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Cuento de un cuentista, orador y crítico de los desmanes ajenos a su criterio.
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Cuento de un cuentista, orador y crítico de
los desmanes ajenos a su criterio.
Los cuentos siempre han sido dictados por la imaginación
humana. Qué duda cabe. Diagnosticar esto es tan fácil
como asegurar que la materia se destruye. ¿La materia se
destruye, o se transforma? Una vez más me apoyo en la
retórica puesto que, si la duda me frecuenta; qué mínimo
que me pregunte a mí mismo. Para eso estoy seamos
lógicos, ¿Cómo me voy a equivocar si yo dicto el sí y el
no? Ya da igual que pueda haber otras opiniones, soy
conocedor de todas.
No hace mucho, observé a un niño que pateaba su balón
calle abajo; no podía dejar de observar a este en su
empecinamiento por jugar dando patadas a un trozo de
cuero inflado. Justo enfrente una mujer que salía de su
casa a barrer la acera a las once de la mañana. ¡A las
once de la mañana! ¡¡ ¿Pero en qué calle vivimos?!! Los
problemas se me agolpaban y por si fuera poco, un avión
pasaba por encima nuestro ensordeciendo el ambiente
que me auguraba la locura inmediata. Rápidamente me
abalancé sobre el niño privándole del objeto que le
entretenía, acto seguido y con mucho esfuerzo; un hábil
giro de cintura me encauzó frente a la poco madrugadora
mujer, arrebatándole el cepillo con el que pretendía a
saber el qué. Si el cepillo era un problema, conmigo eso
se iba a acabar; sin medir mis fuerzas lo lancé hacia la
azotea de Carlota “la sombría”; enemiga natural y vecina
de la tardía barrendera.
-¡¡Será posible!!-, replicó esta creyéndose con derecho a
ello.
-Señora que le estoy haciendo un favor, ¿no ve que el
niño desaliñado este le iba a ensuciar de nuevo su acera?-
contesté con el mayor respeto posible.
-yo solo jugaba al fútbol y no hacía más nada- . Un mareo
pedía permiso de inicio en el principio de mi ira. “Un niño
defendiéndose ante mi razonamiento”. Comprendí que
era el justo momento de actuar en consecuencia; bajo mi
axila izquierda y sujeta con el interior de mi antebrazo,
aún permanecía la esfera promotora del desastre
venidero.
Mientras el cepillo volaba en dirección a la azotea, me
percaté de la presencia de la “sombría” tras una de las
ventanas superiores de la casa. Solo el rechinar de sus
dientes tuvo más amplificación que el estruendo de los
últimos segundos acústicos provocados por el avión. Era
cuestión de tiempo que la anciana apareciera en nuestro
escenario. Cuatro pasos a destiempo pude escuchar
debido a su cojera en dicha azotea, y seguidamente un
portazo que estremeció los cristales de las ventanas y
coches de los vecinos de alrededor; esto provocó el abrir
de una ventana dos casas más arriba y el asomar de un
anciano.
-¡¡coño con los aviones!! Pues no ves que me van a
derribar los cristales de todas las ventanas-, expuso como
queja el antiguo hombrecillo de frente poco poblada.
-usted lo que tiene que hacer es meterse en su gruta si no
quiere que yo le derribe los hocicos-, aconsejé
amablemente a este que así lo hizo. Qué poca vergüenza
la de toda aquella vecindad; que como oteadores del
prejuicio iban asomándose por tocas.
-muy bien-, dije yo aplaudiendo ante tanta expectación.
Más de tres minutos estuve haciendo sonar mis palmas
sin que nadie me interrumpiera, hasta que una de mis
palmadas sonó al unísono con un tremendo bofetón que
recibí por detrás a cargo de la “sombría” esta apareció
como el miedo propinándome lo que ya he mencionado,
y por mención, también mencionar que el disparejo
portazo que ejerció en lo más alto de su vivienda iba en
concordancia a la llamarada que dispuso en mi fina cara
de alabastro.
