Comandante Barbara La

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    N. B. - Los versos euripidianos del segundo acto de "La

    Comandante Brbara" no son mos, y tampoco fueron

    escritos directamente por Eurpides. Se deben al profesorGilbert Murray, cuya versin inglesa de "Las Bacantes"

    lleg a nuestra literatura dramtica con todo el vigor de

    una obra original poco antes de que yo comenzara

    a escribir "La Comandante Brbara". La obra, por otra parte,

    tiene para con el ms de una deuda.

    G. B. S.

    PREFACIO A

    "LA COMANDANTE BRBARA"

    "PRIMEROS AUXILIOS" PARA LOS CRTICOS

    Antes de tratar los aspectos ms profundos de "La Comandante Brbara",

    permtaseme, en mrito a los valores de la literatura inglesa, formular una protesta

    contra la costumbre antipatritica en que caen muchos de mis crticos. Cada vez que

    mi criterio parece salirse totalmente del radio de pensamientos de, digamos, un

    vulgar sacristn, deciden que estoy imitando a Schopenhauer, Nietzsche, Ibsen,

    Strindberg, Tolstoi o algn otro heresiarca del norte o el oeste de Europa.

    Confieso que hay algo de halagador en esta sencilla fe en mi condicin de

    poligloto y en mi erudicin como filsofo, Pero no puedo tolerar la suposicin de que

    en estas islas la vida y la literatura sean tan pobres que necesitemos salir al

    extranjero en busca de todo material dramtico no comn y toda idea no superficial.

    Por lo tanto, quiero correr el albur de poner a mis crticos en posesin de ciertos

    hechos que conciernen a mi contacto con las ideas modernas.

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    Hace medio siglo casi, un novelista irlands, Charles Lever, escribi un cuento

    titulado "El paseo de un da: romance de una vida". Fue publicado por Charles

    Dickens en Household Words y demostr ser tan extrao al gusto del pblico que

    Dickens presion a Lever para que dispusiera de los episodios restantes. Yo le trozos

    de esta novela cuando nio, y dej en m una impresin imborrable. El hroe era un

    hroe muy romntico, que trataba de vivir valerosa, caballeresca y poderosamente a

    fuerza de mera imaginacin alimentada con ficciones, sin valor, sin medios, sin

    destreza, sin pericia, sin nada real, excepto sus apetitos carnales. Aun en mi niez

    halle en los desafortunados embates de este pobre diablo con las realidades de la

    vida una calidad punzante de que careca la novelo romntica. El libro, a pesar de su

    primer fracaso, no est muerto: vi el otro da el ttulo en un catlogo de Tauchnitz.

    Por que ser entonces que cuando yo tambin me ocupo de la tragicmica irona

    del conflicto entre la vida real y la imaginacin romntica, ningn crtico me asocia a

    mi compatriota e inmediato precursor Charles Lever, en tanto que, confiadamente,

    me asocian a un autor noruego de cuyo idioma no conozco tres palabras y de quien

    no supe nada hasta aos despus de que el "Anschauung" schawiano fuera

    inequvocamente declarado pleno de lo que, diez aos ms tarde, sera

    superficialmente denominado "ibsenismo"? Yo no he sido ibsenista ni de segunda

    mano, porque, aunque Lever puede haber ledo a Henry Beyle, alias Stendhal, es

    evidente que nunca ley a Ibsen. De los libros que han hecho popular a Lever, tales

    como "Charles O'Malley" y "Las confesiones de Harry Lorrequer", no conozco ms

    que los nombres y algunas ilustraciones. Pero el relato del paseo de un da y el

    romance de la vida de Potts (que tiene mucha semejanza con Pozzo di Borgo1 me

    captur y fascin como algo extrao y significativo, aunque ya conociera bien a

    Alnaschar2, Don Quijote, Simn Tappertit y muchos otros hroes romnticos burlados

    por la realidad. Desde las comedias de Aristfanes a los cuentos de Stevenson, esaburla es archiconocida para todos aquellos que se han impregnado adecuadamente

    en el campo literario.

    Dnde, pues, estaba la innovacin en el relato de Lever? Parcialmente, creo, en

    una gravedad desconocida al tratar el mal de Potts. Anteriormente, el contraste entre

    1Corso al servicio de la corte rusa, consejero privado del emperador Alejandro, fue siempre hostil aNapolen.2Personaje de Las mil y una noches, cuyos sueos anticipan una realidad que luego resulta frustrada.

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    la locura y la cordura era considerado cmico: Hogarth nos muestra cmo la gente

    de buen tono sola ir a Bedlam, en grupos, a rerse de los dementes. A m mismo me

    mostraron una vez un idiota de aldea como algo irresistiblemente divertido. En las

    tablas el loco era un personaje cmico corriente: as fue como Hamlet tuvo su

    oportunidad antes de caer en manos de Shakespear. La originalidad de la versin

    shakespeariana consiste en que su autor trat al demente con consideracin y

    seriedad, dando as un paso adelante hacia la conciencia oriental de que la demencia

    puede ser inspiracin disfrazada, puesto que el hombre que tiene ms cerebro que sus

    semejantes inevitablemente les parecer tan loco como aquel que tuviera menos. Pero

    Shakespear no hizo por Pinol y Parolles, el personaje desequilibrado y el personaje

    humorstico, lo que hiciera por Hamlet. La especie demente que ellos representaban,

    el romntico embustero, estaba fuera de la esfera de conmiseracin de la literatura;

    ellos eran despreciados y ridiculizados despiadadamente aqu, como en Oriente bajo

    el nombre de Alnaschar, y como estaban destinados a serlo, siglos ms tarde, bajo el

    nombre de Simn Tappertit. Cuando Cervantes se apiada de Don Quijote, y Dickens

    de Pickwick, no se tornan imparciales: slo cambian las partes y se vuelven amigos y

    apologistas donde antes fueran burladores.

    En el relato de Lever hay un verdadero cambio de actitud. No hay debilidad frente

    a Potts: nunca conquista nuestro afecto, como Don Quijote y Pickwick; no tiene

    siquiera el valor apasionado de Tappertit. Pero nos atrevemos a rernos de l porque,

    en cierto modo, nos vemos retratados en Potts. Podemos, algunos de nosotros, tener

    suficiente fibra, suficiente msculo, suficiente suerte, suficiente tacto, habilidad,

    destreza o erudicin para realizar las cosas mejor que l, para engaar a la gente

    que poda adivinar sus pensamientos, para fascinar a Katinka (que hiere a Potts tan

    despiadadamente al final del relato); pero por todo eso sabemos que Potts representa

    un papel importante en nosotros y en el mundo, y que el problema social no es unproblema de hroes de novelas segn el molde antiguo, sino el problema de los

    muchos Potts y de cmo hacer hombres de ellos. Para volver a mi antigua frase,

    tenemos la sensacin -una sensacin que Alnaschar, Pistol, Parolles y Tappertit

    nunca nos brindaronde que Potts es un trozo de historia natural verdaderamente

    cientfico, distinto del relato cmico. Su autor no arroja una piedra a una criatura de

    distinta e inferior calidad, sino que pronuncia una confesin, con el resultado de que

    la piedra pega a todos en la conciencia y duele a todos en la autoestimacin. De all

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    el fracaso del libro de Lever que no agrad a los lectores de Household Words. En

    nuestros das ese dolor en la autoestimacin hace que los crticos alcen un clamor de

    ibsenismo. Yo, por mi parte, les aseguro que esa sensacin me fue deparada

    primeramente por Lever, y que a l puede habrsela deparado Beyle o haber surgido

    de la atmsfera stendhaliana. Excluyo la hiptesis de absoluta originalidad por parte

    de Lever, porque no se puede ser original en ese sentido, as como un rbol no puede

    crecer en el aire.

    Otro error en cuanto a mi linaje literario se produce cada vez que infrinjo el

    romntico convenio de que toda mujer es un ngel cuando no es un diablo, de que son

    mejor parecidas que los hombres, de que su parte en el galanteo es enteramente

    pasiva y de que la forma humana femenina es el objeto ms hermoso de la naturaleza.

    Schopenhauer escribi un ensayo atrabiliario que, como no es corts ni profundo,

    quera probablemente dar por tierra con esta soberana tontera. Un prrafo que

    ataca a la forma idolatrada ha sido profusamente citado por horrible. Los crticos

    ingleses han ledo ese prrafo, y puedo afirmar aqu, con tanta gentileza como la

    inferencia pueda tolerar, que an est por probarse que ellos se hayan tomado la

    molestia de estudiarla ms profundamente. De todos modos, cada vez que un autor

    teatral ingls representa a una mujer joven y casadera como cualquier otra cosa que

    una herona romntica, sin pensar ms se libran de l tratndole de imitador de

    Shopenhauer. Mi propio caso es especialmente penoso, porque cuando imploro a los

    crticos obsesionados con la frmula schopenhaueriana que recuerden que los

    autores teatrales, como los escultores, estudian sus figuras del natural y no en

    ensayos filosficos, replican apasionadamente que yo no soy autor teatral y que mis

    personajes no viven. Pero aun as puedo preguntar por qu, y aqu lo hago, si

    necesitan atribuir el mrito de mis comedias a un filsofo, no lo atribuyen a un

    filsofo ingls. Mucho antes de que leyera una sola palabra de Schopenhauer, o aunsupiera si se trataba de un filsofo o un qumico, la restauracin socialista de 1880

    me puso en contacto, literaria y personalmente a la vez, con el seor Ernest Belfort

    Bax, un socialista ingls y ensayista filosfico cuyo manejo del feminismo moderno

    provocara romnticas protestas del mismo Schopenhauer o aun de Strindberg. A

    decir verdad, casi no preste atencin a las detracciones de Schopenhauer acerca de

    las mujeres, cuando ms tarde cayeron en mis manos, tanto me haba familiarizado el

    seor Bax con la corriente homosta, obligndome a reconocer hasta que punto la

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    opinin pblica y, en consecuencia, la legislacin y la jurisprudencia, estaban

    pervertidas por un sentimiento feminista.

