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    Cuentos de mdicos

    Hctor Marck

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    Cuentos de mdicos

    @ Hctor Marck, 2014

    Editor: Mario Rivera Guzmn

    Diseadora: Amalia Rivera Castillejos

    Ilustraciones: Alba Farr

    Impreso en Mxico, Distrito Federal, 2014

    Editorial Itaca

    Piraa 16, Colonia del MarC.P. 13270, Mxico, D.F.

    tel. 5840 5452

    [email protected]

    www.editorialitaca.com.mx

    ISBN: 978-607-7957-82-9

    Bienvenida cualquier reproduccin parcial o total de este libro, siem-

    pre que se pongan nuestros crditos.

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    A manera de introduccin

    Un da, a principios del mes de noviembre de 1976, decidescribir algunas notas sobre los acontecimientos que ocurranen los hospitales del Centro Mdico Nacional, no propiamen-te sobre asuntos tcnicos, sino ms bien en torno a algunoshechos del suceder cotidiano, que revelaban aspectos impor-tantes en la vida de los mdicos de esa poca. Empec sin mu-chos bros. No estaba convencido de que esto tuviera utilidadpara nadie, pero a medida que avanc en las notas fui com-prendiendo que todas las cosas que se hacan y se pensabanen los hospitales expresaban, de alguna manera, parte impor-tante de la historia contempornea de ese gremio social. Pocoa poco, en consecuencia, me fue entusiasmando esta labor,

    al grado de que, sin atender a mis limitaciones literarias, hiceprogresar el trabajo. Algunas veces incluso sent dentro de m,en el quehacer de los manuscritos, esa llama que los artistasconocen por inspiracin. Me asust sentir ese fuego extrao,quise apagarlo con frases fras y cortantes pero no lo logr.Dej por lo tanto que uyera la imaginacin y se entremezcla-ra con hechos de la vida real. El fruto de ese esfuerzo fueron

    diez narraciones publicadas por la revista Medicina y Sociedadentre septiembre de 1977 y diciembre de 1984.

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    Las cuerdas

    29 de noviembre de 1976El da es soleado y tibio como ocurre frecuentemente en elValle de Mxico an en el otoo muy avanzado. Desde el sex-to piso del hospital, a travs de uno de sus amplios ventanales,se observa la vasta construccin de cemento armado de loque debera ser una importante ampliacin, que no fue in-augurada en octubre, probablemente porque se interpuso eldesastre monetario que culmin con la devaluacin de sep-tiembre o quiz tambin por algunas habilidosas maniobrasde los enemigos de Csar Palafox, quienes, temerosos de sucontinuidad en la direccin del hospital, se interpusieron yayudaron a semiparalizar las obras.

    Hoy es da de pago. Como es habitual desde hace algunosaos, la caja del dinero llega rodeada de seis o siete hombresarmados con M-1 y metralleta. La cola de los empleados detodas las categoras serpentea entre los guaruras.

    Que dizque se van stos, no? pregunt a voz en cue-llo uno de los mdicos all formados a otro de sus colegas.

    Ojal que no se quede ninguno repuso inmediata-

    mente el interpelado, slo faltan cuarentaiocho horas parala trasmisin del poder ejecutivo. Se sabe que los prximos

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    como ya tena conocimiento de la conrmacin del maestro,desde ayer por la noche llam a su casa para felicitarlo. Laverdad es otra. Valero forma parte de un grupo de trece m-

    dicos que desde hace dos o tres meses se renen en una casade la Colonia del Valle a conspirar contra Gay todo lo quetenga relacin con l. Valero saba a ciencia cierta ya, en esemomento, que el Subdirector Mdico no continuara en supuesto, a pesar de su raticacin; as que, sin soltar prenday riendo para sus adentros, escabull el bulto cuando recibila invitacin de Arellano.

    En un breve paseo que hice hoy por los servicios delhospital, a pesar del ambiente prenavideo de felicitaciones yabrazos de despedida para los que salan de vacaciones, se per-ciba entre algunos de los mdicos y enfermeras un estado deconsternacin y desaliento causado por las conrmaciones;en los semblantes de todos ellos y a travs de frases cortadasse expresaba un gran pesimismo por las noticias que circula-

    ban en el sentido de que Palafox se quedara otros seis aoscomo director del hospital.

    Qu!, los raticaron?Mala cosa!Pero todava se le mueve una patitaSal del hospital contagiado de la pesadumbre que arras-

    traban casi todos los mdicos y enfermeras. Sucede que en el

    sistema poltico mexicano se vive por ciclos sexenales. Al ter-minar cada periodo presidencial la gente se hace ilusiones quelas cosas van a mejorar, a pesar que la experiencia dice pre-cisamente lo contrario; o sea, que desde hace cuarenta aosaproximadamente las cosas vienen de mal en peor. Todavaquedan muchas personas que esperan que el Mesas los redi-ma y les d, al n, el bienestar y las satisfacciones que siempre

    han anhelado. Por eso en este diciembre de 1976 la inmensamayora de los mdicos, despus de la toma de posesin del

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    En efecto, al parecer ya se ha decidido la suerte que co-rrern los miembros del grupo de Palafox, estn irremediable-mente perdidos. Y es probable que la prxima semana suceda,

    al n, el tan esperado cambio de autoridades.Mientras continubamos descendiendo record escenas

    ocurridas justamente hace seis aos cuando salieron del hos-pital varias cuerdasintegradas por las antiguas autoridades delhospital y mdicos adictos a ellas.

    Nuevamente volva el pasado a reproducirse fatalmenteen el presente. De nueva cuenta la historia se repeta como

    si fuese el eslabn circular de una cadena de hierro y en suinexible geometra no existiese la posibilidad de evadir loscrculos cerrados. Otra vez los rumores, las confabulaciones,el temor, los sacricios humanos, el caos y la orga de los un-gidos. Se necesita, pensaba, ya fuera del elevador, que el cere-bro de las personas est en plena posesin de s mismo parano enloquecer o perder toda esperanza cuando se comprueba

    que en este hospital la historia se resiste al cambio.

    20 de diciembrede 1976Sarita Rodrguez, la secretaria de Csar Palafox, estaba msatareada que nunca con la mquina de escribir, el telfonoy el lpiz, sin poder ver otra cosa que sus papeles. Con lasmanos, los ojos y los odos entretenidos, percibi un fuerte

    olor a rosas que inund violentamente el recibidor de la di-reccin del hospital. Fue tan penetrante el olor que la obliga levantar la vista y no se sorprendi cuando en la puerta dela ocina encontr de pie, en posicin de rmes, a un sujetode cara inexpresiva, vestido con uniforme azul y cubierta lacabeza con una cachucha en la que se lean dos palabras: Flo-rera Matzumoto. Del brazo derecho del recin llegado penda

    un canastn de bellsimas y perfumadas ores ordenadas ar-tsticamente. El mensajero, al sentir la mirada escrutadora de

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    vela en turno cuando, de pronto, son el telfono con unallamada urgente para l. Deba presentarse enseguida ante elSubdirector Mdico del Instituto.

    Palafox era un hombre nervioso y excesivamente cum-plido con la institucin que le haba brindado su conanzadesde haca veintiocho aos. En una hora ms, perfectamenterasurado por segunda vez en el da y con su eterna corbataroja, traspuso el umbral del despacho del Subdirector Mdico.

    A sus rdenes, doctor Cervantes!Buenas noches, doctor Palafox, le llam para pedirle

    que maana a las diez en punto entregue la direccin del hos-pital al doctor Isidro Daz.

    Lo anterior lo dijo de manera tajante y sin ningn prembulo.Enterado, as se har, doctor Cervantes, alguna otra

    disposicin? repuso Palafox sin pestaear, como lo hubierahecho slo un militar.

    Bueno, doctor agreg Cervantes, matizando un poco

    la voz, una vez que dio por descontada toda resistencia. Sabaque Palafox era un hombre intransigente con los subalternos,pero disciplinado en extremo ante los superiores; sin embar-go, al principio temi, no sin razn, una reaccin violenta. Nola hubo, yo quisiera pedirle que usted siguiera colaborandoconmigo, le propongo el nombramiento de asesor de la Sub-direccin Mdica. No lo tiene que decidir ahora pinselo y

    podemos hablar dentro de algunos das.Bien, doctor Cervantes, con su permiso Buenas

    nochesLos dos interlocutores se estrecharon la mano de ma-

    nera protocolaria. Despus de este dilogo inesperado y froempezaron en el hospital las cuerdasde 1976-1977.

    Al da siguiente, a las diez quince de la maana, Palafox,

    acompaado slo por dos o tres de sus allegados enteradosde su jubilacin, abandon el hospital despus de servir al

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    Instituto ininterrumpidamente desde su fundacin. Ni la msmnima explicacin al personal de base, ni un intento para ex-presar a este hombre el reconocimiento de la empresa por sus

    abnegados servicios. Cesar Palafox se fue caminando con lagabardina doblada bajo el brazo, igual que lo haba hecho to-dos los das al concluir su jornada, como si nada extraordinariohubiera pasado.

    Con un nudo en la garganta de amargura bien controla-da, despus de dejar a sus colaboradores que salieron a des-pedirlo a la escalinata del prtico, cruz a grandes zancadas

    el rea del estacionamiento para ganar rpidamente la porte-zuela de su automvil compacto; encendi el motor y, conuna rugiente segunda, desapareci para siempre por la callede Miguel Jimnez.

    Despus, grupos ms o menos numerosos de colabora-dores y amigos de Csar Palafox cogieron, como su ex jefe,las de Villa Diego. Los ungidos de Panoptes(y ya sabremos

    pronto de quin hablamos) eran quienes decidan el nmeroy la composicin de las cuerdas. El que daba ahora la ltimapalabra en el hospital era Isidro Daz, a quien se haba en-tregado vidas y haciendas de este lugar. Se vivan, no cabaduda, las horas del amargo ajuste de cuentas. Los seleccio-nados para el sacricio eran llamados de uno en uno hasta laocina de un oscuro funcionario de la Subdireccin Mdica,

    encargado de evitar riesgos personales al doctor Daz. All seles lea la cartilla: doctor, por convenir as al servicio, cambiasu adscripcin; desde maana su nuevo centro de trabajo serla clnica 1013 de Milpa Alta, le recomiendo acatar esta dis-posicin superior para evitarse problemas mayores, muchasgracias, doctor, es todo.

