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LA HISTORIA DE COLOMBIA EN NUEVE POEMAS SATÍRICOS Y HUMORÍSTICOS De una mirada a la antología Colombia en la poesía colombiana: los poemas cuentan la historia Robinson Quintero Ossa En las siguientes páginas me detendré en nueve textos satíricos y burlescos que, entre muchos, compilé para la antología Colombia en la poesía colombiana: los poemas cuentan la historia, obra ganadora de la convocatoria “Literaturas del Bicentenario” del Ministerio de Cultura de Colombia - 2010, que acaba de publicar la Asociación Cultural Letra a Letra, bajo el cuidado editorial de Luz Eugenia Sierra. Éstos servirán a mi propósito de demostrar que aquello que oprime y aflige a la Colombia de nuestros días, está anticipado y descrito por esos versos aviesos de los poetas colombianos de los siglos pasados. Considero pertinente, en tiempos de conmemoraciones de una insumisión tan dudosa que nos obliga a pensar en nuestras innegables sumisiones, volver a lo que nos dicen esos nueve poemas para, sin caer en adusteces ideológicas, ni políticas ni estéticas, sentar un signo de conciencia en medio del estupor de las celebraciones.

Colombia en poemas satíricos

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Robinson Quintero Ossa ofrece 9 poemas de corte humorístico.

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LA HISTORIA DE COLOMBIA EN NUEVE POEMAS

SATÍRICOS Y HUMORÍSTICOS

De una mirada a la antología

Colombia en la poesía colombiana: los poemas cuentan la historia

Robinson Quintero Ossa

En las siguientes páginas me detendré en nueve textos satíricos y burlescos que, entre

muchos, compilé para la antología Colombia en la poesía colombiana: los poemas

cuentan la historia, obra ganadora de la convocatoria “Literaturas del Bicentenario” del

Ministerio de Cultura de Colombia - 2010, que acaba de publicar la Asociación Cultural

Letra a Letra, bajo el cuidado editorial de Luz Eugenia Sierra. Éstos servirán a mi

propósito de demostrar que aquello que oprime y aflige a la Colombia de nuestros días,

está anticipado y descrito por esos versos aviesos de los poetas colombianos de los

siglos pasados. Considero pertinente, en tiempos de conmemoraciones de una

insumisión tan dudosa que nos obliga a pensar en nuestras innegables sumisiones,

volver a lo que nos dicen esos nueve poemas para, sin caer en adusteces ideológicas, ni

políticas ni estéticas, sentar un signo de conciencia en medio del estupor de las

celebraciones.

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POEMA 1

El ladrón se subía al árbol de las frutas por un bejuco que colgaba desde

arriba. Un día, Iga se subió por el bejuco ese para seguir robando la fruta.

Jurama llegó y, como no sabía que alguien estaba arriba, cortó el bejuco; pero

tan mala fue su suerte que el bejuco se balanceó y al volver al punto de partida

golpeó en el ojo a Jurama.

De golpe se le salió el ojo, que fue a parar en el oriente, convirtiéndose en una

estrella de la mañana, que se llama Monalla Okudo, tomando el mismo nombre

de Jurama.

En ese instante quedó tuerto.

Fue el primer tuerto que hubo.

El primer gesto de humor inscrito en la poesía colombiana, o por lo menos en la poesía

escrita en el territorio que hoy ocupa Colombia, está en este pasaje del mito de la

creación del mundo de las comunidades indígenas del Putumayo, que relata la leyenda

de la creación de las frutas y que acaba, como lo habrán figurado ustedes, dibujando al

sol como “el primer tuerto que hubo”. Este guiño levísimo de humor no es ocurrente en

otras piezas de la poesía precolombina de nuestro entorno, dedicadas a cantar asuntos

religiosos y cósmicos, a crear atmósferas mágicas y misteriosas; la anécdota divertida,

el esparcimiento del espíritu en la risa, no es usual en esta escritura marcada más por el

ensueño que por la razón; por la leyenda que por la realidad.

Como quiera que sea, esta entretenida alusión al astro rey como “el primer tuerto

que hubo” nos pone en alerta sobre el desconcierto con que los historiadores europeos

llegados a América comentaban los relatos indígenas de los principios y orígenes del

mundo. El padre español José de Acosta, a finales del siglo XVI, en su Historia natural

y moral de las Indias, publicada en 1590, transmitía sus dudas sobre la sensatez de los

sucesos narrados por los aborígenes del Nuevo Mundo, de este modo: “saber lo que los

mismos indios suelen contar no es cosa que importe mucho; pues más parecen sueños

los que refieren, que historias”. El misionero añade luego con la misma incredulidad:

“va lleno de mentira y ajeno de razón lo que cuentan los indios […] todo lo de antes es

pura confusión y tinieblas, sin poderse hallar cosa cierta”.

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Hoy para nosotros resulta comprensible lo que para los cronistas españoles fue

confusión y tinieblas. La relación entre historia y poesía se ha entendido a través del

tiempo como la misma que existe entre ciencia y arte, razón y sueño, veracidad e

invención. Evidentemente para José de Acosta, como para su contemporáneo, el filósofo

y político inglés Francis Bacon, la historia no podía ser otro asunto que el de la ciencia

de los hechos, nunca el de la imaginación de esos hechos; la historia no podía ser otra

cosa que el relato comprobado de los acontecimientos, no poesía (ese arte de decir la

verdad mediante la mentira).

