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Por eso continuó adelante, hacién- dose cada vez más daño. Noviembre pasó, pero no con él la confusión. Lo que empezó co- mo un paraíso de felicidad, se es- taba convirtiendo en un tormento. Cada día iban a peor. Mario estaba también muy frío y distante. Se es- taba dejando influir por su gran amigo César, que no aguantaba a Cristina. Para César, Cristina era una chica fría, sin escrúpulos y lo único que pretendía era hacer da- ño a Mario. Por esa razón, Mario empezó a fijarse en cualquiera an- tes que en su chica. Esto era sólo el principio. Cristina empezó a sentir el des- precio de su chico, y a ella le iba a tocar vivir la peor parte. Principios de diciembre. Sába- do. Cris y Elena habían quedado con Mario y los otros. Ella no po- día más, notaba que se conducía directamente hacia el vacío. Cris creía que no estaba enamorada de Mario. Sabía que estaba siendo muy dura con él, pero no sabía que los sentimientos de su chico eran idénticos a los suyos. Todo iba a acabar. Porque la adolescencia puede marcar un destino. Todo comenzó una bonita no- che del mes de julio, en un atrac- tivo lugar de España. Ellos eran Mario y Cristina, amigos desde la infancia, compañeros de clase du- rante toda su vida. Mario era un chico espectacular, Cristina le ido- latraba. Su relación hasta entonces era de una grandiosa amistad, pe- ro aquel verano cambió: ya no eran los amigos que salían los fines de semana a quemar la ciudad, no; ahora estaban enamorados y cada vez lo suyo iba a más, se habían su- bido al tren del amor y aún les que- daba mucho trayecto hasta llegar a su destino, el cual no podían ima- ginar ninguno de ellos. Los días y las noches transcu- rrieron rápidamente. La luna se re- flejaba en mar azul; cada noche Mario y Cristina paseaban radian- tes de felicidad y hasta la última estrella era consciente del amor existente entre ellos. Como todo lo bueno, el verano finalizó y tocó regresar a Madrid y continuar vi- viendo la rutina; pero ya no era igual, sus vidas habían cambiado. Pasó septiembre y su amor conti- nuaba hacia adelante, como vele- ro en alta mar, en contra o a favor de la marea, podían con todo y con todos porque estaban juntos, uni- dos. Así vivían ellos. El invierno se acercaba y llegó el frío. Quedaban pocos días para finalizar octubre y Cristina no era la misma, ya no era esa chica jo- vial, alegre, divertida. Se había con- vertido en una chica amargada, muy reservada, e incluso demasia- do precavida. Las cosas no anda- ban del todo bien, y dentro del grupo al que pertenecían los ena- morados, comenzó a notarse. Po- co a poco, los amigos se distancia- 118 CURSO 1999-2000 AMOR FATAL AMOR FATAL SANDRA MORIES ban y con ellos Mario y Cristina. Su llama del amor se apagaba lenta- mente. Por el contrario, las discu- siones se prodigaban. Nadie podía averiguar qué le sucedía a Cris, ni siquiera Elena, su mejor amiga, bueno, para ella algo más que eso. Se miraban y se entendían a la per- fección. Eran cómplices. La distan- cia era más notable y nadie excep- to Cristina, sabía por qué. Notaba que no era la misma, ya no era la princesa de ese cuento en el que había vivido durante unos bellos meses. Una tarde lluviosa. Viernes. En la calle hacía frío, pero Cristina ne- cesitaba hablar con sus amigas, Ele- na y... bueno da igual el nombre: una chica responsable, según ella, pero no según los demás. Cristina les confió los altibajos existentes en su corazón respecto a Mario, pe- ro todos estaban muy confusos con esa relación y a su amiga no la to- maron en serio. Cris cada vez sabía más claramente que aquello tenía que terminar, pero veía a Mario y decía para su interior: “Dios mío, no puedo hacerle eso; si sufre por mi culpa jamás me lo perdonaré”.

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Por eso continuó adelante, hacién-dose cada vez más daño.

Noviembre pasó, pero no con élla confusión. Lo que empezó co-mo un paraíso de felicidad, se es-taba convirtiendo en un tormento.Cada día iban a peor. Mario estabatambién muy frío y distante. Se es-taba dejando influir por su granamigo César, que no aguantaba aCristina. Para César, Cristina erauna chica fría, sin escrúpulos y loúnico que pretendía era hacer da-ño a Mario. Por esa razón, Marioempezó a fijarse en cualquiera an-tes que en su chica. Esto era sóloel principio.

Cristina empezó a sentir el des-precio de su chico, y a ella le iba atocar vivir la peor parte.

Principios de diciembre. Sába-do. Cris y Elena habían quedadocon Mario y los otros. Ella no po-día más, notaba que se conducíadirectamente hacia el vacío. Criscreía que no estaba enamorada deMario. Sabía que estaba siendomuy dura con él, pero no sabía quelos sentimientos de su chico eranidénticos a los suyos. Todo iba aacabar.

Porque la adolescenciapuede marcar un destino.

Todo comenzó una bonita no-che del mes de julio, en un atrac-tivo lugar de España. Ellos eranMario y Cristina, amigos desde lainfancia, compañeros de clase du-rante toda su vida. Mario era unchico espectacular, Cristina le ido-latraba. Su relación hasta entoncesera de una grandiosa amistad, pe-ro aquel verano cambió: ya no eranlos amigos que salían los fines desemana a quemar la ciudad, no;ahora estaban enamorados y cadavez lo suyo iba a más, se habían su-bido al tren del amor y aún les que-daba mucho trayecto hasta llegara su destino, el cual no podían ima-ginar ninguno de ellos.

Los días y las noches transcu-rrieron rápidamente. La luna se re-flejaba en mar azul; cada nocheMario y Cristina paseaban radian-tes de felicidad y hasta la últimaestrella era consciente del amorexistente entre ellos. Como todolo bueno, el verano finalizó y tocóregresar a Madrid y continuar vi-viendo la rutina; pero ya no eraigual, sus vidas habían cambiado.Pasó septiembre y su amor conti-nuaba hacia adelante, como vele-ro en alta mar, en contra o a favorde la marea, podían con todo y contodos porque estaban juntos, uni-dos. Así vivían ellos.

El invierno se acercaba y llegóel frío. Quedaban pocos días parafinalizar octubre y Cristina no erala misma, ya no era esa chica jo-vial, alegre, divertida. Se había con-vertido en una chica amargada,muy reservada, e incluso demasia-do precavida. Las cosas no anda-ban del todo bien, y dentro delgrupo al que pertenecían los ena-morados, comenzó a notarse. Po-co a poco, los amigos se distancia-

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CURSO 1999-2000

AMOR FATALAMOR FATALS A N D R A M O R I E S

ban y con ellos Mario y Cristina. Sullama del amor se apagaba lenta-mente. Por el contrario, las discu-siones se prodigaban. Nadie podíaaveriguar qué le sucedía a Cris, nisiquiera Elena, su mejor amiga,bueno, para ella algo más que eso.Se miraban y se entendían a la per-fección. Eran cómplices. La distan-cia era más notable y nadie excep-to Cristina, sabía por qué. Notabaque no era la misma, ya no era laprincesa de ese cuento en el quehabía vivido durante unos bellosmeses.

Una tarde lluviosa. Viernes. Enla calle hacía frío, pero Cristina ne-cesitaba hablar con sus amigas, Ele-na y... bueno da igual el nombre:una chica responsable, según ella,pero no según los demás. Cristinales confió los altibajos existentesen su corazón respecto a Mario, pe-ro todos estaban muy confusos conesa relación y a su amiga no la to-maron en serio. Cris cada vez sabíamás claramente que aquello teníaque terminar, pero veía a Mario ydecía para su interior: “Dios mío,no puedo hacerle eso; si sufre pormi culpa jamás me lo perdonaré”.

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La tarde oscurecía y llegó el mo-mento de mirarse a los ojos y rom-per su relación amorosa; aunqueprocuraron no rozar la amistosa,fue imposible no pisotearla.

No resultó tan difícil. Cris refle-xionó: “ahora todo marchará me-jor”. Ese día quedaría grabado enella, le marcaría un terrorífico des-tino.

Pasaron las Navidades y Cris sedio cuenta de que se había equivo-cado con Mario. Ahora notaba suausencia. Se encontraba descon-certada. Mario era su vida y ella ha-bía acabado con todo. Venían losmomentos difíciles y los demás lehabían fallado, excepto Elena, sufiel amiga. Elena veía a su amigacaer en picado y no podía evitarlo.Mario, igual que el resto del gru-po, no apareció, no cumplió con lapromesa de ser su amigo parasiempre.

La anorexia se apoderó de Cris-tina. Día a día se destruía más. Es-

taba aferrada a Mario y ahora, sinél, todo daba igual. Poco a pocoiba languideciendo. Quería estarsola con sus buenos recuerdos, lascartas de amor,... Se odiaba. habíamatado su amor por Mario.

Cristina tuvo que ser ingresada,estaba ya muy mal, no se podía ha-cer nada por ella. Su médico habíacomunicado que en cualquier mo-mento ¡podía morir! No hablaba,no lloraba, no reía, parecía tan dis-tante de la realidad... En su cara yase reflejaba la angustia, parecía unamuñequita de cristal, tan frágil, tanhermosa. Cristina se iba, moriríade amor y de sufrimiento a la vez.Elena lloraba desconsolada, se sen-tía morir ella también. Miró a su al-rededor y vio llorar a todos. nadiepodía controlarse ante esta situa-ción, resultaba imposible. Tan só-lo tenía diecisiete años, era una ni-ña, y por culpa de un amor deadolescentes se despedía de la vi-da. Ya no iba a hacer realidad sus

sueños, sus ilusiones. Su vida seacababa.

Elena levantó la cabeza y gritóa pleno pulmón: “¡Maldito seas,Mario! ¡Tú has matado a mi ami-ga!”

La puerta de la habitación seabrió y allí estaba Mario. Al oír suvoz, Cristina volvió a la realidad.Le miró, sonrió y le cambió la ca-ra. Pero Mario no estaba sólo, conél había otra chica; Cris al verlarompió a llorar. Después, con todalucidez, cerró los ojos y dijo a me-dia voz, casi susurrando: “No ospreocupéis, no tengo miedo a mo-rir, sé que estaré bien. No lloréisasí, mi cuerpo se va pero mi almasiempre estará con vosotros. Osquiero mucho. Adiós. Tengo que ir-me, me reclaman allí arriba. Osquiero.”

Cristina se fue para siempre. Sutrayecto finalizó, llegó a su desti-no, la muerte. Ya no sufriría más.

FIN. ❑

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ba acostado en su cama viendocómo el techo le daba vueltas.Eran las cinco de la mañana y Mi-guel no conseguía dormirse. Yallevaba tres horas acostado enro-llándose y desenrollándose en lassábanas buscando la postura ade-cuada para que cesaran de mover-se alrededor de él de una vez portodas los muebles y demás cosi-llas que formaban su particular ha-bitación.

Sudor frío, aceleración cardía-ca. Miguel llevaba toda la nochesufriendo en su joven pero desqui-ciado cuerpo los efectos de lasmezclas de todo tipo de drogasque había consumido la tarde an-terior y parte de una noche que es-taba siendo bastante fatídica.

A las siete por fin dejó de tocarla orquesta en el interior de la ca-beza de Miguel y consiguió dor-mirse. Durmió como un angelito,como un angelito que a sus dieci-séis años era conocedor de lo másprofundo del infierno.

Era viernes y Miguel salió deltrabajo con la intención de juntar-se con los colegas. Entre ellos larelación de confianza carecía desentido, su amistad se basaba enun conjunto de intereses individua-les que se encontraban por el efec-to de las drogas y el alcohol.

Miguel se dirigió a un piso don-de paraba con sus amigos para em-pezar el tan ansiado fin de sema-na. Como solía, no pasó por sucasa; allí, según él, nadie le echa-ba de menos, por lo que preferíaahorrarse el viaje.

–Riiiiing.–¿Quién es?–Soy yo, el Miguel.–Pasa, que tenemos una sorpre-

sa.La sorpresa no era tal, Miguel

conocía perfectamente de qué setrataba, pero a pesar de ello man-

¿Ymañana qué? ¿Qué ha-go? ¿A dónde voy? Es sá-bado y podría convencer

a éstos para que fuéramos a Fuen-labrada a ver si vemos al subnor-mal que está liado con mi chicay le asustamos un poquito... ¿Ycuánto vamos a pillar? Podíamospillar algo más, porque el finde pa-sado se nos quedó algo corto, ycuando estás más puesto y con

más ganas de fiesta te has queda-do sin nada y eso no mola ni un ca-cho. A ver si pillamos a otro por-que este tío nos pasa mierdademasiado cortada y yo paso demeterme más polvos de talco, a sa-ber lo que le echa el tío ese... te-nemos derecho a colocarnos connivel, ¿que no?

Miguel no paraba de pensar enqué hacer mañana mientras esta-

¿Y MAÑANA QUÉ?¿Y MAÑANA QUÉ?F R A N C I S C O G I M E N E Z

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tenía una ilusión y una ansiedadpor encontrarse con ella típica deun niño que espera su regalo decumpleaños. Este regalo era blan-co y estaba dentro de una bolsi-ta hermética. Sólo le faltaba el la-cito. Se pasó toda la tardejugando con su regalo y con otrosjuegos demasiado peligrosos, enlos cuales se sabía cómo se em-pezaba, pero nunca cómo se aca-baba.

Era ya de noche y Miguel y susamigos abandonaron el piso. Salie-ron con la actitud de un depreda-dor. Si en el piso entraron perso-nas más o menos racionales, de allísalieron monstruos indescriptiblesdispuestos a arrasar todo lo queencontrasen.

Tras unas horas bastante agita-das, Miguel y sus amigos se sepa-raron para irse a sus casas. Deja-ron atrás peleas, drogas y otrasmuchas barbaridades que parecementira que se pudieran hacer entan poco tiempo.

Camino de casa, Miguel presen-taba un aspecto bastante lamenta-

ble; con un clines en la mano, noparaba de limpiarse la sangre quemanaba de su nariz. Sólo la inerciale hizo ser capaz de tomar la direc-ción adecuada hacia casa. No pa-raba de reír. Reía con una risa ma-lévola, casi hiriente.

–¡Ja, ja, ja...! ¡Ja, ja! Voy a fliparcuando me dé el bajón. Y el notasese que tanto parecía, ¿eh?... ¡Ja,ja, ja!

A Miguel le hacía gracia todo loque había hecho aquella noche. Derepente dejó de reír, como si unaflecha de sentido común se hubie-ra clavado en su desordenado ce-rebro. Empezó a pensar en sus pa-dres y en su familia.

–¡Joder! Me estoy pasando... Pa-pá me dijo que llegara pronto, quemadre se preocupaba mucho...

Miguel tenía dos hermanos ma-yores que habían tenido un pasa-do bastante revuelto, por lo quesu madre se quedaba muy inquie-ta cuando uno de sus hijos salía,sobre todo su Miguelín, al que noera capaz de ver haciéndose unhombre.

La reflexión de Miguel acabó rá-pida y volvió su risa. Y así llegó asu casa. Abrió la puerta, vio la luzdel dormitorio encendida y perci-bió un olor extraño que lo envol-vía todo.

Entró en el dormitorio y seencontró a su padre muerto enla cama. Un infarto se llevó elúnico ápice de orden que queda-ba en ese corazón. La madre, en-vuelta en un río de lágrimas, noera capaz de decir nada a Mi-guel; no era el momento deecharle una reprimenda a su Mi-guelín. Sus hermanos, más cons-cientes de la realidad en la queestaba metido Miguel, mirabana éste como el culpable de lamuerte.

Al encontrarse con este pano-rama, se quedó un momento en unlapso mental, siempre con la son-risa en la boca. En ningún momen-to sintió pena.

Al poco tiempo se fue a su ha-bitación, se acostó y empezó a pre-guntarse... ¿y mañana qué? ❑

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“I WILL SURVIVE”“I WILL SURVIVE”

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CURSO 2000-2001

convertirme en un animal gigantescoque no tuviera que convivir con loshumanos.

Así fue como en mi siguiente vi-da acabé siendo una ballena. Era gi-gante y me sentía muy libre y segu-ro nadando en el mar. Ningún animalse atrevía a meterse conmigo, por-que todos eran más pequeños queyo. Estaba convencido de estar a sal-vo y de que hasta allí no podrían lle-gar los humanos.

Pero un día vi llegar a unos hom-bres en una máquina que les servíacomo transporte y les permitía irpor el mar.Por más quenadé no pudeescaparme y,mientras sentía sus fríos arponesclavarse en mi dura piel, miré a unhumano a los ojos. El me miró im-pasible, incluso contento por su ha-zaña, y me convenció de que los hu-manos eran los seres más poderosose inteligentes, ya que conseguíandoblegar a todos los demás seres vi-vos. Lo tenía claro: deseaba ser unhumano.

Pero me equivoqué. Ahora, en miactual vida, soy un humano y estoyconvencido de que no son nada in-teligentes. Ellos no sólo se muestranimpasibles ante el sufrimiento deotros seres vivos, sino que lo hacentambién ante el de los de su mismaespecie.

Y aquí estoy yo. Soy un humanonormal y corriente y sufro. Cuando loshumanos se ponen tristes, se les for-ma un extraño nudo en la gargantaque les ahoga y de sus ojos comienzaa salir un líquido muy raro al que lla-man lágrimas. Ya he experimentadodemasiadas veces esa sensación. Es-toy cansado.

Quién sabe, tal vez erré en mi de-seo; debí desear ser un humano desal-mado y cruel, como los que yo habíaconocido. Pero ahora estoy totalmen-te seguro de lo que quiero: la próxi-ma vez que me muera, quiero quedar-me muerto. ❒

Aunque la gente no lo crea, yo yahe vivido un montón de vidas yrecuerdo algunas de ellas.

En mi primera vida—que yo recuerde—,era un pájaro precioso.Volaba por el cielo yera muy feliz viendo ala gente caminar de unlado a otro; incluso me reía duranteun largo rato cuando veía a algún des-pistado tropezarse y caerse.

Pero un día la gente dejó de cami-nar. Empezaron a utilizar esas cosasque llamaban coches para moverse deun lado a otro. Y odiaba esos trastosque no dejaban de soltar un humomuy negro que subía y subía. Tanto su-bió, que llegó hasta donde yo estaba.Ese humo, que los humanos llamaban“polución”, debía ser muy malo, por-que tanto yo como los demás pájaroscomenzamos a toser cada vez másfuerte y a sentirnos cada vez peor. Mesentía tan mal, que deseé ser algo queestuviera en el suelo, en la tierra, por-que creí que aquel humo no molesta-ba allí abajo.

Así que en mi siguiente vida era unárbol precioso. Me encantaba sentir

el sol al salir por lamañana y reflejarse enmis hojas, y por la no-che me ponía conten-to hablando con to-dos los árboles quehabía a mi alrededor.

Un día aparecieron unos humanoscon unas máquinas que ellos llamabanmotosierras y que hacían un ruido es-pantoso. Poco a poco empezaron a de-saparecer todos los árboles y esa no-che ya no pude hablar con ninguno,porque los pocos que quedábamos es-tábamos demasiado asustados. A lamañana siguiente, comenzamos a oírotra vez ese horrible ruido. Yo sabíaque era la última vez que iba a sentirel sol en mis hojas. Mientras escucha-ba el ruido de las motosierras cada vezmás fuerte y comenzaba a sentir unaen mí, deseé ser un animal que pudie-ra correr y huir.

La próxima vez que me muera, quiero…La próxima vez que me muera, quiero…MAISE

En mi siguiente vida era un perro.Era un precioso cachorro y estaba enuna tienda de animales metido en unajaula, hasta que un niño con la cara lle-na de pecas se fijó en mí y le dijo a supadre que me quería. Oír eso me pu-so tan feliz que comencé a dar saltosen mi jaula y a moverme de un lado aotro. Al padre debió hacerle graciaaquello, porque le dio algo a la mujerde la tienda y aquel niño tan simpáti-co me llevó con él a su casa. Aquelloera fantástico. El niño jugaba conmi-go a todas horas y yo le seguía a cual-quier parte.

