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Crespo, Jorge · 2015. 11. 14. · Faltaban minutos para las 13:00. Daniel decidió poner a prueba su plan. Con fingida serenidad se acercó al grupo, situándose delante de la joven,

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Crespo, Jorge Guijarros / Jorge Crespo. - 1a ed. - Vicente López: Jorge Crespo Ediciones, 2015. Libro Digital, PDF Archivo Digital: descarga y online ISBN 978-987-27241-4-6 1. Narrativa Argentina. 2. Cuentos. 3. Ciencia Ficción. I. Título. CDD A863

Diseño de la Portada: Pablo Crespo

© 2015, Jorge Crespo

© 2015, Jorge Crespo Ediciones http://jcedit.wordpress.com/

1ª edición: Noviembre de 2015

ISBN 978-987-27241-4-6

Editado en la Argentina

Queda hecho el depósito que establece la Ley 11723

Esta historia sólo puede ser impresa para uso personal. No se permite la reproducción parcial o total con otros fines, cualesquiera sean éstos, la traducción a otros idiomas

o la modificación de la trama, la transmisión o la transformación, en cualquier forma o por cualquier medio, ni el empleo como fuente para la producción de otras obras

artísticas de cualquier tipo sin el permiso previo y escrito del autor.

Los acontecimientos, nombres, personajes, funcionarios, empresas e instituciones incluidos en esta historia son ficticios. Cualquier semejanza con personas reales, vivas o muertas, o eventos, productos, funcionarios, empresas o instituciones reales, en especial con sus

nombres o denominaciones, o con otras historias de ficción, en todo o en parte, es mera coincidencia, y no harán lugar a acción legal alguna.

La mención de ciertos parajes, ciudades o países, y de sus habitantes, elegidos a los fines narrativos, no implica juicio alguno sobre los mismos.

El autor asume la total responsabilidad por el empleo de modismos locales muy comunes en Buenos Aires y sus suburbios, los cuales se apartan de las reglas

gramaticales del idioma, como así también por todos los errores de ortografía y sintaxis que aparezcan en el texto.

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GUIJARROS

Jorge Crespo

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Para Elena. Por esos incontables y efímeros momentos de felicidad... Para John Carpenter. Por su hermosa ficción del ’84.

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El amor puebla el Universo, allí donde ha surgido la vida inteligente. Y si bien ciertas especies parecen empeñadas en un exterminio irracional, no hay posibilidad alguna de acabar con él. Como el Fénix, renace una y otra vez…

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1 Encuentros La hoja de papel, en la que alguien había escrito “Física 1” con marcador grueso, colgaba de la puerta doble, pegada con cinta adhesiva. A pesar de las tortuosas instrucciones del encargado de Informes tenía el cartel delante. Las 9:04. Apenas tarde. Abrió suavemente y se introdujo en el aula, mas no pudo cerrar pues tras ella lo hicieron otros dos rezagados. Todos los presentes, ya ubicados en los diferentes pupitres, se volvieron de inmediato hacia los recién llegados. Con una mirada rápida se dio cuenta que solo quedaban libres las cuatro primeras filas. Caminó por el corredor, se sentó en el extremo de la tercera, y extrajo un cuaderno de notas, sintiéndose el blanco de la curiosidad general. Un momento después la sensación se esfumó. Una persona cruzaba la entrada, y alrededor de cuarenta alumnos repitieron el proceso anterior. Cesaron los cuchicheos, y el silencio invadió el recinto. El profesor. Ileana se mantuvo quieta, con la vista baja. La levantó despacio, en cuanto el individuo apoyó sus papeles en el escritorio central, preparándose a confrontar a la clase. Un hombre no mayor de cincuenta años, alto y flaco, con bigote grueso, lentes y algo calvo. — Buenos días, damas y caballeros. — Buenos días, señor. La respuesta del grupo sonó tímida y discordante. — Mi nombre es Ricardo K, y tendré el gusto de ver con ustedes la Teoría de Física 1. Pueden obtener el Programa entrando en la Hoja Web del Departamento. Por favor, levanten la mano si desean hablar, e identifíquense, para ayudarme a ir conociéndolos mejor. Hoy nos limitaremos a un simple repaso de lo visto sobre el área específica en el Ciclo Básico, pero previamente me agradaría hacerles un comentario. ¿No es un fastidio estar aquí a las 9:00 de la mañana de un lunes? Nunca falta el remolón que se asoma a las cansadas. La pregunta, y el veredicto que lo incluía, provocaron una carcajada en aquellos que colmaban la sala, y consiguieron que se aflojara la tensión. Sonriendo, se aproximó al gigantesco pizarrón colgado en la pared del frente y tomó una tiza. La mente de la joven se aisló al instante de temas que recordaba perfectamente, sintiendo por milésima vez esa desazón que le causaba el contacto inicial con desconocidos. Sin excepción, analizaban su aspecto con empeño, como si quisieran adivinar de cuál lugar procedía, pasando por las islas del Pacífico y terminando en Saturno. Esa preocupación se evaporaba al enterarse que era provinciana y hablaba el mismo idioma, incluyendo los modismos en boga. Su aspecto raro acababa relegado a un segundo plano. Demoró poco en arribar a la conclusión. A la larga se acostumbrarán, igual que siempre. Se relajó dispuesta a escuchar. Sin embargo, al distenderse permitió a la oscura porción de su cerebro que permanecía alerta, revelarle que uno de los estudiantes proseguía observándola. Obedeciendo a su impulso giró la cabeza a la izquierda y, cruzando el pasillo, tropezó con un par de luminosos ojos verdes, que, sorprendidos, se dirigieron ágiles a quien detentaba la palabra. Ella también se volvió, juzgando el aspecto de su vecino. Un chico de pelo castaño claro, nariz respingona y boca carnosa, muy guapo dirían mis compañeras del secundario. Daniel, por su parte, aunque aparentaba prestar atención, hacía su propio análisis. Además de ser exóticamente bonita posee una intuición especial. Casi a las 10:00 comenzó un breve intervalo, el salón se llenó de voces, y muchos dejaron los asientos para salir a fumar. Al atenuarse la marea sus cosas dormían en el banco, mas ella no se veía. El joven paseó por el pasillo frontal rumbo a los ventanales de la derecha, ignorando a los que dialogaban con Ricardo K, y enseguida localizó sus cabellos rojos en la punta lejana de la quinta fila. Abrazaba sucesivamente a un muchacho moreno y a una chica rubia de anteojos, besándolos en las mejillas. Entre risas, se trenzaron en una animada charla. No se sorprendió en absoluto. Compañeros de los cursos preliminares. Durante la hora siguiente se interesó en ciertos puntos esenciales, evaluando alternativamente la mejor forma de vincularse con la flamante condiscípula. El encuentro anterior lo impulsaba a emplear una línea de acción indirecta.

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— Bien. Nos vemos el jueves. Recuerden que las Prácticas comienzan a las 14:00. Aventajando a la marea que se apartaba del lugar, se desvió rápidamente y encaró la escalera central hasta el piso superior. Dobló a la izquierda y en el fondo del corredor se topó con el aula prefijada para los trabajos de la tarde. Debía verificar algo. Allí estaba la Nota. “Se sugiere a los alumnos de Física 1 formar con anticipación Comisiones de cuatro o cinco integrantes, a fin de evitar demoras en el inicio de la primera clase. Los ayudantes de curso identificarán a cada una con la numeración respectiva. Gracias”. Volvió al hall principal y ascendió nuevamente para dirigirse al Comedor Universitario. Su reloj marcaba las 11:20. Escasos individuos aquí y allá. En el largo exhibidor seleccionó una porción de pollo con papas y una botella de agua. Con la bandeja en la mano buscó el lugar adecuado, y lo ubicó al instante. Una mesa para dos, en un ángulo próximo a la entrada. Mientras comía, confirmó la excelente visión del local. Aún no terminaba cuando irrumpieron los tres. Escogieron una posición lateral, posaron libros y cuadernos en una de las sillas y fueron por el almuerzo. Al culminar, regresaron en fila india al sitio reservado. Y la pelirroja, anteponiéndose a sus amigos, se sentó en la silla alineada con la suya. Su pulso se aceleró. ¿Sabe que estoy espiándola? Hubiera jurado que nunca advirtió mi presencia. Acabó con su plato. Cercana, la conversación fluía incesante, y la pandilla se conducía como aislada del ambiente, dándole así la oportunidad de estudiarla sin temor. Descubrió de inmediato porqué la gente se sorprendía al verla. Su cara, de tez blanca tostada por el sol, no parecía guardar las relaciones típicas de una adolescente de veinte años. Tenía una boca normal, de labios finos y sensuales, sin pintar. Pero la nariz era pequeña, y sobre ella refulgían unos ojos enormes, absolutamente negros, de pestañas larguísimas. No los había notado en el fugaz cruce de la mañana. Alguna variante hereditaria infrecuente. Y para completar el cuadro se adivinaba una frente demasiado ancha, parcialmente oculta tras el flequillo de su melenita cuadrada, que utilizaba asimismo para disimular un cráneo respetable, en forma de pelota de rugby. Nada se sabía de las orejas. Su cuerpo tampoco cuadraba con el de una mujer sumamente atractiva. Con alrededor de un metro sesenta y cinco, la remera de mangas largas y cuello redondo que traía dejaba entrever unos bíceps propios del sexo masculino. Sus pechos apenas asomaban del chaleco cerrado, y los jeans, desteñidos y desflecados, contenían piernas musculosas. Llevaba zapatillas simples y gastadas en sus pies medianos. Echó una ojeada al resto del salón. No cabía un alfiler. No obstante, nadie perdía tiempo con la chica extraña. Es imprescindible averiguar por qué me atrae de este modo. Los siguió a cierta distancia en tanto abandonaban el edificio para aguardar al aire libre la hora fijada en el programa, acomodados en las bases de la futura ampliación. Apoyado en el portal, aprovechó para darles un vistazo a sus compañeros. La rubia no le resultaba interesante. Alta, con unos kilos extras, vestía una blusa floreada y una falda larga, de estilo country, zapatos de taco bajo, y un saquito claro. El sol hacía brillar sus lentes. El muchacho poseía una contextura física similar a la suya. Ambos rondaban el metro setenta y no divisaba mayores diferencias, exceptuando un menor desarrollo muscular, nariz aguileña, el pelo oscuro y los ojos castaños. Usaba, igual que él, una camisa arremangada de tela gruesa, vaqueros y zapatillas deportivas. Faltaban minutos para las 13:00. Daniel decidió poner a prueba su plan. Con fingida serenidad se acercó al grupo, situándose delante de la joven, que ocupaba el centro del trío. Ella cesó de hablar y giró la cabeza hacia el intruso. Tan solo los separaba metro y medio. El chico necesitó emplear toda su fortaleza para sostener esa mirada penetrante… Sonrió. — Hola. Me llamo Daniel L. Durante el break de la Teórica me di cuenta que forman un equipo sumamente unido. Han permanecido juntos desde que se encontraron, y no creo equivocarme al suponer que integrarán una de las comisiones requeridas para las Prácticas. El año pasado cursé el Ciclo Básico en el turno noche, y no he reconocido a nadie. ¿Aceptarían que trabajara con ustedes? No los defraudaré. — Sería bueno que nos explicaras las razones de tu pedido. Detrás de los cristales se distinguía un celeste glacial. Su voz aguda sonaba imperativa, propia de una persona desconfiada y autosuficiente. La sonrisa del recién llegado se acentuó.

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— Para decirlo de una manera sencilla, los tres tienen el aspecto de no dedicarse más que a la carrera, sin perder un instante en las pavadas en que andan la mayoría de los alumnos. No me cabe duda que su promedio global en las materias cursadas supera los 8,50. Y yo no he venido a desperdiciar mi tiempo. — Un planteo astuto. Aunque quizás intentes trabajar menos a nuestra costa. En el comentario del individuo moreno se apreciaba un trasfondo jovial. — Si así fuere, pueden echarme sin miramientos… — Aceptémoslo. A prueba. La frase, con tono de mezzosoprano, hizo correr un escalofrío por la espalda de Daniel. Volvió a enfrentar a la pelirroja. También sonreía, mostrando unos dientes muy blancos. — Gracias. Nos queda un rato para la información primaria. Comenzaré yo, habida cuenta que soy “el nuevo”. Crecí en Quilmes, si bien estoy viviendo en lo de mi tía en Palpa y Forest. Uno de los libros de mi padre, quien maneja una pequeña fábrica de plaquetas para PC’s, me metió en las teorías de Albert E, y quiero verlas en profundidad, porque algo falta… — Mi nombre es Dafne R y espero convertirme en una especialista en nanotecnología. Por los papers que llevo leídos sustentará gran parte del futuro tecnológico. Su recelo se había esfumado y se mostraba completamente en calma. Su compañero se dirigió a ella al presentarse. — Terminarás en un laboratorio, a las órdenes de algún ingeniero entusiasta. Yo en cambio, no abandonaré la investigación, si puedo subsistir con ella. Mi madre es profesora en Villa María, y según su opinión resta mucho por explorar en la teoría de las cuerdas. Daniel, presumo que las dos están cansadas de oírme. Matías H, alias “El Cordobés”. — Es mi turno. En el documento figura Ileana G, argentina. Pero algunos me dicen “Roja”. Los chicos del secundario me llamaban “Ojos”, ya habrás notado porqué. En realidad no sé donde nací. A los diez años, mi padre, Guardia Forestal del Parque Río Pilcomayo, confesó haberme encontrado en un cesto impermeable entre los juncos de la orilla del Paraguay, casi enfrente de Concepción. De Laguna Blanca, rodeada de árboles y animales, pasé a Cabildo y Lacroze, en aras de la Física Teórica… Hablaba lentamente, con cierta cadencia musical. El joven creyó incluso percibir una vibración sutil, apenas un ronroneo, en el extremo de las frecuencias bajas. Bastaba oírla para descubrir quién lideraba el grupo. Subyugado, consiguió abrir la boca. — Bueno, si todo sale bien finalizaríamos en la misma orientación. — ¿Por qué habría impedimentos? Solo debemos esforzarnos lo necesario. ¿Qué les parece si vamos al aula? Mientras se dirigían hacia la sala la chica dejaba correr sus pensamientos. Hizo una jugada en verdad inteligente. Y ha logrado turbarme. Por primera vez un muchacho demuestra interés en mí, sin prestar atención a las particularidades físicas. Veamos cómo sigue. Junto a la entrada uno de los ayudantes asignaba las Comisiones. Los inscribió en la Nº 3. Con leve atraso el Jefe de Prácticas dio comienzo a la clase, presentando el plantel a cargo. Luego propuso cinco ejercicios de repaso, relativos al tema inicial del Programa. Les dijo que servirían para despertarlos y que, pasada una hora, los resolverían en común. Los cuatro completaron con rapidez las hojas recibidas y las intercambiaron con disimulo para comparar resultados. Satisfechos, aguardaron en silencio. Fue entonces cuando Ileana advirtió nuevamente que alguien la observaba con persistencia. No se apresuró. En cambio empleó esa inexplicable capacidad sutil que la acompañaba desde siempre para ubicar a su objetivo. Enseguida paseó la vista al descuido por el ambiente, hasta detectar a un personaje que escudriñaba sus papeles con el seño fruncido. Llevaba el atuendo usual de los concurrentes masculinos, y el cabello, cortado al ras, continuaba en una barba de similares características. Daba idea de ser mayor que el promedio y de no saber como encarar los problemas. Se desentendió de él para asistir divertida a los distintos enfoques esgrimidos en el transcurso del debate general que los docentes provocaron para llegar a la solución de cada caso. De ese modo obtenían con facilidad el nivel medio de aquellos que empezaban el curso. Se despidieron en la explanada exterior. Daniel los precedió. — Nos vemos mañana. Que descansen.

