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La muerte ilustre. Fotografía mortuoria de personajes públicos en el Río de la Plata Andrea Cuarterolo Artículo publicado en RODRÍGUEZ, David y Limbergh HERRERA (compiladores), Imagen de la muerte, Lima, Universidad Nacional Mayor de San Marcos, 2007, pp 83-105, ISBN 978-9972-46-361-7. Introducción La fotografía de difuntos fue una práctica común desde la aparición del daguerrotipo, a mediados del siglo XIX, hasta bien entrado nuestro siglo. Estas fotografías constituían el único medio posible para conservar la imagen del ser querido, en una época en que no todo el mundo había tenido la oportunidad de retratarse antes del último viaje. Pero este tipo de fotografías no estuvo reservada solamente al ámbito privado. La tradición de la retratística mortuoria en el mundo occidental nació de hecho en la esfera pública. A fines de la Edad Media, era común que en Europa se realizaran máscaras mortuorias de reyes, nobles y papas y con el tiempo se sumó a esta práctica la de la pintura post mortem. Es recién hacia fines del siglo XVI que la costumbre pasó también a la esfera privada, cuando la ascendente burguesía comenzó a encargar retratos de sus seres queridos. La fotografía mortuoria de personajes públicos fue, entonces, el último de los medios en sumarse a una tradición con varios siglos de antigüedad. El novedoso invento, que con su rapidez de ejecución y exactitud superaba la habilidad manual de cualquier artista, fue acogido con entusiasmo por la sociedad y la fotografía se impuso pronto por sobre todos los demás tipos de retratos funerarios. En el siglo XIX, los retratos post mortem de personajes ilustres eran por lo general realizados por los fotógrafos o los estudios más renombrados. En el extranjero los ejemplos incluyen las fotografías del escritor Víctor Hugo o del emperador del Brasil Don Pedro II tomadas por el célebre Nadar en París, el retrato de Marcel Proust realizado por Man Ray o el del presidente del Perú, Miguel de San Román, tomado por Maunory, entre muchos otros casos. En el Río de la Plata el fenómeno se repite. En 1866, la muerte del Coronel Palleja, durante la Guerra del Paraguay, es registrada por Javier López, operador de la renombrada Compañía Bate, que tenía sucursales en Uruguay y Argentina. De la misma manera, el retrato póstumo de Domingo Faustino Sarmiento fue tomado en Asunción por el fotógrafo español Manuel San Martín, que dirigía, por entonces, el mejor estudio fotográfico de la ciudad. La imagen mortuoria de Bartolomé Mitre, por su parte, fue realizada

Cuarterolo -Muerte Ilustre

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La muerte ilustre.

Fotografía mortuoria de personajes públicos en el Río de la Plata

Andrea Cuarterolo

Artículo publicado en RODRÍGUEZ, David y Limbergh HERRERA (compiladores), Imagen de la muerte, Lima, Universidad Nacional Mayor de San Marcos, 2007, pp 83-105, ISBN 978-9972-46-361-7.

Introducción

La fotografía de difuntos fue una práctica común desde la aparición del daguerrotipo, a

mediados del siglo XIX, hasta bien entrado nuestro siglo. Estas fotografías constituían el único

medio posible para conservar la imagen del ser querido, en una época en que no todo el mundo

había tenido la oportunidad de retratarse antes del último viaje. Pero este tipo de fotografías no

estuvo reservada solamente al ámbito privado. La tradición de la retratística mortuoria en el mundo

occidental nació de hecho en la esfera pública. A fines de la Edad Media, era común que en Europa

se realizaran máscaras mortuorias de reyes, nobles y papas y con el tiempo se sumó a esta práctica la

de la pintura post mortem. Es recién hacia fines del siglo XVI que la costumbre pasó también a la

esfera privada, cuando la ascendente burguesía comenzó a encargar retratos de sus seres queridos. La

fotografía mortuoria de personajes públicos fue, entonces, el último de los medios en sumarse a una

tradición con varios siglos de antigüedad. El novedoso invento, que con su rapidez de ejecución y

exactitud superaba la habilidad manual de cualquier artista, fue acogido con entusiasmo por la

sociedad y la fotografía se impuso pronto por sobre todos los demás tipos de retratos funerarios.

En el siglo XIX, los retratos post mortem de personajes ilustres eran por lo general

realizados por los fotógrafos o los estudios más renombrados. En el extranjero los ejemplos incluyen

las fotografías del escritor Víctor Hugo o del emperador del Brasil Don Pedro II tomadas por el

célebre Nadar en París, el retrato de Marcel Proust realizado por Man Ray o el del presidente del

Perú, Miguel de San Román, tomado por Maunory, entre muchos otros casos. En el Río de la Plata

el fenómeno se repite. En 1866, la muerte del Coronel Palleja, durante la Guerra del Paraguay, es

registrada por Javier López, operador de la renombrada Compañía Bate, que tenía sucursales en

Uruguay y Argentina. De la misma manera, el retrato póstumo de Domingo Faustino Sarmiento fue

tomado en Asunción por el fotógrafo español Manuel San Martín, que dirigía, por entonces, el mejor

estudio fotográfico de la ciudad. La imagen mortuoria de Bartolomé Mitre, por su parte, fue realizada

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por el reportero de origen peruano Salomón Vargas Machuca1, que en 1898 había fundado la sección

fotográfica de la prestigiosa revista Caras y Caretas, y los ejemplos continúan.

Sin embargo, mientras la fotografía de difuntos en el ámbito privado desapareció como

práctica hacia la tercera década del siglo XX, la fotografía post mortem de personajes públicos se

multiplicó y hoy es moneda corriente en los medios masivos de comunicación. Una explicación

tentadora para este fenómeno sería, entonces, que las imágenes póstumas de personajes públicos, al

ser encargadas a fotógrafos prestigiosos o a firmas de renombre eran estéticamente más cuidadas y

de mayor valor artístico que las de individuos desconocidos y por lo tanto pudieron sobrevivir como

género al ser más potables para la sensibilidad del público contemporáneo. Sin embargo, los retratos

mortuorios de personajes ilustres son de hecho, en la mayoría de los casos, más crudos y directos

que los de personas anónimas.

