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Costumbres gastronómicas cusqueñas a inicios del siglo XX en las Memorias de Luis E. Valcárcel, a 120 años de su nacimientoJavier Escóbar Antropólogo [email protected] el libro Memorias 1 de Luis E. Valcárcel (Ilo, Moquegua - Perú, 8 de febrero de 1891 - † Lima - Perú, 26 de diciembre de 1987) el reconocido historiador, antropólogo e indigenista nos narra los periplos de su vida a lo largo de casi una centuria, tiempo durante el cual consagró su vida al estudio del Perú y de su rea
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Costumbres gastronómicas cusqueñas a inicios del siglo XX en las
Memorias de Luis E. Valcárcel, a 120 años de su nacimiento
Javier Escóbar Antropólogo – UNSAAC [email protected]
En el libro Memorias 1 de Luis E.
Valcárcel (Ilo, Moquegua - Perú, 8 de
febrero de 1891 - † Lima - Perú, 26 de
diciembre de 1987) el reconocido
historiador, antropólogo e indigenista
nos narra los periplos de su vida a lo
largo de casi una centuria, tiempo
durante el cual consagró su vida al
estudio del Perú y de su realidad. Libro
imprescindible para todo peruano
interesado en descubrir su país y sobre
todo, para conocer al ser humano
detrás de todo ropaje de títulos
académicos que en ocasiones
obnubilan lo esencial en el hombre.
En la primera y segunda partes, tituladas El Cusco de comienzos de siglo y
Tempestad en los andes e indigenismo, narra el transcurrir de su vida en esa
ciudad, así como sus primeros recuerdos, niñez y adolescencia. Así se refiere a
las calles de Cusco, sus iglesias, mercados, familias y un sinnúmero de
acontecimientos propios de una localidad, que, tal como él remarca, vivía en
una atmósfera apacible y de letargo.
Sería largo referir los pormenores de las memorias de este preclaro peruano,
sin embargo, en esta ocasión, nos abocaremos a describir algunas de las
costumbres relacionadas con la gastronomía cusqueña de inicios del siglo XX,
que reproducimos en forma casi literal en homenaje al maestro.
Valcárcel indica que nació en el puerto de Ilo el 08 de febrero de 1891, en una
casa de bajos frente al mar. Cinco o seis años antes, sus padres, Domingo
Luciano Válcárcel y Leticia Vizcarra Cornejo, habían contraído matrimonio en la
ciudad de Moquegua. Fueron en total cinco hermanos, la mayor fue Alicia que
murió de niña y la última María Leticia, nacida en el Cusco cuando él tenía seis
años. Era el tercero de los cinco, hubo otros dos varones, uno de ellos llamado
Alberto.
1 Editadas por José Matos Mar, José Deustua y José Luis Rénique y publicadas en Lima por el IEP en 1981. 478 pp.
Luis E. Valcárcel con su hermana Leticia, Domitila y Marianucha, 1902.
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Continúa diciendo que llegó a Cusco antes de cumplir el año de edad,
atravesando previamente y a lomo de mula regiones desérticas como la Pampa
de Clemesí, hasta llegar a Arequipa. De allí por tren hasta Juliaca o Santa
Rosa, desde donde continuaron su viaje a Cusco, acompañados de 10 ó 12
arrieros que conducían sus pertenencias. En un primer momento, se instalaron
en una casa de la calle Saphy, luego en la del Marquez de Valleumbroso o
casa Parellón, posteriormente, se mudaron conjuntamente que su familia, a
otra ubicada en la misma calle, la misma que adquirieron del señor Mariano
Carbajal. En esta última, vivió hasta 1920, fecha en que contrajo matrimonio,
trasladándose a otra colindante con la del Marquez de Valleumbroso hasta
1950, fecha en la que pasó a poder exclusivo de su hermana, por propia
voluntad de Valcárcel.
Su padre abrió en la misma calle de Marquez, un almacén en donde vendía
productos procedentes de Moquegua, Locumba e Ilo, como vinos y
aguardientes, aceitunas de Ilo, camarones secos de tambococha; asimismo el
negocio se incrementó con la importación de champagne Clicot, cervezas
alemanas, jamones ingleses y delicados potages conservados en vasijas de
vidrio provenientes de Italia y Francia. Relata además, que con el tiempo, el
negocio de su padre fue uno de los más prósperos de la región, atrayendo a las
familias más pudientes como clientes.