Pero, de pronto, el niño se cansóy dejó de jugar conmigo. La madrese quejaba de que yo no hacía másque soltar pelo y de que olía a pe-rro, pero ¿a qué se supone que de-be oler un perro?

Un día el padre me montó en elcoche y comenzó a conducir por unacarretera. De repente paró en mediode un pueblo y me bajó del coche.Yo estaba conten-to. Creí que nosíbamos de excur-sión y comencé acorrer de un lado aotro. Cuando me dila vuelta y vi cómoel coche de mi amose iba, pensé que se había olvidadode mí y no podía entenderlo, así quecomencé a correr detrás del coche,pero mi amo no debió verme porqueno paró.

Tuve que buscarme la vida comopude: comía en los cubos de basura,hacía jueguecitos para que las per-sonas que me encontraban por la ca-lle me dieran alguna cosa, e intenta-ba mantenerme alejado de losdemás perros, ya que no parecía caerles muy bien. Me sentí muy so-lo. Echaba de menos al niño y susjuegos y empezaba a sentirme cadavez peor.

Acabé, al cabo de unas semanas,tirado en el suelo sin fuerzas paramoverme. Sentía un gran dolor den-tro y deseaba, con todas mis fuerzas,

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A ma fille / A mi hijaA ma fille / A mi hija

VICTOR HUGO(Traducción de Carla Anaya)

ENTÉRATE vuelve a presentarnos un poema de Victor Hugo (1802-1885);el anterior lo leímos en el número 33, de junio de este año.

La autora se llama Carla Anaya. No es alumna de este Instituto, pero desde hace algún tiempo colaboracon este Departamento de Francés gratuitamente, por amor a la lengua francesa. Carla está en 1.º de Comunicación Audiovisual

en la U.C.M. Ella sabe muy bien que las lenguas son vehículo del pensamiento.

Carla, bienvenue chez nous, chez toi!

A ma fille, título de este poema, pertenece a Les Contemplations de V. Hugo (1856), libro I,llamado por el autor “Aurore”.

La traducción es muy buena y, como ya dijéramos en el n.º 33, no existen traducciones de esta obra y buenas menos.Enhorabuena, Carla, y hasta pronto con otro poema.

Carmen Castañeda

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A MI HIJA

Oh mi niña, ¿ves?, me someto.Haz como yo; vive del mundo alejada;¿feliz?, no; ¿triunfante?, jamás.

—¡Resignada!—

Sé buena y dulce, y muestra un rostro piadoso.Como el día en los cielos pone su llama,tú, mi niña, en el azul de tus ojos

¡pon tu alma!

Nadie es feliz y nadie es vencedor.El instante es para todos una cosa incompleta;el instante es una sombra, y nuestra vida, niña,

de esto está hecha.

Sí, de su suerte todos los hombres están cansados.Para ser felices, a todos —¡destino airado!—todo les ha faltado. Todo, es decir, ay,

poca cosa.

Poca cosa es lo que, individualmente,en el universo cada uno busca y desea:¡una palabra, un nombre, un poco de oro, una mirada,

una sonrisa!

La alegría le falta al gran rey sin amores;la gota de agua le falta al inmenso desierto.El hombre es un pozo en el que el vacío siempre

vuelve a empezar.

Mira esos pensadores a los que divinizamos,mira esos héroes cuyas cabezas nos dominan,nombres con los que siempre nuestros sombríos horizontes

se iluminan.

Después de haber, como hace una antorcha,deslumbrado todo con sus rayos sin número,ellos han ido a buscar a la tumba

un poco de sombra.

El cielo, que conoce nuestros males y dolores,se apiada de nuestros días vanos y sonoros.Cada mañana, baña con sus lágrimas

nuestras auroras.

Dios nos instruye, a cada paso,sobre lo que es él y lo que nosotros somos;una ley emana de las cosas de aquí abajo,

y de los hombres.

Esta ley es sagrada, hay que conformarse,y aquí está, cualquier alma la puede alcanzar:No odiar nada, mi niña, amar todo,

o de todo compadecerse.

París, octubre de 1842

A MA FILLE

O mon enfant, tu vois, je me soumets.Fais comme moi; vis du monde éloignée;Heureuse? non; triomphante? jamais.

—¡Résignée!—

Sois bonne et douce, et lève un front pieux.Comme le jour dans les cieux met sa flamme,Toi, mon enfant, dans l’azur de tes yeux

Mets ton âme!

Nul n’est heureux et nul n’est triomphant.L’heure est pour tous une chose incomplète;L’heure est une ombre, et notre vie, enfant,

En est faite.

Oui, de leur sort tous les hommes sont las.Pour être heureux, à tous, —destin morose!—Tout a manqué. Tout, c’est-à-dire, hélas!

Peu de chose.

Ce peu de chose est ce que, pour sa part,Dans l’univers chacun cherche et désire:Un mot, un nom, un peu d’or, un regard,

Un sourire!

La gaîté manque au grand roi sans amours;la goutte d’eau manque au désert immense.L’homme est un puits où le vide toujours

Recommence.

Vois ces penseurs que nous divinisons,Vois ces héros dont les fronts nous dominent,Noms dont toujours nos sombres horizons

S’illuminent.

Après avoir, comme fait un flambeau,Ébloui tout de leurs rayons sans nombre,Ils sont allés chercher dans le tombeau

Un peu d’ombre.

Le ciel, quit sait nos maux et nos douleurs,Prend en pitié nos jours vains et sonores.Chaque matin, il baigne de ses pleurs

Nos aurores.

Dieu nous éclaire, à chacun de nos pas,Sur ce qu’il est et sur ce que nous sommes;Une loi sort des choses d’ici-bas,

Et des hommes.

Cette loi sainte, il faut s’y conformer,Et la voici, toute âme y peut atteindre;Ne rien haïr, mon enfant, tout aimer,

Ou tout plaindre!

Paris, octobre 1842

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de los caros, que conste. Además,mamá había puesto el mantel blan-co que nunca ponía.

Pusimos la tele del salón paraver cómo los del telediario canta-

ban unas cancio-nes muy conoci-das por todos.

Lo bueno dedías como aquelera que mis pa-dres se preocu-paban por susproblemas dia-rios, mi hermanocenaba con noso-tros y yo estabacon mis primos,con los cuales pa-saba poquísimotiempo al año(ahora ni los veo).

Comenzamosa comer. A mí,no sé por qué, elsabor de aque-llos mariscos nime gustaba, pe-ro los comíamosuna vez al año yhabía que apro-vechar.

Ninguno delos comensales(mis tíos, mis pri-mos, mis padres,

Un pedo. Mi abuelo se tiró unpedo en mitad del habitualdiscurso navideño de mi pa-

dre. Papá tenía por costumbreemular al Rey todas las nochevie-jas de todos losaños. Y ya ibasiendo hora deque alguien leinterrumpiera o,al menos, mos-trara su opiniónal respecto. Pa-pá se contuvo,cerró los ojos eintentó recordarpor dónde habíadejado su dis-curso; mientras,mi abuelo y yonos matábamosde risa.

Mi madre selevantó para ser-vir la cena y asíacabar con aque-lla situación. Te-níamos gambasy langostinos, unplato de jamónde la cesta quenos tocó en elbar del Manolo,una botella de vi-no de la mismaprocedencia que

Familia, marisco y uvasFamilia, marisco y uvasM I R Ó N

Una mañana a la salida del instituto, me encontré con un león. La verdad es que en él no había nadararo; tenía melena alrededor de la cabeza, afilados colmillos… vamos, que no podía negarse que fuera

un león. Lo extraño de la situación no era eso, era que estaba a la salida del instituto.

No, no he perdido la cabeza, simplemente quiero ejemplificar con esto lo queson para mí mis relatos. No trato de justificarme, sólo me parecía oportuno

decirlo, dado que en varios números de esta revista se han publicado pequeñoscuentecillos del omnisciente Mirón.

Quién sea Mirón y el porqué de ocultar su nombre es algo que me reservo,pero a cambio ahí va este cuento navideño. A pasarlo bien, compañeros/as,

y a gastar poco (si se puede).

el jamón, unos tarritos con unassalsas muy raras de color blancocon manchas, unas rebanadas depan con salmón y, para postre, unabandeja con turrones y polvorones,

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mi hermano, mi abuelo y yo) abrióla boca para hablar hasta que nosalió en la televisión un anunciodel último “supermegajuguete”. Mitío sonrió y le preguntó a mi pri-mo Carlos qué le había pedido alos Reyes, pero Carlos y yo ya sa-bíamos todo ese rollo de los ReyesMagos. La situación hasta aquí fuede lo más normal, pero mi padrese enfureció y esta vez más en se-rio. Lo que ocurría era que mi tíosiempre le compraba más regalosa mis primos que mis padres a mí,pero a mí eso no me importaba;como también tenía asimilado quenosotros sólo pasaríamos ese ve-rano una semana en la playa, fren-te al mes y medio de mis tíos.

La discusión crecía y disminuíapor momentos, hasta que mamá,de nuevo, puso paz gritando queiban a dar las campanadas.

Mi abuelo estaba ya harto de to-do aquello. Yo le miré y me pregun-té si no le aburriría haber pasado

tantas veces por ese momento,cuántas nocheviejas había vivido, to-das tan parecidas. Pude fijarme encómo mostraba un gesto de amar-gura, mirando a todos mis familia-res con esos ojos que sus arrugas ysus gruesas cejas apenas dejaban ver.

Para colmo, mi hermano salióde casa, como siempre, cinco mi-nutos antes de las doce. Se mar-chaba a bailar y a beber toda la no-che y, además, decía que no legustaban las uvas. La ausencia demi hermano no les sentaba nadabien a mis padres, aunque papá nolo exteriorizara.

Comenzaron los cuartos. Todosteníamos nuestro plato listo consusdoce redondas uvas. ¡Qué triste seruva!, pensé, tan redonditas, tan bo-nitas en esas bolsas con lazo rojo,para acabar devoradas justamenteen el último minuto del año. ¡Quétontas son a veces las tradiciones!

Primera campanada, todos tra-gamos nuestra uva mirándonos los

unos a los otros. Después, claro,vinieron la segunda, tercera… Entodas nos parábamos a mirar có-mo teníamos la boca hinchada. Pe-ro, al llegar la duodécima y últimacampanada, miré a un lado y vi có-mo mi abuelo estaba echado haciaatrás, con los ojos y la boca com-pletamente abiertos, cayéndoselentamente al suelo. Grité con to-das mis fuerzas, mis familiares segiraron rápidamente, mi padre seacercó al abuelo y lo recogió comopudo. Estaba muerto.

Aquella noche no se abrió labotella de champán, ni comimosmás turrón, ni cantamos villanci-cos.

Han pasado ya algunos años deeso. Ahora soy yo el que se va a bai-lar toda la noche y, dentro de untiempo, seguramente seré yo el quehable a mi familia antes de la cenay los lleve a la playa en verano. Loque no quiero es acabar siendo uvade Navidad. Felices Fiestas. ❒

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hasta que la tuvimos enfrente. El pro-blema era abrirla. Pero como era misueño, la pude abrir. Dentro de la pi-rámide ya se empezaron a ver cosasextrañas. Lo primero que vimos fue-ron dos momias en el suelo con unasflechas clavadas en el hombro y endescomposición. Un poco despuésnos empezaron a salir flechas de lasparedes. Noige y yo las pudimos es-quivar, pero otros no tuvieron tantasuerte, y es que nosotros conocíamosla pirámide como la palma de nues-tra mano (ah, se me olvidaba, la pirá-mide se llamaba Roca Nevada).

Más tarde cruzamos una puertay, de repente, empezó a salir un gasverde. Noige y yo nos pudimos sal-var porque estábamos cerca de lapuerta, pero los otros dos no lo lo-graron. Sólo quedábamos Noige yyo, y seguimos avanzando con mu-cho miedo.

Un jueves a la salida del insti-tuto me invitaron al cine a ver“La Momia”.

Ese día me puse guapo y con mu-cha colonia, para ligar, pero resultóque no fue ninguna chica, menudocorte, y qué mal quedé.

Bueno, a lo que íbamos.Cuando ya entramos en la sala

empezó la película, el comienzo erainteresante.

Primero me dieron muchos escalo-fríos, pero lo aguanté como un macho-te. La peli iba de un chico y una chicaque entran en una pirámide llamadaRoca Nevada a buscar un tesoro. En lamitad de la película ya empezaron lastrampas, que si flechas que volaban,que si túneles encantados, explosio-nes… bueno, lo normal en una pelícu-la de acción… ¿Y a que no sabéis eldesenlace? Si era de imaginar: conse-guían el tesoro y acababan sin un ras-guño, aunque un poco despeinados.Al terminar la película todos nos fui-mos a casa. Yo tenía miedo de ir, noporque me regañaran ni nada de eso,sino porque me harían preguntas detoda la película, me imagino que a vo-sotros también os pasará.

¿Qué tal la película, hijo?–¡Bien, mamá!¿Te lo has pasado bien?–Que síi, mamá.¿Has cenado?–Síi, una hamburguesa.¿Quieres tomar algo más–Que no mamá, me voy a la cama.Le doy un beso a mi madre y a

mi padre y me acuesto.El sueño empezó de una forma

extraña.

Expedición IvánExpedición IvánIVÁN MANGLANO

Un año más, y van catorce, el Concurso de Relatos I.E.S. La Fortuna ya tieneganadores. En la categoría A, reservada para menores de quince años,

se ha alzado con los laureles Iván Manglano, alumno de 1.º ESO A.¿Su historia? La de un pollastre que ve la película “La Momia”(peor sería “Titanic”, ¿no creen?) y se cena una hamburguesa.

Las consecuencias oníricas no se hacen esperar, y es que ya se sabe quelos priones están al acecho. Así que tomen nota y aprendan en cabeza ajena.

Expedición IvánDía 24 de Octubre de 2000

Yo no entendía nada; me veía conropas extrañas, con cosas raras, enfin, todo raro.

Con gente que no había visto enmi vida y en un sitio muy raro, co-mo en las películas de miedo. Todoel mundo me hacía caso a mí, comosi yo fuera un rey. Yo pregunté a losque iban conmigo, pero nadie mecontestó, salvo uno, que según loentendí se llamaba Noige.

Me dijo que era la expedición másimportante del siglo, y que yo era eljefe, y en ese mismo instante empe-zó la expedición. Vimos cosas inima-ginables, monos con dos bocas, lo-ros con cuatro alas, y cosas que no tepuedes imaginar… y de pronto, a lolejos, vi una figura con forma de pi-rámide. Nos acercamos más y más

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Según nos internábamos en la pi-rámide, hacía más frío cada vez, ycuando estábamos hacia la mitad dela pirámide más o menos, en unapuerta, allí supimos de dónde veníael frío. Abrimos la puerta y descubri-mos cuatro cuerpos en ataúdes, sepodían ver los cuerpos petrificados,ya sólo con los huesos.

Según iba transcurriendo el sue-ño, íbamos pasando calamidades.Hasta que de repente, nos metimosen una habitación en la que no habíani tesoros ni momias. De repente, em-pezó a bajar el techo, que tenía unosterribles pinchos. Yo me pude salvarsin ningún rasguño, pero Noige se hi-zo una herida en la pierna. Yo se lavendé y seguimos nuestro camino.Nos encontramos con túneles tram-pa, en ellos había mucha gente muer-ta, no os lo podéis imaginar, en fin…nosotros seguimos la travesía, pare-cía que llevábamos en las pirámidestres meses. La ropa estaba hecha unasco, y nosotros sucios y hambrien-tos. “Cuando terminemos esta expe-dición voy a ser rico”, dijo Noige.

Dije yo: “Espera a que salgamosde aquí con vida”. Seguimos, aun-que ya casi no teníamos provisiones,pero nos arriesgamos y continuamoscon nuestro sueño.

Ya estábamos agotados, sin fuer-zas, cuando de repente vimos unapuerta de oro. Cuando la abrimos

empezaron a salir murciélagos: erauna puerta trampa, pero siguieronsaliendo murciélagos de todos loslados, menos mal que llevábamosuna antorcha en la mano y a estosbichos les asusta el fuego.

Ya queríamos terminar la expe-dición, pero aún faltaban muchascosas por pasar. Según caminába-mos, íbamos viendo más momias alos lados, tumbas y luego una puer-ta. La abrimos y allí estaba el teso-ro. No nos lo podíamos creer. Losdos nos quedamos parados en lapuerta unos instantes y luego en-tramos y empezamos a tirar lasmonedas al aire.

Y yo oía unas vocecillas que de-cían: “¡Iván para ya! ¡Para ya! ¡Perohijo, para ya!”. Yo me desperté y en-tendí de dónde venían las vocecillas,pero con las sábanas encima de lacabeza no veía nada de nada.

Ya ha pasado el sueño, pensé, yme puse contento de haber conclui-do la expedición. A Noige no le vol-ví a ver.

Tener sueños así, mola. ❒

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tallado podía hacer su aparición eneste pueblecito y que los medios pa-ra combatirlo eran casi inexistentes.

–Pero no pudo lograr su propó-sito –señaló Ana, tratando de animaral sargento.

–No, yo estaba en el banco, yaque ese día llegaba el dinero y teníaque poner alguna medida de segu-ridad, nunca se sabe. Todo era nor-mal, yo estaba fuera esperando elfurgón, y supongo que el caco entra-ría por detrás; empecé a oír gritos y

me asomé por la puerta, enton-ces vi al hombre con la pisto-la y supe que tenía que inter-venir, así que no me lopensé dos veces y entré a de-

tenerle con la suerte de quele pillé desprevenido; yo ya no

estoy para estos trotes. Pero sur-gieron imprevistos que…

–¿Qué pasó después? –dijo Ana.–Él estaba de espaldas a la puer-

ta y no me había visto entrar, de mo-do que le ordené que levantara lamanos –explicó el sargento–. Salióa toda carrera, se metió por la calleprincipal y giró por la escuela en di-rección al bosque. Yo salí tan rápi-do como pude, pero lógicamenteera mucho más rápido que yo; tuvemucha suerte, se tropezó y se le ca-yó la pistola, también él se fue alsuelo, fue cuando le cogí definitiva-mente.

El sargento Romerales estaba al-teradísimo cuando Enrique yAna aparecieron en su despa-

cho para proponerle un festín a ba-se de hamburguesas y patatas fritas.

–Id vosotros –respondió a su in-vitación–. Yo ya tengo mi propia“fiesta” con un atracador que lleva-ba un arma mortal y que está ence-rrado en una celda de esta comisa-ría.

–¿Un delincuente armado aquí,en Castañar de los Orquicios? –pre-guntaron al unísono Enrique y Anamuy asombrados.

–Sí, llevaba una Magnum de 50mm con la que podía cargarse a unelefante de un solo tiro –dijo el sar-gento.

–Pero usted logró encerrarle y lotiene vigilado, ¿verdad?

–Lo pillé cuando huía. Pero, sinduda, se trata de un sujeto muy pe-ligroso que puede intentar escapar-se en cualquier momento y este su-ceso me ha hecho dame cuenta deque no tengo los recursos necesa-rios para plantarle cara a delin-cuentes profesionales como es-te tipo pero,desgraciadamente, este ti-po de gente existe.

–¿A dónde fue a robar?–preguntó Kike.

–Ni más ni menos que en laCaja de Ahorros de Castañar –repli-

Atraco a un bancoAtraco a un bancoG U I L L E R M O G A R C Í A L E Ó N

có el sargento–. Un auténtico atracoa mano armada, y además, en aquelpreciso momento había muchas per-sonas en el banco y acababan de re-cibir una importante suma de dine-ro, la cual provenía de un ricoempresario de la ciudad que queríaconstruir no sé qué en pueblo.

