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DANIEL ZULOAGA Y EL SEGOVIA DE SU TIEMPO POR MARIANO QUINTANILLA PATRONATO DEL MUSEO ZULOAGA

DANIEL ZULOAGA - CORE · Las antiguas manufacturas de paños habían desaparecido . MACANO QUINTANILLA ... en las coplas cantadas por las comparsas de Carnaval. Las ... eran modestísimas,

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DANIEL ZULOAGA Y EL SEGOVIA DE S U TIEMPO

POR

M A R I A N O Q U I N T A N I L L A

P A T R O N A T O D E L M U S E O Z U L O A G A

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DANIEL Z U L O A G A

Y E L SEGOVIA D E SU TIEMPO

s

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DANIEL ZULOAGA Y EL SEQOVIA DE SU TIEMPO

POR

M A R I A N O Q U I N T A N I L L A

Conferencia pronunciada en el

Instituto Diego de Colmenares,

el 23 de abril de 1949.

P A T R O N A T O D E L M U S E O Z U L O A G A

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S e g o v l a . - l m p . Q A B E U . - G r a b a d o r E s p i n o p i n o s a , 3

Ñ.

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DANIEL ZULOAGÁ Y EL SEGOVIA D E SU TIEMPO

POR

M A R I A N O Q U I N T A N I L L A

m i

Conferencia pronunciada en «1 Instituto Diego de Colmenares, el 23 de abril de 1949.

La fundación del museo que consolida en nuestra capital la riqueza artística creada y reunida por la familia de D.' Daniel Zuloaga es un hecho de tal importancia en la vida urbana, que se ha creído conveniente ilustrarlo con una serie de conferen­cias, para poner de relieve la fecunda obra realizada por esta brillante sucesión de pintores y artífices, y se ha querido que os hable de aquel admirable D. Daniel, a quien traté en sus últimos años, y como fondo de su retrato, de aquel Segovia del último cuarto del siglo anterior, el de la Restauración y la Regencia, que ya va adquiriendo perspectiva histórica.

La vida e c o n ó m i c a » El ferrocarril

Segovia, con sus catorce mil habitantes, su industria semi-perdida y su escaso comercio, atravesaba una época de deca­dencia material, que sus vecinos se complacían en exagerar con plañideras actitudes. E n los periódicos y aun en los libros de entonces era frecuente hablar de «nuestra desgraciada provin­cia», de «la nobilísima ciudad, tan decaída hoy como floreciente en los tiempos pasados» y otras frases análogas. Se juzgaba aquel momento como definitivo y se creía imposible una mejora. La iniciativa era escasa y se vivía principalmente del favor del Gobierno a través de los organismos oficiales, sobre todo de la Academia de Artillería, que vertía sobre Segovia la ayuda económica y la alegría de la juventud.

Las antiguas manufacturas de paños habían desaparecido

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M A C A N O QUINTANILLA

por completo y apenas había otra industria importante que la fábrica de loza, a la que vendría a trabajar D. Daniel Zuloaga. Rl comercio arrastraba una vida lánguida, salvo dos o tres em­presas que se enriquecieron. U n establecimiento mercantil, como el Banco Agrícola, bien organizado y al parecer próspero, duró pocos años (1). Todo ello era consecuencia del aislamiento de la ciudad, distante del ferrocarril. A mediados del siglo había luchado con otra vecina capital, con Avi la , para que el nuevo medio de locomoción la comunicara rápidamente con las otras tierras españolas, pero Segovia no vió logrado su propósito y desde entonces su constante aspiración fué alcanzarlo. A este fin se dirigieron las gestiones de sus políticos, las súplicas de sus corporaciones y las exhortaciones de sus semanarios. Cuando después de repetidos fracasos se inauguró el ramal a Medina del Campo el 2 de abril de 1884, se saludó con alborozo el acontecimiento. Un banquete oficial y otro popular congrega­ron a los segovianos y los periódicos se publicaron con orlas de fiesta y versos alusivos de ingenuo progresismo:

«Tardó, pero vino al cabo; si, llegó la feliz hora de entrar la locomotora en la tierra de Juan Bravo.

Y mi pecho, lo confieso, se dilata de alegría, viendo a Segovia en la vía del floreciente progreso.

¿Quién entusiasmo hoy no siente? ¿Quién con júbilo no aclama eso que la gente llama monstruo de la edad presente?

Hoy hay entusiasmo, es cierto; mas será delirio, cuando pase ese monstruo silbando por las entrañas del Puerto.

Y siendo el ferro-carril para Segovia un tesoro, grabar debe en letras de oro la fecha del D O S D E ABRIL.» (2).

Lo conseguido no era bastante, pues importaba sobre todo la fácil comunicación con la Corte. Cuatro años después se

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t )ANiEL ZULOAGA Y EL SEGOVIA DE SÜ TIEMPO

inauguraba el trayecto de Segovia a Villalba y aunque la cons­trucción de las lineas por separado hizo que se colocara la es­tación de modo deficiente, con perjuicio permanente de la ciu­dad, ésta dejaba de estar aislada } el nuevo camino dilataba su vida mercantil. En la Diputación se celebró un banquete de gala, presidido por el Conde de Cheste, el cual leyó una oda clásica que se publicó en «La Ilustración Española y Americana». La musa de «La Tempestad* volvió a manifestarse:

«A todo español consuela y dulcemente conmueve ver que su patria se atreve a cruzar a toda vela por el siglo diecinueve, •

y hoy vemos con alegría, movidos de ese resorte, qut con valiente energía, con el progreso por guía y la constancia por norte,

tras de esfuerzos sobrehumanos han dado cima al proyecto que era empresa de romanos, de venir los segovianos a Madrid en tren directo.» (3)

Una gran parte de la provincia quedaba sin comunicación ferroviaria. Para remediar la situación se proyectó la línea a Aranda de Duero, que desgraciadamente no se construyó, aun­que en algunas ocasiones hubo ciertas esperanzas. Segovia sufrió por la escasez de los caminos de hierro y no tuvo com­pensación hasta bastante tiempo después, cuando una vasta red de automóviles de viajeros relacionó fácilmente los pueblos con la capital, cuyo comercio hubo de sentir el beneficio.

La p o l í t i c a

Después de una larga y agitada etapa de revoluciones y guerras civiles, que en Segovia tuvieron poca intensidad con la consiguiente ventaja de no desatar odios y rencores, gozaba España del sedante de la Restauración, con su pacífico turno de liberales y conservadores, partidos que procuraban atraer a

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las personalidades de mayor solvencia económica y moral de las provincias. Los republicanos y carlistas tenían alguna fuerza y no sufrieron persecución, pues su correcta conducta se limita­ba a acudir a las elecciones, sin salirse de la ley.

Como siempre, los miembros del Ayuntamiento gozaban de una popularidad manifestada en los sueltos periodísticos y en las coplas cantadas por las comparsas de Carnaval. Las elecciones municipales eran reñidas y en ellas influía mucho la simpatía personal del candidato y su prestigio en los barrios. La llaneza con que discurría la vida local se alteraba con decla­raciones enfáticas, que no han dejado de repetirse después. Así, por ejemplo, un semanario local decía en vísperas electorales:

«El pueblo segoviano... dejando a un lado toda clase de pequeñas pasiones de amor propio, olvidando por completo la política, que todo lo oscurece y lo envenena, y guiándose sólo de sus nobles y levantados sentimientos, dará su voto a quien lo merezca y pueda representar dig­namente a la muy noble y muy leal ciudad de Segovia, que pobre y oscurecida hoy, fué rica y respetable en lo antiguo, y ¡o será a no dudarlo en lo venidero, porque aún tiene hijos esclarecidos que trabajan por su bienestar y sólo necesita que todos contribuyan a ello en la medida de sus fuerzas. iNo más política! ¡Nada de amor propio! ¡Todo por Segovia y para Segovia!» (4).