    Pero los ensayos del seor Bax no se reducan al problema feminista. l era un

    crtico despiadado de la moralidad imperante. Otros autores han despertado simpata

    hacia los criminales dramticos con el pretendido "fondo 'de bondad en las almas

    ms perversas"; pero el seor Bax propona en cambio alguna violacin nada

    dramtica y aparentemente trillada de la ley y la moralidad comercial, y no se

    conformaba con defenderla con la ms desconcertante ingenuidad, sino que llegaba a

    demostrar claramente que nada sino la persecucin policial poda impedir que un

    hombre procediera segn sus propios principios. Los socialistas, naturalmente, se

    sobresaltaron, porque la mayora de ellos son gentes mrbidamente morales; pero en

    todo caso pudieron librarse ms tarde del error de creer que nadie sino Nietzsche

    haba contradicho jams nuestra moralidad mercantil-cristiana. Escuch por primera

    vez el nombre de Nietzsche de labios de una matemtica alemana, la seorita

    Borchardt, que haba ledo mi "Quintaesencia del ibsenismo" y me deca haber

    adivinado lo que yo haba estado leyendo: "Ms all del bien y del mal" (Jenseits von

    Gut un Bse) de Nietzsche. Y yo aseguro que nunca haba visto esta obra y que, de

    haberla visto, malamente hubiera podido leerla, por falta del necesario alemn.

    Nietzsche, como Schopenhauer, ha sido la vctima en Inglaterra de un solo y muy

    citado prrafo que contiene la frase "gran bestia blonda". Dada la fuerza de esta

    aliteracin3, se presume que Nietzsche gan su reputacin europea mediante una

    insensata glorificacin de la intimidacin egosta como norma de vida, as como se

    presume, bajo la fuerza de la sola palabra Superhombre (bertmensch), que yo

    tomara de Nietzsche, que busco la salvacin de la sociedad en el despotismo de un

    solo superhombre napolenico, a pesar de mi cuidadosa demostracin de lo

    desatinado de tan ajado apasionamiento. Pero aun los crticos menos superficialesparecen creer que la objecin moderna a la cristiandad como perniciosa moralidad-

    esclava fue primeramente expresada por Nietzsche. Yo la conoca aun antes de haber

    odo hablar de Nietzsche. El malogrado Capitn Wilson, autor de varios folletos

    estrafalarios, propagandista de un sistema metafsico denominado

    "Comprensionismo" e inventor del termino "Cruztiandad" (por oposicin, que en

    ingles tiene sentido negativo, a cristiandad) para distinguir el elemento retrgrado de

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    la Cristiandad, tena hace treinta aos la costumbre, en las discusiones de la

    Sociedad Dialctica, de protestar calurosamente contra las beatitudes del Sermn de

    la Montaa, como excusa para la cobarda y el servilismo, causa destructora de

    nuestra voluntad, y por consiguiente de nuestro honor y virilidad. Ahora bien, es

    verdad que el criticismo moral de la cristiandad a cargo del Capitn Wilson no es

    una teora histrica, como la de Nietzsche; pero esta objecin no puede hacerse al

    seor Stuart-Glennie, sucesor de Buckle en calidad de historiador filosfico que ha

    dedicado su vida a la definicin y propagacin de la teora de que la Cristiandad es

    parte de una poca (o mejor dicho una aberracin, puesto que comenz tan

    recientemente como en el ao 6000 a. de J. C. y est derrumbndose) surgida de la

    necesidad en que se hallaron las razas blancas, numricamente inferiores, de

    imponer su dominacin sobre las razas de color mediante supercheras, haciendo una

    virtud y una religin popular del trfago y la sumisin en este mundo, no slo como

    medio de lograr la santidad de carcter, sino de procurarse una recompensa en el

    cielo. He aqu el punto de vista de la moralidadesclava, formulado por un filsofo

    escocs mucho antes de que los autores ingleses empezaran a parlotear sobre

    Nietzsche.

    Como el seor Stuart-Glennie investigaba la evolucin de la sociedad hasta el

    conflicto de las razas, su teora caus sensacin entre los socialistas, es decir, los

    nicos que pensaban seriamente en la evolucin histrica por oposicin a la teora

    del conflicto de clases de Karl Marx. Nietzsche, por lo que deduzco, consideraba que

    la moralidad-esclava haba sido creada e impuesta al mundo por esclavos que hacan

    de la necesidad una virtud y de la servidumbre una religin. El seor Stuart-Glennie

    considera la moralidad-esclava como una invencin de la raza blanca superior para

    sojuzgar la mente de las razas inferiores, a quienes deseaba explotar, y que hubieran

    podido destruirlos por la fuerza del nmero si sus mentes no estuvieran sometidas.Como este proceso sigue an en vigor y puede ser estudiado de primera mano, no

    slo en nuestras escuelas religiosas y en la lucha entre nuestras modernas clases

    terratenientes y el proletariado, sino en la funcin cumplida por las misiones

    cristianas para conciliar a las razas negras de frica con su sometimiento al

    capitalismo europeo, podemos juzgar por nosotros mismos si la iniciativa provena de

    arriba o de abajo. Mi propsito aqu no es discutir el punto de vista histrico, sino

    3En el original ingles, " big blonde beast".

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    simplemente avergonzar a nuestros crticos teatrales por su costumbre de tratar a la

    Gran Bretaa como un intelecto vacuo, y presumir que toda idea filosfica, toda

    teora histrica, todo criticismo a nuestras instituciones morales, religiosas y

    jurdicas debe necesariamente ser importado del exterior, o ser una fantstica humo-

    rada (de discutible valor) totalmente desallegada al existente estado de ideas. Les

    insto a recordar que este cuerpo de ideas es el ms lento fruto y la ms preciada

    floracin, y que si en el plano filosfico existe algo que pueda captarse sin discusin

    es la conviccin de que ningn individuo puede hacer ms que una contribucin

    diminuta al mismo. En realidad, su concepcin acerca de gentes inteligentes que

    partenogenticamente producen cosmogonas absolutamente originales a fuerza de

    una "brillantez" consumada, es parte de esa credulidad ignorante que hace la

    desesperacin del filsofo honesto y la oportunidad del impostor religioso.

    EL EVANGELIO DE SAN ANDRS UNDERSHAFT

    Es esta credulidad la que me impulsa a salir en ayuda de los crticos de "La

    Comandante Brbara", anticipndoles lo que pueden decir al respecto. En el

    millonario Undershaft he representado a un hombre intelectual, espiritual y prc-

    ticamente consciente de la irresistible verdad natural que todos aborrecemos y

    repudiamos: a saber, que el ms grande de los males y el peor de los crmenes es la

    pobreza, y que nuestro primer deber -un deber ante el que cualquier otra

    consideracin merece ser sacrificada- es no ser pobres. "Pobre, pero honrado", "el

    pobre respetable" y frases semejantes son tan intolerables y aun inmorales como

    "borracho, pero alegre", "farsante pero buen orador de sobremesa","esplndidamente criminal" o similares. La seguridad, principal pretexto de la

    civilizacin, no puede existir all donde el peor de los peligros, el peligro de la

    pobreza, pende sobre la cabeza de todos, y donde la pretendida proteccin de

    nuestras personas frente a la violencia es slo resultado accidental de la existencia de

    una fuerza policial cuya verdadera razn de ser consiste en obligar al pobre a ver

    morir de inanicin a sus hijos, mientras el ocioso alimenta con exceso a sus perros

    favoritos, con un dinero que podra alimentar y vestir a aqullos.

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    Es sumamente difcil dar a comprender a la gente que un mal es un mal. Por

    ejemplo, cuando nos apoderamos de un hombre y deliberadamente le causamos un

    mal: le encarcelamos por varios aos, por ejemplo. Quin supondr que se necesita

    una excepcional claridad mental para reconocer en esto un acto de diablica

    crueldad? Sin embargo, en Inglaterra tal reconocimiento provoca una mirada de

    sorpresa, seguida de una explicacin de que la afrenta es castigo, justicia o alguna

    otra cosa que est bien, o quiz de una acalorada tentativa de convencernos de que

    todos seramos robados y asesinados en nuestras camas si esas insensatas villanas

    que son las sentencias de prisin no se cometieran diariamente. Sera intil

    argumentar que, aun cuando esto fuese verdad, que no lo es, la alternativa de

    agregar nuestros propios crmenes a los crmenes que padecemos no es sumisin

    indefensa. La varicela es un mal; pero si yo fuera a declarar que todos debemos

    someternos a ella o reprimirla severamente, secuestrando y castigando a quienes la

    padecen con sendas inoculaciones de viruela, se reiran de m; porque aunque nadie

    puede negar que el resultado sera en cierto modo la prevencin de la varicela,

    haciendo que la gente se precaviera contra ella con el mayor cuidado y logrando

    adems una mayor prevencin aparente obligndoles a ocultarla con el mayor celo,

    la gente tendra suficiente sentido comn para ver que la deliberada propagacin de

    la viruela es fruto de la perversidad, y que en consecuencia debe abolirse a favor de

    medidas puramente humanas e higinicas. Sin embargo, en el caso exactamente

    paralelo de un hombre que entrara en mi casa y robara los brillantes de mi esposa, se

    espera de m como algo muy natural que le robe diez aos de vida que le torturarn

    constantemente. Si trata de escapar a esta monstruosa represalia disparando un tiro,

    mis sobrevivientes se encargarn de ahorcarle. El resultado neto que sugieren las

    estadsticas policiales nos demuestra que infligimos atroces castigos a los ladrones

    que atrapamos, a fin de que el resto tome debidas precauciones para evitar serdetenido; de modo que en lugar de salvar los brillantes de nuestras esposas

    disminuimos considerablemente nuestra posibilidad de recobrarlos y aumentamos

    nuestras oportunidades de que el ladrn nos dispare un tiro si tenemos la desgracia

    de sorprenderle en su labor.

    Pero la irreflexiva perversidad con que distribuimos sentencias de prisin,

    torturas en el calabozo y en la mesa de tablas, y los azotes que propinamos a

    invlidos morales y enrgicos rebeldes, en nada se compara a la estpida veleidad

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    con que toleramos la pobreza como si fuera un tnico edificante para los holgazanes

    o una virtud que debe adoptarse as como la adoptara San Francisco. Si un hombre

    es indolente, dejmosle ser pobre. Si es borracho, dejmosle ser pobre. Si no es un

    caballero, dejmosle ser pobre. Si es adicto a las bellas artes o a la ciencia pura en

    vez del comercio y las finanzas, dejmosle ser pobre. Si prefiere gastar sus dieciocho

    chelines urbanos por semana o sus trece chelines agrcolas por semana en su cerveza

    y su familia en vez de ahorrarlos para la vejez, dejmosle ser pobre. Que nada se

    haga por los que "nada merecen"; dejmosles ser pobres. Que tengan su merecido!

    Adems... y paradjicamente... ;benditos sean los pobres!

    Veamos ahora qu quiere decir este "dejmosle ser pobre". Significa dejar que sea

    dbil... Dejar que sea ignorante. Dejar que se convierta en un foco de enfermedades.