Enrique y Ana comprendieron en-seguida la inquietud del sargento.Era muy preocupante comprobarque el crimen minuciosamente de-

El galardón de la categoría B, nuestro INSERSO literario por así decirlo, ha sido paraGuillermo García León, alumno de 4.º ESO A, por el relato Atraco a un banco.

Podríamos hablar de ciertas reminiscencias garciapavonescas y de la alargada sombrade Luis Candelas, pero si lo hago igual me toman por crítico literario (y eso es algo

que no podría resistir). Mejor, pasen y lean; y salga el sol por Antequera.

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–A un elemento así es arriesga-do tenerle aquí, en esta comisaríade pueblo. Las celdas no son muy se-guras y podría escaparse…

–Por supuesto. Ya he telefonea-do a la capital y vendrán a buscarlopara encarcelarlo allí –explicó el sar-gento–: lo que no me perdono esque se me escapara con la pistola enla mano, podría haber disparado aalguien, y además pasó por la escue-la, no sé lo que hubiera pasado sihubiese entrado allí.

El sargento Romerales parecía te-rriblemente abatido.

–Pero usted lo capturó, y lo per-siguió a pesar de que en cualquiermomento podría haber resultado he-rido –señaló Kike con admiración.

–Lo malo es que la pistola se ca-yó barranco abajo y ha sido imposi-ble encontrarla.

–¿Y cómo vamos a probar que elatraco fue a mano armada? –excla-mó Ana.

–Pero había gente en el banco,son los testigos –reclamó Enrique.

–No es suficiente para condenar-lo debidamente –expuso el sargen-to–. Ningún jurado será unánime enun veredicto de culpabilidad si noaparece el arma.

Los tres permanecieron un ratoen silencio. De pronto, Enrique sal-tó de su silla eufórico y exclamó:

–¡Eureka! ¡Ya lo tengo! Podríamosreunir a todo el pueblo y organizarla búsqueda del arma.

El sargento y Ana aplaudieron suidea. Pero tenían que darse prisa,faltaban sólo dos días para que fue-ran a buscarlo; tuvieron que impro-visar, reunieron a unos cuantos ami-gos y les contaron lo que pasaba. Ala mañana siguiente, cuando el solemitía sus primeros rayos, salieronen busca del arma. El sargentoorientó a la gente, les indicó por

dónde podía estar, ya que él vio ellugar por donde cayó. Se dividieronen grupos para hacer más efectivala búsqueda.

Pasado un rato, el grupo del sar-gento, Enrique y Ana se dio cuentade que llevaba bastante tiempo dan-do vueltas al mismo sitio, fue enton-ces cuando se le ocurrió a Kike laidea de marcar con una cruz los si-tios donde ya se hubiera buscado.Habían quedado en la orilla del ríoal cabo de dos horas. Pasado esetiempo, fueron a reunirse todos alrío; allí Kike les explicó su idea demarcar los árboles con cruces. Estu-vieron allí un rato, charlando y des-cansando. El sargento tomó la pala-bra:

–Hay que organizarse mejor, conla idea de Kike ganaremos tiempo.¡Ah! Una cosa muy importante y queantes no me he acordado de deci-ros: si alguien encuentra la pistola,que no la toque porque se quedarí-an sus huellas, y que silbe o pegueuna voz para avisar al resto. Nos en-contraremos aquí mismo dentro deuna hora, después regresaremos jun-tos. Aunque no la encontremos yahemos hecho suficiente. Dicho estoreemprendieron la búsqueda.

Ya se había cumplido media ho-ra y lo único que se oía era la madrenaturaleza, el agua del río, el cantode los pájaros y las ramas de los ár-boles movidas por el viento. De re-pente se oyó un silbido, era Kike, noparó de silbar hasta que llegaron to-dos; el sargento se puso los guantesy metió la pistola en una bolsa. To-dos aplaudieron a Enrique por sugran labor. Volvieron al pueblo y sefue cada uno por su lado, menos En-rique y Ana que fueron a la comisa-ría con el sargento. Observaron de-tenidamente el arma y se dieroncuenta de que no tenía gatillo.

–¿Cómo puede ir un hombre aatracar un banco con un arma sin ga-tillo? –exclamó Kike.

–Sólo hay dos posibilidades: quese haya roto, lo que me parece po-co probable; o que la llevara sin ga-tillo, pero ¿para qué?…

Entonces Kike le dijo al sargento: –Tengo la manera de averiguar-

lo, abre el cargador y mira si hay ba-las.

El sargento lo hizo y descubrióque la pistola estaba descargada. Sequedaron mirándose unos a otros yAna preguntó:

–¿Y esto qué significa?Enrique, quién si no, tenía la res-

puesta: –Pues esto quiere decir que el atra-

cador no pretendía hacer daño a na-die, sólo llevaba el arma para asustara la gente y lo único que quería era lle-varse el dinero del empresario.

A la mañana siguiente, la policíade la capital llegó y se llevó al atra-cador; el comisario se quedó hablan-do con Romerales y los chicos y lesdijo:

–El hombre que usted detuvo eraun honrado obrero que trabajaba pa-ra Bartolo Cifuentes, el empresarioque mandó aquí el dinero; en reali-dad, lo que quería el tal Bartolo eraconstruir una carretera, y el puebloera un estorbo para él, por lo que suidea era destruirlo. El obrero se en-teró y por eso el empresario le des-pidió; para vengarse vino aquí a ro-barle el dinero y salvar al pueblo.

Todos se alegraron de haber en-contrado el arma, ya que demostra-ba su intención de no hacer daño anadie. Finalmente, todo el puebloapoyó al presunto ladrón y le ayudóa librarse de la cárcel.

¡Pero no os fiéis, no todos los la-drones son buenos! ❒

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Lunes, ocho de la mañana. Mihermana y mi madre vuelven adiscutir. Me marcho al institu-

to. Escucho a dos jóvenes hablar so-bre la búsqueda de algún objeto.¿Hace cuánto? ¿Hará dos semanas? ¿Ycómo lo perdiste? En la pelea de unosamigos, pero la que ha salido perdien-do he sido yo. Vuelvo a mi casa y en-cuentro a mi madre hablando con lanueva vecina. ¿Qué tal ahora? Ahí va-mos, tirandillo; tengo que empezaruna nueva vida. Saludo a la nueva ve-cina y me retiro al comedor a ver latelevisión.

Ahí está mi hermana hablandopor teléfono con su amiga, esa a laque ha dejado el novio. Lo siento,Bea. Después de casi ocho meses, lopierdes. No te preocupes, vendrán más.Ahora has de entretenerte y estar mu-

cho con los que te queremos. Mi her-mana no se calla, me estoy perdien-do mi telenovela favorita. Despuésde una hora de insoportable conver-sación, subo el volumen de la teletanto que mi hermana cuelga el te-léfono y comienza a insultarme. Yo,cabreada, le grito y le tiro un cojína la cara; pero llega la doberman demi madre y pone orden. Mi herma-na, como buena histérica que es, lecontesta chillando y diciendo pala-bras muy feas; entonces mi madre lesuelta un bofetón. Mi hermana semarcha a la calle dando un portazoy mi madre, la pobre, se echa a llo-rar. Pero ¿por qué me ha tenido que to-car a mí? Y yo la consuelo. No tepreocupes, ya llegarán mejores tiem-pos. No llores, míralo por el lado bue-no: me tienes a mí.

Suena el timbre del telefonillo.Mi madre, arrepentida por lo de mihermana, va corriendo a abrir lapuerta. Es mi abuela, viene del mé-dico, le duele mucho la pierna iz-quierda. ¿Qué te ha dicho el médico?Que repose y que vuelva la semana queviene. Me despido de mi abuela y mimadre y me marcho al parque a bus-car a mi hermana. La encuentro consu novio sentada en un banco. Hadecidido volver a casa, se ha tran-quilizado. Se despide de su novio.Bueno, te veo mañana cariño. Cuída-te. Mientras paseamos de regreso acasa, hablo con ella y le explico quesu actitud con nuestra madre nopuede seguir así. La aconsejo y laconvenzo de que debe pedirle per-dón. Lo haré. Gracias por venir a ha-blar conmigo. ❒

MixturaMixturaAINHOA PERAGÓN VÁZQUEZ

PotajePotajeB E A T R I Z R O D R Í G U E Z N I E T O

ADVERTENCIA: Este texto tiene otro en su interior. Primero debe leerse de la forma habitual y, después,sólo las líneas realzadas. Así, son dos historias diferentes. Curioso, ¿no?

Esto es solamente un trabajo pa-ra el instituto: juntar frases oí-das. Es interesante y te hace

pensar. Por eso, oír a alguien deciren una calle estrecha una frase tannormal como “si fuera a tomar unacopa...”, te crea la intriga de saberqué pasará. Aunque yo creo que teva a ayudar a comprenderlo el queno somos todos iguales, y que el queme encante la peluquería o no, nohace que saque las cosas de quicio.Tenemos que tener cuidadito, por-que va a estar por encima de ti y, sison las únicas galletas que se come(el hijo de la vecina de enfrente),pues hace que no quiera hielo en lacoca-cola.

¿Tú sabes cuándo fue? Debióde ser muy caro y si parece men-

tira me haré tres fotos, pero to-do fue culpa del camarero, quees gilipollas y no sé por qué. Túno lo crees, pero te llevo espe-rando desde hace una hora ysólo quiero hablar con ella. Se-gún mi abuelo, las mujeres sonmuy listas, pero a la hora de laverdad estoy dispuesto a pedirperdón. Lo probaré yo sola pero¡déjame en paz!

Hoy es martes 13, ¡odio loslunes! Pero soy supersticioso,¡carambita! Tú es que eres tonta yte crees todo lo que te dicen.Además lo mismo que te sucedehoy o mañana, te sucederá eldomingo a las doce menoscuarto. ¿Tú lo crees? Si puedo,no. Yo toco madera y, si no debo

hacer un viaje, entonces ni tecases ni te embarques. No tepreocupes, le preguntaré, ¿o no?Pregunta tú a ese hombre la hora.Y que sepas que sé contar: somosdos, digo tres. En resumen, es unpoco el boca a boca y nadie dicenada. Todo terminó y que le denpor culo, ¡es un chulo asqueroso!,¡qué ganas de darle una...!

Bueno, como comprenderéisno voy a terminar esa frase, perosí esta locura de texto, en el que,juntando las frases oídas adiferentes personas de diversasedades, he hecho un buen potaje.¡Qué revoltijo! Ahora sólo letenemos que poner una pizca designificado y muchísima ima-ginación. ❒

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CURSO 2001-2002

El marinero navega, impulsando su balsita con un tro-zo de madera. Hay viento, pero no es suficiente pa-ra que la precaria vela se hinche. En el cielo, comple-

tamente negro aunque sembrado de estrellas, destaca elblanco sol, tan cegador que el marinero no puede mirar-lo siquiera de refilón. El mar es gris azulado y brilla, reful-ge hasta perderse en el horizonte; se agita, gime, lloriquea,casi como un ser vivo. Acaso lo es.

El letrero en el islote dice:

MAR DE LA SERENIDADEl marinero continúa remando. Allá a lo lejos, hay un

hombre en la orilla, mojándose los pies en la playa.–¡Ohé!- saluda al marinero al verle pasar.–¡Ohé!- contesta éste.–¿Lleva mucho tiempo aquí?–¡El suficiente!–¿Adónde quiere llegar?–¡A donde mi balsa me lleve!–¡Ah!Y el hombre continúa remojándose. El marinero le de-

ja atrás. Poco a poco, va sintiendo una punzada de dolor.Se acuerda del hombre, de sus facciones, de la manera enque le saludó; de sus pies empapados; de su tono de voz.El dolor va haciéndose más fuerte, hasta que le llena todoel corazón.

Hay una damisela sentada en el siguiente letrero. De-tiene al marinero y le da conversación, quizá compadeci-da por su gesto triste. El letrero reza:

MAR DE LA TRANQUILIDAD–¿Adónde va usted?- le pregunta la dama al marinero.–Yo, donde mi balsa me lleve.–¡Ah!La mujer le ofrece una taza de té y no dice nada más.

Se queda junto a suletrero, contemplan-do el mar. El marine-ro se marcha. Alprincipio no le cues-ta trabajo, pero másadelante su mentese va llenando conlos recuerdos de lamujer: su piel, suforma de sentarsecon las piernas cru-zadas, sus ojos azu-les. Se siente melan-cólico e intentasuperarlo con unavieja canción de ma-rineros.

Mi pipa marrón,mi chaqueta azul,mi camiseta a rayas,mi barba gris...

Casi tropieza con un tercer letrero. En él se lee:

LAGO DE LOS ENSUEÑOSAllá, el mar está mucho más tranquilo y el sol no relu-

ce con tanta fuerza. Al marinero le entran ganas de echar-se al agua y nadar. En cuanto divisa una cala, atraca su bar-ca y lo hace. Se queda muy sorprendido de observar queen el fondo de la cala está tumbada una hermosa sirena.

–Hola, marinero.–Hola, sirena.–¿De dónde vienes?–De ninguna parte.–Entonces hazme un hijo. Quiero tener un descendien-

te que no venga de ninguna parte y llegue a todas a la vez.El marinero la complace, aunque no está seguro de si

de su unión nacerá un tritón o un humano corriente. La si-rena le despide con un beso.

Esta vez, al marinero le cuesta horrores volver a echar-se a la mar. No puede evitar romper a llorar mientras lascorrientes le alejan más y más de la sirena. Se deja caer enel fondo de su balsa, sintiéndose pesado como el plomo.

Las olas van aumentando en altura y anchura. El marine-ro acaba viéndose envuelto en una tempestad. Agarrado asu balsita, gira y gira como una cáscara de nuez a la deriva.Se marea. Ante sus nublados ojos, cree ver un letrero:

OCÉANO DE LAS TORMENTAS

Tarda días y días en cruzarlo, y todos sus miedos le vanasaltando. Ya no recuerda cuándo partió, ni cuál fue su espe-ranza inicial. Sólo sabía que quería llegar. Pero un extraño per-sonaje ha surgido de la tormenta, un ser bigotudo y compues-to de lluvia, y le ha derrumbado todos los esquemas:

–Marinero, ¿tenías acaso la certeza de que llegarías aalgún sitio?

El marinero yace. Se descompone. Va perdiendo su co-lor ola tras ola, ráfaga tras ráfaga de viento. El mar gris hatomado un color morado. Ha perdido toda esperanza. Selevanta, resuelto a arrojarse al agua, pero un último letre-ro le hace vacilar:

LAGO DE LA MUERTESúbitamente, toda señal de tormenta desaparece. El

marinero siente su corazón ligero; como si uno por uno,todos los personajes con los que se encontró a lo largo desu interminable viaje – y que se almacenaron en sus entra-ñas – fueran desapareciendo, desplegando las alas y vo-lando lejos de él. Van elevándose a las estrellas, regresanal lugar de donde partieron.

La lanchita deja de moverse. Está quieta en el centrodel lago, rodeada de agua. El marinero sabe que ha llega-do, por fin.

–Siempre lo creí– dice con lágrimas en los ojos –. Siem-pre supe que tenía que emprender este viaje por...

No puede acabar. Ya sin dolor, ebrio de felicidad, sedeja caer al mar. El sol descompone sus pedazos en pol-vo de estrellas, que va ascendiendo poco a poco haciael negro cielo. ❒

ELENIS

NOTA: Si te interesa leer otros relatos de la autora, visitahttp://www.vidrio-negro.net/elenis/

El marineroEl marinero

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UN DÍA EN LA VIDADE TERESA Y SU HERMANO

UN DÍA EN LA VIDADE TERESA Y SU HERMANO

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EL DRAGÓN DE LAS PALOMITASEL DRAGÓN DE LAS PALOMITAS

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Para José Antonio Marina

Dentro de míviven cuatro personas, eachwith their own voice,su propialengua, sa propre langue.Hver med sit eget sprogog sin egen stemme.

No disputan: hablaquien ha de hablar,the one who comes up with the best and truest wordle mot juste.

Y cuál esle plus précis, or adequate word? Qui décide?Hvem bestemmer? Erder et valg?Vote-t-on or is there somethingthat pulls up the word like a root, qui tirele mot, la palabra,abra

cadabrafrom a common soil,de un magma común, y – devantqui – tout le monde stands backin awe?Et fælles ”jeg” måske?(tout compte faitils n’ont qu’une langue!).

Supongo que c’estl’experience: chaque mot, each word,cada palabra taler fra sin tid, nació en su época

and is charged with the force,the strength, the power, la fuerza de la mujer que da a luz.

I should have stopped making sensea long time ago, trying to squeeze my self into a linguistically cleancorset, mirándome uno tras otro en los espejos de feria del danés, inglés, francésy espagnol: seul “le petit comité”,the barbershop quartet of my four voices, miscuatro idiomas, quatre langues,pueden lograrce fameux “dérèglement de tous les sens”that Rimbaud called for, reivindicó,og holdt I hævd; that famous”disordering of all the senses”que hace posiblecontornarel ubicuoy todopoderosobillion-dollar-brain,nuestro encumbrado cerebro,or rather, THE ECHO CHAMBER CUM RELAY TOWERWE’VE MADE OF IT,to gain access to that universally sharedtrove of sentiments, whose language,cuya lengua,–as eloquent as inefable–taler for sig selv,

speaks for itself.Peter Wessel

Un idioma sin fronterasUn idioma sin fronteras

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Amaneció lentamente, el sol bri-llaba con su mayor esplendory, tan sólo, unas pocas nubes

rompían en ese azul tan profundoque posee el cielo en esta época. Eraveinticuatro de junio, acababan deempezar las vacaciones y casi todoslos que nos reuníamos en el puebloya estábamos allí, para vivir un vera-no inolvidable.

Nos reunimos donde siempre, enaquellas escaleras, que ayudaron anuestra presentación, que nos so-portaron tantas lágrimas y aguanta-ron tantas carcajadas. Todos estaba-mos allí a la hora acordada, menostú que, como siempre, llegaste tar-de. Una vez todos reunidos, no sa-bíamos qué hacer, el calor se nosechaba encima y el tiempo transcu-rría lentamente sin tener ningúnplan para ese día.

Acordamos ir al pueblo de al la-do, aunque sólo fuera por romper larutina, por descubrir nuevos paisa-jes. Decidimos ir por la carretera, to-dos estabamos de acuerdo en quepor allí iríamos mejor, pero malditomomento en que llegamos a esaconclusión. Tú llevabas los cascospuestos y oías esa música estriden-te que yo tanto odio.

Momentos después de salir delpueblo, alguien que iba de los últi-mos, gritó: ¡VIENE UN CAMION,APARTAOS! Todos lo oímos menostú que, en ese preciso momento, tedisponías a cruzar la carretera sinpreocuparte siquiera de mirar. Te gri-tamos lo más fuerte que pudimos,pero cuando conseguimos que nosescucharas ya era demasiado tarde,tenías al camión a pocos metros deti, no tuviste tiempo de reaccionar,tampoco el conductor pudo darsecuenta.

Cuando pudimos ir a recogerte,te hallabas bajo la parte delantera,la sangre se deslizaba por tu boca yllegaba hasta tu cuello, se te veíadestrozado y, en verdad, no era pa-ra menos. Nos asustamos mucho,pero tú supiste calmarnos, tan sólo

con una palabra y qué mejor conjun-to de letras que esas que utilizamospara despedirnos, únicamente dijis-te: ADIÓS. Así acabó todo. Tu fuer-te corazón, débil en aquel momen-to, dejó de latir.

Aquella noche lloré como nuncahasta entonces lo había hecho, no medaba vergüenza, sólo pensaba en po-der arreglar el pasado, retroceder unpoco en el tiempo para poder cam-biarlo todo, pero era imposible. A ve-ces pienso que si te hubiera dicho queno llevaras los cascos, todo esto nohubiera pasado, habríamos discutido,sí, pero esto no hubiera ocurrido.

