evolución, para serdestinatario y sujeto de normas éticas, tal evolución deberíasujetarse a una orientación eidética, a un progreso con senti-do y finalidad. Lo cual equivaldría a afirmar que el hombreposee una naturaleza determinada, recibida como un don delque resur responsable, don que puede acrecentarse si

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siguen las normas de su desarrollo, o disminuirse en casontrario.La ética ha de considerarse, pues, como potenciadora de susapacidades personales. Para usar una metáfora moderna,onstituye el instructivo que suele acompañar al uso de cual-quier artefacto. Quien intenta utilizar el artefacto para e! final que originalmente fue destinado, ha de atenerse a las indi-aciones de uso señaladas por quien lo produjo. Tales indica-iones se considerarán como restrictivas por quien pretendemanejar e! instrumento teniendo finalidades diversas de aque-llas para las que fue precisamente diseñado. En cambio, quiense sujeta a las instrucciones, logrará que el aparato funcioneadecuadamente.Siguiendo el símil, la razón de ser del instructivo se aclarará

en la medida o grado en que e! usuario conozca la ley internadel aparato en cuestión, ya que todo el instructivo adquieresentido sólo en conexión con ese artefacto. A falta, sin embar-go, de conocimiento, basta la confianza en el constructor. Sinuestro bagaje intelectual no nos facilita la comprensión delfuncionamiento íntimo de un motor de explosión, nuestra igno-rancia puede suplirse con la confianza que depositemos en elfabricante y, por consecuencia, en el instructivo por él diseña-do. En el caso, por tanto, de no conocer bien cuál es la ley quevincula e! funcionamiento del aparato con las instruccionesque se nos dan para su uso, será necesario, en sustitución,conocer la calidad técnica de quien montó e! aparato y diseñóel manual de su utilización, y confiar en aquella calidad técni-ca, ya que no podemos apoyarnos en nuestros propios cono-cimientos (y en la medida o grado en que no podamos).Los esfuerzos racionales para intentar la vinculación de lo

uno -instructivo-- con lo otro -naturaleza del aparato sobreel que se nos instruye- son siempre positivos, porque el en-tendimiento del motivo de los señalamientos éticos es propiode la comprensión del ser humano. Son positivos, no obstante,si en el caso de la filosofía del hombre reconocemos la imposi-bilidad de un conocimiento cabal de su naturaleza, compleja,hcterogénea e insondable; por tal imposibilidad los estudiosde la antropología filosófica -y de la ética que le es consiguien-le- se diferencian del que corresponde a las ciencias natu-

rales, sean biológicas, sean sobre todo físicas, pues el objetde éstas reviste características diversas de las que prevalecenen e! ser humano, único del universo dotado de libertad.Ésta es la causa última por la que la ética se relaciona es-

trechamente con la religión, pues el saber religioso, al develarhasta donde se puede el conocimiento de Dios, creador de lanaturaleza humana, nos dará, de una parte, un mayor cono-cimiento de! hombre y, de otra, una mayor confianza en lasdisposiciones que para el hombre ha dado quien lo creó, quecompense el escaso conocimiento que tenemos de la natu-raleza que ha sido creada.'Para emplear otro símil moderno, podemos considerar la

función de las orientaciones éticas como análoga a las seña-lizaciones de las autopistas, tanto en lo que se refiere a la indi-cación acerca de la velocidad recomendada en cada tramo,como en lo que concierne a los obstáculos próximos previsibles-curvas cerradas, hielo en e!pavimento, niebla o posibles des-laves- y sobre todo a los diferenes destinos en e! caso de bi-furcación. Quien conozca la orografía, por experiencia o pormapa, encuentra un atisbo de racionalidad en estas señaliza-ciones, racionalidad que, en caso necesario, tendrá que ser su-plida por nuestra confianza en las autoridades de tráfico ve-hicular, a las que suponemos con suficiente conocimiento decausa para dotar a estas señales de la racionalidad que a nos-otros ahora nos falta.Con razón decía Karl Jaspers, existencialista alemán, doctor

en medicina y autor de profundos estudios de antropologíafilosófica (Philosophie, 1932),que en el caso de! enfermo cuen-

1 Se sabe que la Ética recibe también el nombre de Moral. Para unos, laÉtica corresponde a la normativa de la conducta humana tal como puedeobtenerse del conocimiento filosófico del hombre, mientras que el términoMoral se reserva para las normas de conducta que se fundamentan en elconocimiento derivado de la religión (así, habría una moral cristiana, unajudía, mahometana, sintoísta, etc.). Para otros, la Ética constituiría los fun-damentos del buen comportamiento del ser humano, y, en cambio, la Moralse referiria a la aplicación de esos fundamentos a la conducta humana en for-ma de reglas morales (saber que otros, finalmente, llamarán Ética Especial, laaplicada a campos concretos del hacer humano, distinguiéndola de la ÉticaGeneral que daría la fundamentación genérica de la Ética Especial). Nosotrosusaremos indistintamente los términos Ética y Moral como sinónimos, auto-rizados por la identidad etimológica de Ethos (costumbre, en griego) y Mili'(costumbre, en latín).'

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ta más la relación de confianza -incluso de amistad- consu médico, que la comprensión científica de las prescripcio-nes médicas y farmacéuticas para combatir su enfermedad.Tanto en elcaso de un motor de explosión, como en el de un

recorrido vehicular, como en el de un tratamiento médico, senecesita un factor de fiducialidad en quien tiene conocimien-to de causa, e incluso en quien es causa (del motor, del mapa,de la medicina). En el caso del hombre, de manera análoga,esta fe o confianza se hace más necesaria, por la profundidaddel asunto de que se trata. De ahí deriva el error de suspenderel comportamiento ético hasta tener una comprensión racio-nal de su fundamento. Sería equivalente a suspender un viajeaéreo mientras no se conozcan las normas de vuelo sabidaspor el piloto.Si bien la éticase refiere, primera y principalmente, a la per-

sona individual, por ser potenciadora de sus capacidadespersonales, hastael logro de su completo -aunque siempre per-feccionable- desarrollo, debe entenderse también como po-tenciadora delhombre en cuanto integrante de la sociedad enla que vive.En efecto, el hombre no se desarrolla más que si-guiendo una línea referencial, es decir, la relación con otraspersonas humanas. La 'existencia de un ser aislado es paraAristóteles (Ética a Nicómaco) propia del dios o de la bestia.Almismo tiempo, y reversiblemente, el desarrollo de la socie-dad sólo es posible mediante el desarrollo de los individuosque la integran. A diferencia de las ideologías socialistasmodernas (hoy ya prácticamente extinguidas), no es la so-ciedad la que perfecciona al individuo, sino éste quien posi-bilita la perfecciónde aquélla. Pero, a su vez, la sociedad cons-tituye un ámbito propicio o perjudicial para el desarrollo deada persona, desencadenándose un círculo virtuoso de des-arrollo, o viciosode deterioro.Partiendo del concepto de naturaleza humana definida, la