    Dejar que sea viviente exposicin y ejemplo de fealdad y suciedad. Dejar que tenga

    hijos raquticos. Dejar que rebaje y arrastre a sus compaeros vendindose a menor

    precio para hacer el trabajo de otros. Dejar que sus viviendas tornen nuestras

    ciudades en inmundos barrios bajos. Dejar que sus hijas infecten a nuestros hijos con

    las enfermedades de las calles y que luego sus hijos tomen venganza transformando

    la virilidad de la nacin en escrfula, cobarda, crueldad, hipocresa, imbecilidad

    poltica y todos los dems frutos de la opresin y la desnutricin. Dejar que los que

    "nada merecen" merezcan cada vez menos; y dejar que los que "todo merecen"

    atesoren para s, en la tierra, no los tesoros del cielo, sino los horrores del infierno. Y

    siendo esto as, es realmente sensato dejar que sea pobre? No hara acaso diez

    veces menos dao un prospero ladrn, incendiario, estuprador o asesino, hasta los

    ms distantes lmites de los impulsos comparativamente insignificantes de la

    humanidad en este sentido? Supongamos que furamos a abolir todas las penalidades

    por esas actividades, y decidiramos que la pobreza es lo nico que no toleraramos...

    que todo adulto con menos de, digamos, 365 esterlinas al ao, ser matado indolorapero inexorablemente, y todo nio hambriento y semidesnudo forzosamente

    engordado y alimentado: no sera ese un enorme progreso en el sistema existente

    que ha destruido ya tantas civilizaciones y, evidentemente, est destruyendo a la

    nuestra del mismo modo?

    Existe alguna raz para semejante legislacin en nuestro sistema parlamentario?

    Dos medidas que surgen en la actualidad en el terreno poltico, posiblemente puedan

    crecer hasta representar algo valioso. Una de ellas es la institucin de un Salario

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    Mnimo Legal obligatorio. La otra es la Pensin a la Vejez. Pero existe un proyecto

    mucho mejor. Hace algn tiempo mencion el tpico de la Pensin Universal a la

    Vejez a mi compaero socialista, el seor Cobden-Sanderson, famoso artfice de la

    encuadernacin y la imprenta. "Y por qu no hablar de una Pensin Universal a la

    Vida?", me replico Cobden-Sanderson. Con decir esto, haba resuelto de un plumazo

    el problema industrial. En la actualidad increpamos a todo ciudadano: "Si quiere

    dinero, gnelo", como si el tenerlo o no tenerlo solo fuera asunto de su incumbencia.

    No le aseguramos siquiera la oportunidad de ganarlo: al contrario, permitimos que

    nuestra industria se organice en abierta dependencia de "un ejrcito de reserva de

    desocupados" que se mantiene en bien de la "elasticidad". La solucin sensata sera

    la de Cobden-Sanderson; es decir, dar a cada hombre lo suficiente para vivir bien,

    asegurar a la comunidad contra la posibilidad de la maligna enfermedad de la

    pobreza y luego -necesariamente- cuidar de que lo gane.

    Undershaft, el hroe de "La Comandante Brbara", es simplemente un hombre

    que, habiendo comprendido que la pobreza es un crimen, sabe que- cuando la

    sociedad le ofreci la alternativa de ser pobre, o de lucrar con la muerte y la

    destruccin, le dio a elegir entre el enrgico espritu de empresa y la infame

    cobarda, y no entre la opulenta villana y la humilde virtud. Su conducta puede

    soportar la prueba de Kant, en tanto que Peter Shirley no podra hacerlo. Peter

    Shirley es lo que llamamos el pobre honrado y Undershaft es lo que llamamos el rico

    perverso: Shirley y Undershaft son Lzaro y Dives4. Pues bien, la miseria del mundo

    se debe a que las grandes masas de hombres hacen y piensan lo mismo que hace y

    piensa Peter Shirley. Si hicieran y pensaran lo que hace y piensa Undershaft, el

    resultado inmediato sera una revolucin de incalculable provecho. Ser adinerado,

    dice Undershaft, es para m un motivo de orgullo por el que estoy preparado a matar

    aun a riesgo de mi propia vida. Esta decisin es, como l dice, la prueba final de lasinceridad. Como el hroe medieval de Froissart, que comprendi que "robar y

    saquear es buena vida", l no es vctima de ese sentimiento pblico contra el

    asesinato que se ocupan en propagar y difundir aquellos que de otro modo seran

    asesinados, ni del honor verbal con que pagan la pobreza y la obediencia aquellos

    adinerados e insubordinados intiles que, aun careciendo de valor, quieren robar al

    4Lzaro y Dives, personajes de una parbola de Jess en que Lzaro el mendigo se alimenta de las

    migas que caen de la mesa de Dives el adinerado.

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    pobre, y aun careciendo de superioridad quieren mandar sobre ellos. El caballero

    andante de Froissart, al poner el logro de una buena vida por encima de cualquier

    otro deber -que en verdad no son deberes sino perversidades cuando se oponen a

    ella-, se comporta valiente, admirable y, en el anlisis final, patriticamente. La

    sociedad medieval, por otra parte, estaba tan estpidamente organizada que la buena

    vida poda lograrse nicamente mediante el saqueo. Si los contemporneos de este

    caballero andante hubieran sido tan resueltos como l, el robo y el saqueo habran

    resultado el camino ms corto a la horca, as como si furamos todos tan resueltos y

    perspicaces como Undershaft, intentar vivir siquiera mediante lo que se ha dado en

    llamar "una entrada independiente" resultara el camino ms corto a la cmara letal.

    Pero como, gracias a nuestra imbecilidad poltica y cobarda personal (ambos frutos

    de la pobreza), la mejor imitacin de una buena vida actualmente procurable es la

    que se vale de una entrada independiente, toda la gente sensata aspira a obtener tal

    entrada y est, por supuesto, celosamente dispuesta a legalizar, moralizar y apoyar

    esa imbecilidad, esa cobarda y todas las acciones y sentimientos que conducen a

    ello. Qu otra cosa pueden hacer? Saben, por supuesto, que son ricos porque otros

    son pobres. Pero no pueden remediarlo: est en los pobres repudiar la pobreza

    cuando ya estn hartos de ella. La cosa puede hacerse bastante fcilmente: las

    demostraciones en contrario de economistas, jurisconsultos, moralistas y

    sentimentalistas asalariados por los ricos para defenderlos o cumpliendo su labor

    gratuitamente a ttulo de pura locura y servilismo, solamente engaan a los ricos...

    La razn de que los contribuyentes independientes no se mantengan firmes en

    defensa de su posicin estriba en que, como no somos caballeros medievales errantes

    por un pas escasamente poblado, la pobreza de aquellos a quienes saqueamos nos

    impide darnos la buena vida en aras de la cual las sacrificamos. Hombres ricos y

    aristcratas con un desarrollado sentido del vivir -hombres como Ruskin y WilliamMorris y Kropotkin- tienen fabulosos apetitos sociales y otros personales muy

    fastidiosos. No se .contentan con hermosas mansiones; quieren hermosas ciudades.

    No se contentan con esposas enjoyadas e hijas florecientes; protestan porque la

    domstica anda mal vestida, porque la lavandera huele a ginebra, parque la

    costurera est anmica, porque todo hombre que encuentran no es un amigo ni toda

    mujer un idilio. Desprecian el sistema de desage de sus vecinos y les enferma la ar-

    quitectura de sus casas. Los moldes de fbrica preparados para satisfacer las

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    demandas del comn de las gentes no les satisfacen (y no pueden conseguir otra

    cosa): no pueden dormir ni sentarse cmodamente en los muebles de un grosero

    ebanista. El aire no es bastante bueno para ellos: tiene demasiado holln de fbrica.

    Hasta exigen condiciones abstractas: justicia, honor, noble atmsfera moral, un nexo

    mstico para reemplazar el nexo contante y sonante. Declaran finalmente que aunque

    robar y saquear de propia mano, a caballo y con armadura, poda ser buena vida,

    robar y saquear por mano del polica, el alguacil y el soldado, y retribuirles

    insuficientemente por ello no es buena vida, sino que, por el contrario, es fatal a toda

    posibilidad de una vida siquiera tolerable. Tratan de inducir al pobre a la rebelin, y,

    al verle asombrado por la falta de caballerosidad en ellos, denigran

    desesperadamente al proletariado por su "maldita falta de ambicin" (verdamente

    Bedrfnislosigkeit).

    Hasta ahora, sin embargo, su ataque contra la sociedad ha carecido de sencillez.

    Los pobres no comparten sus gustos ni comprenden sus crticas de arte. No quieren la

    vida sencilla, ni la vida esttica; por el contrario, quieren revolcarse en todas esas

    costosas vulgaridades de las que se apartan con aversin las almas elegidas entre los

    ricos. Slo mediante el hartazgo, y no la abstinencia, curarn sus gustos malsanos.

    Lo que desprecian, les disgusta y les avergenza es la pobreza. Pedirles que

    combatan la diferencia entre el nmero de Navidad del Illustrated London News y el

    Kelmscott Chaucer es estpido: prefieren el News. La diferencia entre la ordinaria y

    sucia camisa y cuello blanco almidonado del corredor de bolsa y la camisa azul

    comparativamente cara y cuidadosamente teida de William Morris es a los ojos del

    pobre una diferencia tan vergonzosa para Morris, que si discutieran el problema

    saldran en defensa del almidn. "Dejad de ser esclavos, para que podis ser

    caprichosos", no es un llamado a las armas muy inspirado; tampoco mejora mucho si

    sustituyo caprichosos por santos. Ambos trminos significan hombres geniales, y elhombre comn no quiere vivir la vida de un genio: prefiere la vida del pen favorito,

    si esa fuera la otra nica alternativa. Pero eso s, quiere ms dinero. Puede ser vago

    en cualquier otra cosa, pero es muy explcito en esto. Puede o no preferir "La

    Comandante Brbara" a la pantomima de Druy Lane5; pero siempre preferir

    quinientas libras a quinientos chelines.

    5Llmase as a la calle de Londres que da su nombre al famoso teatro, donde por Navidad se

    representan las conocidas pantomimas.