Han pasado ya dos años desdeque esto ocurrió y aún no me hehecho a la idea, sigo pensando queestás entre nosotros, que cuandoestoy hecha un lío, hay una voz queme dice: sigue adelante, no te pa-res a pensar en esos problemas, to-do se solucionará. Ahora más queen ningún momento te echo demenos, contigo era con quien máshablaba, al que podía confesarleesos secretos y problemas que per-dían toda complejidad después decontártelos.

Sabes, hubo una noche, antes deese maldito día, en la que pensé quesiempre estaríamos unidos, que, aúncon miles de kilómetros entre noso-tros, seguiríamos siendo muy bue-nos amigos, pero cada vez te sientomás lejos. Te lo pido por favor, no tealejes de mí. En estos momentos tenecesito cerca, creo que me hundi-ría si no pudiese verte ni oírte, aun-que fuese en sueños, nunca más.

Todas las noches, aunque no lo cre-as, cojo esa foto que nos hicimos ha-ce unos años en verano y aunque nollore por fuera, derramo mil lágrimasen mi interior. No sabes lo que te echode menos, me gustaría volver a vivirun momento como ese, como el de lafoto, en el que estaba contigo y nosreíamos tanto, y no tener que venir aeste lugar que posee un aspecto tansucio y descuidado, con tan poca luz.

Lamento, en lo más profundo de micorazón todo lo que ha pasado, que nohaya vuelta atrás, la imposibilidad depoder decirte cara a cara lo que sien-to. Sólo son dos palabras: TE QUIERO.

Cruz Fernández Diosdadoy Patricia Martín Rivas

Un verano inolvidableUn verano inolvidable

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CURSO 2002-2003

TOSTADASTOSTADAS

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EncinasEncinas

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Para Marga

Cada día amanece un rostro nuevo en tu cara, amada esposa mía,cada noche la luna se refleja en tu piel.

Las cerezas del orientedieron a tus mejillas su dulzura,las aceitunasque la noche absorbieronla sal a tu frente.

Peter Wessel

Puerto de Las PalomasPuerto de Las Palomas

Mi pequeña colegialaMi pequeña colegiala

No me preguntes por qué, perodesde esa mañana yo ya lo sabía.Sólo tuve que verle allí, delante de

aquel pub, cuando se quitó el casco. Susojos eran azules, azules como el cielo, ytan transparentes como el aire que aho-ra respiro; su tez curtida y morena; supelo negro, tan negro como mis nochesfrías. Fue entonces cuando comprendíque sería un reto imposible: jamás se fi-jaría en mí.

Cada tarde al salir de clase corría ha-cia el parque, donde sabía que estabaél, que nunca se fijaría en mí. Yo le ob-servaba desde una esquinita, temerosade que me viera vestida de colegiala, deque me tomara por una cría, aunque micorazón se llenase de sueños e ilusio-nes cada vez que le veía, aunque mi co-razón fuera capaz de soportar todo eldolor del mundo.

Pero ese día algo ocurrió. Desde miescondite pude ver cómo apuraba su ci-garrillo, entonces se subió a su moto yarrancó; el motor rugía como nunca y,dejando un rastro de humo, casi se es-fumó.

Le seguí con la mirada y pude ver queun coche aparecía de pronto por una ca-lle prohibida. Me entró miedo y grité, pe-ro ya era tarde; mi grito fue seguido deun terrible ruido de cristales rotos. To-do se desvanecía. Salí corriendo hacia él.Las lágrimas me iban nublando los ojos.Al acercarme, vi que su cuerpo estaba de-bajo del coche, boca abajo y con la cabe-za de lado. El conductor, inquieto, se dis-culpaba, pero yo no le oía.

De rodillas junto a él, por fin pudever que sus ojos azules me miraban eintentaban tranquilizarme, a pesar deque sólo le quedaba un soplo de vida.De sus labios, un hilo de sangre se des-lizó hasta llegar a su camisa. Entoncesintentó hablar. Sólo dijo una frase: Mipequeña colegiala.

Supe que ese era su adiós. Él se ibade mi vida y me dejaba para siempresola, con el corazón hecho trizas, in-merso en el dolor. Fue entonces cuan-do se acercaron sus amigos y, señalán-dome, dijeron: Esa es la chica de la quese había enamorado.

Confusa, eché a correr sin saber dequé huía, hasta que mis piernas se aflo-jaron y me dejaron caer en medio de lanada, ahogada por el desgarrador gritoque salía de mi alma destrozada.

Ya han pasado tres años y aún no mehe recuperado. Cada vez que paso poraquel parque y escucho una moto, mi-ro hacia la carretera con la esperanzade que él vuelva algún día. Pero no vuel-ve. Cada noche miro al cielo, lloro y legrito sin cesar a la estrella más brillan-te: Tu pequeña colegiala no te ha olvidadoy nunca lo hará.

Cruz F. Diosdado

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De toda la vidaDe toda la vidaSe llama como su papá –dijo

doña Celia a su amiga Consue-lito–. Y como su abuelo y co-

mo su bisabuelo y como su tatara-buelo: todos los primogénitosvarones Ignárez se llaman igualdesde hace generaciones.

Así fue como Tito se enteró, elmismo día que cumplió cuatroaños, de que en realidad él se lla-maba igual que su papá, Don Ma-merto, que a veces cuando venía acasa se llamaba Cariño también.

– Doina, ¿yo me llamo Donma-merto? -preguntó a su tata ruma-na mientras relucían los zapatospara ir al colegio al día siguiente.

– No, mioniño Tito. No Mamer-to. Ningún niño en todo el mundose llama así.

– ¡Haaala...! ¿Ninguno?– Ninguno. Mamerto es tu papá:

¡don Mamerto!, el señor... Tú eresmioniño Tito, el más listo del mun-do; qué te vas a llamar Mamertotú...

Aquella noche, Tito no pudo de-jar de soñar. Soñó y soñó que sumamá iba al colegio y le decía al di-rector y a los profesores y a susamigos y a las cuidadoras del patioy a las de comedor y hasta a la se-ño de ruta, a todo el mundo, quesu hijo se llamaba Donmamerto, yque ella exigía un respeto a los Ig-nárez y que le llamaran siempreasí. Soñó que Doina se acercaba yle susurraba al oído: "Tito, tonto,como mi tío de Bucarest, qué vas allamarte Mamerto tú; díselo a to-do el mundo". Soñó luego que sellamaba Mioniño, y luego que Bu-carest, y luego que su padre le de-cía que podía sentirse orgulloso dellamarse Ignárez, de los Ignárez deLogroño de toda la vida; y entremedias soñó que todos se reían deél, unos porque llamarse Logroño,vaya, no era nada corriente y lo en-contraban muy muy gracioso, yotros porque les parecía imposibleque alguien que se llamaba Doinohubiera olvidado su propio nom-bre y le habían bajado los pantalo-nes en medio del patio y todos lemiraban y muchos le señalaban...

– Doina, ¿cuánto dura toda la vi-da?

– Mucho no, mioniño. Nada du-ra mucho tiempo, mioniño. Venga,vamos a lavar esas legañas...

– ¿Antes del verano, Doina?– Dura más. Por lo menos por lo

menos hasta que volvamos de lasvacaciones del verano.

– ¿Y cómo me voy a llamar todoese tiempo? -preguntó mirándolafijamente a los ojos.

Doina no pudo contestar, por-que doña Celia apuró:

– ¡Tito...! ¡Mamertito, hijo, quese os va a ir la ruta...! ¡Doina, aca-bad de una vez...! Y ponle el café adon Mamerto, por favor...

"¡Ay, Dios mío: 'Mamertito'...!"Se hubiera bajado ya en la paradade la Nuria. Cualquier cosa le pa-recía mejor que llegar ese día al

Joaquín Aguirre

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cole y que le llamaran Donmamer-to o Mamertito. No dijo nada, na-da absolutamente en todo el cami-no. Ni jugó con nadie. Se hizo eldormido y no se despertó hastaque sus compañeros se habían ba-jado todos ya del autobús. Y en to-do el día no oyó ni una sola vez sunombre. La tarde se la pasó ente-ra en los brazos enormes de Doi-na, abrazado y calentito, soñandoque se iba con ella a Rumanía a co-nocer a sus hijas, que no se llama-ban ni Tita ni Cariña ni Doñaceliani Donmamerta ni Logroña, que te-nían que llamarse por lo menosDoina; Doina Doina Doina, comosu mamá, de los Doina de toda lavida. Y cuando lo llevó a dormir,Doina lo llenó de besos y besos yle habló bajito: "No te pongas ma-lito, mioniño, que te lo tengoprohibido. Hale hale, a reír, a can-tar, que el sol sale mañana tam-bién, por España y por Rumanía.Venga, mioniño, el más bonito delmundo entero...". Beso y beso ybeso. Tito se adormiló arrulladoen sus brazos y ya no oyó su nom-bre cuando Doina le habló en su

idioma, que era grande y dulce ycaliente como ella.

Y Tito ya no volvió a oír nuncamás su nombre. Todo el mundo lohabía borrado de su vocabulario yanduvo realmente confundido, por-que seguía soñando que se llamabaasí y asao, pero sin nombre era muydifícil jugar con los otros niños, quenunca se dirigían a él; y casi imposi-ble obedecer a mamá, que siempreestaba enfadada y cada vez iba me-nos a verlo a su habitación, y si lacosa no cambiaba no iba a poder cu-rarse, su padre lo tenía clarísimo...Que no le dieran nombre parecíamuy natural y muy fácil, pero la ver-dad era que incluso cuando él decíaalgo se quedaban mirándole comosi no le reconocieran, y eso le des-concertaba mucho. A Doina no leimportaba; le bañaba y le acostabay le daba de comer y preparaba laropa con él para el día siguiente ha-blándole y hablándole, y beso besobeso y abrazo abrazo abrazo, peroél ya no estaba seguro de que toda-vía quisiera llevarlo a Rumanía conella para siempre. Así que anduvorealmente confundido, hasta que

justo un día antes de la fiesta del co-le pudo por fin comprender lo quele pasaba. Su mamá se lo dijo a suamiga Consuelito cuando tomabansu té con leche en la salita:

– Al niño no le pasa nada. Le he-mos llevado al mejor neurólogo deLogroño. Lo único, que tiene algode identidad, o que la memoria sela pusieron mal, algo así, pero elniño está estupendamente.

¡Claro! La tenía en la nariz, es-taba seguro. Seguro. Se le iba cuan-do estornudaba, y así cualquiera,en los mocos verdes... Anda, quellamarse Mamertito y perder de vezen cuando la memoria no podía serlo mismo que llamarse Donmamer-to Ignárez de los Ignárez de Logro-ño de toda la vida y tenerla siem-pre... ¿O sí? De todos modos, saberaquello y saberlo tan bien le tran-quilizó mucho, por lo menos porlo menos hasta después de las va-caciones del verano. ¿O no?

(23 abril 2003)

Ana VigaraColectivo Fondue de Armario

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Mis padres me pusieron Mario, pe-ro desde hace unos meses sólorespondo al nombre de "Lobo so-

litario". Soy un joven de 16 años, normal,enamorado de la madre de su novia San-dra, mis notas en el instituto son mejora-bles, y mis padres ya no me soportan.

– Mario, recoge tu cuarto de una vez.Vamos a llegar tarde.

Podría contestar: "Ya voy, mamá". O: "Nome da la gana". Pero lo que realmente mesale es no decir nada. Nada en absoluto.

– Mario, no me calientes y termina deuna vez.

He descubierto la forma de recoger mihabitación en tres segundos, pero... megusta comunicarme por las mañanas conmami. Es el momento del día en que mepresta mayor atención.

– Mario, ¿estás listo? Te juro, hijo, queya no puedo más. No sé qué hacer conti-go. Me atacas los nervios.

– Yo también te quiero, mami.– No te hagas el gracioso conmigo que te

doy un bofetón. Termina, que no llegamos.Podría hacerlo, pero... me gusta que

papá nos ayude a empezar un día más. So-mos una familia normal.

– Andrés, mira a tu hijo. No puedo conél. Haz el favor de decirle algo.

Ahora entra papi. Tiene una voz quevuelve locas a las amigas de mami.

– Mario, si me haces ir te calzo una hos-tia. No me jodas.

Papi es un hombre de verdad, "eso dicesiempre en las reuniones con los amigos". Yosoy una "nenaza", frase prefe que siempre ha-ce reír. Bueno, a todos excepto a Marina.

– ¡Mario! ¿Cómo quieres que te lo di-ga? Recuerda que hoy te quedas a comeren casa de Sandrita.

– Necesito mi camiseta de Bas.– Y eso ¿por qué? -pregunta papi.– ¿Vas a venir tú a comer con él? Te di-

je que hoy venían los franceses.– Yo sabes que no puedo.– Claro, como siempre.– Rosa, no empieces. – Mamá, ¿dónde está mi camiseta de Bas?.– ¿Tu qué? ¡Para camisetas estoy yo!

Termina.Por fin la encuentro en el tendedero.

– Mamá, está sin planchar.– ¿Qué está sin planchar?.– La camiseta de Bas.– ¡Mario! Ponte lo que te dé la gana que

me voy. Andrés, ya no puedo esperar: lellevas tú.

– Hoy no puedo.– Me voy. Chao.

Tendré que ponérmela sin planchar.– ¡Mario! Sal por la puerta de una jodi-

da vez.Corro hasta el ascensor. Papi me salu-

da como cada mañana. Me da una colleja.– ¡Joder!, ¿qué demonios llevas en la ca-

beza?.

– Una pinza.– Mariconadas las justas. Te lo advierto.

No sé para qué me la pongo, me hacea mí más daño que a él.

– Este fin de semana te quedas sin pro-pina.

– ¿Por qué?.– Por no recoger tu cuarto.– ¿Tú has recogido el tuyo?.– Yo soy tu padre.

Podría negociar, pero... La idea de per-der de vista a Sandrita un fin de semaname mola.

– ¡Qué suerte, hoy comes con tu chica!-se burla papi-. Claro que también tendrásque soportar a la sosa de su madre.

Al salir del ascensor le tiro la mochilade los libros sobre el pie izquierdo.

– ¿Eres imbécil, hijo?.– Lo siento, papi.– ¿No puedes llamarme papá como la

gente normal? ¡Mierda!, me has dado enla uña mala.

No soporto que se metan con Marina.A la entrada del Instituto me encuen-

tro con Rodrigo y Jorge. Nos vamos al cí-ber. Hemos contactado con unas inglesasque son un puntazo. Patty veranea en Ma-llorca y habla español. Le vamos los lati-nos. A las 14.30 llego a casa de Sandrita.Marina me abre la puerta.

– Hola, Mario. ¿Cómo estás?– Bien. ¿Y tú?

Me besa en la mejilla. Me muevo unpoco al descuido para rozar sus labios. Medisculpo. Me pongo colorado. ¡Odio cuan-do me pongo así!

– Sandra está en la terraza, pasa. Te hepreparado tu comida preferida. Pasta al curry.

– Gracias, eres muy amable.

– Y tú un encanto.A veces pienso que me quiere un poco.Comemos los tres juntos. Pedro, el pa-

pi de Sandrita, nunca come en casa, esmuy amigo de mi papi.

Marina se fija en mi camiseta, está re-almente arrugada. Me vuelvo a poner co-mo un tomate. ¡Mierda!

– Me gusta esa moda de ir arrugado.Muy práctico.

– ¡Mamá!- grita histérica Sandrita.Me río. No puedo dejar de mirarla a

los ojos. Siempre está alegre. Y no lo en-tiendo, ¡con la familia de descerebradosque tiene!.

Terminamos de comer y Sandrita seva a telefonear a su amiga Sonso. Me pi-de que la siga al salón. Me quedo a reco-ger la mesa.

– Vete con Sandra, Mario, ya terminoyo.

– No me importa, de verdad. Casi lo pre-fiero.

Marina vuelve a sonreír.– Gracias. ¡Qué suerte tiene Rosa!– Ella no piensa así.– Bueno eso es normal. Cosas de la

edad.– ¿La suya o la mía?.

Me gusta cuando se ríe.– De acuerdo.

Terminamos de recoger la cocina.Sandrita sigue colgada del teléfono. Si-go a Marina hasta el cuarto del fondo.El ordenador está encendido. Muevo elratón y descubro que estaba chateandoen "Ya.com", en el canal "Sueños". ¡Me-nudo nombre para un chat! Nos mira-mos. Los dos nos ponemos colorados.Los dos reímos. Sandrita aparece en lapuerta.

– Ven, Mario, tengo el nuevo compactde...

Ya no la escucho. Marina chatea a es-condidas con el nick de " Luna llena".

– Sandra, tengo que irme.– ¿Por qué? ¿Qué mosca te ha picado?.– Me duele la cabeza un montón. Ma-

ñana te veo.Me despido de Sandrita y le doy dos

besos a Marina. Corro hasta casa. ¡Dos mi-nutos y medio! Me siento delante del or-denador. Tengo el corazón a cien por ho-ra. Entro al canal "Sueños".

– Lobo solitario dice en privado a Lunallena: Auuuuuuuuuuuuuuuuuuu.

– Jajajaj. Hola lobo solitario. ¿De dón-de eres?.

– Del Bosque Encantado. ¿Y tú?– De la Vía Láctea. ¿Cuántos años tie-

nes?.– 25. ¿Y tú?.– Soy un poco mayor. Besitos.– Más viejo es el viento y aún sopla.– De acuerdo. Cuéntame.

Mar Rodríguez CoyaColectivo Fondue de Armario

MarioMario

Joaquín Aguirre

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RAC (Real Academia de la Clase)RAC (Real Academia de la Clase)

Mientras esperamos a quelos profesores nos suspendana final de curso (somos

víctimas de la sociedad, ¡qué se leva a hacer!), durante esas largashoras que pasamos frente a un pu-pitre diariamente y en un intentodesesperado por aliviar nuestro su-frimiento y hacer el gansazo todolo que podamos (porque reírse ali-via el estrés) nos dedicamos a sa-car punta a todo cuanto vemos yoímos. Estando a punto de finali-zar nuestra vida en el instituto ytras algunos años frecuentando lasaulas hemos comprobado que és-tas son una fuente inagotable denuevas palabras y expresiones (tan-to del profesorado como del alum-nado), quizás no dignas de la RealAcademia de la Lengua Española,pero sí dignas de nuestra RAC (RealAcademia de la Clase, fundada enel año 2003). Sin más dilación ycon la esperanza de que guste, osdejamos con la primera edición(amenazamos con nuevas edicio-nes):

Carpopato: Híbrido autóctonoresultado de una carpa y un pato.Este animal sólo puede encontrar-se en hábitats con índices de con-taminación muy por encima de lamedia permitida. Las subespeciesde carpopato más conocidas son elcarpopato común (carpa común +pato) y el carpopato royal (carpa ro-yal + pato). El lugar originario deesta especie híbrida es el Lago Bu-tarque, cercano al barrio de La For-tuna.

Run-run: Estado mental posteriora una clase de filosofía de 50 minu-tos o, en su defecto, de matemáti-cas cuando no tienes ni idea de loque te están explicando.

Capullada: Es una acción come-tida por un capullo, siendo éste unapersona que no para de hacer gili-polleces. Un buen ejemplo de capu-llada estudiantil es estudiar siempre

y únicamente el día antes de un exa-men (ánimo a la gente que lucha poreso de no perder las sanas costum-bres).

Putada: Es una acción cometidacon la intención de tocar la moral alpersonal. Ejemplos de putadas máscomunes: poner un examen despuésde un puente, suspender a un alum-no con un 4.95 de nota media, pa-sar lista todos los días.

Método Ojino: Es el primero delos métodos más conocidos por eldibujante técnico. Consiste en ir pro-bando “a ojo” para conseguir el re-sultado adecuado. Las ventajas deeste método es que puede utilizar-se para cualquier ejercicio.