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— Creo que ustedes pueden tomar el mismo colectivo. Me voy. Allá está el mío. La rubia se alejó presurosa y Matías fue tras ella, dejando su opinión en el aire. — Probablemente en la clase del jueves aparezcan las “tareas para el hogar”. — Dafne tiene razón. Yo sigo por Lacroze unas quince cuadras después de Cabildo. Varias líneas salían frente a los edificios universitarios y ambos caminaron sin hablar rumbo al vehículo próximo a partir. Aunque algunos estudiantes se habían adelantado lograron sentarse juntos cerca de la puerta trasera. Un segundo antes de iniciar el viaje el joven de la cabeza rapada ascendió apresuradamente y se dirigió al fondo. La chica alcanzó a verle la cara al pasar. De rasgos duros, ojos pequeños e inquietos y expresión preocupada. Llevaba un morral cruzado sobre el pecho, conteniendo, de seguro, sus libros y cuadernos. Las conclusiones que sacó no fueron de su agrado. Dos a falta de uno. Un comienzo imprevisto. Sin embargo, Daniel parece buena persona, mientras que hay algo falso en este individuo. Se diría que me vigila. Su novel acompañante le propuso analizar el criterio utilizado por el asistente que tuvo a cargo la resolución del último ejercicio. Al cabo de un rato convinieron que el método era correcto, si bien requería más pasos que el empleado por ellos. Durante la charla Daniel se dio cuenta que Ileana opinaba con acierto, pero no estaba metida de lleno en el asunto. — Te noto dispersa. ¿Qué ocurre? No podía mencionarle sus conjeturas. Halló una escusa plausible. — Empieza Matemáticas. Para mis amigos es pan comido y a mí me cuesta horrores. Temo no ser capaz de sacarla adelante. — Olvídalo. Hasta ahora no he tenido inconvenientes con ella y los tres te explicaremos todo lo que requieras. — ¡Ah! La avenida. Debo bajarme. Lo hablamos luego de presenciar la Teórica. Que termines bien el día. — Gracias, igualmente. Se hizo a un lado para que pasara y pulsó el timbre. El colectivo se detuvo y la chica descendió los escalones saludando con la mano, entre un grupo de personas. En un movimiento perfectamente sincronizado el otro joven también bajó.

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2 Dificultades Ileana se percató de inmediato que tenía tras ella al segundo “admirador”. Caminó por Cabildo con indiferencia y entró en la Perfumería ubicada en mitad de la cuadra, aparentando curiosear entre los estantes. El muchacho pasó de largo, sin siquiera fijarse en el interior. Salió del lugar enseguida, invirtiendo la situación. Quizás se imaginaba algo inexistente, afectada por la súbita actitud de Daniel. No obstante, advirtió que aquel, en la esquina de Lacroze, se aproximaba a un individuo mayor, de traje, apoyado al descuido en la columna del semáforo. Le dijo tres palabras y éste se limitó a probar con un gesto. Luego cruzó para perderse en dirección al Oeste. La chica, sin cambiar el rumbo inicial y prestando cuidado solo a las luces, avanzó con rapidez hasta la calle siguiente. Antes de doblar a la izquierda por Olleros su intuición le hizo saber que el desconocido había reemplazado al presunto alumno. Obviamente conocían su domicilio y, tal cual supuso, la vigilaban. ¿Por qué? ¿Quiénes eran? Unos instantes después se encontraba en el hall del edificio, frente a los ascensores del primer bloque. Uno de ellos parecía esperarla, allí en la Planta Baja. El otro, originalmente quieto en el Piso 12, empezó a descender. Tuvo un mal presentimiento al oprimir el botón. Venía desde su destino. Clara, una de sus compañeras del colegio, le permitía alojarse en el departamento que su padre comprara años atrás, pagando únicamente los gastos de subsistencia. No soportaba a Adrián, su pareja, pero no podía afrontar ni un modesto alquiler. Ambos estudiaban Antropología en Filosofía y Letras, y él no paraba de tomar cerveza durante sus visitas. A menudo se quedaba a dormir, lo que le deparaba una noche de sexo estrepitoso y la obligaba a cerrar con llave la puerta de su dormitorio para impedir el ingreso erróneo de un sujeto en ropa interior, al volver de la cocina, suficientemente mareado. Salió al rellano sin ruido. La entrada del B, abierta a medias, dejaba ver las luces encendidas. Y en la del A, en el extremo opuesto, entornada, se veía a Merlín, un hermoso Golden Retriever, propiedad de la vieja y quisquillosa señora Emilia, muy atento a los gritos que ésta profería por teléfono, en la sala contigua. — Vengan pronto. Unos delincuentes han atacado a la joven y su novio. No sé si todavía están con vida. Les doy la dirección… — ¡Mer! ¡Mer! Te extrañé. El animal la reconoció y se acercó saltando para lamer su mano. Ileana se agachó y lo abrazó, acariciando su suave pelaje. Un momento más tarde observaba pálida el cuerpo casi desnudo del chico, tirado en el piso del living, con el pecho y el vientre cubiertos de sangre, que brotaba aún mansamente. El perro se mantenía quieto, a un costado. Pasó junto a él para acceder a la pieza de su amiga. Yacía sobre la cama en medio de un lago bermejo, con la garganta abierta y una expresión de terror en los ojos. Se le contrajo el estómago. Trató de pensar con serenidad. La vecina hablaba al 911. En minutos los policías la arrestarían para interrogarla. Mas su singular percepción le envió una alarma urgente. El tipo de traje y su seguidor previo se disponían a subir. ¿Seré la próxima víctima? Debo escapar, y las escaleras no lo garantizan. Entonces recordó el episodio del yaguareté. Corrió a su habitación, con su compinche de juegos detrás, metió la bolsa que traía en el cajón superior de la cómoda y se desvistió apresuradamente, guardando las ropas y las zapatillas en el de abajo, mientras susurraba. No cometeré el mismo error. Apretó con la mano derecha una pequeña caja ovalada de metal opaco que colgaba de su cuello, y enfrentó a la mascota. El tiempo se detuvo. La joven comenzó a transformarse, como si fuese una muñeca de arcilla, obedeciendo al movimiento hábil y vertiginoso que un gigantesco e invisible alfarero imprimía a sus dedos. Las dos esferas superpuestas del comienzo fueron estiradas por aquí y estrujadas por allá para producir finalmente un nuevo Golden Retriever. Examinó su apariencia con satisfacción. La lámpara arrancaba reflejos rojizos a su pelo, no tan claro comparado con aquel que cubría al modelo. Y la cinta que sostenía al misterioso estuche continuaba en su sitio. Lanzó un ladrido de alegría.

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Merlín, asustado, abandonó el cuarto a la carrera. En el palier esquivó con un gruñido a un par de hombres armados y se escabulló por la puerta del A, que la dueña de casa había abierto por completo al oír cerrarse las del ascensor. — ¿Pertenecen al 911? No traen uniformes. En tanto el menor se dirigía con cuidado al apartamento B, su compañero, resignado, guardó la pistola y encaró a la anciana. — No. Somos investigadores de la DDI. Los muchachos acudirán en unos instantes. Buscamos a la joven que vino de Formosa. — ¿La “Roja”? Llegó ayer del Norte y aún no la he visto. Fue a la Facultad por la mañana. — Hace apenas unos minutos que entró al edificio. Yo venía tras ella. — Entonces es probable que los intrusos la hayan atrapado en la Planta Baja. Seguramente se la llevaron por el corredor hasta el segundo cuerpo. Tiene una salida a la Galería Lacroze. — Malo. No los alcanzaremos. En ese momento retornó su camarada y, a la vez, comenzaron a escucharse, cerca, las sirenas de los patrulleros. — Los dos están muertos. El asesino le dio tres puntadas al pibe y le cortó el cuello a la chica, pero no tocó nada. Parece más un ajuste de cuentas que un robo. En la pieza pequeña la valija permanece sin deshacer, y el perro gime con la cabeza bajo la cama. — ¿Cómo? Si se metió en lo de la señora. — Son bichos muy ágiles. Debe haber regresado sin que lo notáramos. Su actitud muestra que los apreciaba. El mayor se volvió hacia doña Emilia. Las lágrimas corrían por sus mejillas. — En verdad lo sentimos. — No eran malas personas. Algo barulleros y descuidados. Encuentren a los culpables. El alto, de piel morena y pelo enrulado, usaba un buzo naranja con letras, y su colega, blanco y rubio, una camisa azul a cuadros. La mirilla no es lo bastante clara. El diálogo se interrumpió al detenerse el otro elevador. De él surgieron tres agentes con armas largas y un Suboficial Jefe, quien los enfrentó de inmediato. — Ustedes. Las manos quietas y bien visibles. Identifíquense. — DDI. Investigaciones. Christian S y Sergio M. Vigilábamos a una sospechosa, que reside en el lugar de los hechos. Sin embargo, ella dice que no ha subido. — Las credenciales, con suma lentitud. Pablo. Luego de examinarlas el Suboficial se acercó a la pareja y se las entregó. — Es nuestra jurisdicción. Váyanse ahora. ¿No habrán contaminado el lugar? — Solo hallarán las huellas de mis zapatillas. Quería verificar si alguien necesitaba ayuda. Pido disculpas. Le dejo mi tarjeta por si desean corroborarlas. Y le agradeceríamos que nos llamara cuando arriben a las conclusiones. — Por lo que han dicho creo que hablaremos pronto. Que sigan bien. Empecemos a registrar, que nos espera una noche larga… Ileana almacenó en su memoria cada una de las frases intercambiadas desde que la vieja hizo la pregunta inicial. La transformación contribuyó a incrementar su agudeza auditiva. Si hubiese huido no tendría ningún dato. Los policías se movían en las habitaciones principales, mientras el Jefe requería la presencia del Equipo Técnico. Al emprender la revisión de ese ambiente uno de ellos la divisó echada junto a la mesa de luz. — Señor. Se diría que nadie anduvo por aquí. No hay señales de desorden. Excepto el chucho de regular tamaño acostado sobre la alfombra, a un costado. — No te acerques. Puede atacarte si te asocia con lo ocurrido. Los especialistas no se irán sin antes ocuparse de él. Pasadas las 7:00 varios analistas tomaban fotos, muestras y huellas dactilares. Uno de ellos se encargaba de confiscar papeles y documentos, y el experto extraía el disco de la PC. Recién a las 8:30 retiraron los cuerpos de las víctimas. Durante ese rato la joven pasó revista a la información que poseía. En primer término, Christian y Sergio pertenecían a la DDI, y estaban interesados en su persona. Un organismo importante, habida cuenta que les informaron sin demora del mensaje al 911. No cabe duda que maneja un área crítica.

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En segundo lugar, ella conocía a los asesinos. Adrián dialogaba con un par de individuos en la puerta del edificio, al bajar del taxi la tarde anterior. Retuvo su equipaje y los presentó. — Ileana, compañera de Clara en Formosa. Guido, alias Rulo, y Javier. Cursan Historia Social con nosotros. Ambos se limitaron a asentir con la cabeza. Sus vestimentas y descripciones coincidían con las que diera la vecina, excepto la camisa del rubio. Evidentemente no querían continuar la charla, porque el de mayor estatura se despidió en el acto. Su acento era extranjero. — Nos vamos. Flaco, mañana es el último día. Pasaron a su lado rumbo a la avenida, mas no lo bastante rápido para impedirle detectar el olor característico que se desprendía de ellos. Drogas. Traficantes o consumidores. Por su aspecto los ubicó en el primer grupo. El chico se mantuvo callado. Ella lo abrazó, evitando mencionar el tema. En él los efluvios se percibían con dificultad. — ¿Cómo les fue en los exámenes? ¿Dónde anda Clarita? — Bien. Bien. Acomodando un poco el departamento. Subamos. En el ascensor se prometió a sí misma una plática con su amiga, ni bien fuese posible, acerca de la gravedad del asunto. No advirtió que las palabras del Rulo suponían un ultimátum. Ahora nada podía hacer. Una joven auxiliar le acarició el lomo, sonriendo. — ¿Aceptarás que mire un poquito qué hay en la pieza? Lo anotaré y me iré enseguida. Ileana no se movió y aquella inició un examen concienzudo de los muebles y su contenido. No había mucho aún. Halló la bolsa y las ropas en los cajones, y pasó a verificar la valija con sumo cuidado, cual si buscara un elemento en particular. Completaba sus apuntes cuando, desde el umbral, la llamó el responsable del Equipo. — Karina. Son las 9:10. Volvemos a la oficina. Mañana debemos comenzar temprano. — ¿Vas a abandonar a este animal? No he visto sus recipientes de agua y comida. — Hablé al Escuadrón de Perros. Después de las 11:00 vendrá un entrenador avezado, con un lazo especial para no causarle daño, y lo trasladará a su unidad para atenderlo. Cerraremos el departamento con llave y quedará un guardia en el palier. El le abrirá. El Jefe colocará también un hombre de custodia en cada salida al exterior. En tres minutos la oscuridad y el silencio invadieron los ambientes. Ileana se arrimó por instinto al interruptor de la lámpara central y lo accionó hábilmente, sin recelos. Su dormitorio ocupaba una posición tal que el agente no vería la luz, y la cortina de la ventana permanecía corrida. Se apoyó en los cuartos traseros y aferró con sus patas delanteras la curiosa caja metálica que la acompañaba, generando un proceso similar, en sentido inverso. La muchacha se incorporó, sacó de su equipaje un juego de ropa interior y se vistió con rapidez. Hizo un alto pensando en las prendas que le convenía elegir, y en ese instante sintió un brusco mareo, como si su mente hubiera perdido toda coordinación. Duró apenas un momento, pero su especial sensibilidad la llevó a imaginar que algo exploraba su cerebro. Absurdo. Un resabio de la extensa transformación. Sin embargo, una esfera negra, de casi ocho centímetros de diámetro, flotaba al otro lado de la persiana… Se puso unas zapatillas de caña larga, medias acordes y falda hasta la rodilla. Una blusa lisa y un sweater cerrado, con mangas. Introdujo en una carterita de mano los documentos, el juego de llaves de su propiedad y el dinero que le facilitara su padre. Frente al espejo emplazó sobre su melenita inconfundible una boina azul, estilo francés, y acabó tomando un saco grueso, que reservaba para el invierno. No tenía idea de donde iba a pasar la noche. El pasillo estaba débilmente iluminado y le permitió llegar sin tropiezos a la habitación principal, para obtener la linterna que la pareja mantenía arriba de la cómoda. Por suerte los técnicos no solían alterar la posición que ocupaba cada cosa. Regresó, dejó en tinieblas su alcoba, y con el haz apuntando al piso, enfiló a la plancha de madera que la separaba de la libertad. Allí, en las sombras, aguardó con paciencia, escuchando… Luego de un siglo oyó el timbre del celular. — Ya bajo, o se enfriarán. Esperó que el agente se alejara varios pisos, abrió, salió al rellano, cerró sin ruido y enfocó las escaleras. En la Planta Baja avanzó decidida hacia el centinela, quien, junto al cristal blindado, daba cuenta de una aromática empanada. — Buenos noches, y buen provecho. No se moleste. Vivo en el Tercero A.