Claro es que no faltaba la réplica burlona, casi siempre a cargo de José Rodao, ingenioso poeta que regocijó a varias generaciones de segovianos con su musa graciosa y chispeante. Una vez caricaturizó las aspiraciones concejiles en los siguien­tes versos:

«Como me propongo ser candidato a concejal, cumpliendo con un deber, les diré cuál ha de ser mi gestión municipal.

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[[^Cuadro disolvente, número 2

Caricatnras^a la acuarela del Sr. Martínez del Peral.

Según folografias propiedad del Sr. Marqnés de Lozoya.

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Cuadros'disolvcntcs, número 3

Caricatura de D. Julián Martínez del Peral

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t)ANIEL Z U L O A G A Y EL SÉGOVIA DE SU TIEMPO

Mis propósi tos son buenos; no quiero, ni más ni menos, que a cualquier hora del día me saluden los serenos y agentes de policía;

que al pasar frecuentemente por algún fielato me digan siempre atentamente los guardas, si voy con gente: —No hay novedad, D . José.

Quiero también presidir dos corridas; asistir a alguna que otra sesión y dos veces al mes ir a la Corte en comisión.

Quiero en varias ocasiones presidir las procesiones asombrando a los chiquillos y beber en las sesiones agua con azucarillos.

También deseo—y no es guasa pues muchos lo deseamos— lucir mi elocuencia escasa y que el domingo de Ramos me lleven la palma a casa.

Me compraré una chistera, he de tener muchos humos, pondré a mi puerta una acera y colocaré en consumos a un primo de mi lechera.

Cuando dé el Ayuntamiento bonos, yo me llevaré a mi casa más de ciento; siempre en el coche tendré para lucirme un asiento.

Y, si la ocasión asoma, echaré alguna soflama estropeando el idioma. Este será mi programa, sin quitar punto ni coma.» (5).

Mejoras urbanas

La pobreza de la ciudad y de su Ayuntamiento, tan perju­dicial para su desenvolvimiento económico, tuvo una compen-

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sación en el orden artístico, ya que evitó la destrucción de bellos monumentos, aunque no de todos, pues por entonces se derribaron sin justificarlo un estado ruinoso, las iglesias romá­nicas de San Román, San Pablo y San Facundo, a la que no salvó, como creyó Quadrado (6), su destino de Museo, y las puertas de San }uan y de San Martín. E l derribo de esta última, suscitó una agria polémica, pues la Sociedad Económica de Amigos del País, se opuso con energía, así como prestigiosas personalidades que alegaban el mérito artístico e histórico de la puerta, frente a los elementos oficiales que justificaban la demolición por razones de circulación, ornato e higiene, con tanta seguridad en su opinión y tanto desdén a sus impugnado­res, que hoy nos asombra leer sus argumentos (7).

Los reformistas veían con envidia la transformación de otras viejas ciudades y deseaban imitarlas. Derribar unos cuan­tos edificios públicos era fácil y lo consiguieron, aunque hoy la­mentemos el hecho. Alzar nuevas construcciones requería din.ro y sólo se hizo en un corto trozo de la calle Real (S). Los presu­puestos municipales no permitían dispendios y las reformas eran modestísimas, como nos lo revelan unas caricaturas del ingeniero de Caminos, Sr. Martínez del Peral, hacia 1880, que nos muestran la inauguración solemne de una farola monumen­tal en la plaza Mayor, pero tan poco potente, que los transeún­tes tienen que valerse de farolillos individuales en sus salidas nocturnas.

En el Ayuntamiento estarán archivados probablemente proyectos fantásticos de transformación de la ciudad. Otros se divulgaron bastante y son hoy de fácil consulta, pues llegaron a imprimirse, como el de D. Federico de Orduña, abogado y diputado provincial, que con seudónimo sencillo de descifrar, en su Opúsculo. Segovia viejo y Segovia nuevo (9), defendió en 1888 la modernización de la urbe, a base de conservar sus bellezas artísticas. Es curioso observar cómo muchos de estos proyectos se han realizado más tarde, aunque a veces mucho después, prueba de que respondían al deseo de parte de la opi­nión. Proponía el Sr. Orduña, la construcción de un mercado cubierto en la plaza de los Huertos, un teatro en la plaza Mayor, en el solar del Mesón Grande, la erección de una esta-

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DANIIÍL ZULOAGA Y EL SEGOVIA DE SU TIEMPO

tua a Juan Bravo, en el Azoguejo, esculpida por Marinas, que e itonces comenzaba su brillante labor, dos lavaderos públicos, obras de traída de agua y cañerías y habilitación de la cárcel para Palacio de Justicia, mejoras que podrían realizarse con un empréstito de setecientas cincuenta mil pesetas, cantidad que nos advierte cuánto ha cambiado el valor de la moneda. Otras iniciativas de este curioso folleto, eran la plantación de unos jardines junto al Cristo del Mercado; construcción de hoteles en la carretera de la Estación a la Plaza tie Toros, donde también se edificarían los Establecimientos Provinciales de Beneficencia, pues a Santa Cruz iría la cárcel, un mercado de cereales en el Campillo, una casa para Banco Agrícola, en San Agustín, una fuente en lugar de la iglesia de San Facundo y derribo de las casas adosadas a San Miguel. Por la personalidad de su autor, vemos cuál era el criterio que pudiéramos llamar oficial acerca de'las reformas urbanas.

De vez en cuando aparecían en los periódicos artículos sobre este tema. En uno de ellos (10), aparte de abogar por un mercado de abastos y la cubierta del Clamores, se lanzó la in i ­ciativa fantástica de construir un viaducto desde Santa Ana a la Cuesta de los Hoyos, para facilitar la entrada en la población. Otro artículo, bastante posterior (11), nos habla en sueños de los caprichosos hoteles del Camino Nuevo y de la Dehesa, de una gran calle en el Mercado, de un tranvía, de un teatro munici­pal en el solar del Mesón Grande y de un monumento al comu­nero segoviano, obra de Marinas, en la plaza de San Martín.

Con mayor responsabilidad, ya que ostentaba el cargo de Alcalde de Segovia, presentó el Sr. Ramírez Díaz, un proyecto de bases para un empréstito municipal en 1900, para arreglar la cacera del agua y la red del alcantarillado, construir mercados en la plazuela del Conde de Alpuente y entre las calles de Bui-trago y .Muerte y Vida, un fielato central en San Agustín, un teatro en las casas de la plaza Mayor, entre el Caño Seco y Malcocinado, ensanche de las calles de la Asunción, Puente del Verdugo y Santo Tomás, como camino de la Estación, edifica­ción de hoteles en la zona de la Maestranza y de escuelas en la plaza de los Huertos y frente a Santa Eulalia, erección de la estatua de Juan Bravo en la Avenida de la Estación, etc. (12).

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MARIANO QUINTANILLA

Vemos, pues, cómo se han realizado muchas de estas refor­mas y cómo las nuevas vías que ahora se construyen, llenarían de asombro a los arbitristas segovianos del siglo anterior, de visión más limitada, ya que los medios técnicos y económicos eran menores y mucha más reducida la población de Segovia.

Vida social

En esta época las relaciones sociales conservaban en toda España cierto tono solemne y en Segovia eran más distinguidas de lo que pudiera esperarse en una capital de reducido vecin­dario. La proximidad de la Corte veraniega de La Granja, la estancia en la ciudad de aristocráticas familias que en ella se establecían mientras alguno de sus miembros cursaba sus estu­dios militares y la permanencia de la nobleza segoviana digni­ficaban el trato urbano. Muchos títulos residían siempre en la población y en el verano ocupaban sus bellos palacios los he­rederos del antiguo patriciado. Los Duques de Almenara Alta) los Marqueses del Arco, de la Floresta, de Lozoya, de Quintana^ de Arco Hermoso, de Cañada Honda y de Miranda de Ebro, los Condes de Puñorostro, de los Villares, de Cheste, de Alpuente y otros, casi todos hacendados en la provincia, formaban con las demás familias linajudas y las autoridades, un selecto círculo, abierto a los elementos de la pequeña burguesía (13).