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    Deplorar por srdida esta preferencia y ensear a los nios que es pecado

    ambicionar dinero, significa una tendencia hacia el lmite extremo de la desfachatez

    en la mentira y la corrupcin en la hipocresa. El respeto universal por el dinero es el

    nico factor promisorio de nuestra civilizacin, el nico aspecto sano de nuestra

    conciencia social. El dinero es la cosa ms importante del mundo. Significa salud,

    fuerza, honor, generosidad y belleza tan visible e innegablemente como su ausencia

    significa enfermedad, debilidad, ignominia, mezquindad y fealdad. Otra de sus

    virtudes, y no la menor, es la de que destruye a la gente ruin tan ciertamente como

    que fortalece y dignifica a la gente noble. Slo cuando el dinero carece de valor para

    algunos, y es inalcanzable para otros, se convierte en una maldicin. En resumen, el

    dinero es una calamidad slo en las estpidas condiciones sociales en que la vida

    misma es una calamidad. Porque ambas cosas son inseparables: el dinero es la

    medida que permite distribuir la vida socialmente; es la vida, con tanta seguridad

    como las esterlinas y los billetes de banco son el dinero. El primer deber de todo

    ciudadano es insistir en tener dinero en trminos razonables: y esta demanda no

    queda satisfecha con dar a cuatro hombres tres chelines cada uno por diez o doce

    horas de penoso trabajo y mil libras a otro hombre por nada. Lo que el pas necesita

    desesperadamente no es una moral superada, un pan ms barato, temperancia,

    libertad, cultura, redencin de hermanas cadas y hermanos extraviados, ni la gracia,

    el amor y la confraternidad de la Trinidad, sino tener suficiente dinero. Y el mal que

    debemos combatir no es el pecado, el sufrimiento, la voracidad, la superchera, el

    arte de gobernar, la demagogia, el monopolio, la ignorancia, la bebida, la guerra, la

    pestilencia, o cualquier otra vctima propiciatoria para reformar el sacrificio, sino la

    pobreza.

    Apartad por una vez vuestros ojos de los confines de la tierra y fijadlos en esta

    verdad que est bajo vuestras narices; y el criterio de Andrew Undershaft no oscausar ninguna perplejidad. Salvo que ese sentimiento constante de que el es

    instrumento de una Voluntad o Fuerza Viva, que le usa para propsitos ms amplios

    que los suyos propios, os deje perplejos. En ese caso ser porque estis en la

    artificiosa oscuridad Darwiniana, o en la mera estupidez. Toda persona

    genuinamente religiosa tiene esa conciencia. Para aquellos, Undershaft el Mstico y

    su perfecta comprensin del espritu que anima a su hija, la Salvacionista, y al

    enamorado de esta, el republicano Eurpides, resultar natural e inevitable. Esto, sin

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    embargo, no es nuevo, ni aun en el teatro. Lo que s es nuevo, por lo que yo se, es ese

    prrafo sobre la religin de Undershaft, que reconoce al Dinero como la primera

    necesidad y a la pobreza como la mayor perversidad del hombre y la sociedad.

    Esta concepcin dramtica no ha sido, por supuesto, obtenida per saltum. Ni ha

    sido tomada de Nietzsche o ningn otro hombre nacido ms all del Canal. El

    malogrado Samuel Butler, que en su especialidad es el ms grande escritor ingls de

    la ltima mitad del siglo XIX, inculc constantemente la necesidad moral de un

    consciente Laodiceanismo en la religin y de un sentido vehemente y constante de la

    importancia del dinero. Impulsa casi a desesperar de la literatura inglesa el ver que

    un estudio tan extraordinario de la vida inglesa como la obra pstuma de Butler, "El

    camino de toda carne" (The way of all flesh), produce tan poca impresin que

    cuando, algunos aos ms tarde, yo presento comedias en que las sugestiones extra-

    ordinariamente frescas, libres y penetrantes de Butler tienen una importancia

    evidente, tengo que habrmelas con todo ese necio palabrero acerca de Ibsen y

    Nietzsche, y hasta debo estar muy agradecido de que no se mencione a Alfred de

    Musset y George Sand. Sinceramente, los ingleses no merecen tener grandes

    hombres. Han permitido que Butler muriera casi desconocido, en tanto que yo, un pe-

    riodista irlands comparativamente insignificante, los llevaba por las narices con una

    auto-propaganda que ha hecho de mi vida un verdadero martirio. En Sicilia existe

    una Va Samuele Butler. Cuando algn turista ingles por casualidad lo observa,

    interroga: "Quien diablos fue Samuele Butler?", o se pregunta por que los sicilianos

    perpetan la memoria del autor de "Hudibras".

    No puede negarse que el ingles est siempre deseoso de conocer a un genio si

    alguien tiene la gentileza de presentrselo. Puesto que me he sealado de este modo

    con cierto xito, sealo ahora a Samuel Butler, y confo en que en el futuro oir un

    poquito menos acerca del origen forneo de las ideas que, con el aporte teatral de lossocialistas, se estn abriendo paso en el teatro ingles. Son hombres vivientes cuya

    fuerza y originalidad son tan evidentes como en Butler; y cuando mueran, esta

    realidad ser por fin descubierta. Entretanto les recomiendo que insistan en sus

    propios mritos como parte importante de su actitvidad.

    EL EJRCITO DE SALVACIN

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    Cuando "La Comandante Brbara" fue representada en Londres, un importante

    peridico septentrional critic el segundo acto como un macilento ataque al Ejrcito

    de Salvacin, y la desesperada exclamacin de Brbara fue deplorada por un diario

    de Londres como una desagradable blasfemia. Pero estas crnicas fueron

    rectificadas, no por crticos profesionales y declarados del teatro, sino por publicistas

    religiosos y filosficos como Sir Oliver Lodge, el Dr. Stanton Coit, y periodistas

    disidentes como el seor William Stead, que no slo comprendieron el acto tan bien

    como los mismos Salvacionistas, sino que lo interpretaron adems en relacin con la

    vida religiosa del pas, que no slo parece estar alejada de la simpata de muchos de

    nuestros crticos teatrales, sino hasta fuera de su conocimiento de la sociedad. Por

    cierto que nada puede ser ms irnicamente curioso que la comparacin que hace la

    Comandante Brbara entre los entusiastas del teatro y los entusiastas religiosos. Por

    una parte, el espectador teatral anda siempre en busca del placer, paga exorbitante-

    mente por obtenerlo, sufre intolerables molestias por su causa y rara vez lo alcanza.

    Por otra parte, el Salvacionista, repudiando la alegra, atento al esfuerzo y al

    sacrificio, est siempre con animado semblante, riendo, bromeando, cantando,

    regocijndose y tamborileando; su vida vuela en un relmpago de excitacin y su

    muerte llega como una culminacin triunfal. Y en tanto, si me permiten, el es-

    pectador teatral desprecia al Salvacionista y le considera una persona abatida,

    apartada del paraso del teatro, condenada por propia eleccin a una vida de

    espantoso aburrimiento; y el Salvacionista se apiada del espectador teatral como de

    un hijo prdigo que usara hojas de hiedra en su cabello y se precipitara en atroz fuga

    hacia el infierno, seguido de taponazos de botellas de champagne y de las risas

    lascivas de las sirenas! Puede la incomprensin ser ms completa... la piedad estarpeor dedicada?

    Afortunadamente, los Salvacionistas son ms accesibles al carcter religioso del

    drama que los espectadores del teatro a la alegre energa y artstica fertilidad de la

    religin. Pueden ver, cuando se les seala, que un teatro, el sitio en que dos o tres se

    renen, recibe de esa presencia divina una santidad inalienable de la que no podr

    privarla la farsa ms grosera y profana, ni ms ni menos que el sermn hipcrita de

    un obispo presumido puede profanar la Abada de Westminster. Pero en nuestros

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    espectadores profesionales parece faltar esa indispensable concepcin preliminar de

    santidad. Se refieren a los actores como si fueran mscaras o bufones y, me temo,

    consideran que los autores dramticos somos mentirosos y entregadores, cuya

    principal actividad consiste en consolar voluptuosamente al fatigado especulador

    urbano cuando ha llegado a su fin la seria actividad del da, como el la llama. La

    pasin, que es la vida del drama, nada significa para ellos sino una primitiva

    excitacin sexual: frases como "poesa apasionada" o "apasionado amor a la verdad"

    han cado en desuso en su vocabulario para ser reemplazadas por "crimen pasional"

    y otras semejantes. Presumen, por lo que yo deduzco, que aquellos en quienes la

    pasin alcanza una esfera mayor son desapasionados y, por lo tanto, inspidos. Con-

    sideran por lo tanto a las personas religiosas como gentes sin inters y poco

    divertidas. Y as, cuando Brbara prorrumpe en las bromas corrientes del Ejrcito de

    Salvacin, y arrebata un beso a su enamorado por encima del tambor, los devotos del

    teatro creen que deben aparecer ofendidos y concluyen que toda la obra es una

    elaborada burla al Ejrcito. Y entonces me reprochan hipcritamente esa burla, o se

    pliegan estpidamente a la supuesta burla!

    Hasta el puado de crticos mentalmente competentes se vio en dificultades ante

    mi planteo del estancamiento econmico en que se halla el Ejrcito de Salvacin.

    Algunos opinaron que el Ejercito nunca recibira dinero de un fabricante de bebidas

    alcohlicas y un fundidor de caones; otros consideraban que nunca debi

    aceptarlos; todos presumieron ms o menos definitivamente que al aceptarlo el

    Ejercito se degradaba hasta el absurdo y la hipocresa. Con respecto al primer punto,

    la respuesta del Ejrcito fue rpida y terminante. Como dijera uno de sus miembros,

    aceptaran dinero del mismo diablo y estaran muy contentos de quitarlo de sus

    manos y ponerlo en las de Dios. Reconocieron agradecidos que los taberneros no

    solo les daban dinero sino que permitan las colectas en sus bares... aun cuando a lapuerta hubiera una reunin salvacionista predicando la abstencin. A decir verdad,

    pusiera en duda la verosimilitud de la obra, no porque la seora Baines aceptara el

    dinero, sino porque Brbara lo rechazara.

    En cuanto a que el Ejrcito no deba recibir ese dinero, obvia su justificacin.