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Una vez fuera caminó rumbo a la avenida, cruzó y se detuvo solo en el interior de la Confitería situada en la esquina de Lacroze. Le dolía el estómago. Atrapó la carta de una mesa vacía, se dirigió al mozo más cercano, le pidió el sándwich especial de la casa, una botella de agua, y la ubicación del baño. Con el apuro olvidó agradecerle. Había devorado sin pausa aproximadamente la mitad de lo que le sirviera su interlocutor inicial en una pequeña mesa, a la entrada, cuando sintió que sus ojos se humedecían. La memoria le devolvió la imagen del cuerpo de Clara, tirado en la cama. Desahogándose, dejó que las gotas resbalaran despacio. Una de sus escasas compinches en el austero colegio, donde la mayoría rechazaba las diferencias. Extrañaría su estilo de la libertad. Pasó de inmediato a considerar su situación. Si bien doña Emilia aseveraba que solamente dos jóvenes subieron al Piso 12, ante su ausencia la Policía la buscaría para interrogarla. Aquellos harían lo mismo, pero con la intención de eliminar a alguien capaz de identificarlos. Y no debía olvidar a sus “amigos” de la DDI, que la seguían desde el principio. El panorama se presentaba difícil. Imposible retornar al edificio o asistir a la clase prevista para la mañana siguiente. Los agentes controlarían la Terminal de Omnibus, y también vigilarían los domicilios de sus antiguos compañeros. Y entonces, al fondo de ese callejón sin salida, asomó la cara jovial de Daniel, mirándola extasiado. Sonrió. Faltaba poco para las 11:00 de la noche. Pagó la cuenta y se dirigió a una parada del colectivo que utilizaran por la tarde, en la vereda opuesta. Esperó intranquila, para ascender finalmente a un vehículo bastante lleno, a pesar de la hora. Conocía bien toda la zona por las caminatas del año previo y se bajó minutos después, al llegar a Forest. Palpa estaba a la derecha, mas era absurdo afanarse en localizar al chico. Abordarlo antes de su viaje a la Facultad parecía la única alternativa viable. Urgía encontrar donde dormir, oculta, hasta la salida del sol. Empezó un lento registro de las calles aledañas, ya desiertas, y en una de ellas halló una vieja casa, a oscuras, con un gran jardín delantero tras las rejas. Trepó por la estructura con la agilidad de un gato, deslizándose sin ruido en el interior. Ninguna alarma. Descubrió un inmenso plátano en uno de los ángulos con la pared lindera y se acurrucó en el hueco entre el tallo y el frente, próximo a la ventana cerrada, echándose encima el saco para protegerse del frío de la madrugada. Comenzaba el otoño y tenía el cuerpo curtido por la vida silvestre. Segura de su soledad se fue durmiendo paulatinamente. Trescientos metros sobre ella la esfera permanecía inmóvil…

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3 Persecuciones Un sueño agitado la acompañó hasta la tenue claridad previa al amanecer. Se acercó a la reja y, antes de saltar, verificó que nadie caminaba en la cuadra. Minutos después, empujada por el viento de la mañana, con el saco puesto, llegaba a la parada sobre Lacroze donde suponía que Daniel tomaba el colectivo hacia la Facultad. Ya había un grupito de gente. Preguntó la hora. Casi las 7:00. Aún faltaba mucho para que su compañero apareciera. Decidió sacarse el frío del cuerpo. Enfrente se veía un bar abierto. Se ubicó junto a una ventana que le permitiera distinguir a su objetivo y pidió un cortado doble con medialunas. La calma del lugar y la bebida caliente lograron despejarla, y le trajeron una inquietud adicional. ¿Iba a contarle a su flamante amigo todos los detalles? Unas cuantas cosas eran inexplicables para ella misma, y con más razón lo serían para alguien que apenas la conocía. Podrían causarle temor, o repulsión, y alejarlo para siempre. No quería eso. La imprevista conclusión la llevó a preguntarse por qué. El motivo se asomó de inmediato, y lo mencionó en voz alta. Porque me gusta. Se ruborizó inconcientemente, y echo una ojeada a su alrededor. Los escasos clientes seguían en lo suyo. Dejó que esa nueva sensación se apoderara de ella, palmo a palmo, reemplazando con una tímida alegría las angustias pasadas. Y acabó sonriendo, mientras en su mente surgía la frase esperada. Pero no se irá, y encontraremos las respuestas. Le pagó al mozo, visitó el baño y regresó raudamente a su posición. No demoró demasiado en intuir su presencia y luego lo divisó avanzando por Forest con rapidez. Aferró sus cosas y salió del local. Cruzando entre los vehículos detenidos se interpuso en su camino. — ¡Daniel! El vestuario elegido confundió al chico por un instante, mas le bastó una mirada a los ojos de la muchacha para reconocerla. — ¡Ileana! ¿Qué estás haciendo aquí? — Necesito tu ayuda. Desde que nos separamos ayer se han producido hechos muy graves, y me buscan varios grupos de personas. No puedo ir a los lugares habituales pues seguramente se hallan vigilados, y es probable que tarden en relacionarnos el tiempo suficiente para contarte lo ocurrido y escuchar tus opiniones. — ¡Caramba! En la calle es fácil localizarte. Mejor vamos al departamento de mis tíos. Los dos se han ido a sus trabajos. Y la clase de Matemáticas se limitará a una revisión. La sujetó suavemente del brazo izquierdo y la llevó a su lado, retrocediendo rumbo a Palpa. Al doblar la esquina se introdujo en el amplio jardín delantero de un moderno edificio. El guardia, atento al sistema de custodia, les abrió el portal admitiendo su ingreso en la Planta Baja. Ileana lo saludó y el individuo respondió con expresión imperturbable. — Buenos días, señorita. Daniel se puso rojo y la soltó, nervioso. El ascensor subía raudamente. Ladeando la cabeza, la joven volvió a hablarle. Percibía su enojo. — ¿Qué te pasa? — Nada. Es un estúpido. Posiblemente presume que traje a una chica de esas… — Puede pensar lo que quiera. A mí no me importa. Y gracias por preocuparte. El muchacho recobró su expresión habitual, las puertas se abrieron sin ruido y los depositaron en un hall privado. Al deslizar la tarjeta en el detector de acceso la idea iba afianzándose en su cerebro. Uno de sus mayores atractivos es el aplomo natural que posee. El living comedor se le antojó inmenso. Grandes ventanales con cortinas beige, iluminando de modo difuso a blancos sillones, espaciosos y mullidos, y mesitas con adornos en piedra. Atrás, una mesa con sillas de esterilla, cercana al aparador bajo. La lámpara moderna apoyada en su extremo congeniaba con las del cielorraso. — Tus tíos han de ganar una fortuna. Daniel se echó a reír. Y su alborozo le recordó el repiqueteo de la lluvia tropical en el techo de chapa del galpón que les servía de depósito, allá lejos…

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— Mi tía Beatriz, hermana de mi padre, es especialista en Obstetricia, y atiende un consultorio en Palermo. Su esposo Mario, es Jefe del Area Neurológica de una Clínica Privada, situada en Barrio Norte. Andan por los cuarenta y cinco y no han tenido hijos. Así que yo soy aquí el niño mimado. Perdón, elegí donde sentarte sin cumplidos. Prepararé algo caliente. — Gracias. Desayuné mientras te esperaba. No te molestes. Me imagino que para ellos es una alegría que los acompañes. — Sí. Se los ve muy contentos. Aunque acepté su hospitalidad durante la Carrera después de ahorrar un monto suficiente para hacerme cargo de los gastos universitarios trabajando el año pasado en la fábrica de plaquetas. Por eso cursé el Ciclo Básico a la noche. Ileana tiró el saco y la cartera en uno de los sillones individuales y se ubicó en el enorme sofá, hundiéndose en el almohadón central. — Mi situación es similar, claro que a distinto nivel. Mi mejor compañera del secundario, Clara, se mudó a Buenos Aires para estudiar Antropología, y me ofreció hospedaje en una habitación pequeña de su departamento. Y mi papá, a pesar de su exiguo sueldo, me envía mes a mes un giro para cubrir los consumos elementales. Hace un inmenso sacrificio por mí, y no quiero que sea en vano. Debo administrarlo con cuidado, y obtener el Título. A pesar de su aparente tranquilidad, en su interior se sentía cohibida. Por primera vez, estoy a solas con un muchacho, en un ambiente cerrado. Sospechaba que a él le ocurría lo mismo, ya que permanecía frente a ella, mirándola, quieto cual una estatua. Quizás al iniciar el relato de lo acontecido la tensión desaparecería. Se desplazó al extremo, junto al apoyabrazos, y cruzó las piernas, colocando la boina encima de sus rodillas. — Bueno, será mejor que comience con mi historia. Intentaré resumirla, sin olvidar los detalles de importancia. Por favor, interrumpí si no soy del todo explícita. Daniel se quitó el buzo que llevaba y, arrimándose, ocupó el lugar que ella abandonara. Apoyó las manos en los muslos, con expresión alerta. — Veamos. Ileana le contó acerca de la presencia del joven de la cabeza rapada en la Práctica de la tarde y en el colectivo que ambos usaran. Le hizo notar que bajó tras ella, para cederle sin demora a una persona mayor la tarea de vigilarla. Mencionó su ascenso apresurado hasta el piso donde se alojaba y la llamada que escuchó al bajar del ascensor. — La vecina no me vio y crucé la entrada entreabierta para descubrir en el living el cadáver de Adrián, la pareja de Clarita. En el dormitorio principal la hallé con un tajo en la garganta. Pensé que me iba a desmayar. — ¡Demonios! — Y en ese momento surgieron en el palier los dos que me seguían. Corrí a esconderme en mi pieza, en tanto doña Emilia les preguntaba quiénes eran. Se presentaron como investigadores de la DDI. ¿Qué organismo es ese? La cara del chico se ensombreció. — La Dirección Drogas Ilegales. Gente pesada. — ¡Ah! Eso justifica su intervención. Pero mejor termino con lo ocurrido. Continuó con la visita del joven, que no alcanzó a detectar su presencia, y la descripción de los asesinos por parte de la anciana, quien aseguró que ella no había subido. Se extendió sobre el arribo de los agentes del 911, la despedida de sus “amigos”, los trabajos de revisión y toma de muestras del Equipo Técnico, el retiro de los cuerpos y el cierre del lugar. Finalizó narrando su salida furtiva, la cena y su decisión de hablar con él. — Vale decir que ahora me busca la Policía y los tipos de la DDI. Y hay otra complicación. Los criminales probablemente también lo hacen, para eliminarme. Adri me los presentó el domingo cuando llegué al edificio. Hablaban en la vereda, y es fácil suponer que el alto lo amenazó. Por su aspecto y el olor de sus ropas son traficantes. — ¿Encontraste revueltas las habitaciones? Quizás fueron por la “merca”. — No alteraron nada. Aquel que se hacía pasar por alumno dijo que, en su opinión, se trataba de un ajuste de cuentas. Daniel mostraba indiscutibles signos de preocupación. Sabía que cualquier vínculo con el tema no se borraba definitivamente. Las dudas le oprimían el pecho. ¿Puedo confiar en la historia de Ileana? ¿No faltarán datos relevantes? ¿Miente?

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Sin embargo, la fuerte atracción que sentía hacia ella no dejó que esos temores se afianzaran, y los desechó de inmediato. Se estiró, apoyándose en el respaldo, echó una ojeada al reloj del aparador y se volvió para mirar sus grandes ojos negros. — Voy a intentar una explicación plausible, que admite algunas variaciones. En tu ausencia del verano Adrián comenzó a distribuir droga, suministrada por ese sujeto alto que mencionaste, su probable asesino. Los muchachos de la DDI lo detectaron enseguida, dada su inexperiencia en el asunto. Procuraron ubicar al proveedor, pero no lo lograron. Debe ser muy hábil. Analizando las alternativas notaron que la chica que venía del Norte empleaba una de las rutas de entrada, y era necesario vigilarla. Por desgracia, poco antes de tu llegada, el novato cometió la segunda estupidez, sin medir siquiera las consecuencias. Decidió invertir parte del monto a entregar en algún negocio propio, y no pudo reponerlo en el plazo que le dieron. — Creo que tus conclusiones son suficientemente acertadas. Cuando me aclaraste el objeto de la DDI deduje que el seguimiento fue inducido por las actividades del novio de mi amiga. Y que sus muertes obedecían a una desinteligencia en las relaciones con los mafiosos. — Vámonos de aquí. Son más de las 9:00, y seguro que han obtenido mi nombre apretando a Dafne y Matías, y mi dirección en la Secretaría del Departamento. Tus cosas. Se levantaron al momento. La joven atrapó el saco y la cartera, se puso la boina y penetró tras su amigo en el pasillo que se abría a la izquierda de la mesa. El chico se acercó a una puerta. — Un minuto. Se introdujo en su dormitorio, arrojó la mochila en un rincón del armario, sacando previamente el celular. Rebuscó en la cómoda, metió en su bolsillo un fajo de billetes y regresó sin renunciar al buzo. La tomó de la mano, con fuerza, y retrocedió hasta la cocina. La cruzó a todo lo largo, y usando de nuevo la tarjeta, salió a un pequeño patio con escaleras y otro ascensor. Mientras esperaban se limitó a apagar el teléfono. Bajaron velozmente. Ileana, de pie a su lado, tenía un único pensamiento. Me gusta su mano, es cálida y firme… Aparecieron en la playa de estacionamiento del subsuelo. Solo escasos vehículos, repartidos al azar, continuaban en sus lugares. Daniel, sin soltarla, caminó por una vereda que bordeaba la pared derecha, la que se transformó en una rampa al doblar la esquina. En el extremo superior, junto al enorme portón de acceso, se asomó a la ventana de una caseta. — Buenos días, don Antonio. Un hombre bastante mayor, de cabello blanco, correspondió a su saludo, sonriendo. Se inclinó al encarar a la muchacha. — Buenos días, hijo. Señorita. ¿Qué traman? — Engañar al tonto de Néstor. ¿Me abrirías una rendija? El viejo giró, observando las pantallas. Luego desplazó uno de sus brazos y la gigantesca hoja empezó a elevarse lentamente. Agregó un comentario. — El tonto se aproxima a los cristales anteriores para ver que quieren un par de tipos. — Gracias. Justo a tiempo. Por favor, si te preguntan, no nos has visto. — Solamente se escurrieron fuera unos ratoncitos asustados. Cuídense. Ambos se agacharon, pasando bajo la plancha para surgir en la acera de Forest. Se dirigieron al Norte, alejándose de Palpa. Apenas a unos metros Daniel le hizo señas al taxi. — A Corrientes y Pasteur, si es tan amable. Ninguno se percató que un automóvil gris metalizado, detenido en la avenida, y algo apartado, se ponía en movimiento, escoltándolos. Los tres ocupantes, hoscos, permanecieron en silencio procurando no perderlos de vista. — Durante el viaje haré un nuevo análisis de lo que me has contado. Ileana captó sin dificultad su mensaje implícito. El chico no quería hablar del tema en presencia de desconocidos. Sonriendo, se dedicó a atisbar el discurrir del tráfico. A esa hora, en mitad de la mañana, la vía de ingreso al centro estaba atestada y los semáforos contribuían a complicar el avance. Tardaron alrededor de media hora en completar el largo trayecto. Después de pagar Daniel enfiló por Pasteur rumbo al Sur. La joven, asida ahora a su muñeca, mantenía su paso ligero. A sus espaldas avanzaban, a prudente distancia, dos de aquellos que habían acompañado su huida apresurada. A las cinco cuadras su guía dobló a la izquierda. En la manzana de enfrente una inmensa plaza interrumpía con el verdor de árboles y plantas la monotonía gris del viejo barrio.