Diferencias estéticas en la fotografía mortuoria pública y privada

La mayoría de los retratos póstumos privados se caracterizan por los variados artilugios de

los que se servían los fotógrafos para embellecer la imagen y despojarla de la crudeza de la muerte.

Aunque esto dependía en gran parte de la habilidad y destreza del profesional, hasta los retratistas

más mediocres intentaban algún tipo de arreglo para mejorar la estética del retrato. Los fotógrafos

solían prometer a los deudos que sus seres queridos aparecerían en la imagen “con la semblanza de

vida”, promesa que se cumplía con desiguales resultados. En algunos casos se trataba de realzar la

ilusión maquillando al difunto, o coloreando luego la copia a mano. El fotógrafo Thomas Helsby,

por ejemplo, ofrecía “copiar a la conveniencia del pincel guardando así perfectamente las facciones

de la vida”. En los retratos póstumos de personajes públicos, en cambio, es raro el uso de maquillaje

o el iluminado posterior de la copia pues no se intenta disimular en modo alguno la expresión

cadavérica del sujeto.

Los retratos mortuorios privados podían encuadrarse en tres posibles categorías según la

manera en que se retrataba al sujeto: la primera consistía en fotografiar al difunto como si estuviera

vivo, la segunda, en fotografiarlo como si estuviera dormido y la tercera, en hacerlo desde su

condición de muerto, es decir sin tratar de ocultar o disimular que había fallecido. Sin embargo, no

existen en nuestro país ejemplos de imágenes póstumas de personajes públicos en que el sujeto pose

1 La mencionada fotografía mortuoria de Bartolomé Mitre aparece publicada con la firma de Salomón Vargas Machuca en la revista Plus Ultra, N°63, Julio de 1922.

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como si estuviera vivo o dormido. Salvo raras excepciones, el sujeto es capturado ya sea en su lecho

de muerte o en el féretro, sin ocultar en modo alguno el hecho de la muerte.

Era también una práctica común fotografiar a los difuntos con sus objetos personales. Los

militares, los sacerdotes o las monjas eran, por ejemplo, usualmente retratados con sus uniformes o

vestimentas características. Los niños, por su parte, eran en ocasiones fotografiados con sus juguetes

o colocados en su cuna o carriola. Además, con frecuencia, se incluía en estas imágenes a los

progenitores o hermanos, como una manera de dotar al "angelito" de identidad. La edad del pariente

que acompañaba al difunto era el hito temporal que permitía ubicarlo en la historia familiar. Los

deudos que posaban junto al muerto lo hacían casi siempre de manera solemne, sin ninguna

demostración de dolor en su actitud o rostro. En las fotos de personajes públicos, en cambio, los

fotógrafos de prensa buscaron, tan pronto la técnica lo permitió, obtener instantáneas de los

funerales que capturaran el desconsuelo, el llanto o la desesperación de los familiares del difunto.

Estas muestras de aflicción se convirtieron en parte de la noticia que se buscaba registrar.

Pero quizás el recurso más utilizado en nuestro país para embellecer los retratos mortuorios

privados fue la inclusión de arreglos florales. Aun antes de que las empresas funerarias asumieran la

responsabilidad de preparar y exhibir al muerto, la presencia de flores era una parte esencial del

contenido narrativo de estos retratos. Ellas constituyen una inconfundible marca de la muerte y la

utilización de estos elementos simbólicos es hoy un invaluable dato para identificar una fotografía

mortuoria. En las fotografías post mortem de personajes ilustres, en cambio, las flores solo aparecen

cuando el reportero toma fotos del sepelio o del entierro, donde la presencia de coronas es inevitable

y aún en estos casos se realiza casi siempre una cierta cantidad de primeros planos desnudos del

rostro del difunto.

En definitiva, había en los retratos póstumos de consumo privado una cuidadosa puesta en

escena cuyo objetivo era proporcionar una imagen bella del ser querido que se pudiera atesorar como

recuerdo. No debemos olvidar que en aquella época, la fotografía post mortem era frecuentemente la

única imagen que se tenía del difunto, sobre todo si se trataba de un niño. Estas funcionaban

entonces como objetos transicionales2, es decir, objetos mediadores que permitían poseer

simbólicamente el cuerpo del otro, del ser amado que había partido.

En el caso de los personajes públicos, en cambio, era muy difícil que la fotografía post

mortem fuera la única imagen que los retratara. Lo más frecuente era que contaran no con una sino

con varias fotos tomadas en vida. En estos casos, además, la iniciativa del retrato raramente provenía

2 Término utilizado por A. La Pierre, y B. Aucoutunier en Cuerpo e inconsciente en educación y terapia, Barcelona, sf.

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de la familia. A mediados del siglo XIX ésta surgía, la mayoría de las veces, de los propios fotógrafos

y hacia fines de ese siglo fueron los medios gráficos quienes comenzaron a encargarlas.

