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Cuento de un cuentista, orador y crítico de los desmanes ajenos a su criterio. Los cuentos siempre han sido dictados por la imaginación humana. Qué duda cabe. Diagnosticar esto es tan fácil como asegurar que la materia se destruye. ¿La materia se destruye, o se transforma? Una vez más me apoyo en la retórica puesto que, si la duda me frecuenta; qué mínimo que me pregunte a mí mismo. Para eso estoy seamos lógicos, ¿Cómo me voy a equivocar si yo dicto el sí y el no? Ya da igual que pueda haber otras opiniones, soy conocedor de todas. No hace mucho, observé a un niño que pateaba su balón calle abajo; no podía dejar de observar a este en su empecinamiento por jugar dando patadas a un trozo de cuero inflado. Justo enfrente una mujer que salía de su casa a barrer la acera a las once de la mañana. ¡A las once de la mañana! ¡¡ ¿Pero en qué calle vivimos?!! Los problemas se me agolpaban y por si fuera poco, un avión pasaba por encima nuestro ensordeciendo el ambiente que me auguraba la locura inmediata. Rápidamente me abalancé sobre el niño privándole del objeto que le entretenía, acto seguido y con mucho esfuerzo; un hábil giro de cintura me encauzó frente a la poco madrugadora

Cuento de un cuentista, orador y crítico de los desmanes ajenos a su criterio

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Cuento de un cuentista, orador y crítico de los desmanes ajenos a su criterio.

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Cuento de un cuentista, orador y crítico de

los desmanes ajenos a su criterio.

Los cuentos siempre han sido dictados por la imaginación

humana. Qué duda cabe. Diagnosticar esto es tan fácil

como asegurar que la materia se destruye. ¿La materia se

destruye, o se transforma? Una vez más me apoyo en la

retórica puesto que, si la duda me frecuenta; qué mínimo

que me pregunte a mí mismo. Para eso estoy seamos

lógicos, ¿Cómo me voy a equivocar si yo dicto el sí y el

no? Ya da igual que pueda haber otras opiniones, soy

conocedor de todas.

No hace mucho, observé a un niño que pateaba su balón

calle abajo; no podía dejar de observar a este en su

empecinamiento por jugar dando patadas a un trozo de

cuero inflado. Justo enfrente una mujer que salía de su

casa a barrer la acera a las once de la mañana. ¡A las

once de la mañana! ¡¡ ¿Pero en qué calle vivimos?!! Los

problemas se me agolpaban y por si fuera poco, un avión

pasaba por encima nuestro ensordeciendo el ambiente

que me auguraba la locura inmediata. Rápidamente me

abalancé sobre el niño privándole del objeto que le

entretenía, acto seguido y con mucho esfuerzo; un hábil

giro de cintura me encauzó frente a la poco madrugadora

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mujer, arrebatándole el cepillo con el que pretendía a

saber el qué. Si el cepillo era un problema, conmigo eso

se iba a acabar; sin medir mis fuerzas lo lancé hacia la

azotea de Carlota “la sombría”; enemiga natural y vecina

de la tardía barrendera.

-¡¡Será posible!!-, replicó esta creyéndose con derecho a

ello.

-Señora que le estoy haciendo un favor, ¿no ve que el

niño desaliñado este le iba a ensuciar de nuevo su acera?-

contesté con el mayor respeto posible.

-yo solo jugaba al fútbol y no hacía más nada- . Un mareo

pedía permiso de inicio en el principio de mi ira. “Un niño

defendiéndose ante mi razonamiento”. Comprendí que

era el justo momento de actuar en consecuencia; bajo mi

axila izquierda y sujeta con el interior de mi antebrazo,

aún permanecía la esfera promotora del desastre

venidero.

Mientras el cepillo volaba en dirección a la azotea, me

percaté de la presencia de la “sombría” tras una de las

ventanas superiores de la casa. Solo el rechinar de sus

dientes tuvo más amplificación que el estruendo de los

últimos segundos acústicos provocados por el avión. Era

cuestión de tiempo que la anciana apareciera en nuestro

escenario. Cuatro pasos a destiempo pude escuchar

debido a su cojera en dicha azotea, y seguidamente un

portazo que estremeció los cristales de las ventanas y

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coches de los vecinos de alrededor; esto provocó el abrir

de una ventana dos casas más arriba y el asomar de un

anciano.

-¡¡coño con los aviones!! Pues no ves que me van a

derribar los cristales de todas las ventanas-, expuso como

queja el antiguo hombrecillo de frente poco poblada.