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Ileana se sintió invadida por la alegría de los niños. Son felices con casi nada, corriendo sobre el polvo de ladrillo y divirtiéndose en el arenero o en el sector de los juegos. Daniel frenó al llegar a un vetusto edificio de unas cuatro plantas, cercano a la última esquina, y sacó una llave de su bolsillo. Nadie en el hall de entrada. Encaró las escaleras del extremo más alejado y en el pasillo del Primer Piso abrió el departamento C. En la penumbra interna la chica advirtió un juego de sillones, una mesita y un cristalero antiguo. Su compañero encendió la luz superior, permitiéndole comprobar el deterioro de los muebles. — ¿Quién vive aquí? El tono de desaliento provocó una risita irónica en su compinche. — Mi amigo Fabián. Es Ingeniero Electrónico y está completamente chiflado. Sus diseños son geniales y a papá le resulta imprescindible. Venía aquí cuando alguna clase terminaba tarde en el Ciclo Básico. Su novia se desvaneció en mitad de un proyecto. Te explico la distribución. Esa puerta da a la cocina. Al lado hallarás el baño y la del final conduce al dormitorio. — ¿Me traerías un poco de agua? Al volver con el vaso tuvo que aguardar que Ileana reapareciera. Bebió el líquido con deleite, y se encaminó a la pieza. Fue tras ella. Las persianas abiertas y unas cortinas claras dejaban ver el entorno sin dificultad. Era evidente cual de las camas gemelas pertenecía a Fabián. La joven se acercó a la otra. Un segundo después, acostada y tapada con el saco, susurraba. — Necesito dormir un rato. La noche fue espantosamente incómoda. — De acuerdo. Que descanses. Al despertar, pasadas las 2:00, sintió un peso en las piernas. Levantó la cabeza con lentitud, y se encontró mirando los ojos penetrantes de un gato de pelaje corto, amarillo y blanco. El felino avanzó hacia la almohada por el borde, y ella aprovechó para sentarse. Lo capturó con habilidad, acariciándole el cuello profusamente. Sus maullidos atrajeron a Daniel. — ¡Ah! Olvidé presentarte a Michele. Le encanta fraternizar con la gente. — ¡Es hermosa! — Bueno. Vamos a almorzar. Me muero de hambre. Traje pizza y gaseosas. La calentaré en el microondas. Y mientras comemos me gustaría saber cómo conseguiste que no te descubrieran los integrantes del Equipo Técnico. Son meticulosos en extremo. Un estremecimiento recorrió su cuerpo. La mascota saltó al piso.

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4 Misterios La atmósfera era sofocante en el pequeño dormitorio. Daniel abrió los cristales y ella se quitó el sweater, soltándolo sobre la cama, con sus cosas. Luego lo acompañó al living. — Sugiero que comamos aquí. La cocina es un chiquero. Fabián no se caracteriza por prestar atención a los detalles. Elegí algo que no requiriera vajilla. En la mesita frente a los sillones había colocado vasos limpios, algunos retazos de papel, y una botella. Se introdujo en la primera puerta mientras Ileana se arrimaba al sofá principal, y pocos minutos después apoyaba en un repasador la vieja asadera. — Yo te sirvo. Todavía no conozco tus gustos y compré la versión tradicional. En el listado hay una extensa variedad. Con la espátula que traía levantó una porción, la pasó a una servilleta y se la entregó. Llenó los recipientes, tomó otra para sí y se ubicó a un costado. No emitieron una palabra hasta hacer un alto para beber, tras devorar dos trozos con avidez. — Bueno, estoy muy intrigado. — No lo entenderías sin conocer previamente cierto episodio de mi niñez. Quizás sea preferible que terminemos el almuerzo, si no te molesta. — En absoluto. Hablemos entonces de aquello que he pensado, ya más tranquilo, con respecto a tu situación. Me parece que deberías presentarte espontáneamente en la DDI, a la brevedad posible, achacando tu huida a la angustia por el asesinato de tus compañeros y al temor de ser la próxima víctima. ¿Qué tal un nuevo pedazo? — ¡Pero me encerrarían! — No te van a meter en una celda. Seguramente te retendrán un tiempo para interrogarte, por supuesto en una sala normal. Y se van a llevar una sorpresa inesperada. Estás en condiciones de proporcionarles los nombres y las descripciones de los individuos que buscan, y no lograrán vincularte con el suministro ni la distribución incluso investigando a fondo. — ¿Me dejarán libre? Mi familia se avergonzaría si no fuera así. Daniel concluyó su bocado apresuradamente para responder. — Estimo que sí, aunque es probable que se requiera una acción legal. Averiguaré. Continuó masticando, en tanto la mente de Ileana volvía a su inminente confidencia. En apenas un rato veremos si mantiene ese optimismo. El joven acabó la gaseosa, rebuscó en una bolsita colgada del viejo perchero, y le ofreció una barra de chocolate. — El postre. No quise demorarme excesivamente. — Gracias. Vamos a charlar en la pieza. ¿Dónde anda Michele? — Allí, en su almohadón. Es la hora de la siesta. La chica cerró las ventanas, corrió las cortinas y se instaló en el borde de la cama que utilizara con anterioridad. Daniel se sentó enfrente, dispuesto a escuchar. — Mi madre se llama Matilde C y su esposo Bernardo G. Ambos son paraguayos y emigraron a Formosa al encontrarme. Papá se ofreció como Guardia en el Parque Nacional y le adjudicaron una humilde casita en las afueras de Laguna Blanca, cerca de la ruta que sirve de límite. Crecí rodeada del cariño de ambos, ayudando igual que un varón en las tareas cotidianas. Comencé el secundario soportando incesantes burlas por mis fuertes músculos, obtenidos cortando leña y llevando pesadas bolsas con mercancías por kilómetros. — Imagino que vivir en medio de la naturaleza virgen es una experiencia incomparable. — Mi padre me enseñó muchas cosas. A conocer al pájaro solo por su canto, a seguir el rastro de animales salvajes, a nadar por instinto según las corrientes, a identificar cada planta y cada árbol por su nombre… Me fascinaba observar los cambiantes claroscuros que los rayos del sol producían en la foresta al iniciarse la tarde, o el fulgor de las aguas corriendo lentamente en el ocaso. Amaba con intensidad todo eso. Y a pesar de ello, la Profesora de Física provocó en mí un cambio profundo. Un oculto rincón de mi cerebro se reveló contra el tradicional sentido que damos al tiempo los humanos. Necesitaba estudiar el asunto. Daniel sintió un escalofrío. Acaso sea esa la variable que falta analizar…

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— Bueno. Pasemos al hecho que quiero contarte. Un domingo, casi al mes de cumplir los diez años, desobedecí por única vez una advertencia de aquel que velaba por mi seguridad. Decidí explorar un poco el antiguo sendero que llevaba al derruido embarcadero de frutas, sobre el río Pilcomayo. A medida que progresaba la selva se hacía más compacta, pero la vía estaba bien marcada. Papá no quería que me acercase porque, en su opinión, los traficantes la empleaban a menudo para ingresar al país. — Por lo que veo comenzaste muy joven tu relación con las drogas. — Gracioso. Próxima a llegar, encarando una curva, presentí el peligro. A unos cuatro metros, en la rama baja de un algarrobo blanco, al borde de la senda, un inmenso yaguareté me miraba fijamente. Aprecié, maravillada, la belleza mortal del felino, el brillo dorado de los ojos, su color amarillo castaño, las amplias manchas, el lento balanceo de su cola y los largos colmillos… Sin embargo, se limitó a girar la enorme cabeza hacia la ruta que yo debía seguir. — ¿Un aviso? ¡Asombroso! — Prestando atención oí voces. Un grupo venía por el camino. El terror me paralizó y tan solo atiné a asir con fuerza el colgante que tengo en el cuello, el cual, según mi mamá, me protege desde pequeña, sin quitar la vista del jaguar. Y entonces ocurrió un fenómeno que nunca pude explicarme racionalmente. Envuelta en la oscuridad perdí el control completo de mí misma. En apenas unos segundos, según calculé después, volví a ser conciente del entorno y me percaté que mi cuerpo era distinto, aunque conservaba todas mis facultades mentales. — Me resulta difícil creerlo. — Una utopía. Mas la perentoria revisión mostraba unas poderosas patas anteriores, apoyadas en grandes zarpas, de uñas aceradas. Comprendí de inmediato que, de un modo desconocido, había copiado las características físicas de mi ocasional centinela. Y descubrí además, que mis sentidos presentaban un notable incremento de sensibilidad. En un momento emergió el primer hombre, la fiera se desvaneció en la espesura, y quedé frente a él. Daniel se agitaba inquieto en la cama revuelta, atrapado por la situación. — El individuo gritó “una onça pintada”, empuñando el fusil que traía pendiente del hombro. Sin pensarlo, instintivamente, encogí las extremidades, e impulsándome con fuerza, salté en el aire para caer entre los pastos remotos. Me aplasté contra el suelo, inerte. El que marchaba detrás se apresuró a intervenir. “No dispares, o los guardias vendrán en minutos. Se ha ido”. El calor de su relato invadía la pieza. Ileana se acordó de respirar. — Se detuvieron junto al montón que formaban mi ropa y mis zapatillas. Escuché nuevamente al sujeto que daba las órdenes. “Esto intrigaba a la pantera. Son prendas de niña. Avancemos, sin tocarlas”. Cuando dejé de percibir su olor penetrante, comprimí con las garras el estuche de metal, que permanecía en su lugar. Tras las sombras, una rápida carrera para vestirme. Dando un amplio rodeo regresé a casa, y me asomé en la cocina pasada la hora del almuerzo. — ¿Y qué te dijeron? — Me regañaron por la escapada. Mientras comía los puse al tanto del incidente. Al concluir la historia una profunda emoción los embargaba. Alternativamente, me comentaron el hallazgo en el bote impermeable, el viaje a Argentina para encubrir el supuesto nacimiento, y mi inscripción como hija propia. Bernardo fue franco conmigo. “Así logramos evitar un orfanato, y empezamos a quererte ni bien Matilde te acunó en sus brazos. Si lo deseas, puedes intentar la búsqueda de tus padres verdaderos ni bien termines los estudios”. Los tres lloramos abrazados. El chico se mantuvo en silencio, y ella prosiguió. — Les pregunté por el extraño ovoide que aparentemente causara el cambio, y nada sabían de sus propiedades. Admitieron que les sorprendía ver a la cinta trenzada extenderse por sí sola a medida que yo crecía. Y me pidieron que evitara usarlo de igual forma. Daniel inició una serie de cortos paseos nerviosos por el dormitorio. Un cuento inverosímil. No hay posibilidad alguna que una persona alcance a transformarse de esa manera. Y el talismán mágico parece extraído de una película fantástica. Finalmente alzó a la gata, retornó a la cama y la colocó a su lado, acariciándola. — Ileana. ¿Tu aventura en el área prohibida no habrá sido un sueño extremadamente lúcido? — Analicé a menudo esa opción. No obstante, en mi interior desechaba la idea. Y ayer, a pesar de las dudas, resolví aplicar el método para hacerme invisible. — ¿Cómo?

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Se puso de pie con brusquedad, sorprendiendo a Michele. La mascota se alejó velozmente de él, para acostarse en la entrada. — No podía huir del departamento sin que los investigadores o los agentes me atraparan, y se me ocurrió copiar al perro de la vecina, ocultando previamente lo que traía puesto. Los que se movieron cerca deben haber estimado que ese era mi hogar. Luego que lo clausuraran recobré mi forma humana, mudé de atuendo y salí aprovechando una distracción de los guardias. — ¿Por qué no me lo dijiste al contarme lo de anoche? — Te pido disculpas por la omisión. Supuse que algo tan anormal te haría perder objetividad en el análisis de lo sucedido ayer. Y no estaríamos aquí, ni me hubieras dado tus consejos. Desde que te conté la historia del jaguar tu mirada es diferente, como si tuvieses enfrente a una de las locas más peligrosas del Hospital Neuropsiquiátrico. — No. No. Ileana, yo te… creo. Pero todo esto resulta sumamente complejo. ¿Me mostrarías el colgante, por favor? ¿Es arriesgado tocarlo? Parándose, la chica soltó el siguiente botón de su blusa, tiró de la trenza y extrajo una pequeña caja ovalada de metal verdoso opaco. Daniel la tomó con decisión, haciéndola girar para verla mejor. La sacudió suavemente, levantó la cabeza, y entonces se dio cuenta que tan solo treinta centímetros lo separaban de esos refulgentes ojos negros… Perturbado, la dejó caer, dando un paso atrás. Se apresuró a opinar. — No reconozco los materiales. En el centro la rodea una ranura delgada, confirmando que es factible abrirla. Y encierra un cuerpo que apenas se desplaza. — ¿Satisfecho? Bien. Siéntate en tu sitio. Con el muchacho ubicado frente a ella, en el lecho de su amigo, Ileana se volvió hacia la puerta oprimiendo en su mano derecha el curioso amuleto. Al instante, para asombro de su testigo, se transformó en dos esferas, una pequeña sobre otra mayor, con la altura de una niña de diez a doce años, y el collar entre ambas. Las ropas cayeron al piso. Aquellas comenzaron a estirase y contraerse vertiginosamente para generar una copia del felino, que se redujo hasta igualar los tamaños y adoptar la misma apariencia exterior. Michele bufó en señal de rechazo y escapó rumbo a la cocina. Daniel observaba extasiado, con la boca abierta, a un animal idéntico al modelo, excepto por el sutil tono rojizo de sus manchas amarillas y el color de sus iris. Ileana maulló, señalando la salida con una pata. Pocos minutos después la joven regresó al living, totalmente vestida, con el saco en el brazo, la cartera y la boina. Halló a su anfitrión en el sofá, inmóvil, con expresión preocupada. La invadió un pensamiento sombrío. Por lo visto me hice demasiadas ilusiones. Parece muy trastornado, y no puedo reprochárselo. Soy un fenómeno de circo. Su resolución fue instantánea. Un levísimo acento tristón empañaba su voz. — Daniel, calculo que es el momento de separarnos. Te agradezco que me hayas ayudado y te ruego que no menciones a nadie mis peculiaridades. Voy camino de la DDI. — No te irás. No lo aceptaré. Pretendía entender el proceso. Aparentemente hay en tu cerebro un sector exclusivo que interacciona con ese artefacto, permitiéndole transformar la estructura de tu cuerpo. Nada simple. Presumo que has advertido el volumen de energía que es capaz de manejar, absorbiéndola o suministrándola según se requiera. — Jamás lo examiné físicamente. ¿Cuál es tu conclusión? — La primera alternativa sería considerar que has sufrido una mutación a nivel superior, por tu capacidad de interactuar con el dispositivo, mas no explica su origen. La segunda, en cambio, nos lleva a intuir que ambos son extraterrestres. — ¡Es atroz! — Yo no diría eso. Hagamos un pacto. Mañana temprano te acompañaré a declarar. Resuelto ese tema estudiaremos a fondo tus características personales. Pronto oscurecerá, y tengo que hacer varios llamados telefónicos. ¿De acuerdo? Ileana asintió, suspirando. El chico recuperó su semblante jovial y, acercándose a ella, la sujetó de los hombros con vehemencia. Su corazón dio un brinco. — Sigo siendo tu protector. Vamos al locutorio, atravesando la plaza. La cruzaron juntos, lentamente. Aguardó afuera del local, mientras Daniel hablaba. La demora obligada le posibilitó detectar que tres individuos la asechaban, dentro de un automóvil, quieto en la esquina apartada.