Los primeros ejemplos en el Río de La Plata

La impresión de fotografías en los diarios o revistas no fue posible en nuestro país hasta

1890, año en que se introduce la técnica del fotograbado de medio tono. Antes de esa fecha, las

fotografías eran utilizadas asiduamente como base para grabados, litografías y dibujos. Sin embargo,

en los tiempos fundacionales de la prensa ilustrada, los periódicos carecían de recursos para financiar

una cobertura fotográfica sostenida y constante de las diferentes noticias, y por lo tanto la fotografía

documental no tenía una utilidad inmediata. Los fotógrafos encaraban estos trabajos a su propio

riesgo, esperando conseguir alguna rentabilidad a través de la venta en serie de esas imágenes al

público. Ningún grabado podía reproducir un hecho noticioso con la fidelidad y exactitud de una

fotografía, por lo que la comercialización de imágenes documentales en serie encontró también un

lugar en el incipiente mercado periodístico local. Precisamente con este propósito es que la compañía

Bate tomó la mencionada foto del Coronel Palleja, héroe de la Guerra de la Triple Alianza. Con el

estallido de la Guerra del Paraguay, el fotógrafo de origen irlandés Thomas Bate, instalado en la

Argentina desde 1858, inmediatamente vislumbró la conveniencia de enviar fotógrafos de su estudio

a la zona del conflicto para vender luego esas imágenes en serie. Bate, quien había vivido durante

algún tiempo en los Estados Unidos, fue testigo del espectacular negocio que la Guerra Civil

significó para los profesionales de ese país. En 1866, a un año de comenzado el conflicto, el

fotógrafo escribe a las autoridades uruguayas informando de su decisión de seguir a las tropas y

solicitando una garantía de propiedad de las imágenes que allí se tomarían, petición pionera para la

época. En esta carta augura que "la circulación de estas vistas en la capital o en los periódicos

ilustrados de Europa concurrirá a poner de relieve ante el mundo civilizado los admirables sucesos

del más grande ejército que hasta hoy ha existido en la América de habla española" y promete que

sus "cuadros fotográficos expedidos a precio módico llevarán también a las numerosas familias de

aquellos valientes un talismán querido de sus trabajos y sus glorias y al comercio del mundo un vivo

bosquejo de la majestuosa naturaleza de los pueblos y ciudades de aquel país" (DEL PINO MENK

1997: 66)

En agosto de 1866 los corresponsales de la compañía Bate envían la primera serie de

imágenes del conflicto y entre ellas se encuentra una que documenta el traslado del cuerpo del

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Coronel Palleja, muerto durante la batalla de El Boquerón (FOTO 1). Esta fotografía de Palleja, quien

paradójicamente se quejara durante el primer año de la guerra porque ninguno de los múltiples

retratistas en Buenos Aires o Montevideo se había animado a seguir a los ejércitos aliados (DE

PALLEJA 1860: 286-287), se convertirá en la primera imagen mortuoria con repercusión periodística

en la historia de la fotografía rioplatense. La llegada de estas vistas de la guerra tomadas por Bate fue

ampliamente publicitada en los diarios locales y aunque los periódicos no podían incluir imágenes

más que en forma de grabado, se publicaron repetidas descripciones de la fotografía3. Es muy

probable también que ella se haya exhibido en el estudio de Bate en Montevideo, junto con las del

resto de la serie, para curiosidad de los paseantes. Una nota aparecida en el periódico El Siglo de

Montevideo en noviembre de 1866 apoya esta idea. El cronista declara: “Es mucho más bello ser

espectador a la distancia de aquel drama (...) que desempeñar en él un rol cualquiera al alcance de los

proyectiles. Si nuestros lectores están conformes con esa preferencia, si los dejan con ganas los

anuncios (...) refúgiense en la verdad del arte contemplando las vistas que nos ofrece la popular

fotografía de Bate y Ca.”4

Se desconoce cuál fue la ganancia que dejó al estudio la venta de estas imágenes, pero un

aviso publicitario aparecido en El Siglo, poco después de la puesta a la venta de la primera serie,

aventura que 50.000 de las vistas van a venderse y que "todavía se necesitan más para mandar a Río

de Janeiro en los vapores brasileños."5 Aunque la cifra es sin duda exagerada, el hecho de que los

corresponsales de la compañía Bate realizaran un segundo viaje al teatro de operaciones, tan solo

unos meses después de la puesta en venta de la primera serie de vistas, nos permite suponer que la

cobertura emprendida por la casa fotográfica resultó ser un excelente negocio.

3 Por ejemplo el diario El Siglo declaró en una de sus crónicas: "Rodeado de sus soldados que le lloran, tendido en la camilla, véase allí el cuerpo lívido, envuelto en la bandera oriental (...) El autor de la nueva táctica militar, el biógrafo de la guerra que trajo la caída de Rosas y la de los aliados contra el Paraguay, está allí en el último grado de su vida física. De su vida intelectual quedan por fortuna bastantes recuerdos dignos de servir de guías a los presentes y venideros...". En su edición del 1 de agosto de 1866 el periódico agregaba: "La conducción del cadáver del bravo Coronel Palleja, muerto al pisar una fortificación tomada a la bayoneta por las tropas orientales y un batallón mendocino. Esta triste escena fue reproducida por orden del general Flores. El negro viejo Correa contemplando traspasado de dolor, el cadáver de su jefe el Coronel Palleja. Para que se comprenda la significación de este cuadro, daremos algunas explicaciones: Correa era el hombre de confianza de aquel valiente, la fidelidad personificada, el amigo probado en las penurias de la campaña y dispuesto siempre a dar la vida por su jefe. Ese hombre de humilde condición y de leales sentimientos, fue presa de una desesperación indescriptible causada por la muerte del Coronel a quién llamaba su padre, y no quiso separarse ni un momento del cadáver, custodiándole enternecido desde el campo de batalla, hasta esta capital..." (DEL PINO MENCK 1997: 39 y 51). 4 Gacetilla de El Siglo, N° 660, 20 de noviembre de 1866. 5 El Siglo, N° 575, 5 de agosto de 1866.

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Con posterioridad al conflicto, el artista Ignacio Garmendia, que no sólo había sido cronista

sino también capitán del ejército aliado durante la guerra, se basó en la foto de Bate para realizar una

acuarela que fue utilizada para ilustrar varios de los libros que se publicaron sobre el tema. En 1893,

el pintor catalán Francisco Fortuny trasladó, también, esta foto al grabado y éste sirvió para ilustrar

múltiples publicaciones sobre el conflicto6, entre ellas el monumental Álbum de la Guerra del Paraguay,

obra compuesta por más de 40 fascículos editados por la Editorial Peuser, que hoy es considerada

una de las mayores fuentes iconográficas sobre la guerra.