Durante medio siglo, el palacio del Conde de Cheste, con­gregó a la sociedad segoviana. E l Conde era un gran señor que había alcanzado la más alta jerarquía militar y académica y, con su iniciativa, influencia y consejo, fué protector constante de Segovia, de la que se consideraba hijo, después de la eman­cipación de su Perú nativo, «en tí mi Patria hallé, mi Patria nueva», dice en unos sentidos versos. Ya es hora de revisar el valor como poeta del traductor de Dante y Tasso, pues sin pre­tender considerarle como una primera figura literaria, en su tiempo na fué debidamente estimado, aunque un espíritu tan agudo como Valera, le considerara superior a los más celebra­dos de la época, juicio tanto más valioso cuanto que se formu­laba privadamente (14). Recordemos aquí que con motivo del centenario de San Juan de la Cruz, consiguió que la Real Aca -

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demia Española comisionara para asistir a la solemnidad, a tres de sus miembros más ilustres: Valera, Tamayo y Menéndez Pelayo, los cuales fueron huéspedes del anciano general.

No eran las de las casas aristocráticas las únicas reunio­nes en donde la música y el baile recibían el homenaje juvenil. Los cadetes eran elemento obligado y allí nacieron amores y amistades que ligaron a segovianos y artilleros. E l estableci­miento del internado en la Academia podrá haber sido favora­ble para el estudio y la disciplina, pero ha impedido a las nue­vas promociones militares la unión entrañable que las de anta­ño tuvieron con la sociedad segoviana.

Los periódicos locales, de tono familiar y casero, como las reuniones mismas, nos han conservado con ingenuidad este ambiente de época. Veamos una referencia:

«Nuestro simpático amigo señor... (aquí el nombre de un joven jurista que más tarde llegó a magistrado del Tribunal Supremo), cantó varias poesías, entre la que re­cordamos Amor funesto, de Donizetti... También cantó con mucha gracia y afinación, a ruego de algunos amigos, un joven alumno de la Academia de Artillería, cuyo nombre sentimos no recordar, porque recibió muchos aplausos... La bella hija de los. dueños de la casa.,., tocó diferentes recitados con el sentimiento que siempre sabe darles. Este género de música, dulce, melancólica y sentida, es de di­fícil ejecución, pero de un gran efecto para los oyentes, pues las variadas inflexiones y matices del recitado, unen maravillosamente a las vibraciones musicales, dejando en el ánimo una impresión de indecible melancolía.»

Después de este lírico párrafo, concluye el suelto: «Termi­nada esta primera parte de la velada, comenzó el baile, que ya esperaba con impacencia el elemento joven y que se prolongó hasta las dos de la madrugada» (15).

Nuestras maneras han cambiado lo bastante para que leamos estas estampas antiguas con indulgente sonrisa, pero el hecho de que un funcionario judicial y un cadete artillero prac­ticaran el canto, manifiesta una costumbre urbana y civilizada, preferible a la de imponer la brusquedad como norma.

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Los bailes más concurridos eran los del Casino de la Unión, recién traslado a su domicilio actual desde la casa antigua, In actual Diputación. Constituían la distracción más brillante en la monotonía provinciana. Los de Carnaval con sus disfraces y comparsas, eran los preferidos y su ambiente es reflejado admirablemente en dos bellos sonetos de Rafael Ochoa, casi con las mismas palabras, como apuntes tomados desde diferen­te sitio de igual asunto, compendio del neo-romanticismo de fin de siglo:

«Al salón donde triunfa la hermosura en brillante legión entra formada la fastuosa y alegre mascarada que el áureo vaso del festín apura.

Pajes de deslumbrante vestidura preceden a la turba alborozada, que rompe en estruendosa carcajada pregonando el amor y la ventura.

De las gasas despréndese incitante el exótico aroma penetrante que amenaza embriagar con sus efluvios,

y reina de la fiesta seductora recibe a la comparsa bullidora gentil mascota de cabellos rubios...»

E l otro soneto, titulado «La máscara de siempre», dedicado a Segundo Gila , dice así:

«Dominando sus voces un instante de la fiesta la ronca gritería, comparsa del placer y la alegría, llama a la puerta el Carnaval triunfante.

Del cotillón la música vibrante inunda las estancias de armonía, y se oyen en confusa algarabía la frase cruda y el adiós galante.

Con dulce risa y gesto soberano una mascota de traviesa mano lanza el confetti en irisada lluvia,

que se condensa despertando amores en rauda catarata de colores sobre su regia cabellera rubia...»

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DANIEL ZULOAGA Y EL SEGOVIA DE SU TIEMPO

Rafael Qchoa era un poeta delicado, perteneciente a una escuela cuyo representante más autorizado es Manuel Reina, que por la perfección de su forma, podemos calificar de parna­siana y es tal vez la única de verdadero lirismo de la literatura castellana en el período transcurrido entre Bécquer y el moder­nismo (16).

Las personas más distinguidas acudían a los cafés, como el Montañés, en la plaza Mayor, y el de Ortigosa, en la calle Real, y antes a una vieja botillería de la misma plaza, esquina a la calle de los Leones, y es nota curiosa que cuando desapareció este establecimiento y se instaló en su local una tienda de mo­das, siguieron acudiendo los antiguos clientes, como contertulios del nuevo comerciante.

E l teatro congregaba con frecuencia a la sociedad segovia-na, pues no eran raras las temporadas de comedia y zarzuela, aunque los locales eran pésimos. E l mejor, el Principal, era íncomodísimo, sucio y frío. Otro, de la plaza Mayor, donde después se construyó el teatro Juan Bravo, era una barraca de madera de reducidas dimensiones. Algunos otros salones habi­litados para espectáculos eran igualmente deficientes (17),

Los p e r i ó d i c o s

La vida apacible de la pequeña capital se reflejaba en sus periódicos. Los primeros habían aparecido durante la guerra de la Independencia y tuvieron corta duración, como los que más tarde se editaron (18). En el último tercio del siglo, como con­secuencia de la actividad política y la libertad de imprenta, apa­recieron muchos semanarios, la mayoría de efímera existencia-Los dos más importantes y duraderos, fueron «JS/ Adelantado» y »£a Tempestad*.

E l primero era más moderado y de mejor calidad literaria. Fundado por D. Antonio de Ochoa, militar de Infantería, sos­tuvo campañas en favor del ferrocarril y de las sociedades bené­ficas y económicas de la ciudad. Cuando murió su fundador, fué dirigido por su hermano Rafael, el notable poeta de quien hemos hablado, el cual intentó convertirlo en diario en 1891, con una buena redacción, en la que figuraban los mejores escritores

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MARIANO QUINTANILLA

de entoces: Félix Gila , José Rodao, Vicente Fernández Berzal y Silverio de Ochoa. A los pocos meses volvió a ser hebdomada­rio hasta la muerte de su director, i

«£a Tempestad* era más popular. No contaba por números, sino por tormentas (Tormenta 1.a, tormenta 2.a...). Su fundador, Vicente Rubio, pqeta festivo, le dirigió hasta su fallecimiento en 1910, cuando ya habían arraigado en la capital los dos diarios. Se hizo famoso este periódico por su insistencia en algunos asuntos urbanos, su afición taurina y especialmente por su glorificación de Juan Bravo. A él se debió la colocación de una lápida en la casa que se creía del comunero, batalló porque se le erigiera una estatua y organizaba veladas conmemorativas. En una de ellas, Rubio, jugando con el vocablo, recitó unos versos que decían:

«Por bravo a Bravo le alabo, Bravo no quiso vivir, siendo bravo, como esclavo, y, cual bravo, sucumbir supo en Villalar Juan Bravo" (19).

—¡Bravo! dijo un ingenuo espectador desde las alturas del teatro, iniciando así una ovación al popular periodista.