-usted lo que tiene que hacer es meterse en su gruta si no

quiere que yo le derribe los hocicos-, aconsejé

amablemente a este que así lo hizo. Qué poca vergüenza

la de toda aquella vecindad; que como oteadores del

prejuicio iban asomándose por tocas.

-muy bien-, dije yo aplaudiendo ante tanta expectación.

Más de tres minutos estuve haciendo sonar mis palmas

sin que nadie me interrumpiera, hasta que una de mis

palmadas sonó al unísono con un tremendo bofetón que

recibí por detrás a cargo de la “sombría” esta apareció

como el miedo propinándome lo que ya he mencionado,

y por mención, también mencionar que el disparejo

portazo que ejerció en lo más alto de su vivienda iba en

concordancia a la llamarada que dispuso en mi fina cara

de alabastro.

¿Qué más podía pedir la situación? La gente es como

Mariquita. Me encanta esta historia, es muy breve pero

intensa. Aunque más que historia, al parecer es un dicho.

En realidad me da lo mismo, si yo digo que es historia,

pues que lo sea y ya está.

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Decía así:

-Mariquita ¿por qué se mete usted en los charcos?- , le

preguntó la gente. Y esta muy digna contestó –por

meterme en todo-

Gracia me haría parecerme a este personaje la verdad.

Bueno, vamos a lo que vamos que esta gente estaba

esperando por mis historietas y este hecho no se va a

contar solo.

Acababa de recibir el bofetón más hermoso de la historia

de la humanidad, fue una pena la verdad que por aquél

entonces no existiera internet. Prometo que de haber

sido así y alguien lo hubiera grabado estaría colgado por

mí mismo en el “JUANTUBE” o alguna red social. El caso

es que mientras recuperaba la conciencia, pude ver al

anciano acusador de aviones que reía como un poseso

señalándome. Recordemos que yo siempre tendré razón,

no se debe olvidar esto. La pelota aún estaba en su

anterior lugar puesto que a expensas de haberme

revolcado por el suelo y recibido un puntapié en el pecho

que pude ver reflejándome en la cristalera de un

escaparate, nada pudo arrebatármela en esos instantes.

No comprendía el trato que estaba recibiendo de aquella

gente. Opinaban unos y otros sin dejarme hablar. Una vez

más era el momento de actuar en consecuencia; solté

sutilmente la pelota mientras echaba mi pierna derecha

hacia atrás, y a una considerable velocidad estrellé mi

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empeine contra la pelota dirigiéndola hacia la cara de la

anciana coja y violenta; pero más que atinar a quien

deseaba, el objeto arrojado fue a parar a rostro de un

hombre de mediana edad que pasaba en ese momento.

Lógicamente me disculpé ante el fatal error.

-¿no tenías otro sitio por donde pasar?- dije a este. Es

gracioso porque, mientras se acercaba a mí frotándose un

ojo, el niño que solo ha aparecido en esta historia lo que

a mí me ha interesado; se abalanzara hacia él diciendo.

-padre este hombre me ha pegado en el pescuezo y

quiere pincharme el balón-. Imagino se puede

comprender la malicia de las personas.

Creo que no merece la pena seguir contando esto puesto

que me estoy arrepintiendo. Por otra parte una historia

sin final….

Lo resumo y ya está, no es cuestión de acabar así pienso

yo.

Pues vino el padre; le pegué y aprendió la doctrina. Vino

el anciano; bueno, fui yo porque resultó que el señorito

estaba en silla de ruedas y tuve que ir a su casa, subir las

escaleras, pegarle y que aprendiera la doctrina. Bajé en

busca de la “sombría” me pegó y no aprendía la doctrina

ni la madre que me parió; puesto que yo siempre tengo la

razón. Me acerqué a la barrendera; ya que el cepillo

retornó a la calle en manos de la anciana, con otro giro de

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cintura y la posterior lumbalgia que me provocó, se hizo

posible que el famélico objeto regresara a mis manos una

vez más. A esta solo le partí el cabo en las costillas aún

sabiendo que se merecía más. Que puedo decir del niño…

como propio vaticinio suyo; estrellé mi mano en su

pequeño pescuezo, posterior mente tuve que ir hasta la

tienda más cercana a comprar un cuchillo para pincharle

el balón por el “capricho del niño”.

Y más o menos así fue la cosa. No he mencionado antes

que siempre en mis salidas porto una máscara, aunque

esto debe de ser poco interesante. Soy así, justiciero,

prioritario en razón, y como la historia siempre la

escriben los que “ganan”, eso hago en este momento. De

todas formas no preguntéis por ningún lar, os mienten

seguro.

-¿Mariquita por qué se mete usted en los charcos?-

-por meterme en todo-.