    En esos das se poda ver desde las ventanas del sptimo

    piso del hospital, all abajo en la explanada de enfrente, peque-os grupos de hombres de blanco, con rostros descompuestos,

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    con paquetes de ropa sucia y utensilios de tocador, recogidosa toda prisa, disimulados bajo el sobaco. Ellos mostraban suspuos crispados a quienes los veamos desde lo alto. As se

    fueron muchos mdicos encordadosen pos del rastro dejado porPalafox a cumplir un destino que no era el mismo que ellos sehaban imaginado y que de manera inapelable haba sido deci-dido all en el cuarto misterioso de Panoptes

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    Esfumbanse

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    El matrimonio Cabaas era como casi todos los de laclase media alta, cuya existencia trascurre entre dulces sueosde grandeza que los hace sentirse pertenecer a los estratos

    ms elevados de las clases poderosas. Una pareja disparejaen la que el hombre desempea decorosamente su profesinmdica, dedicado a incrementar el prestigio personal, a esca-lar esforzadamente cargos directivos ociales y, consecuente-mente, a multiplicar los ingresos; y ella a luchar contra la vejezy a administrar inteligentemente el presupuesto domstico.Un cerrado crculo era su historia: compras y ms compras

    en los grandes almacenes, viajes a Las Vegas, colocacin delos hijos en las mejores escuelas extranjeras, ampliacin delas propiedades y, como culminacin, el orgasmo mismo portodo esto: las grandes estas en las que, de golpe, al mismotiempo que se lucan las mejores pieles y joyas, se charlaba conplacer del reciente viaje o las ltimas adquisiciones, ellas; delas perspectivas de la marcha hacia arriba y de la desgracia de

    otros, ellos.Emanuel Cabaas provena de una familia mdica de

    abolengo de rancias posiciones porrianas y emparentado conterratenientes y polticos de la poca pre-revolucionaria; educa-do en el Liceo Suizo de la misma colonia Polanco y profunda-mente religioso. Sus compaeros recordaban el gran desayunoque el viejo doctor Alberto Cabaas ofreci a los alumnos del

    Liceo el da que Emanuel hizo su primera comunin; recorda-ban cuando ste subi al altar con un gran cirio encendido enla mano izquierda y su traje de lino yugoslavo blanco. Ese da,segn se recordaba, hubo bolo con monedas de oro y plata.Don Alberto Cabaas, padre de Emanuel, haba sido tambinun mdico prestigioso muy respetado en el ambiente del do-lor, cuando el ojo clnico se adelantaba al electrocardiogra-

    ma y a la bioqumica. Emanuel hered ese prestigio, pero nose conform con l y desde sus primeros aos de estudiante

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    compiti con los mejores colegas de la Facultad de Medicina.Despus, por la inuencia de su padre y por mritos propiosobtuvo una beca en Suiza para especializarse en ciruga tor-

    cica. En Berna conoci a Janette, de amplios ojos azules, suactual esposa, que luego vino a Mxico con l.

    Emanuel ahora frisaba en los cincuenta y haba ya es-calado muy elevados peldaos de la fama y de la jerarquaburocrtica, viva confortablemente y estaba profundamenteconvencido y ese pensamiento en ocasiones lo turbaba deque la magnitud de su inteligencia era tal, que por s misma

    lo exclua de los mortales comunes. Muchas veces ante unagenerosa copa de cogac, ya en el crepsculo, contradictoria-mente, sufra con ese pensamiento que lo haca sentirse soli-tario e incomprendido.

    Haba cumplido medio siglo, pero luca ms joven an.De elevada estatura, delgado, tez blanca, pelo negro y so-noma imprecisa como la de un lactante. El da de la posada,

    denitivamente, Emanuel Cabaas viva una de sus mejoresnoches.

    En el intermedio musical salieron a la terraza que daba aljardn tres de los invitados.

    Doctor Cabaas, no est preocupado, el asunto de ladireccin del hospital que usted me plante la semana pasadaest resuelto, Csar Palafox no va a continuar all, eso est

    decidido, no se ha procedido an porque no tenemos un can-didato rme, a don Guillermo le han sugerido al hermano deldoctor Jos Cervantes o a un mdico creo que de nombreArellano. Pero, bueno, dejmonos de conjeturas... Se tiene encuenta la opinin de su grupo, doctor son trece ustedes,no? dijo un hombre gordo, cuyos ojos eran en realidad doshendiduras, mientras se atusaba la barba casi blanca.

    Eso me alienta, licenciado Aspeitia, usted sabe lo queseran otros seis aos con un director como Palafox o bien

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    con gente extraa al Instituto. Francamente, si as viene lacosa me jubilo de inmediato y me voy a Europa o a cualquierotra parte amenaz Cabaas, terminando de una vez el jaibol

    que tena en la mano.No, don Emanuel Cabaas, no se impaciente, tenga

    calma, no olvide que don Guillermo es un hombre fuerte enel gobierno y l sabe de la existencia de su grupo, adems eldoctor Luck, gerente de los laboratorios Xo, lo recuerda?,ha hablado muy bien de ustedes, creo que la cosa va bien.

    En ese momento terci Glumer, un prominente cardi-

    logo de reluciente calva, amigo de Cabaas.Seor licenciado Aspeitia, denitivamente, Cervantes o

    Arellano, nuestro grupo no tendra cabida en el hospital concualquiera de ellos Glumer se ajustaba sin cesar los espe-juelos, ansioso de una opinin ms clara y concreta, l sabaque Aspeitia era la llave maestra para llegar al saln verde yobtener el s de Panoptes. De esta manera, despus de pensarlo

    unos segundos mientras se levantaba nuevamente los anteojosy seguro de que lea el pensamiento de Cabaas, se decidi alanzarse a fondo.

    Bueno, licenciado Aspeitia, francamente hablando,qu piensa usted que debemos hacer nosotros?

    Doctor, yo pienso que si el grupo de ustedes, son trecemdicos, verdad?, fuera a ver a don Guillermo o bien, mejor

    todava si preparara una carta, un documento, qu s yo!,en el que se sealaran todas esas irregularidades de que mehan hablado de Palafox, las cosas seran ms sencillas

    Cabaas, que en ese momento guardaba silencio y solomiraba a sus colegas, inmediatamente tom nota de aquellaindicacin, pero ngi no haberla escuchado y despus deintercambiar una mirada de entendimiento con Blumer deci-

    dieron tcitamente cambiar el tema y brindar una y otra vez;hasta que regresaron al saln, justo en el momento que el

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    Me volvi a besar la araa,Doptor

    El departamento de urgencias es un lugar muy especial, noslo por la calidad de los problemas mdicos que all hay queresolver cotidianamente, sino por su cantidad siempre impre-visible. No en balde los mdicos de los hospitales y clnicasllaman a estos departamentos minas o galeras; exceptoaquellas raras personas que escogen por vocacin la llamadamedicina crtica como su campo. Dentro de estos departa-mentos se conna, en efecto, a los mdicos y enfermeras queestn en desgracia dentro del sexenio en curso y la nalidadsiniestra de estas designaciones es orillar a las vctimas a soli-citar su cambio de unidad o bien, eliminarlos cientcamen-te, ocasionndoles un infarto del miocardiaco, hipertensin

    arterial, lcera gstrica, alguna psicosis o cualquier otro pro-blema de salud sucientemente severo como para incapacitar-los denitivamente. Y las cosas no pueden ser de otra manera,ya que en tales servicios donde la intensidad de las presionesprofesionales y la anarqua del sistema se suman caticamen-te, se obliga a mdicos y enfermeras a pedir prestadas energasde sus futuros das de vida y a hipotecar su propia muerte.

    De esta manera, cuando hoy por la maana Toms Villaescuch de labios del Jefe de la Divisin, el doctor Mauricio

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    McGregor, que debera pasar como mdico de base al servi-cio de urgencias, comprendi perfectamente cul era su por-venir. Guard silencio y, despus de unos instantes, acert a

    preguntar:En el turno nocturno, doctor?No repuso el Jefe de Divisin, no es necesario ir a los

    extremos, en el turno matutino y en su rostro se esboz unasonrisa que pareca decir: ahora tienes lo que mereces, Villa,veremos cunto vas a aguantar all, mi estimado amigo.

    De nada sirvieron los argumentos que Toms expuso

    con minuciosidad:Doctor McGregor, usted sabe que yo he trabajado du-

    rante los ltimos aos en otros campos de la medicina, dis-tintos a la clnica de urgencia, qu ser de los enfermos enmis manos? se atrevi a agregar sin lograr respuesta en aquelrostro que se mantena imperturbable, e implor casi, porqu no me regresan al piso en donde estaba antes de que me

    dieran el nombramiento de conanza?Presntese con el Administrador y pdale una tarjeta

    para que cheque su entrada hoy mismo!Al pronunciar estas ltimas palabras, en las manos de

    McGregor se aceler un no temblor que ya era viejo en ly no pudo menos que experimentar en esos momentos ungran placer. Cunto tiempo haba aguardado aquel instante?

    Ciertamente la decisin no era de l, ni siquiera de su jefeinmediato, el director del hospital, el doctor Isidro Daz; lslo trasmita aquella sagrada orden de deshacer el grupo deinvestigacin en el que desde haca seis aos trabajaba Villa yde removerlo de su cargo. La orden vena, en efecto, del gransantuario de Panoptes; l, Macgregor y el doctor Daz lo habansugerido, ciertamente, siguiendo un acuerdo del grupo de los

    trece, pero el golpe vena de arriba. Nada de esto, sin embar-go, aminoraba el gozo que ahora embargaba a Mauricio Mc-

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    DECONTROLDELATUBERCULOSISNOEXISTE!, y no dijo msSe saba, porque siempre se llega a saber todo, hasta las cosasms ntimas, que por las tardes, en cuanto llegaba a su casa

    se apandaba en la recmara, se pona en pijama, encenda eltocadiscos y, de un viejo librero, extraa una gran botella cuyocontenido se reproduca inagotablemente como si fuera underrame neoplsico. Todo lo tena minuciosamente dispuesto,nadie poda interrumpirlo.

    Le fascinaba el violn de Sandor Lakatos, su audacia tc-nica para jalar el arco en la cuerda suelta. Se desquitaba tam-

    bin con el conjunto de Louis Amstrong: las introduccionescon bajo, luego el piano, la trompeta, los dos de saxofn, loscoros femeninos, el banjo y la voz mate y pegajosa de ltodo para no pensar en la vejez y en la muerte propia quedesde haca tiempo lo obsesionaban. A qu medir lo que sebeba cada tarde!; despus, todo terminaba en pesadillas. Unda reri tmidamente una de ellas a Laura, la psiquiatra del

    segundo piso, quien desde el internado rotatorio lo perseguamansamente con su amistad tranquila y silenciosa.

    Sabes, Laura le dijo, anoche me so en un labora-torio trabajando para aumentar el metabolismo del Mycobac-tyerium tuberculosiscon una especie de generador y electrodosdentro de la caverna tuberculosa y, lo ms absurdo, para des-truir el bacilo y la lesin con rayos lasser

    Pero qu te pasa, Toms? pregunt Laura, sincera-mente preocupada.

    Nada, no te jes, slo un brain stormingy se alej sindespedirse.

    Villa denitivamente era un hombre raro por muchasrazones, no gustaba del cine ni de la televisin. Laura, en reali-dad su nica condente, comentaba que jams lea los diarios.