Todos los años el 21 de abril, hasta 1909 que fué el último, recordaba «£a Tempestad» la fecha de la muerte de los comu­neros con un número extraordinario, donde colaboraban cono­cidos escritores españoles, amigos de Rubio y de los redactores Rodao y García de la Bodega. Todos los versos de homenaje eran vibrantes y casi todos escritos con criterio liberal. De entre ellos recordaremos un soneto de Andrés Ovejero, periodista inquieto, más tarde catedrático, académico, diputado, tribuno de la plebe y siempre hombre contradictorio y elocuente:

A P O S T R O P E A U N D I P U T A D O

«Mientes tú y quien te lo mandó decir». Diputado, ya estás en el Congreso,

donde esculpido se halla en letras de oro el nombre de Juan Bravo, el más sonoro para el discurso de tu poco seso.

¿Progreso y libertad? ¿Qué entiendes de eso? ¿Que sabe de eso'cl pueblo que hace coro

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l i l i

E l poeta Rafael Ochoa

(caricatura de D. Julián Martínez del Peral)

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D. José |Rodao D. Vicente Fernández D. Daniel Zuloaga Berza l !

D. Pedro Zúñiga D. Gregorio Bernabé [D. Mariano Sáez Romero l Pedrazuela

D. José Quevedo D. Segundo Gila D . Félix Gi la

D. Rufino Cano de Rueda D . José de Zárraga D. Miguel de Zárraga

Dibujos al carbón por Daniel Zuloaga, en la redacción del «Diario de Avisos»

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I D ' Marcial Merncndano D. Angel de Arce

|

D. Juan Gavilán

D» Pedro Pablo Marílncif D . Emilio Sergio D. Ildefonso Urizar

D. Gerardo Failde D. José García Quiza D. Silverio de Ochoa

D. Ezequiel del Olmo D. Vicente Maeso D. Sebastián Borreguero

Dibujos al carbón por Daniel Zuloaga, en la redacción del «Diario de Avisos»

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E l magistral D. Julián Miranda

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DANIEL ZULOAGA Y EL SEGOVIA DE SU TIEMPO

a tu palabra estúpida de loro que habla de libertad y de progreso?

Mientes tú, miserable diputado, cuando en las Cortes a traición penetras, merced a los sufragios fementidos;

el Gobierno mintió que te ha mandado, y miente el oro vi l que en esas letras soborna tan gloriosos apellidos (20).

Ovejero, oriundo de Sego/ia, vivió aquí por el noventa y tantos y su presencia no pasó inadvertida, como demuestra una anécdota que oí contar a Rodao. Se celebraba en la Diputación una velada solemne en la que hablaba D. Abdón de Paz, magis­trado de la Audiencia y escritor especializado en temas sociales en las revistas españolas más importantes. Su disertación era docta, como lo son las de los sociólogos cuando nos ilustran sobre el crecimiento de población, las relaciones entre el capi­tal y el trabajo, el feminismo o las casas baratas, pero acaso no demasiado amena, como denotaba el cansancio del auditorio. A l fin terminó, pues todo concluye en este mundo, pero aún hubo un nuevo retraso hasta encontrar la insignia del Toisón de Oro que se le había caído al Conde de Cheste, presidente del acto. Cuando los invitados se disponían a salir, Ovejero, subi­do en un banco, recitó con voz aguda esta quintilla improvisada:

Cuando el señor don Abdón leyó una composición a la amable concurrencia, el Conde perdió el Toisón y nosotros la paciencia.

Otro periodista que vivió aquí por aquel tiempo y colaboró en la prensa local, fué José Zahonero, escritor brillante y con­versador ameno. En Segovia se le murió un hijo y esta desgra­cia motivó en él una crisis religiosa que le hizo volver al seno de la Iglesia,

La comunicación semanal con el público, no era suficiente, se deseaba el periódico diario. La iniciativa de «El Adelantado* y otra posterior del impresor Rueda, habían fracasado, mas al terminar el siglo, D, Gregorio Bernabé Pedrazuela, catedrático del Instituto, hombre activo y de gran simpatía personal, que

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MARIANO QUI^TANILLA

comenzaba por entonces su carrera política, fundó el «Diario de Avisos», bien escrito aunque de escasa información. E n su redacción se congregaba en animada charla un grupo de litera­tos y artistas—Félix y Segundo Gila, Rodao, Berzal, )osé y Miguel de Zárraga, Sáez, García Quiza, Cano, Gavilán, Sergio y otros — , entre ellos D. Daniel Zuloaga, el cual iba dibujando en los muros de la estancia los retratos de los contertulios. La obra fué borrada, pero por fotografías obtenidas conocemos esta pequeña galería que, además de tener para los segovianos valor iconográfico, nos muestra las excelentes cualidades de su autor como retratista (21).

E l ejemplo de Pedrazuela animó a D. Rufino Cano de Rue­da, joven abogado, menos impulsivo pero más constante que aquél, a fundar en 1901 un nuevo diario, «-El Adelantado de Se-govia*, continuación del antiguo hebdomadario, cuya propiedad había adquirido al fallecimiento de Rafael Ochoa, Los dos coti­dianos eran análogos en su composición y convivieron digna­mente hasta 1916, en que desapareció el «Diario de Avisos*. Cano quiso que su periódico continuase la tradición literaria del semanario de Ochoa y creó una página, a imitación de «Los Lunes de E l Iwparciah, dirigida por Ródao, de selecta colaboración y en donde se dieron a conocer los nuevos poetas segovianos.

Los fímigos del Pa í s

La Real Sociedad Económica de Amigos del País había realizado una gran labor a fines del siglo xvm, con su protec­ción a la agricultura y la industria, el establecimiento de centros de enseñanza, alguno tan importante como la Escuela de Dibu­jo, el fomento del arbolado y de las obras públicas, el ornato de la ciudad y la edición de sus discursos y memorias. La inva­sión francesa acabó con su actividad, ya que después apenas existió. Se conservaba su grato recuerdo y un grupo de perso­nas ilustradas resucitó en 1875 la prestigiosa institución, aunque de modo más modesto, pues no había de poseer los cuantiosos recursos de la anterior y su tarea se limitaría a una labor de estudio y consejo. Kasía el nombre hubo de variar, ya que, sin

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el apelativo regio, se denominó Sociedad Económica Segoviana de Amigos del País.

Sus entusiastas fundadores organizaron veladas, exposi­ciones y concursos y publicaron folletos, libros (22) y una inte­resante revista, que además de notables trabajos literarios, se preocupaba por el fomento de los intereses materiales, como la construcción del ferrocarril. E n sus comienzos, su principal, animador fué D, Marcelo Láinez, su primer secretario y redactor casi único del periódico, púes no sólo escribía sobre temas agrícolas de su especialidad y asuntos generales, sino también curiosos estudios históricos. Otra persona influyente en la so­ciedad fué uno de sus primeros presidentes, D. Francisco García Castro, hombre de contrastes, economista, filósofo y autor de un método para tocar la guitarra. Uno de sus artículos parece que disgustó al obispo de la diócesis y aunque el incidente se resolvió satisfactoriamente con una espontánea aclaración del autor, no era éste por su carácter el más indicado para el cargo primero del organismo.

La etapa presidencial más, larga y fructuosa fué la de don Ezequiel González, prohombre liberal y persona cuite y enérgica que había viajado por Europa y residía en un palacete neoclá­sico de la calle de Ochoa Ondátegui. La ciudad le recuerda con gratitud, pues fundó y dotó unas escuelas en el barrio del Sal­vador y legó sus colecciones artísticas y una cantidad conside­rable para establecer el museo que lleva su nombre en el Instituto de Segunda Enseñanza. Su gestión principal como presidente fué la defensa de los monumentos segovianos: investigación histórica sobre el Acueducto, restauración del Alcázar y valiente y razonada oposición al derribo de la puerta de San Martín,

Después, la Económica fué decayendo, sin más paréntesis brillante que el de la junta presidida por D, Francisco de Cáce-res y de la que era secretario D. José Rodao, la cual organizó una importante exposición general de toda clase de productos y objetos de la provincia, mejoró la revista, celebró certámenes literarios, editó el libro de Lecea, Recuerdos de la antigua in­dustria segoviana, e inició la restauración de la torre de San Esteban (23).