~tlea juzga sobre lo bueno y lo malo en referencia con la na-turulcza: es bueno todo aquello que expansiona las posibili-ladcs propiamente humanas, y malo lo que las encoge o im-posibilita.Las divisionesque se hacen sobre ética individual y ética so-ial :;011 artificiales. No hay ninguna cualidad humana positi-

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va, llamada virtud (capítulo VI), que no repercuta socialmen-te de manera beneficiosa. Si no se diese tal repercusión po-dríamos dudar de la existencia de tal virtud. Almismo tiem-po, no hay ninguna cualidad positiva en ninguna sociedadque no tenga su punto de arranque o fundamento en las cuali-dades individuales de sus integrantes. La mencionada divi-sión entre ética social y ética individual es preferida, aunquepor razones distintas, tanto por los socialistas como por losliberales. Para los socialistas las convicciones éticas del indi-viduo carecen de valor social. En la sociedad, más que preva-lecer determinados valores o cualidades positivas, se estable-cen procedimientos para determinar mayoritariamente lo quedebe considerarse como bueno. Aquí se encuentra ausente,según se ve, el concepto de naturaleza humana: así, será buenolo que se determine socialmente que lo sea: esta es la hoy lla-mada ética procedimental, que sería presumiblemente la úni-ca ética social que no conculcase la libertad de los,individuos.La libertad individual -con sus debidos límites establecidospor los procedimientos- será la única cualidad ética admisi-ble. Lo único que fundamentaría la norma ética es el proce-dimiento mediante el cual la propia sociedad determinara aqué normas morales quiere sujetarse. Veremos después (capí-tulo m) que el establecimiento de códigos éticos en la empre-sa tiene frecuentemente por base una mera ética de procedi-mientos, en donde se da la espalda a lo objetivamente bueno ya lo objetivamente malo.Para los liberales, en cambio, la ética sólo tiene un carácter

individual. Expresar y difundir las convicciones éticas indivi-duales resultaría atentatorio a la intimidad de los demás, quetendrían a su vez el derecho a sostener, en el ámbito privado desu existencia, sus propias convicciones éticas. La ética que encada sociedad debiera sustentarse se inspiraría bien en la fu-sión del crisol (un sincretismo resultante de la mezcla de todaslas convicciones éticas individuales), bien en la yuxtaposicióndel mosaico (una convivencia armónica de las distintas con-epciones morales que coexisten en su diversidad ofreciendoun paisaje ético multiforme pero armónico o equilibrado).Como acabamos de sostener, la frontera entre la ética indívi-

dual y la ética social es artificial y arbitraria, propiciatoria de'

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el ificultades a la postre insalvables. La ética individual tienesu expresión y su explicitación naturales en la sociedad a la queI individuo pertenece; y la ética que se vive en una sociedaduarda siempre referencia a una ética individual implícita ymuchas veces inadvertida.

NECESIDAD DE UNA OPCIÓN

La opción fundamental para la configuración de la ética es lade asumir como verdadera una idea del hombre. Esta asun-ión no debe ser subjetiva, sino que debe basarse en razona-mientos demostrativamente ciertos, si bien las orientacioneséticas no tienen el carácter de las que se desarrollan en las lla-madas ciencias positivas, y por tanto se configuran como lasque son propias de las disciplinas llamadas con acierto huma-nidades, por relacionarse de manera directa con el hombre,que es el objeto central de su estudio.La filosofía clásica ve en el hombre una clara continuidad

anatómica de las especies que evolutivamente le precedie-ron, pero al mismo tiempo, una ruptura ontológica no menosobvia con respecto a ellas, que lo coloca por encima de esasespecies, no con diferencia de grado sino fundamental o enti-tativa.Tal ruptura y superioridad se desprende de dos capacidades

que se hallan en el ser humano, ausentes en el resto de losanimales: la inteligencia y la voluntad (capítulo n). Gracias aestas dos potencialidades en el conocer y en el querer (conocerprofundo y querer libre), la persona goza de dominio sobre otraspotencias a las que el animal, genéricamente considerado, seencuentra sometido. El hombre posee, como el animal, senti-dos, instintos y tendencias sensibles, pero, por causa de suinteligencia, puede encauzados, dominados de algún modo oal menos pasar por encima de ellos. En tales condicionespuede decirse del hombre lo que no puede ser afirmado de losdemás animales con los que comparte el género: el hombre esdueño de sí.Además de esa característica de dominio propio, el hombre

('S eapaz de elevarse por encima de la particularidad de cada

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cosa, y considerada dentro de un escenario panorámico,paz de concebir el infinito y de tender a él. Esta es la segundcaracterística clásica asignada en particular al ser humano: elansia de trascendencia infinita.Dominio de sí y ansia de infinito son las dos coordenadas

que sitúan al hombre como un ente particular en el ámbito delos seres vivos ..Este venerable concepto clásico del hombreperdura con vigencia en las más serias antropologías filosófi-cas, aunque en nuestro tiempo perviven aún los restos --cuyafuerza ha disminuido a la luz de los resultados- de otras ideasdel hombre, surgidas en nuestro siglo y en nuestro siglo fene-cidas. Como estas ideas acerca de la persona humana guardanaún una cierta vigencia cultural, influyen notablemente enquienes, como dirigentes de organización, deberían poseer unaidea clara (demostrativamente verdadera, dijimos) de lo queellos son, y de lo que son las personas que de ellos dependen.La coexistencia de diversas hipótesis sobre el ser del hom-

bre origina el presente relativismo. Según éste, no puede pro-clamarse una idea acerca del ser humano que sea objetiva odemostrativamente verdadera para todos los tiempos y cir-cunstancias. El hombre puede ser juzgado según aparienciasfenoménicas, culturales e históricas, de sorprendente varia-ción a lo largo de la historia. Al mismo tiempo, cada uno denosotros se polariza en la visión de uno de los aspectos que elhombre presenta en cada coyuntura. A la diversidad del fenó-meno humano se añade nuestra parcial perspectiva -pers-pectiva aspectual-, lo que nos impediría afirmar que nuestravisión del hombre puede llegar a ser objetiva y única, en lugarde subjetiva y plural.Una de las dificultades más serias para la determinación de

la ética en la empresa, es precisamente esta consideración re-lativista de la idea del hombre, cuyos rasgos esenciales acaba-mos de describir. Los directores de empresa son capaces dedeterminar la misión que a ella le corresponde, los objetivos ymetas que deben lograrse, las políticas y criterios que guiaránsu actuación y los valores culturales que deben propiciarseen el logro de esa misión, en el alcance de esas finalidades, y enla vivencia de esas políticas y criterios. Pero, curiosamente,de entre las muchas graves cuestiones que los directivos S