    Se entretena en la lectura de algunos libros de losofa y uncurioso mini peridico manuscrito que circulaba de mano en

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    mano en cierto crculo de colegas, llamadoEl pollidrilo austero,que con su puo y pequesima letra escriba un tal Lanburg,por lo dems tambin extrao personaje que trabajaba como

    hematlogo en uno de los hospitales ms grande del sur de laciudad. Ocasionalmente se vea a Villa extraer del bolsillo desu bata El pollidrilo cuidadosamente doblado en pequeoscuadritos y sonrer en silencio, teniendo a la vista sus extraosencabezados: No subir la caca, Slo se gastar el veintepor ciento del presupuesto en pendejadas, Se organiz elPartido Importamadrista Moderado, Su Horscopo de hoy:

    Gminis: No te arrimes a nadie hasta que se acabe el sexenio,etctera, etctera.

    En verdad todo el mundo estaba de acuerdo: Villa eraun hombre infeliz en cuanto sala de su apando. Todos sos-pechaban que su desgracia sentimental vena en parte deaquella decisin que tom haca quince aos, cuando optpor abandonar a Marina. Ella era la ms joven de las mdicas

    residentes: ojos de almendra, pelo lacio que le caa sobre loshombros, ligero, como una cascada de agua fresca. Su cara, unconjunto dispuesto a la expresividad; pero lo que casi todaslas personas que trabajaban cerca de ella notaban, hombres ymujeres, era que el amor estaba a or de piel en ella y brota-ba continuamente de todos sus poros. Marina era, ni ms nimenos, la imagen paradisiaca de la juventud. Su palabra, su

    mirar, todo era alegra. Por estas cualidades de or silvestre,a muchos extraaba que hubiese elegido la dura y frustrantecarrera de medicina. Marina iba y vena por los pisos y lossalones del hospital con la agilidad del colibr.

    Muchos aos despus, cuando ya Marina se haba casadoy se hallaba muy lejos del Centro Mdico, lo que se recordabade ella y era todava motivo de comentarios en las pequeas

    veladas, era aquel extrao amor que despertara en Toms Vi-lla, en esa poca hombre an joven. Toms era, hasta el da

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    en que la conoci, estable emocionalmente. Comprometidoen un equilibrado matrimonio de profesionales, dedicado porentero a su especialidad mdica y a ampliar su cultura musical.

    Cuando Marina apareci por primera vez en la puerta de sudespacho sinti que, en su hasta entonces tranquila existencia,se desencadenaba una borrasca cuya violencia no logr ad-vertir en ese momento. Marina lleg a su despacho y pronto,demasiado pronto, se col hasta no se sabe qu sitio recnditode su alma.

    Marina, dicha sea la verdad, jams supo el por qu de

    aquella ruptura silenciosa con Villa; ella naturalmente pen-s en gran cantidad de explicaciones, pero en realidad nin-guna le satiszo plenamente: por qu Villa se alej de ellabruscamente y en silencio?, por qu despus de aquel inte-rs obsesivo e insistente la repentina indiferencia?, temeraenamorarse de m? Quin sabe.... Marina lleg a imaginarque quiz un pequeo coqueteo con alguno de sus jvenes

    compaeros lleg a lastimarle. Pero no, denitivamente esono poda ser la explicacin de aquella manera de terminar unarelacin que haba llegado a ser tan ntima. A Marina, que erapersona abierta y espontnea, sencillamente no le caba en lacabeza aquel duro proceder y no era su amor propio el que lahaba llevado a preocuparse con ese enigma, y mucho menosan ningn sentimiento amoroso para Toms, porque ella no

    lo amaba, estaba perfectamente consciente de ello. Senta ungran respeto y admiracin por l, gustaba de pasar el tiem-po trabajando o simplemente tomando caf en su compaa,pero ni ella ni nadie poda pensar que estaba enamorada deToms Villa; no obstante, su proceder la haba dejado descon-certada e insatisfecha para siempre.

    Para Toms, cardipata era todo enfermo bien nutrido

    que vena en la camilla cubierto con gruesa cobija de lana ydejaba ver un par de nas zapatillas. Neumpata, por el con-

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    trario, el que tena la piel untada a los huesos, apenas cubiertopor ropa andrajosa y agujereados zapatos. Y lo que son lascosas, la clasicacin de Villa se cumpla en un noventainueve

    por ciento de los casos. Cuando entraba en la camilla por lapuerta del departamento, los mdicos residentes, sin mirar si-quiera la nota de envo, hacan una rpida inspeccin al enfer-mo y, con voz sonora, gritaban segn el caso: neumpata!o cardipata! para que el enfermero condujera la camilla ala seccin correspondiente.

    Villa descubri todo sin proponrselo, a fuerza de ver

    enfermos moribundos y reconocer que la inmensa mayorade las enfermedades pulmonares en el Mxico de los setentaseran padecimientos de la pobreza, mientras que las cardio-patas, muchas de ellas ms frecuentes en las clases socialesacomodadas, poco se presentaban en los pobres. Sera quelos cardiacos pobres mueren ms pronto?

    La comprobacin cotidiana de la curiosa ley de Villa di-

    verta, en medio de la fatiga, al colectivo del departamento;entre bromas, los mdicos pasbamos las horas aferrados alas mquinas de escribir de las que salan interminables notasclnicas.

    Quin me mand a este lugar?, se preguntaba a smismo Toms Villa mientras se recargaba sobre la piesera deuna de las camas; quin fue?, se repeta incesantemente,

    mientras vea, indiferente, acercarse camillas con enfermossudorosos, hinchados, jadeantes y cianticos. Tena ya en eldepartamento algunas semanas y no poda identicar a quino a quines lo haban retirado del Programa de Tuberculo-sis, hasta que un da, cuando se hallaba en plena redaccinde una de esas notas estereotipadas que exige el instructivo,suspendi el tecleo de la Olivetti y estuvo a punto de gritar:

    fueron todos y ninguno!, fueron ellos en su conjunto! Losque hablaron y los que callaron. Los que se fueron y los que se

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    quedaron. Y despus de dirigir rpidamente la mirada haciael paciente al que se refera la nota, volvi a sus cavilaciones.S, la misma mano que con tajos brutales corta la carrera de

    cirujanos, clnicos e investigadores, la misma fuerza ciega ycontradictoria que surge del vientre del monstruo. Tomshaba descubierto esa maana parte de la verdad y, desde eseda, iba a intensicar su lucha por escapar del puo del mons-truo, por eludir su hlito mortal. Huir, escapar para cualquiersitio, como un pequeo roedor antes de ser aplastado parasiempre Es casi seguro que todos los mdicos del depar-

    tamento, cuando descansaban por all, en algn rincn delcubculo, pensaban en silencio cosas similares a las que ahorarumiaba Villa.

    All viene una pulmonar anunci el mdico residenteal aproximarse la camilla.

    Efectivamente, Lupita era una paciente muy conocida enel departamento. Sus chanclas lucan destrozadas y a distancia

    se escuchaban ronquidos estridentes. Era, no caba duda, unavieja enferma asmtica cuyo cuerpo y alma estaban deforma-dos para siempre. Su espalda luca una gran giba y su cara ybrazos cubiertos de grueso vello; su corazn dislocado de-nitivamente con un ritmo irreconocible. Lupita iba y vena alhospital y ya hasta los mozos saban qu hacer con ella: seo,canalcela con solucin glucosada, aminolina y corticoides.

    Iba y vena Lupita en estado asmtico. Era ella, en persona, lanegacin de la medicina preventiva y el fracaso de la medici-na curativa. Era ella un subproducto de la ciencia mdicamoderna.

    Mejoraban sus molestias en el hospital, pero al llegar a supocilga de la colonia Verde, donde el techo de lmina dejabapasar el agua, el calor y las alimaas; donde la ropa y el ali-

    mento eran escasos, volva el jadeo agotador e inmisericorde apesar de las pastillas y las inyecciones. Pero eso no importaba

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    El trasplante de corazn

    Eran ya las nueve de la noche pasadas cuando Juanita y yo sa-limos en direccin a la colonia de Las guilas hacia la casa deldoctor Esteban Gutirrez. Se trataba de asistir a una de esastpicas reuniones de mdicos acomodados que cada vez sonms espordicas por efecto de la recesin econmica. Una re-unin de matrimonios gremiales muy homogneos en los que,tanto el hombre como la mujer, son profesionales de la salud,pues entre los mdicos casi todo es gremial, hasta el amor.

    Minutos despus franquebamos la puerta de la ampliaestancia del domicilio de los esposos Gutirrez. Nos recibi lajoven doctora Alma Torres de Gutirrez, risuea y sumamen-te amable, nos quit los abrigos, nos ofreci asiento y dijo que

    Esteban vendra en un momento.Desde nuestro asiento, Juanita y yo examinbamos con

    detalle los muebles de la estancia, los cuadros que pendan delas paredes, las alfombras, las lmparas y las pequeas macetascon las rigurosas plantas de ornato. Como es la regla, la es-tancia estaba a media luz y todo dispuesto en la mesa centralpara la cena. En seguida lleg el joven matrimonio Quintana.

    l, Federico y ella, Esperanza. l, endocrinlogo y ella, car-

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    extraordinario y en el fondo se burlaba de sus competidoresque navegaban an en el quehacer mdico con el arcaico ins-trumento del ojo clnico expresado en una metafsica de las

    suposiciones rpidas, a veces geniales. Esteban conaba ensu frrea lgica individualista para escalar peldao a peldaola fama y las oportunidades, pero tambin se equivoc y sucapacidad para elaborar hiptesis diagnsticas acertadas en eltrabajo clnico diario de nada le sirvi para avanzar por dondel quera

    Ya habamos terminado de cenar y todos los visitantes

    pensbamos retirarnos pues eran las dos de la madrugada, yas lo expresamos casi al mismo tiempo; pero Esteban nospidi que no nos furamos, que an deba referirnos algo muyimportante. No tenamos prisa por regresar a casa, as que op-tamos por apoltronarnos nuevamente en los mullidos sillonesde la sala. Alma se apresur a llenar nuevamente los vasos ylas tazas de licores y caf respectivamente, en un ambiente

    de curiosidad. El silencio de todos dej la palabra a Esteban,quien, bajo la luz de una lmpara de pie, daba sorbos a sucopa, en la que depositaba desde haca rato, con ritmo cre-ciente, aguardiente sin diluir. Esteban se haba transformadoen unas cuantas horas. La calva luca ahora grasosa y opaca,las conjuntivas se haban enrojecido y aplastaba con saa lascolillas en el fondo del cenicero. Tena clavada la mirada en el

    tapete y no cesaba de hablar con voz montona.Ya les dije, amigos, todo sali mal, ahora la desgracia nos

    ha quebrado a todos. Jos perdi la partida; Galarza est porrenunciar al Seguro; Valles se refugiar en Mrida; Ocampo yaest en Mexicali; Vctor Arellano se ha quedado en la desespe-racin ms terrible. l sabe que si no hace algo extraordinariocomo cirujano se acab, lo nico que est operando es lo que

    le demanda la clientela privada, que es nada Sobre este lti-mo asunto es que les quera platicar ms extensamente

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    xico y que la operacin de Arellano ser un absoluto fracaso,que se trata de un ensayo criminal

    Vas a ir a la sombra, Esteban, junto con Arellano, los

    van a hacer pedazos sentenci la doctora Juanita Luz desdeun rincn de la sala. El verdadero objetivo de este proyecto estomarle la delantera a Cabaas y derrotarlo en el campo de lapropaganda comercial, pero en ese proyecto no hay concienciani ciencia, nada que se le parezca. Conque van a barrer a todossus enemigos con la escoba, no? agreg. Vaya, vaya, no teconoca ese lado, Esteban, y quiero que sepas una cosa, que si

    te ha invitado Arellano es porque nadie ha querido seguirlo,ninguna persona seria lo acept, t mismo dices que Menarehus participar en el experimento. Qu importa que el di-rector del Sanatorio Portugus, que es un mercader, les d suapoyo, que los grandes laboratorios los apremien y les brindenpublicidad a manos llenas!