    Debe recibir ese dinero porque sin dinero no puede existir y no cuenta con ningn

    otro aporte. Casi todo el dinero disponible en el pas proviene de alquileres, intereses

    y ganancias, y cada penique del mismo est tan inextricablemente ligado al crimen, la

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    bebida, la prostitucin, la enfermedad y todos los perversos frutos de la pobreza,

    como a las grandes empresas, la riqueza, la probidad comercial y la prosperidad

    nacional. La idea de que ciertas monedas estn marcadas por una mcula es una

    supersticin individualista muy poco prctica. Pero, a pesar de ello, el hecho de que

    todo nuestro dinero est manchado causa, cuando algn ejemplo dramtico de esta

    mcula les revela por primera vez su existencia, severa desazn en las escrupulosas

    almas jvenes. Cuando un joven y entusiasta clrigo de la iglesia anglicana advierte

    por primera vez que los Comisionados Eclesisticos aceptan las contribuciones de

    ostentosas casas pblicas, burdeles y guaridas de explotadores, o que su ms

    generoso contribuyente en la ltima reunin de caridad es un empleador que lucra

    con el trabajo femenino abaratado por la prostitucin, especulando as tan

    inescrupulosamente como el posadero que lucra con el trabajo de los camareros

    abaratados por las propinas, o el trabajo de los jubilados y pensionistas; o que el

    nico patrocinante que podr ayudarle a reconstruir su iglesia o sus escuelas o dar a

    su brigada de muchachos un gimnasio o una biblioteca es el hijo de un rey de la

    carne en Chicago, ese joven clrigo pasar, como Brbara, su mal rato. Pero nada

    lograr con rehusarse a aceptar todo dinero que no provenga de esas suaves

    ancianas con ingresos independientes y amables y encantadores modales. Le

    bastara con investigar la procedencia del dinero de estas dulces ancianas hasta su

    raz industrial, para hallarse ante "La profesin de la seora Warren", la envenenada

    carne envasada y todo lo dems. Su propio estipendio tiene esa misma raz. Y

    entonces debe compartir la culpabilidad del mundo o debe optar por irse a otro

    planeta. Debe salvar el honor del mundo si quiere salvar el suyo propio. Esto es lo

    que descubren todas las iglesias, as como Brbara y el Ejrcito de Salvacin lo

    descubren en la obra. Al descubrimiento que hace Brbara de que ella es cmplice de

    su padre; que el Ejrcito de Salvacin es cmplice del fabricante de bebidas y delfundidor de caones; que el uno no puede huir del otro as como ambos no pueden

    huir del aire que respiran; que no existe salvacin para ellos por la virtud personal,

    sino nicamente por la redencin de toda la nacin de su viciosa, haragana,

    competidora anarqua: a este descubrimiento han llegado todos con excepcin de los

    Fariseos y (aparentemente) los espectadores profesionales, que todava usan camisas

    Tom Hood y explotan a sus lavanderas, sin recelar jams de su carcter elevado, de

    la pureza de sus atmsferas privadas, de su derecho a repudiar por ajenas la burda

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    depravacin de la buharda y los barrios bajos. No es que quieran hacer dao: solo

    desean ser, a su modo, lo que ellos llaman un caballero. No comprenden la leccin de

    Brbara porque no la han aprendido, como ella, tomando parte en la vida ms

    amplia de la nacin.

    BRBARA RETORNA A LAS FILAS

    El retorno de Brbara a las filas puede aun proporcionar tema suficiente al

    historiador dramtico del futuro. Volver al Ejrcito de Salvacin con el

    convencimiento de que ni aun los Salvacionistas estn salvados; que la pobreza no es

    bendita, sino un maldito pecado; y que cuando el General Booth eligi "Sangre y

    Fuego" en lugar de la Cruz, como emblema de Salvacin, estaba quiz mejor inspira-

    do de lo que crea; ese convencimiento, en la hija de Andrew Undershaft, conducir a

    algo ms pleno de esperanzas que repartir pan y miel por cuenta de Bodger.

    Hay algo de muy significativo en esta instintiva eleccin de una forma de

    organizacin militar, en esta sustitucin del tambor por el rgano, que cumpliera el

    Ejrcito de Salvacin. No sugiere esto que los Salvacionistas adivinan que deben

    luchar contra el diablo, en vez de rezarle? En la actualidad, es verdad, no han

    discernido an su exacto mensaje. Cuando lo hagan, pueden deparar un severo

    sobresalto a ese su sentido de seguridad, resultado de la experiencia de que las

    palabras rudas, aunque pronunciadas por elocuentes ensayistas y oradores, o

    unnimemente voceadas en entusiastas reuniones a mocin de eminentes reformistas,

    no alcanzan a romperle los huesos. Se ha dicho que la Revolucin Francesa ha sido

    obra de Voltaire, Rousseau Y Pos Enciclopedistas. A m se me antoja que ha sido la

    obra de hombres que supieron comprender que la virtuosa indignacin, el criticismo

    custico, el argumento conclusivo y el folleto instructivo, aun cuando estn a cargode los ms vehementes e inteligentes genios literarios, son tan intiles como el rezar,

    pues las cosas iban firmemente de mal en peor, en tanto que el Contrato Social6y los

    libelos de Voltaire estaban de ltima moda. Eventualmente, como todos sabemos,

    ciudadanos perfectamente respetables y serios filantropistas toleraron las masacres

    de setiembre porque la dura experiencia les haba convencido de que, si se

    6El acuerdo mutuo que segn J. J. Rousseau (Contrat Social, 1762) protege los derechos de todos y

    forma las bases de la sociedad humana.

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    contentaban con splicas a la humanidad y al patriotismo, la aristocracia, aun

    cuando leyera esos llamamientos con el mayor placer y la mejor apreciacin,

    halagando y admirando a sus autores, continuara conspirando con los monarquistas

    extranjeros para derrocar la revolucin y restaurar el antiguo sistema, con todos los

    recursos de la venganza brutal y la represin despiadada de las libertades populares.

    El siglo diecinueve vio repetirse la misma leccin en Inglaterra. sta contaba con

    sus Utilitarios, sus Socialistas Cristianos, sus Fabianos: contaba con Bentham, Mill,

    Dickens, Ruskin, Carlyle, Butler, Henry George y Morris. Y el fin de todos sus

    esfuerzos ha sido el Chicago descrito por el seor Upton Sinclair y el Londres en que

    las gentes que pagan por entretenerse con mi dramtica representacin de Peter

    Shirley, despedido para morirse de hambre a los cuarenta aos porque por su mismo

    sueldo pueden obtenerse esclavos ms jvenes, no dan ni tienen la ms leve intencin

    de dar ningn paso efectivo para organizar la sociedad de un modo tal que esa infa-

    mia diaria resulte imposible. Yo, que he predicado y libelado como cualquier

    Enciclopedista, debo confesar que mis mtodos seran intiles y de nada serviran si

    yo fuera Voltaire, Rousseau, Bentham, Mill, Dickens, Carlyle, Ruskin, George, Butler

    y Morris todos en uno, con Eurpides, More, Molire, Shakespeare, Beaumarchais,

    Swift, Goethe, Ibsen, Tolstoi, Moiss y todos los profetas sumados (como en cierto

    modo lo soy, plantndome como lo hago en sus hombros). Ya que el problema

    consiste en hacer hroes de cobardes, nosotros, apstoles del papel y nigromantes del

    arte, slo hemos logrado dar a los cobardes todas las sensaciones de los hroes, en

    tanto que ellos toleran toda abominacin, aceptan todo saqueo y se someten a toda

    opresin. La Cristiandad, al hacer un mrito de esa sumisin, ha sealado solamente

    esa profundidad del abismo en que se ha perdido hasta el sentimiento de la

    vergenza. El cristiano ha sido como el mdico de Dickens en la prisin de deudores,

    que habla al recin venido de su inefable paz y seguridad: sin acreedoresinoportunos, sin tirnicos cobradores de intereses, impuestos y alquileres, sin

    esperanzas inoportunas ni deberes exigentes; nada ms que el descanso y la

    seguridad de no poder descender ms hondo.

    Y sin embargo, en el ms msero rincn de este cristianismo destructor del alma,

    comienza repentinamente a germinar una vitalidad nueva. El jbilo, sagrado don ha

    tiempo destronado por la risa infernal del escarnio y la obscenidad, surge como

    fuente milagrosa del polvo y el barro ftido de los barrios bajos; entusiastas marchas

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    e impetuosos ditirambos suben a los cielos de entre las gentes para quienes el

    deprimente ruido llamado "msica sagrada" es una broma permanente; se hace

    flamear una bandera con Sangre y Fuego, no con rencor asesino, sino porque el

    fuego es hermoso y la sangre es un rojo esplndido y vital; el Miedo, al que

    lisonjeamos llamndolo egosmo, se desvanece; y hombres y mujeres transfigurados

    predican su evangelio por un mundo transfigurado, llaman General a su lder, se

    llaman capitanes y brigadieres entre s, y llaman a todo ese cuerpo un Ejrcito;

    rezan, pero slo para renovarse, por la fuerza para la lucha y por el indispensable

    DINERO (seal importante es sta); predican, pero sin predicar sumisin; afrontan

    los malos tratos y los abusos pero slo en la medida de lo inevitable; y usan lo que el

    mundo les permite usar, incluso agua y jabn, color y msica. Existe un peligro en

    esta actividad; y donde hay peligro hay esperanza. Nuestra actual seguridad no es y

    no puede ser nada ms que la perversidad hecha irresistible.

    LAS FLAQUEZAS DEL EJRCITO DE SALVACIN

    Actualmente, sin embargo, no me concierne lisonjear al Ejrcito de Salvacin.

    Ms bien debo sealar que tiene tantas flaquezas casi como la iglesia anglicana. Al

    fundar ;una organizacin eventualmente se vern impelidos a advertir que su actual

    grupo de tenientes entusiastas ser sucedido por una burocracia de hombres de

    negocios que no sern mejores que los obispos, y quiz bastante menos escrupulosos.

    Esto siempre ha sucedido tarde o temprano en las grandes, rdenes creadas por

    santos; y la orden creada por el santo William Booth no est exenta del mismo

    peligro. Depende aun ms que la iglesia de la gente rica y sta privarainmediatamente al Ejercito de su provisin si ste comenzara a predicar esa

    indispensable rebelin contra la pobreza, que a la vez constituir una revolucin

    contra los ricos. Pero se ve estorbado por un grueso contingente de piadosos

    ancianos que en realidad no son Salvacionistas, sino Evangelistas de la antigua

    escuela. Todava, como afirma el Teniente Howard, "sigue a Moiss", que a estas

    alturas es una tontera categrica si el Teniente quiere significar, como mucho me

    temo, que el Libro del Gnesis contiene un fiel relato cientfico del origen de las

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    especies y que el dios a quien Jeft sacrific su hija es mucho menos dolo tribal que

    Dagn o Chemosch7.