¿Qué más podía pedir la situación? La gente es como
Mariquita. Me encanta esta historia, es muy breve pero
intensa. Aunque más que historia, al parecer es un dicho.
En realidad me da lo mismo, si yo digo que es historia,
pues que lo sea y ya está.
Decía así:
-Mariquita ¿por qué se mete usted en los charcos?- , le
preguntó la gente. Y esta muy digna contestó –por
meterme en todo-
Gracia me haría parecerme a este personaje la verdad.
Bueno, vamos a lo que vamos que esta gente estaba
esperando por mis historietas y este hecho no se va a
contar solo.
Acababa de recibir el bofetón más hermoso de la historia
de la humanidad, fue una pena la verdad que por aquél
entonces no existiera internet. Prometo que de haber
sido así y alguien lo hubiera grabado estaría colgado por
mí mismo en el “JUANTUBE” o alguna red social. El caso
es que mientras recuperaba la conciencia, pude ver al
anciano acusador de aviones que reía como un poseso
señalándome. Recordemos que yo siempre tendré razón,
no se debe olvidar esto. La pelota aún estaba en su
anterior lugar puesto que a expensas de haberme
revolcado por el suelo y recibido un puntapié en el pecho
que pude ver reflejándome en la cristalera de un
escaparate, nada pudo arrebatármela en esos instantes.
No comprendía el trato que estaba recibiendo de aquella
gente. Opinaban unos y otros sin dejarme hablar. Una vez
más era el momento de actuar en consecuencia; solté
sutilmente la pelota mientras echaba mi pierna derecha
hacia atrás, y a una considerable velocidad estrellé mi
empeine contra la pelota dirigiéndola hacia la cara de la
anciana coja y violenta; pero más que atinar a quien
deseaba, el objeto arrojado fue a parar a rostro de un
hombre de mediana edad que pasaba en ese momento.
Lógicamente me disculpé ante el fatal error.
-¿no tenías otro sitio por donde pasar?- dije a este. Es
gracioso porque, mientras se acercaba a mí frotándose un
ojo, el niño que solo ha aparecido en esta historia lo que
a mí me ha interesado; se abalanzara hacia él diciendo.
-padre este hombre me ha pegado en el pescuezo y
quiere pincharme el balón-. Imagino se puede
comprender la malicia de las personas.
Creo que no merece la pena seguir contando esto puesto
que me estoy arrepintiendo. Por otra parte una historia
sin final….
Lo resumo y ya está, no es cuestión de acabar así pienso
yo.
Pues vino el padre; le pegué y aprendió la doctrina. Vino
el anciano; bueno, fui yo porque resultó que el señorito
estaba en silla de ruedas y tuve que ir a su casa, subir las
escaleras, pegarle y que aprendiera la doctrina. Bajé en
busca de la “sombría” me pegó y no aprendía la doctrina
ni la madre que me parió; puesto que yo siempre tengo la
razón. Me acerqué a la barrendera; ya que el cepillo
retornó a la calle en manos de la anciana, con otro giro de
cintura y la posterior lumbalgia que me provocó, se hizo
posible que el famélico objeto regresara a mis manos una
vez más. A esta solo le partí el cabo en las costillas aún
sabiendo que se merecía más. Que puedo decir del niño…
como propio vaticinio suyo; estrellé mi mano en su
pequeño pescuezo, posterior mente tuve que ir hasta la
tienda más cercana a comprar un cuchillo para pincharle
el balón por el “capricho del niño”.
Y más o menos así fue la cosa. No he mencionado antes
que siempre en mis salidas porto una máscara, aunque
esto debe de ser poco interesante. Soy así, justiciero,
prioritario en razón, y como la historia siempre la
escriben los que “ganan”, eso hago en este momento. De
todas formas no preguntéis por ningún lar, os mienten
seguro.
-¿Mariquita por qué se mete usted en los charcos?-
-por meterme en todo-.