El Cusco que Valcárcel
recuerda, era muy distinto
al que él mismo refiere vino
después. Su población era
pequeña así como también
reducido el número de
habitantes de todo el
departamento. En 1912, se
estimaba en 19,825
personas, según censo
que este insigne estudioso
levantara, de los cuales
más de 10,000 hablaban
solo quechua. Era una
ciudad sin servicios
públicos, no tenía agua ni
desagüe, y tampoco luz eléctrica. Sus calles, estrechas y empedradas, eran
transitadas por algunas carrozas y jinetes, que compartían el angosto espacio
con peatones y recuas de mulas. El alumbrado público era a kerosene, en
faroles de hierro que pendían de brazos salientes en las esquinas y que para
encenderlos y apagarlos demandaban la ocupación cotidiana de varios
Sociedad cusqueña. 1905.
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individuos. A las seis de la tarde los encendedores llevaban una escalerita para
subir hasta ellos y prenderlos con cuidado.
En la ciudad todo giraba en torno a la Plaza de Armas y sus portales. Ahí se
daban cita y encuentro las más importantes y conocidas familias, así como
también acostumbraban a pasearse los recién llegados o cuantos quisiesen
conocer la vida social cusqueña. Frente a la Plaza estaba el portal de la
Compañía, donde se encuentra la iglesia jesuita de La Compañía, luego venía
el portal de Carrizos o Socos-portal, porque en él se vendían muebles y figuras
de carrizo. En el portal de Belén, pasando por Santa Catalina Angosta,
funcionaba la botica de Andrés Velasco. Luego se encontraba el portal de
Carnes o Aicha-portal, el portal de Harinas, la calle Sucia que después se ha
llamado Suecia y el portal de Panes, calles que conservaban sus nombres
coloniales.
Comenzando con el cruce de Espaderos con Plateros, se entraba a los portales
que dan frente a la Catedral, el portal de Ropavejería hoy Comercio, el de
Confituría y el de Botoneros. De manera que formaban nueve en total, estando
cada uno dedicado a una actividad particular.
Refiriéndose a las costumbres rutinarias de
los habitantes de la ciudad, Valcárcel narra
que éstos se levantaban muy temprano y
que todos salían a laborar antes de las
siete de la mañana, menos la señora de la
casa, quién se quedaba a efectuar los
quehaceres propios de la misma
impartiendo órdenes a sus sirvientes.
Como desayuno, usualmente se tomaba
una taza de chocolate con un pan grande y
caliente, en esa época no se acostumbraba
tomar té o café. Entre las once o las doce,
se retornaba a la casa a almorzar, en el que
se servían generalmente tres platos,
aunque en fiestas su número podía llegar a
diez. El primero era el chupe, que contenía
papas, chalona, chuño y legumbres, todo
bien condimentado y acompañado de un
choclo y un buen trozo de queso. Este plato, aunque contundente, se
consideraba solamente como una entrada según las costumbres de la época.
Luego venía algún guiso de carne, un estofado por ejemplo, acompañado de
arroz. Como tercer plato podía servirse un pastel al horno de choclo, quinua o
legumbres. Finalmente como postre, se servía alguna fruta y una taza de
chocolate.
Familia cusqueña. 1905.
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En estos almuerzos cotidianos, no se acostumbraba beber licor, salvo cuando
había invitados. Finalizado este, se retornaba a los trabajos hasta las cinco de
la tarde, tiempo en que posteriormente se impuso tomar té, que era
acompañada con una torta hecha en casa, pan, mantequilla y un dulce casero.
La cena se servía entre las seis y siete de la noche, pues pocas familias
adoptaron la costumbre de la hora del té; la comida comenzaba con una sopa
infaltable para contrarrestar el intenso frío nocturno, generalmente de fideos de
cabello de ángel, de chuño tostado o de arroz, seguía un plato con productos
locales como papas y huevos y un pastel al horno. Como postre se podía
consumir una mazamorra o un dulce de piña o chirimoya.