    La tormenta dur poco tiempo, los truenos y los relm-

    pagos se alejaron, pero Esteban segua inmutable en su silln,mirando jamente la alfombra que tena delante de sus zapa-tos. Reinaba una calma casi completa cuando Esteban aban-don el asiento y gan, tambaleante, el retrete en un cuartocontiguo. A continuacin se escucharon los sonoros esfuerzosdel vmito. Unos minutos despus regres a la estancia con elrostro plido y sudoroso, demacrado por el esfuerzo, exten-

    diendo la diestra temblorosa para despedir a sus invitados

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    La maa blanca

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    Araujo, el seor Presidente

    La maana de hoy ha sido muy descansada. Pese a que es elmes de las pandemias respiratorias, slo un enfermo ha veni-do en busca de ayuda al departamento de urgencias. Hacer eldiagnstico y escribir las notas mdicas fue cosa de treinta mi-nutos. Se rm la orden de hospitalizacin y se envi al piso.

    Despus los mdicos y las enfermeras se quedaron sen-tados alrededor de una de las camas cubiertas con blancassbanas. Alguien se acerc a decirles que el da de ayer habanrescindido el contrato al doctor Salvador Araujo, neumlogode la clnica 13.

    Araujo era un hombre maduro que haba trabajado en elinstituto desde haca casi veintiseis aos. Fue de los primeros

    que ingres al servicio de neumologa como mdico internopara las guardias nocturnas en el antiguo Sanatorio Acoxpa,donde ganaba por jornadas de doce horas diarias no ms detrescientos cincuenta pesos mensuales. Un da de tantos, porel ao de 1952, lo recordaba, despus de mucho pensarlo,pues haca un ao justo haba fracasado en la misma empre-sa, se decidi a presentarse ante el director de la unidad, a la

    sazn el doctor Samuel Nez, hombre de conanza de laempresa que haba ganado prestigio como buen administra-

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    suegra que, como siempre, estaba agachada en el fregadero.Luego se fueron a su recmara, cerraron la puerta y, comosolan hacerlo en las noches calurosas de abril, se tendieron en

    la cama slo cubiertos con ligeras pijamas.Sabes, Esperanza, que ahora s creo que vamos a salir

    de esta situacin dijo Araujo, convencido; si Nez cumplelo que me prometi, luego luego compramos la recmara quete gust el ao pasado y zapatos a todos los nios ya vershubo entonces un largo silencio que fue roto por la tpicafrase pesimista de Esperanza:

    No es la primera vez que Nez te encampana de amor,no te hagas ilusiones, ya sabes cmo es l.

    Creo que ahora ser diferente, ya he sufrido demasia-do, ya hice mritos sin n puede nadie ignorarlo? Cadaladrillo, cada piedra de las que estn colocando en ese centromdico que construyen all detrs del Hospital General es acosta de nuestra hambre, ya estuvo bien, carajo!

    Luego ambos callaron, pero antes de que llegara el sueoy los arrancara del mundo real, Araujo no pudo menos querecordar el enorme costo que haba pagado para ser mdico y,despus, para lograr una especialidad. El hermanito que mu-ri de meningitis all en Tlazazalca, apenas un ao despus dehaber nacido. Record tambin cuando la madre, maestra deescuela primaria, recibi la fra amenaza de las gavillas criste-

    ras para desorejarla con todo y sus cras si no abandonabael pueblo. Luego, de sus aos de estudiante, cuando al pasarpor los aparadores de las tiendas vea con tristeza trajes que lehubieran permitido asistir al baile anual de blanco y negro enla facultad de medicina, al que nunca pudo ir.

    En la penumbra de la recmara y escuchando la acom-pasada respiracin de Esperanza, que seguramente dorma

    ya, sonri cuando record las grandes ilusiones que l habacultivado en sus aos estudiantiles. Ser mdico particular del

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    Gobernador, investigador o cirujano famoso con gran casa ycarro ltimo modelo, como el de su maestro el doctor Her-nn Landa, quien traa siempre un gigantesco Lincolndel ao.

    Todo esto era seguro, pensaba, nada ms que se graduara.Araujo lleg a la Ciudad de Mxico en 1949. Tena slo

    veinticinco aos y contaba slo con el pergamino que le acre-ditaba como mdico cirujano y con dinero suciente para pa-gar, cuando mucho, tres das un cuarto de alguno de los mu-grosos y viejos hoteles de San Juan de Letrn. Sin embargo,estaba seguro de que iba a conquistar la gran ciudad.

    Despus de haber agotado sus fondos y empeado sumaletn, logr con muchas dicultades que lo aceptaran comomdico interno del Sanatorio Acoxpa, donde an trabajaba,situado en el extremo sur de la interminable Calzada de Tlal-pan. All la obesa administradora le ofreci nicamente las co-midas y, para empezar, trescientos cincuenta pesos mensuales.Con ese dinero no poda ni pensar en mandar traer a su pro-

    metida Esperanza. Tendra que permanecer soltero, no sabacuntos aos. Cunta diferencia exista entre la realidad y loscastillos que construy en su imaginacin antes de recibirse;poco a poco iba comprendiendo que su porvenir era, ni msni menos, el de cualquier empleado; que la bonanza eterna deldoctor Landa, su maestro, no podra vivirla jams. Qu horastan amargas de fra soledad pas en la buhardilla del sanatorio!

    Por n un da, despus de poco ms de un ao de estaagona, recibi carta de Tlazazalca. Esperanza le deca queella tampoco poda vivir ms as, que como su mam siemprehaba hecho lo que ella le peda, iban a vender la casa del pue-blo y todos los animales que tenan en el potrero para venirsea Mxico, poner la casa y, cuanto antes, casarse santamente.Araujo termin de leer la carta y antes de que cantara un gallo,

    haba terminado la respuesta en la que aceptaba la propuestade su novia y de su futura suegra.

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    Cuando Esperanza y su madre llegaron a Mxico, Arau-jo estaba en la estacin de Buenavista desde muy temprano,recin salido de su guardia nocturna. Los saludos y caricias

    fueron breves y discretos, pues all estaba la vigilante suegra,a un lado, con su mxima de hierro: hasta que el curita lesd la bendicin, muchachos, y la gran cantidad de cajas decartn que haba que cargar y cuidar de los rateros. Araujoapenas poda caminar por el andn, llevando en sus manospesadas petacas, y colgando de su cuello pendan bolsas denylon; hasta un par de gordas gallinas atadas de las patas iban

    aleteando sobre sus espaldas. Al llegar al departamento queAraujo haba alquilado para recibirlas, cansado, se tendi enun viejo y desfundado sof que era el nico mueble que habaen toda la estancia.

    Qu dura fue la vida en ese sombro y hmedo departa-mento! All nacieron sus tres hijos. Sus muebles eran cajonesjaboneros cubiertos con oreadas fundas que Esperanza y su

    madre confeccionaban personalmente con retazos de tela quecompraban en el tianguis. Haban adquirido algunos colcho-nes que tendan en el piso sobre peridicos viejos y una estufade gas de medio uso para la cocina.

    Con tristeza que no le impeda rer, record cuando fue ala mueblera La Providencia a comprar a plazos la recmaraque acababa de prometer nuevamente a Esperanza. El gerente

    le pregunt con un extrao acento: dgame, doctor, culesson sus ingresos mensuales?, pero cuando supo lo de lostrescientos cincuenta pesos y que careca de nombramientode planta en ningn lugar, le contest: perdneme, doctor,pero usted no puede llevarse los muebles, con qu nos va us-ted a pagar?. Realmente, Araujo hasta ese momento se per-cat de cun pobre era y no le cost trabajo convencerse de

    que, en efecto, no estaba en condiciones de cubrir los abonosmensuales a la mueblera. Cuando sali a la calle y escudri

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    Nez mand llamar al doctor Araujo para comunicarle que,despus de muchos esfuerzos, le iba a gestionar su nombra-miento de base en el instituto, y esa vez s lo hizo. A partir de

    entonces la vida de Araujo fue otra, lleg incluso a ser el pre-sidente de la Sociedad Mdica de la Clnica 13, por lo que suscompaeros, al nombrarlo, solan llamarlo el Seor Presiden-te. Por ello cuando se dio la noticia aquella, cost trabajo en-tenderla y creerla: rescindieron el contrato al doctor Araujo.

    Cmo es posible? preguntaron a coro todos lospresentes.

    S conrm la enfermera de urgencias, que dizque eldirector general hizo una visita intempestiva de inspeccin ala clnica 13, como a las dos de la maana, y el pobre doctorAraujo estaba dormitando, sentado en un banquillo de explo-racin y con la cabeza echada sobre sus brazos, encima de unaenmohecida mesa de partos. Lleg el director, toc a la puertadel consultorio, que Araujo no haba tomado la precaucin

    de asegurar y, como nadie contest, abri por s mismo, en-contrndolo completamente dormido. Todava el funcionario,seguido de varios ayudantes, lo tuvo que tocar nuevamente enel hombro para hacerlo volver y comunicarle la terrible e ina-pelable decisin: su contrato queda rescindido, doctor.

    Araujo no haba despertado totalmente en realidad, sucara estaba hinchada por el desvelo y aquella breve siesta se

    aferraba a l tenazmente, se pegaba como una necia moscade verano. La modorra era pesada, pero al n se percat de lagravedad de la situacin y acert a preguntar:

    Qu pasa aqu, quin es usted?Soy quien dirige este negocio, seor, no me reconoce?,

    peor para usted y dirigindose a uno de sus ayudantes, conti-nu, tome nota de todo lo ocurrido aqu, levante el acta co-

    rrespondiente y vmonos, seores dijo esto y se dio mediavuelta sin escuchar lo que Araujo balbuceaba.