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ven precisados a decidir en lo referente a las organizaciones asu cargo, se excluye inconscientemente la opción que debeestar en la base de todos aquellos actos decisorios, sin lacual éstos carecen de fundamento.Sostenemos que el primer paso para que la empresa pueda

implicar en sus actividades un comportamiento ético, es el deasumir y comprometerse con una idea definida del hombre,demostrativamente verdadera. Esta determinación no puedeeludirse, porque los pasos subsiguientes se darían en el aire.En efecto, si hemos definido a la ética como el saber que orien-ta al hombre hacia el desarrollo y plenitud de su propia natu-raleza, la carencia de una idea acerca de esa naturaleza haceimposible señalar la orientación de su desarrollo. El relativis-mo antropológico, profesado de manera que resulte perma-nentemente problemática una idea objetiva del ser humano,imposibilita el saber ético y su aplicación operativa en la em-presa. La ética es el conjunto de criterios que nos indica si algoes bueno o mejor (porque concuerda con y expande la natu-raleza humana) o si es malo o peor (porque le da la espalda ola contraviene), y el criterio no puede ser confuso y débil, por-que es lo que debe por definición dar claridad y firmeza.Hacer, pues, empresa, sin partir de una idea del hombre, equi-

vale a privar a la empresa de una orientación clara y de una fi-nalidad determinada. Esta afirmación, que resulta incuestio-nable desde una antropología filosófica bien enfocada, no esajena tampoco a la literatura actual sobre la empresa. CharlesIIandy, en La edad de la paradoja (1996, p. 139), en el capítuloque trata precisamente de "El significado de la empresa", nosdice que "examinar el lugar y significadode la empresa en nues-11'1\ sociedad" implica "el reto de encontrar de nuevo nuestrannturaleza humana".

ÉTICA DE LA EMPRESA Y ÉTICA INDIVIDUAL

Hlllil()lj dicho que en el momento contemporáneo hay unaIIlplklln c lnconsciente resistencia a asumir una idea objetivay pOI'IIIOIH'lIlc sobre el hombre. El relativismo -el relativis-mo moral sobre todo->. tiene mucho que ver con esa resisten-

PERSONA ~!,\

cia. Constituye en realidad el relativismo una falta de ('0111promiso. Si no podemos estar seguros de nada, el hOlllbnquedaría inmovilizado, postura antípoda de aquella que ,h,·IH'adoptar el hombre de empresa. El director de una organiza-ción se caracteriza precisamente por optar ante las alterna-tivas, es decir, por convertir en absoluto --esto es lo que hayque hacer- lo que antes se presentaba como relativo -puedhacerse esto o aquello-oLa decisión no convierte lo relativo en absoluto, pero lo re-

lativo deja de serlo metódicamente en cada caso de decisión.Un hombre escéptico y relativista se vería incapacitado paraoptar. La acción exige elecciones y compromisos. Pero unaselecciones se fundamentan encadenándose con otras, hastallegar a las elecciones antropológicas fundamentales. Y la másfundamental es la de determinar qué es el hombre o, mejor,quién es el hombre. Sin la respuesta a esta cuestión sería im-posible organizar a los hombres ni orientados .hacia finali-dades específicas. La dirección se invalidaría a sí misma.A fin de escabullirse de este compromiso, se ha construido

un sistema ético que denominaríamos doble moral. Para defi-nir el comportamiento ético de la empresa no será necesario-conforme a este planteamiento- acogerse a una definicióndeterminada del hombre. Bastaría definir lo que es la empre-sa, y determinar lo que es bueno o malo para ella, en cuantotal. Éste será, por tanto, un sistema diferente -vale decir, setratará de otra moral, de una moral diversa- de aquél que,partiendo de una idea definida del hombre, proceda a señalarlo que es bueno o malo para la persona.Ambas morales no tendrían que ser coincidentes. El com-

portamiento del hombre en la empresa no tiene por qué serparalelo al comportamiento del mismo hombre en otros ámbi-tos vitales -como integrante de una familia, como ciudadanode una sociedad ...-.Esta construcción de la doble moral nos evita, así, el tener

que asumir decisiones particularmente comprometidas y difí-ciles, sin impedimos el establecimiento de principios moralesde la empresa en cuanto tal.Este planteamiento rompe en el hombre su unidad de vida.

El ser humano cae en una suerte de desdoblamiento ético que

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puede denominarse sin exageración esquizofrenia moral. Elaxioma tautológico del business is business tiene precisa-mente este significado: en el mundo de los negocios podemosconducirnos de manera diferente a como nos hemos de com-portar en otros mundos vividospor nosotros. Como tales mun-dos -familia, amistades, relaciones sociales, relación política,religión, deportes, actividades de voluntariado y asistenciales,etc.- son muy variados, y en cada uno de ellos, siguiendo elmismo principio, estaríamos sometidos a criterios éticos di-ferentes, nos hallaríamos frente a una esquizofrenia moralmúltiple, cuya consecuencia es el abundante número de losCÍnicos y los hipócritas, que guardan un comportamientodiferente en cada situación vital: carecen de coherencia y per-sonalidad existenciales, no poseen unidad de vida.El hombre es el mismo en sus diversas circunstancias. Las

circunstancias no son las que lo configuran; lo característicodel ser humano -dijimos- es el ser dueño de sí, vale decir,configurador de circunstancias. Lo que nos indica que no sonlas situaciones periféricas -el hábitat psíquico o físico- lasindicadoras de su comportamiento. El comportamiento delhombre ha de ser endógeno, pues ha de derivar de-su propianaturaleza humana encarnada vivencialmente en él mismo.La doble moral es una evasión ilícita que elude el compro-

miso de la definición del ser del hombre. Hemos de pregun-tarnos, sin embargo, acerca del motivo último por el que eldirigente de empresa, acostumbrado por oficio a la toma dedecisiones, mantiene esa elusión en asunto tan fundamentaly básico para la organización, como es el de determinar y de-finir la naturaleza de los hombres que constituyen precisa-mente esa organización.Como tocamos aquí el nervio de la conducta moral huma-

na, hemos de decir que evadirse del compromiso de optar portina idea del ser del hombre no se debe a la dificultad teóricadel asunto -dificultad, por otra parte, manifiesta-, sino a algomás grave: no de carácter teórico sino de índole ética, preci-samente,Quien se compromete con una idea determinada del hom-

bre, de la cual derivan las pautas de su comportamiento, secompromete a sí mismo como hombre que es, y su compro-