El chupe, estaba vinculado con la mujer, que proviene de chupi, que es el
nombre quechua del órgano femenino, su analogía consiste en que el chupe
era la comida básica o principal de los indios, mientras que el chupi es el
órgano creador de la mujer, base también de la familia. Otro producto vinculado
con la fertilidad era el olluco, que proviene del quechua uyo y ko, referido al
órgano sexual masculino y agua, aguado o flácido, siendo entonces su
traducción como miembro flácido o aguado, debido a que el olluco tiene la
forma del miembro masculino y porque se come aguado y no frito.
Después de la comida, algunas familias
acostumbraban a tomar, entre las nueve
y diez de la noche, una taza de
chocolate acompañada de un bizcocho,
exigencia que provenía especialmente
de la gente vieja. Se bebía licores sólo
cuando llegaban visitas y en esa
ocasión, se preparaba una gallina o
perdiz. En fechas especiales, se servía
pavo o lechón. En navidad por ejemplo,
se servía pavo entre las nueve y diez de
la noche. Para los matrimonios, se
ofrecía verdaderos banquetes como
muestra de la riqueza familiar, en ellos
abundaban los licores, anís del mono, menta, los que se servían en copitas
especiales; además de cognac, cerveza y muy buenos vinos sauternes,
chablis, nacionales e importados, como el Saint Emilion que era exquisito.
Aquellos banquetes se prolongaban hasta altas horas de la noche, en donde
además se consumía abundante licor. No se conocía el whisky, pero sí se
bebía el buen vino español.
Las familias acomodadas se daban el lujo de ofrecer en los banquetes de diez
a doce platos a más de cinco a seis postres y abundancia de licores finos. Se
bebía champaña, cognac, y pese a existir varias cervecerías en el Cusco, se
prefería la inglesa y la alemana. Estos banquetes se prolongaban hasta altas
Santiago Araníbar Petriconi en la Hacienda
Patibamba (Abancay).1905.
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horas de la noche y en muchas ocasiones, se obligaba al dueño de la casa a
brindar una y otra vez con sus invitados, además, se le sometía a lo que se
llamaba “fusilamiento”, que consistía en tomar una copa llena con cada
invitado. Otra costumbre era arrojar el juego de llaves de la casa a un
voluminoso recipiente de chicha o vino que debía consumirse para dar por
terminada la fiesta. Es de imaginar que estas comilonas terminaban de forma
tal que la mayor parte de los invitados salían embriagados.
Para los cumpleaños solían
obsequiarse dulces hechos con
pasta de almendras preparados
por las monjas de Santa
Catalina, que venían en unas
pequeñas fuentes
representando toda una comida
hecha en miniatura. En
ocasiones eran unas piernas
de chancho o gallina, muy
parecidas a las verdaderas
hechas completamente de
dulce, el lujo consistía en que
la señora de la casa partía la
pierna y la servía. Las monjas de Santa Teresa eran famosas por sus confites,
elaboraban unos olorosos caramelos blancos que al disolverse despedían un
aroma delicioso. Por el contrario, las monjas de las Nazarenas fabricaban
objetos, por ejemplo, unos pequeños indiecitos prolijamente vestidos con todo
el colorido tradicional. Esta producción artesanal de los conventos solía
utilizarse como obsequio de cumpleaños. Después vino la instalación de la
fábrica de chocolates. La costumbre del regalo estaba muy difundida, reflejo de
las relaciones francas y amistosas que predominaban entre los cusqueños. En
los cumpleaños las mesas se repletaban con los obsequios que se hacían.
Había cierta expectativa por los regalos a recibir, al igual que en Navidad. En la
Nochebuena existía siempre un presente para cada miembro de familia, aun
para los vecinos u otras familias, y también para los sirvientes.
Para la Nochebuena se preparaban comidas y dulces especiales. Para la
ocasión, las monjas de Santa Catalina elaboraban figuritas de mazapán. Se
bebía oporto, jerez o vino español y champagne a la medianoche; para comer,
el infaltable pavo relleno, acompañado de chancho, gallina, cordero o conejo.
El seis de enero, con motivo de la bajada de Reyes, se deshacía el nacimiento
y los niños eran obsequiados con dulces y regalos, que se dejaban en sus
zapatos.
Para el cusqueño de principios de siglo toda fiesta religiosa constituía motivo
de alegres celebraciones. Entre todas las celebraciones destacaba el carnaval.