Tras varios |años inactivos, en 1916 desapareció la presti-

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giosa sociedad. Faltó a sus últimos miembros sentido de conti­nuidad e interés corporativo. Prueba de que una entidad de cultura era necesaria, fué la fundación pocos años después, de la Universidad Popular Segoviana, en donde se reunieron an­tiguos «amigos del país» con otros más jóvenes, para que la población no careciera de una asociación de esta clase. La experiencia de la Económica aconsejó una organización dife­rente, con menor número de socios, domicilio propio y arraigo segoviano, fines que ha ido cumpliendo paulatinamente la ins­titución que nos congrega.

Ciencias, Letras y Artes

Los estudios históricos estaban algo abandonados cuando vino a la ciudad en 1886 el P. Fita, que por aquel tiempo desarro­llaba una portentosa actividad en el esclarecimiento del pasado español, dada a conocer en el «Boletín de la Real Academia de la Historia*. En el archivo de la Catedral se documentó princi­palmente para su excelente estudio sobre la judería segoviana (24), También se dedicó a recorrer la muralla en busca de lápi­das ro nanas para la obra monumental de Hübner, Corpus Ins-criptionum Latinarum. Le ayudaron en sus trabajos, además de D. Carlos de Lecea, los ingenieros Breñosa, Castellarnau y Grinda, el artillero D. Juan Loriga, profesor de la Academia y poco después del rey D. Alfonso XIÍÍ, otro militar, D. Antonio de Ochoa, director de «fí/ Ale lantado», el arquitecto municipal Odriozola y el joven naturalista Félix Gi la . personas cultas y muy aficionadas a las viejas cosas segovianas.

Vivían aún dos canónigos que habían ilustrado la historia local con sus estuiios, el deán Baeza, meriíísimo bibliógrafo y anotador de Colmenares, y el arcipreste D. Andrés Gómez de Somorrostro y Martín, sobrino de su homónimo el notable autor de E l Acueducto y otras antigüedades de Segovia, y de D.' San­tos Martín Sedeño, que compuso la primera guía de San Ilde­fonso, de la que se hicieron diversas ediciones (25), Poco des­pués, apartado de la abogacía, comenzó Lecea a publicar sus libros, alguno de investigación personal, como La Comunidad

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y Tierra de Segovia, y otros de necesaria consulta por las noti­cias que recogen con prudente crítica, bien ordenados y escri­tos (26).

De los poetas, además de Rafael Ochoa, que retirado de médico de la marina mercante ejercía su profesión en la ciudad, y de José Rodao, infatigable escritor en prosa y en verso, ambos colaboradores de las principales ilustraciones madrileñas, es­taban Vicente Fernández Berzal, dotado de sensibilidad y buen gusto, al que su modestia le impidió ser conocido fuera de su tierra, y García de la Bodega, de formación científica y de fácil pluma, pero tan recluido en su soledad que, tras breves años de periodismo, se sobrevivió casi medio siglo, sin cultivar sus an­tiguas aficiones.

E n 1900 se habían dado a conocer como prosistas José García Quiza y Mariano Sácz Romero, empezaba sus tarcas l i ­terarias en los diarios locales Miguel de Zárraga y se revelaba como escritor un médico joven. Segundo Gila, tan activo como inteligente, cuya influencia en la vida de Segovia había de ser preponderante.

La oratoria, a la sazón tan admirada, tenía en la ciudad brillante representación en la persona del magistral D. Julián Miranda, predicador de fama nacional, a quien su elocuencia y condiciones de carácter elevaron al obispado de Segovia. Sus sermones, compuestos en gran parte con endecasílabos, eran modelos de elegancia y de perfecta dicción.

Estas actividades históricas y literarias eran las corrientes en todas las capitales, pero en la nuestra se desarrollaba una sólida labor científica que sin hipérbole merece calificarse de extraordinaria y que sólo puede ser comparada en los anales de la capital con la que un siglo antes realizara el químico francés Proust en el Colegio de Artillería, con Munárriz y demás dis­cípulos españoles. Dos ingenieros de Montes, unidos a Segovia por su matrimonio, D. Rafael Breñosa y D. Joaquín María Cas-tellarnau, habían instalado dentro de sus muros sendos labora­torios, cuyos trabajos alcanzarían notoriedad europea. Breñosa se dedicó a la óptica cristalina y Castellarnau a la histología de las especies forestales y más tarde a l a técnica del microsco­pio y a la filosofía científica, hasta conseguir los máximos

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galardones de la nación (27). Eran ejemplares la amistad y la colaboración de ambos ilustres naturalistas. Sus convecinos acaso ignorasen la calidad de su obra, pero les distinguían con unánime respeto. Como cultivador de las ciencias de la natura­leza se dió a conocer por entonces el catedrático segoviano Félix Gila Fidalgo.

De las ciencias aplicadas, dado el carácter de la provincia, tuvo preferencia la agricultura y se publicaron estudios impor­tantes de Quevedo, Gavilán, Láinez y Ramírez Ramos (28).

Menos importante era la producción artística, reducida a l a acertada restauración del Alcázar por el arquitecto Bermejo, secundado por su compañero Odriozola, y a la enseñanza de la' Escuela de Bellas Artes que, aun habiendo disminuido su anti­guo prestigio, contaba con profesores tan notables como el grabador Severini. La llegada a la ciudad de Daniel Zuloaga pondría a la cabeza esta actividad del espíritu.

Segovia se podría lamentar con razón de su atraso econó­mico pero no de su decadencia cultural, pues en ella Castellar-nau y Breñosa investigaban en la naturaleza, Daniel Zuloaga pintaba e instalaba su cerámica, Lecea escribía sus libros histó­ricos, Ochoa y Rodao componían sus versos y se daban a cono­cer jóvenes de la valía de Félix y Segundo Gila. Todos ellos estaban unidos por cordial amistad y por su devoción a la vieja ciudad en que vivían.

La personalidad de Daniel Zuloaga

Los que no llegaron a conocer a D. Daniel Zuloaga juzga­rán hiperbólica nuestra afirmación de su personalidad extraor­dinaria, pero aquellos que le trataron pueden atestiguar cuán diferente era aun de las personas menos vulgares. Fué superior a su obra, a pesar de ser ésta tan valiosa.

Muchos escritores nos le han descrito, pero ninguno con la maestría y el cariño de Ramón Pérez de Ayala (29). No se puede retratar con mayor acierto su figura:

«Personalmente, D. Daniel era adorable y su trato

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encantador, porque con él estaba uno en presencia de la más pura energía humana, produciéndose con esponta­neidad y abundancia... Las características del alma de don Daniel eran la vehemencia y el candor: dos rasgos de aristocracia espiritual... Cuando hablaba de arte, y singu­larmente de su arte, alcanzaba una rara elocuencia... Don Daniel era un ibero puro y un corazón puro, además de un artista singularísimo. E n sus obras se le puede admi­rar. Su persona exigía la contribución del amor.»

De mediana estatura, le agigantaba su barba canosa, como un Moisés, sobre todo cuando se encendía de entusiasmo al contacto de la belleza. Semejaba entonces un profeta bíblico. Otras veces, como cuando tuvo la humorada de hacerse un autorretrato de fraile, predicando el amor a los pájaros, era un humilde franciscano, cual si presintiera que sería un hábito pardo su última vestidura.

Su carácter de niño, subrayado también por Pérez de Ayala, le hacía pasar sin transición del tono elevado al picaresco. Así, al alabar la hermosura femenina, parecía un jovial Anacreonte, agraciado con la florida senectud de los dioses paganos, canta­da por Virgi l io.

Gozaba en aparentar indignación por cosas ligeras, como ante una jugada de su contrario en la partida de billar del Casino de la Unión, en un salón que decoró con motivos sego-vianos. Pero sus imprecaciones tremendas se resolvían al final en una risa tan infantil y tan franca que los espectadores más malhumorados desarrugaban el ceño y reían con júbilo.