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misa abarca la conducta que se deduce de la idea de hombreasumida.Por ejemplo, si se admite que la idea del hombre se ubica en

las coordenadas a que antes nos hemos referido -dominio dsí y ansia de infinito o trascendencia-, quien asume esta ideade la persona humana se compromete, como ser libre dueño desí, a las consecuencias de sus actos libres, y elimina de sí mis-mo la posibilidad de encontrar sus ansias de ser feliz en reali-dades caducas y limitadas, ya que se ha admitido como unser con apetito de trascendencia.Los directores de organizaciones pueden hallarse habitua-

dos a las decisiones que se refieren a las circunstancias o rea-lidades externas, objetivas, ajenas a la propia persona que estádecidiendo. El decidir, en cambio, la idea del hombre bajo laque se ha de regir su entera existencia, se refiere al propio yo,al propio yo y a su vida entera. El hábito de decidir acerca derealidades exteriores no se corresponde con el hábito de deci-dir que tiene relación directa conmigo mismo: puedo ser unhombre decidido en lo primero mientras qu~ guardo una per-manente indecisión en lo segundo.Ya aquí se puede aportar una prueba sobre la manera en

que la ética personal repercute en el modo de ser de las orga-nizaciones. En efecto, el hábito de decidirme, reflexivamente,en mis proyectos de existencia, y comprometerme con ellos,franquea la vía para habituarme a las decisiones que se refie-ren a asuntos exteriores, de algún modo periféricos, que seránmenos comprometedores y, por lo tanto, materia más fácil so-bre la cual elegir.Debe concluirse que la ética de la empresa no es distinta de

la ética del hombre. Como advertimos más arriba, no debe tra-zarse una frontera entre la moral individual y la moral social.Si deseamos mantener esta doble nomenclatura, lo que es deltodo legítimo, hemos de advertir inmediatamente lo que yadijimos: que no se trata de morales diferentes, ni de dos mo-rales, sino que la segunda es la expresión y trasunto de la pri-mera, y en ella encuentra su origen y cimiento.Sólo si se acepta este decisivo punto podemos hablar de la

ética de la empresa sin construida sobre arena.

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LAS DIVERSAS IDEAS DEL HOMBRE

En la civilización contemporánea, vale decir, en el presentesiglo, quizá por vez primera, o al menos con tanta fuerza, laidea clásica del ser humano cuyos rasgos principales hemostrazado (dueño de sí y ansia de infinito; es decir, libre y tras-cendente), se ha visto en la tesitura de coexistir con otras ideasantitéticas del ser humano que hasta hace apenas unos añosinfluyeron en la mentalidad de nuestro tiempo con especialvigor, sin que los hombres prácticos y de acción resultaranajenos a la influencia. Por el contrario, al ser conceptos delhombre íntimamente vinculados con su acción, ejercieron unpeculiar influjo sobre aquellos.

Materialismo

Hemos de señalar en primer término la antropología de KarlMarx (El capital, 1867). Su repercusión no se ha limitado alcampo político, ni a los países del Este. En el propio Occiden-te el materialismo antropológico marxista fue implícitamenteaceptado, aun admitiendo la más radical repulsión hacia elcomunismo.Como es sabido, el hombre, según Marx, se encuentra su-

peditado a las necesidades materiales básicas y a los modosde producción de los bienes necesarios para satisfacerlas. Setrata de un concepto materialista del hombre, por un lado, y,por otro, de un concepto del hombre esencialmente conside-rado como productor. En cuanto animal, está poseído de yconstreñido por necesidades de naturaleza material (alimen-to, habitación, vestido, calefacción, etc.); como hombre pro-ductor, intenta satisfacerlas en sociedad. La forma de relacio-narse en sociedad para producir los bienes que satisfagan susnecesidades materiales básicas, constituye la relación funda-mental de la que depende el resto de la vida de la sociedad y delhombre individual mismo.Decimos que la sociedad occidental coincide en buena par-

te con las teorías marxistas, aun sin adherirse al comunismo.

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El comunismo, en efecto, es la negación directa de la empresaprivada, institución social de la mayor importancia en la cul-tura de Occidente. Según la teoría comunista, si el hombre nopuede producir nada solo, sino en sociedad, no es legítimo quelos medios de producción -capital- ni el resultado de ésta-producto- sean propiedad del individuo, sino patrimoniocomún. No obstante, el materialismo marxista guarda unavecindad muy estrecha con el capitalismo occidental por loque ambos implican de concepción materialista de la vida.En la cultura subyacente de nuestras empresas se da la nece-sidad de la ganancia material-sea para tener más, sea simple-mente para subsistir-, un valor de indiscutible primogenitura,al que tendrán de hecho, si no teóricamente, que supeditarselos demás valores. Este .condicionarniento del hombre conrespecto a los bienes materiales, básicos o no, otorga a las em-presas privadas y públicas una manera de concebir el trabajode innegables consecuencias morales, que atenta directamentecontra la idea del hombre tal como se conserva en nuestracivilización: ya no estaría en dominio de sí mismo, sino de-pendiente de bienes que son de rango entitativo inferior, yqueda truncado su sentido de trascendencia, porque no lograsuperar esta supeditación material supuestamente constituti-va, aun en el caso de que llegara a satisfacer las necesidadesbásicas (capítulo v).La teoría de las motivaciones de Abraham Maslow (Motiva-

ción y personalidad, 1954), universalmente aceptada -lo cualno prejuzga respecto de su acierto antropológico-, presuponeal menos esta dimensión materialista de la existencia, porcuanto que la satisfacción de las necesidades fisiológicas(needs) es presupuesto imprescindible para satisfacer, e inclu-so para tener, necesidades de rango ontológico superior (metaneedsi, como el reconocimiento social, el poder, el status den-tro de una comunidad, etc., según veremos en su momento(capítulo VII).La disolución reciente de la Unión Soviética y la radical

transformación de los llamados países del Este, en donde sinstauró de modo oficialy único la teoría de Karl Marx sobre ('1comunismo, ha anulado la importancia de los diseños rnarxls-tas sobre el hombre, especialmente por los pésimos resultnrln

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económicos obtenidos, terreno único -la economía- en don-de esta teoría marxista pretendía prevalecer. Sin embargo,estos fenómenos de importancia mundial no han disminuidoun ápice la dimensión materialista de la sociedad, como tam-poco lo ha hecho el encomiable, aunque erróneo, deseo de loscomunistas de resolver mediante sus estrategias colectivas elgrave problema de la miseria material en que se encuentranhoy millones de hombres.La presencia del materialismo en una sociedad que man-

tiene aún el concepto espiritual del hombre, con el cual naciósu civilización, así como el hecho de que sea precisamente laempresa la que aliente en buena parte esta óptica materialistade la vida, representa, como también veremos, uno de los di-lemas éticos más importantes que han de encarar las organi-zaciones mercantiles de nuestro tiempo.