Método del punto gordo: Es elsegundo método del dibujante téc-nico más conocido. Consiste en po-ner un punto gordo para marcar lastangencias y conseguir que éstassean tales. Grandes sabios en el mé-todo del punto gordo son Margallo,J.; Díaz, J.; Romero, P. y Real, S.

Anteúltimo: Sinónimo de penúl-timo. Ejemplo ilustrativo: último, an-teúltimo y... ¿anteanteúltimo?.

Botellón: Cualquier recipienteque pueda ser llenado por unamezcla de sustancias, obteniéndo-se un líquido. Los botellones másabundantes son los de ácido nítri-co. Son indispensables en un labo-ratorio. Ejemplo: “Dado un bote-llón de ácido nítrico... calcular su% de pureza”.

Tarugón: Dícese de la serie denúmeros y letras gigantescas quemarcan varias hojas del cuaderno.Los tarugones son un método di-dáctico que, a base de “acongojar”al alumnado con la idea de arrui-nar todo sus esfuerzos en el man-tenimiento de unos apuntes lim-pios y ordenados, provocan unareacción que impulsa al susodicho

alumno a estudiar y hacer los ejer-cicios para no obtener otro taru-gón como consecuencia de una ex-plicación espontánea en su cuader-no. Se ha comprobado que los ta-rugones tienen más efecto si se ha-cen en bolígrafo rojo y apretandolo suficiente para marcar varias ho-jas del cuaderno. Un buen consejoen la lucha “antitarugones sin re-medio” es mantener todos los bo-lígrafos en el estuche durante es-tas explicaciones espontáneasmanteniendo al alcance únicamen-te un lápiz.

Actuar “a lo bruto”: Hacer las co-sas siempre de la forma más larga ydifícil (y que normalmente suele te-ner efectos nefastos). Ejemplos: “de-rivar a lo bruto”, “analizar a lo bru-to”, “subrayar a lo bruto”.

Estar “en mitad del medio”: Esalgo parecido a estar en medio co-mo el jueves, es decir, estar siempreen el lugar menos indicado y en elmomento menos oportuno.

Pata: Extremidad superior delalumno. Sinónimos: zarpa, zarpilla,pezuña, pezuñeja. Expresión másutilizada: “meter las pezuñejas has-ta el fondo”.

Antichuletas: Instrumento del fu-turo que será la perdición de las pró-ximas generaciones de “estudian-tes”.

Güevoide: Palabra propia de lajerga del dibujante técnico. Sinóni-mo de ovoide.

Crujir: Suspender a un alumnosin ningún tipo de compasión, inclu-so rechazando un jamón de gran ca-lidad como soborno.

RAC’03. Primera edición.Javier Díaz, Samih Real y

Patricia Romero. (Gracias a todos los que han

colaborado sin saberlo).148

CURSO 2003-2004

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TúnelTúnel

Absorto en la lectura del periódi-co, no se dio cuenta de que esta-ba solo en la estación hasta que

vio entrar el metro en ella. Quizá no sesorprendió en ese instante. Cuando eltren se detuvo y quedaron abiertas laspuertas del vagón se percató del silen-cio absoluto en que había podido leerlas noticias internacionales mientras es-peraba; y un escalofrío le recorrió todoel cuerpo al comprobar que no había na-die, absolutamente nadie, dentro. Porlo que podía ver, tampoco en los dos va-gones de al lado. No se sentó. Se que-dó junto a la puerta, como si fuera a sa-lir en la próxima estación, y agarró confuerza el maletín de cuero negro que lle-vaba en la mano derecha.

Una voz femenina anunció por mega-fonía la estación siguiente: “Bilbao”, y suconexión con la línea 4. El tren se detu-vo; el andén estaba desierto. Luis miróel reloj: las 17.11; se asomó, comprobóque nadie bajaba del tren y tuvo que re-troceder ante el empuje de la puerta, quese cerraba. No pudo soportar seguir mi-rando la oscuridad del túnel y se dio lavuelta. Un hombre negro vestido conchándal gris, que parecía altísimo, dor-mitaba en uno de los asientos, despata-rrado, y se rascaba a pellizcos la entre-pierna con la mano derecha. No le habíavisto entrar ni le había oído acomodarseallí, pero le tranquilizó algo saberseacompañado. En la mano izquierda, elhombre sujetaba una bolsa de plásticomugrienta, de color indefinido, que pa-recía vacía. La voz femenina anunció lasiguiente parada: “Tribunal”, y su corres-pondencia con la línea 10, y Luis se vol-vió hacia la puerta justo cuando la luz dela estación irrumpía violentamente enella. Retrocedió un paso, asustado, y aga-rró con más fuerza el maletín de cueronegro que llevaba en la mano derecha.

El tren frenó y se detuvo a tiempo.Luis vio abrirse las puertas del vagón,escuchó el silencio absoluto que siguió,sintió su corazón agitársele en el pechoy vio cómo las puertas se cerraban an-tes de que él hubiera podido decidirsea asomarse fuera. Cuando se dio la vuel-ta, sin embargo, el hombre negro no es-taba. La bolsa de plástico mugrienta sehabía quedado abandonada debajo delasiento. Por un momento, se preguntósi no se habría inventado al hombre ne-gro, si el hombre negro no le habría in-ventado a él, si no estaría inventándo-se aquel vacío en el vagón y el silencio

desierto de las estaciones. Notó que su-daba en las axilas y agachó mecánica-mente y con disimulo la cabeza paraolerse: nada anormal: el desodorantefuncionaba. Se cambió el maletín decuero negro a la mano izquierda y dioun paso para agarrarse a la barra de en-frente. Cuando se asomó para ver si al-guien bajaba o subía en la estación deGran Vía no era capaz de decir si la vozfemenina había anunciado la parada. Depronto le inquietó esta pérdida de con-ciencia. No bajó nadie; nadie subió.¿Cuánto tiempo llevaba realmente allí?No se atrevió, sin embargo, a mirar otravez el reloj.

Llegó a Sol preparado delante de lapuerta, agarrado a la barra con la manoderecha y sujetando bien su maletín decuero negro en la mano izquierda. Erasu estación y estaba prácticamente se-guro de que la voz femenina no la ha-bía anunciado. Pero se cerraron las

puertas y él permanecía allí, como pe-trificado. El tren comenzó a rodar y sehizo otra vez el silencio. “¿Ahora el si-lencio?”, pensó, “¿esto es el silencio?”,y le pareció que había oído su propiopensamiento. Quizá se dio cuenta enese instante de que ya no le pesaba elmaletín. Cerró los ojos, con la oscura es-peranza de abrirlos y despertar de unapesadilla. Con ellos bien abiertos, viollegar, quedarse un instante y desapa-recer cinco intervalos de luz nuevos, res-plandecientes e iguales. Apenas se atre-vió a mirar en el reflejo de la ventanillasi había alguien más con él. Quizá gri-tó. No vio nada. No oyó nada. El silen-cio y el tren se fundieron con él y su ma-letín negro de cuero en la profundidaddel túnel.

(14 mayo 2002)

Ana VigaraColectivo Fondue de Armario

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¿Sabes, Neila?¿Sabes, Neila?uan subió al cerro un nuevo día. Sa-bía que a las doce menos cinco, mi-nuto más, minuto menos, aparece-

ría la máquina por la misma curva desiempre, arrojando su humareda gris yextendiendo su ruidoso silbido por el va-lle. Se recostó sobre el tronco de un pino.

—Neila, mira, allí viene.El perrillo ladró a algunas ovejas

que se habían separado mientras las de-más permanecían ocupadas con la hier-ba. Luego, se acercó deprisa y jadean-te hacia Juan. Éste cogió un hueso dela cesta y lo lanzó a lo lejos. Neila sealejó corriendo a por él. Mientras, eltren cruzaba el valle y Juan volvía a con-templar aquellos vagones oscuros y va-cíos con destino a la capital.

—¿Sabes, Neila? Dicen que en la ciu-dad han hecho hasta edificios de cristal¿Cómo no se romperán?

El animal se había subido a una ro-ca y dirigía sus incesantes ladridos ha-cia el tren, como si le molestara su cir-culación monótona.

—¿Sabes, Neila? Fíjate, algún díanos subiremos e iremos a la ciudad.Aunque ya soy viejo y me queda pocavida por delante.

El perro seguía ladrando. Se bajó dela roca y se lanzó deprisa hacia un gru-po de ovejas que retozaban en unos ma-torrales.

—¿Sabes, Neila? Desde que era unzagal subo aquí sólo para ver pasar esetren. Hace muchos años iba repleto degente. Ahora ya no va casi nadie porquetodo el mundo vive en la ciudad.

El tren, que había detenido su silbi-do por unos segundos, se disponía aho-ra a cruzar el puente sobre el río y lamáquina volvió a silbar. Juan cogió labota y echó un trago mientras su vistacontemplaba aquella larga hormiga querecorría el valle de una punta a otra.

—¿Sabes, Neila? Mi padre fue pastor.Le gustaba beber. Pegaba a mi madre; lapegaba cuando iba a casa borracho. En-tonces, me subía aquí, a este cerro, ycontemplaba el paso del tren. Deseababajar y cogerlo, cogerlo para ir a la ciu-dad y quedarme allí para siempre.

Neila estaba ocupado con una oveja dís-cola y el tren silbaba antes de pasar sobre

el puente de hierro. Juan, sentado bajo elpino, respiraba profundamente el olor acarbón quemado que subía de la máquina.

—¿Sabes, Neila? Mi madre muriópronto. Mi padre me puso con las ove-jas, y así se pasaba borracho día y no-che. Hasta que murió también. En la al-dea no había nada, sólo las ovejas, ymiseria, mucha miseria. Pude cogerlopero no me atreví, Neila, no me atreví.

De repente la voz de Juan quedó apa-gada por el inmenso ruido del traqueteode las ruedas sobre el puente de hierro. Selevantó y agarró la vara para ayudar a Nei-la en su empeño de reunir a las ovejas.

—¿Sabes, Neila? Las mozas de la al-dea se marcharon; unas a la ciudad,otras a tierras más prósperas.

Cuando volvió, el tren ya se desliza-ba por la línea del ferrocarril alejándo-se del valle. El humo se difundía por elcielo claro y permanecía por unos mi-nutos como la única señal de su paso.

—¿Sabes, Neila? Dicen que van a qui-tar el tren. Un día ya no atravesará el valle.

El animal había dejado por unos mo-mentos las ovejas y prestaba atención aJuan. Todavía se podía oler el tufillo delcarbón suspendido en el aire.

—¿Y sabes lo peor de todo, Neila?El perro dio un ladrido como si hu-

biera entendido la pregunta de su amo.—Pues que ya no estaremos aquí,

Neila. Ni tú, ni yo. Ya no estaremos aquípara soñar con la ciudad.

Juan Carlos CuevasColectivo Fondue de Armario

J

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Una sonrisade 14.000 kilómetros

Una sonrisade 14.000 kilómetros

Hace seis meses que estamos enEspaña. Recuerdo perfectamenteel día en que mamá nos dijo que

tenía los billetes de avión. Las caras demis dos hermanas, los nervios que meagarraron el estomago. Ninguno de no-sotros quiso estropearle ese momento.Hacía dos años y medio que no la veía-mos tan contenta. Ese era el tiempo quepapá llevaba fuera del país. Yo no que-ría irme. Sabía que las cosas estaban maly que según comentaban los diarios tar-darían en mejorar. Eso siendo optimis-tas. La verdad, no había muchas razo-nes para serlo.

Me despedí de Ariel, de Gastón, deFabián y de todos los demás. Alejandralloró todo el tiempo. Teníamos las ma-nos entumecidas pero ninguno de losdos se atrevía a soltarse del otro. Misojos estaban secos aunque la tormentaque se preparaba dentro de mí amena-zaba constantemente con desatarse.

Al llegar al aeropuerto de Ezeiza enBuenos Aires comprendí que me estabadespidiendo. En mitad del vuelo me pu-se a pensar que 14.000 kilómetros, 12horas de avión y un océano me estabanseparando de Alejandra, de mi casa, delos domingos en la cancha para ver alSan Lorenzo, del laburo en el almacénde Roberto los sábados en la mañana,de la escuela de secundaria.

Muchos dormían, mamá y mis her-manas también desde hacía rato. Apo-yé la cabeza contra la ventanilla. ¡Esta-ba tan fría! Entre las nubes vi porprimera vez el mar. No era como el río

que nos une al Uruguay. Dos orillas tancercanas que siempre parecen darse lamano aunque a veces sea para abofe-tearse. No creo haber llorado con tantanecesidad en mi vida. La bronca me aga-rró por el resto del viaje.

El avión atravesó una tormenta, noparaba de moverse. Yo igual temblaba,pero de miedo. A mi alrededor nadie pa-recía darse cuenta, todos disfrutaban desus vuelos particulares entre ronquidos,con los ojos cerrados y la cabeza a pun-to de caerse todo el tiempo. El bolso demamá cayó al suelo. Lo tomé. Estaba lin-da sujetando la mano de Laura. Me pa-reció verla sonreír. Miré adentro y mepuse a leer las cartas que guardaba ensu interior. Eran de papá. El mismo mie-do, iguales sus lágrimas a las mías. Peor,él se alejaba solo. Había conseguido unbuen laburo en una agencia de publici-dad. Extrañaba sus clases en la Univer-sidad de la Plata, a sus alumnos de Di-seño Industrial, los asados de la abuela,los chismes de su amigo Pablo. Dejé deleer. No me estaba haciendo bien.

La mina de adelante se volvió. Em-pezamos a hablar. Ella era española. Via-jaba con su madre. Regresaba de ver asu abuela. Su mamá era argentina y supapá gallego. Tenía un no sé qué en losojos. Pensé en Alejandra.

Una voz nos ordenó abrocharnos loscinturones. Estábamos a punto de ate-rrizar en Madrid.

Todos los aeropuertos se parecen.Personas en tránsito, maletas, encuen-tros y desencuentros.

Papá estaba en primera fila cuandola puerta se abrió automáticamente. Pa-recía más delgado, mayor. Llevaba pues-ta una remera azul relinda bajo el abri-go. Mamá y papá se abrazaron largo.Nosotros nos mirábamos sin dejar desonreír. Ellos lloraban todo el tiempo.Entramos a la cafetería del aeropuerto.Me quedé mirando el televisor. El mis-mo idioma sonaba muy diferente en es-ta orilla. En el noticiero hablaban demuertos que llegaban a las playas, deuna cumbre económica en Jujuy, de undesfile de moda en Cibeles, del partidoentre el Barça y Real Madrid.

La mina del avión se me acercó. Yasé que aquí a las minas se les dice chi-cas.

—Este es mi teléfono. Podríamosquedar alguna vez cuando sepas mover-te por Madrid.

—¡Epa! ¿Viste?, la camiseta del Bar-celona es igualita a la del San Lorenzo.

La mina sonrió. Le di las gracias. Nosdespedimos.

He vuelto a ver a la chica del aero-puerto. Se llama Nati. Suelo hablarle delas cosas que me pasan, que siento yque me hacen sentir. No siempre resul-ta fácil ser diferente entre iguales. Peroyo soy afortunado. Soy blanco, manejoel mismo idioma, mi papá tiene pape-les y un buen trabajo.

Nati siempre se vuelve, me sonríe yme dice bobo cuando la llamo Alejandra.

Mar Rodríguez CoyaColectivo Fondue de Armario

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Fantasma, sin adjetivosFantasma, sin adjetivos

«Bartolo, vas como un loco», so-lía decirme mi mujer al pasarpor la misma curva. Sí, me lla-

mo Bartolomé Cadenas y mi existenciaempieza el día que me meto un leñazocon el BMW, y bien que lo siento por-que quedó hecho una pena y encima ledi la razón a mi mujer, que siempre melo andaba diciendo.

Aunque vivo con ellos en el mismopiso, no he tomado ninguna habitación;al no tener cuerpo no duermo. Ademásno podría permanecer ni un segundodentro de su imaginación sin volvermeloco, con lo de: «Bartolo, esto… Barto-lo, lo otro».

Por el día suelo aferrarme a mi si-llón (cuando está libre), en el que solíaver los partidos de la Champion mien-tras ella me gritaba que si eres un tal oun cual, siempre poniendo adjetivos.Por la noche me siento encima de la có-moda y controlo lo que hacen en el dor-mitorio, y me fastidia porque nunca an-tes la había visto disfrutar tanto. Peroaún me fastidia más que permita a esemortal pasar todas las tardes de domin-

go sentado en mi si-llón, tragándose to-dos los partidos, quellegue a casa a lastantas después desus correrías y digaqué agobio de traba-jo, y que se vayan aAllariz cada dos portres cuando ella noquería ir a Ponferra-da, que pillaba máscerca. Ella le consien-te todo y siempre es-tá: «Cariño por aquí,cariño por acá».

Aunque me había propuesto llegara santo, me doy cuenta de que tengoque resignarme a mi condición. Tam-bién acabaría con ella, ganas no mefaltan, y además complacería muchoa mi autor. Pero no soy más que un re-cuerdo y mi vida fantasmal está liga-da a la suya. Este... este capullo con-duce el Rover a toda leche y ella nuncale dice «Cariño, vas como un loco».Pues mañana, cuando se vaya a traba-

jar, me subiré con él en el coche yaprovecharé la misma curva para su-jetar un poco el volante, un solo se-gundo bastará. Sencillo, ¿no? Así se-rá lo mismo que yo: un fantasma, sinadjetivos.

Juan Carlos CuevasColectivo Fondue de Armario

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ESTO ES UN ATRACOESTO ES UN ATRACO

–Sí, así soy yo: duro, grosero, insensibley víctima de un atraco.

–No te des tanto protagonismo, que amí también me está atracando y no me que-jo tanto.

–Pero si no sé de qué lado estás.–Del tuyo, siempre del tuyo...–¿De verdad?–Pues claro, tonto.–No, si encima le voy a tener que dar las

gracias a este señor.–No tiene que darme las gracias, toda-

vía no les he atracado.–¿No?–No. La cartera, por favor...–Pues el caso es que iba a pagar mi mu-

jer y no he traído dinero, así que tendrá queser ella la que...

–No me lo puedo creer... No me puedocreer que me invites a cenar y tenga que seryo la que traiga el dinero y pague.

–Habíamos quedado en eso, que tú sa-cabas dinero porque yo llegaba tarde.

–O sea que me has tenido esperando doshoras y no has podido pasar por el banco...

–Perdonen...–¿Y tú qué hacías en casa cruzadita de

brazos?–Pues poniéndome guapa para que el ca-

brito de mi marido me sacara de casa des-pués de tres meses de zápping.

–¡Ya estamos faltando otra vez!–Perdonen...–Es la segunda vez esta noche que me fal-

tas al respeto y yo aquí jugándome la vida y...–Perdonen, por favor...–¡Qué le pasa ahora!–¿Están tratándome de decir que ningu-

no de los dos ha traído dinero?–¡Pues yo no, desde luego!–¡Ni yo, faltaría más, después de tres me-

ses...!–Lo ves, la culpa la tienes tú.–Claro, como siempre.

JOAQUÍN AGUIRREColectivo Fondue de Armario

–¡Esto es un atraco!–Tiene usted razón; es carísimo.–No, no..., le digo que esto es un atraco.–¡Otro, entonces!–No haber venido.–Te dije que no teníamos que haber ve-

nido.–Tú calla, que la culpa es tuya.–No me sacas nunca...–¡Y para una vez que salimos, mira!–¡No discutan y dejen el dinero sobre la

mesa, que se me van a ir los demás clientes!–Ya te decía yo que la noche es peligrosa.–No busques excusas, que eres un abu-

rrido.–¿Aburrido yo?–No discutan, por favor, que tengo prisa.–Espere usted un momento, por favor.