    Adems, hay en el Ejrcito demasiado material ultraterreno. Como el granadero

    de Federico, el Salvacionista quiere vivir para siempre (el modo ms monstruoso de

    pedir la luna); y aunque es evidente, para cualquiera que haya odo alguna vez al

    General Booth y a sus mejores oficiales, que lucharan tan empecinadamente por la

    salvacin humana como lo hacen en la actualidad, aunque creyeran que la muerte es

    el fin del individuo, ellos y sus adictos tienen la mala costumbre de expresarse como

    si los Salvacionistas soportaran heroicamente la ardua vida en la tierra como una

    inversin que ms tarde rendir proficuas ganancias en la forma, no de una mejor

    vida

    por venir para el mundo entero, sino de una eternidad aprovechada slo por ellos, en

    una especie de pacfica bienaventuranza que a cualquier persona activa le acarreara

    una segunda muerte. Claro que a decir verdad los Salvacionistas son gente

    increblemente feliz. Y acaso el diagnstico de la verdadera salvacin no significa

    que podr superar el miedo a la muerte? El hombre que ha llegado a creer que no

    existe la muerte, considerando el cambio as llamado como una simple transicin

    hacia una vida exquisitamente feliz y totalmente despreocupada, no ha vencido en

    absoluto el miedo a la muerte; por el contrario, ese miedo lo domina an tan

    completamente que se niega a morir en cualquier condicin. Yo no considero salvado

    al Salvacionista hasta que est dispuesto a tenderse alegremente en su tumba,

    despus de pagar tasa y terreno y algo ms, para dejar que su vida eterna vaya a

    renovar su juventud en los batallones del futuro.

    Luego existe esa desagradable costumbre de mentir que se llama confesin y que

    el Ejercito alienta porque se presta a la oratoria dramtica con muchos y

    espeluznantes incidentes. Por mi parte, cuando oigo a un converso relatar lasviolencias, insultos y blasfemias de que era culpable antes de salvarse, dando a

    entender que entonces era un sujeto terrible y ahora el ms contrito y puro de los

    cristianos, no le creo lo que dice, as como tampoco creo al millonario que cuenta

    que de muchacho lleg a Londres o Chicago con slo tres peniques en el bolsillo. Los

    7Un dios de los filisteos, mitad hombre y mitad pez, fue Dagn, el dios de la agricultura; en tanto queChemosch (Baal) fue dios de los moabitas, a quienes se menciona en el Libro de los jueces y en el

    Libro de los Reyes.

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    Salvacionistas me han dicho que Brbara, en mi comedia, jams habra sido

    engaada por un fanfarrn tan transparente como Snobby Price; y por cierto que

    tampoco yo creo que Snobby pudiera engaar a cualquier Salvacionista ex-

    perimentado en un tema en que el Salvacionista no quisiera ser engaado. Pero en

    cuanto se trate de conversiones todos los Salvacionistas quieren ser convencidos;

    porque a peor pecador, mayor el milagro de su conversin. Cuando se exhibe a un

    rufin convertido o a un borracho vindicado como una de las atracciones de una

    reunin, vuestro rufin difcilmente podr ser demasiado rufianesco o vuestro

    borracho demasiado borracho. Mientras se confe en tales atracciones, vuestros

    Snobby Price jurarn haber azotado a su madre cuando en honor a la prosaica

    verdad eran frecuentemente azotados por ella, y vuestras Rummy Mitchens de mansa

    respetabilidad pretendern un pasado de turbulento y osado vicio. Aun cuando las

    confesiones sean sinceramente autobiogrficas no existe razn para presumir

    inmediatamente que el impulso de confesarse es piadoso o el inters de los escuchas

    edificante. Del mismo modo podra suponerse que la gente que insiste en mostrar

    espantosas lceras a los visitantes del hospital son higienistas convencidos, o que la

    curiosidad que alguna vez despiertan tales exhibiciones sea compasiva y valiosa. A

    menudo nos sentimos tentados a sugerir que aquellos individuos que importunan a

    nuestros jefes de polica con pretendidas confesiones de asesinato pueden muy

    sabiamente ser ejecutados, salvo en los pocos casos en que el verdadero asesino trata

    de librarse de su culpa mediante la confesin y la expiacin. Porque aunque no soy,

    as espero, una persona despiadada, considero que el hecho inexorable no debe ser

    deformado por ritual alguno, ya sea en el confesionario o en el cadalso.

    Y aqu es donde mi desacuerdo con el Ejrcito de Salvacin, y con todos los

    propagandistas de la Cruz (contra quienes objeto porque estoy en profundo

    desacuerdo con las horcas), se hace ms profundo. El perdn, la absolucin, laexpiacin son imaginarios; el castigo no es sino la pretensin de cancelar un crimen

    con otro; y el perdn no puede existir si no han existido deseos de venganza, as como

    no puede realizarse una cura si no ha habido una enfermedad. Jams podris obtener

    un alto grado de moralidad en la gente que concibe que sus malas acciones son

    revocables y perdonables, o en una sociedad donde la absolucin y la expiacin son

    oficialmente provistas. La demanda puede ser verdadera; pero la provisin es bastar-

    da. As Bill Walker, en mi comedia, despus de golpear a una muchacha

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    salvacionista, se siente saturado de una intolerable conviccin de culpa bajo el hbil

    tratamiento de Brbara. Inmediatamente trata de borrar el golpe y purificar su

    accin, primeramente castigndose por ello del mismo modo y, cuando se le niega

    este alivio, multndose en una esterlina para compensar a la muchacha. Se ve

    frustrado en ambas formas. Descubre que el Ejrcito de Salvacin es tan inexorable

    como los hechos. No lo castigar, no aceptar su dinero. No tolerar a un rufin

    redimido: no le deja otro medio de salvacin que dejar de ser rufin. Con esto, el

    Ejrcito de Salvacin comprende instintivamente la verdad central de la cristiandad y

    descarta su supersticin central; esta verdad central es la vanidad de la venganza y el

    castigo, y esa supersticin central es la salvacin del mundo por la horca.

    Porque, ntese bien, Bill ha golpeado tambin a una mujer anciana y

    desfalleciente; y por esta peor ofensa no siente ningn remordimiento, porque ella le

    ha demostrado que su maldad es tan grande como la de l. "Que me eche la ley, como

    dijo -dice Bill-; lo que le hice a esa no me molesta la conciencia ms que matar a un

    puerco." Esto demuestra un estado mental perfectamente natural y edificante de su

    parte. La anciana, al igual que la ley con la que le amenaza, est perfectamente

    dispuesta a usar la venganza contra l: a robarle si hurta, a azotarle si golpea, a

    asesinarle si mata. Con el ejemplo y el precepto, la ley y la opinin pblica le

    ensean a imponer su voluntad con la ira, la violencia y la crueldad y a borrar esa

    mancha moral con el castigo. Esto es perfecta cruztiandad. Pero esta cruztiandad se

    ha embrollado con algo que Brbara llama cristiandad y que inesperadamente la

    induce a rechazar el papel de verdugo de Satans, descartando a Satans. Se niega a

    querellar a un rufin borracho; conversa de igual a igual con un pelagatos con quien

    ninguna dama puede ser vista en la calle; en resumen, se comporta del modo ms

    ilegal e indecoroso posible en esas circunstancias. La conciencia de Bill reacciona

    ante esta actitud, tan naturalmente como ante las amenazas de la anciana. Se ve enuna posicin de insoportable inferioridad moral, y lucha por todos los medios a su

    alcance por escapar a ella, en tanto que est muy dispuesto a aumentar el abuso

    cometido con la anciana golpendola en la cara. Y esta es la triunfal justificacin de

    la cristiandad de Brbara frente a nuestro sistema de castigo judicial, el vengativo

    castigo del villano y la "justicia potica" de la escena romntica.

    En mrito a la literatura debe sealarse que esta situacin es slo parcialmente

    nueva. Vctor Hugo nos present hace tiempo la epopeya del convicto y los

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    candelabros del obispo, y del polica cruztiano aniquilado en su encuentro con el

    cristiano Valjean. Pero Bill Walker no se transforma romnticamente, como Valjean,

    de demonio en ngel. Hay millones de Bill Walkers en todas las clases sociales de hoy

    en da; y lo que yo, en calidad de profesor de psicologa natural, deseo demostrar es

    que Bill, sin cambio alguno en su carcter, reacciona de distinto modo ante distintos

    tratos.

    En prueba puedo referirme a la sensacional leccin objetiva que brindan los

    comerciantes millonarios de nuestros das. Comienzan como bandidos despiadados,

    inescrupulosos, labrando la ruina, la muerte y la esclavitud de sus competidores y

    empleados, soportando desesperadamente lo peor que sus competidores puedan

    hacerles. La historia de las fbricas inglesas, los monopolios norteamericanos, la ex-

    plotacin del oro, los brillantes, el marfil y el caucho africanos, supera en

    perversidad a las peores cualidades atribudas a los piratas del Mar de las Antillas.

    El Capitn Kidd hubiera abandonado en un islote a un moderno magnate

    monopolista porque su conducta le parecera indigna de un caballero de fortuna. La

    ley zahiere diariamente a fracasados bribones de este tipo y los castiga con crueldad

    mayor que la de ellos, con el resultado de que abandonan la casa de torturas ms

    peligrosos que cuando entraron en ella y renuevan sus perversidades (pues nadie

    quiere emplearlos) hasta que vuelven a caer presos, son otra vez torturados y puestos

    en libertad, y siempre con el mismo resultado.

    Pero el bribn afortunado recibe un trato muy distinto y muy cristiano. No slo es

    perdonado: es idolatrado, respetado, muy considerado; slo faltara que lo adorasen.

    La sociedad le devuelve bien por mal con la ms extravagante desproporcin. Y con

    qu resultado? l mismo empieza a idolatrarse, a respetarse, a tratar de merecer el

    trato que recibe. Predica sermones, escribe libros de edificantes consejos para los

    jvenes y finalmente se persuade de que prosper siguiendo esos mismos consejos;funda instituciones educacionales, contribuye a sociedades de beneficencia y muere

    finalmente en el aroma de la santidad, dejando un testamento que es un monumento

    de moral y generosidad pblicas. Y todo esto sin el menor cambio en su carcter.

    Las manchas del leopardo y las rayas del tigre continan tan delineadas como

    siempre; pero la conducta del mundo hacia l ha cambiado, y l ha modificado su

    conducta correspondientemente. Slo necesitis mantener en reserva vuestra actitud

    hacia l... poner las manos en su propiedad, denigrarle, asaltarle ... y en un momento

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    volver a ser el bribn que fue, tan pronto a aplastaros como nosotros lo estis a

    aplastarle, y casi tan pleno de pretendidas razones morales para hacerlo.