Psicologismo del subconsciente

Otro de los conceptos sobre el hombre que ha tomado lugarrelevante en la cultura de Occidente, y que se relaciona de unmodo directo, aunque no obvio, con el trabajo de la empresa,es el divulgado por Sigmund Freud (1856-1939) en numerosasobras (por ejemplo, Inhibición, histeria y angustia). De maneraparalela al planteamiento de Marx, bien que remota, Freud con-sidera que el hombre se encuentra impelido y condicionadopor una necesidad polar: la necesidad de satisfacer sus instin-tos sexuales. Tales instintos se hallan inhibidos por imperati-vos psicológicos y sociales, de modo que el hombre se autorre-prime incluso inconscientemente, pero no por ello el instintosexual -la libido- desaparece: al revés, adquiere impulsosmás fuertes en el ámbito subconsciente del hombre, lo cualxplica una buena parte de las neurosis y enfermedades psí-quicas en general. El subconsciente, como una poderosa cajade resonancia, influye de un modo directo sobre el comporta-miento consciente del hombre, modo que se analiza mediantela técnica del psicoanálisis, que pone al descubierto las su-puestas causas de aquellas enfermedades.Igual que la del marxismo, la reduccionista concepción freu-

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diana del hombre, que queda referido a la necesidad scxunlde forma imperante sobre las demás necesidades, ha perdidorelevancia en el momento actual. Nunca, en efecto -y t'll

buena parte debido a las intuiciones de Freud-, han sido so-cial y pedagógicamente abolidas tantas represiones y tabúesen nuestra sociedad, en el orden de las relaciones sexuales, ynunca se han hecho tan patentes los desequilibrios psíquicoshumanos. Más aún: toma fuerza ahora la hipótesis de qutales desviaciones psicológicas del hombre contemporáneo,de gravedad mayor al parecer que en el pasado, guardan unaclara relación de causa y efecto no ya con la represión del sexo-como dijo Freud- sino con su indiscriminada liberación,como de algún modo consiguió.De cualquier manera, aunque el pansexualismo freudiano y

su consiguiente técnica del psicoanálisis hayan sido desen-mascarados como inválidos, ha quedado fijo en las relacioneshumanas uno de sus postulados antropológicos más impor-tantes -y en cierta dosis verdadero-: la importancia delsubconsciente en la conducta del hombre, aunque se con-sidere generalizadamente que no es el aspecto sexual el cen-tro de la subconsciencia humana.Es en este punto en donde una teoría aparentemente tan

alejada de las actividades de las empresas, se introduce enellas de manera ya inesquivable. Las denominadas relacionesindustriales, cuyas riendas han estado durante decenas deaños en manos de psicólogos profesionales -destinatariosdirectos de las teorías freudianas-, han sobrevalorado a nues-tro juicio los fenómenos subconscientes de esas relaciones.Como ya dijimos, no puede negarse la decisiva influencia delsubconsciente en nuestra conducta. Algunos avances obte-nidos en las investigaciones de Freud y sus seguidores nopueden objetarse. Pero el concepto filosófico clásico del hom-bre (de Platón y Aristóteles, Agustín y Tomás de Aquino)sostiene, al contrario, el papel protagónico de la razón y de lavoluntad por encima de los sentimientos -conscientes ono-; y las organizaciones necesitan dir'ímir aquí proble-mas relevantes en orden al carácter racional, positivo y cons-ciente del hombre, o a su carácter irracional, condicionado einstintivo, para definir la primacía de estos factores antropoló-

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gicos en las relaciones humanas de la organización o colectivode que se trate.

Evolucionismo

De Charles Darwin (1809-1882),y particularmente de su apor-tación bibliográfica principal (El origen de las especies pormedio de la selección natural, 1859), parece desprenderse unconcepto del hombre opuesto al que arranca de las concepcio-nes griegas platónicas y aristotélicas y que ha permanecidovigente hasta nuestros días. Darwin enfatiza la continuidadbiológica del cuerpo humano en relación con las especies ani-males, y seres vivos en general, que temporalmente le pre-cedieron. De tal continuidad biológica, el darwinismo -tal vezno Darwin-s- parece concluir que el ser humano no supera lacondición animal que se encuentra en su origen. No obstanteello, la trascendencia del hombre, los fenómenos peculiarescon los que se conduce y de los que hablaremos posteriormen-te (capítulo n), no han quedado desmentidos -no podría ha-cerlo- por la teoría evolucionista del ser humano.La evolución de las especies ha dejado hoy de ser una hipó-

tesis, yel origen animal de la raza humana es innegable. De ahí,sin embargo, no puede concluirse -y muchísimos científicosno lo hacen- que el hombre sea sólo animal, aun admitiendola procedencia animal de su organismo. Ya Pío XII, en su encí-clica Humani Generis (1950), ha explicado claramente la com-patibilidad que existe entre el evolucionismo (como hipótesiscientífica entonces) y la naturaleza espiritual del hombre, siem-pre que se sostengan determinados supuestos, claramentesostenibles dentro del evolucionismo más aceptado.No obstante, lo que ha dejado de ser hipótesis para conver-

tirse en un presunto error, ha sido el mecanismo de la super-vivencia del más fuerte (survival of the fitest) y de la lucha poresa supervivencia (struggle for life) como causa decisiva yprácticamente única de la evolución, entendiéndose ésta comola emergencia de seres vivos de orden cada vez superior,mejor adaptados para la conservación de la vida y la repro-ducción de la especie, hasta el arribo del fenómeno humano,escala indudablemente suprema en la serie de los vivientes.

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En efecto, la heterogeneidad, riqueza y variación de las ~~NIHcies, y sus complejas manifestaciones, no pueden expllcnrs.por un procedimiento tan simple como el pretendido pOI'

Darwin. Las investigaciones intracelulares posteriores (qudescubrieron los cromosomas y los ácidos ribonucleicos) pa-tentizan que el fenómeno evolutivo para ser transmisible a ladescendencia requiere de mutaciones más profundas que lasque se logran por una mera lucha vital sostenida por un orga-nismo ya constituido. Ello, sin mencionar que el cálculo dprobabilidades convierte a la teoría evolucionista estrictamen-te darwiniana en un verdadero imposible biológico.?La hipótesis evolucionista respecto del ser del hombre se ha

convertido en una tesis. Pero ello se logra admitiendo otrastesis complementarias de mayor trascendencia. En efecto, laevolución no aparece como un proceso mecánico, fatal y ciego,sino teleológico e inteligente: es decir, está orientado hacia unafinalidad que no se encuentra implícita en los organismos in-feriores iniciales, sino que parece proceder de una inteligen-cia ordenadora superior al proceso mismo. Es decir, la visiónteleológica de los estadios evolutivos (esto es, el presupuestode que tales estadios van surgiendo conforme a una intencióntrascendente) nos lleva a una visión teológica de ella, esto es,la evolución no desplaza la necesidad de la existencia de Dios,como los postdarwinistas aventuraron, sino que, antes al con-trario, la exige.La teoría evolucionista del ser vivo no compromete el hecho