Fiesta de Carnavales en Cusco. 1929.
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Varios días antes se preparaban los cascarones de huevo con perfume, que
luego se tapaban con tocuyo y cebo.
Los hombres ricos utilizaban almidón y agua florida importada, que arrojaban a
las muchachas instaladas en los balcones. Para la ocasión se elaboraba el
tecte, una chicha de maíz blanco de un gusto dulce y agradable, que se
complementaba con almendras y otros ingredientes. Se bebían diferentes tipos
de chicha: morada, amarilla, etc., y también mezclas, aparte de la frutillada que
se preparaba sobre todo en febrero y marzo, época en que abundaba la frutilla.
También se elaboraban diferentes tipos de huahuas, bizcochos de maíz o trigo
con figuras de niños, que se intercambiaban en el “día de las comadres” y se
consumían sólo después del intercambio.
Para el día de los difuntos se realizaba la tradicional romería al cementerio. Los
indios solían llevar a los muertos una comida tradicional en unas bolsitas de
tela que colocaban delante de las tumbas con una vela encendida. La
costumbre establecía que después había que romper los platos de loza en que
se portaban los alimentos, lo que los indígenas cumplían fielmente, aun
atentando contra su precaria economía. Algunas familias de origen indígena
hacían lo mismo. Lo que sí era una costumbre generalizada era preparar en
esa ocasión una suculenta comida. Había platos especiales para los días de
fiesta, la de “Todos los Santos” y el “Día de los Difuntos”. Ambos se celebraban
religiosamente.
En Semana Santa se preparaban unas empanadas dulces envueltas en papel y
rellenas con pasas, almendras y frutas confitadas, eran las famosas
empanadas de Semana Santa, que se regalaban en una cajita de cartón.
También era típico el arroz con leche, la mazamorra morada y, sobre todo, el
“sancochado”, hecho de carne de res, chalona, papas, melocotones y
manzanas.
Una de las fiestas más memorables que Valcárcel recuerda fue la del canónigo
Jibaja, ofrecida a los profesores de la Universidad de Cusco. El banquete se
inició con un ponche caliente, porque eran épocas frías y llovía, estaba hecho a
base de almendras, en la mesa había una infinidad de cosas, uno se servía lo
que quería, desde un pan especial hasta potajes con dulce o sin él. Al pan se le
podía poner mantequilla o queso, todo esto antes de empezar la comida
propiamente dicha. Después vino un gran plato, una sopa con alma, no un
caldo suelto sino una especie de crema. Seguidamente se servía copas de
vino. Luego siguió un plato hecho al horno, muy adornado, por lo que no podía
saberse de qué se trataba, uno abría su porción y solo entonces descubría si
era cabrito, gallina, lechón o algún otro tipo de carne. Luego nuevamente un
poco de vino y otro plato, y más vino nuevamente y otro plato. Una especie de
ensalada siguió a continuación, después un tamal suavecito y otra tanda de
vino. Se llegaron a contar hasta diez platos rociados con vino. Con la última
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copa ya no se sabía cómo levantarse, y no se sabía tampoco lo que había
comido. Era curioso, pero en esas comilonas uno no se sentía indigesto
porque estaban bien balanceadas, se adecuaban los platos empalagosos con
los que no lo eran, de manera tal que no se sintiese hartazgo. Lo último del
menú era muy suave, como si fuera de viento, para que no hubiese pesadez.
Para afrontar compromisos sociales como los descritos, la mayoría de las
casas se encontraban equipadas convenientemente, no faltaban los buenos
hornos a leña, con los implementos necesarios para sacar de él lo que se ponía
al fuego. Valcárcel refiere uno en su casa de la calle Marquez, donde su madre
mandaba a preparar diferentes clases de pan. También había braseros
pequeños no solamente para preparar los platos más finos sino también para
dar calor a la casa en las épocas más frías, junto al brasero se colocaba un
sirviente para evitar que la llama se apagara.
Hasta aquí un extracto de las Memorias de Luis E. Valcárcel, las mismas que
esperamos hayan despertado el interés de los lectores ávidos por conocer más
del rico pasado cusqueño y que se motiven a efectuar una lectura completa del
mismo y así mantener la vitalidad del maestro en la memoria de sus
seguidores.