¿Me estás llamando aburrido...? ¿A mí, meestás llamando aburrido tú?

–¡Sí, aburrido!–¡Hay que fastidiarse!–Por favor...–Si quieres hablamos de tus dolores de

cabeza...–Sí, pero luego, por favor, que tengo al-

go de prisa.–No, si esto va rápido.–Ya, pero...–¿Qué pasa con mis dolores de cabeza?–Que lo raro es que no te duela, vaya.–Que esto es mi trabajo...–¿Y sabes por qué me duele la cabeza?–¿Por exceso de ideas, quizá...?–Sí, ándate con gracias encima, ¡cabrito!–Si empezamos a faltar al respeto...–¿Al respeto, qué respeto?–Sí, yo creo que la está faltando al res-

peto.–No se meta.–¿Cómo que no me meta? Si me han me-

tido ustedes...–¿Nosotros?–¡Encima! Vengo tranquilamente a atracar-

les y me montan este lío sin venir a cuento.–Vamos por partes...–Cuidado, no la líes tú ahora...–No, pero esto lo dejo yo claro... Vamos

a ver. Nosotros estabamos cenando tranqui-lamente aquí cuando llega usted y nos en-cañona...

–Que es una navaja...–Bueno, pues me da igual, nos encaño-

na con una navaja...–Eso no se puede decir así...–¿Pero es que encima me vas a corregir,

así, delante de extraños? ¡Dale la razón, ven-ga!

–Ella tiene razón... No se puede decir quele encañono con una navaja. No es correcto.

–¡Tampoco es correcto atracar a la gente!–Si se me va a poner moralista...–¡Tú siempre dando lecciones a la gente!–¡Pero cómo lecciones! ¿Es que os vais

a poner los dos en mi contra ahora?–Pero es que no es correcto.–Vale... El señor nos está apuntando con

la navaja, ¿vale así?–Pues, la verdad, es que creo que tam-

poco es muy correcto...–No, mira, no es correcto porque el se-

ñor no tiene un ojo cerrado y otro abierto...–Y yo qué sé..., ¿y si lo tiene de cristal, qué?–¿Tiene usted un ojo de cristal?–No.–¿Lo ves?–Contéstame una cosa: ¿tú conocías a

este señor de antes?–Claro que no.–¡Pues lo parece!–Le juro que no conozco a su señora.–Yo no me fío de un delincuente.–¡Sin insultar!–¿Pues cómo llama a lo suyo, tan preo-

cupado como está por la corrección?–No deberías meterte con las profesio-

nes de la gente. Cada uno hace lo que pue-de en la vida. A saber por qué caminos hallegado hasta aquí.

–Si yo les contara...–No, por favor, no nos cuente nada, por-

que si además de atracarnos tenemos queoír su vida...

–¡Eres un egoísta insensible!–¡Ya! Y él un ser sensible que, empuja-

do por su exceso de sensibilidad, se dedica,en contra de sus delicados impulsos interio-res, a reparar las injusticias del sistema so-cial los viernes por la noche, ¿no? ¿Le mal-trataban de pequeño?

–No siga por ese camino, que la familiaes sagrada...

–No, si yo no digo nada de su familia...¿Un cura, un maestro, un sargento de laGuardia Civil, quizá...?

–¡Cómo eres!

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RAC (Real Academia de la Clase)IIRAC (Real Academia de la Clase)II

Debido a alguna que otrafelicitación, sonrisillascómplices, a más de una

mirada queriendo decir “estosgansos, ¿no tendrán otra cosaque hacer?” y, sobre todo, a laabundancia de palabras y expre-siones que salen de algunas bo-cas pidiendo a gritos ser de do-minio público por tener ciertacomicidad, nuestra inspiraciónse ha visto reanimada para con-tinuar con otra edición de la RAC(Real Academia de la Clase). Ju-gar con las palabras y pasar unbuen rato entre risas para, encierto modo, aliviar el estrés quenos está matando y hacer frente anuestras duras jornadas de estudio(seguimos siendo víctimas de la so-ciedad) siguen siendo nuestrosobjetivos prioritarios. Habíamos“amenazado” con una nueva edi-ción y lo prometido es deuda.

Reformarse: es el proceso enel que el alumno, presionado porsu conciencia, intenta centrarsey pone en práctica una serie deconsejos que lleva ignorandodesde su más tierna infancia. Esun proceso en el que no es muydifícil claudicar.

Pastiche: estado mental pos-terior a intentar asimilar muchainformación en poco tiempo.

Hacer el indio: acción de “gan-sear” sin temer las consecuenciasque esto acarrea. Es recomenda-ble hacer el indio sólo durante losfines de semana y período vaca-cional con un horario prefijado.

Marca de “El Zorro”: es la tí-pica marca de corrección en tin-ta roja (que todo estudiante co-noce) grabada sobre el “intentode resolución” de un ejercicio deexamen sin pies ni cabeza.

Chuletón: es el método porexcelencia de los llamados “chu-

leteros de guante blanco”. Con-siste en cambiar sutilmente lashojas de examen en blanco porlas hojas de respuestas previa-mente contestadas. No podemoscalibrar la eficacia de este méto-do, puesto que aún no se hacomprobado al 100% su relaciónsatisfacción/angustia.

Problema a lo Mazinger Z:problema físico-matemático que,debido a la abundancia de tecni-cismos en su enunciado, “acon-goja” al alumno creándole un es-tado espontáneo de ansiedad yrenuncia a resolverlo.

Contrahecho: alumno con“deficiencias” psicomotrices quele impiden aplicar ciertas leyes fí-sicas basadas en posiciones ex-trañas de la mano.

Punto pollo: es el resultadode la proyección de lo que nor-malmente denominamos pollo operdigón sobre el plano de pro-yección vertical a .

Hacer requiebros: consiste encoquetear insistentemente entrecompañeros, con resultados du-dosos, por medio de notitas ymiradas.

Polimónicos: evolución natu-ral de la palabra polinómicascuando llevas a tus espaldas cin-co horas de clase y estás “aborre-cido” de la clase de matemáticas.

Hacer adobes con el cogote:palabra con sentido físico... me-tafísico... mortuorio, es decir,simple y llanamente, morirse.

Batiburrillo: desorden, sinra-zón, desorientación. Podría com-probarse, e incluso enunciarseuna ley física del siguiente mo-do: “Todo alumno tiende a hacerlas cosas a batiburrillo de modoespontáneo”.

Síndrome del papagayo: es unsíndrome que sufre un alto por-centaje del alumnado que consis-te en “chaparse” la lección el díade antes y llegar sobre la hoja deexamen y “vomitar” las respues-tas sobre ella. Como consecuen-cia de este síndrome están los lla-mados “exámenes de vomitona”que predominan con mayor omenor frecuencia dependiendode la asignatura a estudiar.

Chicharrilla: sonido que mar-ca el principio y fin de las clases.Siempre y cuando indique el fi-nal de una clase o jornada, estesonido se convierte en el más de-seado de alumnos y profesores(aún no sabemos por cuál de laspartes es más deseado). Se ha de-mostrado experimentalmenteque la chicharrilla puede sacar demás de un aprieto.

- Fumar: 1. “Fumarse losapuntes”. Intento de asimilaciónnocturna intensiva (la noche de an-tes, que es lo que nos gusta, nadacomo la presión para estudiar...) deun taco de apuntes “al peso”. Porpropia experiencia hemos sabi-do que existen los “tostones in-fumables”. 2. “Fumarse la clase”.Es lo que comúnmente denomi-namos irse de pellas.

* Fumarse las clases es muyadictivo: no empiece a fumárselas.

* Las clases contienen, en al-gunos casos, explicaciones abu-rridas, cálculos complicados... co-mience a fumarse las clases.

RAC’04. Primera edición.Javier Díaz, Javier Margallo y

Patricia Romero. Gracias a todos los que han

colaborado sin saberlo y, sobre todo,

a nuestro “mentor”(te echamos de menos ).

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Yo no hubiera querido nun-ca que pasara ésto. Menu-da vergüenza, qué dirán

ahora todos. Sobre todo Felisa.La estoy viendo. No va a quererseguir con lo nuestro, y todo poruna tontería, por los prontos quetiene uno.

Si es que estoy que no vivocon lo de la boda, venga bodapara arriba, para abajo, elegir elmenú, el traje, las invitaciones,menudo rollo. Uno no puede te-ner la cabeza en todo, creo yo.Las prisas nunca han sido bue-nas consejeras, lo decía mi ma-dre, que en paz descanse. Si hu-biera vivido, esto no habríapasado, se lo digo yo. Mira queacordarme la tarde antes de lode los anillos. Me dice Elena, has

recogido los anillos, y yo que mepongo blanco, primero, luego detodos los colores. Ya se te ha ol-vidado, eres un desastre. Que nomujer, intento disimular, que no,y trago saliva para no morirmeatragantado.

Con una excusa cualquiera,salgo escopeteado de la obra.Casi me caigo del andamio. Co-jo el 43, luego el 52, el tráficoimposible, un atasco en la Cas-tellana como quiera. Cinco mi-nutos antes de las ocho gano lafinal de los doscientos metros li-sos. A las ocho en punto, estoypulsando el timbre de la joyería.La dueña me mira de arriba aba-jo. Es verdad que voy despeina-do por la carrera, sudoroso, quevengo aún con el mono de la

obra, que debo de tener cara deloco. Me dice que no con el de-do. Me caso mañana, le grito,por favor, tiene usted los anillosdentro. Hace como si no me oye-ra y se da la vuelta para atendera una señora gorda a la que se leha atascado una cadena en elcuello.

Aporreo la puerta. Dejo mi de-do pegado al timbre.

La dueña me mira con cara desusto, pero no abre.

Cojo un adoquín y rompo elcristal. Apenas consigo hacermeentender entre el ruído de laalarma, las voces de la señoragorda y los gritos de la dueña,pobre, empeñada en cargarmecon todo tipo de joyas. Intentoexplicarle que no soy un ladrón,que sólo quiero mis dos anillos,que me caso mañana. No hayforma. Por fin, me los saca dedetrás del mostrador.

Pago a pesar de las protestasde la dueña. Pero cuando me es-toy dando la vuelta más conten-to que un ocho, la policía irrum-pe en el local.

No hay forma de conseguir queme escuchen. A todo esto la se-ñora gorda dice que soy un dro-gadicto y que es una vergüenzaque gente como yo ande suelta.La dueña asiente. Las dos dicenque las amenacé con un adoquín.Yo intento explicar que no quisesoltarlo para no ensuciar el sue-lo. Me encuentran encima la na-vaja de la fruta.

Cualquiera le explica ahora ami novia que a lo mejor la bodano puede ser mañana. Malditasprisas.

Pilar Galán

MALDITAS PRISASMALDITAS PRISAS

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Un día caí a un pozo lleno deagua y me ahogué. Fue un acci-dente estúpido. Y todo por in-

tentar coger un sapo, que a ver quiénme manda a mí coger un sapo. Esta-ba paseando por la finca de mis sue-gros y me acerqué al pozo. Sabía dón-de estaba, sabía cómo era, sabía loque cubría y también sabía, porque selo había repetido cien mil veces a mishijos, que los pozos son lugares peli-grosos. Pero ahí estaba yo, sola, enci-ma de las maderas podridas que atra-vesaban el pozo, intentando coger unsapo con una red de las que se utili-zan para atrapar pequeños peces. Nome acuerdo si pensaba que aquel sa-po era un príncipe encantado, espe-rando un beso mío que le liberase dela maldición de alguna bruja perver-sa, o que el sapo haría las delicias demis hijos en la charca cercana a la ca-sa, pero lo cierto es que el tablón demadera en el que estaba subida separtió y me caí al pozo. No sentí mie-do en la caída; sabía nadar y salir delpozo no me parecía difícil, así quemientras caía, en ese leve segundoque tardaron mis pies en llegar alagua, solo pensé que era imbécil.

Caí al agua, que estaba fría para serverano, sucia y verde. El tablón parti-do me golpeó la cabeza y me hundíhasta tocar el fondo del pozo con lospies. El fondo estaba lleno de lodo y

mientras más intentaba salir, más mehundía, así que traté desesperadamen-te de subir dando un fuerte empujóncon las piernas hacia arriba, pero meencontré atrapada por algo que noidentifiqué.

Morir ahogada es terrible, desdeluego yo nunca hubiera elegido esamuerte para mí. Contuve la respira-ción todo lo que pude, intenté libe-rarme, moví con fuerza brazos y pier-nas, pero fue inútil, al final tuve querespirar ahí dentro y el agua verde en-tró en mi nariz, en mi boca, en mispulmones y me ahogué.

Ahora estoy muerta y lo recomien-do. Estar muerta es una verdadera de-licia. Lo primero que sentí no fue uncansancio infinito, por haber estadoluchando con todas mis fuerzas porvivir, sino una gran liberación, comosi me hubiesen quitado todos los pe-sos de encima de repente, algo así co-mo cuando nadaba en la piscina y me-tía la cabeza debajo del agua para queademás de mi cuerpo se lavasen tam-bién mis pensamientos, ¡que buenafalta les hacía!, eso mismo, pero a lobestia Vaya, pensé, ya entiendo porqué la gente no vuelve de la muerte.Me sentí libre, ligera, nada me preo-cupaba y nada me dolía.

Luego rápidamente empezó a pa-sar toda mi vida por delante de mí co-mo si fuera una película y ... ¡me pasé

toda la película llorando!. Desde lue-go mi vida había sido un drama, asíque decidí que mi muerte sería unagran comedia. Ya está bien de tantodrama, me dije, y empecé a ver el la-do positivo de estar muerta y me dicuenta de que tenía no uno, sino mu-chos lados positivos: no tenía que pre-ocuparme por mañana, ni por las le-tras de la casa, ni por el trabajo, ni porlas arrugas que ya empezaban a no-tarse, ni por las vecinas, ni por mis pa-dres, ni por mis suegros, ni por mi ma-rido, ni por mis hijos, ni por laenfermedad, ni por, había tantos nipor, que pensé que estar muerta real-mente era una gran ventaja y comen-cé a entender el verdadero significa-do del descanso eterno.

De pronto y sin avisar me encontréen un túnel oscuro, era como el delbarco del parque de atracciones, eseen el que se mueve el suelo, pero queno ves nada y te vas sujetando en lasparedes para no caerte. Fue divertidoel túnel, aunque bastante más largoque el del barco del misisipi. Al finaldel túnel había una gran claridad. “Asíque este túnel lleva a alguna parte”,me dije, y caminé hacia la luz.

Según me iba acercando a la luz, meencontraba mejor, más contenta, másligera, más libre. Está claro pensé, la luzes como un gran antidepresivo, es de-cir, un antidepresivo a altas dosis; lo queno puedo entender es cómo puede ha-ber habido alguien que realmente ha-ya llegado hasta aquí y se haya dado lavuelta. La luz era cegadora, así que tu-ve que taparme los ojos un rato hastaadaptarme a tanta luminosidad. Un se-ñor de barba blanca, de pelo largo y ca-no envuelto en una túnica, se me acer-có. “Este es un ángel –pensé,– tienetoda la pinta”. Y no me equivoqué, eraun ángel: el Angel de la Entrada.

A partir de aquí, ya no me sonabanada, ningún muerto vuelto inexplica-blemente a la vida para mí había con-tado nada de lo que iba a sucedermea continuación, así que me puse unpoco en guardia. A ver por dónde meva a salir éste, me dije. El portero, por-que eso es lo que era este ángel, meexplicó que una vez que llegas hasta

Un cuento de muerteUn cuento de muerte

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él, ya no hay remedio y que por lo tan-to no tenía otra que escucharle. “Yaempiezan las dictaduras, había sidodemasiado bonito para ser verdad”,me dije, y escuché.

–Estás en el limbo, es decir, en nin-gún sitio concreto, y aquí nadie másque yo puede estar, así que dime quépuerta quieres que te abra.

“Esto sí que es la monda –pensé–:¡así de pronto, sin ni siquiera darmealguna información acerca de lo quehay detrás de cada puerta tengo queelegir, como si yo fuera tonta, comosi hubiese muerto ayer, como si no su-piese que las puertas al mismo tiem-po que te dan entrada a un lugar tecierran la salida a otro! Qué mal rolloesto de las puertas”, me dije.

–No puedo decidirme así por lasbuenas –le dije al ángel de la entrada–,son muchas puertas y me imagino queno todas llevarán al mismo sitio.

–No, claro que no –me dijo el án-gel–, pero yo no puedo darte ningu-na explicación. Tienes ojos, ¿no?,pues lee los letreros.

Me acerqué a cada puerta y leí losletreros uno a uno: Puerta del regre-so, Puerta de vivir otra vida, Puertade los fantasmas, Puerta del cielo,Puerta del infierno. Había más puer-tas pero no me interesaron en abso-luto, los letreros no me daban con-fianza. Mejor elijo una de estas, medije, al menos puedo imaginar quéhay detrás.

Elegir me llevó un buen rato y nofue nada fácil, sobre todo porque elportero no hacía más que metermeprisa, como si elegir dónde y cómopodrías pasar toda la eternidad fue-ra una elección sencilla. Sin embar-go, me puse a ello. Puerta del infier-no, desechada por nombre ycontenido, me dije. Puerta del regre-so, desechada también, no había lle-gado hasta allí para volver ahora co-mo si nada. Puerta de vivir otra vida,desechada por pesadez, ahora queme había quitado de encima todas lascargas de la vida, no iba a volver aecharme a las espaldas nuevos pesos.“Sólo me quedan dos –me dije,– asíque ¡ánimo, valiente!”.

El portero refunfuñaba detrás demí. “Se acaba el tiempo, se acaba eltiempo”, decía.

Me estaba poniendo nerviosa. Lapuerta del cielo me tentaba con fuerza,siempre desde niña había oído hablardel cielo como el mejor de los sitios,ese lugar donde todo era maravilloso,donde todo era amor, donde todo erapaz y felicidad, pero pensé que era de-masiado bueno para ser verdad y quesi algo me habían enseñado mi vida ymi estúpida muerte de ahogada por co-ger un sapo repelente, era que las co-sas maravillosas no existen, así que confirmeza me dirigí a la Puerta de los fan-tasmas y la abrí.

Un montón de agua verde se me vi-no encima, y me convertí en el fantas-ma del pozo –ya he metido la pata,pensé. Recordé entonces el juego dela oca y, como no podía hacer otra co-sa, esperé hasta que alguien cayera alpozo y me liberase.

Ahora soy un fantasma libre y megusta.

ISABEL HERNANDOColectivo Fondue de Armario

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Las madresLas madres

Todas las madres delmundo hacen y dicenexactamente las mis-

mas cosas. Yo creo que lesdan un cursillo secreto en elque aprenden lo que llama-mos “cosas de madre”.¿Quién no ha escuchado al-guna vez “tú hazle caso a tumadre, que tu madre sabemucho de esto...?” ¿Dedónde creen que ha podidosacar una madre una fraseasí? Pues del cursillo.

Lo primero que les ense-ñan en el curso es a repetirmucho las cosas. Por eso,cuando eres bebé hablancontigo como un disco ra-yado:

–¿Cómo está mi niño?¿cómo está mi niño? ¡Eh!¿cómo estás?

Seguro que si pudieras hablar, ledirías:

–Hasta el gorro, hasta el gorro,hasta el gorro...

Gracias a estos cursillos, las ma-dres son capaces de hablar de dostemas la vez:

–Mamá, quiero hablar contigo.–¿Qué te pasa, hijo mío? ¡No

arrastres los pies!–Es que estoy pensando en de-

jar de estudiar...–¡No te toques los granos! ¿Pe-

ro cómo vas a dejar los estudios?–Es que no me gustan–¡Huy!, hay tantas cosas que no

me gustan a mí...¡Ponte derecho,que te va salir chepa!

Y llega un punto en que, sin sa-ber por qué, ambos mezclan lasconversaciones y acaban por zan-jar ellas la cuestión:

–Pero ¿cómo vas a tener ganasde estudiar si no arreglas tu habi-tación? Venga, que no hay quienentre. ¡Y estudia!