-por otra parte patente- de que el hombre tiene dominio desí, vale decir, no está condicionado por las fuerzas que anató-micamente le dieron origen, y ansia de trascendencia, esto es,el impulso de superar e ir más allá del proceso que lo origina,en vez de quedar clausurado en sus límites. Esta ansia de tras-cendencia (más aún, de infinito) es ya un factum por el que elhombre es de suyo trascendente a su propio proceso original,como la independencia del hijo respecto de sus padres; impli-

2 Baste considerar, por ejemplo, que la formación de un mero elementopropio del ser vivo (no ya de una célula viva), como una enzima, cuenta conuna probabilidad de 20 elevado a la 200 (cuyo resultado es un número de 130cifras), mientras que el número de átomos de que se considera compuesto eluniverso es de sólo 10 elevado a la 100.

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ea una naturaleza que es ya trascendente, por esa sola circuns-tancia, con respecto a ellos.Pero, curiosamente, lo que persiste aún en la sociedad con-

temporánea es la presunta validez de los mecanismos median-te los cuales tendría lugar la superación evolutiva, mecanis-mos que, por su dinámica simplicidad, han sido generalmentesuperados por los mismos evolucionistas. La competenciade unos con otros, la supervivencia del más fuerte, ha sidouna hipótesis ilegítimamente trasladada del campo de laevolución biológica del animal al ámbito de la sociologíahumana.Ilegítirnamente, por dos motivos: porque ya se encuentra

desacreditada en el propio terreno de la biología animal, yporque nada nos autoriza para suponer que los supuestos bio-lógicos animales serán válidos en la sociología humana.Sea lo que fuere, la competencia se considera el motor cen-

tral del individuo en la sociedad, de modo análogo, si no esque idéntico, a como los seres vivos se comportan en un me-dio hostil, en donde sólo llega a sobrevivir el que tenga caracte-rísticas competitivas sobresalientes.Centrándonos en nuestro foco de interés, debemos recono-

cer que el elemento de competencia tiene su campo de progre-so y promoción precisamente en el terreno de la empresa. Ensu interior y en su exterior. En su interior, porque la compe-tencia, según veremos (capítulos IV y v), se ha erigido en la víapara ascender, sea de rango de autoridad, sea de sueldo; yen su exterior, porque la competencia, dentro de un mercadoasumido como estático, es la preocupación principal de unasempresas respecto de otras que acceden al mismo mercado.Esta postura competitiva a ultranza, endógena y exógena,

puede refutarse con los mismos recursos que han sido sufuente: el comportamiento biológico de los animales. No esverdadero que la competencia posea la clave de la superviven-cia; hay especies biológicas que sólo pueden subsistir mante-niendo la fuerza asociativa, casi gregaria, gracias a la cuallogran competir con sus adversarios del entorno, sean vivos,sean climatológicos. Decir que los hombres, dentro de unasociedad hostil, sólo subsisten gracias a la competencia, esuna simplificación inadmisible y errónea. Basta por ahora

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con sembrar la duda acerca de si el hombre consigue mas pe 11medio de la asociación con otros que a través de la competencia con los demás. El director de empresa no debe incorporo rdogmáticamente una actitud darwiniana como si el asuntoestuviera ya científicamente decidido. Si no nos autorrestrin-gimas a una óptica biológica sino que adoptamos una visiónpropiamente humana, es decir, ética, cuando una personaconsidere con la dignidad que le corresponde de suyo (capítu-lo 11), no podrá ser destinataria de una competencia total dnuestra parte; debemos considerada como un verdadero sujetode cooperación con los otros en muchísimos aspectos de su viday de la nuestra.

El superhombre

En estricta relación con la posición combativa -struggle forlife- de Darwin, se encuentra -desde otro supuesto comple-tamente diverso- el revolucionario concepto del hombre sus-tentado por Frederick Nietzsche (1844-1900). Este conceptodel hombre es expresamente presentado por Nietzsche comola contradicción del concepto clásico hasta entonces vigente,y como el adversario que debe ser abatido, especialmente siconsideramos al hombre no sólo en su sentido clásico sinotambién en su sentido específicamente cristiano. En su obrapóstuma, Voluntad de dominio, se presenta a la moral cristianacomo una moral de esclavos, de la que debemos prescindirpara dar cabida al superhombre. El cristianismo inventó elconcepto de Dios como contraconcepto de la vida del hombre,aplastando sus instintos, sus alegrías y su exuberante pujan-za. Esta actitud cristiana ante la existencia podría expresarse,aunque nuestro autor no lo haga, como dominio de la voluntad:cuando la voluntad deja de dominarse a sí misma, debe ejercerla voluntad de dominio sobre los demás para expansionar lasposibilidadesde la propia vida.Lamoral sufre así un giro de 180grados. Si la civilización occidental propugna por un tenor desociedad en donde se manifiesta la fuerza de la ética, lo queNietzsche proclama es, al contrario, la ética de la fuerza.La influencia de Nietzsche y de su concepto del hombre

resulta indiscutible. Su posición entusiasma a todo aquel que

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no se aviene con las fórmulas cristianas de armonía, obedien-cia y compromiso, y desea autoafirmarse en la soberbia de supropia vida. Sin embargo, la postura de Nietzsche ha decaídoen su vigencia social debido a los catastróficos resultados quejustificada o injustificadamente se le atribuyen.Son muchos (Hischberger, 1963) quienes consideran que

en el fondo de su filosofía, se esconde una secreta admiraciónal alemán de la raza fuerte, al hombre del norte y ario, que ha-bría inspirado el surgimiento del nazismo.No obstante, las consignas ideológicas de Nietzsche han

encontrado eco en la empresa contemporánea, en donde laeficacia se traduce con facilidad en fuerza competitiva, agre-sividad, dominio del mercado, como si se tratase de una ocupa-ción militar, yen su interior prevalece la concepción del poderautoritario, hasta constituirse en un lugar prototípico de ladisciplina, régimen antes propio de los conventos y de loscuarteles, y ahora también, al parecer, de la empresa.No decimos que este tenor adquirido por la empresa, rígido

e inflexible, tenga su origen directo o inmediato en las ideasde Nietzsche. Nuestro autor ha extrapolado esa dimensión delhombre que se llama afán de poder; pero esa dimensión existeantes de Nietzsche y seguirá existiendo.Lo que queremos indicar es que nuestro autor ha imbuido

con su teoría acerca del comportamiento del hombre a unasociedad contemporánea que encuentra en ella cimiento o piepara dar una nervadura intelectual a lo que podría llamarseun enfoque germánico o ario de la sociedad. Tampoco quere-mos decir que la férrea disciplina de las empresas se encuen-tra generalizada; hay corrientes muy definidas del manage-ment que señalan certeramente el bajo tope de rendimientocuando se trata al hombre unívocamente como un soldado: sepuede obtener de él, en el mejor de los casos, disciplina ydocilidad, pero no participación, integración, aportacionespositivas por encima de lo estrictamente debido, creatividad,etcétera.Sí podemos decir, con ningún temor a equivocarnos, que el

llamado superhombre, tal como Nietzsche lo concibe, se en-cuentra en las antípodas de lo que debe entenderse como hom-bre de organización. Tomando la expresión de un estimado

