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S A L U D Mª Luisa Balaguer Guilabert Lic. en Psicología y Psicopedagogía C on el presente artículo, cuyo título nos remite a una de las obras dedicadas al conocimiento infantil escrita por prestigiosa pediatra y psi- coanalista francesa Françoise Dolto, pretendo plan- tear la experiencia de la separación desde el pun- to de vista de los más pequeños. Los niños: hijos, actores aparentemente secundarios de un divorcio, son aquellos más íntimamente implicados en la tra- ma de dicha vivencia. Las separaciones y divorcios son un tema de actualidad desde hace varias dé- cadas, sobre el que se ha escrito y teorizado desde múltiples ópticas. Pero a pesar de ello, en la práctica diaria persisten vacíos de comprensión que afectan especialmente a los niños. Es importante tener en cuenta que el divorcio no tiene por qué ser un suceso traumático, si se trata de una decisión asumida con responsabilidad y se tienen en cuenta ciertas consi- deraciones que faciliten el afrontamiento. CUANDO LOS PADRES SE SEPARAN Es importante tener en cuenta que el divorcio no tiene por qué ser un suceso traumático, si se trata de una decisión asumida con responsabilidad y se tienen en cuenta ciertas consideraciones que faciliten el afrontamiento Los pactos de silencio impiden el fluir de los afectos y la elaboración de los conflictos ¿Qué se rompe cuando se rompe la pareja con hijos? Quisiera tratar de empezar haciendo referencia a algunos as- pectos de la vida psíquica del niño en relación con los vínculos que se establecen con sus principales cuidadores. Estos son habitualmente sus padres de nacimiento, pero no necesaria- mente siempre sucede así. Acercarnos a estas cuestiones que tienen que ver con la dinámica relación que se establece entre padre-madre-hijo, o quienes cumplen dichas funciones, nos permitirá hacernos una idea de cómo afectan al niño los cam- bios en dicha relación. Retomando a Françoise Dolto, podemos decir que el ser huma- no viene a ser la encarnación de tres deseos: el de su padre, el de su madre y el propio. Por lo tanto, la existencia de un individuo está inscrita en una triangulación; el niño está en una tríada. Esta situación triangular es la que dará el espacio para el deseo propio, rivalizando con el deseo del otro. En el inicio de su vida el niño no es capaz de diferenciarse de la madre; se siente uno con ella. Poco a poco el niño va diferenciándose, reconociendo su unicidad. En esta relación de exclusiva afec- tividad madre-hijo va siendo precisa la presencia de un tercero que ejerza la función paterna. Poder percibir dicha presencia, como un más allá de él y de la madre a la cual se dirige ésta, permitirá al niño vitalizar su deseo fuera de la exclusividad. La ausencia de un tercero dificulta el proceso de individuación y la subjetividad. Cuando los padres se separan, el niño se encuentra con difi- cultades a distintos niveles. Algunas de ellas son fundamental- mente de orden inconsciente y sus efectos no se observan ha- bitualmente de manera inmediata. La separación de los padres afecta al niño en la continuidad de su cuerpo, de su afectividad y su vida social. Partiendo del nivel más básico, los cambios en los referentes físicos pueden afectar a nivel de su experiencia corporal, pues el niño construye su cuerpo en relación con el espacio conocido. De ahí la importancia de que el niño pueda permanecer en el espacio en el que sus padres han estado unidos. El dolor sin palabras o los pactos de silencio Comprender el divorcio es un trabajo afectivo que no pue- de hacerse en ausencia de palabras. Todo lo exento de palabras es animal. La palabra humaniza las vivencias y las emociones que de otra forma se convierten en una an- gustia inexplicable. Asimismo es importante que los niños se sientan explícitamente autorizados para hablar de ello. En el momento de la separación, el niño puede pensar, desde su natural egocentrismo, que es él el responsable de la separación, o bien que, si sus padres han dejado de amarse entre ellos, también han dejado de amarle a él. Es importante explicitar al niño sus errores de pensamiento; esforzarse en hacerle entender, por su bien, a fin de con- tenerle y situarle lo mejor posible, que la separación con- yugal no les exime de su responsabilidad