En el cursillo también se inclu-yen clases de estilo y moda. Unamadre siempre sabe lo que es mo-derno y se empeña en llevarte decompras y vestirte a la última.

–Huy, esta camiseta es preciosa,hijo

–No.–Pero ¿cómo que no? Si es lo

que se lleva ahora.–Lo que se lleva ¿dónde?, ¿en el

circo de Ángel Cristo?Y al final terminas llevándote la

camiseta que a ella le da la gana.Algunas veces lo hacemos para quese calle y nos deje comprar en paz,luego dejas la camiseta en el fon-do del armario hasta que la usaspara estar por casa y... ¡ya está!

Además, todas las madres sonvidentes.

–Niño, que te vas a caer.Y te caes.–Niño, no comas tan deprisa

que te vas a atragantar. Y te atragantas.

–Hijo, ten cuidado, queésa es un lagarta.

¡Y es una lagarta!Hay que reconocer que

en estos cursillos son bas-tante profesionales. Y esque incluyen hasta nocio-nes de policía. Las madresse transforman en autén-ticos sabuesos: “tú has fu-mado”. O “tú has bebi-do”. O “esos calcetinesllevan tres días sin cam-biarse”.

Lo que en el curso noles enseñan a las madreses que sus hijos crecen.Por ejemplo: vas a salircon los amigos, pues, an-tes de que salgas por lapuerta, ya esta tu madredándote el coñazo con:

–“Ponte el abrigo”–“Ten cuidado con el autobús”–“¿Llevas dinero?”–“No llegues tarde”–“¿Con quién vas?”

Llega un momento en que estote harta y al tercer día que salescon tus amigos antes de que tumadre empiece a hacerte el inte-rrogatorio, se oye el portazo¡pumm...! y tu madre ya se quedapreocupada porque no sabe ni sillevas dinero, ni si te has puesto elabrigo, ni con quién vas, ni si lle-gas o no llegas tarde, etc.

Pero aunque todas las madreshacen siempre las mismas cosas,ninguna hace la sopa del cocidocomo tu madre, ninguna te pela lanaranja como tu madre, ningunainsiste tanto en que te pongas elabrigo como tu madre.

Mario Baena (3.º de E.S.O.)

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do por las revistas, un mundo cuyotiempo se le había ido escapandodesde muy joven. Un día subió y noquiso hablar de la Carolina, ni de laCarmencita, ni de la Nadiuska, ni dela Flores. Me di cuenta de que tansólo le quedaban unos cuantos dí-as. Cuando se le fueron, se marchócon su luto y su garrota.

El tiempo se va yendo lenta-mente. Todo se lo va llevando. Ala Eugenia, a mi abuela, a los te-levisores, a aquella casa. Sólo que-dan las revistas; eso sí, ahoracuentan otras vidas. Como la mía,que ya voy por el tercer marido.Si supiera la Eugenia lo que he co-brado por la exclusiva...

Juan Carlos CuevasColectivo Fondue de Armario

La EugeniaLa Eugenia

Yo era muy pequeña. La Euge-nia vestía siempre de negro,guardando luto eterno por

algún familiar difunto o quien sa-be si anticipando el suyo propio.Subía sobre las cinco a hojear re-vistas y entraba con su aire resuel-to, tan habitual, y blandiendo unafútil garrota, inseparable de suatuendo. Ella se sabía en posesiónde ese conocimiento añejo sobrela vida que le permitía postularsobre las buenas costumbres, ypresumía de su rico acervo moral,que la impulsaba a lanzar las crí-ticas más demoledoras. Siemprese sentaba en el mismo sitio, enuna silla de madera junto a lapuerta del comedor, y dejaba sugarrota apoyada en el rincón. Oje-aba Holas, Semanas y algún DiezMinutos, revistas que solían andarpor mi casa. Por el buen tiempo,su moño, cano y recogido comoel de una abuela de principios desiglo, brillaba bajo el sol de la tar-de. Hablaba toda la tarde y se la-mía el pulgar para pasar bien lashojas.

La Eugenia había vivido en la ca-pital, aunque su infancia y juventudbien pudiera haber sido rural –setendría que haber remontado muyatrás en el tiempo para que ahoralo supiera–. Se mantenía firme ensu soltería, y estaba muy orgullosade no haber conocido hombre al-guno en toda su vida. Ella era unamujer decente y atesoraba su vir-ginidad. La Eugenia se sentaba decara al televisor, aunque jamás qui-so prestarle atención porque loconsideraba uno de los frutos de lamodernidad. Ella prefería echar unvistazo a las revistas.

La Eugenia era como de la fami-lia. Se pasaba las tardes enterascon mi abuela, que solía ocupar elsillón de la otra pared. Hablabande la Carolina de Mónaco y de suprimer marido, un tal Junot, del ir

y venir de la Carmen Franco, de laNadiuska y de la Lola Flores. Mirecuerdo de aquellas conversacio-nes ha quedado eclipsado por elde su reacción furibunda contra laimagen de Marisol, una Marisoldesnuda en la portada del Inter-viú, que jamás llegó a contemplar.

La Eugenia estaba jubilada. Pa-recía haberlo estado toda la vida,pero lo cierto es que había traba-jado limpiando las cocinas del Pa-lace. Vivía cuatro pisos más aba-jo. Allí pasaba sus noches en uncuarto iluminado por la penumbrade un corredor. Decía que su cuña-da la amenazaba con echarla de sucuarto porque ella no le daba par-te de la pensión. Decía tambiénque su hermano era un calzona-zos. Cuando los dos des-aparecieron, ella se quedó sola enel piso y fue un poco más feliz.Entonces la tomó con su sobrina,que vivía en la misma calle y queera muy golfa porque se había se-parado del marido, como la Caro-lina de Mónaco.

La Eugenia fue una vez al hogardel pensionista y nunca más quisovolver. No soportaba a esos viejosverdes que la miraban de arribaabajo cuando entraba, a ella, a unaseñora decente. Por eso decidiópasar las mañanas en los bancosde madera de la Ronda de Valen-cia, ejerciendo su control sobre lasbuenas costumbres del barrio y cu-briendo el consabido repaso a laactualidad. Y, por las tardes, subíaa casa sobre las cinco, se sentabacon mi abuela, y se lamía el pulgarantes de pasar las hojas del Hola.

La Eugenia vivió dos televisores–entonces duraban mucho–: unWerner, pionero en sus tiempos,que después de muchos años, y al-gún que otro arreglo, se transformóen una Grundig de sensores digita-les. Pero ella sólo conoció el mun-

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El secuestro de mamáEl secuestro de mamá

MusasMusas

A mamá la han secuestrado unos extraterrestres hace on-ce días.

–¿Por qué a Londres? ¡Papá! ¿Por qué se la han llevado aLondres y no a su planeta?

–No tenemos una nave espacial para ir a buscarla ¿No cre-es que es mejor que la dejaran en la tierra?

–Sí, pero ¿por qué a Londres, papá? En Valencia al me-nos la cuidarían los abuelos y no se sentiría sola...

–Seguro que saben que el abuelo odia a los ingleses. Poreso habrá sido, para hacer de rabiar al abuelo. Yo creo quefue por eso.

–Sí, el abuelo les hubiese dado una paliza de muerte. Y...¿si llamamos al abuelo? Seguro que a él le hacen caso. ¿Va-le, papá? ¿Llamamos por teléfono al abuelo?

–Mejor esperamos unos días. Ya sabes cómo es de bruto.Es capaz de partirles el cuello.

–Sí, igualito que a los pollos. y luego lo mandan a la cár-cel por matar extraterrestres y no nos dejan volver a verlo.Se te ha puesto la voz rara. ¡Papá! Creo que los virus maloste han atacado. ¿Mira a ver si los mocos son verdes? ¡Sonblancos. !

–¡El maldito aire acondicionado! No gano para resfriadoseste verano.

–Eso es que siempre se te olvida que tomemos el zumode naranja en el desayuno. Mamá siempre dice que...

–No estés encima de mí todo el rato, que te voy a pegarlos virus.

–Yo se los pego siempre a mamá. Tengo que decirle a mamá que los virus ya han encontra-

do la manera de atacar a papá.¿Y sí mamá se fue con ellos porque no quería que le pe-

gase más virus malos?

Mar Rodríguez CoyaColectivo Fondue de Armario

Llevaba más de dos horas obsesiva-mente concentrado en la superfi-

cie blanca del documento sin nombreque había abierto en la pantalla delmonitor. Empezó a notar dolor de es-palda, los dedos agarrotados, sueño, ypensó que sería mejor hacerse un téverde con yerbabuena fresca. En reali-dad, casi cualquier cosa sería mejorque seguir esperando inútilmente laspalabras. Al té verde siguió whisky conhielo y al whisky con hielo café negroamargo: dos tazas. Después de la se-gunda coca-cola notó que la cafeínaempezaba a hacerle por fin efecto. Pe-ro la oscuridad le pilló paseando de

un lado a otro del salón, tan excitadoahora, que se sentía incapaz de con-centrarse y escribir. Al cabo de un ra-to, confuso, pero quizá más tranquilo,encendió el flexo para ver bien el te-clado y se sentó de nuevo frente a lapantalla.

Como a las dos de la madrugada,antes de irse a dormir, tecleó por finlo que sería –pensó– el título definiti-vo del volumen: Cuentos sin imaginación.

ANA VIGARAColectivo Fondue de Armario

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Beatriz Alegría Carrasco. Ciencias de la Información (Periodismo), 2º curso

Cambio deperspectivaCambio deperspectiva

Ella se llevó la última. El cielo quedó desierto.Nadie sabía qué había pasado con las otras, peroella se había levado la última. La noche ya no bri-llaba, tan sólo la luna..., tan sola y triste como él.Ella se había llevado la última y él quedaba sin na-da, vacío... Sin día y sin noche, porque la últimaestrella se la había llevado ella.

Cristina López YáñezFarmacia, 2º curso

Ella se llevóla última

Ella se llevóla última

AdictoAdicto

Cuando le conté mis síntomas almédico, me miró estupefacto yme dijo:

–Usted lo que tiene es adicción.Ahora tenemos que averiguar a qué.

En las semanas siguientes se de-dicaron a sacar y analizar cada fluidode mi cuerpo, y a inyectarme todo ti-po de sustancias. Fui examinado porestomatólogos, podólogos, fisiotera-peutas, oculistas, dermatólogos, psi-cólogos, cardiólogos, urólogos, e in-cluso anestesistas. Ninguna pruebaarrojó luz sobre mi problema. Hastaque no me recetó un largo viaje nodescubrimos la causa de mi adicción.

–Sólo, tiene que ir sólo. Y lejos,muy lejos. Así descubrirá qué es lo quemás le pide su cuerpo.

Así que lo abandoné todo y memarché al lugar más solitario de la Tie-rra. Allí me dediqué a vigilarme, por-que todos saben que cuando se es adic-

to a algo sólo se encuentra satisfacciónen eso, pero, cuando se deja de tener,la desolación invade el alma y sólo setienen ganas de conseguir más o mo-rir. Me costó muy poco descubrir elmotivo de mi dependencia. Porque ca-da vez que te llamaba por teléfono to-do mi cuerpo se inflamaba de alegría,y cada vez que colgaba el auricular lanoche anidaba en mi corazón.

Regresé y le conté mi descubri-miento al médico. Tras mucho medi-tar, me dijo:

–Lamento decirle que su adicciónse curará sola, y que eso es lo peor quele va a pasar en esta vida.

José Luis García SarasaIngeniería Técnica de

Informática de Sistemas, 3º curso

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Desde su diminuto cobijo conolor a costo, con una tenue luzde flexo y con la colaboración

de libros de biblioteca y anteojos, ununiversitario aumenta su saber altiempo que pierde ligeramente su ca-lidad de vida. Su cama está deshecha,su mente no.

La ardua tarea estudiantil le produ-ce, de repente, un insoportable dolorde cabeza. En un arrebato y de un ma-notazo tira el material académico alsuelo. Se enfurece y se levanta de suasiento. Coge las llaves, el móvil, elmonedero con la hoja de marihuana yel abono joven del transporte madri-leño: se dispone a tomar el aire.

Al bajar las escaleras piensa en to-marse media pinta de cerveza negra.Cuando llega al exterior de su edificiose extraña al no ver ninguna riada dehombres y mujeres. No se había dadocuenta de vigilar el tiempo mientrasestudiaba en la ratonera. Saca rápida-

mente el móvil del bolsillo, mira la ho-ra y comprueba que son las cinco dela madrugada. Se diluye el miércoles,las últimas tabernas ya cerraron hacedos horas.

Sin rumbo empieza a caminar, vaga-bundea por las calles madrileñas y, devez en cuando, se detiene con el pro-pósito de contemplar su ciudad. Él nonació en esta villa, nisiquiera en este país,pero ahora vive en La-vapiés. Respira unanoche sin estrellas, es-tudia en la Complu-tense, le encanta Ma-lasaña y medita en elRetiro: es madrileño.

Sus pasos le con-ducen hasta la calleAtocha y sigue ale-jándose del centro.Cuando cruza la glo-rieta del Emperador

Carlos V, oye una explosión que vienede la estación, sin pensarlo dos vecesse apresura hacia ella. Llega a las in-mediaciones de un tren de cercaníase intenta socorrer a un rostro sin son-risa. De pronto, un segundo estallido.

Miguel Ángel Fernández LanchaIngeniería Informática, 1º curso

Es madrileñoEs madrileño

Sara no creía en el amor. Sabía quese trataba de un triste invento pa-ra hacer menos desgraciadas las

vidas humanas, pero ella sólo habíacomprobado a su alrededor cómo lascubría de mayor amargura. Había vistoa personas valiosas, con un futuro pro-metedor, dejándolo todo «por amor»;personas engañadas, que no veían o noquerían ver cómo era en realidad ese

ser maravilloso del que estaban tan (de-pendientemente) enamoradas. Veladasarruinadas o semanas enteras aguadaspor las tormentas de hombres y muje-res que se habían dejado de querer.

Sara no despreciaba el amor comotal; al contrario, le hacia disolverse enuna buena novela o flotar largo ratotras haber visto una hermosa película,porque el amor es –no lo dudaba– la

mejor especia en la cocina del arte. Asíque, visto lo visto, prefería llenar susreservas de cariño con este amor vir-tual y ponerse una armadura para queel real no consiguiera hacerle daño.Una armadura que había resistido to-da una vida, pero que no había podidoapagar el fuego que toda alma mantie-ne latente en su interior.

Sara vio derrumbarse toda su cons-trucción, aquel pacto de estabilidad,cuando la hoguera de otra alma seacercó a su órbita y entonces, por fin,lo entendió. Por primera vez pudo ima-ginar que la persona que la miraba conesa inmensa dulzura sería capaz decompartir todo, de darlo todo y, ade-más, aguantar el peso si ella entrega-ba todo su ser. Nadie le había dichoque era inevitable, que a ella el restodel mundo tampoco le iba a importar.Un día decidió lanzarse al vacío de dosy aún no se ha topado con el fondo.

Carla AnayaCiencias de la Información

(Comunicación audiovisual) 4° Curso

El vacío inevitableEl vacío inevitable

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CURSO 2004-2005

Me he roto una pierna. Ando conmuletas. Me empujaron en el patio delinstituto y me han puesto una escayolaen el hospital. Mi madre, además, uncalcetín de montaña, porque hace unfrío terrible y los dedos del pie quedanal aire. No ha sido un simple accidente.Ha sido una venganza.

Mi nombre es Laura y tengo 14 años.Estos datos no tienen importancia ex-cepto para dejar clara una cosa: no pien-so seguir siendo testigo mudo de unabuso. Quiero decir que no soy la úni-ca que se ha dado cuenta de algo terri-ble que está pasando en el patio del ins-tituto, pero sí la primera que trata dedenunciarlo. Pasa todas y cada una delas mañanas en los últimos dos años. Aveces, muchas, demasiadas, tambiénocurre a la entrada y a la salida de lasclases.

El verdadero protagonista de estahistoria se llama Pablo. Es un chico demi clase. Pablo tiene como yo 14 años.Es un buen estudiante. Lo que más legusta y hace mejor es dibujar. Clara yyo hemos visto muchos de sus dibujosy son fantásticos. Le estamos animandopara que se presente a un concurso decómic, pero Pablo nos ha comentado

que está bloqueado. Que hace seis me-ses que no es capaz de trazar una solalínea. A Pablo las palabras le salen de laboca a trompicones. No es que él dudede lo que quiere decir, es que ellas seagolpan en su garganta de una formacaótica y luego se estorban unas a otraspara salir. Ninguno de los que se ríen demi amigo y lo llaman tartaja han vistolo que es capaz de hacer con un lápiz yuna hoja en blanco.

Clara, mi mejor amiga, dice que a míme gusta Pablo. Yo digo que no estoysegura. Lo que si tengo claro es queodio a los que se meten con él, porquesé que las cosas le hacen más daño quea cualquier otro. Los detesto porque notienen ninguna razón para tratarlo mal.Los acuso públicamente porque tambiénsé que son igual de cobardes que el res-to. Yo no soy una persona valiente, nun-ca lo he sido. Tampoco soy una chicaque tenga mucha iniciativa pero quieromucho a Pablo. El ataque contra mi noha sido ahora por haberles denunciadoante alumnos, padres y profesores. Pre-cisamente ahora es cuando no tengomiedo. Fue por lo de antes, cuando pu-bliqué una carta en la revista del insti-tuto:

“Querido amigo, no sé como ayudar-te. Sé que lo estás pasando muy mal porculpa de un grupo de unos cuantos (aquíescribí los nombres y apellidos de to-dos) que además de cobardes son estú-pidos. Y los llamo cobardes porque sufuerza desaparece cuando están solos.Y los acuso de estúpidos por pensar quenos harán callar a todos todo el tiempo.Sólo quería que supieras que puedescontar conmigo.”

Esta es la carta en resumen, porqueluego hablaba de más cosas. Así di pis-tas que hicieron que la carta, anónima alprincipio, terminase por señalarme di-rectamente a mí. Bueno, para mi desgra-cia, al menos tontos del todo no son es-ta panda de impresentables. Melocalizaron rápidamente. Me arrincona-ron en el patio y me empujaron por unterraplén no muy pronunciado, pero losuficiente como para que me rompierala pierna. Pablo se puso como una fiera.Nunca lo había visto así de enfadado. Fuea hablar con el director. Me gusta ser unaheroína ante los ojos de Pablo. Va a pre-sentarse al concurso. La protagonista desu cómic es genial y se llama Laura.

Mar Rodríguez CoyaColectivo Fondue de armario

Valiente a la fuerzaValiente a la fuerza

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Pecados capitalesNunca he sentido ira ni he sido soberbio o

envidioso y tampocohe acaparado una fortuna. Disipé la gula yla lujuria comiendo pescado y la perezaleyendo los Evangelios. Por eso séque iré al cielo. Alguna ventajatenía que tener el que mis padres fuerannáufragos.

José Plaza

La mirada del buey

El otro día por la mañana un ángel de aire estuvo luchando con uno de los bueyes de Monegal.Fue una lucha hermosa. Duró dos o tres minutos. El buey se defendía cabeceando, sus cuernossemejaban oboes. La lucha cesó inesperadamente, como había comenzado. Yo estaba allí por

casualidad. Durante unos instantes el bueyapuntó con el belfo las nubes. Luego se acostó.Me acerqué a él y estuve mirándolo cerca de media hora.Mirando su mirada.Vi pasar nubes, un ángelblanco, vi el mar.Luego me fui a casatranquilo.