El 19 de febrero de 1868, muere asesinado otro líder militar de la Guerra de la Triple

Alianza, el General Venancio Flores, quien fuera además presidente del Uruguay entre 1854-1855 y

1865-1868. Victima de una emboscada, el caudillo es repetidamente apuñalado mientras viajaba en su

carruaje. Pocos días después de su muerte, Flores es fotografiado al aire libre vistiendo su uniforme

de gala en un ataúd colocado de forma vertical que lo mantiene parado. En una de sus manos le han

sujetado una espada y en la otra su sombrero militar. El cajón aparece rodeado por soldados del

Batallón Constitucional que le rinden al cuerpo los honores de ordenanza con las “armas a la

funerala”. El médico alemán Carl Brendel relata en sus memorias que debido al intenso calor el

cuerpo se había descompuesto; entonces “separó la cabeza del tronco y la colocó en alcohol, de

noche hizo desaparecer el cuerpo y lo enterró, suplantándolo con un muñeco de paja, nadie se dio

cuenta y Flores fue enterrado con gran pompa”7

La única copia que conocemos de esta foto es una carte de visite que se conserva en el Museo

Histórico Nacional del Uruguay. Se desconoce al autor de dicha imagen pero el hecho de que una

fotografía solemne como esta haya sido copiada en un formato tan pequeño y a la vez tan comercial,

como era la carte de visite, podría sugerir que algún estudio montevideano intentó comercializar el

retrato póstumo del General Flores entre la conmovida sociedad de la época.

Cuenta la historia que los asesinos de Flores dejaron el cuerpo tendido en la acera, donde un

sacerdote que por allí pasaba se arrodilló piadosamente y oró por el alma del muerto. El célebre

pintor rioplatense, Juan Manuel Blanes inmortalizó esta anécdota en un cuadro titulado La muerte del

General Venancio Flores, realizado ese mismo año. Es sabido que este artista solía utilizar diversos

documentos visuales, sobre todo fotografías, para asegurar el realismo y la veracidad de sus pinturas

6 El grabado aparece por ejemplo en las varias ediciones de La Guerra del Paraguay de Jorge Thompson publicadas en 1910, y en el Álbum de la Guerra del Paraguay editado por Peuser entre 1893 y 1894. 7 Citado por DEL PINO MENK, Alberto, “Fotografías de guerra” en Batallas que hicieron historia, Montevideo, Diario El país, 2005, p.12

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históricas. No sería extraño, entonces, que Blanes hubiera tenido acceso al retrato póstumo del

general y lo hubiera utilizado en la creación de esta obra.

El 11 de abril de 1870 muere asesinado otro prócer: el General Justo José de Urquiza,

presidente de la Argentina entre 1854 y 1860. Víctima de un atentado político en su propia estancia,

Urquiza es herido de bala en la boca y acuchillado cinco veces en el pecho, delante de sus hijas. El

caso tuvo una amplia repercusión en los medios locales y pronto la noticia se extendió por las

principales capitales del país. La Justicia intervino prontamente y creyó conveniente realizar un

reconocimiento médico del cuerpo (FOTO 2). Se convocó entonces a dos jóvenes fotógrafos,

Augusto Manuel y Guillermo Aráoz Ormaechea, por entonces a cargo del distinguido estudio

fotográfico de Bernardo Victorica, para que registraran la imagen del cadáver. La fotografía tomada

por los hermanos es básicamente un temprano retrato forense. El General Urquiza aparece con su

torso desnudo y en él pueden verse las cinco puñaladas que le provocaron la muerte. A pesar de no

ser una imagen de prensa, la foto tuvo una curiosa circulación periodística, aun antes de que la

publicación de imágenes fotográficas en los diarios fuera posible. Los hermanos Ormaechea vieron

inmediatamente las atractivas posibilidades comerciales que tenía su placa y comenzaron a realizar

múltiples copias tanto de esta imagen como de un retrato del asesino, Ricardo López Jordan. El

joven Augusto relata en su diario personal:

"habíamos hecho 500 tarjetas de cada uno hasta el día 22... cuando nos vimos obligados a

marcharnos. (...) Tomando un bote pasamos el arroyo Negro en el Estado Oriental, tomando al

día siguiente, el vapor a Buenos Aires. Guillermo tenía dos bultos en el arroyo Negro, que

contenían parte de la 'Fotografía'8, los levanté y seguimos viaje a B. Aires donde llegamos sin

novedad, el 23 de mayo de 1870."9

La mayoría de las copias que se conservan del cuerpo de Urquiza no están firmadas, por lo

que podemos suponer que la imagen tomada por los hermanos Ormaechea fue reproducida y

comercializada también por otros estudios fotográficos, ansiosos de sumarse al negocio. En abril de

1899, diez y nueve años después de la muerte de Urquiza, el retrato seguía teniendo un fuerte interés

8 Se refiere a los contenidos del estudio fotográfico en donde trabajaban. 9 Diario de Viaje de 1853 a 1893, manuscrito de Augusto Manuel Aráoz Ormaechea citado por PAÉZ DE LA TORRE, Carlos, "La foto de Urquiza asesinado" en La Gaceta de Tucumán, 31 de enero de 1988, pag. 4.

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periodístico como lo muestra el hecho de que fue publicado en ese año por la revista Caras y

Caretas10.