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El vehículo ya no estaba al asomarse su compañero. Sin embargo, oyendo el comentario, éste decidió volver rápido al departamento, sin demorarse a comprar la cena. Los faroles del parque se encendieron precisamente entonces, proyectando sombras desformes de árboles, juegos, y adolescentes asustados. Se hallaban próximos al edificio cuando dos sujetos ingresaron en el mismo sendero, por el otro extremo, avanzando en su dirección. Daniel la aferró con fuerza del brazo, deteniendo el impulso que llevaban, y dedicó su atención a los movimientos de ambos, sin fijarse en su aspecto particular. Al levantar el arma aquel que venía adelante, anticipó el disparo tirando a Ileana hacia sí. El estampido provocó un revoloteo desordenado de los pájaros y sorpresa en las escasas personas de las inmediaciones, en tanto el individuo, enfurecido, apuntaba ahora al muchacho, quien protegía con su cuerpo al objetivo, aun sabiendo que no lograrían huir. No llegó a apretar el gatillo. Como surgidas de la nada, tres pequeñas esferas flotaban frente a los jóvenes, muy negras en la exigua luz ambiente. De la más cercana brotó un corto rayo azul intenso, que se expandió al tocarlo, englobándolo por completo. En un segundo se desvaneció, dejando un montón de hojuelas secas en su lugar. Su compinche intentó escapar, aunque solo alcanzó a girar y dar un paso. De inmediato los objetos se perdieron en las alturas. — ¿Viste eso? Aparentemente alguien vela por tu seguridad. Y creo que no poseemos todavía tal nivel tecnológico. Me inclino por mi última suposición. Sigamos. Recalentaron los restos de la pizza y comieron en silencio. Las continuas emociones de un día interminable habían agotado sus mentes. El anfitrión trasladó a la cocina los limitados utensilios que emplearan, y tiró a la basura lo descartable. — Fabián no notará la diferencia. Le avisé que usaríamos la pieza, y que fuera a la casa de su antigua novia. Tratemos de dormir a pesar de los nervios. El reloj sonará temprano. Bastante cohibidos, se metieron vestidos bajo sábanas y colchas. Al apagar Daniel el velador la chica se quitó la falda y él los pantalones. Mas, en breve lapso, la oscuridad fue dando paso a una tenue iluminación, que se escurría desde el exterior a través de las cortinas. Ileana irguió el torso, apoyándose sobre el codo derecho, y se dirigió a su amigo. — Gracias por salvarme en la plaza. En un impulso éste abandonó la cama, la tomó suavemente de las mejillas y aproximándose, la besó con ansia. Al momento se tapaba hasta el cuello. Su mente era un torbellino. Necesitaba hacerlo. Y me gustó. Espero que no se enoje. La joven abrió los ojos… — Daniel. El chico regresó y se acostó a su lado. Ella lo abrazó con fuerza…

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5 Progresos Ileana se arrimó a la cama envuelta en una toalla, grande y desgastada. Se sentó en el borde y acarició con delicadeza la mejilla de Daniel. Este salió del sueño, y al verla tan cerca la tomó de los hombros desnudos y apretó sus labios contra los de ella. — ¿Ya te levantaste? — Me desperté temprano, corté la alarma y fui a darme un baño. Ayer no pude. — ¿Qué hora es? — Las 8:30. — ¡Demonios! No llegaremos. Recién en ese instante cayó en la cuenta de la claridad que iluminaba el dormitorio. Se destapó con rapidez y salió a la carrera. La chica se vistió presurosa, abandonó la pieza, cruzó el living y se metió en la cocina. Un revoltijo indescriptible. Limpiar y acomodar ese antro implicaría una larga dedicación. Dedujo de inmediato donde se encontraban los tarros con galletas, y regresó a la sala con un puñado en la mano. Daniel había recogido sus pertenencias y aceptó algunas, mientras le entregaba el saco, la cartera y la boina. — Vamos. Vamos. Son unas diez cuadras, pero iremos en taxi. No les fue fácil conseguir un vehículo disponible. Por suerte el denso tráfico se desplazaba con fluidez en Belgrano y a las 9:05 descendían en una de sus esquinas. El edificio ocupaba toda la manzana. Su aspecto antiguo y sólido lo hacía más solemne que el de la Facultad. Ileana notó que un individuo se les aproximaba. Calculó que pasaba de los cuarenta. Alto y delgado, con unas canas incipientes asomando en sus sienes, de ojos claros, nariz aguileña y boca mediana. Sonreía. — Perdón por la demora. Me confundí al ajustar el reloj. — No te aflijas. Uno de los responsables también se ha retrasado. Dio unas palmadas en el hombro del joven y la encaró resueltamente, tendiéndole la mano. — Así que aquí tenemos a la aprendiz de traficante. Mario B. Encantado. — Mucho gusto. Ileana G. Usted debe ser el tío de Daniel. — La vida tiene esas cosas. Vengan conmigo. La chica lanzó una mirada furibunda a su compañero. Llamó a sus familiares, sin consultarme, para que me ayudaran. No lo hubiera aceptado. Entraron por una puerta doble, casi a mitad de cuadra, subieron al ascensor con un grupo de gente, y emergieron en el Tercer Piso. — El ala izquierda pertenece por entero a la Dirección Drogas Ilegales. Cruzaron los cristales, con el nombre grabado, para hallarse en una especie de Recepción, no demasiado amplia, provista de varios sillones y maceteros de adorno. En el rincón, al fondo, se ubicaba la máquina expendedora de bebidas. Una mujer y un señor mayor se pararon al verlos, acercándose a ellos. La primera la abrazó con firmeza. — Chiquilla, que complicación disparatada. Yo soy Beatriz, y estoy segura que solucionaremos cualquier malentendido. El Dr. Aníbal F es uno de los mejores abogados, y un buen amigo. — Siento haberles causado tantas molestias. — En absoluto. Escuchando el relato de Daniel decidimos apoyarte plenamente. Tranquila. El muchacho besó a su tía y saludo al letrado. Aquella vestía pollera, blusa, zapatos bajos y un saquito sastre. Excepto por sus iris castaños era un calco del joven, con el cabello largo y cinco centímetros menos de estatura. En cambio Aníbal, de riguroso traje y corbata, igual que Mario, usaba bigote y anteojos y mostraba una avanzada calvicie. Bordeando los setenta, algo obeso y bajo, sostenía firmemente un grueso portafolios. No alcanzaron a sentarse. En uno de los accesos internos, a la izquierda del salón, apareció el viejo conocido de la chica, ahora en mangas de camisa y con expresión jovial. — Buenos días. Mi nombre es Christian S, y fui asignado al caso de la señorita. Con la sencilla explicación adelantada del Dr. Mario B, sé perfectamente quién es cada uno de ustedes, y me alegro que Daniel haya sugerido una presentación espontánea. Ileana, por favor, acompáñeme sin miedo. Tardaremos apenas un rato.

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La joven miró a su protector. Este le devolvió una sonrisa confiada, y Aníbal asió su brazo para respaldarla en la entrevista. La puerta se cerró tras ellos. — Gracias por venir y por disimular la sorpresa ante su aspecto raro. Probablemente se habría sentido mal. Es una persona maravillosa, muy inteligente y sensible. — Si no me equivoco, hace unos veinte años yo pensaba lo mismo de la hermana de tu padre, y aquí estamos. A veces creo que fue en un momento de borrachera… Beatriz le pegó con su cartera y los tres se rieron, relajándose. — Imposible quedarme. Debo supervisar un parto a las 11:00. No te muevas de aquí hasta que el asunto se resuelva como convinimos. Te llamaré al celular. — ¡A sus órdenes, señora! — ¡Tonto! En cuanto abandonó el recinto Daniel se encaminó a la máquina. — Me muero por un café. No desayunamos. ¿Qué te traigo? — Un cortado. Sin azúcar. Se apropiaron de sillones cercanos, bebiendo con lentitud el líquido caliente. — ¿No irás a la Clínica? Me temo que salir de aquí llevará horas. — Avisé que me tomaba el día. Y me adelantaste que apreciarías mis opiniones sobre algunos aspectos no vinculados con lo ocurrido. Ya podemos hablar. — Mejor vamos afuera. Prefiero la luz natural. Pasamos mucho tiempo encerrados. Frente al ascensor la gran ventana se abría a un patio interior, y en el acceso al ala opuesta el cartel rezaba Dirección Asesoría Letrada. Un área de escaso movimiento. Junto a los cristales, de pie, reanudaron el diálogo. — No quiero arriesgarme. Si hay micrófonos ocultos en la sala mis confidencias les proveerían de sobrados motivos para no permitirle marcharse. Ileana posee una habilidad asociada con el colgante que trae en el cuello, la cual me induce a presumir que es extraterrestre. — La configuración de su cráneo no es común, posiblemente a causa de una herencia genética cruzada. A pesar de ello, tu conjetura es algo extrema. — En absoluto. Ayer, en el departamento de Fabián, me contó dos casos de transformaciones en animales, uno a los diez años y el siguiente luego de los asesinatos. Y para acabar con mis recelos copió casi sin diferencias a la gata del Loco. El médico se mantuvo callado, observando atentamente al chico. No noto signos anormales, si bien pueden haberse drogado a la mañana, después de la huida. Si así fuese, Daniel se refiere a sus propias fantasías. Veamos. Alzó las cejas. — Hijo, te conozco lo suficiente para confiar en tus palabras. Pero existen químicos que incluso son capaces de hacerte olvidar que los ingeriste. Necesito saber con certeza si has consumido algún alucinógeno, previamente a la charla con tu amiga, y a su mutación. — No, tío Te lo juro. Almorzamos pizza con una gaseosa, y barritas de chocolate. — Bueno. Intentemos una explicación razonable. Por lo pronto, posee la facultad de reproducir a otros seres vivos. Su configuración es humana, aunque seguramente resulta de un encuadre preliminar a nuestra especie. Quizás el alienígena proviene de un lejano planeta, perdido en la constelación del Cisne, y en un principio era un ente amorfo y viscoso, de color rojizo, con seis tentáculos, cuatro pares de ojos negros, y un cerebro formidable. — ¡Qué asco! Inventaste todo eso para burlarte de mí. — Unicamente la descripción. El ajuste inicial es previsible. Tendríamos que encontrar el modo de hacerle una resonancia sin que sospeche. No menciones este asunto a nadie. — De acuerdo. Regresemos a la sala. Lograste inquietarme. Permanecieron en silencio, abstraídos en sus reflexiones. La suposición de Mario ocupaba por entero la mente del muchacho. ¿Con qué tuve relaciones anoche? Su cuerpo no dejaba lugar a dudas. No obstante… Trató de desechar las alternativas. Y para sorpresa de ambos solo veinte minutos más tarde reaparecieron los tres, charlando con animación entre sí. Christian los encaró de inmediato, mientras se paraban. — La conducta de Ileana fue perfectamente lógica, dadas las circunstancias. Y su descripción de los presuntos culpables apunta a un par de individuos que consideramos sospechosos. Con una acusación tan grave los obligaremos a revelar quiénes manejan la red, para desarticularla por completo. Sin embargo, es imposible obviar los procedimientos de rutina.

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— ¿Van a arrestarla? — No Daniel, no es obligatorio. Tu tío ofreció alojarla en su domicilio y hacerse responsable de ella hasta que terminemos una investigación paralela, para verificar que no posee vínculos con el tráfico. De esa manera no quedarán antecedentes. Doctor, ya preparamos los papeles. Solo se requiere su firma. Mario y Aníbal fueron tras el Inspector. La chica se aproximó y aferró sus manos. Sonriendo en silencio, se miraron arrobados, como si nada existiera aparte de ellos mismos. — Vas a vivir con nosotros. Evidentemente, Beatriz sugirió esa solución. — No me gusta molestar, pero en el fondo me alegro. Estaremos siempre cerca. La ausencia fue efímera. Al retornar los acompañaba el joven que el lunes iniciara la vigilancia en el aula. Christian retomó la palabra para despedirlos. — Gracias por su contribución. Tenemos una tarea difícil. El Detective Sergio M irá con ustedes para retirar las pertenencias que continúan en Olleros. Y se ocupará por un largo tiempo de su seguridad, con algunos agentes de civil. Aunque atrapemos a los asesinos otros integrantes del cartel quizás intenten atacarlos. Manténganse alertas. Apenas pasadas las 11:00 subían desde las cocheras en el edificio de Palpa, para entrar por la cocina en el Piso 15. El chico cargaba la valija e Ileana la bolsa con sus libros y cuadernos. En el corredor el médico apoyó su mano en el hombro de la muchacha. — Bienvenida a casa. Es también tuya a partir de este momento. Daniel, tu tía pidió al salir que se ocuparan de ordenar la pieza libre. Será su refugio personal. En tanto ubican las cosas voy a mudar de atuendo, y la llamaré para avisarle que no hubo problemas. — Doctor, nunca podré agradecerles, a ambos, su apoyo y sus atenciones. — Al contrario. Has llegado aquí para agregar una nueva risa juvenil a nuestras vidas. Algo en verdad invaluable. Y mi nombre es Mario. El joven asió su brazo y avanzó por el corredor. — Bueno, una reseña sencilla. A la derecha, la puerta situada frente a la cocina da a un lavabo pequeño. La siguiente, donde se metió, es el dormitorio matrimonial, con baño incorporado. Los sanitarios y la ducha de uso común tienen su acceso al final. Y a la izquierda se encuentran las habitaciones individuales, la mía y la de huéspedes, en ese orden. Una vez dentro puso el equipaje en una silla, mientras Ileana contemplaba la luminosidad que, a través de las blancas cortinas, invadía el ambiente. La amplia cama y la mesita de luz hacían juego con un inmenso placard, que tapizaba toda la pared, e incluía un escritorio adaptado para instalar una PC, con un confortable sillón giratorio de cuero. El beso de Daniel la sorprendió. Se había acercado y la sujetaba de la cintura, con la dicha en su rostro. Le correspondió apasionadamente, separándose sin tardanza. — Necesito ducharme y cambiar mis ropas. Apestan. Y creo que tu caso es similar. Además es imprescindible que me comunique con mi familia a la brevedad. Me imagino su preocupación al difundirse en Laguna Blanca la noticia del crimen de Clara. La voz del anfitrión la interrumpió. —Betty arribará más o menos a la 1:00. Me ocuparé del almuerzo. — ¡Caramba! Reunión formal. Las damas primero. Salió rápidamente rumbo a su cuarto. Utilicemos la tecnología para acelerar el contacto con los padres. Al rato la chica se asomaba en la entrada, vistiendo una blusa sin planchar, pantalones y zapatillas. Daniel, revolviendo los cajones, le señaló la computadora. — Obviando las redes envié igual mail a los diferentes colegios secundarios de tu ciudad, para avisar que Ileana G se hallaba bien y quería hablar con sus parientes. Contestó una tal Erika N, diciendo que era una buena noticia e iba al instante a avisarles. —La Secretaria Administrativa. Es una luz en su bicicleta. Su compinche se desvaneció. Ella se apropió del teclado y comenzó a tipear. Aún después que aquel regresara persistió en su trabajo, y únicamente se detuvo al presentarse Beatriz. — Es un gusto verte. Vengan a la mesa. Camino al comedor, aprovechó para poner al corriente a Daniel. — Crucé dos líneas con Erika. Me mandó un abrazo y combinó con papá una charla alrededor de las 6:00 de la tarde, precediendo al cierre. Y preparé un texto sintético de lo declarado en la DDI para explicar lo ocurrido. Me gustaría que lo revises.