POEMAS 2

A GUATAVITA

Una iglesia con talle de mezquita,

lagarto fabricado de terrones,

un linaje fecundo de Garzones

que al mundo, al diablo y a la carne ahíta.

Un mentir a lo pulpo, sin pepita,

un médico que cura sabañones,

un capitán jurista y sin calzones;

una trapaza convertida en dita.

El Ángel de ganados forasteros,

fustes lampiños, botas en verano;

de un ¿cómo estáis?, menudos aguaceros.

Nuevas corriendo, embustes de Zambrano,

gente zurda de escuelas y de guantes,

aquesto es Guatavita, caminantes.

Este segundo poema es de Hernando Domínguez Camargo (Santa Fe de Bogotá, 1606 –

Tunja, 1659). Escrito con las medidas y cadencias propias de la poesía barroca del Siglo

de Oro español y con el mismo aliento humorístico de la literatura picaresca europea, su

trama se entretiene en contrastar la decadencia y el aislamiento de la colonial Guatavita

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con la magnificencia de la Guatavita de la época de la Conquista, cuando los españoles,

voraces por los metales y las minerías valiosas, imaginaron sus calles cubiertas de polvo

de oro, espejismo que estimuló el rumor según el cual en el fondo de su laguna

reposaban los tesoros lanzados por los caciques muiscas en los rituales de sus

ceremonias religiosas. En el soneto, Domínguez Camargo resalta los absurdos de dicho

mito oponiendo a ese “pueblo de calles de oro” otro en el que la modorra, los embustes,

los fingidos abolengos y en fin, la insulsa vida parroquial (“un médico que cura

sabañones,/ un capitán jurista y sin calzones…”) es todo El Dorado que relumbra.

“A Guatavita” inició un extenso repertorio de textos dedicados a pueblos y

ciudades de Colombia, unos en elogio y otros en diatriba. Por el lamento burlón con que

se traza a este pueblo venido a menos, el poema se emparenta con aquel soneto del

“primer tuerto que hubo” la poesía colombiana, Luis Carlos López, titulado “A mi

ciudad nativa”, que pulsa con el mismo mohín irónico la decadencia de una Cartagena

que ofreció grandeza en épocas pasadas. Leamos:

Pues ya pasó, ciudad amurallada,

tu edad de folletín… Las carabelas

se fueron para siempre de tu rada…

¡ya no viene el aceite en botijuelas!

Fuiste heroica en los años coloniales,

Cuando tus hijos, águilas caudales,

No eran una caterva de vencejos.

En los días que corren, esa tradición del poema que trata con ironía la

decadencia de nuestras ciudades, su mala hechura, sus personajes notables y anónimos,

sus acontecimientos sensatos y ridículos, permanece. Así describe, por ejemplo, el poeta

Henry Luque Muñoz en su poema “Al conquistador Gonzalo Ximénez de Quesada”, a

la Bogotá de hoy, con cerro de Monserrate y TransMilenio. Nótese en este pasaje del

texto que transcribo a continuación, el mismo gesto burlón, la misma decepción frente a

una realidad patética que se aprecia asimismo en los sonetos” de Domínguez Camargo y

Luis Carlos López.

Estás en el cielo por haber pacificado,

pero no te dejan dormir las almas

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que sucumbieron bajo tu espada.

En el corazón de Bogotá te hemos levantado

el monumento

–que estorba el tránsito– y una avenida

donde el aguacero orina con inundaciones.

Bogotá, donde Llorente dijo: “Me cago en Villavicencio y en todos los

americanos”. Bogotá: donde comenzó la Independencia de Colombia.

POEMA 3

CONGRESO FEDERAL

Aunque electo en verdad no fue ninguno

principal ni suplente, a cada puesto

vienen los tres, por turno pre-dispuesto

para coger tres viáticos por uno.

Un proyecto, además, cada tribuno

de auxilio a su sección u otro pretexto,

trae para darle un tajo al presupuesto

y repartirlo en comité gatuno.

Nadie hace nada, excepto su negocio,

y al abrir la sesión, si no hay achaque,

responder a la lista de prohombres.

Y los diez meses de pillaje y ocio

Se van, para volver pronto al ataque,

y esto es Congreso, y Patria, y Leyes, y Hombres.

“Congreso federal” es de Rafael Pombo (Bogotá, 1833-1912). Soneto virulento contra

las cabezas de la patria, lo compuso el poeta bogotano –con la misma mano con que

escribió sus fábulas y moralejas infantiles– muy probablemente en la medianía del siglo

XIX, comentando las resonancias que dejó la Constitución de 1858, sancionada bajo el

gobierno conservador de Mariano Ospina Rodríguez (1805-1886), que formalizó la

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creación de los Estados soberanos de Panamá, Antioquia, Santander, Cauca,

Cundinamarca, Boyacá, Bolívar y Magdalena.