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    Pero seores!, seores!... qu les hago yo? Por favor,slo estaba reposando un momento, no he abandonado aningn enfermo, ustedes pueden ver la sala de espera, est

    vaca he visto hasta veinte enfermos, ah estn las notasAl ver que el funcionario y su comitiva se alejaban sin

    escucharlo, Araujo apret el paso para darles alcance y, casi agritos, repeta por el pasillo: por favor, seores!, mis hijos,mi familia, y al decir la ltima palabra sinti en el alma elgolpe seco, hiriente, desgarrador e indiferente de la puerta delvestbulo que lo separaba del grupo denitivamente. Haban

    rescindido el contrato al doctor Salvador Araujo, el seor Pre-sidente. Haba cado sobre l la maldicin de Panoptes

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    El homenaje

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    El homenaje

    A las diez en punto de la maana entraron en el aula magna,encabezando un pequeo grupo de mdicos, los venerablesmaestros Izy Rafael Zarco. An el Ajusco luca en el Picodel guila algunas manchas blancas irregulares, residuo de susefmeras nieves.

    Izhaba cumplido recin los ochenta aos de edad,pero conservaba toda la agilidad fsica y la brillantez mentaldel hombre maduro. De estatura pequea, frente amplia, na-riz breve pero con cierta curvatura aguilea y ojos levementerasgados, en los que se adivinaba su innegable raz tarasca.Cejas pobladas, labios regulares, barba ligeramente prominen-te y partida, piel bronceada. Siempre con chaleco abotonado

    bajo el saco, llevaba esa maana una amplia capa de pao azulcon remates de color rojo y botones dorados, al ms puroy tradicional estilo espaol. Indudablemente Izera una delas guras ms respetadas, si no es que la ms, de la medicinamexicana. Haba nacido, quinto hijo de una familia de diezhermanos, all en uno de los ms trridos rincones de Tie-rra Caliente, en los linderos de Guerrero y Michoacn, en un

    pueblecillo a orillas del Ro Balsas. Desde ese remoto lugarlleg a revolucionar la medicina mexicana; vino a propiciar

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    la aparicin y desarrollo de las especialidades y, aunque quizsin proponrselo, a abrir de par en par las puertas a los gran-des consorcios paraestatales de la salud y la seguridad social

    que adquirieron proporciones gigantescas en los cincuentasy sesentas.

    No poda considerarse una casualidad en la historia queIz y Rafael Zarco coincidieran esa maana en el Aula Magnadel Instituto Nacional de Cardiologa. En el fondo, y a pesarde las grandes diferencias que separaban a ambos maestros,Izera un humanista convencido, aunque su prctica social

    nunca fue tan clara y decidida como la de Zarco. No iban, enefecto, por la misma lnea, pero su actitud en algn momentodel porvenir, probablemente convergera ms plenamente, otal vez la longitud de sus vidas, con ser ya larga para ambos,no sera suciente para ello. Quiz por eso el da que alguienle pregunt a Izcules seran sus ltimas palabras antes demorir, escribi: Domage! Il avait tant de choses a faire!. Y es que

    todas las historias individuales son diferentes entre s, a pesarde que el punto de partida haya sido semejante.

    Izy Rafael Zarco nacieron de familias liberales y seeducaron en el laicismo ms riguroso, pero ambos llegaronal nal de la vida a posiciones diferentes; mientras que RafaelZarco conserv siempre un vigoroso vnculo con su pueblo,en el caso de Izla relacin con la clase social que conduca

    la poltica y el Estado fue lo ms importante. De todas for-mas, aquella maana de marzo coincidieron en el mismo sitioy hora de la vida, y eso ya era de suyo un gran acontecimiento.

    Izera el gran jefe. Con su dedo propiciaba la gloria delos favoritos o bien condenaba a la marginacin temporal odenitiva, y an al exilio, a muchos otros. Era l, por lo tanto,a quien corresponda otorgar el perdn a los rebeldes. Ahora

    haba decidido poner n al castigo que sobre Rafael Zarcopesaba y que, en este caso, jams aprob.

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    Rafael Zarco se desplazaba con dicultad, apoyado endos gruesos bastones debido al deterioro de sus caderas. lmismo tomaba la cosa a broma y deca que era dbil de re-

    mos como los toros de Zotoluca. Zarco haba sido,todava no haca muchos aos, un hombre elegante, alto yapuesto, de tez blanca, ojos caf claro, nariz que tenda hacia laforma hebrea y, a pesar de los setentaicinco aos que cargabaa cuestas, conservaba an parte importante de su musculatu-ra. Formaba parte de una familia de intelectuales oriunda delDistrito Federal.

    En efecto, Iz y Rafael Zarco entraron al auditoriolos primeros, cuando an estaba el gran saln vaco y las lu-ces apagadas. Unos cuantos minutos despus, sin embargo,irrumpieron por todas las puertas decenas de enfermeras ymdicos uniformados y con traje de calle, quedando prontopletrico el recinto, lleno de murmullos indescifrables. Luegose integr el presdium del acto con personalidades diversas,

    mexicanas y extranjeras, que haban sido especialmente invi-tadas para este relevante acontecimiento. Rafael Zarco quedal centro, anqueado a su derecha por Izy, a su izquierda,por el rector de la Universidad Autnoma de Puebla, el in-geniero Luis Rivera Terrazas, prominente hombre de cienciay luchador social. Instantes despus la gura gil y breve deIzsuba al pdium, doblando sobre su hombro derecho la

    capa azul y extendiendo sobre el atril unas cuartillas escritasa mquina. Imperaba el silencio absoluto de los seiscientos osetecientos asistentes. La voz del gran Tlacatecutli, del mdicode presidentes y ministros, de quien posea un inmenso poder,era esperada con expectacin. Puestos los espejuelos, inici lalectura de su discurso con voz pausada y melodiosa, hilvanan-do las frases con un ritmo natural que haca de la palabra en

    sus labios un sutil instrumento del cerebro y el corazn.

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    La historia gusta a veces de repetirse. Hace veinticinco aos(), al cumplir sus Bodas de Plata con la medicina, sus amigosy sus discpulos organizaron una ceremonia en su honor y me

    pidieron que la ofreciera yo, en nombre de los que habamossido sus maestros. Hoy, veinticinco aos ms tarde, al cumplirseel Jubileo Profesional, vuelven a pedirme que venga aqu a hacersu elogio por ser yo uno de los pocos, de los muy pocos quequedamos, profesores suyos

    La historia gusta a veces de repetirse Escuch Ra-

    fael Zarco desde su asiento aquellas palabras del maestro Iz,mientras paseaba involuntariamente la mirada por el techo delsaln, cayendo su atencin luego en una irrefrenable cataratade recuerdos por efecto de esas malas jugadas que frecuente-mente hace la mente humana, hasta a quienes creen estar enplena posesin de su cerebro.

    Una vez, en los das ms lgidos del movimiento mdi-co, el primero de septiembre de 1965, un extrao grupo depersonas, por lo heterogneo, se reuni ya pasadas las sietede la noche en el antiguo Caf Tacuba. Estaban los mdicosJuanita Luz, Hernn Landa, Bernardo Zepeda, Sergio Garca,Ezequiel Contreras, Rmulo Snchez Meja, el residente Raya,los estudiantes de medicina Juan Luis y Laurita, as como elingeniero Guillermo Fras; l mismo estaba all. Se juntaronesa noche representantes de casi todas las tendencias polticasque haban participado en las huelgas mdicas a partir del mesde noviembre de 1964, despus que esa maana el Presidentede la Repblica pronunciara su primer informe de gobierno.

    A las siete de la tarde dio principio aquella inslita reu-nin en torno a una mesa en la que se haban colocado dosgrandes recipientes con caf de olla y una docena de policro-mas tazas mexicanas. Todos los asistentes tomaron asientoalrededor de la mesa y, despus de cambiar discretos saludos,

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    sacaron de sus portafolios cuadernillos y lpices y se dispusie-ron a la discusin. Rafael Zarco lo recordaba perfectamente,como si hubiese sido ayer mismo.

    El ingeniero Guillermo Fras, jefe del laboratorio decontrol de medicamentos, fue el primero en romper el silen-cio una vez que el mesero termin de servir el caf.

    Seores dijo con voz fuerte de ejecutivo experimen-tado, me tom la libertad de invitarlos esta noche por tresrazones fundamentales: primero, no es necesario explicarlo, lasituacin del movimiento mdico es difcil, se prolonga peli-

    grosamente y se complica; en segundo lugar, porque cada unode ustedes representa de alguna manera intereses en pugna y,por ltimo, porque soy neutral y encabezo, debo recordarles,al Comit de Buenos Ocios. Siento, seores, que lo dichoen el informe presidencial de hoy contiene una advertenciaterminante, por lo que debemos hacer un esfuerzo serio porencontrar rpida solucin al conicto, de lo contrario

    Fras guard silencio y pronto todos cesaron de escribiren sus libretillas, se removieron en sus asientos; algunos toma-ron sus cigarros del cenicero y, enseguida, varios levantaronla mano para solicitar el uso de la palabra. Fras era uno deesos ejemplares de la fauna poltica mexicana, nada raros, quecaminan con bandera de librepensadores sin partido, pero loque haca de l un hombre singular eran sus mltiples nexos

    con altos personajes del gobierno, de la amplia izquierda y susmedios de comunicacin.

    Seores, me auto propongo para conducir los deba-tes de esta reunin, si no tienen inconveniente dijo el in-geniero y esper unos instantes sin que nadie lo objetara.Entonces hagan el favor de anotarse en la lista de oradores.Propongo una sola ronda y quince minutos por persona. El

    punto nico de la agenda, por supuesto, es el problema de lashuelgas mdicas.