Pero quizás, el ejemplo más interesante de una imagen mortuoria pública en la Argentina

durante el siglo XIX, sea la de Domingo Faustino Sarmiento político, educador y presidente de la

Argentina entre 1868 y 1874. La fotografía, que analizaremos más adelante, fue tomada por el

renombrado retratista Manuel San Martín el 11 de septiembre de 1888 (FOTO 3). Aunque el prócer

había muerto en Asunción del Paraguay, lejos de su patria, las dos imágenes póstumas que le tomara

San Martín, fueron traídas con rapidez a Buenos Aires, donde los periódicos seguían con avidez,

desde hacía días, las noticias de la enfermedad de Sarmiento a través del telégrafo. El periódico

quincenal El Sudamericano11 trasladó al grabado uno de los dos retratos y lo publicó en su tapa el 5 de

octubre de ese año, tan solo catorce días después de celebradas las exequias, algo que en esa época

podía considerarse una extraordinaria hazaña periodística. La existencia de múltiples copias de estas

imágenes en tamaño Portrait Cabinet, algunas con la publicidad del estudio de Manuel San Martín en

el dorso, permiten suponer también una venta en serie de los retratos. Al igual que en el caso de la de

Urquiza, la imagen siguió circulando por muchos años en la prensa gráfica. La revista Caras y Caretas,

por ejemplo, vuelve a publicarla el 9 de septiembre de 189912 con motivo de conmemorarse el

undécimo aniversario del fallecimiento del prócer.

La muerte ilustre en la prensa

La primera conclusión que podemos extraer del estudio de estos tempranos casos es que los

retratos mortuorios de personajes ilustres se encuentran entre las imágenes periodísticas pioneras de

la historia de la fotografía. Su objetivo no es el recordatorio de un ser querido sino el registro de un

hecho histórico. El receptor modelo implícito en estas fotografías es igualmente diferente. Mientras

la fotografía postmortem en el ámbito privado había sido creada para el consumo de un íntimo

circulo de deudos y amigos, la fotografía postmortem de personajes públicos estaba dirigida a un

público masivo, que se iría acrecentando a medida que la prensa gráfica fuera evolucionando

técnicamente.

Aunque no hemos encontrado incidentes similares en el Río de la Plata en una fecha tan

temprana, es sumamente ilustrativo del carácter periodístico de estas imágenes el hecho de que el

10 Caras y Caretas, N°27, 8 de abril de 1899. 11 El Sudamericano, año I, N° 6, 5 de octubre de 1888. 12 Caras y Caretas, N°49, 9 de septiembre de 1899.

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primer juicio por derecho a la intimidad en la historia de la fotografía se debió a la publicación de

una imagen mortuoria. El caso tuvo lugar en Francia en 1858, cuando el invento no tenía ni siquiera

veinte años de vida13. En ese año murió en Cannet Rachel Félix, una de las actrices más importante

del teatro clásico francés de la época. Su hermana encargó, entonces, a los fotógrafos Crette y

Ghemar un retrato de la artista en su lecho de muerte. Se supone que los mismos hicieron dos

tomas, una para su cliente y otra para ellos. Esta última fue usada como modelo para que una

dibujante realizara un retrato de la actriz que fue publicado en el semanario L' Illustration y

reproducido por otros dos fotógrafos para su venta en serie. La hermana y el padre de Rachel

demandaron a la pintora ante el Tribunal Civil del Sena, que falló en su favor por entender que, a

pesar de tratarse de una figura pública, el hombre célebre tiene derecho a morir oculto, y si la familia

después del último suspiro quiere reproducir sus rasgos para ella sola, no se puede, en nombre de la

celebridad que sobrevive a la muerte, violar ese derecho (BOLLOCH 2002: 139).

El proceder de estos profesionales pone en evidencia que, ya en la etapa del daguerrotipo, las

imágenes de personajes ilustres comienzan a considerarse públicas. En estas fotografías la muerte

misma es la noticia y por lo tanto no debe ser atenuada o disimulada sino, por el contrario, mostrada

en toda su crudeza. Ya no es necesario ningún tipo de embellecimiento, pues el fin del retrato

mortuorio de un personaje público es, como en cualquier foto de prensa, el registro pretendidamente

objetivo de un hecho de actualidad para el consumo masivo.

En ciertas ocasiones la cobertura de prensa comenzaba con la agonía o enfermedad del

personaje en cuestión y se extendía hasta sus funerales. Este es el caso de Bartolomé Mitre, militar,

periodista y presidente de la Argentina entre 1862 y 1868. Su muerte en 1906 fue un extraordinario

acontecimiento periodístico que fue registrado no sólo fotográficamente, sino con el por entonces

novedoso invento del cinematógrafo. Siendo él mismo un hombre de prensa y dado el carácter de las

imágenes que se conservan tanto de la agonía como de sus funerales, es de suponer que los

fotógrafos gozaron de una inusitada libertad para registrar los más íntimos pormenores de su muerte.

Aunque sólo una de las fotografías que se le toma en el cajón está firmada por Salomón Vargas

Machuca, que por entonces se desempeñaba como colaborador del diario La Nación y como director

13 Existe otro temprano caso de un juicio por derecho a la intimidad provocado por una foto mortuoria de un personaje público. Se trata de una fotografía de 1898, aún hoy muy poco vista, que dos fotógrafos alemanes toman sin autorización al Canciller Bismarck en su lecho de muerte. En este caso el fallo fue muchísimo más duro que en el caso de Rachel Félix y los fotógrafos no sólo perdieron su licencia sino que fueron condenados a varios meses de prisión. (KOETZLE, Hans- Michael 2002: 108-115)

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de la sección fotográfica de Caras y Caretas14, es muy probable que él o algún corresponsal de dicha

revista sean autores también de las demás imágenes. La más sorprendente de estas fotografías es la

que se le realiza a Mitre en su lecho de agonía (FOTO 4). Se trata de una imagen, muy retocada con

tempera blanca, según la costumbre de los periódicos de la época, de un carácter absolutamente

íntimo. En ella vemos al prócer recostado en su recámara y visiblemente afectado por la cercanía de

la muerte. Según Luis Príamo, el cuerpo estropeado y dislocado por la agonía no inhibió el propósito

de documentar la situación sino que, por el contrario, significó una constancia adicional de la

veracidad de la escena (PRIAMO 1995: 143). Para este autor la sustracción absoluta de la privacidad

que impone esta imagen, es coherente con el carácter simbólico que tenía Mitre. Ya no se trataba de

la foto de un cuerpo mortal sino que era una foto de la Historia. "En ese marco, el instante de morir

significaba, literalmente, el paso a la inmortalidad" (PRIAMO 1995: 144).