En esta pieza insolente, el poeta de “Hora de tinieblas” denuncia la corrupción

de los congresistas, su ineptitud y desvergüenza, y su desentendimiento, carácter y

proceder que hoy se atisba en la mayoría de los congresistas colombianos, movidos por

la indolencia y el oportunismo. En los inicios del siglo XIX, Francisco Ignacio Mejía

Vallejo (1753-1833) se adelanta a Pombo en el arte de denunciar los embrollos y

tensiones de nuestros convencionistas cuando compone estas dos traviesas cuartetas

para acusar la pelea entre bolivarianos y santanderistas en la Convención de Ocaña de

1828, convocada por Simón Bolívar para evitar el derrumbe de la Gran Colombia a

través de una reforma a la Constitución de 1821. La contienda irreconciliable entre los

tildados como autoritarios y centralistas y los reputados como constitucionalistas y

liberales –contienda de “perros y gatos”–, malogró la convivencia y se impuso a Bolívar

como libertador presidente.

Sumo las cuartetas jocosas de Francisco Ignacio Mejía, muestras de los primeros

textos de humor político de la poesía colombiana:

CONVENCIÓN

Dicen que van para Ocaña

a hacer la gran Convención,

el tigre, el perro, el león,

el mico, el mono y la araña.

Ay, Dios, y qué malos ratos

anuncia la Convención:

¿tendremos paz, habrá unión

entre los perros y los gatos?

Como anoté en renglones anteriores, muchos de los males actuales de la política

colombiana están ya tramados en estos dos poemas del siglo XIX: la podredumbre

moral, las disputas partidistas y regionales, la avaricia, el clientelismo y la retórica

proselitista. Muchos años después, Luis Carlos López pondría tintas sobre ese espíritu

espinoso y revanchista de los sectores políticos tradicionales del país en “Perspectiva

halagüeña”, soneto bisojo que nos sitúa en la tercera década del siglo XX y ante la

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muerte en Roma de Enrique Olaya Herrera (1880-1937), presidente de Colombia

durante el período 1930-1934.

PERSPECTIVA HALAGUEÑA

Aún está caliente el cadáver del doctor

Enrique Olaya Herrera y ya se barajan

muchos candidatos para ocupar el

solio presidencial.

GABRIEL TURBAY

Con la muerte de Enrique Olaya Herrera

no vamos a pasar muy buenos ratos,

ya que pronto vendrá una gazapera

fenomenal de perros y de gatos.

Y en la enorme trifulca venidera

tendremos que correr como pazguatos,

pues hasta nuestra humilde cocinera

nos tirará a la crisma ollas y platos…

Porque todos en esta tremolina,

verbigracia, el tendero de la esquina

y el tinterillo aquel de faz risible,

querrán subir al solio entre pedradas,

tiros, bayonetazos, puñaladas

y mil ajos… “¡Oh gloria inmarcesible!”

¡Oh júbilo inmortal!

POEMA 4

DESPLAZADO

Yo a la verdad no me enojo

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pero tampoco me alegro,

al ver que en todo Rionegro

tengan el rabo en remojo.

Yo no soy manco ni cojo

para ponerme a esperar.

Vengan a hacerme pelar,

porque aunque estoy algo viejo

para escapar el pellejo

lo mejor es emigrar…

Rionegro, patria querida,

con cuánto dolor te dejo,

tienen menos un pendejo

que lo ha sido de por vida.

Te dieras por bien servida,

si yo solo fuera pero,

patria mía, considero

que es tanto guanabanismo (majadería)

que faltarte yo es lo mismo

que quitarle un pelo a un cuero…

Este cuarto poema, también de Francisco Ignacio Mejía Vallejo, denuncia uno de los

trastornos que asolaron a Colombia durante el siglo XVIII, el desplazamiento forzado

de campesinos. No está en sus versos el testimonio lastimero de mucha de nuestra

poesía política y social; al contrario, en su arenga está el sabio humor de quien se burla

de su propia causa y desventura. “Desplazado” avisa sobre el fenómeno del desarraigo

impuesto sobre los millones de despojados que en los días que corren, como en el

pasado, prefieren emigrar para “escapar el pellejo”.

Un largo siglo y medio después del poema de Mejía Vallejo, un poeta costeño,

Héctor Rojas Herazo, devela un retrato conmovedor de la llegada de los campesinos

desplazados a las ciudades. En su texto, el autor de Las úlceras de Adán detalla con

ineludible asombro a la tropa de desheredados que hacinan las esquinas de las urbes. A

diferencia del poeta antioqueño, quien grabó su experiencia con una desolación

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salpimentada por la ironía, Rojas Herazo la expone en su poema “Los desplazados” con

dolor y dramatismo, con desesperada impotencia:

Llegaban en montón duros y solos.

Con harapos de sueño,

con quijadas de vaca bramando entre sus ojos.

Llegaban en montón y estaban solos.

La mujer con su esposo entre las uñas.

El hombre con su madre y con sus hijos

nadando en su saliva y en su vientre

y el niño sin saber de sus pupilas

entre tanto estupor desmemoriado.

Sentían, sin mirar las azoteas,

las múltiples ventanas,

el ovillo de luces,

el camino que olvida su terrón

y se vuelve oficina y puerta seca,

cemento, sin sabor y policía.