Nos ha relatado Pérez de Ayala algunas graciosas anécdo­tas de D, Daniel, como cuando fué detenido en Salamanca, en unión de su sobrino Ignacio, por confundirles con unos mone­deros falsos, a lo que contribuyó el último con sus respuestas ambiguas, gozoso de ver la encendida indignación de su tío. También nos cuenta el episodio de una travesía a Mallorca, en la que se mareó nuestro gran ceramista, a pesar de que había rechazado previamente esta posibilidad, como una ofensa a su persona; y cómo se volvía a sus acompañantes para decir: — iSeñores, qué asco de Mediterráneo!

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Voy a reeferir otra anécdota que si no es cierta, aquí están sus hijos para desmentirme. En cierta ocasión, un proveedor le presentó una cuenta tan subida que desató la indignación de don Daniel, el cual no escatimó dicterios contra el causante de su mojo, hasta que éste le advirtió de malos modos que retirara sus palabras. La situación era comprometida, ya que Zuloaga tenía qu : desdecirse, en actitud poco airosa, o sobrevenía la agresión. D. Daniel resolvió la dificultad rápida y felizmente, tendió su diestra al otro y le dijo: —Chóquela usted, así deben ser los hombres. Este gesto no fué una habilidad dictada por el talento del artista, para cortar el incidente, fué la reacción hu­mana y cordial ante la actitud viril del proveedor y la rectifica-

. ción sincera y espontánea de un juicio precipitado. La laboriosidad era una de sus virtudes. Como una vez le

expresara mi admiración por su copiosa obra, me respondió sencillamente que él había realizado siempre la jornada de tra­bajo de un obrero, sin temporadas ociosas.

Otra nota de su carácter era su amable sencillez. He rela­tado en otra ocasión (30)—y perdonen que hable en primera persona—cómo unos cuantos alumnos del Instituto fuimos a enseñarle una moneda antigua, para que nos orientase sobre su valor, y cómo, al despedirnos y ver nuestra curiosidad por los objetos artísticos que adornaban la iglesia de San Juan, recién adquirida por él, nos invitó a visitar el taller y nos acompañó y explicó las cosas, como si fuéramos unos personajes. De aquella antigua fecha data mi cordial amistad con su hijo Juan Zuloaga.

Quiero recordar igualmente que al fundarse esta Universi­dad Popular y organizar su primer ciclo de conferencias, él lo inauguró con una sobre E l arte aplicado a ¡a industria, muy in­teresante y bien escrita. Mas al terminar, pronunció unas pala­bras tan ocurrentes, oportunas y personales, que fueron una verdadera delicia.

La obra de Daniel Zuloaga

Sin competencia para formular juicio acerca de la produc:

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D. Daniel Zuloaga, en la época de su llegada a Segovia.

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ción artística de D. Daniel Zuloaga, debo expresar, aunque, brevemente, lo que le debe Segovia.

Como creador de arte nos ha dejado gran parte de su labor adquirida por el Estado para establecer el museo que ahora se inaugura. Los segovianos debemos gratitud a cuantos han inter­venido en la fundación, principalmente a los hermanos Zuloaga, que atendiendo más al interés de la población que al propio, han dado las mayores facilidades; y al Marqués de Lozoya, que como buen conocedor de lo que significa este caudal artístico, ha procurado que no se pierda para su ciudad, desde su cargo de director general de Bellas Artes.

Asombra ver la riqueza acumulada por D. Daniel y los su­yos. Desde la compra y restauración de San Juan hasta la construcción de la vivienda, poco antes de su muerte, fué lle­nando el maestro la vieja iglesia románica con sus pinturas y «cacharros», en quince años de fecunda labor. Allí fué dejando todas sus ganancias, en reconstrucciones, muebles, libros y grabados. Y es de justicia recordar con elogio a su viuda doña Emilia Estringana, que con su entereza y sus cualidades de ama de casa fué quizás la principal autora de la colección-

E l naciente museo nos muestra las múltiples aptitudes de D. Daniel. Allí vemos sus óleos y acuarelas, con asuntos de la capital y de los pueblos, valiosos como expresión de una pode­rosa personalidad de pintor y como documentos de costumbres y monumentos desaparecidos, en donde se transparenta su gran cariño a la tierra que había de recibir sus restos. Vemos también sus estatuillas, muestras de su habilidad de escultor, sus dibujos exactos, sus copias de los grandes maestros. Allí, están sus producciones cerámicas, desde los primeros azulejos compuestos en la fábrica de loza, hasta los objetos más recien­tes, con motivos locales y con reminiscencias de las mejores creaciones de todos los tiempos, de técnica segura y de forma diversa, como frutos de una inquietud deseosa de alcanzar la perfección.

Daniel Zuloaga tenía aptitud para todas la artes plásticas, como los maestros del Renacimiento, y si es más conocido como ceramista, debe figurar entre los buenos pintores de su época, no sólo como paisajista, sino como autor de retratos. Buena

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prueba es el cuadro de su familia que guarda el museo de. San Juan.

Esta obra considerable permanecerá aquí, salvada de la dispersión. La iglesia, convertida en museo, será visita preferi­da de los viajeros, los cuales evocarán al artista que la libró de la ruina y a su sobrino, el pintor de fama universal, por quien se conoció en tierras extrañas el nombre de Segovia,

Los d i s c í p u l o s

Debemos además a Daniel Zuloaga la formación de un nutrido y selecto grupo de discípulos. Los primeros, sus hijos: Juan, maestro del oficio, buen conocedor de la historia del arte y celoso conservador de los recuerdos de San Juan de los Caballeros; Esperanza, cuyas obras nos hablan de su sentimien­to religioso y su españolismo, muerta en la plenitud de su ta­lento; y la menor, Teodora, de gusto depurado, en quien reviven los entusiasmos estéticos del padre. Cándida, la mayor, retratada tantas veces por su primo Ignacio, no ha manejado los pinceles, pero ha sido constante colaboradora en la tarea familiar. No se extingue en ellos la sucesión artística, pues Juan y Daniel Zu­loaga Olalla, hijos de Juan, son diestros en el diseño y el color.

De los demás alumnos hemos de recordar a Fernando Arranz, admirablemente dotado, director de una escuela cerá­mica en la Argentina; el malogrado Alejandro González, ele­gante ilustrador; Manuel Bernardo, tan hábil pintor y escultor como intencionado caricaturista; Isidoro Esteban, buen coloris­ta; y Donato Lobo, notable dibujante.

El conocimiento de Segovia *

Cuando Daniel Zuloaga vino a trabajar a la fábrica de loza de los Vargas, ningún amante de las glorias segovianas pudo sospechar que aquel obrero distinguido sería el principal pro­pagador y vocero de sus bellezas. Sus pinturas y cerámicas y aun más su palabra encendida y elocuente, con el fondo tan

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adecuado de su estudio de San Juan, crearon una especie de peregrinos del arte, que con sus escritos y lienzos dieron a co­nocer nuestro pueblo en Europa y América.

Los cuadros de Ignacio Zuloaga han sido durante medio siglo de los más admirados, reflejos de una España discutida y contradictoria, pero siempre fuerte y atractiva, con ciudades de rara hermosura, como Segovia, Avi la y Sepúlveda. Aquel pintor extraordinario era un enamorado de estos lugares castellanos y traía a visitarlos a sus amigos extranjeros, escritores, artistas, políticos y millonarios, elevados turistas internacionales que supieron gozar el encanto de estas tierras ásperas y pobres.

Sincera gratitud debemos a Ignacio Zuloaga, pero no he­mos de olvidar que sin el establecimiento en Segovia de su tío Daniel es rtiuy probable que el ilustre eibarrés hubiera seguido otra senda.

Daniel e Ignacio, nombrados por la ciudad hijos adopti­vos, iniciaron una corriente de pintores que popularizaron nuestros rincones y panoramas. Antes habían pasado Beruete y Regoyos, los precursores de la nueva escuela de paisaje, pero la continuidad y el éxito de los Züloagas creó lo que pudiéra­mos llamar inmortalización pictórica de Segovia.