    En resumen, cuando la Comandante Brbara dice que no hay hombres perversos,

    tiene razn; no existen de un modo absoluto, aunque son gente irrazonable, de la que

    me ocupar en seguida. Todo hombre (y mujer) razonable es un hombre perverso en

    potencia y, a la vez, un buen hombre en potencia. Lo que el hombre es depende de su

    carcter; pero lo que hace, y lo que nosotros opinemos de lo que hace, depende de las

    circunstancias. Las circunstancias que llevan a un hombre a la ruina en una clase

    social, lo hacen eminente en otra. Los individuos que se comportan diferentemente en

    diferentes circunstancias, se comportan similarmente en similares circunstancias.

    Tmese un vulgar carcter ingls como Bill Walker. Encontraremos a Bill en todas

    partes: en el banquillo judicial, en el banco episcopal, en el Consejo Privado, en el

    Ministerio de Guerra y Almirantazgo, as como en los muelles de Old Bailey o entre

    las masas de obreros no especializados. Y la moralidad de Bill variar segn estas

    diversas circunstancias. Los defectos del malvado son las virtudes del financista; los

    modales y costumbres de un duque costaran el empleo a un empleado. En resumen,

    aunque el carcter es independiente de las circunstancias, la conducta no lo es; y

    nuestro criterio moral acerca del carcter tampoco lo es; ambos son circunstan-

    ciales. Tmese cualquier condicin de la vida en que las circunstancias son

    prcticamente idnticas para un cierto nmero de personas: el crimen, la Cmara de

    los Lores, la fbrica, las caballerizas, el campamento gitano... o lo que queris! A

    pesar de la diversidad de carcter y temperamento, la conducta y la moral de los

    individuos en cada grupo son tan semejantes sustancialmente como en una manada

    de ovejas, siendo la moral una simple costumbre social y necesidad circunstancial.

    La gente fuerte lo sabe y cuenta con ello. En nada se distinguen las mentes

    preceptoras del mundo del vulgar poseedor de un boleto de temporada urbano, msque en su percepcin formal de que la humanidad es prcticamente una sola especie

    y no un conglomerado heterogneo de caballeros y canallas, villanos y hroes, co-

    bardes y temerarios, pares y campesinos, almaceneros y aristcratas, artesanos y

    labriegos, lavanderas y duquesas, en que todos los grados de rentas y casta

    representan diferentes animales que no deben conocerse ni casarse entre s.

    Napolen creando una galaxia de generales, cortesanos y hasta monarcas de su

    coleccin de inservibles sociales; Julio Csar nombrando gobernador de Egipto al

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    hijo de un liberto, alguien que poco tiempo atrs hubiera sido legalmente

    descalificado aun para el puesto de soldado raso en el ejrcito romano; Luis XI

    nombrando consejero privado a su barbero: todos ellos tuvieron, en distintas formas,

    un dominio seguro de la realidad cientfica de la igualdad humana, expresada por

    Brbara en la frmula cristiana de que todos somos hijos de un mismo padre. El

    hombre que considera que los hombres se dividen moralmente en clases superiores,

    medias e inferiores, cae exactamente en el mismo error que aquel que considera que

    socialmente estn divididos del mismo modo. Y as como nuestra persistente tentativa

    de fundar instituciones polticas sobre una base de desigualdad social ha producido

    siempre largos perodos de roces destructivos, mitigados de tanto en tanto por

    violentas explosiones revolucionarias, as la tentativa -quieran observar bien los

    americanosde fundar instituciones morales sobre una base de desigualdad moral no

    puede conducir a otra cosa que a antinaturales Reinos de los Santos relevados por

    licenciosas Restauraciones; a americanos que hacen del divorcio una institucin

    pblica, para tornar el rostro de Europa en una enorme sonrisa sardnica cuando se

    niegan a parar en el mismo hotel con un genio ruso que ha cambiado esposas sin la

    sancin legislativa de Dakota del Sur; a una grotesca hipocresa, cruel persecucin y

    final confusin total de convenciones y complacencias con la benevolencia y la res-

    petabilidad. Es absolutamente intil declarar que todos los hombres han nacido

    libres si a la vez se niega que han nacido buenos. Garantcese la bondad de un

    hombre y su libertad se garantizar sola. Garantizar su libertad bajo la condicin de

    que se apruebe luego su carcter moral, significa en verdad abolir toda libertad,

    puesto que la libertad queda entonces a merced de un proceso moral que cualquier

    tonto puede forjar en contra de aquel que viole las costumbres, sea como profeta o

    como bribn. Esta es la leccin que la democracia tiene que aprender para poder

    convertirse en cualquier otra cosa salvo el ms oprimente de los sacerdocios.Volvamos ahora a Bill Walker y sus escrpulos de conciencia contra el Ejrcito de

    Salvacin. La Comandante Brbara, puesto que no es una moderna Tetzel8 ni el

    tesorero de un hospital, se rehusa a vender a Bill su absolucin por una esterlina.

    Desgraciadamente, lo que el Ejrcito puede rehusar en el caso de Bill Walker no

    puede rehusarlo cuando se trata de Bodger. ste es dueo de la situacin porque

    8Monje e inquisidor alemn (r455-1519) a quien se atribuyeron ventas de indulgencias, que dieron

    lugar a las protestaciones de Lutero y la explosin de la Reforma.

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    tiene en sus manos la correa de una bien provista billetera. "Luchen como quieran -

    dice Bodger-; sin m nada podrn hacer. Sin mi dinero no podrn salvar a Bill

    Walker." Y el Ejrcito responde, muy de acuerdo con las circunstancias:

    "Aceptaremos dinero del mismo diablo antes de abandonar la obra de salvacin." As

    Bodger entrega el dinero para redimir su conciencia y recibe la absolucin que, en

    cambio, se le niega a Bill. En la vida real, Bill quiz no se enterara de esto. Pero yo,

    el dramaturgo, cuya labor consiste en demostrar la relacin entre las cosas que no

    parecen estar relacionadas sino alejadas, en el fortuito orden de los acontecimientos

    de la vida real, he maquinado para hacrselo saber a Bill, con el resultado de que el

    Ejrcito de Salvacin ha perdido inmediatamente todo dominio sobre l.

    Pero, sin embargo, puede ser que Bill no se pierda. An est bajo el dominio de lo

    ocurrido y de su propia conciencia, y puede llegar a descubrir que ha perdido para

    siempre su aficin a la pillera. Sin embargo, no puedo asegurar este desenlace feliz.

    Dejad que cualquiera recorra los barrios ms pobres de nuestras ciudades, cuando

    los hombres no estn trabajando sino descansando y mascando la rumia de sus

    cavilaciones, y descubrir que hay una misma expresin en todo rostro maduro: la

    expresin del cinismo. El descubrimiento que hace Bill Walker con respecto al

    Ejrcito de Salvacin ya lo ha hecho cada uno de ellos. Han descubierto que todo

    hombre tiene su precio; y han sido tonta y corruptamente enseados a desconfiar de

    l y despreciarle por esa condicin necesaria y salutfera en la existencia social.

    Cuando se enteran de que tambin el General Booth tiene su precio, no lo admiran

    porque ste sea alto, ni admiten la necesidad de organizar la sociedad de modo que

    pueda obtenerlo de un modo honorable: llegan a la conclusin de que su carcter

    carece de fortaleza y de que todos los religiosos son hipcritas y aliados de sus

    opresores y explotadores. Saben que las importantes contribuciones que ayudan a

    mantener el Ejrcito son donaciones de la perversa doctrina de la docilidad en lapobreza y de la humildad en la opresin, y no resultado de la religin; y son

    desgarrados por la ms agonizante de las dudas del alma, la duda de si su verdadera

    salvacin no deber surgir de sus pasiones ms despreciables, del asesinato, la

    envidia, la codicia, la testarudez, la furia y el terrorismo, ms que de la conciencia

    pblica, la moderacin, la humanidad, la generosidad, la ternura, la delicadeza, la

    piedad y la bondad. La confirmacin de esa duda, sobre la que nuestros peridicos

    han insistido tan enrgicamente en los ltimos aos, es la moral del militarismo; y la

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    justificacin del militarismo reside en que las circunstancias pueden hacer de ella en

    cierta oportunidad la verdadera moralidad del momento. Y es produciendo tales

    momentos que creamos violentas y sanguinarias revoluciones, tal como la que est en

    progreso en Rusia y la que provoca diaria y diligentemente el capitalismo de

    Inglaterra y Amrica.

    En tales momentos es el deber de las iglesias evocar todos los poderes de

    destruccin contra el orden existente. Pero si hacen esto el orden existente puede

    reprimir sus actividades enrgicamente. Las iglesias slo pueden subsistir bajo

    condicin de que prediquen sumisin al estado, tal como est organizado en la

    actualidad capitalista. La Iglesia anglicana est obligada a agregar, a los treinta y

    seis artculos en que formula sus dogmas religiosos, tres artculos ms en los que

    asegura que cuando cualquiera de estos artculos est en conflicto con el Estado ser

    totalmente revocado, renegado, violado, abrogado y aborrecido, y el polica pasar a

    ser una persona mucho ms importante que cualquiera de las personas d la

    Trinidad. Y esta es la razn de que ninguna iglesia ni Ejrcito de Salvacin tolerado

    pueda ganar jams la absoluta confianza del pobre. Deben estar del lado de la

    polica y la fuerza militar, quieran o no; y como la polica y la fuerza militar son los

    instrumentos de que se vale el rico para robar y oprimir al pobre (de acuerdo con

    principios legales y morales dictados a propsito), no es posible estar con los pobres

    y con la polica a un mismo tiempo. A decir verdad, los organismos religiosos que son

    los pordioseros de los ricos, se convierten en una especie de polica auxiliar, que

    priva a la pobreza de su espuma de rebelin mediante carbn y cobijas, pan y miel, y

    que calma y aplaca a las vctimas con esperanzas de una felicidad inmensa y fcil en

    el otro mundo, cuando se haya completado el proceso de llevarlos a una muerte

    prematura, despus de una corta vida al servicio del rico.