No con otro temperamento podía Rojas Herazo describir la impresión que le

produce el desplazamiento obligado de aldeanos a las ciudades capitales. Por los

tiempos que se escribe el poema, alrededor de tres millones de campesinos, en su

mayoría indígenas y afrodescendientes, eran sacados de sus tierras por grupos

guerrilleros y paramilitares –muchos de ellos en connivencia con narcotraficantes,

terratenientes y poderosos grupos económicos– que les despojaron de más de 5.5

millones de hectáreas de tierra. Rojas Herazo finaliza su poema así:

Llegaban desde atrás,

desde ellos mismos:

de la siembra quemada,

del monte que se hunde hoja por hoja,

madera con estruendo,

piedra con llaga y diente con blasfemia

y se vuelve con rabia contra el hombre

y le muerde la casa

y le arranca el cabello

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y le rompe su atrás y su delante

y le llena los dedos de preguntas,

de furor y preguntas degolladas.

Cada uno era un grito,

un terrible silencio que miraba

lleno de toro y sol crucificado

cada uno estaba solo,

sólo con él,

sin nadie entre sus huesos.

Todo lo que fue día, siembra, abrazo,

lecho y fatiga, lámpara y amigo,

estaba entre sus pechos destrozado.

POEMA 5

BOLÍVAR

A su estatua en Bogotá por Tenerani

¿Qué miras? Ya no hay pábulo de gloria

Que tu mirada fulminante encienda.

¿A quién hablas? No hay alma que te entienda

Ni quien guarde tu acento en la memoria.

¿De qué planeta o cumbre de la historia

Caíste aquí, descaminada prenda?

¿Qué hallas en esta universal merienda

De tu ideal de lucha y de victoria?

Torna a dormir, y el bronce de tu manto

Esconda de la alteza de tus sueños

Realidades que excitan asco y llanto…

Mas ¡ay! tú mismo, en tus amargos ceños,

Viste tu centenario… Ese es tu canto.

Padre tan grande de hijos tan pequeños.

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“Bolívar” fue escrito por Rafael Pombo mientras contempla la estatua del libertador

que, hecha por el escultor italiano Pietro Tenerani, fue situada en la plaza mayor de

Bogotá en 1846. En sus endecasílabos el poeta habla, más con sorna que con humor,

más con acidez que con ánimo jovial, de la incomprensión que rodeó el proyecto

político del guerrero independentista, de lo fútil de su gloria de paladín y de lo inútil de

su lucha. “Bolívar” es otro de los muchos perfiles que sobre héroes de la Independencia

pululan en nuestros álbumes poéticos.

Sobre el mismo Bolívar, de hecho, pero contra su figura, se conoce un epigrama

atribuido a Luis Vargas Tejada (1802-1829), enconado contendiente del libertador y

reconocido seguidor de Francisco de Paula Santander (1792-1840), principal opositor al

poder de Bolívar. Vargas Tejada fue señalado como conspirador en la noche

septembrina de 1828, que tuvo como propósito el asesinato del que entonces actuaba

como presidente de La Gran Colombia. Obligado a huir, desde su aislamiento parece

haber divulgado estos versos:

Si a Bolívar la letra con que empieza

y aquella con que acaba le quitamos,

oliva, de la paz símbolo, hallamos.

Esto quiere decir que así al tirano

la cabeza y los pies cortar debemos,

si una paz duradera apetecemos.

La invitación a cortar la cabeza y los pies del “tirano” es resuelta y belicosa; sin

embargo contiene, al mismo tiempo, el calambur mordaz, el chiste malvado que

caracterizó a muchos de los textos políticos y clandestinos de aquélla época.

En nuestro pasado siglo XX, un poema de Óscar Hernández Monsalve (1925),

canta a otra escultura de bronce de Bolívar, tal como lo hiciera cien años atrás Rafael

Pombo. En este texto también es notable el verso amargo e hiriente que lamenta el

sueño malogrado del libertador. Contemplemos este monumento:

Simón, hijo del padre y de su espada,

dando albergue a los pájaros.

Simón Batalla que envainó los gritos

en todas las cubiertas de los árboles

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se nutre ahora de un silencio metálico.

Simón universal, Simón América,

guarda como una plaza fuerte

la sombra de sus parques,

sus invisibles puertas y su hierro.

Conquistador de estanques y de araucarias,

te hemos cambiado el llano por los peces,

los Andes por una niebla oscura,

te cambiamos la espada por los pinos

y los estribos desbocados por una piedra muerta

sobre el césped.

Dejé escrito unos párrafos atrás que la estatua de Bolívar por Terenani fue situada

en 1846 en la Plaza Mayor de Bogotá. Pues bien, una anécdota que tiene como trama

este mismo monumento, sucede en dos cuartetas de las que algunos ponen como autor a

un poeta anónimo, y otros a Clímaco Soto Borda (1870-1919), integrante de la tertulia

La Gruta Simbólica, quien a comienzos del siglo XX dio tanto que hablar por sus

apuntillas humorísticas contra políticos y escritores. La anécdota cuenta que a instancias

del Congreso de la República, la susodicha estatua miraba hacia el norte de la plaza

mayor, donde estaban situados los almacenes comerciales, entre ellos el del afamado

“indio” Rodríguez Nieto. Un día cualquiera se ordenó girar la orientación de ésta hacia

el capitolio; entonces una nota jocosa apareció al pie de la estatua:

Bolívar con disimulo

Y sin faltarle al respeto,

Resovlió voltearle el culo

Al indio Rodríguez Nieto.