Alicia Mosquera. Rectorado UCM,Gabinete de Comunicación

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Usted estaba allí, en aquel bancode madera del Retiro, junto auna estatua de Ramiro I, u Or-

doño, da igual. Se entretenía leyendoel periódico cuando se sintió distraí-do por unos niños que jugaban en-frente de usted, alrededor de otrobanco. Esa distracción le llevó a levan-tar su vista hacia el cielo, que se esta-ba cubriendo de nubes, un cielo oto-ñal, con el aire que ya llevaba ese olorde tormenta que usted percibía.

–Clarita, pásame la pelota, rápido.–Mamá, mamá, mira, Tito me la

quiere quitar.Usted dejó de contemplar el cielo y

devolvió la mirada a su periódico. Porun instante, ese “mamá” le desconcer-tó, pero en un principio a usted no leimportaba quiénes estuvieran jugandoo con quién lo hicieran. Sin embargo,eso no le impidió desviar su mirada delperiódico y detenerla en aquel banco deenfrente para contemplar la escena, yfue entonces cuando los vio. Estaban ju-gando con una pelota de plástico.

Usted dirigió su vista hacia el perió-dico decidido a regresar con las noticiasdel día, pensando que la mamá se encon-traba por allí, probablemente detrás dealgún grueso tronco de castaño, o seríaalguna de aquellas personas que deam-bulaban por el camino, o habría pasadoal césped atravesando el seto de boj. Si-guió leyendo atentamente su periódico,y cuando un rayo de sol se filtró entre lasnubes e iluminó el papel, levantó su mi-rada y volvió a contemplar la escena. Es-ta vez descubrió en el banco a una figu-ra que estaba leyendo una revista, igualque usted leía su periódico. Era una mu-

jer joven, más o menos de su edad, y leatrajeron sus piernas, quizá porque lastenía cruzadas. Luego echó un vistazo alos niños, que jugaban con la pelota y devez en cuando se peleaban.

Usted volvió a mirar hacia arriba por-que le pareció que iba a empezar a llo-ver, y pensó levantarse para buscar al-gún refugio. Pero no empezó a llover yprefirió quedarse sentado; ya sin leer,dobló su periódico y se entretuvo con-templando la algarabía de los pequeños.Una de las veces la pelota fue hacia us-ted, la devolvió y le dijo al pequeño:«Chuta más flojo, que es pequeña», es-perando que la mamá apartara su mira-da de la revista por un instante y le son-riera o dijera algo así como: «Haced casoal señor, chutad con cuidado», y enton-ces usted habría sonreído también y talvez habría iniciado alguna conversaciónacercándose a su banco.

–Yo no soy pequeña —dijo la niña.–Sí, sí eres pequeña —dijo su her-

mano.Usted esperó algún gesto, una leve

reacción, pero la mujer permaneció im-pasible, moviendo sus ojos delante delpapel cuché, aunque usted no podía ver-los y sólo los adivinaba. El cielo clareóy usted decidió desdoblar el periódicoy ponerse a leer, tratando de distraer suatención de todo aquello. Qué le impor-taba en definitiva. Estuvo así un rato,concentrado en sus noticias, hasta quede repente la pelota cayó justo encimade su periódico y se lo desbarató. Us-ted lo dejó sobre el banco y les devol-vió la pelota con una sonrisa.

–Has sido tú... Has sido tú —se acu-saron entre ellos.

Usted se dio cuenta entonces de quela mujer ya no estaba sentada en el ban-co, y al mirar hacia la derecha alcanzó averla de espaldas, alejándose por el cami-no. Se apresuró, recogiendo su periódi-co, y no lo pensó más. Se puso a caminarligero hasta situarse a cierta distancia deella, pero le pareció que iba muy depri-sa. Casi no tuvo tiempo de pensar cómola habría abordado si hubiera llegado aalcanzarla, qué le habría dicho. Los niños,sí; aunque fuera estúpido, lo único quese le ocurrió es advertirla de que habíaolvidado a los niños. En una de las glorie-tas, ella desapareció por un camino. Al al-canzarlo, usted miró en la distancia ycomprobó que era uno de los que van aparar junto al estanque. Caminó por unrato hasta la orilla, pero no la vio. El vien-to empezaba a revolver la arena y las ho-jas, y caían los primeros goterones dis-persos de la tormenta. Pensó en olvidarlotodo y marcharse, pero decidió regresardonde los niños con la esperanza de queya no estuvieran. Deseó haberse equivo-cado, que aquella mujer no fuera su ma-dre, y que la verdadera ya los hubiera re-cogido. Pero se encontró con la sorpresade que ellos todavía estaban jugando conla pelota y seguían retándose el uno alotro: «Mamá me va a llevar al parque deatracciones». Ciertamente asustado ustedles preguntó.

–Pero, niños, ¿dónde está vuestramamá?

Y el pequeño le miró, dejó la pelotaa su hermana, y se le acercó con el de-do índice sobre los labios.

–No, señor, no tenemos mamá —di-jo en voz baja—. Pero mi hermana creeque ella sigue con nosotros si nos la in-ventamos.

Usted le dio una palmada cariñosaen la espalda y le sonrió. El pequeño seencogió de hombros y volvió hacia suhermana. Luego usted se marchó bajo lalluvia y se dirigió a la salida del parquesin comprender. Salió por la puerta dehierro y fue a cruzar la calle. Usted esta-ba todavía vivo y me fue imposible aler-tarle. Si lo desea, a partir de ahora po-dremos compartir lecturas en las tardesde lluvia, o incluso charlar siempre quelos pequeños no nos molesten.

Juan Carlos CuevasFondue de Armario

Usted estaba allíUsted estaba allí

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REDACCIÓNREDACCIÓN

Mi profesor de Lengua nos hapedido que hagamos unaredacción sobre el Quijote

porque resulta que hace ahora cua-trocientos años que se publicó, y seconoce que eso es más importanteque si hiciera trescientos noventa ynueve o cuatrocientos uno. Bueno,pues el Quijote es una novela bastan-te gorda, aunque el grosor varía de-pendiendo del tamaño de la letra dela edición. Está formado por dospartes (la primera y la segunda) ycuenta la historia de un señor queera hidalgo y que vivía en la Man-cha, ese sitio tan reseco que atrave-samos en verano para ir a la playa.El caso es que vivía allí bastantetranquilo y sin dar golpe, porque enaquella época sólo trabajaba la gen-tuza, y se pasaba todo el tiempo le-yendo unos libros tipo El señor de losanillos pero en antiguo, y claro, puesse volvió loco y tal. Así que se dis-frazó de caballero andante con unoshierros todos oxidados que se lla-man armadura, se montó en un ca-ballejo muy tiñoso y salió por ahí enbusca de aventuras. Pero enseguidale sobaron el morro y un vecino selo encontró tirado y se lo trajo a ca-

sa. Pero como estaba loco, pues vol-vió a salir otras dos veces más, unavez en la primera parte y otra en lasegunda, y convenció a un catetogordo para que lo acompañara. Es-te cateto se llamaba Sancho Panzay le gustaba mucho papear queso yesas cosas, y también le gustabamucho el dinero, al que entoncesllamaban de otra forma pero queera lo mismo que ahora; además eramuy bestia y cuando hablaba no ha-cía más que soltar refranes, que di-ce el profesor de Lengua que son sa-biduría popular o no sé qué. Bueno,pues el caso es que se dedicaron adar vueltas y vueltas por los cami-nos porque don Quijote quería “des-facer entuertos” (que no sé lo quees exactamente) y ayudar a los des-validos (que son los que no se pue-den valer), pero como estaba locoalucinaba, o sea, que cuando veíauna cosa él en realidad se imagina-ba otra, por lo que se metía en unoslíos espantosos, y eso a pesar deque Sancho Panza le advertía queestaba metiendo la pata. Así que lepasan un montón de cosas tremen-das. Por ejemplo, en una ocasión seestampó contra un molino porque

creía que era un gigante; otra vezse hinchó a matar ovejas porquepensaba que eran guerreros enemi-gos; más tarde se metió en un hoyomuy profundo, una gruta o algo así,y debió de atufarse porque vio co-sas muy raras; otro día casi se aho-ga en el río Ebro por coger una bar-ca que no era suya y hacer el tonto.Y todo el rato así. El caso es que to-do le sale mal y siempre acaba mo-lido a palos y con un par de piñosmenos. Por cierto, que esto me hallamado mucho la atención porquesumando todos los dientes y mue-las que le cascan salen la torta deellos, y a mí en clase me dijeron quelas personas tenemos menos decuarenta (creo). Eso se lo dije al pro-fesor de Lengua y me contestó queson “licencias que se toman los es-critores”, o sea que una licencia esdecir lo que te dé la gana. Bueno,pues el caso es que después de mu-cho acaba llegando a Barcelona, queestá en Cataluña, y allí lo reta en laplaya un tipo que dice que es caba-llero andante y derrota al pobre donQuijote (por cierto, que antes ya ha-bía tenido una aventura parecida conel mismo caballero, que en realidadno era caballero sino uno que teníael bachillerato porque le llaman el ba-chiller Sansón Carrasco, pero que sele presentó con otro nombre y discu-tieron por el tema de las novias y ga-nó don Quijote y el otro se mosqueómucho) y le pone como castigo regre-sar a su pueblo y dejar de buscaraventuras. Todo esto es un truco muybien pensado por los amigos de donQuijote para que se deje de pulularpor ahí y vuelva a casa. Don Quijote,claro está, cumple su palabra, aunqueen el camino de regreso sigue pen-sando cosas extrañas, por ejemplohacerse pastor. La novela tiene un fi-nal triste: don Quijote enferma, se lepasa la chaladura, dice cosas muy bo-nitas y se muere. Y, a pesar de sus lo-curas, todo el mundo se queda he-cho polvo porque era un buenhombre, justo y honrado.

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En esta novela suceden cosas muycuriosas. Una de ellas es que los ca-balleros andantes tenían que teneruna novia a la que dedicar sus triun-fos, y como don Quijote no la tenía,puesto que era algo viejo y su pintano era muy buena, va y se inventa unaque no existe: una tal Dulcinea del To-boso, que en realidad era una campe-sina muy basta. Otra cosa curiosa esla manera de hablar de don Quijote,a quien se le nota muy culto y muy le-ído, con muchos estudios. Y aunque,como dije antes, está majara, el tío di-ce cosas que están muy bien, porejemplo que la libertad es lo más im-portante que puede tener un ser hu-mano. Otras veces, cuando se le vamás la olla, entra como en trance yhabla como se hablaba antiguamen-te (más antiguamente todavía que enla propia época de don Quijote) y esoes señal de que se dispone a pelear-se con alguien. Y luego también hay

Leganés 25 abril 2005

Hola Sancho Panza:

Si existieras me gustaría conocerte en

persona.

Me caes muy bien y me encanta tu

personaje; me parece muy buena persona,

ya que ayudas a un pobre desquiciado. Tu

personaje es muy gracioso ya sabrás por

qué, pero si no lo sabes te lo digo yo, por tu

gran panza.

Tienes mucha templanza, porque para

aguantar al "pesao" de don Quijote tienes

que echarle un kilo de paciencia.

Me gustaría que existieras ahora y que

fueras amigo mío, porque has demostrado

ser un amigo incondicional. Hasta te has

dejado dar golpes y te has quedado sin

comer para seguir a tu amigo, más que

amo, DON QUIJOTE DE LA MANCHA.

Laura Fernández Hidalgo 1ºD

Leganés 26 abril 2005

Estimado don Quijote:

Un vez conocido tu personaje, me ha gustadomucho tu manera de ser y de actuar, te has porta-do como un verdadero caballero, gentil, ingenio-so, aventurero, imaginativo, curioso, confiado y te-meroso. En muchas ocasiones miedoso yfantasioso. Me gustaría en algunos momentos com-portarme como tú, y vivir tus mismas situacionespara contárselas a mis nietos. No me gustaba loque te llamaban, eso de que eras el caballero de latriste figura, porque aunque alto y delgado, pocogarbo tenías, pero tampoco era para eso. Tu fielcompañero y amigo Sancho, cuerdo en todo mo-mento, pero sin querer contradecirte nunca, fuetu gran apoyo y guía incondicional, allá donde ibassiempre te seguía… Fue de los estupendos ami-gos que a mí me gustaría tener, aunque los míosno lo están haciendo nada mal. Tu mente en mu-chas ocasiones te jugó malas pasadas saliendo mal-trecho en más de una hazaña; siempre te reponí-as y seguías adelante, sin cansarte ni desanimarte.Con una fuerza no propia de tu edad sino de tuafán por descubrir e imaginar…

P.D. Espero que cuando vaya al Campo de Crip-tana, mi ilusión de que aún sigues por esas tierrasno cambie y encuentre huella de tu paso por allí…

Lidia Farrona 1ºD

veces en las que dice tacos, por ejem-plo “hideputa”, que significa hijo deputa.

En fin, que esta novela es muybuena, aunque hay alguna cosa queno me ha gustado. Sobre todo cuan-do en la segunda parte llegan a las tie-rras de unos duques que son un po-co cabrones. Y es que acogen a donQuijote y a Sancho para pasar el ratoy reírse de ellos. Por ejemplo, le ha-cen subirse en un caballo de madera,con tracas y petardos atados, y le con-vencen de que va volando por los ai-res al quinto pino. También nombrana Sancho gobernador de una ínsula,que es una especie de reino, para ca-chondearse de él; pero Sancho, a pe-sar de que es un paleto, se comportamuy bien y dice cosas muy sensatas,como si se hubiese contagiado de lasabiduría de su amo.

Para acabar, yo recomendaría a to-do el mundo que leyese esta novela,

aunque la verdad es que ahora se qui-tan un poco las ganas porque no pa-ran de dar la brasa con la misma, ycon tanto hablar de ella yo creo quelo que van a conseguir es que la gen-te la odie. Además, lo mosqueante esque me parece que muchos de losque se ponen tan pesados con estaobra o no la han leído o lo hicieronen una vida anterior. Y lo digo porqueel martes le comenté a mi tutora, quelleva meses repitiendo lo maravillosoque es el Quijote y que vamos a ha-cer actividades sobre él, que el Caba-llero del Verde Gabán me había im-presionado mucho. Entonces la pobreme miró con cara de susto y los ojosmuy abiertos y me dijo que no leaceptase los caramelos al señor delloden que suele estar junto a la ver-ja cuando salimos del colegio.

Hasta el próximo centenario.

El cátedro enmascarado

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VENGA, VENGAVENGA, VENGA

A mí que no me cuenten historias.Los elefantes no se sientan en los

sofás. Este tío no está bien de la cabe-za. Además ¿cómo va a tener un elefan-te en su casa? ¿No dice el muy loco quele pone 30 kilos de carne para desayu-nar y que se bebe 50 litros de agua aldía? Sí, hombre, sí.

Y además cuenta que se le sienta allado por las noches en el sofá a ver latele y que, como pesa tanto, le ha teni-do que poner un refuerzo de acero ono sé qué. Venga, venga. Le faltó decirque comentaban juntos las noticias deltelediario. Qué pena que se me olvidópreguntarle si no se acostaba encimade sus pies por la noche para dormir ca-lentito.

Pues ¿sabes lo que te digo? Quepienso ir a su casa mañana. Acepto lainvitación. A ver si cuando llegue me di-ce que el elefante se ha ido al parque apasear porque necesitaba echar una me-ada de 20 litros.

–No, no, solo no. ¿Cómo quieresque un elefante se pasee solo por la ca-lle? Lo ha sacado mi novia– me dice elmuy caradura cuando llego y preguntosi el elefante se ha ido a dar un paseitopor el parque solo.

En todo caso en su casa huele a ele-fante. Por lo menos a elefante.

No sabía que el obeso tuviera novia.Si es así, debe ser una tan excéntrica co-mo él. En ningún caso quiero conocer-la. Con él me basta.

–¿Quieres un vino? –dice al abriruna especie de aparador espantoso quetiene junto al televisor, y sacar una bo-tella del vino más corriente que puedaexistir y dos copas sospechosamenteempañadas– Luego comeremos. He pre-parado yo mismo unas lentejas parachuparse los dedos.

Para servirme el vino, coge la copapegándosela al jersey y apretándola conel antebrazo. Demasiado cerca del so-baco para mi gusto

–Ya verás. Creo que están buenas.Aunque es la primera vez que me me-to en la cocina. Les he puesto todo loque he encontrado por ahí: carne, pi-miento, cebolla, una especia que no sélo que es, pero que huele muy bien. Enfin, a ti te gustan las lentejas ¿no?– di-ce poniéndome delante la copa y unospanchitos con pinta de rancios que hasacado de una bolsa, abierta tambiény arrugada, como si la hubiera usadopara muchas otras cosas, muchas otrasveces.

Estoy sentado en el borde del sofápensando si estaré ocupando el lugardel elefante porque aquel lado esta hun-dido.

–Te he quitado el sitio ¿verdad?– ledigo haciendo ademán de levantarme.Pero él me lo impide sujetándome porel brazo. Con una sonrisa muy amisto-sa dice –Siempre has sido muy observa-dor ¿cómo demonios sabes que siem-pre me siento ahí? Son costumbres,

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pero en realidad me da igual sentarmeen un sitio o en otro. Además tú eres elinvitado. Estoy encantado de que tesientes en ese lado del sofá. Significaque tenemos cosas en común ¿no cre-es?– dice mirándome de una forma me-losa, ladeando esa careta enorme quetiene y arrugando la frente; lo que haceque se le apelotonen todos los semi-mi-chelines que tiene a los lados de losojos.

Me levanto y me voy hacia el apara-dor fingiendo que me interesan las fi-guras diminutas de porcelana que tieneen la balda de encima de la de las bote-llas. No puedo permanecer tan cerca deél. De su cuerpo salen efluvios de entresebo y mal aliento.

–Veo que te interesa el arte– dicesiguiéndome hasta el aparador. Avanzaa dos tiempos de modo que todo sucuerpo es recorrido por ondas, como sise tratara de una montaña de gelatina.Un pie primero, y con él toda una mi-tad del cuerpo, y el otro después, deforma que se queda una vez mirandocasi al este, y con el siguiente paso, ca-

si mirando al oeste. Sus pasos provo-can ligeros temblores de tierra en elparquet.

–Estas figuritas me las trajo un ami-go de Estados Unidos. Son una joya¿verdad?– dice apoyando uno de susenormes antebrazos en la balda y acer-cando su cara de rasgos ondeantes pe-ligrosamente a la mía. Veo que no se halavado los dientes hace mucho, muchotiempo.

–Lo siento, pero tengo que irme. Só-lo he pasado a verte. En realidad, me es-tán esperando para comer– digo sepa-rándome tanto de él que tropiezo conla pata del sofá. Me paso la mano por lafrente. Estoy sudando. Pienso en quitar-me la chaqueta, pero no lo hago porprudencia.

–No puedes irte ahora. Está bien.Otro día probarás mis lentejas, peroquédate un rato más. ¡Ni siquiera hasvisto mi elefante! A eso viniste ¿no?– di-ce avanzando el lado izquierdo del cuer-po con un paso que lo deja a unos cen-tímetros de mi cuerpo y mirando casi alnorte.

Yo avanzo de lado y con dos zanca-das me encuentro abriendo la puerta dela calle.

–Volveré otro día que no tenga tan-ta prisa ¿de acuerdo? Gracias por el vi-no. Preciosas tus figuritas– y antes determinar la frase ya estoy al otro ladode la puerta. Me giro y empiezo a tro-tar escaleras abajo.

Todavía alcanzo a verlo avanzar ha-cia la salida con su cara temblequeantey gesto triste.

Cuando voy por el segundo piso leoigo decir desde la puerta de su piso.Vuelve cuando quieras, cielo.

Qué gilipollas me siento. Siempreestoy metiéndome en líos.

Nunca me había sentido tan feliz deestar en plena calle en medio de una llu-via torrencial y sin paraguas. Cojo unagran bocanada de aire y avanzo a pasoligero hacia la calle Santa Engracia.Quiero volver a casa a pie. Quiero llegarempapado hasta las cejas, como cuan-do era un niño.

María José Barrios

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