como padres; que no lamentan haberle tenido y que el amor de los pa- dres hacia los hijos -a diferencia del amor de pareja sujeto al deseo y otras variables propias de la relación a veces compleja de “los mayores”- siempre perdurará. Hay que darles palabras a pesar de que no puedan comprender el contenido exacto de las mismas. Los niños no pueden conceptualizar ciertos aspectos de la vida de los adultos, pero sí pueden comprender el co- bijo y la seguridad al hablarles y sentir la responsabilidad de los padres en lo que se les dice. Estas palabras que se brindan al niño resonarán hasta poder ser aprehendidas, obligando a poner en marcha su razonamiento. Los pactos de silencio impiden el fluir de los afectos y la elaboración de los conflictos. El niño que no puede hablar utiliza el lenguaje del cuerpo. Por ello podemos observar múltiples manifestaciones en la clínica que deben poder ser leídas. El inconsciente, es- tructurado como un lenguaje, no puede más que hacerse leer. En los dolores de cabeza, los vómitos, las inhibicio- nes de la motricidad o de la capacidad de jugar… el ojo experto debe ser capaz de descifrar el dolor de aquello que no se pudo verbalizar para no quedar sumido en un sinsentido sin palabras. “No reharé mi vida porque todo mi amor es para ti…” (El hijo como cónyuge) Padres e hijos, en ciertas situaciones, corren el riesgo de quedar atrapados en dinámicas que imposibilitan el libre desarrollo de los integrantes, especialmente del niño. Para el adecuado desarrollo del infantil sujeto es preciso que no exista un exceso de intimidad, dependencia y absor- bimiento por parte de uno de los polos parentales. Debe existir ese “alguien” o “algo” que limite ese exceso. Cuan- do nos encontramos con padres o madres que, con el pre- texto de dedicarse a sus hijos, han limitado su vida exclu- sivamente al hogar, su vida como hombres y mujeres y la vitalidad de los hijos se encuentra afectada. Estos niños pueden sentirse obligados a compensar a su progenitor por renunciar a su vida, que ha consagrado a él. Su propia libertad queda mermada y unida a un sentimiento de culpa que puede observarse en el despliegue de manifestacio- nes neuróticas o inhibiciones para afrontar los retos de la vida adulta: ¿cómo prosperar si ello supone dejar a quien tanto ha hecho por mí...? Esta situación ideal de triangulación no tiene por qué ser representada exclusivamente por los padres biológicos del niño. En ocasiones, son miembros de la familia exten- sa o instituciones quienes ocupan ciertas funciones. La presencia de nuevos cónyuges supone la posibilidad de reconstruir con otros elementos dicha situación. No sin dificultad puede llevarse a cabo este nuevo ensamblaje. Influirá la autorización que los progenitores den a los re- cién llegados a formar parte de la vida del niño. No importa el agrado o desagrado consciente que puedan suscitarse cada uno, sino el hecho de que cada uno ocupe su fun- ción. Cómo dejarse ayudar No resulta sencillo poder hablar de las experiencias do- lorosas, conflictivas. Menos aún encontrar las palabras adecuadas para dirigirlas a un hijo. Una vez subsanado el común error de pensar que los niños son demasiado pe- queños para comprender, que no se pueden hacer cargo de la situación, el siguiente paso es prepararse para co- municar. En los momentos pasionales, cargados de afecti- vidad, se hace muy difícil poder dialogar. En ocasiones no es posible sin la ayuda de un tercero que escuche y que eventualmente puede mediar. Exponer ante otro, en un en- cuadre que puede ser o no terapéutico, ayuda a elaborar, reconocer y madurar aquello que duele. Es entonces cuando se puede anunciar la decisión a los hijos, desde la aceptación de la situación actual y la res- ponsabilidad para afrontar conjuntamente el cambio. No olvidemos que los niños son perfectamente capaces de asumir la realidad que vi- ven, pero hay que ponerla en palabras para que dicha realidad pueda ser consciente y huma- nizable. Asimis- mo, como adultos tampoco resulta sencillo hacer- se cargo de los propios deseos y decisiones, de la implicación y responsabilidad de cada uno en lo ocurrido y en el futuro. Un pro- ceso terapéutico es un camino ha- cia la verdad de cada uno; un ca- mino que va de la mano de la ética y la responsabili- dad.