    CRISTIANDAD Y ANARQUISMO

    Tal es la posicin falsa a la que ni el Ejrcito de Salvacin, la Iglesia anglicana o

    cualquier otra organizacin religiosa pueden escapar, salvo mediante la reconstitu-

    cin de la sociedad. Tampoco pueden soportar pasivamente al Estado, lavndose las

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    manos de sus pecados. El Estado trata constantemente de forzar las conciencias

    humanas mediante la violencia y la crueldad. No contento con quitarnos el dinero

    para la manutencin de sus soldados y policas, sus carceleros y verdugos, nos obliga

    a tomar parte activa en sus procedimientos, bajo pena de hacernos pasibles de su

    violencia. Mientras escribo estas lneas se est brindando al mundo un ejemplo

    sensacional. Se celebra una boda real que, despus de recibir el sacramento en la

    catedral, se dirige a una corrida de toros que tiene por principal diversin el

    espectculo de caballos corneados y destripados por el toro enfurecido, tras lo cual,

    cuando el toro est ya tan exhausto que ha dejado de ser peligroso, es atacado por un

    cauteloso matador. Pero el irnico contraste entre la corrida de toros y el

    sacramento del matrimonio a nadie conmueve. Otro contraste -aquel entre el

    esplendor, la felicidad, la atmsfera de benvola admiracin que rodea a la joven

    pareja, y el precio pagado por ello bajo nuestro abominable orden social, con la mi-

    seria, escualidez y degradacin de millones de otras parejas- es trazado en el mismo

    momento por un novelista, el seor Upton Sinclair, que desprende el enchapado de

    las enormes industrias carniceras de Chicago y nos muestra un ejemplo de lo que

    est sucediendo en el mundo entero bajo la capa exterior de la prspera plutocracia.

    Hay un hombre que se conmueve bastante ante este contraste como para pagar con

    su vida el precio de un golpe terrible asestado a los responsables. Desgraciadamente,

    su pobreza le significa tambin una ignorancia suficiente como para dejarse engaar

    por la ficcin de que los inocentes novios, producidos y coronados por la plutocracia

    a la cabeza de un Estado en el que tienen menor poder personal que un polica y

    menor influencia que cualquier director de un monopolio, son los verdaderos

    responsables. Contra ellos arroja, por consiguiente, sus seis peniques de fulminato de

    mercurio, errando el blanco, pero arrancando las entraas de tantos caballos como

    el mejor toro en la arena, y matando a veintitrs personas, adems de herir a noventay nueve. Y de todos stos, los caballos son los nicos inocentes de la culpa que l

    quiere vengar; si hubiera volado todo Madrid hecho aicos, todos los adultos

    incluidos, ni uno de ellos habra escapado a la acusacin de cmplice -antes y

    despus del hecho- de la pobreza y la prostitucin, de tan totales matanzas de nios

    como Herodes jams soara, de la plaga, pestilencia y hambre, lucha, asesinato y

    muerte lenta... quiz no hubiera uno solo que no ayudara con el ejemplo, el precepto,

    el consentimiento y hasta con las palabras a ensear al dinamitero su bien aprendido

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    evangelio de odio y venganza, aprobando diariamente sentencias de prisin tan

    infernales en su antinatural estupidez y apabullante crueldad, que sus abogados no

    pueden desconocer la espada o la bomba sin descubrir tambin su propia mscara de

    justicia y humanidad.

    Obsrvese que en este mismo momento se edita la biografa de uno de nuestros

    duques, quien, siendo escocs, pudo discutir sobre poltica y se destac, por lo tanto,

    como un gran cerebro entre nuestros aristcratas. Y cul, si me permiten, era el

    episodio histrico favorito de su excelencia, aquel que segn propias declaraciones

    jams leyera sin intensa satisfaccin? Pues el ataque contra las multitudes de Pars

    llevado a cabo por el joven general Bonaparte en 1795, llamado en juguetona

    aprobacin por nuestras clases respetables 'la bocanada de metralla'', aunque Na-

    polen, para hacerle justicia, tuviera una concepcin ms profunda de todo esto y

    hubiera querido resignarse a olvidar. Y puesto que el Duque de Argyll no era un

    demonio, sino un hombre de pasiones semejantes a las nuestras, en ningn modo

    cruel o rencoroso como puede suceder, quin puede dudar de que todos los

    proletarios del mundo, de temperamento ducal, gocen ahora con "la bocanada de

    dinamita" (el sabor de la broma parece desvanecerse ahora, no es as?) que apunta

    contra la clase que ellos detestan, as como nuestro perspicaz duque detestaba lo que

    l llamaba la multitud?

    En una atmsfera semejante no puede caber sino una secuela a la explosin de

    Madrid. Toda Europa arde por emularla. Venganza! Ms sangre! Hacer trizas a la

    "bestia anarquista". Arrastrarla hasta el patbulo. La prisin perpetua. Dejar que

    todas las naciones civilizadas se unan para borrar, a ella y a sus semejantes, de la

    superficie de la tierra; y si algn Estado rehusara esa alianza, guerra contra ese

    Estado. Esta vez el ms importante peridico londinense antiliberal, y por lo tanto

    antirruso en poltica, no dice a las vctimas "Muy merecido", como hiciera en efectocuando Bobrikoff, De Plehwe9 y el Gran Duque Sergio fueron extraoficialmente

    fulminados. No: fulminad a nuestros rivales de Oriente, de acuerdo, bravos revolu-

    cionarios rusos!; pero disparar contra una princesa inglesa?... eso es monstruoso,

    horrible! Perseguid al infeliz hasta su perdicin, y observad, por favor, que somos un

    pueblo civilizado y misericordioso y que, muy a pesar nuestro, no podemos tratarle

    9(1846-1904), estadista ruso, designado ministro del Interior; ejerci una poltica dictatorial para con la

    clase obrera; muri en un atentado dirigido por los revolucionarios.

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    como a Ravaillac10y Damiens11. Entretanto, puesto que an no hemos dado alcance al

    infeliz, calmemos nuestros nervios estremecidos en la corrida de toros y comentemos

    de un modo corts el tacto y buen gusto infalible de las damas de nuestras casas

    reales, que, aunque presumiblemente de normal y natural ternura, han sido tan

    eficazmente adiestradas en la moda de la poca que puede llevrselas a ver caballos

    descuartizados, tan framente como podra llevrselas a una lucha de gladiadores, si

    fuera esa la costumbre del momento.

    Por extrao que parezca, en medio de este vehemente fuego malvado, el nico

    hombre que an conserva su fe en la bondad e inteligencia humanas es el causante de

    la explosin, ahora un desventurado fugitivo con nada, aparentemente, que pueda

    asegurar su triunfo sobre las prisiones y patbulos de la Europa enfurecida, salvo el

    revlver en el bolsillo y su disposicin a descargarlo al instante en su cabeza o en

    cualquier otra. Pensad en l, puesto a la tarea de hallar un cristiano y un caballero

    entre la multitud de lobos humanos que allan por su sangre. Pensad tambin en

    esto: que al primer intento halla lo que busca, un verdadero noble espaol, un noble

    de ideas elevadas, en nada aterrorizado, con el alma carente de maldad, bajo la

    vestimenta -de todos los disfraces del mundo!- de un moderno editor. El lobo

    anarquista, huyendo de los lobos de la plutocracia, se arroja a los pies del hombre.

    El hombre, que no es lobo (ni editor londinense, entonces) y por lo tanto no admira

    esa hazaa como para sentir el despertar de sus instintos sanguinarios, no le arroja a

    los lobos que le persiguen... En cambio, le proporciona toda la ayuda posible para

    poder escapar y lo pone en camino, enriquecido con el conocimiento de una fuerza

    que penetra ms hondamente que la dinamita, aunque no pueda lograrse tanto por

    unos peniques. Esta tan justa y honrosa accin humana no se desperdicia en Europa,

    espermoslo as, aunque por el momento slo beneficie al lobo fugitivo. Los lobos

    plutcratas bien pronto huelen sus huellas. El fugitivo dispara entonces contra elinfortunado lobo cuya nariz tiene ms cerca, se suicida y convence luego al mundo,

    con la fotografa de su rostro, de que no se trataba de una monstruosa reversin de

    hombre en tigre, sino de un joven bien parecido, nada anormal sino en su apabullante

    valor y decisin (esta es la razn de que los temerosos leespetaran gritos de

    10FRANOIS RAVAILLAC (1578-1610), asesin a Enrique IV de Francia y fue ejecutado.11Regicida francs, atent contra Luis XV en 1757; tras someterle a temibles torturas, fue ejecutado y

    descuartizado en Pars.

  • 7/21/2019 Comandante Barbara La

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    Librodot La comandante Brbara Bernard Shaw

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    "Cobarde!"); alguien para quien, bajo circunstancias racionales y humanas, matar a

    una infeliz pareja en su maana de bodas habra sido una abominacin irreflexiva.

    Luego sobreviene un ambiente de irona y ciega estupidez. Los lobos, frustrados en

    su deseo de engullir a su hermano-lobo, se vuelven contra el hombre; y proceden a

    torturarle con la prisin por haberse rehusado a clavar sus dientes en el cuello del

    dinamitero y oprimirlos hasta terminar con l.

    De modo que, como veis, el hombre no puede ser un caballero en nuestros das,

    aunque quiera. En cuanto a ser cristiano, se permite alguna amplitud en este punto,

    porque, repito, la cristiandad tiene dos faces. La cristiandad popular tiene por

    emblema una horca, por principal sensacin la ejecucin sanguinaria tras la tortura,

    por misterio central una venganza insana adquirida mediante la expiacin

    fraudulenta. Pero existe una ms noble y profunda cristiandad que afirma el sagrado

    misterio de la Iglesia y prohibe la deslumbrante futilidad y locura de la venganza, a

    menudo cortsmente denominada castigo o justicia. La horca en la cristiandad es

    tolerable. El resto es un crimen. Los expertos en irona conocen bien el hecho de que

    el nico editor en Inglaterra que ataca el castigo, por considerarlo una medida

    absolutamente equivocada, repudia tambin la cristiandad, llama a su peridico "El

    Liberal" y hace doce aos que est preso por blasfemo.

    CONCLUSIONES SANAS

    Y ahora debo pedir al acalorado lector que no pierda la cabeza y se incline hacia

    uno u otro criterio, sino que extraiga una moraleja sana de estos formidables

    absurdos.No es sensato proponer que las leyes contra el crimen sean aplicadas solamente a

    los culpables y no a los cmplices cuyo consentimiento, consejo o silencio pueda ase-

    gurar la impunidad del culpable. Si se instituye el castigo como instrumento de la ley,

    debe castigarse a los que se rehusan a castigar. Si tenis un cuerpo de polica, debe

    ser parte de vuestro deber obligar a todos a secundar a la polica. Claro que si

    vuestras leyes son injustas y vuestros policas instrumentos de opresin, el resu