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Los dos mayores condujeron la conversación con habilidad. Sin hacer referencia a los sucesos interrogaron a Ileana por su vida en el Parque Nacional, su infancia y adolescencia en contacto con la naturaleza virgen. Entre anécdotas y comentarios, estaban ya frente al postre helado, en un clima totalmente distendido. — Mario, es en verdad fascinante. Podríamos visitar el lugar en las vacaciones de invierno. La hotelería ha de ser buena, y contaríamos con la mejor guía. — Una opción atractiva. Habrá que adecuarla a los exámenes del cuatrimestre. La chica ofreció su colaboración en las tareas habituales luego de toda comida, pero Beatriz le comentó, sonriendo, que la primera vez corría por cuenta de la casa, y que oportunidades no le faltarían, especialmente por las noches, cuando las ratas huían espantadas… Ambos roedores prorrumpieron en sonoras carcajadas. Daniel aceptó el relato sin objeciones. No contenía ninguno de los detalles inexplicables. — Voy a comunicarme con Dafne y Matías. Ignoran por completo lo sucedido. Ileana se contactó por mail con sus compañeros, les envió la explicación preparada, disipó sus dudas y les agradeció las condolencias y las palabras de aliento. El Cordobés, al despedirse, le hizo llegar los ejercicios de la Práctica de Matemáticas. Eran, asimismo, una revisión de lo visto en el Ciclo Básico, y los resolvieron sin dificultades. Faltaba casi una hora para el mensaje de su padre, y decidió descansar un poco. Tendida en la cama, más relajada, dejó vagar sus pensamientos. La situación inicial se ha encaminado. Aun así no veo el modo de verificar mi procedencia, tal como prometiera Daniel. Al escuchar el aviso se levantó de inmediato, ubicándose ante la pantalla. Su amigo abandonó discretamente el dormitorio, entregándole un papel con el número telefónico local. Al asomarse en el living, un rato después, tenía los ojos húmedos… — Vamos a caminar. Necesito aire fresco. Cruzaron de la mano el hall de Planta Baja, seguidos por las miradas del guardia de turno y de un sujeto de traje, desconocido para el joven. Próximo a la entrada del jardín se encontraba un vehículo negro, que comenzó a moverse lentamente tras ellos. Ni bien doblaron por la avenida, hacia la izquierda, Daniel la enfrentó, muy serio. — Te noto alterada. ¿Qué ocurre? — No puedo definir quién soy. Recordando las pequeñas esferas negras le respondió con voz sombría. — Es solo una parte de lo que debemos aclarar.

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6 Llegadas La nave se aproximaba rápidamente al enorme planeta azulado. Un vehículo pequeño, similar al huso de un telar, transformado por la luz de la lejana estrella en un bruñido punto verde. Los viajeros comenzaron a vislumbrar las formaciones de nubes de la alta atmósfera en la pantalla principal de su cabina blindada. El piloto disminuyó la velocidad y ajustó la trayectoria, tratando de lograr un ángulo de entrada que no recalentara demasiado el fuselaje. Al terminar la larga curva, ya cerca del suelo, se encontró sobre una selva compacta, en medio de un aguacero imponente. Guiado por los detectores se desplazó hasta hallar un ancho río, de aguas caudalosas, salpicadas por la lluvia. Apoyándose en ellas condujo al transporte espacial cada vez más lentamente, para encallarlo en el margen barroso. — Excelente maniobra, Comandante Resnik. — No te burles Zortan. Sabes bien que hubiera preferido quedarme a luchar en Deivur, aunque los bargomianos acabaran con mi vida. ¿Cómo está la niña? — Duerme tranquila. Laprux me suplicó que la pusiera a salvo y no acostumbro contradecir los deseos del Rector. Te debo una explicación. La huida fue vertiginosa. Necesitaba a alguien de valía y, como yo, no tienes familiares por los que angustiarte. Los invasores dominarán nuestra tierra y todos los que intenten poner en peligro su conquista serán ejecutados. — Triste final para una civilización milenaria y vigorosa. ¡Esclavos! — No te amargues. El Universo a la larga equilibrará las cosas según lo viene haciendo desde siempre. En diez generaciones solo unos pocos regresarán a Bargom. La conversación había transcurrido sin que el oficial apartara la mirada del visor, que recorría el entorno perezosamente a partir de la llegada, atento a cualquier anormalidad externa. Pero las últimas palabras del Hechicero lo impulsaron a volver la cabeza, para tropezar con sus negros ojos, plagados de misterio. En raras oportunidades hablaba del futuro. — Cambiemos de tema. ¿Cómo haremos para desembarazarnos de los cazadores? — El consumo de energía es mínimo. Por ahora no nos ubicarán. Me aislaré en tanto amaina la tormenta. Luego veremos. Casi cinco horas después un fuerte viento espantaba los nubarrones, dejando paso a los rayos cálidos del astro dominante. En el intervalo Resnik verificó que las condiciones exteriores, algo distintas de las habituales en su mundo, no les provocarían problemas graves. Sus organismos contaban con la propiedad de adaptarse fácilmente. Zortan concluyó de alimentar a la beba con un líquido espeso. Sus tímidos quejidos alarmaron a los fugitivos en los minutos previos al cese de la borrasca. — Vamos a abandonar el deslizador. Espero que lo juzguen inutilizable. Yo trasladaré a Anela en su cesto de viaje. Quisiera que te ocupes de los elementos de subsistencia, para alrededor de tres larks. Y no olvides tu arma. Parados junto a la portezuela, con las botas metidas en el lodo, apreciaron los mil y un sonidos que indicaban el reinicio de la actividad en la espesura. Los dos eran humanoides fornidos y de baja estatura, con un cráneo alargado en su parte posterior. Cubría esa singular protuberancia un manojo de cabellos rojos. La nariz y las orejas, de tamaño chico, contrastaban con una boca de mayores dimensiones, acordes con el resto de su estructura. Y, a diferencia de su colega, el Hechicero mostraba profundas arrugas en la frente y las manos, símbolo tangible de una edad avanzada, y de una gran experiencia. — Seguiremos la orilla, en el sentido de la corriente. No es razonable ingresar en la jungla. De seguro hay una multitud de animales peligrosos y, por otra parte, la vegetación es muy densa y nos impediría progresar con celeridad. — En Deivur las áreas con características análogas han desaparecido. Fueron cuantiosas en el período de crecimiento de los primeros ancestros. — Este hecho me hace sospechar que, al día de hoy, quizás nos topemos con seres cuyo nivel mental resulte exiguo para que nos reciban sin violencia. Acaso presuman, al enfrentarnos, que somos demonios con poderes mágicos.

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El Comandante sacudió la cabeza a ambos lados, con preocupación. — Su auxilio no es fundamental para ocultarnos, no te inquietes. ¿Es posible hundir la nave en lo profundo del río, sin deteriorarla? — Ya mismo. Extrajo del bolso tipo mochila que colgara en su espalda un pequeño dispositivo alargado y con el que sería el índice en una mano de cuatro dedos fue pulsándolo gradualmente para cerrar la escotilla, elevar el vehículo solo un poco, conducirlo al centro del curso y bajarlo hasta que dejó de verse, apoyándolo en el lecho. — Listo. Yo iré a la vanguardia. Reemplazó el control por una fina varilla metálica, con una especie de empuñadura lateral y un botón de accionamiento, e inició la marcha manteniendo prudente distancia de la espesura que se acercaba a las aguas, aunque en ocasiones debía introducirse en ellas. Al cabo de un rato, y a pesar que la estrella se inclinaba para comenzar el atardecer, los tres se sentían sofocados por el calor y la evaporación de la reciente humedad. Sus indumentarias de viaje no eran por cierto las mejores para moverse en ese entorno. Se detuvieron al ingresar en una playa diminuta, sentándose en la tierra seca. Mientras bebían y le suministraban su alimento a la niña notaron la presencia de media docena de cuadrúpedos color pardo oscuro, de regular tamaño, que tomaban agua en el otro extremo, a través de una minúscula trompa en su hocico. Al descubrirlos, cinco de ellos se escabulleron en el follaje. El último, algo menor, continuó ingiriendo el líquido fresco. — Observa. En apenas un segundo emergieron frente al animal un par de mandíbulas alargadas, pobladas de gruesos y filosos dientes y cubiertas de placas escamosas, tras las cuales se vislumbraban unos ojos fríos, y aferrándolo con fuerza lo arrastraron bajo la superficie. Resnik no atinó a abrir la boca, estupefacto. — Un saurio prehistórico, extremadamente peligroso. Y nosotros chapoteando en la orilla igual que chiquillos de paseo. — ¿Qué haremos, Zortan? — Seguir. Seguir sin temor. Es indispensable hallar a los habitantes principales del planeta. En la mañana indudablemente encontraremos algunos ejemplares. Continuaron avanzando, pero cuando las sombras invadían el ambiente, el grupo se preparaba para su comida nocturna, encerrado en una esfera de protección que el conductor ensamblara no demasiado cerca de la corriente. Una vez finalizada, se acomodaron en el estrecho reducto y apagaron la luz ultravioleta, disponiéndose a descansar. — En la noche tuvimos un montón de curiosos merodeando a nuestro alrededor. El Hechicero inspeccionaba allí donde colocaran su refugio, en tanto su compañero ponía todo en orden. Las nubes habían regresado, presagiando una nueva tormenta, y el amanecer tenía un tono grisáceo y triste. Pasadas unas cuatro horas Resnik hizo un alto. Su instinto le sugería que no prosiguiera caminando. — Una decisión muy oportuna. Pasando la próxima curva una significativa cantidad de bípedos inteligentes ha talado los árboles y desbrozado el terreno, para emplazar luego un campamento rudimentario. Demos un rodeo. Quiero estudiarlos sin que nos vean. Entre la maleza, en el borde del claro, los alienígenas escrutaban a un conjunto de criaturas de características antropométricas prácticamente similares. Realizaban sus diferentes trabajos con un ritmo febril, dado que en cualquier momento la lluvia los impulsaría a buscar refugio en unos toscos tinglados, levantados en el margen opuesto. — ¿Conviven dos especies distintas? — Creo que no. Los de piel oscura y cabellos descuidados, que están prácticamente desnudos, parecen ser los residentes naturales de la comarca, y se desplazan en aquellas embarcaciones cortas y delgadas, a la derecha. En cambio los de piel blanca, que visten ropas coloridas, usan sombreros o cascos, llevan botas y portan armas, son visitantes, o colonizadores, y han llegado a bordo del majestuoso navío amarrado lejos de la costa. En Deivur se utilizaban antiguamente para navegar impulsados por el viento. Los primeros les sirven de guías, además de ayudarlos en las tareas pesadas. Su nivel cultural es aún inferior. — A mi juicio es imposible que nos entendamos.

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— Coincido contigo. Tal como pensé estos seres poseen un desarrollo excesivamente primitivo con relación al de nuestro pueblo. Mi idea original de convertirnos en tres de ellos sigue en pie, pero si pretendemos integrarnos a su civilización para no vivir aislados cual ermitaños, algo en verdad deprimente, es forzoso que nos traslademos sin dilaciones a su futuro lejano, aplicando todo el potencial de las piedras Kiems. — La energía requerida es muy grande y la perturbación asociada no pasará inadvertida en las naves que nos siguen. Nos atraparán. — Aún no han alcanzado la cercanía adecuada. Comencemos. A tu izquierda hay un centinela armado, apoyado en un árbol. Voy a arrimarme muy despacio. Trae a la niña. Un minuto después el guardia estaba completamente paralizado, si bien ello era imperceptible para sus compañeros. El Hechicero levantó a Anela del cesto, le quitó la tela que la cubría, con lo cual dejó al descubierto en su cuello un colgante ovalado de metal verde, sin brillo. Lo apretó entre sus dedos, y miró fijo al soldado. En segundos la beba sufrió un increíble modelaje de su estructura corporal, adoptando la configuración femenina correspondiente al sujeto elegido, con desvíos apenas notorios. Zortan la abrigó nuevamente y la acostó con suavidad. — Ahora nosotros. Ambos repitieron el proceso empleando un dispositivo similar, que extrajeron de las respectivas chaquetas de viaje. Claro que en su caso los nuevos individuos perdieron sus vestimentas y se hallaron desnudos, con aquellas a sus pies. Resnik propuso destinar las piezas más aptas para cubrirse los genitales y parte de las piernas. Divertido, introdujo los componentes superfluos en su mochila, suprimiendo los rastros de su presencia. — Volvamos al río. Se detuvieron junto a los arbustos próximos a la orilla. El anciano retomó el curioso estuche de la criatura y cerró los ojos, concentrándose. Resnik aguardó en silencio. — ¿Qué hiciste? — Ajusté el llamado “Aspecto de Retorno”. Allí donde esté, cada vez que ella cambie su forma, al invertir el proceso recuperará sus características actuales. Sería una verdadera catástrofe si surgiera con la apariencia deivuriana. — ¿Entendí mal o has dicho “allí donde esté”? ¿La abandonaremos a su suerte? — Nunca regresaremos a casa. Ella tiene la oportunidad de crecer y desarrollarse igual que los nativos. Su constitución es idéntica, con algunas singularidades adicionales, controladas por su Bulbo Cónico. Y los que la encuentren la cuidarán con cariño y siempre la protegerán. — ¿Qué haremos tu y yo? — También nos alejaremos rumbo a un mañana remoto, escoltándola, aunque sin coincidir en el tiempo ni el lugar. Los invasores son obstinados y espero desorientarlos. ¿Me ayudarías con la canasta? Se metió unos pasos en el agua y la apoyó en la corriente que fluía incansable. El Comandante la mantuvo quieta, mientras Zortan giraba la mitad inferior del receptáculo, la cual se desplazó hacia abajo sin desprenderse, permitiendo ver su contenido. La escasa iluminación previa a la borrasca mostraba un simple guijarro cobalto oscuro. Pequeño. El Hechicero, con expresión abstraída, apoyó su índice en la piedra. Esta fulguró brevemente, exhibiendo sus irregularidades con nitidez, para retornar luego a su condición anterior. Tras ello el artificio se cerró espontáneamente. — ¡Suéltala ya! La cuna partió veloz, impulsada con fuerza al centro del curso. Bastó un pestañeo para que se desvaneciera. En ese momento la tormenta decidió comenzar. El primer chaparrón los empapó por completo. Zortan, parado frente a su acompañante, actuó con rapidez. Abrió los dos ovoides y, con gesto análogo, tocó simultáneamente los cantos rodados que se asomaran al exterior. Apagados los destellos, esa zona de la costa quedó vacía. La lluvia no se inmutó siquiera. En cambio, en la consola principal del mayor de los tres navíos que se aproximaban al planeta azul, un indicador ámbar emitió un par de centelleos consecutivos. Sus estilizadas estructuras de metal oscuro brillaban a la luz de la estrella. Los perfiles en punta de flecha y los poderosos impulsores invitaban a presumir que los vehículos constituían una escuadrilla de combate, apta para el vuelo atmosférico además de los largos viajes en el espacio profundo.

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El piloto se dirigió a uno de los individuos que se hallaban de pie en la plataforma principal, con voz aguda y áspera. — Señor. Se detecta una gran variación de energía en el cuadrante izquierdo más bajo, cerca de la línea límite. — ¡Ah! Que las naves se coloquen en órbita estacionaria sobre el lugar, a una distancia tal que los moradores no reparen en ellas. Envía un par de esferas espías a la posición prefijada por el Sistema. Llegarán en pocos minutos. Los nuevos visitantes eran altos y delgados, de piel leonada, cubierta con un tenue vello rubio, tanto en el dorso de las manos como en toda la cabeza, exceptuando las mejillas. Sus cráneos, de volumen proporcionado, tenían maxilares levemente extendidos, con la nariz en el extremo superior y una boca ancha. Los ojos, de un celeste profundo, aparecían algo desplazados a los costados, y sus orejas, elevadas, terminaban en punta. Aquel que diera las órdenes, vestido con un uniforme de campaña, que en su caso mostraba el esquema de un hacha en la chaquetilla, encaró de inmediato a su compañero. Este llevaba, en cambio, una túnica con mangas, desde el cuello hasta el suelo. — Erkkalon, pronto los eliminaremos. Su interlocutor nada dijo. Se limitó a dejar el puente, aproximándose a la consola. Una vez allí analizó los datos de la pantalla asociada al dispositivo que activara la alarma. Retornó sin prisa, y no se molestó en subir. — Lamento defraudarlo Capitán Acteggus, pero las magnitudes registradas indican claramente que Zortan ha efectuado dos transferencias espacio-temporales. Si bien están en el planeta, es imposible definir dónde ni cuándo. No los encontraremos. — El Emperador Ismmodal seguramente ha conquistado Deivur. ¿Y yo debo presentarme ante él sin haber acabado con tres de sus adversarios vitales? Me degradará. ¿Qué clase de Monje eres si no posees la capacidad de ubicarlos? — Solo un Consejero. No olvide que el Hechicero es un híbrido y cuenta con ciertas facultades inigualables. Laprux eligió al mejor. Sus movimientos previos han sido únicamente espaciales, y nos permitieron seguirlo. Sugiero que amplíe la cantidad de esferas y las distribuya de modo que ningún punto escape a su vigilancia. Es probable que alguno de sus descendientes lejanos reciba los datos necesarios para regresar. Dio media vuelta y se marchó por una portezuela lateral.