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    Alguien de los asistentes levant la mano para proponerque el tiempo de cada intervencin fuera de diez minutos,lo que se aprob en seguida. En pocos segundos quedaron

    anotados casi todos los presentes y el primer turno le toc alpropio Fras, quien recomenz:

    Estimo que no es necesario presentarnos. Aunque engeneral no nos hemos tratado, sabemos perfectamente quie-nes somos, de manera que voy a ir al grano: pues bien, seo-res, el Presidente de la Repblica dijo hoy, despus de plantearvarias alternativas imposibles para satisfacer las demandas de

    los mdicos, que no puede obligarlos a prestar servicios, peroen cambio s puede castigarlos por los daos que estn cau-sando a la nacin. Al Presidente lo tiene sumamente molestoque, precisamente hoy, el da de su primer informe, los mdi-cos estn en huelga por quinta vez. Dijo de manera muy claraque un equipo de agentes del Ministerio Pblico est elabo-rando ya un acta de acusacin contra los huelguistas en la que

    se les imputa la comisin de graves delitos, y ya sabemos loque esto signica All estn los ferrocarrileros presos desdehace siete aos. Tengan presente que desde hace das los hos-pitales de la ciudad se convirtieron en cuarteles de halconesy agentes especiales. Por otra parte es necesario ser realistas yreconocer que el gobierno concedi importantes aumentos desalario y estn en marcha los trabajos para ampliar y construir

    habitaciones para los mdicos residentes; se ha mejorado laalimentacin en los hospitales; se enriquecen las bibliotecas yse perfeccionan los medios de enseanza Todo esto agre-g Fras con suma precaucin para no caer, segn su propioentender, en parcialidad alguna es preciso tenerlo en cuenta,mxime que para el Presidente el conicto con los mdicosno es ya un simple regateo econmico sino que implica cues-

    tiones fundamentales, como son el libre uso del derecho dehuelga y el peligro en que los paros mdicos han puesto en

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    entredicho el control ocial de los sindicatos. Esto quiere de-cir, seores, que el Estado no va a ceder un pice ms y que dehecho ha decidido lanzarse a la represin, calculando incluso

    su costo social. Ello, a mi juicio, indica la necesidad de levan-tar los paros ahora mismo y disolver las asociaciones mdicasque se han fundado al calor del movimiento, de lo contrariola perspectiva es sombra Yo propongo a quienes estn ala cabeza de este movimiento el repliegue total y quedar a laespera de mejores tiempos.

    No haba concluido Guillermo Fras cuando, a su iz-

    quierda, estallaron algunas risillas que todos ngieron no es-cuchar. Sin embargo, luego, conversaciones en voz bastantefuerte obligaron al presidente de debates a llamar al orden ypedir silencio:

    Seores, por favor, esperen su turno para expresar susopiniones.

    S, s repeta Rafael Zarco para sus adentros, el que

    obedece las rdenes del pueblo, ja, ja, ja, localiz por nel taln de Aquiles del movimiento y se prepara a golpearlomortalmente. En tanto que de nuestrolado, curiosamente, noest clara la situacin y nadie se percat incluso del grado deagotamiento de sus energas absorbidas, muchas veces sin fru-tos, por la espontaneidad, la desconanza y la incontrolableultrademocracia.

    la voz melodiosa y persuasiva de Iz, que prosega eldiscurso, se impact de lleno en su conciencia:

    el mismo espritu batallador por lo que cree justo. El mismoafn de captar por el estudio lo que cree cierto, la misma ente-reza de carcter para no cejar en lo que cree honesto. Llega ala vejez con el orgullo de su vida limpia, laboriosa y fecunda

    Ahora all, justamente en el centro de la primera la debutacas, Rafael Zarco distingui a un antiguo conocido, nada

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    menos que al doctor Rmulo Snchez Meja, retirado ya de-nitivamente de la profesin. Esta maana pareca bastantems avejentado que aquella noche en el Caf Tacuba, donde

    lo reencontr por primera vez desde haca muchos aos. Porlo dems, como entonces, el ojal de su saco de casimir inglsluca un botn tricolor con las insignias del partido en el quehaba militado desde su lejana poca de estudiante. Snchezlo deca siempre con orgullo, jams haba cambiado de ban-do; aunque, la verdad, nada haba en los mviles de su asi-dua militancia cercano al sentimentalismo o a la conviccin

    terica. No obstante, en sus andanzas como diputado federal,haba tenido que memorizar algunas frases que, aunque nun-ca haba llegado a comprender, repeta con alguna frecuencia,vinieran o no al caso. Se referan a la naturaleza irrepetibledel Estado mexicano, a la organizacin constitucional delpueblo soberano, etctera, etctera S, all estaba en perso-na, con los ojos jos en Iz, sin perder palabra de su dis-

    curso, aplaudiendo frenticamente despus de cada prrafoledo. En los odos de Zarco resonaban todava las palabrasque Snchez Meja haba pronunciado frente a l, aquella vezen el Caf Tacuba:

    Hum!, yo conozco al maestro Zarco, tiene una historiade rebelda a las instituciones. En 1931 renunci a su puestode director del Dispensario Central Antituberculoso porque la

    construccin del Sanatorio de Huipulco no iba al ritmo que lexiga; en 1950, siendo Jefe de la Campaa contra la Tubercu-losis, volvi a renunciar porque no le atendieron otra capricho-sa solicitud; peda que se unicara la lucha antituberculosa. To-dava el quince de enero de este ao, cuando el Presidente de laRepblica orden el cese de los mdicos residentes e internosrevoltosos, quin encabez la ola de renuncias masivas?, pues,

    ejem!, nada menos que Zarco, ejem!... El maestro Zarco llegincluso al extremo, siendo director de un hospital, de ordenar

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    que se negara atencin mdica a los pacientes graves. Hum!Yo creo que Zarco es, sin duda, el que tiene mayor responsabi-lidad de todo lo que est ocurriendo Seores, yo les quiero

    rogar el da de hoy, por lo que ms quieran, que mediten seria-mente en lo que dijo el seor Presidente luego Snchez Meja,enjugndose el sudor de la frente y de la papada temblorosa,cambi a suplicante el tono de su voz; en nombre del dolorde nuestro pueblo les pido que reexionen seriamente sobre lagravsima responsabilidad legal, social y tica que estn contra-yendo ante la historia muchas gracias, seores.

    Despus de aquella reunin del Caf Tacuba, SnchezMeja se transform en el consejero de El sapo, como apo-daban al secretario privado del funcionario que dirigi la re-presin contra los mdicos huelguistas, y algunos meses mstarde, todava, fue premiado pblicamente por la Academia Na-cional de Medicina, sin que mediara ningn mrito cientco.

    Rafael Zarco se aburri de estar pensando tanto en aquel

    obeso personaje y busc entre las butacas a gente conocidacon caras de la pura verdad. Ah, pero si all llegaba tam-bin su discpulo Hernn Landa! Coo, pero qu descaro, siaquella vez estuve a punto de pegarle!

    Landa provena de familias ntimamente relacionadascon la corte del emperador Maximilano, y sus nexos con al-gunas poderosas organizaciones religiosas no eran ningn

    secreto. Desde estudiante se incorpor a la secta de los Ca-rismticos del Espritu Santo y se deca que, en una ocasin,pronunci un discurso completo en snscrito antiguo, sin quenunca antes hubiera conocido esa lengua fsil. Luego se alia los Veneradores de la Ostia Sangrantey hasta particip en la de-mostracin cientca de la presencia de tejidos humanos vivosen el seno del misterioso pan; despus, ya mdico, durante un

    viaje que hizo a Culiacn, alguien lo invit a una organizacininternacional que tena la difcil tarea de hacer ms humana

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    sores de la llamada mafa blanca. Su agudo instinto poltico leayudaba a tomar rumbo en aquella situacin que le vena a pe-dir de boca. Siempre haba encontrado la forma de hermanar

    en este mundo terrenal sus muy personales y santos sueoscon los objetivos que formalmente proclamaba su organiza-cin. Estaba plenamente convencido de que hasta ese da nohaban sido valoradas su extraordinaria sabidura, su inteligen-cia, sus cualidades de jefe. Senta un desprecio profundo porsus colegas y por los infelices que tenan que especializarsea su lado. Ni qu decir del asco que le produca el slo pen-

    sar en esa masa informe de mdicos de clnicas y hospitales,hombres sin nombre, carne de Olivetti, que segn su exacta entima opinin, deberan ser destinados de por vida a sacar lasagobiantes y crecientes cargas de trabajo. Cada gesto, cada al-tivo ademn, reejaba inequvocamente su eglatra intimidadpsiquitrica. Su sonrisa irnica, su saludo tan leve que, cuandolo brindaba, pasaba inadvertido, era su tarjeta de presentacin

    en las salas del hospital. Hernn Landa, en el fondo, en el ce-nagoso fondo de su alma, odiaba a sus semejantes, pero sabavalerse de ellos sin ningn pudor en su lucha por el poder.Zarco escudriaba desde su asiento a su ex alumno y recor-daba su pasado.

    Aquella otra vez, Landa se aboton el chaleco con lamano izquierda y, con la derecha, acarici la taza vaca de caf,

    antes de empezar a hablar:Perdn, seores, lo que ustedes no quieren aceptar

    comenz diciendo con voz engolada es que todos tene-mos nuestro precio y los que estn agitando a los mdicosno pueden ser ninguna excepcin. Si el Presidente de la Re-pblica hubiera sido ms gil y, en vez de haberles recibidotres veces, hubiera disparado su artillera obregonista, otra

    sera la situacin. Est ocurriendo lo que tena que ocurrir,despus de los primeros brotes de sarampin la cosa se

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    va apagando y cayendo por su propio peso. Miren ustedes,el da diez de julio fui a arreglar un asunto a la casona deSanto Domingo y, de pronto, me encontr en una de sus

    aulas, en donde estaba reunido el Consejo de la Alianza deMdicos, creo que as le dicen a eso que organizaron uste-des arm Landa, dirigindose a los jvenes mdicos allpresentes, y continu. Qu creen que vieron mis ojos?... Eldoctor Zendejas, uno de los cabecillas de la huelga, hizo ahuna perreta, present su renuncia al mentado Consejo y sefue sin decir adis. S, seores, todos estn buscando salir de

    esto lo antes posible. Tampoco las masas mdicas quierenor ms de paro, slo hay agitacin en dos o tres hospitales,lo dems est en calma. Desde luego nadie espera que donRafael Zarco deponga su actitud. Yo francamente no le ten-go respeto a gente que engatusa a los jvenes mdicos paranes meramente personales. Seguro que el maestro Zarcoquiere ser ministro o diputado. Seores mos, yo les exhorto

    a reconsiderar sus actos, no olvidemos jams el amor porel enfermo, que yace abandonado ahora. Esto es, sin duda,amor a Dios Todopoderoso. Quiero decirles a ustedes, ennombre de prcticamente todas las sociedades mdicas queme han honrado con su representacin, que condenan sinexcepcin a los agitadores irresponsables y exigen que la pazvuelva a nuestros hospitales. Perdn, seores, no quiero dejar

    de expresar ahora mi agradecimiento al seor Presidente dela Repblica por el aumento de sueldos que nos concedi.

    Al terminar de hablar, Hernn Landa cosech algunassonrisas burlonas y ms de un hiriente comentario, pero todosguardaron la compostura en espera de su turno.