Fue voz popular la cólera del indio Rodríguez Nieto y su promesa de perseguir al

autor del anónimo para ponerlo en sus trece. A los pocos días, otra cuarteta invicta y sin

firma, asomó al pie del pie de la estatua:

Bolívar con disipeto

y sin faltarle al resmulo,

resolvió voltearle el nieto

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al indio Rodríguez culo.

Las estrofas las recogió Daniel Samper Pizano en su anti-antología Versos

chuecos: las mejores peores poesías de la lengua española, y son una muestra de cómo

el juego con el vocablo que apunta al chiste sarcástico ha bajado de su caballo, o de su

pedestal, a muchos héroes que pululan en monumentos de plazas y plazuelas del

Colombia.

POEMA 6

A RAFAEL NÚÑEZ (TRAIDOR)

Núñez murió y de contado

tocó a las puertas del cielo.

–¡Quién es?, preguntó asustado

San Pedro que había pasado

toda la noche en desvelo.

–Yo soy Núñez. Y el portero

dijo con voz varonil:

–Si es Núñez el del Cabrero

que guarden todo el dinero

y escondan las once mil.

San Pedro franqueó la entrada

a éste, y él le respondió:

–Donde no hay plata sellada

ni mujer, no existe nada…

¡Me voy al infierno yo!

Con voz triste y compungida

Núñez llamó a Satanás;

Y éste dijo: –Por mi vida

que a las puertas en seguida

les pongan diez trancas más.

El retrato de los políticos avariciosos y corruptos es motivo frecuente de la poesía

satírica y humorística de Colombia. Rafael Pombo, Epifanio Mejía, Ciro Mendía, Jorge

Pombo, Clímaco Soto Borda y Hernando Martínez Rueda, Martinón, entre otros,

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trazaron soplones y acusones a figuras de distintos bandos políticos en diferentes

épocas, legando textos relevantes en este género que, infortunadamente, en el siglo XXI

parece desaparecer. Una de esas piezas admirables es el anterior retrato burlón del poeta

Rafael Núñez (1825-1894), quien como político, entre 1880 y 1894, ocupó la silla

presidencial de Colombia en cuatro ocasiones. Hecho por Manuel Uribe Velásquez

(1867-1893), el poema caricaturiza a Núñez como un hombre corrompido y lujurioso.

Pero esa nombradía de Rafael Núñez como un individuo deshonesto y libidinoso

contribuyó a que un segundo retrato del autor del himno nacional de Colombia fuera

trazado por el lápiz de Rafael Pombo. Nótese en este texto cómo la identidad del líder

Regeneracionista no es revelada de una vez; está sugerida por la adivinanza. Miremos

de cerca este retrato con acertijo.

¿QUIÉN ES?

Alma de envidia, de odio y egoísmo,

ruin en todo, en presunción gigante,

subió al poder por artes de tunante,

y no a servir a la nación –a él mismo.

Dilapidó el tesoro sin guerrismo

como eximio patrón “regenerante”

y abierto y blando a todo traficante

a los probos mantuvo en ostracismo.

Creciendo en apetito, emprendió avaro

perpetuarse en el mando, y a sus fieles

metió en su albur con cínico descaro;

mas viendo en contra suya aun los cuarteles

optó desamparando a la cuadrilla

ni un solo día perder de sueldo y silla.

Otro poema ejemplar en este estilo ponzoñoso que desdibuja a los políticos

colombianos, entre muchos que escribió a modo de estelas funerarias el poeta

antioqueño Ciro Mendía (1892-1979), es “Epitafio de Guillermo León Valencia”,

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político conservador que ocupó el solio presidencial en el período 1962-1966 como

segundo mandatario del llamado Frente Nacional, acuerdo partidista que buscó poner

fin a la violencia de mitad del siglo XX entre liberales y conservadores. Guillermo León

Valencia, para más señas, fue hijo del poeta parnasiano Guillermo Valencia (1873-

1943). Mendía, sin fingimientos, traza al Valencia presidente como un gobernante

holgazán e inepto. Pongámosle el ojo a este epitafio malvado:

Yace bajo estas desoladas peñas,

ya sin bigote –golondrina ausente–

el que fue de Colombia Presidente,

de la Casa Valencia por más señas.

Cazador y burócrata, en sus breñas

cobró piezas de pelo reluciente,

hizo un gobierno pálido, indigente,

de pereza y de prácticas pequeñas.

Eso fue apenas. Deja aquí vencido,

oh, caminante fiel, al bien caído

rector soberbio. Que si torna al paño

y le da por discursos y decretos,

a la Patria la pone en mil aprietos.

Rézale, que dormido no hace daño.