En 1935, el avión en el que viajaba el famoso cantante y compositor de tangos Carlos Gardel,

choca contra otra aeronave y cae cerca del aeropuerto de Medellin, Colombia. Mueren quince

personas, entre ellas Gardel y sus guitarristas. El colombiano Jorge Obando registra

fotográficamente la tragedia. Además de una imagen del avión estrellado, el fotógrafo toma una vista

panorámica de varios de los cuerpos tapados con sábanas y una de un cadáver carbonizado e

irreconocible que identifica como el de Gardel. A pesar de la existencia de la imagen de los cadáveres

cubiertos, la fotografía del cuerpo carbonizado es adquirida también por los medios gráficos

argentinos15. Nuevamente la muerte como noticia se impone sobre el recordatorio y la imagen de los

despojos, sobre la dignidad del retrato.

Aún en el caso en que la cobertura fotográfica de una muerte pública estuviera a cargo del

aparato de prensa del estado, como sucedió en los funerales de Eva Perón, la presentación cruda de

la realidad sigue siendo la característica predominante. Se la llega incluso a registrar durante el

proceso de embalsamamiento y junto a su embalsamador, el Dr. Pedro Ara. Las imágenes de su

cadáver son, en todos los casos, desnudos primeros planos sin ningún elemento simbólico más que

la bandera nacional que cubre su cuerpo. La crudeza de estos retratos es aún más evidente cuando se

la compara con las imponentes fotografías del funeral, con sus desmedidas demostraciones de dolor,

14 Bartolomé Mitre había fundado en 1870 el diario argentino La Nación y en 1898, junto a su amigo Eustaquio Pellicier, había reflotado en Buenos Aires, la revista Caras y Caretas, originalmente aparecida en Montevideo. Esto explicaría el fácil acceso de Vargas Machuca y otros colaboradores de estos dos medios al lecho de muerte del prócer y al velatorio de sus restos. 15 La existencia de esta fotografía en el Archivo General de la Nación de Buenos Aires nos hace suponer que la imagen fue adquirida al menos por la revista Caras y Caretas, cuyo antiguo archivo fue donado a esta institución.

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ostentosas carrozas y desfiles militares, comparable por su fastuosidad a las exequias de la realeza

europea. Si el propósito del aparato estatal era presentar a la posteridad un cuerpo bello,

perfectamente conservado que acompañara el nacimiento de su mito, las fotografías de su cadáver

no ayudaron a este objetivo y se limitaron a registrar el cuerpo sin ningún atisbo de estetización.

La llegada de los paparazzi

Al igual que cualquier fotografía periodística, los retratos mortuorios de personajes públicos

estuvieron desde siempre condicionados por un factor económico. Ya desde el siglo XIX, aún antes

de la existencia de la prensa gráfica, fue la búsqueda de un rédito monetario la que impulsó la

realización de este tipo de imágenes. A partir de fines del siglo XIX, con el rápido desarrollo las

revistas ilustradas, este condicionamiento se volvió aún mayor. La tirada de una publicación era

fundamental a la hora de vender publicidad y la necesidad de presentar a los lectores imágenes

atractivas se volvió indispensable. Hacia mediados del siglo XX, este fenómeno llega a su

culminación con la aparición de la prensa sensacionalista y nace con ella una nueva raza de

fotógrafos: los paparazzi. Pero si en el siglo XIX el éxito económico estaba garantizado por el solo

hecho de acercar al espectador, a través de la imagen, a un hecho del que de otra manera nunca

hubiera sido testigo, en el siglo XX, la competencia de otros medios de comunicación como el cine y

la televisión exigen a la fotografía un esfuerzo mayor. Según el paparazzi argentino, Alfredo

Garófano, la razón de la existencia de estos profesionales es “mostrar a los que no son famosos lo

que los famosos no quieren mostrar [por ejemplo] la foto de Elvis en el ataúd, la foto de John

Lennon en la morgue, la foto de cualquier cadáver inmortal" (FRESAN 1997: 5). En 1977, por

ejemplo, muere el célebre pintor argentino Benito Quinquela Martín y reporteros del Diario Clarín

toman dos fotografías que registran crudamente la realización de una máscara mortuoria en yeso al

cadáver. Aunque estas imágenes no fueron finalmente publicadas, ellas dan cuenta de esta creciente

tendencia al morbo16.

En 1983, la esposa de Ricardo Balbín demandó a la revista Gente por publicar, sin su

autorización, una foto del líder radical en la sala de terapia intensiva de un sanatorio. Más de un siglo

después del escándalo por el daguerrotipo póstumo de la actriz francesa Rachel Félix, una fotografía

mortuoria volvía a cuestionar los límites de la invasión a la intimidad El caso llegó hasta la Corte

Suprema, que condenó a los demandados a pagar a la viuda una indemnización por daños y

16 Estas fotografías se conservan en el Archivo del Diario Clarín.

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perjuicios. Sin embargo, la polémica que suscitó la publicación de estas imágenes, no impidió que

poco después se fotografiara su cadáver durante los funerales.

La teatralización de la muerte.

La ausencia de cualquier tipo de embellecimiento en las fotografías póstumas de personajes

públicos no significa, sin embargo, la ausencia de puesta en escena. La pretendida objetividad de la

imagen de prensa es una utopía. Toda fotografía es siempre una ilustración de un punto de vista y,

aunque como vimos, algunas imágenes son simbólicamente menos interesantes que otras, siempre

existe por parte del fotógrafo una manipulación de la realidad que captura.