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colega, lo que las organizaciones necesitan no son supcrlunttbres, sino hombres superiores.Esta voluntad de dominio y poder ha tenido posteriormenu

una versión psicoanalítica en Alfred Adler (1870-1937), disct-pulo de Freud, para quien el pansexualismo de su maestro I'C-

sultaba exagerado, siendo mucho más importante el deseo depoder, como sostiene en su obra Un estudio de la inferioridadorgánica y su compensación psíquica, factor decisivo de todapersona humana, cuya insatisfacción puede originar profun-dos trastornos psicológicos.Por causa del uno -Nietzsche- y del otro -Adler-, apun-

talados por la inequívoca experiencia humana, no pocos diri-gentes de organizaciones están convencidos de que debenconceder a sus hombres una cuota de poder; de lo contrarioquedaría sin satisfacer su inclinación humana natural, conconsecuencias disfuncionales para la organización.Como el poder es aislacionista y disyuntivo (capítulo VIl), la

así llamada cuota de poder desmembra a las empresas, divi-diéndolas interiormente en un conjunto de reinos de taifas queningún manager será después capaz de coordinar.

Conductismo

De la teoría evolucionista, cuando aproxima indisorimínada-mente al hombre y al resto de los animales como pertenecien-tes a un mismo orden ontológico, con simples -y pequeñas-diferenciaciones de grado, se deriva otra teoría, ya no sobre elorigen del hombre sino sobre su conducta. El ser humanodebe conducirse y ser conducido conforme a su condición:esto es, como un animal.Lo que caracteriza al comportamiento de los animales es

precisamente la relación inequívoca que en ellos se da entreel estímulo exterior que reciben, y la respuesta interior con queactúan. La conducta del hombre -a fuer de animal- es pre-decible. Bastará, según Watson (1913) y Skinner (1917), lospropagadores de esta teoría, conocer la ley que une cada es-tímulo o conjunto de estímulos, con cada respuesta o conjun-to de respuestas. En el caso del hombre no hay duda de que la

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ley conectiva entre los unos y las otras es sumamente com-pleja, pero ya conocemos de ella -dicen-lo suficiente paradar base a un conjunto de procesos inductores de la conductahumana.A estas alturas del siglo, se sabe ya que esta hipótesis de la

conducta humana es muy débil, y ello por razones contrarias:de un lado, al considerar que el hombre es un animal, empiezaa comportarse como aquello que se espera de él, y se convierteen un animal, condicionado como mero receptor de estímu-los y sin capacidad alguna para actuar por su cuenta, privadoen lo absoluto de espontaneidad y arranque creativo. Pero,de otro, el ser humano se opone a ser conducido y conducirsecomo un animal, con la consecuente rebeldía ante sistemas opersonas que pretenden conducirlo así. Occidente no conocíaun suceso tan generalizado, y tan evidente en su caso, comola reacción estudiantil llamada "revolución del 68".En la empresa contemporánea aún quedan claros residuos

de conductisrno, al punto de que numerosos responsables delas relaciones industriales suscribirían sin temores una buenaparte de los procesos conductistas en el manejo de sus hombres.No cabe duda de que, en lo mucho que el hombre tiene de

animal, su comportamiento sigue la conducta de éste; el errorde la hipótesis conductista es el reduccionismo: pensar que elhombre es animal resulta totalmente legítimo. Lo que es ilegí-timo es pensar que sólo es animal. Cuando requerimos delhombre un comportamiento propiamente humano, como selo piden con frecuencia las circunstancias, el conductismoentra en caminos de rotundos fracasos: el sistema de ense-ñanza fundamentado unívocamente en premios y castigos, en-cuentra su término a los pocos pasos. El hombre es indomes-ticable (como lo son, es cierto también, muchos animales).

El hedonismo de Marcuse

La conocida tesis de Herbert Marcuse, de gran popularidaden los años sesenta, se vale de elementos marxistas y freudia-nos, quintaesenciando el materialismo de ambas corrientesantropológicas.

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Siguiendo a Marx, Marcuse considera que el hombre NU 1'11

cuentra enajenado en la sociedad actual, reprimido pOI' 1:1 1'11

cionalización de la productividad, que lo encajona en los crunnos del capitalismo, a quien sirve. Y siguiendo a Freud Vlt'llIa decir que tal represión por las exigencias productivas, queobtura la natural tendencia libertaria del hombre, llega a equl-pararse a la supresión de los impulsos de la libido por parte delsuper ego o paradigma que la sociedad ofrece al hombre comideal al que debe ajustarse (The one dimensional man).Se requiere en el mundo actual una revolución económica

al modo marxista, que nos desencadene de las exigencias delcapitalismo. Pero también, y paralelamente, una revoluciónpsíquica que nos libere de los tabú es que reprimen nuestrosinstintos sexuales. No hacen falta muchas explicaciones parapercatarnos de que el constreñimiento al que se encontrabasometido el hombre, según Marcuse, tenía un marcado corteconductista.Los movimientos contestatarios y hippies, también de los

años sesenta, pusieron de manifiesto la inviabilidad de unasociedad concebida en términos de liberación de vínculos enlugar de consecución de proyectos. Esta inviabilidad no erasólo social-no hay ninguna sociedad que pueda subsistir sinun trabajo racionalizado y serio-; era también individual, por-que el hombre no avanza un milímetro en su camino hacia lafelicidad, no llega al ápice de su plenitud, mediante el meroexpediente de desvincularse de compromisos: el hombre, paraserlo, debe aspirar a metas que no sólo lo expresen expansiva-mente, sino que, además, supongan el logro de algo superiora sí mismo y a sus tendencias más primitivas.La concepción del hombre por parte de Herbert Marcuse es

expresamente adversa al modelo de sociedad laboral propicia-do por la empresa contemporánea. Parecería, por tanto, que lainfiltración de las teorías marcusianas en las organizacionesmercantiles sería imposible. Sin embargo, también aquí laempresa ha sido víctima de ellas, y de una manera no acciden-tal ni adventicia.De una parte, no podemos olvidar que muchos hippies de

ayer son los directivos de hoy, con toda la secuela de maloshábitos que, aunque parcialmente superados, guardan aún una