Defensa de la riqueza monumenfreiS

Aún tenemos otra deuda con Daniel Zuloaga, pues gracias a él, en gran parte, se ha protegido nuestro tesoro monumental. Nunca ocultó su disconformidad cuando se atentó contra el arte. Sin ser escritor, acudía a los periódicos, al «Diario de Avisos», de su amigo Pedrazuela, con el intento de evitar el daño. Así hizo ál restaurarse Corpus, destruirse unas pinturas románicas de la Trinidad, venderse las armaduras de los Gas­cones y derribarse el convenio de San Agustín. No sólo pro­testaba contra los hechos. Cuando un articulista escribió contra la belleza de la torre de la Catedral, la defensa de D, Daniel» fué inmediata y apasionada.

Quiso evitar, sin conseguirlo, la pérdida de San Agustín.

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La estatua del santo, sobre la puerta de la iglesia, fue destruida al desmontarla por falta de cuidado. Zuloaga puso el grito en el cielo y en un comunicado periodístico llamó reiteradamente bárbaros a los encargados de la demolición. E l director de la obra, un honesto señor, profano en arte, como firmaba en su respuesta, se aventuró a invocar, entre otras disculpas, la supuesta presión de una altísima influencia. Entonces, D. Daniel, que no se mordía la lengua, respondió con estos párrafos, reflejo de su carácter:

«En primer lugar, rechazo plena y virilmente la acu­sación de que el origen de las ruinas del templo de San Agustín sea de voluntad Soberana. Yo, republicano de corazón, no puedo ser sospechoso al afirmar que el joven Soberano, que supo detener a tiempo el crimen artístico que se estaba cometiendo en la restauración de la Alhambra de Granada, sea el mismo que ha dispues­to la demolición de San Agustín.

No, señor profano, es una torpeza imperdonable en usted, mezclar en esta cuestión de arte, a quien por su juventud, por sus bríos, por ser español y paisano mío, es digno de toda clase de consideraciones y respetos.

Y yo, con ser republicano, en la verdadera acepción de la palabra, yo, que no espero, ni mercedes, m sueldos oficiales, le tengo en mucho más alto concepto que usted» (31).

A pesar de su terminante declaración, no creo que D. Daniel sintiera profundamente la política. E l artículo está escrito con técnica de pintor y el republicanismo se invoca para valorar el elogio al rey, como si se colocase al fondo de una figura, su color complementario. Nótese lo gracioso de la defensa, al afirmar que el soberano es digno de respeto, pero no por su alta jerarquía, sino por ser joven y paisano de Zuloaga. La lógica de la argumentación no es concluyente, pero revela con meridiana claridad el espíritu ingenuo y simpático de su autor.

¡Cómo vibraba D. Daniel con las bellezas de Segovia! Recuerdo que al hablarle, no mucho antes de su muerte, de un

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trabajo de Lucas-Dubreton, sobre nuestra ciudad, publicado en una revista francesa, se estusiasmó con la frase de que nues­tras piedras parece que tienen el sol dentro, [Qué imagen tan hermosa! repetía (32). Sentía con profunda emoción nuestra tierra y en e'ste aspecto muchos podemos considerarnos como sus discípulos.

Forzoso es terminar. Temo que un nuevo Ovejero me re­cuerde que he abusado de la paciencia del auditorio. Sírvame de disculpa lo grato que es hablar, y hablar ante ustedes, de Segovia y de Daniel Zuloaga.

N O T A S (1) Véanse las Memorias del Banco Agrícola desde 1882 hasta 1896,

redactadas por sn gerente D. Carlos de Lecea, y el libro de Louis Durand, Le Credít Agricole en France et á TEtranger, París, 1891, pp. 565-572, así como el artículo de Fernández Berzal, B l Banco Agrícola, publicado en «El Adelan­tado de Segovia», 11-111-1927. Sobre el estado económico, véanse: Carlos de Lecea, Recuerdos de la antigua industria segoviana, Segovia, 1897, y Mariano Sáez Romero, La industria en Segovia, en la «Revista Comteporánea», M a ­drid, 1903, t. 127, pp 339-352, 533-597 y 707-718.

(2) «La Tempestad», 6-1V-1884. (3) Idem, l-VII-1888, tormenta 415. Los versos son de Francisco Capel la ' (4) «Bl Adelantado», Zó-W-im. (5) M i programa, en el libro Música de organillo, Segovia, 1906, página s

95-97. Otras poesías aná logas publicó Rodao en los periódicos lócale?. (6) Salamanca, A v i l a y Segovia, Barcelona, 1884, p. 537. (7) Documentos referentes a la demolición de la Puerta de San M a r t i w

en la «Revista de la Sociedad Bconómica Segoviana de Amigos del P a i s » , año, VIH, 27-IX-1883, pp. 3-7, y 26-X-1883, pp. 2-7. La Sociedad Económica pi­dió la suspensión del comenzado derribo de la puerta «por su hermosura, por su correcta construcción, por su estilo puro greco-romano y por su esbeltez y majestad. Tiene además el inmenso valor de los recuerdos históricos en más de nuevecientos años de existencia», pues allí juraban los reyes guardar los fue­ros de la ciudad. En el mismo sentido se dirigió al Ayuntamiento una instan­cia suscrita por el arquitecto Sr. Bermejo, el restaurador del Alcázar, el deán señor Baeza, el Conde de Alpuente y otros señores. E l Gobernador contes tó con el informe de la Comisión Provincial, donde se leen los siguientes p á r r a ­fos, modelos de presunción e ignorancia: «Carece en absoluto de razón y fun­damento alguno... Maravilla ciertamente que, no ya algunos particulares en quienes es disculpable el desconocimiento completo que demuestran de lo que realmente merece carácter de monumental para su conservación y que alinter-

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poner su reclamación pueden haberse dejado llevar del capricho o de nn entu­siasmo indiscreto por todo lo quz sea viejo y antiguo, sino la respetable Socie­dad Económica que cuenta en su seno con personas de reconocida ilustració:i y competencia, haya prescindido en este caso de disposiciones suneriores que resuelven de un modo terminante la cuestión .. No hay posibUidad de discutir siquiera si el Arco de la Puerta de los Picos entraña o no bellezas artísticas d¿ primer orden». La Sociedad y su presidente, D. Ezequiel González, contestaron razonada y enérgicamente, diciendo el último al Alcalde, que se reservaba el derecho de pedir contra él la responsabilidad personal correspondiente, pero la protesta fué inútil, pues la primera autoridad municipal alegó «que no exis­te disposición alguna prohibitiva de que lo histórico, monumental y artístico, surta efecto contra el ornato, policía urbana, alineación y ensanche de las po­blaciones». Véase el articulo de Fernández Berzal, La Canaleja, también en • & Adelantado de Segovia», 10-11-1927.

(8) Fernández Berzal, La Ciudad se transforma, en ídem, 16-3-1928. (9) Opúsculo. Segovia viejo y Segovia nuevo, por F. D'Or-ongle, Sego-

via, Santiuste, Abri l , 1888, 4.ü, 114 pp. (10) Remigio Antón Redondo, Tres mejoras útiles y necesarias, en la

«Revista de ¡a Sociedad Económica Segoviana de Amigos del País*, 15-11-1886. (11) García Falera (seudónimo de Gerardo Failde), Nota del día. Dedi­

cada a los nuevos concejales. Segovia en el siglo xx, en el «Diario de A v i ­sos», 15-V-1899.

(12) José Ramírez Díaz, Reformas que necesita Segovia. Proyecto de bases para un emprést i to municipal, 1900

(1 3) Véanse las crónicas de Fernández Berzal, en el diario local, tituladas E l veraneo de hace cuarenta años , 5-XI-1926, y Una fiesta a r i s toc rá t i ca , 30-V-1927.