Cuando los padresse separan

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Con el presente artículo, cuyo título nos remitea una de las obras dedicadas al conocimientoinfantil escrita por prestigiosa pediatra y psicoanalista francesa Françoise Dolto, pretendo plantear la experiencia de la separación desde el punto de vista de los más pequeños.

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Mª Luisa Balaguer Guilabert Lic. en Psicología y Psicopedagogía

Con el presente artículo, cuyo título nos remite a una de las obras dedicadas al conocimiento infantil escrita por prestigiosa pediatra y psi-

coanalista francesa Françoise dolto, pretendo plan-tear la experiencia de la separación desde el pun-to de vista de los más pequeños. los niños: hijos, actores aparentemente secundarios de un divorcio, son aquellos más íntimamente implicados en la tra-ma de dicha vivencia. las separaciones y divorcios son un tema de actualidad desde hace varias dé-cadas, sobre el que se ha escrito y teorizado desde múltiples ópticas. Pero a pesar de ello, en la práctica diaria persisten vacíos de comprensión que afectan especialmente a los niños. Es importante tener en cuenta que el divorcio no tiene por qué ser un suceso traumático, si se trata de una decisión asumida con responsabilidad y se tienen en cuenta ciertas consi-deraciones que faciliten el afrontamiento.

Cuando los padres se separan

es importante tener en cuenta que el divorcio no tiene por qué ser un suceso traumático, si se trata de una decisión asumida con responsabilidad y se tienen en cuenta ciertas consideraciones que faciliten el afrontamiento

Los pactos de silencio impiden el fluir de los afectos y la elaboración de los conflictos

¿Qué se rompe cuando se rompe la pareja con hijos? Quisiera tratar de empezar haciendo referencia a algunos as-pectos de la vida psíquica del niño en relación con los vínculos que se establecen con sus principales cuidadores. Estos son habitualmente sus padres de nacimiento, pero no necesaria-mente siempre sucede así. acercarnos a estas cuestiones que tienen que ver con la dinámica relación que se establece entre padre-madre-hijo, o quienes cumplen dichas funciones, nos permitirá hacernos una idea de cómo afectan al niño los cam-bios en dicha relación.

Retomando a Françoise dolto, podemos decir que el ser huma-no viene a ser la encarnación de tres deseos: el de su padre, el de su madre y el propio. Por lo tanto, la existencia de un individuo está inscrita en una triangulación; el niño está en una tríada. Esta situación triangular es la que dará el espacio para el deseo propio, rivalizando con el deseo del otro. En el inicio de su vida el niño no es capaz de diferenciarse de la madre; se siente uno con ella. Poco a poco el niño va diferenciándose, reconociendo su unicidad. En esta relación de exclusiva afec-tividad madre-hijo va siendo precisa la presencia de un tercero que ejerza la función paterna. Poder percibir dicha presencia, como un más allá de él y de la madre a la cual se dirige ésta, permitirá al niño vitalizar su deseo fuera de la exclusividad. la ausencia de un tercero dificulta el proceso de individuación y la subjetividad.

Cuando los padres se separan, el niño se encuentra con difi-cultades a distintos niveles. algunas de ellas son fundamental-mente de orden inconsciente y sus efectos no se observan ha-bitualmente de manera inmediata. la separación de los padres afecta al niño en la continuidad de su cuerpo, de su afectividad y su vida social. Partiendo del nivel más básico, los cambios en los referentes físicos pueden afectar a nivel de su experiencia corporal, pues el niño construye su cuerpo en relación con el espacio conocido. de ahí la importancia de que el niño pueda permanecer en el espacio en el que sus padres han estado unidos.

El dolor sin palabras o los pactos de silencioComprender el divorcio es un trabajo afectivo que no pue-de hacerse en ausencia de palabras. Todo lo exento de palabras es animal. la palabra humaniza las vivencias y las emociones que de otra forma se convierten en una an-gustia inexplicable. asimismo es importante que los niños se sientan explícitamente autorizados para hablar de ello.