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ulta y agazapada vivencia que se manifiesta sobre todo enlos momentos de crisis laboral.Por otro lado, permanece en el entorno la idea, no original

de Marcuse, pero por él vigorizada, de que el trabajo es unaactividad que se encuentra al margen de la verdadera vida lo-grada del hombre. Con otras palabras: la genuina vida huma-na se encuentra después del trabajo, o, más aún, el trabajo es elprecio que el hombre tiene que pagar para poder vivir la vidaque merece la pena. Esta concepción de la vida humana escoincidente con una de las tesis de Karl Marx frente a LudwigFeuerbach, según la cual el hombre no debía agotar su existen-cia en elmero trabajo productivo ---en lo que estamos de acuer-do- para dedicarse a la crítica literaria, a la caza o a la pesca-decía no sin idealismos-. Pero debe distinguirse entre caeren el totalitarismo del trabajo y la suposición de que la autén-tica plenitud de la vida humana se halla en el llamado tiempolibre y no en el trabajo, como si el trabajo no fuera uno de losfactores -y principal- del vivir bien. Chalmeta (1996) y Ga-burro (1993) ponen de manifiesto un retorcido y paradójicofenómeno contemporáneo, derivado de una concepción im-propia del tiempo libre, que genera en los hombres la necesi-dad de conseguir ingresos cada vez más altos para alcanzaruna calidad superior dei tiempo libre, al punto de que esa in-tensificación del trabajo nos priva del tiempo libre que me-diante él estábamos buscando, conduciéndonos poco a pocoa una autosupresión del tiempo libre mismo.Tal situación genera sistemas de objetivos entre las organi-

zaciones y los individuos que se potencian entre sí: las orga-nizaciones quieren menos personas trabajando más horas,porque eso les ahorra gastos generales, y, por su lado, las per-sonas quieren ganar más dinero. Juliet Schor (1992) califica aeste fenómeno de intercambio fáustico de dinero por tiempo,creándose un ciclo vicioso de trabajar y ganar más, sin tenertiempo para disfrutar lo que se gana.Esta idea de que el trabajo no es intrínsecamente realizador

del ser humano, sino sólo un penoso medio para conseguir talrealización, sitúa el polo de las motivaciones humanas en fac-tores, circunstancias e ingredientes extrínsecos al trabajo,con consecuencias importantes en perjuicio del mismo traba-

PERSONA tU

jo, como luego se verá.I Todo ello implica, según dlco ()I t \/JIbarz (1995), una concepción impropia del tiempo libre, r011siderando que es el ocio, el no hacer nada, lo que plenificnrtual ser humano, y que el trabajo -especialmente si es fOl'zoso- resultaría restrictor de sus posibilidades, lo cual es deltodo falso.

CONCLUSIONES

-La ética representa la ciencia del verdadero desarrollo delhombre, y no de su constricción como muchos suponen. Porello, es necesario partir de un concepto del hombre para teneruna idea precisa de la ética, esto es, del desarrollo del hombreasí concebido.-La filosofía clásica ha delineado una idea del hombre que

persiste subyacente en todas las grandes civilizaciones dura-deras de la historia. En un resumen sucinto, diríamos que con-forme a la filosofía clásica, el hombre se caracteriza por dosnotas: dominio de sí mismo y afán de trascendencia.-La ética debe, por consiguiente, señalar un tenor de vida

que sea potenciador de estos dos atributos del hombre, parahacerlo más hombre.-Sin embargo, a lo largo de este siglo han aparecido di-

versas concepciones supuestamente fuertes del ser del hom-bre, contrarias al concepto clásico vigente. Aunque tales con-cepciones han mostrado su debilidad congénita dentro delmismo siglo en el que aparecieron, feneciendo prácticamentecon sus propaladores, han dejado sus restos, a veces de ma-nera no banal, dentro del modo de trabajo de la empresa.-Nos hemos referido al hombre tal como lo concibieron

Marx (materialismo), Freud (psicologismo del subconsciente),Darwin (evolucionismo), Nietzsche (superhombre), Skinner(conductismo) y Marcuse (hedonismo libertario). Estas dis-tintas concepciones del ser humano generan consecuentemen-te modos de conducta diversos y, también por ello mismo,éticas diferentes, aunque sólo una de ellas constituiría el ver-dadero desarrollo del verdadero hombre.

3 Cfr. capítulo VII.

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-Quien asume la tarea de conducir el trabajo de una em-presa atenido a una universalidad ética acertada, debe nece-ariamente optar por un concepto del hombre que sea, por unJado, demostrativamente verdadero y, por otro, sociológica-mente viable. Esta es una tarea de la que el empresario no pue-de eximirse, pues la causa principal, a nuestro juicio, por laque han fracasado los intentos de reivindicar la moral en la em-presa, reside precisamente en emprender la tarea de una co-dificación ética, sin optar previamente por una idea de esehombre cuya conducta pretende éticamente codificarse.

II.DIGl'

EMPRESA y PERSONA HUMANA

La empresa puede definirse desde diversas perspectivas y ma-neras. Nosotros la consideramos de un modo fundamental yfilosófico, y, además, universalmente aceptable. El fondo ra-dical de la empresa puede ser admitido pacíficamente portirios y troyanos: nos encontramos ante una comunidad depersonas. Será necesario sin duda especificar más acotada-mente los elementos especificadores gracias a los cuales esapeculiar comunidad de personas que es la empresa se diferen-cia de otras comunidades que cuentan con una naturaleza di-versa y/o con finalidades diferentes. Pero, por de pronto, se-ñalamos y subrayamos este carácter mínimo y básico definidocomo comunidad de personas.Las versiones modernas de la empresa, al menos como se

hallan descritas en los manuales, siguen un derrotero defini-torio diverso, que es conveniente descubrir, cuando se tratadeuna aproximación filosófica y antropológica.En efecto, las definiciones o descripciones que se hacen de

las empresas se vierten sobre las actividades o elementos queaportan las personas. Así, se dice que la empresa es un con-junto de capital -o instrumentos productivos-, organizacióny trabajo. Esta descripción de la empresa no es objetable, peroresulta, digámoslo así, excesivamente objetivista.El capital no es ni ordinalmente ni ontológicamente el fac-

tor principal de la empresa. Por ello, ni debe asignársele esnombre, que señala su capitalidad y principalidad, ni debmencionarse en primer término. A su vez, la organización,igual que el capital, se expresa con un término igualmentobjetivista, como si la organización fuera algo ya dado, si 11mencionar cómo o por quién se ha dado; lo dado, además, /-lO

reviste de un carácter estático: parece que la organizaclón 1'/1

algo terminado y definido, puesto ahí, como se puso el <'[11'1

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