En 1863 el fotógrafo norteamericano, Alexander Gardner toma la famosa imagen de un

soldado de la Guerra Civil muerto en una trinchera. La disposición real del cuerpo no le convence y

mueve al soldado y a sus armas de manera que la composición resulte más atractiva y su mensaje más

poderoso. El antropólogo, Jay Ruby afirma que la fotografía se convierte, de esta manera, en una

suerte de vehículo para la verdad moral y la manipulación en un acto para muchos justificable (RUBY

1995: 13). Metafóricamente hablando, los fotógrafos documentales y de prensa han estado

recomponiendo la escena desde los tiempos de Gardner y, según este autor, la ironía es que las

fotografías son a veces juzgadas verosímiles según su adhesión a estas convenciones falsificadoras

(RUBY 1995: 16). Si en las imágenes mortuorias privadas el objetivo de la puesta en escena era el

embellecimiento del recuerdo, en los retratos póstumos de personas públicas, este objetivo pasa a ser

paradójicamente la reorganización de la realidad para dar más verdad a la imagen y un mayor énfasis

al mensaje que con ella quiere transmitirse. Para Roland Barthes "la foto es como un teatro

primitivo, como un Cuadro Viviente, la figuración del aspecto inmóvil y pintarrajeado bajo el cual

vemos a los muertos" (BARTHES 1997: 72) Para significar, una fotografía debe, entonces, adoptar una

máscara, debe volverse espectáculo. Tomemos como ejemplo de esta manipulación dos casos

locales.

Como mencionamos anteriormente, cuando el 11 de septiembre de 1888 muere, en

Asunción del Paraguay, Domingo Faustino Sarmiento, sus familiares resuelven encargar al fotógrafo

Manuel San Martín, la realización de un retrato póstumo del prócer (FOTO 3). Según el diario La

Nación del 16 de septiembre de ese año, Sarmiento había muerto en su cama hacia las 2 de la

madrugada17. Sin embargo, a la hora de tomar la foto, el cuerpo es trasladado a su sillón de lectura.

17 La Nación, 16 de septiembre de 1888.

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No se sabe con certeza de quien fue la decisión, pero ésta fue, sin duda, una elección consciente y

premeditada que pretendía construir, para la posteridad, la imagen de un hombre dedicado hasta el

último minuto de su vida a trabajar por su patria18. San Martín realiza dos tomas levemente

diferentes del prócer en las que sorprende el absoluto desinterés por disimular la crudeza de la

escena. Por ejemplo, la bacinilla, un objeto de uso íntimo, poco apropiado para una imagen tan

solemne, no ha sido ocultada sino ubicada casi en primer plano. ¿Cuál puede ser la función de este

elemento más que la intención de otorgar verosimilitud a una imagen claramente construida? Al igual

que Gardner en su trinchera, San Martín no duda en reorganizar la realidad de su imagen para que

esta responda a la verdad cultural, tras esa muerte. Según Luis Príamo es "una forma de metaforizar

la pasión de su entrega cívica en su forma de morir" (PRÍAMO 1995: 147). A pesar de que la

fotografía es encargada por la propia familia del prócer, es claro que la imagen no está pensada como

un recordatorio privado. ¿Por qué querría una hija recordar a su padre trabajando? El espectador

modelo implícito en este retrato no es el deudo. Es una imagen para la historia.

A veces la reorganización de la realidad en una fotografía no consiste más que en la elección

de otro ángulo de cámara. Cuando el 10 de octubre de 1967, el reportero gráfico boliviano Freddy

Alborta aterrizo junto a otros 20 periodistas en Valle Grande, Bolivia para fotografiar el cuerpo del

mítico guerrillero argentino Ernesto Che Guevara, no sospechó que ese día una de sus imágenes se

convertiría en uno de los iconos de la fotografía de prensa moderna. Otros de sus colegas,

dispararon sus cámaras y obtuvieron convencionales imágenes de un cadáver exhibido como trofeo,

pero Alborta, con un simple cambio en el encuadre, contribuyó a la creación de uno de los mitos

más poderosos del siglo XX. El fotógrafo recuerda el momento de esta manera:

18 Algunos historiadores afirman que San Martín tomó primero una foto del prócer en su cama, pero lo cierto es que esta imagen nunca se ha encontrado. Siempre se creyó en la existencia de esta fotografía porque algunos relatos sobre los últimos días de Sarmiento dicen que Martín García Merou, ministro plenipotenciario en el Paraguay, que había asistido a Sarmiento en sus horas finales, trajo a Buenos Aires dos imágenes mortuorias del prócer. Se llegó a pensar entonces que una de las imágenes era la de Sarmiento en el sillón y la otra la de Sarmiento en su lecho. Pero lo cierto es que no existe una sino dos fotografías del prócer, tomadas en su silla de lectura y es posible que éstas sean las dos fotos a las que se refieren las crónicas. Ambas imágenes son bastante parecidas, pero existen algunas diferencias. La primera fue tomada a las diez menos cuarto de la mañana, según marca el reloj sobre la mesa de trabajo, mientras que la segunda parece haber sido sacada unos cinco minutos después. El ángulo de cámara es igual en ambas fotografías, pero algunos muebles han sido corridos de lugar. Quizás la diferencia más curiosa es que mientras en una de las imágenes Sarmiento aparece con una pantalla en su mano derecha, en la otra, la misma ha sido totalmente escondida bajo la manta que cubre sus piernas. (Véase CUARTEROLO, Andrea “Fotografiar la muerte. La imagen en el ritual póstumo”, en Revista Todo es Historia, N° 424, noviembre de 2002, p.27)

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"Había mucha gente y el lugar era muy pequeño. No sabíamos cuánto tiempo nos iban a permitir

estar allí. Para hacer mis fotos me moví sigilosamente (...) Traté de buscar otros ángulos o

encuadres. Me conmovió la mirada de Guevara. Tenía la impresión de estar fotografiando a un

Cristo y en ese contorno me moví. No era simplemente un cadáver, era algo extraordinario"19

Alborta captura así la imagen del Che desde un ángulo lateral (FOTO 5), tomando el cuerpo

en escorzo y abriendo una inevitable comparación con una de las representaciones en escorzo más

audaces de la historia de la pintura, la imagen del Cristo muerto de Andrea Mantegna20. Al igual que

en el lienzo de Mantegna la imagen del Cristo persigue al espectador no importa cual sea el ángulo

desde el que se la mire, en la foto de Alborta, la mirada del Che nos sigue e interpela. Según Susan

Sontag "algunas fotografías nos remiten desde un principio a otras imágenes que las fotografiadas"

(SONTAG 1981: 116). El contenido de una foto de prensa se interpreta siempre a través de unidades

culturales externas a la imagen y que pertenecen a las competencias del lector, a su saber acumulado.