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7 Hallazgos El jueves, camino del consultorio, Beatriz los dejó por adelantado en la entrada de la Facultad, para reducir los riesgos. Sus guardianes los escoltaron, muy próximos. La intranquilidad inicial se desdibujó de sus mentes ni bien comenzaron las actividades del día, sabiendo además que, distribuidos aquí y allá, ciertos “alumnos” se encargaban de vigilar el entorno. En el intermedio del almuerzo intentaron no hablar en exceso del tema, y a continuación el Jefe de Prácticas no les dio un minuto de descanso. Regresaron en colectivo, silenciosos. Y mientras recorrían las últimas cuadras, sin prisa, con el sol del atardecer relumbrando en los cabellos rojos de Ileana, Daniel expuso el resultado de las cavilaciones que lo entretuvieran, de pie en el transporte. — Creo que por un tiempo los traficantes no se acercarán siquiera. Los encargados de matarte nunca volvieron. Aquel que conducía el vehículo vio perfectamente lo acontecido, y no pueden explicárselo, como nosotros. ¿Drones y rayos láser? Demasiado para ellos. — La realidad ni se aproxima a esos ingenios terrestres. — No los imagino capaces de considerar otra alternativa más compleja. Su inquietud debe ser quién te protege y por qué. Y a decir verdad, yo también quisiera saberlo… A la mañana siguiente la joven se levantó temprano. Colaborando con la dueña de casa, luego de la cena, había preguntado por las rutinas habituales de la familia, tal de ajustarse a ellas. La charla derivó hacia las actividades de Beatriz, quien se entusiasmó relatándole algunos partos complicados, que terminaron con nacimientos felices. Amaba su profesión. Anticipándose a Daniel, rememoraba esas anécdotas bajo la ducha tibia. Fue entonces cuando surgió el primer indicio. Seguramente me ayudará a tener al niño. La sorpresa la inmovilizó, en tanto el agua corría por su cuerpo. Apoyó su mano en la parte inferior del vientre, y su intuición excepcional hizo el resto. Somos dos. Llevo a su hijo conmigo. Tardó en abandonar el baño. El resplandor de sus ojos era diferente. Mario se ocupó del traslado. Aprovechó para sugerirles que por la noche pidieran comida, para no complicarse en exceso. Ambos asistirían a una velada informal, a fin de dar la bienvenida al Director del Instituto Neurológico de Helsinki. Desde el lunes presidiría un ciclo de conferencias sobre los últimos descubrimientos en las áreas cerebrales. Después de la Teoría el chico se las ingenió para encararla a solas. — ¿Qué te pasa? Estuviste en la Luna toda la clase. En ocasiones sonreías con la vista fija en el pizarrón. Un tema complejo. La mujer lo analizó en profundidad. — Pensaba dónde viviremos en el futuro. ¿Me darás una mano con los ejercicios? Daniel asintió, con su mejor cara de resignado. Sin embargo, Ileana los resolvió sin consultarlo, a partir de los lineamientos propuestos por el responsable de los trabajos. Al concluir pestañeó burlona, y el comentario afloró al instante. — “Matemáticas me cuesta horrores”. Al entrar al living la muchacha descubrió un nuevo adorno en el aparador. Un jarrón blanco, de tamaño mediano, decorado con sencillos trazos azules, brillando sutilmente. — ¡Qué hermoso! Beatriz, preparándose para la recepción, se apresuró a revelar su origen. — Es una auténtica porcelana china del Siglo 16, según informa el vendedor. Pero no encontré nada que identifique al remitente. Supongo que se trata de una madre agradecida. Los agentes me pidieron disculpas por haber abierto el paquete. Sus instrucciones son rigurosas. La caja acolchada y los papeles dormían en el suelo, junto al mueble. En la mesa solo aparecía la tarjeta. Espiaron la caligrafía barroca. “Antigüedades RZ - Piezas de Cobre y Bronce, Libros Remotos, Porcelanas - Bethlem casi Defensa - San Telmo”. En el reverso figuraban los detalles del obsequio recibido. — Frente a la Feria de Artesanías. La plaza es un mundo aparte. — Daniel. ¿Por qué no vamos mañana a ese lugar? Quiero conocerlo. De paso averiguaríamos quién envió la vasija.

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— No es una mala idea. ¿Qué pido para comer? Acabada la cena y ordenada la vajilla, el joven la tomó de la cintura y la atrajo hacia él, con una sugerente sonrisa en los labios. — Vamos a mi pieza. Me gustaría continuar con lo que empezamos la noche del martes, ahora más tranquilos. Agarrada con fuerza de su brazo avanzó hasta entrar al dormitorio. Una incertidumbre le roía el pecho. ¿Le revelaré mi descubrimiento? ¿Debo esperar un poco? Se besaron con ternura, y el muchacho, inconcientemente, resolvió el problema. — Compré lo que entonces no tenía. — Ya no son necesarios. — ¿Por qué? En una primera etapa la protección es siempre recomendable. — Te daré una idea. A veces se producen coincidencias insospechadas. Daniel palideció bruscamente. No es posible. No antes de encontrar las respuestas. Y además solo han transcurrido unas 48 horas. ¿Cómo lo sabe? — ¿Estás embarazada? — Las venusinas lo detectamos de inmediato. El tono verde de los bebés es precioso. Se colgó de su cuello, observado divertida su expresión atónita. — Parece como si hubieras visto un fantasma, en lugar de sentirte feliz con la novedad. Bueno, es mucho pedir. Pronto la asimilarás. No respondió, cerró la boca entreabierta y volvió a besarla. Se quitaron la ropa mutuamente, y se acostaron muy juntos, acariciándose, y relegando al olvido la conversación previa. Cerca de medianoche Ileana se esfumó presurosa, rumbo a su cuarto. El chico, de regreso en La Tierra, tardó en dormirse. Sábado, pasadas las 11:00. Caminando por Defensa, seguidos por dos sabuesos, emergieron en la esquina que buscaban. Una gran algarabía llegaba desde la plaza, a la derecha, cubierta por las improvisadas tiendas de los artesanos. La joven, alegremente sorprendida, se dispuso a introducirse en la marea, pero su compañero la detuvo. — Demasiada gente. No podrás evaluar los trabajos. Vamos a la casa de antigüedades y por la tarde la recorreremos sin tropiezos. Durante el viaje le había insinuado que una resonancia les permitiría comprobar si ella y el niño se hallaban bien. Mario contaba con las facilidades adecuadas. Su conformidad logró aplacar, en parte, la desazón que le apretujaba el espíritu. En tres pasos dieron con el local. Pequeño, con un escaparate angosto, escasamente poblado por algunos jarrones, juegos de té y piezas metálicas. La puerta de madera los llevó al interior, mientras tintineaban los tubos colgados. Al cerrarla la leve penumbra los absorbió. Se percibía un perfume de esencias antiguas y un par de lámparas mortecinas deformaban las porcelanas, encogiéndolas y estirándolas para escoltarlos. Todo era silencio. Caminaron despacio, acercándose al mostrador que se distinguía en el fondo, bajo la luz. Tras él, un individuo con el torso inclinado aparentaba leer un libro, oculto por un amplio sombrero. A sus espaldas una biblioteca inmensa, colmada de añejos volúmenes, servía de pared divisoria con un cuarto posterior. Cuando se pararon delante, su mano curtida, plagada de arrugas, giraba con infinita prudencia una hoja amarillenta por los años. La chica sentía una profunda zozobra. Su aguzado instinto le indicaba la presencia de un ser excepcional. Saludó en voz baja. — Buenos días, señor. El sujeto se enderezó. Al verlo ambos retrocedieron, reteniendo el aliento, con una irreprimible sensación de vértigo. La nariz y las orejas diminutas, la frente ancha, el mechón de pelo rojizo y los enormes ojos negros, de largas pestañas. Las huellas de su dilatada existencia marcaban la única discrepancia. — Buenos días Ileana, Daniel. Me complace verlos. El tono grave de sus palabras agregó una nueva semejanza. En tanto se aferraban uno al otro, la mirada de la muchacha se encendió. — ¿Quién es usted? — Mi colega y yo fuimos excelentes amigos de tu padre, en épocas lejanas. Y, por favor, hagan a un lado sus temores, a pesar de la lógica conmoción. No pretendemos hacerles daño.

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Un segundo personaje, de aspecto análogo, aunque explícitamente de inferior edad, surgía del cuarto trasero. El viejo se unió a él, abandonando el mostrador, y ambos se aproximaron a las visitas. Vestían camisas y pantalones de primera calidad, tersos zapatos y, por cierto, similares sombreros. Daniel sopesó los motivos. ¿Cráneos alargados? — De repente se me ha ocurrido que el envío del jarrón fue una artimaña para atraernos hasta aquí. Y ha surtido efecto. No obstante, al verlos presiento que tienen la capacidad de disipar las incógnitas que nos atormentan. — Muy bien, hijo. En un principio no pensábamos intervenir, mas he advertido que en breve las esferas variarán su actitud y debemos prepararnos. Previendo que vendrían seleccionamos un almuerzo ligero, para una charla informal. ¿Gustan acompañarnos? Se hicieron a un costado, permitiendo que los chicos se arrimaran a la biblioteca, para penetrar por la brecha en una pequeña cocina, con sus anfitriones detrás. La lámpara central iluminaba una mesita, en la que aparecían cuatro platos con un par de sándwiches cada uno, servilletas, vasos y una botella de agua. En la pared derecha las alacenas colgaban sobre una mesada de mármol, la pileta y un anafe. Al fondo, una puerta cerrada. — Siéntense donde prefieran. Una vecina prepara emparedados caseros, a fin de ofrecérselos a los que recorren la muestra. Espero que sean de su agrado. El menor sirvió la bebida y, sin preámbulos, los dueños de casa comenzaron a comer. Ileana y Daniel aguardaron un momento para imitarlos. Mirando a los comensales en la mente del muchacho se afianzaba la sensación de encontrarse rodeado de alienígenas… En cambio, la chica analizaba excitada una frase previa. Amigos de mi padre en épocas lejanas. ¿Aludía a mi legítimo progenitor? Terminaban con la mitad de lo servido cuando el mayor se dirigió a ellos. — Mientras continúan les facilitaré los datos esenciales que necesitan saber. Dejaré para luego los pormenores pues los custodios no tardarán. No se alarmen por anticipado. Tal lo supuesto por nuestro amigo terrestre los tres provenimos de Deivur, un planeta apenas disímil situado en el grupo estelar que designan como la Constelación de Hércules. Una expresión de pánico se reflejó en sus caras. — Tranquilos. El niño será un bello ejemplar de la especie que puebla La Tierra, incluyendo por añadidura algunas habilidades psíquicas, igual que la princesa Anela. — ¿Princesa Anela? — El nombre original de tu compañera Ileana. Eso me recuerda que no nos hemos presentado adecuadamente. Mi colega es el Comandante Resnik y yo soy Zortan. Volviendo a lo afirmado quiero decirles que los deivurianos nos hallamos dos pasos más allá en la escala de desarrollo biológico, y conseguimos, sin esforzarnos, adoptar y mantener las características de diferentes criaturas. Desde que llegamos, huyendo, somos Homo Sapiens. — ¿Por qué huían? — Los belicosos moradores de Bargom, en el área cercana de la Serpiente, iniciaron de modo abrupto una violenta campaña de conquista y nos atacaron sin misericordia. Era inútil oponerse a su tecnología, y el Rector Laprux, al enterarse que proyectaban acabar con los miembros del Consejo Superior, nos encomendó poner a salvo a su única hija. — ¿Fue ejecutado? La amargura temblaba en su voz pálida. Ambos se estremecieron de ira. — No estábamos a su lado. Sé que murió combatiendo contra los invasores. Lamento darte la noticia, y también que hayas perdido la oportunidad de crecer junto a un individuo único, sabio y sencillo, venerado por su pueblo. De todas maneras, si hubiese permanecido con vida, al día de hoy habría fallecido. Hace unos 470 años que partimos. — Perdón por interrumpirlo, Zortan. Con franqueza, estoy sorprendido. Menciona asiduamente cosas, hechos u opiniones que solo ella y yo conocemos. Y predice eventos que ocurrirán. ¿Es quizás aquello que presumo? — Yo contestaré. Tu intuición es correcta. Mi camarada es capaz de ver el futuro, con absoluta exactitud e ilimitada minuciosidad. Sus conclusiones han orientado en muchas oportunidades el accionar de la Junta de Gobierno. Los íntimos solían llamarlo Hechicero. Los invitados, en ascuas por las sucesivas novedades, se sintieron cohibidos por la capacidad que Resnik atribuía al anciano, pero la joven no dudó en preguntar.

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— Algo no cierra. ¿Yo nací 470 años atrás? — No has pasado por alto el detalle. Tiene que ver con ese impulso espontáneo que los llevó a Ciencias Exactas, por distintos senderos. Veamos si soy capaz de aclararlo en los minutos que nos quedan. Para los seres humanos el tiempo es constante. Su nivel evolutivo no admite otra alternativa. En cambio, los ubicados en el estrato siguiente perciben su variabilidad. Aplicando una cantidad concreta de energía es factible comprimirlo o dilatarlo, acorde a lo requerido. Por ejemplo, los largos viajes interestelares son casi instantáneos. Calló por un momento, dejando que asimilaran sus palabras. Daniel, sorprendido, abrió la boca, sin emitir sonido alguno. Miraba fijamente al viejo. Si no miente es ocioso devanarse los sesos en busca de una opción inaccesible. Y entonces Zortan giró la cabeza. — Ya vienen. Debemos movernos a un lugar prácticamente deshabitado. Es indispensable que nadie presencie las acciones que se avecinan. Allí continuaremos el diálogo. — ¿Qué tal la foresta cercana a la Laguna Blanca? — De acuerdo. Por favor, pónganse de pie. Resnik, trae tu bolso. No olvides nada. Mientras su colega se escabullía por la puerta posterior metió la mano en uno de sus bolsillos y extrajo un colgante idéntico al de Ileana. Se acercó al muchacho y rápidamente lo colocó en su cuello, cerrando la cinta trenzada. — ¡Ah! El módulo misterioso. ¿Es un obsequio? — Un préstamo temporario. Y es solo un guijarro en una caja. Claro que no uno cualquiera. Las piedras Kiems actúan como acumuladores individuales de poder. El Comandante estaba de regreso, llevando una mochila a sus espaldas. Sonriendo, el anciano se dirigió a la chica. — Eres nuestra guía. Te alcanzaremos sin problemas. Cierra los ojos. Ahora toma el estuche y concéntrate en el paraje del Parque que consideres apropiado. Con serenidad. Tres segundos más tarde se había desvanecido. El silencio fue roto por el tintineo de los tubos en la entrada principal. — Vamos. En tanto Resnik repetía la secuencia de Ileana, el Hechicero asía a la vez el módulo de Daniel y el propio, abstrayéndose impasible. La quietud invadió todas las cosas. Avanzando en la tenue oscuridad del local los guardias arribaron al mostrador, y al entrar en el pasaje extrajeron sus armas. En la mesa hallaron un almuerzo para cuatro, a medio terminar.