Lo que se aplaude hoy de los epitafios de Ciro Mendía –como bien lo resalta

Joaquín Mattos en sus notas literarias a la antología Colombia en la poesía colombiana:

los poemas cuentan la historia– es que éstos fueron escritos cuando las personas que

eran blanco de su verso burlón estaban vivas. Sus estelas funerarias, pues, anticipaban la

gloria o la deshonra públicas para quien era motivo de su aviesa caricatura. No faltan,

sin embargo, en sus sonetos lapidarios, el humor zumbón sin apostillas sarcásticas,

como cuando imaginó el “Epitafio para Carlos Lleras Restrepo”, presidente de

Colombia en el período 1966-1970, cuya reluciente calva fue motivo de burla de poetas

y caricaturistas: “Falleció de un resfrío, porque inquieto,/ con su pistola de agua un

guapo nieto,/ le perforó la calva a quemarropa”.

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POEMA 7

CRIADA BOGOTANA

Usó primero frisa, después regencia,

chaqueta con hombreras y angosta manga;

en el blanco pañuelo mucha Kananga,

y en la cara burlona poca inocencia.

¡Al principio, un prodigio! ¡Qué diligencia!

¡Cómo sazona y friega, cuál se arremanga!

Muy juiciosa, muy dócil, es una ganga

con botines: el colmo de la decencia.

Transcurre un mes, al cabo rompe una copa;

se tarda cuando sale por la cocina;

o un hilo de su trenza deja en la sopa.

Luego, ¡abur!... Y se escapa de la cocina.

¿A dónde irá la pobre sin cama y ropa?

¿Quién lo sabe? El agente que está en la esquina.

El séptimo poema que cuenta con verso burlón no hechos pero sí personajes de la

historia de Colombia es la anterior instantánea de un hombre de a pie, de un anti-héroe,

de una criada bogotana. Su autor es Julio de Francisco, poeta bogotano que vivió entre

1864 y 1903. El retrato costumbrista del individuo anónimo e ignorado, trazado con

desenfado y espíritu divertido, también ha sido motivo recurrente de la poesía

colombiana de todas las épocas.

El lienzo de Julio de Francisco nos lleva a otro bastante cómico de su galería de

retratos. Éste, despiadadamente mordaz –que alude a las condiciones de pobreza de

campesinos y artesanos del siglo XIX, que obligó a éstos a conseguir préstamos de

dinero a altos intereses, en tiempos en que, como en la Colombia del presente,

campeaba la usura atroz– es el de un cobrador. Detengámonos un momento en este

cuadro:

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EL COBRADOR

¡Cazador admirable! No hay esquinas

Libres de aquellos ojos buscadores;

Conoce los más hondos corredores

De pasajes, hoteles y oficinas;

Aparenta creer en las ladinas

Patrañas de los malos pagadores;

Y se le ablandan ásperos deudores

Porque es paciente y de maneras finas.

Nada su afán maléfico distrae;

Sobre la presa inadvertida cae

en momentos de huelga o de sosiego.

¡Oh, despiadado sér! ¡Cuán bueno fueras

Si tu importuno oficio prosiguieras

Paralítico, mudo, sordo y ciego!

Gracias a la poesía que hace suyo lo anónimo y lo ignorado del mundo, tenemos

los dos anteriores retratos de personajes cotidianos de la Santa Fe de Bogotá de finales

del siglo XIX, para algunos despectivos y clasistas con las proles, para otros

sencillamente reveladores, documentos de una época. Sea como sea, ellos adelantan los

retratos que trazarán luego algunos poetas colombianos en el siglo XX sobre personajes

menores de la historia de Colombia. De hecho, Jaime Jaramillo Escobar (1935), poeta

nadaísta, remeda en la siguiente prosa a un culebrero jovial, suerte de milagrero

callejero, cuya retahíla promete curar con poesía el dolor y el mal vivir. La letanía, en

uno de sus apartes, dice así:

Problemas en el amor, problemas de salud, problemas de dinero, problemas de

trabajo, la poesía lo resuelve todo, la poesía hace milagros.

Peor sólo la mía, fíjese bien, ¡no se deje engañar de la competencia!

Page 18: Colombia en poemas satíricos

POEMA 8

EN EL SANGRIENTO COMBATE DE AMALFI

Solamente murió una vaca;

No hubo otra novedad.

PARTE DEL JEFE DE OPERACIONES

¡Salud, oh mártir de la Patria mía!

vaca infeliz a quien el hado fiero

arrojó de metralla un aguacero

en la toma de Amalfi un negro día.

Tú, que llena de ardiente valentía,

no pensaste siquiera en tu ternero

para expirar con ánimo severo,

en frente de la casa de mi tía.

¡Tú, la única víctima expiatoria

de aquel duro combate tan reñido,

dame un ramo del mirto de tu gloria,

o bríndale a mi numen decaído,

para entonar un himno de victoria,

tu postrer melancólico bramido!

Este soneto, que provoca la hilaridad in súbito de quien lo lee, es de Camilo Arturo

Escobar (1874-1906). El lector notará la ironía sugerida en la frase “sangriento

combate” de su título. Para el poeta decimonónico, como para los colombianos que

coexistían con la violencia partidista de aquella época, era inimaginable registrar una

contienda bélica en el que su resultado no fuera la sangre de la matanza. Ese humor

desde el absurdo, desde la paradoja distendida, lo agradeceríamos hoy en un texto de

alguno de los poetas colombianos. Pero es difícil; la realidad presente de Colombia es

macabra e inasible por el humor. La violencia de guerrilleros, paramilitares,

Page 19: Colombia en poemas satíricos

narcotraficantes y delincuentes comunes suma alrededor de 18.000 colombianos

asesinados cada año.