Con una simple reorganización del encuadre, Alborta logró transmitir exactamente lo

opuesto a lo que pretendían los asesinos del Che. Estos buscaban en la fotografía una prueba para

demostrar que el guerrillero había sido abatido, pero la imagen no resultó la instantánea de su

muerte, sino por el contrario la de su resurrección. Lejos de representar la derrota del Che, la

fotografía instala en el imaginario colectivo la expresión triunfante y doliente de un hombre en los

umbrales de la inmortalidad.

Procesos receptivos en la fotografía mortuoria pública y privada.

Al comienzo de este trabajo nos preguntábamos por qué mientras el retrato mortuorio en el

ámbito privado había desaparecido por completo en nuestro país hacia las primeras décadas del siglo

XX, la fotografía póstuma de personajes públicos se había convertido en una práctica cada vez más

habitual con el desarrollo de los medios de comunicación. Vimos que ubicando a estas imágenes

dentro del género periodístico e indagando en los usos para los cuales fueron inicialmente

concebidas, nos aproximábamos un poco a la respuesta. Pero para entender verdaderamente esta

paradoja, no podemos dejar de remitirnos a los procesos receptivos de ambos tipos de imagen. En

su brillante ensayo La cámara lúcida, Roland Barthes propone dos posibles términos para definir

19 Citado por MICHELETTO, Karina, "La inolvidable mirada del Che" en Pagina 12, 27 de junio de 2003, p.8. 20 El escritor inglés John Berger fue el primero en analizar la relación de esta fotografía con algunas de las más grandes obras de la pintura como el mencionado Cristo yacente de Mantegna o La lección de anatomía de Rembrandt. (BERGER 1968: 38)

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aquello que hace que una fotografía afecte al espectador de un modo específico. Estos dos efectos, a

los que llama punctum y studium, nos permitirán arrojar algo de luz sobre nuestro interrogante. Barthes

define al studium como el interés vago, el gusto general o el deseo indolente que despiertan ciertas

imágenes en el espectador. El studium está siempre codificado, es una especie de educación que me

permite reconocer las intenciones detrás de una foto, entrar en armonía con ellas, aprobarlas o

desaprobarlas pero siempre comprenderlas. Este reconocimiento puede ser más o menos placentero

pero nunca se transforma ni en goce ni en dolor. La mayoría de las fotografías de prensa provocan

ese efecto. Me intereso por ellas, de la misma manera que me intereso por lo que pasa en el mundo,

pero sólo desde una perspectiva cultural. Estas fotos pueden shockearme pero nunca me hieren. El

punctum, en cambio es aquello que en una fotografía me punza, me lastima. Es a menudo tan solo un

detalle que posee una fuerza expansiva, con frecuencia metonímica, que me hace agregar algo a la

foto. En este caso no soy yo quien lo busco sino él quien sale de la escena como una flecha y me

marca. No es un elemento codificado ya que aquello que puedo nombrar no puede realmente

punzarme. El punctum abre un campo ciego, un fuera de escena y hace que aquello que veo

fotografiado en la imagen adquiera vida más allá del encuadre. Teniendo en cuenta estas dos

categorías, podemos decir que en las fotos mortuorias privadas predomina el punctum. Aunque no

conozcamos a ninguno de esos personajes anónimos cuyo rostro sin vida nos interroga desde la

superficie de una foto amarillenta, estas imágenes nos hieren porque proyectan hacia afuera

emociones que nos conectan con nuestra propias experiencias de muerte, que contrariamente a lo

que sucedía en el siglo XIX, hoy deben ser olvidadas lo más pronto posible, superadas con la

prontitud de un trámite penoso. Estas fotos nos hacen preguntarnos por qué alguien querría

recordar un momento como el de la muerte de un ser querido y de esta manera nos enfrentan con

nuestra propia actitud hacia la muerte. Como afirma John Berger las fotografías privadas están en

continuidad con su contexto, mientras que las fotografías públicas han sido separadas del mismo

(BERGER 1998: 71-72). La fotografía mortuoria de un personaje ilustre suele registrar un cuerpo que

no tiene nada que ver con nosotros. La foto nos informa, nos interesa pero no nos hiere. En suma, si

las fotografías mortuorias privadas marcan a la vez una pseudo presencia y una ausencia, las públicas

son sólo pseudo presencia porque los sujetos en ella representados nunca fueron nuestros, siempre

fueron inalcanzables.

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Apéndice de ilustraciones

FOTO 1 ANDRÉS LÓPEZ (ESTUDIO FOTOGRÁFICO BATE & CA.)

La muerte del Coronel Palleja Asunción del Paraguay, 1866

Biblioteca Nacional del Uruguay

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FOTO 2 AGUSTÍN MANUEL Y GUILLERMO

ARÁOZ ORMAECHEA Cadáver de Justo José de Urquiza. Entre Ríos, abril de 1870 Colección Abel Alexander

FOTO 3 MANUEL SAN MARTÍN

Retrato mortuorio de Domingo Faustino Sarmiento Asunción del Paraguay, 11 de septiembre de 1888

Archivo General de la Nación.

Page 19: Cuarterolo -Muerte Ilustre

FOTO 4 AUTOR NO IDENTIFICADO Bartolomé Mitre en agonía. Buenos Aires, 1906

Museo Mitre

FOTO 5 FREDDY ALBORTA

El Che Guevara muerto junto a sus captores y "El Cristo muerto" de Andrea Mantegna, obra con la que guarda fuertes similitudes estéticas.

Bolivia, 1967 Archivo de la United Press Internacional (UPI).