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8 Esperanzas El sol abrasaba el sendero poco desbrozado que conducía a la laguna, y las cigarras atronaban en los árboles que se erguían en sus márgenes. Ileana buscó amparo bajo el más cercano. El Comandante surgió sin demora y un segundo después lo hicieron Daniel y Zortan. — Aquí estoy. ¿Cómo lograron dar conmigo? — Todo movimiento de tiempo variable provoca “marcas energéticas” en los puntos de partida y llegada del continuo espacial. Para nosotros es fácil ir detrás. También lo es para las esferas espías. En un rato se instalarán allá arriba… Ambos adolescentes no miraron al cielo. La chica retomó el habla. — Elegí un camino suficientemente aislado. Termina en la orilla opuesta a la ruta luego de dar un largo rodeo por el interior del Parque. La mayoría de los residentes, y los turistas, eligen los accesos directos. Vamos al vetusto muelle de pescadores. A la cabeza del grupo avanzó resueltamente por la vía. En escasos minutos el bosque se abrió frente al irisado espejo de agua y, atravesando una estrecha franja de matorrales, se internó en una sucesión de viejas tablas, ancladas al ras de la superficie, para alcanzar un simple tinglado de madera, cubierto de pajas secas. Sin decir palabra los cuatro se dejaron caer en unas reposeras del mismo material, empapados por la transpiración. La quietud, la sombra y la suave brisa que envolvía el área les permitieron recuperar lentamente el resuello, en particular a aquellos faltos de práctica. — Daniel. Por favor, envíale un mensaje a tu tío para avisarle que abandonaron la ciudad. Dile que se encuentran bien y regresarán pronto. Que no se preocupen. Y apaga el aparato. — Bueno. Hemos verificado de un modo drástico nuestra capacidad de viajar en un momento a cualquier destino, con solo definirlo mentalmente. Y ello genera en mí una nueva duda. Daniel es terrestre. ¿Puede interaccionar con el guijarro? — Una por vez. Según mis visiones la huida debía llevarnos a La Tierra. Efectuamos tres saltos en el espacio desde Deivur, pero las naves enemigas nos seguían sin dificultades. De acuerdo a mis lecturas posteriores arribamos al iniciarse la conquista del Continente Americano. El nivel de progreso de la especie era por entonces demasiado elemental, y además, los bargomianos nos localizarían en breve plazo. — ¡Ahora lo entiendo! ¡Nos desplazamos al futuro! La conclusión sorprendió a su amigo. Lo afirma con categórica certeza. ¿Supone acaso que es tan viable como cruzar un puente? Resnik rió quedamente, y se apresuró a intervenir, recostándose en el asiento. — El Hechicero puso en práctica su magia singular. — No tardamos en hallar un asentamiento humano y copiamos sus características. Te envíe a un mañana alejado, igualmente transformada, navegando por un río caudaloso en el interior de tu canasta impermeable. De inmediato, los dos nos trasladamos a un sector agrícola, próximo a las altas montañas, unos cinco años antes de los 450 que escogí en tu caso. — Por la frase de su compañero deduzco que solamente usted posee esa facultad. — Así es, hijo. Mis habilidades especiales se originan en un suceso fortuito. Mi padre no nació en el planeta del que venimos. Pertenecía a una civilización aún superior. Yo soy un híbrido. El amor puebla el Universo, y a veces hace de las suyas… Un opresivo silencio se apoderó del lugar. Daniel fijó la vista en Ileana, reflexionando sobre su propia realidad. Al cabo, alterado, planteó una súbita incertidumbre. — ¿Por qué adoptó justo ese intervalo? En los ojos del anciano afloró una chispa burlona. — Te lo diré de manera sencilla. Para que tropezara contigo. Los jóvenes se pararon bruscamente, con el asombro reflejado en sus rostros, en tanto Resnik se enderezaba, extrañado. — Nunca lo mencionaste. — No es mi costumbre. Tranquilos. Vuelvan a su sitio y déjenme aclararlo.

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El joven, apretando con fuerza la mano de Ileana, no lograba calmarse. ¿Este sujeto ha vagado por el Cosmos solo para encontrarme? Es absurdo. — Dejé mi hogar sabiendo, con absoluta exactitud, dónde y cuándo se producirían los eventos claves, ineludibles para asegurar el éxito de la misión. Daniel, quisiera hacerte una pregunta de índole personal. ¿Conociste bien a tu madre? Demoró en contestar. Alzó la cabeza, recorriendo con mirada melancólica la brillante amplitud, rizada por el viento. — Murió a los pocos meses de mi nacimiento. Recuerdo sus inmensos ojos verdes, sus mimos, su sonrisa imborrable… Papá jamás se repuso. Se enfrascó en su actividad, apartándose de la gente, sin tolerar interferencias. Aún hoy vive aislado. Beatriz se ocupó de mí. — Acéptame un pequeño cambio. Regresó al mundo de donde provenía. Un escalofrío resbaló por su espalda. Giró con rapidez hacia el viejo. — Estaba dos o tres escalones más arriba. No eres cabalmente un Homo Sapiens. Manejas el tiempo de modo inconciente, y sin emplear energía adicional. Un ejemplo. Noches atrás, en la plaza, al tirar de Ileana para impedir su muerte, tu movimiento aventajó al proyectil de un arma de fuego. ¿Tienes idea de su velocidad? Nadie habló. Zortan enfrentó a la muchacha. — Lo cual disipa tu segunda inquietud. El reloj se aproximaba a las 14:00, y el calor oprimía sus gargantas. Resnik cortó la tensión. — Deberíamos haber traído las botellas. La sed me mata. — Vayamos hasta las Ruinas Jesuíticas. El pozo todavía suministra agua potable. Son apenas unos veinte minutos por el bosque, a la sombra de los árboles. — De acuerdo. No vale la pena una transferencia por un trecho tan corto. Ileana caminaba presurosa, con total confianza, esquivando la escasa maleza que crecía entre los algarrobos apiñados en esa zona de la reserva. El Hechicero la escoltaba, muy cerca, y sus compañeros los seguían a cierta distancia. La revelación había perturbado a la chica. — ¿Cómo será nuestro hijo? — Un individuo excepcional. Aguardo con ansia el día de comenzar a enseñarle mis trucos. La niña que vendrá después, a la que me dedicaré mientras viva, marcará el principio de un nuevo ciclo evolutivo en el ámbito terrestre. Daniel, por su lado, trataba de obtener algunos detalles olvidados. — Zortán señaló que ustedes viajaron a las áreas de cultivo situadas al Oeste del país. ¿Cómo pudieron integrarse sin despertar sospechas? — Emergimos en un sembradío. Mi colega explicó, con un boceto simple, que procedíamos de las pequeñas islas perdidas en el Gran Océano. Sin dudarlo, el encargado nos ofreció trabajar en la cosecha por el hospedaje y la comida. Asumió la provisión de las vestimentas apropiadas y nos suministró el entrenamiento mínimo. Allí aprendimos el idioma. — Inmigrantes ilegales. Una condición delicada. — Buscando remediarla resolvimos viajar a Buenos Aires. En la Terminal compramos una Guía de la ciudad y, estudiándola, nos dirigimos a los amplios parques vecinos. En un banco retirado el Hechicero volvió a demostrar su formidable eficiencia. Se abstrajo un buen rato y descubrió, en una congregación de millones, a un par de hombres de edades equiparables, sin familiares, que morirían en menos de un mes. Simplificando, adoptamos sus identidades y con la venta de sus bienes adquirimos la casa de antigüedades. — No me parece ético. — Leímos mucho. Y concluimos que para ustedes lo hecho no es correcto. A pesar de ello, fue una solución incruenta que nos facilitaría cuidar de Anela en el futuro. El perjuicio causado era despreciable, al no existir herederos nominados. La voz de la joven los interrumpió. Se hallaban frente a un claro de tamaño medio, plagado de hierbas y salpicado de pajonales bajos. Un grueso manto de nubes oscuras, espoleadas por el viento del Norte, ocultaba el sol, presagiando una de las habituales tormentas de la región. — Al otro lado, aledaños al monte de lapachos, reposan arcaicos trozos de paredes de adobe, que una vez integraron la Misión. En el límite remoto asoma el brocal del aljibe. Lo cruzaremos en línea recta, pues todo se ve demasiado gris. En fila, detrás mío. No resultaría oportuno que pisen una víbora peligrosa.

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Atravesaron el llano sin detenerse a pensar. Daniel, sin embargo, notó leves agitaciones en los pastos, a su alrededor. Animales que se escurrían, asustados. En instantes se sentaban sobre unas piedras planas, dispuestas por los guardabosques en torno a la abertura. Su intervención se apreciaba por doquier. Un firme reborde de ladrillos, un trípode reluciente, equipado con un aparejo moderno, bien conservado, un recipiente impecable. Y una senda despejada que por el lateral opuesto seguramente conducía a la ruta. Ileana empujó la cuba a las profundidades y Daniel la extrajo sin esforzarse. Sucesivamente, el líquido, fresco y salobre, pasó a un vaso aportado por Resnik, y al beberlo, les produjo un grato placer, ayudándolos a relajarse al pie de la arboleda. La calma restituyó en la memoria del chico un asunto esencial. No hablamos en absoluto de las esferas. Y continúan intrigándome. Encaró al anciano. — Zortan, al conocernos mencionó a nuestras espías. No alcanzo a captar sus propósitos. — Cuando los bargomianos desistieron de la cacería, dejaron un gran número de esos robots, para localizarnos siglos después, y eliminarnos. Son de dos tipos diferentes. El primero tiene la capacidad de detectar las variaciones de energía de las piedras Kiems, y de realizar un sondeo cerebral a fin de dar con el Bulbo Cónico que nos caracteriza. — ¡El motivo de mi mareo en Olleros! — Allí tu transformación duró lo suficiente para encontrarte. También pueden comunicarse con sus creadores, lejos en el espacio, y son responsables de las acciones del segundo modelo, un dispositivo de ataque que obedece sus mandatos, destruyendo las moléculas de agua. — ¿Por qué entonces nos defendieron en la plaza? — Veamos la situación. Con el transcurso del tiempo los artefactos se deterioraron, y a la fecha solamente funcionan un ingenio de análisis y un par ofensivo. En tanto solicitaba instrucciones, la unidad inteligente decidió preservar a la princesa, o nunca lograría ubicarnos a los tres. Pero en Deivur los grupos rebeldes han incrementado sus operaciones, y recibió la orden de acabar con ella. Saben que no la abandonaríamos, y nos obligaron a aparecer. — ¡Caramba! ¿Y cuándo descenderán? — Precediendo a la lluvia. En los próximos minutos. Los jóvenes observaron el cielo, temerosos, y Resnik sacó de su mochila la varilla metálica que le servía de arma. Daniel interpeló al Hechicero. — ¿Qué debemos hacer? — Ustedes, como buenos enamorados, permanezcan juntos, apoyados contra el parapeto. Tu presencia es mi carta de triunfo. El colgante de Laprux se ha activado al colocártelo. Y la esfera maestra se verá forzada a verificar tu imagen mental, previamente a cualquier opción. El cuarto guijarro no figura en sus registros. Los jóvenes, con las manos aferradas, mudaron de posición. No terminaban de instalarse y ya Zortan retomaba la palabra, suavemente. — Los enemigos están aquí. Quietos y serenos. Ambos levantaron la vista. Apenas cuatro metros frente a Daniel, cercano al suelo, un pequeño cíclope negro centraba en su cabeza un único ojo cristalino. Un poco más atrás, a los costados, oscilaban los esbirros, desplazando ligeramente una aguja delgada, que se vislumbraba debajo de su propio mecanismo visual. Fuera del foco de atención, el viejo asió su pendiente con sumo cuidado, musitó una frase a su compañero, y se concentró. — Solo los agresivos. Todo adquirió un ritmo vertiginoso. La máquina principal perdió estabilidad y cayó a tierra. Las otras se volvieron hacia ella, para volatilizarse de inmediato. Resnik apuntó a la restante, alerta, aguardando las directivas de Zortan. Este, al resurgir del trance, sonreía confiado. — No le dispares. He alterado sus archivos por completo. El minúsculo autómata empezaba a elevarse, despacio. Y repentinamente cobró un prodigioso impulso, desvaneciéndose tras las nubes. — Informará que los objetivos han sido suprimidos y que regresan a la base de origen. Mas en el intento, un simple salto espacial aniquilará su módulo de control… Los adolescentes, mirándose con indescriptible regocijo, no se percataron siquiera de las gotas iniciales, y el viejo piloto hubo de traerlos a la realidad.

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— Mejor salgamos del parque, o nos empaparemos. — No hay manera de evitarlo. Por la cobertura será una llovizna sutil y persistente. Según dice mi padre adoptivo, a veces es conveniente caminar sin prisa, permitiendo que los hilos de agua arrastren las sombras, para finalmente sentirse limpios y sin angustias… — Una hermosa reflexión. — Gracias Zortan. Al ingresar en la carretera iremos hasta mi casa. Me gustaría que conozcan a aquellos que siempre velaron por mí. A propósito. ¿Cuáles son sus nombres terrestres? — Yo soy Julio P y Resnik figura como Enrique D. Vamos. Daniel llevaba su brazo sobre el hombro de la chica, apretándola contra su cuerpo. La historia de mi madre es en verdad extraordinaria. Ileana, por encima del murmullo ambiente, le hablaba con los ojos encendidos. — Tendremos también una niña. Maravillosa, igual que su hermano. Detrás, a escasa distancia, los visitantes dialogaban, sin apartarse del sendero. — Hemos subsistido 25 años en este planeta. En mi caso he llegado a los 97. ¿Y tú? — Calculo que cumpliré 63. Casi la mitad de mi expectativa de vida, en términos locales. — Dentro de otros 20 deberás reflotar el deslizador y transportar a Deivur al hijo de Anela, para que lidere a nuestro pueblo y expulse a los invasores. — Un plazo muy largo. La ansiedad me corroe. — Empero, para conseguirlo se requieren ciertos cambios. Aferró a su compañero y apresuró el andar, tal de alcanzar a los jóvenes. — Detengámonos un momento. Quiero hacerles una propuesta. Resnik y yo compraremos una propiedad en las afueras de Laguna Blanca, y nos dedicaremos al comercio de algún producto de la zona. Veríamos con agrado que nos acompañen, en un alojamiento independiente, donde crezcan los pequeños. Imagino que no volverán a Ciencias Exactas. — Ahora carece de sentido. Además Ileana pronto dejará de asistir a las clases. — De ese modo podré adiestrarte en el manejo personal del tiempo, sin una fuente de energía externa. No percibo aún cuáles son los límites. Y ocuparme también de la preparación especial que los niños necesitan. ¿Qué les parece? ¿Aceptan? El joven miró a su pareja. Asentía con la cabeza, sonriendo. — Todo lo que nos rodea corre por mis venas. Y mi familia está aquí. — Bien. Sigamos adelante. Un rato después las cuatro figuras se asomaban a una ruta desierta. Y, sin titubear, giraron a la izquierda, rumbo a la ciudad.

Page 38: Crespo, Jorge · 2015. 11. 14. · Faltaban minutos para las 13:00. Daniel decidió poner a prueba su plan. Con fingida serenidad se acercó al grupo, situándose delante de la joven,

Jorge Crespo nació allá por 1945 en el Suburbio Sur del Gran Buenos Aires. Su inclinación por los números lo llevó a la Ingeniería, y ese fue su campo laboral por largos años, aunque desde temprano la tecnología se mezcló con la música, el cine y los libros. No hace mucho se dio cuenta que había dedicado demasiado tiempo al área técnica y decidió abandonarla, sin considerar que de ese modo se quebraría el equilibrio logrado. Y de la noche a la mañana se encontró frente al espejo, como perdido. Al verlo así su hijo menor le dijo: “viejo, escribí un cuento y no rompas”. Jorge analizó el consejo y concluyó que no debía ser una tarea fácil para él, pero quizás podría escribir el argumento de alguna película sencilla… El quinto se complicó un poco. [email protected]