Pero rasgos de esta realidad criminal están ya anunciados en una juguetona

cuarteta escrita bien a finales del siglo XIX o comienzos del XX, muy en el estilo de los

juegos con vocablos. Su autor es el ya citado poeta liberal Clímaco Soto Borda, cuya

fiebre partidista lo llevó a denunciar del siguiente modo las acciones de los

conservadores durante la Guerra de los Mil Días, que tuvo lugar en Colombia entre

octubre de 1899 y noviembre de 1902, . Nótese el afán de Soto Boirda por darle sentido

y gracejo a un verso chueco, a una rima forzada:

El gran general Pulido

en la batalla El Cocuy

mató dos mil liberales

y se quedó fresco muy.

Esta guerra civil de años y siglos entre colombianos tiene también un cronista en

la poesía del siglo XX, siglo ignominioso para Colombia. Hablo aquí de José Manuel

Arango (1937-2002), quien no ya con avisado humor sino más bien con signos de

vergüenza y a modo de amonestación, casi desde un silencio que exige dignidad y

atención, advierte la violencia que sacudió por las décadas de 1980 y 1980 a Medellín,

esta vez a causa de la guerra entre el estado colombiano y los narcotraficantes.

LOS QUE TIENEN POR OFICIO LAVAR LAS CALLES

Los que tienen por oficio lavar las calles

(madrugan, Dios les ayuda)

encuentran en las piedras, un día y otro, regueros de sangre

Y la lavan también: es su oficio

Aprisa

no sea que los primeros transeúntes la pisoteen

POEMA 9

Los poemas también han servido de cuadriláteros para las peleas entre los poetas de

Colombia, en tiempos anteriores y en nuestros días. Las controversias entre escritores,

Page 20: Colombia en poemas satíricos

además de la anécdota de la enemistad, legaron algunos textos bastante irascibles y

divertidos. La envidia y el celo literario tienen a la letra herida como principal

instrumento de defensa y ataque, ocurrente en sátiras y difamación. En Colombia es

recordada por su enconada euforia la controversia entre José Asunción Silva y los

imitadores de Rubén Darío, a los cuales el poeta de “Gotas amargas” despachaba por su

afán de acicalar hasta la melosidad el lenguaje de la poesía, parodiando el mundo de

pajes y princesas y azules del poeta nicaragüense.

Silva se burla de los epígonos de Darío del siguiente modo, en un poema que

firmó con el seudónimo de Benjamín Bibelot:

Liliales manos vírgenes al son aplauden

y se englaucan los líquidos y cabrillean

con medievales himnos al abedul,

desde arriba Orión, Venus, que Secchis lauden

miran como pupilas que cintillean

por los abismos húmedos del negro tul

del cielo azul.

También son célebres en la canalla literaria colombiana las tropelías entre

Eduardo Castillo y José Eustasio Rivera, las diatribas de Rafael Gutiérrez Girardot

contra Guillermo Valencia, Julio Flórez y otros bardos piedracielistas y cuadernícolas.

Sumemos también las trifulcas de León de Greiff (1895-1976) y de los poetas del

llamado grupo Piedra y Cielo, a quienes aquél tildó como pasionistas pueriles y

“narcisos poetillos de aguachirle” –agravio usado siglos atrás por Francisco de Quevedo

contra Luis de Góngora, en una zambra renombrada–. Leamos sobre este tema el

siguiente revoltoso sonetín faceto:

Abur! Agur! Narcisos de hojalata!

Juan Ramonetes de algodón y cera.

“Cómo era, Dios mío, cómo era?”

Cómo sería, diablos! esa chata?

Cómo sería? Imagen, si barata,

para la pentadáctila manera

de amar de los narcisos de la huera

Page 21: Colombia en poemas satíricos

pasión pueril que en vivo no las cata.

Agur! Abur! Narcisos poetillos

de aguachirle, aguasosa y aguatibia!

idos a balbucir a esos de Libia

yermos de arena y cielo, Edén de grillos!

La de Cabronne os perdoné, parola:

más podeísla gustar con coca-kola…

Pero no sólo la sátira a quemarropa virulenta los poemas que los poetas dedican a

sus colegas de versos. También está el retrato elogioso, aunque salpimentado por el

humor, muy en el trazo de la caricatura elocuente y bromista. De Ciro Mendía, cuyos

epitafios mordaces ya hemos citado en este texto, vale la pena sumar este “Epitafio para

Jorge Zalamea”, prestigioso traductor de Saint John Perse, pero además poeta,

ensayista, narrador y dramaturgo, quien protagonizó junto a otros escritores y

pensadores como Luis Vidales, Luis Tejada, León de Greiff y Ricardo Rendón, la

revolución cultural de comienzos del siglo XX. La leyenda para la urna del autor de El

sueño de las escalinatas reza así:

Bajo este pan de tierra enamorada,

se hace el dormido Jorge Zalamea

y con su gran silencio se recrea,

porque supo que aquello no era nada.