    S, as fue precisamente en la reunin de septiembre,se dijo para s Rafael Zarco.

    y volvi el verbo clido de Iz

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    Sus discpulos fueron, con el atardecer de su vida, una lista inter-minable, discpulos que lo respetaban y lo queran

    Bueno, bueno, no hay que exagerar, no hay que exage-rar pens de nuevo Rafael Zarco, la verdad es que hubotambin uno que otro que por menos de treinta monedas meescupi la cara. En seguida, aquellas caras que estaba recono-ciendo en el Aula Magna le llevaron inevitablemente de nuevacuenta al mbito folclrico del Caf Tacuba, donde volvi aencontrar al grupo que se haba fundido en un magma in-

    candescente, dentro del cual cada quien trataba de imponersu verdad. En esos momentos ninguno de los all reunidoshubiera podido abandonar la mesa de discusiones. Obsesio-nados, temblorosos, congestionados, delirantes todos pa-decan con fruicin la catarsis suprema de los polticos. Asestaban las cosas cuando termin de hablar el doctor Landa.Luego tom la palabra el residente Raya que entonces parecatener la razn

    El residente Raya tendra entonces, calculaba Zarco, unosveintiocho aos de edad aproximadamente. No era muy joven,por cierto, para ese nivel acadmico, pero denitivamente nose trataba de un residente cualquiera: desde su adolescenciahaba militado en las las de la Juventud Comunista y, un seisde julio de los cincuentas, particip en una manifestacin quese llev a cabo en la ciudad de Mxico, de la que sali escoltadopor un pelotn de granaderos, hasta Lecumberri, donde pasvarios aos. Raya suspendi en dos ocasiones sus estudios enla universidad para dedicarse por entero a las tareas polticas;era un verdadero hijo del partido, del cual haba heredado lobueno y lo malo de su personalidad. En su total entrega a lacausa, haba perdido, sin darse cuenta, las facultades de pensary sentir por s mismo. Tena inteligencia y emociones, peropertenecan ntegramente al todo que signicaba el partido

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    de ese tiempo. Raya lleg a ser, con el correr de los aos, unode los duros de su organizacin, pese a su juventud. Tena,sin embargo, su enfermedad secreta, una de las dolencias ms

    comunes entre los jvenes militantes de la izquierda: aquellacuriosa enfermedad que hace ver en los pequeos avances, yan en las derrotas, picas victorias que ponan al alcance dela mano, en el momento en que se quisiera, el mismo triunfode la revolucin. Padeca de entusiasmo estudiantil crnico.Quiz precisamente por todas estas cualidades era que fungacomo responsable de la fraccin comunista en los tiempos de

    las huelgas mdicas. Erasmo Raya tena, pues, sus peculiarida-des, aunque tambin cosas un poco ms mundanas.

    En el hospital, hasta que estall el primer paro en no-viembre de 1964, Raya haca la vida habitual de los jvenesmdicos. Se la pasaba en aquellas fatdicas guardias que, a de-cir verdad, no le fatigaban: treintaiocho horas de trabajo con-tinuo por ocho de descanso. Dedicaba el da entero a revisar

    cuidadosamente a los enfermos, a preparar sus informes aldepartamento de enseanza y a buscar las ms raras e inti-les notas bibliogrcas. Padeca con severidad, ay!, tambin,el sndrome de los jvenes recin llegados al hospital, aquelcuadro proteiforme que se expresa inicialmente por timidezexcesiva, credulidad y obediencia ciega ante los maestros, in-cluso frente a los residentes viejos; unas cuantas semanas

    despus, cuando el novato pasa algunas tardes, entre sesteo ysesteo, revisando literatura en idiomas extraos, todo cambiaen su interior: la humildad inicial se agota y, abruptamente,sus maestros y compaeros se convierten en autnticos lilipu-tenses. La fase terminal del sndrome, ya casi para los das dela graduacin, se caracteriza por la mansa aceptacin de la ru-tina. Entre los factores etiolgicos del sndrome est presente,

    en el fondo, una concepcin absolutamente acrtica frente ala medicina, tan lejana de aquel drstico enjuiciamiento que

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    hiciera el doctor Andrei Emovich Raguin en cierto relato deAnton Chejov: Existe la antisepsia, Koch, Pasteur, pero enrealidad no ha cambiado nada. La morbidez y la mortalidad

    continan siendo las mismas. Ejerzo una profesin nocivano soy honrado!

    Ah qu pinche Raya este!, se deca Zarco una y otravez al mirarlo en silencio. Recordaba ahora, mientras seguansonando las palabras de I...z, la intervencin del residente enaquella reunin de sus recuerdos.

    Compaeros empez Raya con voz temblorosa por la

    emocin, para volver a callar inmediatamente, como si no ati-nase a encontrar la frase para iniciar su discurso, la negativade las autoridades para conceder a los mdicos tres meses deaguinaldo fue la chispa que inici el incendio y que nos lleva declarar el paro. Luego vino la ciega represin del directordel Hospital 20 de Noviembre, que ces a los doscientosseis mdicos huelguistas Hagamos memoria, compaeros,

    un mdico residente ganaba cuatrocientos pesos mensuales yel sueldo mximo para un especialista era de mil quinientoshizo luego otra pausa para revisar sus notas y continu.S, compaeros, los amplios y lujosos centros mdicos seconstruyen en gran parte con el dinero que debamos perci-bir como salarios, y el mdico est cansado de este absurdoapostolado luego prosigui, saltando bruscamente a otro

    punto. El proceso de las huelgas ha demostrado la incapaci-dad de los lderes charros para conducir este movimiento.Ellos mismos, por su propia decisin, se han colocado frentea los intereses de los mdicos. Nada tenemos que hacer den-tro de los sindicatos blancos! Debemos formar un SindicatoNacional de Trabajadores de la Medicina, como se planteen la gran manifestacin mdica del veinticinco de mayo de

    1965. Seamos libres e independientes, compaeros!

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    las medias sonrisas y los insensatos gestos de Juan Luis, todoel mundo se daba cuenta que estaban en otra cosa muy dife-rente al tema de la reunin. De esta manera, cuando le lleg su

    turno para intervenir, qued sorprendido un instante, aunquerpidamente se repuso y busc en su cuadernillo de notas unguin que previamente haba preparado.

    Bueno, compaeros dijo al n, todava un poco turba-do, yo represento al comit estudiantil de la Facultad de Me-dicina. Como ustedes estn enterados, desde el da veinticua-tro de agosto, los estudiantes de medicina de la Universidad y

    del Instituto Politcnico estamos en huelga de solidaridad conel movimiento mdico. Ayer por la noche, nuestras guardiasen la Ciudad Universitaria fueron atacadas por un grupo deporros. Hoy, la Asamblea Permanente Estudiantil envi comi-siones a las escuelas de medicina de provincia para pedir apo-yo, y nuestras brigadas nocturnas estn cubriendo las bardascon pintas a favor de la huelga.

    En esa poca la organizacin poltica de Juan Luis con-taba con poca fuerza entre la juventud universitaria, pero lospequeos grupos integrados en clubes tenan una gran activi-dad. Se trataba de jvenes en su mayora convencidos de suspropsitos, que actuaban con gran decisin. Su trabajo con-sista en pintarrajear las bardas de Ciudad Universitaria conlas consignas del partido, editar octavillas y, de vez en cuando,

    participar en las elecciones de la sociedad de alumnos.Al principio de los sesentas se iniciaba el ascenso de una

    gran inconformidad de la pequea burguesa urbana y sta sereejaba en la juventud estudiantil. Los destacamentos obre-ros ms combativos haban sido violenta e implacablementereprimidos desde el ao de 1959; las crceles estaban colma-das de ferrocarrileros, telegrastas, maestros de primaria y

    otros trabajadores, de manera que, por ese lado, las presionessociales haban sido contenidas transitoriamente; pero la cri-

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    sis econmica golpeaba el estmago de las clases medias queenfrentaban una poltica inexible de los monopolios. Losmdicos que haban pagado por aos gran parte del costo del

    penoso trnsito de la medicina liberal a la medicina socializa-da, se haban cansado ya. La gran masa estudiantil, integradaa estas fechas por cientos de miles de jvenes, concentradosen universidades e institutos, se agitaba por estmulos que par-tan de su base social. El inmenso mar borrascoso se mova,asimismo, merced a fuertes corrientes internas, y se tornabaamenazador.

    Juan Luis, indudablemente, tambin de los primeros, sehallaba en la cresta de aquella naciente y explosiva ola que re-ventara unos cuantos aos despus, estaba inmerso en aquelviolento acontecer de das y noches sin descanso, en las guar-dias de la huelga, en los mtines y manifestaciones inacaba-bles. Su clase madre haba abandonado momentneamente ladolce vitay, quin lo dudaba?, se lanzaba al combate con gran

    decisin. Juan Luis, estudiante de medicina, hijo de mdicos,senta con pasin todo lo que estaba ocurriendo a partir delveintiocho de noviembre de 1964. Pero, aunque gran partede sus energas las dedicaba al trabajo de agitacin en apoyode las huelgas mdicas, dentro de l, sin embargo, estaba na-ciendo otro individuo diferente que se insinuaba trpido, consuma lentitud. Suceda que, por das y semanas enteras, el jo-

    ven Juan Luis se senta posedo por la acidia y el ms absolutoembotamiento del pensar y del sentir. Durante das y nochesera presa de inexplicable agitacin, y en los Walpurgisjuvenilesen los que entonces participaba, el interior y el exterior delestudiante cambiaban radicalmente: vesta con placer el tra-je de stiro y tocaba la auta de siete caas! No caba duda,sufra una aguda crisis existencial en la que la desesperacin

    interior lo empaaba todo, incluso los ideales que en otrosmomentos de su existencia senta amar profundamente. La

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    sociedad con la que haba credo romper no tena para cuandoterminar y el socialismo que l haba conocido en repetidosviajes al extranjero, costeados por el partido, lo haba llegado a

    desencantar. No lo comprenda, su alma liberal rechazaba esepenoso trnsito al comunismo. Cuando racionalmente descu-bri, all en la escuela de cuadros de Mosc, que no habaotro camino para construir una nueva sociedad, el pequeo ysensible doble se estremeci en sus entraas y, al n, se rebelirreconciliablemente. De dnde y cmo haba llegado hastasu ms recndita intimidad aquella diablica inuencia? Nadie

    lo poda adivinar, pero s era claro que la literatura del tedio yla desazn, de la decadencia y, en denitiva, del miedo, haba,cuando menos, disparado su genotipo social. Estaba confun-dido: haba roto con la propiedad privada de los dems, conla moral cristiana, con la universidad liberal, con la familia tra-dicional, con el matrimonio, en n, con casi todo el sistemasocial occidental, contra el que senta un rechazo abstracto y

    global, al mismo tiempo que negaba el socialismo realmenteexistente. Juan Luis, ese otro Juan Luis, el que traa oculto ensu mochila, era, en suma, una especie sosticada de un blousonnoirfrancs; unpasotasespaol; un hippienorteamericano o unhooliganpolaco. Un naranjo mecnico politizado y vergon-zante. Pero ese otro Juan Luis, a principios de los sesentas,an no se exteriorizaba sucientemente. En esa turbulenta

    poca an se le tena como a un buen joven comunista. Laduplicacin de su personalidad tena, necesariamente, una ex-plicacin: quiz las causas haba que buscarlas dentro y fuerade esta masa inmensa y cambiante de jvenes estudiantes que,de ms de una manera, experimentaban con mxima agudezala crisis de la sociedad moderna y buscaban vaciar en la nadael aburrimiento cotidiano de una clase social sin porvenir. Po-

    siblemente faltaba la presencia de una juventud obrera y deun partido poltico de clase ms fuerte y capaz de ayudarlo a

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    tomar un camino diferente era posible cavilaba Zarco,preocupado.