En el momento de la separación, el niño puede pensar, desde su natural egocentrismo, que es él el responsable de la separación, o bien que, si sus padres han dejado de amarse entre ellos, también han dejado de amarle a él. Es importante explicitar al niño sus errores de pensamiento; esforzarse en hacerle entender, por su bien, a fin de con-tenerle y situarle lo mejor posible, que la separación con-yugal no les exime de su responsabilidad como padres; que no lamentan haberle tenido y que el amor de los pa-dres hacia los hijos -a diferencia del amor de pareja sujeto al deseo y otras variables propias de la relación a veces compleja de “los mayores”- siempre perdurará. Hay que darles palabras a pesar de que no puedan comprender el contenido exacto de las mismas.

los niños no pueden conceptualizar ciertos aspectos de la vida de los adultos, pero sí pueden comprender el co-bijo y la seguridad al hablarles y sentir la responsabilidad de los padres en lo que se les dice. Estas palabras que se brindan al niño resonarán hasta poder ser aprehendidas, obligando a poner en marcha su razonamiento. los pactos de silencio impiden el fluir de los afectos y la elaboración de los conflictos.

El niño que no puede hablar utiliza el lenguaje del cuerpo. Por ello podemos observar múltiples manifestaciones en la clínica que deben poder ser leídas. El inconsciente, es-tructurado como un lenguaje, no puede más que hacerse leer. En los dolores de cabeza, los vómitos, las inhibicio-nes de la motricidad o de la capacidad de jugar… el ojo experto debe ser capaz de descifrar el dolor de aquello que no se pudo verbalizar para no quedar sumido en un sinsentido sin palabras.

“No reharé mi vida porque todo mi amor es para ti…” (El hijo como cónyuge)Padres e hijos, en ciertas situaciones, corren el riesgo de quedar atrapados en dinámicas que imposibilitan el libre desarrollo de los integrantes, especialmente del niño. Para el adecuado desarrollo del infantil sujeto es preciso que no exista un exceso de intimidad, dependencia y absor-bimiento por parte de uno de los polos parentales. debe existir ese “alguien” o “algo” que limite ese exceso. Cuan-do nos encontramos con padres o madres que, con el pre-texto de dedicarse a sus hijos, han limitado su vida exclu-sivamente al hogar, su vida como hombres y mujeres y la vitalidad de los hijos se encuentra afectada. Estos niños pueden sentirse obligados a compensar a su progenitor por renunciar a su vida, que ha consagrado a él. su propia libertad queda mermada y unida a un sentimiento de culpa que puede observarse en el despliegue de manifestacio-nes neuróticas o inhibiciones para afrontar los retos de la vida adulta: ¿cómo prosperar si ello supone dejar a quien tanto ha hecho por mí...?

Esta situación ideal de triangulación no tiene por qué ser representada exclusivamente por los padres biológicos del niño. En ocasiones, son miembros de la familia exten-sa o instituciones quienes ocupan ciertas funciones. la presencia de nuevos cónyuges supone la posibilidad de reconstruir con otros elementos dicha situación. No sin dificultad puede llevarse a cabo este nuevo ensamblaje. Influirá la autorización que los progenitores den a los re-cién llegados a formar parte de la vida del niño. No importa el agrado o desagrado consciente que puedan suscitarse cada uno, sino el hecho de que cada uno ocupe su fun-ción.

Cómo dejarse ayudarNo resulta sencillo poder hablar de las experiencias do-lorosas, conflictivas. Menos aún encontrar las palabras adecuadas para dirigirlas a un hijo. una vez subsanado el común error de pensar que los niños son demasiado pe-queños para comprender, que no se pueden hacer cargo de la situación, el siguiente paso es prepararse para co-municar. En los momentos pasionales, cargados de afecti-

vidad, se hace muy difícil poder dialogar. En ocasiones no es posible sin la ayuda de un tercero que escuche y que eventualmente puede mediar. Exponer ante otro, en un en-cuadre que puede ser o no terapéutico, ayuda a elaborar, reconocer y madurar aquello que duele.

Es entonces cuando se puede anunciar la decisión a los hijos, desde la aceptación de la situación actual y la res-ponsabilidad para afrontar conjuntamente el cambio. No olvidemos que los niños son perfectamente capaces de asumir la realidad que vi-ven, pero hay que ponerla en palabras para que dicha realidad pueda ser consciente y huma-nizable. asimis-mo, como adultos tampoco resulta sencillo hacer-se cargo de los propios deseos y decisiones, de la implicación y responsabilidad de cada uno en lo ocurrido y en el futuro. un pro-ceso terapéutico es un camino ha-cia la verdad de cada uno; un ca-mino que va de la mano de la ética y la responsabili-dad.