Su mente de belleza embanderada

puso al servicio de la libre idea:

aun por el Viejo Mundo corretea

su voz de alto oleaje, huracanada.

Fue del talento nacional la espuma;

un carácter, un signo y una pluma,

una pluma con naves y con nubes.

La Muerte al verlo caminar –¡qué ceño!–

Page 22: Colombia en poemas satíricos

le dijo: –Pero, hijo, así no subes,

ni las escalinatas de tu Sueño.

Otros perfiles en los que volcaron su ánimo bromista los poetas colombianos

fueron las semblanzas sobre artistas, algunas de ellas realmente graciosas. Por ejemplo,

ésta de Darío Jaramillo sobre Margarita Cueto, la intérprete mexicana de canciones de

ópera, danzas, boleros, rancheras y tangos, llegada en 1968 a Medellín, semblanza de la

cual quisiera sumar un fragmento que habla por la burla directa que sostiene el poema,

entretenido en resaltar, no tanto a la figura artística como al personaje que, aún en vida,

ya es un documento museográfico.

A fines del año pasado llegó Margarita Cueto a Medellín.

Venía en un gran tanque de formol, y semejaba una de esas imágenes de

cera que parecen bañadas en esperma;

desde día antes se sentía un insoportable olor a crisantemo y las polillas

habían invadido el aeropuerto.

(Antes de que Thomas Alba Edison inventara el fonógrafo, doña Margarita

repartía sus días entre ensayar Taboga con Juan Arvizu y espantar los

diminutos gusanos de la muerte).

Fue aquél un espectáculo digno de verse: un oxidado cañón encontrado en

Chorros Blancos saludó el aterrizaje del avión,

y en ese preciso instante resucitaron siete viejos amantes del bambuco;

acto seguido una banda de invisibles instrumentistas, después de los himnos de

Colombia y Méjico, interpretó “Corazones sin rumbo” con fantasmal

vehemencia y todos pudimos llorar a nuestras anchas:

La música se oía del otro lado de la muerte…

El poeta y el caricaturista, como lo dejó escrito Baudelaire, poseen el don de la

esencia de la risa, y en general de lo cómico.

EPÍLOGO

LA HISTORIA DE COLOMBIA

Éstas, que alguien llamó Nueva Granada,

Page 23: Colombia en poemas satíricos

tierras entre dos mares comprendidas,

las descubrió Rodrigo de Bastidas,

las conquistó Jiménez de Quesada.

Fue colonia; por verla emancipada

Torres, Caldas, cien más dieron sus vidas.

Fue Gran Colombia, un breve instante unidas

las hijas de Bolívar y su espada.

Tuvo oidores, repúblicos, virreyes;

tuvo oro, tuvo letras, tuvo leyes;

hay un cóndor y un istmo en el escudo.

Hoy de esas aves nos espanta el vuelo;

huyó el oro; es el istmo ajeno suelo

y nos queda una ley: la del embudo.

Este soneto es de Hernando Martínez Rueda, alias Martinón (1907-1977), poeta diestro

en el manejo de la parodia, del remedo literario achispado y jocoso de piezas poéticas

clásicas y modernas. De pública filiación conservadora, su intratable humor político está

impreso en admirables imitaciones de textos de Jorge Manrique, Rubén Darío, Edgar A.

Poe, Bécquer, García Lorca, Eduardo Carranza, entre otros, que el poeta utilizó para

referirse a presidentes, militares, escritores y gente del común.

De su suma de poemas escritos a la manera de… cité “La historia de Colombia”,

que resume con una concisión magistral los barullos y laberintos de la crónica pública y

política del país suramericano. Lo que llama tristemente la atención del citado soneto es

el tono sentencioso de su último verso (“Y nos queda una ley: la del embudo”) para

referirse a la concentración de riqueza y poder que mantienen las clases privilegiadas

colombianas, y cuyo sentido contrasta con el generoso mandamiento que sugirieron

seguir y respetar, hace más de 500 años, los indígenas kunas en uno de los poemas más

hermosos y conmovedores de la literatura colombiana, “Canto a la solidaridad”, con el

que quisiera cerrar estas reflexiones:

Distribúyase el pescado de mar,

distribúyase el sábalo, distribúyase el pez-sierra,

Page 24: Colombia en poemas satíricos

distribúyase el pez-sierra pequeño,

distribúyase el sábalo pequeño,

distribúyase el tiburón, distribúyase el pargo.

Parece que el camino del pescado

Dios lo ha hecho de oro.

El flautista llama a la niña

y la previene para que ajuste bien

el borde de su blusa.

Distribúyase el mero,

distribúyanse las conchas que se adhieren a las rocas

y a los mangles,

distribúyase la langosta,

distribúyanse los cangrejos,

distribúyase el marisco que vive en las rocas

con la boca abierta, como riéndose,

distribúyase la carne de las conchitas del río,

distribúyanse las conchas más grandes,

distribúyanse los camarones,

distribúyanse todos los peces del río,

distribúyase la iguana

que se para

en el extremo del guayacán.

Medellín, 20 de septiembre de 2010