    El comit de lucha de la Facultad de Medicina est en

    su puesto de combate prosigui Juan Luis, levantando eltono de su voz, preparado a dar justa respuesta a quienesnos amenazan con ms y ms represin Los estudiantesbrindaremos todo nuestro apoyo a los mdicos, hasta la victo-ria del movimiento!

    La intervencin de Juan Luis era cada vez ms encendi-da. Cuando hablaba, ambas manos giraban locamente delante

    de l, como si fuesen secciones independientes de su cuerpo,como las aspas de un molino de viento, mientras que despa-rramaba la mirada hacia un horizonte invisible. Slo en oca-siones, mecnicamente, por costumbre, echaba una ojeada asu cuadernillo de notas.

    El estudiantado, la intelectualidad, han pasado a ocuparel puesto de vanguardia en el movimiento revolucionario

    dijo, creyendo de jo que haba llegado al punto ms originaly novedoso de su intervencin.

    S, Marx y Lenin armaban que slo la clase obrera eracapaz de desempear esta funcin, pero la vida ha demostra-do que son aqullos los que tienen ms potencialidad revolu-cionaria. Ellos han adquirido no slo mayor cultura generaly poltica que los dems, sino tambin disciplina y organiza-

    cin; en cambio los obreros han sufrido un aburguesamientomasivo, un deterioro poltico irreversible y, por lo tanto, handejado de ser lo que fueron a principios del siglo.

    Zarco tuvo la impresin que Juan Luis detuvo la inter-vencin en espera de algo, pero nadie hizo nada por aplaudir-le. De plano se haba hundido (Zarco) en lo ms profundo desus recuerdos.

    Amigos continuaba Juan Luis, sin desmayar, hayhospitales en los cuales los mdicos estn actuando como es-

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    quiroles; montan guardias especiales, ngen entregar sus che-ques al movimiento, pero despus se embolsan el precio de sutraicin, qu dicen de esto, seores? Quiero terminar llaman-

    do a todos ustedes a cerrar las y a continuar la lucha hastaque se reconozca la Alianza de Mdicos Mexicanos como lanica organizacin representativa de los mdicos. Nosotroslos estudiantes apoyamos la huelga.

    All, en una esquina de la mesa, en uno de los rinconesdel saln, semioculto tras las espaldas de Snchez Meja, pa-saba inadvertido el doctor Ezequiel Contreras, alias El cuije,

    como le apodaron desde los tiempos de la Facultad de Me-dicina. Tena dos dientes superiores postizos, con montadurade oro, como se acostumbraba en las rancheras de Chiapashace aos. Escriba con una velocidad impresionante en suordenado cuadernillo de papel rayado, y en sus notas se reco-gan incluso algunos comentarios que se hacan en voz baja yse sealaba el tiempo preciso de cada intervencin. Tena la

    cualidad de no hacerse aparente, pero cumpla elmente y contoda oportunidad las tareas que le encomendaba el movi-miento, por lo que haba ganado prestigio entre los dirigen-tes de la huelga. Frecuentemente haca gala de valor personal,y en varias ocasiones haba participado en refriegas calleje-ras contra los pelotones de barrenderos del municipio. Habaalgo, sin embargo, que desconcertaba a Zarco y a otros miem-

    bros del grupo dirigente: aunque El cuijehablaba lo menosposible en las reuniones, cuando votaba expresaba actitudesinexplicablemente contradictorias; alguna vez lleg a propo-ner, incluso, la toma y cierre violentos de los hospitales. Nadieen realidad saba de dnde haba salido Ezequiel Contreras,pero desde haca aos trabajaba en un sanatorio privado deLas Lomas. Rafael Zarco tena el ntimo convencimiento de

    queEl cuijealgo esconda. Y, en efecto, despus se supo que almismo tiempo que se haca presente en todas las asambleas,

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    sostena misteriosos encuentros en un caf de chinos, cercanoal cine Mxico, con un sujeto que usaba sobretodo, sombrerode amplias alas y gafas oscuras. Una tarde, dos o tres horas

    antes de que comenzara la reunin plenaria de la Alianza, enel Aula Magna del Centro Mdico Nacional, alguien vio queContreras se introdujo furtivamente al solitario saln y, yadentro, estando todo a oscuras, sacaba de su maleta extraosartefactos que hbilmente jaba debajo de las mesas y, aqu yall, en las butacas de la amplia sala. En n, se decan algunascosas de Contreras, pero tan difciles de comprobar y relacio-

    nar entre s, que para Zarco y sus amigos era imposible en esemomento hacer el diagnstico denitivo de la verdadera lia-cin poltica de aquel raro personaje. Esta noche se esperaba,como era habitual, que Contreras no pronunciara palabra enla reunin, de manera que cuando Guillermo Fras lo invit aintervenir y accedi, caus cierta sorpresa:

    Quiero slo hacer una breve advertencia para que es-

    temos alerta dijo con aire misterioso, mirando hacia uno yotro lado. Se rumora por all sobre un asunto desagradableque nadie me ha podido precisar exactamente en qu consiste,relacionado con cierta cantidad de dinero entregada, dizquea alguno de los ms importantes dirigentes de la huelga. Mstodava, se habla de un premio de la lotera, de un milln depesos, que alguno de ustedes gan recientemente Se tra-

    ta, casi seguro, de una intriga de nuestros enemigos, pero quees necesario esclarecer Eso es todo, ingeniero Fras, gracias.

    Que diga nombres!, que diga nombres! se escuchla voz airada del residente Raya.

    S, di nombres, Cuije! agregaron en coro otros con-currentes.

    Bernardo Zepeda mascull desde su silla: hum!, hum!

    y guard silencio.

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    Seores, seores, por favor, cada quien podr hablar asu turno apunt, nervioso, el ingeniero Fras. Por favor,por favor, silencio silencio, se los suplico!

    Los discpulos slo aman a quienes saben entregarse a ellos congenerosidad y con limpieza; a quienes sienten de verdad queen ellos se prolonga lo mejor de s mismos y se entregan sinregateos del alma; a quien encarna, da con da, el smbolo de laparbola que dice: un sembrador sali a sembrar.

    El brillante romanticismo de Iz, vaciado en las bien

    logradas frases ledas una tras otra, no logr retener a Ra-fael Zarco en el gran saln del Instituto de Cardiologa. Laplida sonoma del Cuije, all, frente a l, le hizo rememorarque, apenas unos quince das despus de la reunin del CafTacuba, un grupo de individuos de caras torvas y expresinsiniestra, ataviados con batas blancas, que no lograban abarcarsus enormes barrigas, entraron al Hospital Jurez buscando al

    residente Raya, quien se encontraba escondido en el gabinetede rayos X. Se deca que Raya escuch un leve toquido enla puerta del cuarto oscuro y que alguien le susurr al otrolado: hey!, Raya, Raya, abre!, soy El cuije, nadie vieneconmigo. Pocos minutos despus Raya fue sacado en viloe introducido en un carro sin placas que parti con rumbodesconocido.

    Rafael Zarco no pudo evitarlo, volvi al Caf Tacubacuando Fras cedi la palabra a Laurita, su alumna en la cl-nica del aparato respiratorio, que mova la cabeza en sentidonegativo para rechazarla.

    Laurita se incorpor al movimiento mdico casi desdesus inicios, al calor de los acontecimientos. Era nieta de unviejo obrero ferrocarrilero encarcelado en 1959, y muerto en

    prisin, hinchado hasta reventar, por falta de atencin mdi-ca. En realidad el abuelo haba sido su verdadero padre; con

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    l creci y aprendi a vivir y a morir. Le dej como herenciacualidades personales como la sencillez difana y cristalina,la honestidad a carta cabal y sobre todo un odio interno, in-

    acabable, contra quienes explotan y privan de libertad a otroshombres. Cuando le entregaron el cadver del abuelo en el pe-nal, sinti en lo ms profundo de su alma la necesidad urgentede continuar por el camino que l le ense; as que el da enque se inici la primera huelga mdica, ella no tuvo dudas delo qu tena que hacer, y cuando Juan Luis la invit a ingresara las Juventudes Comunistas, tampoco titube. Laurita amaba

    naturalmente, sin racionalizarlo, todo lo que iba en provechode tantos y tantos hombres y mujeres que, all en las barracasy en los viejos carros de ferrocarril, sobrevivan en una duraexistencia, pensando siempre en un porvenir mejor.

    Pero Juan Luis no se limit a conquistar polticamen-te a Laurita, quera todo e inici su asedio sistemtico yabierto, de tal suerte que una vez que ambos se quedaron a

    hacer guardia en el hospital, ya avanzada la noche, Juan Luis leofreci acompaarla al dormitorio de los mdicos residentes;yendo los dos solos en el elevador, la cogi del talle y la bessin prembulos. Ella correspondi a la caricia con sus labiosde beb y, cuando llegaron al cuarto, sin ninguna resistencia,tranquilamente, sus ojos vertieron sus primeras lgrimas deplacer De nada valieron los grandes postigos que Samuel

    Nez mand abrir en cada vuelta del hospital. No obstante,despus de aquella noche, aunque Laurita se esforzaba poramar a Juan Luis, en su pecho no naca este sentimiento. Sen-ta admiracin por su fogosidad organizadora, pero amor,amor, lo que se llama amor, sencillamente, no.

    Esa noche en el Caf Tacuba, cuando rehus la palabra,sus ojos inmensos y pensativos cubran un estado afectivo

    profundamente contradictorio. No acertaba a comprenderla conciencia esquizofrnica de l, no entenda qu relacin

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    podan tener los ideales por una sociedad feliz y justa y lascrisis de aburrimiento y asco nihilista que cada vez con mayorfrecuencia tena que sufrir de Juan Luis. Para su joven amante

    todo vala un bledo: los profesores eran estpidos, sus padresunos perversos, el pasado (de los dems) una vergenza; elfuturo de todos, el caos, y el presente: placer, placer y msplacer! Existencialismo puro! Laurita no saba de qu lado es-taba Juan Luis y esto la turbaba sobremanera. En el momentoen que deneg el uso de la palabra haba decidido justamenteno volver a acercarse a l.

    Ya haba llegado casi la media noche, Zarco, entonceslo tena presente, y el grupo no haba dado muestras de can-sancio. La reunin se desarrollaba, como era habitual en estetipo de casos, cuando el ingeniero Fras, despus de consultarsu reloj de pulsera de oro de dieciocho quilates y la hoja quetena sobre la mesa, expres: Doctora Luz, por favor, la es-cuchamos.

    Quiero hablar sin ningn ambaje acerca de todo esteproblema, quiz sea la ltima ocas