(14) «Si yo no estuviese cansado y viejo, todavía había de emprender una tarea, que fuese un libro con el tiempo: Crítica de la crit ica en moda y defen­sa de sus victimas más ilustres Chzste, Cánovas y Villahermosa, habían de resultar setenta mil veces más poetas que Campoamor y que Grilo. Como que lo son; créamelo usted. Sólo que ahí todo está trabucado». Epistolario de Va-lera y Menéndez Pelayo, publicado por Miguel Artigas Ferrando y Pedro Sáinz y Rodríguez, Madrid, 1930, p. 144.

(15) «El Adelantado", 26-IV-1883.

(16) Rafael Ochoa, Poesías, edición póstuma, Segovia, 19,02 pp. 84 y 87 Véanse el prólogo del libro por Lecea, reproducido en Miscelánea biográf ico-literaria y Variedades segovíanas , Segovia, 1915, pp. 37-42; Gabriel María Vergara y Martín, Rafael Ochoa, en la «Revista Contemporánea», Madrid , 30-V-1901, t 122, pp. 424-427; Silverio de Ochoa, Rafael Ochoa. Notas b iográ ­ficas, en el «Diario de Avisos*, Segovia, 15-V-1901, y los art ículos de Vicente Fernández Berzal, en este mismo diario, 3-1X-1902, y en el «Adelantado de Se­govia, 15-1X-1925. En el semanario «El Adelantado», con motivo de la muerte del poeta, publicaron artículos y poesías, los escritores segovianos en los nú­meros de 9, 17 y 30 de mayo de 1901.

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DANIEL ZULOAGA Y EL SEGQVIA DE SU TIEMPO

(17) Las crónicas que escribió Vicente Fernández Berzal, en «BI Adelan­tado de Segovia», los últimos años de su vida, con el seudónimo Juan de Se-govia, y con el título genérico D e l Segovia viejo, son importantes para cono­cer este tiempo y es lástima que no hayan sido reunidas en libro, pues sería de grata lectura y útil como documento histórico. Véanse sobre el teatro: B l fa­moso «gallinero», 29-11-1928; Cosas de teatro, 21-XH926, y Salones de espec­táculos, 30-VI-1925.

(18) Sobre este tema véanse: Tomás Baeza González, Reseña h is tór ica de la imprenta en Segovia, 1880; Gabriel M . Vergara y Martin, Bnsayo de una colección bibliográfico-biográfica de noticias refrentes a la provincia de Se­govia, Guadalajara, 1903; y Mariano Sáez y Romero, Periodismo segoviano, Instituto Diego de Colmenares, s. a. (1949). Ninguno habla de los primeros pe­riódicos segovianos, ^Noticia de Segovia», 1808, en folio, que da cuenta de la entrada de los franceses en la ciudad, y «Gazeta de Segovia», que se publicaba en 1812 y defendía las ideas tradicionales. Fernández Berzal escribió también varios artículos Del Segovia viejo, como B l periodismo por dentro. Cosas de periódicos, José Zahonero y Mis antiguos compañeros en la Prensa, en el año 1927.

(19) «¿a Tempestad», 24-1 vM888. (20) Idem, 24-1V-1899. (21) Estas fotografías se reprodujeron en pequeño tamaño en el citado

estudio de Sáez sobre Periodismo segoviano, pp. 12-13, (22) Los de Baeza sobre la imprenta, ya citado y el de Apuntes biográfi­

cos de escritores segovianos, 1877. (23) Para el estudio de la benemérita Sociedad Económica pueden verse

los cuatro lomos de sus Actas y Memorias (1785-1793), un artículo dc-C. A . B., Primitivos tiempos de l a Sociedad Bconómica Segoviana, publicado en su revista, 11-X-18H7; )a Memoria del secretario D. Marcelo Láincz, leída en la se­sión inaugural de 27 de Junio de 1875, impresa por Santiuste en dicho año y la de D. Mariano González Bartolomé, premiada en los Juegos Horales de 1902' con el lema Beneficia proportionando, impresa en 1904.

(24) «Boletín de la Real Academia de la His tor ia», Madrid, 1886, IX 270-293, 344-389 y 460-468; 1887, X , 75-79.

(25) Santos Martín Sedeño: Compendio histórico... del Real Sit io de San Ildefonso..., Madrid, 1825. Otras ediciones: Madrid, 1831; Segovia, 1845; Sego­via, Baeza, 1849; Madrid, 1852; Segovia, 1854; Segovia, Ondero, 1861; Id. ídem 1867. Desde la cuarta impresión figuran las adiciones de Somorrostro, el cual aumentó también la segunda edición de B l Acueducto... Segovia, Ondero, 1861.

(26) Segundo G i l a : His to r i a l del Homenaje tributado en Segovia e l 4 de noviembre de 1915 a l Bxcmo. Sr. D. Carlos de Lecea y Garc ía . Segovia, 1916-Julio Puyol: Bstudios his tór icos y literarios acerca de Segovia, en el 'Bole t ín de la Real Academia de la His tor ia», 1915, LXV11, 215-224; y D . Carlos de Le­cea, ídem, 1926, L X X X 1 X , 195-199. León Roch: Vistas de Segovia, Madrid, 1921. páginas 247-258 (publicado antes en «La B p o c a » , Madrid). Pedro de Répide: Un cronista de Castilla, en «Bl L ibe ra l» , Madrid, agosto, 1917. Francisco Guillen

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MARIANO QUINTANILLA

Salaya: D . Carlos de Lecea y García , en «Don Quijote», Segovia, 10-111 1916. (27) loaquin María de Castellarnau y Lleopart: Recuerdos de mi vida

(1854-1941). 2.a ed. Burgos, 1942, 4.°, 368 pp. Véase el número de Un ive r s ida i y Tierra, dedicado al Sr. Castellarnau con motivo de haberle concedido la Meda­lla Echegaray, Segovia, 1934, I, 97-265, con la biografía de D. Filiberto Díaz (an­tes publicada en «£ / Instituto de Málaga», diciembre 1930, pp. 150-160 y en la «Revista de la Academia de Ciencias-, de Madrid, tomo XXIII), y con los es­tudios Castellarnau, biólogo, por Celso Arévalo; D. Joaquín M . Catellarnan, historiador y arqueólogo, por el Marqués de Lozoya, y Castellarnau, cera­mista segoviano, por J. Znloaga y A . Mazorriaga.

(28) Marcelo Láinez: Lecciones prác t icas de Agricultura, aplicadas a l a provincia de Segovia, 1869; Memoria..., 1871; Conferencia fíloxérica, 1879. Manuel García: La provincia de Segovia. Su Agricultura, Ganader ía , Comer­cio e Industria en «Anales de Agricul tura- , Madrid, 1 y 15-IX-1878. Mariano López Manso: La agricultura segoviana, en «El Clamor», Madrid, 22-111-1891. José Ramírez Ramos: Causas que se oponen a l desarrollo de la Agricultura en la provincia de Segovia, 1896, y Cart i l la de abonos y labores, 1910. José Quevedo: Conferencias sobre estaciones agronómicas y campos de demostra­ción y experiencias agrícolas, 1898; y Manual de abonos químicos para uso de los labradores de la provincia de Segovia. 1901.

(29) Ramón Pérez de Ayala: La cerámica de Zuloaga en Par ís , en « £ / Sol», Madrid, 27, 28 y 29 de mayo de 1925. La bibliografía sobre Daniel Zuloaga y su familia requeriría un libro por lo numerosa. Sería curiosa una selección de artículos sobre el tema, pues son notables los de Alcántara, Saint-Aubini Jaén, Fernández Flórcz, Rodao, Cabello Lapiedra, Gómez de la Serna, Domé-nech, Eugenio Noel, Juan de la Encina, Julio Camba, Francisco de Cossío, M a ­riano Fuentes, Ciervo, Blanco Coris, Endériz, Angel Guerra, Díaz-Caneja, l ú ­dela, Vcgue y Goldoni y otros muchos.

(30) E n la velada necrológica organizada'por la Universidad Popular y celebrada en la Diputación Provincial el 29 de enero de 1923. E l trabajo se pu­blicó al día siguiente en la Pág ina l i teraria de «El Adelantado de Segovia».

(31) Sobre ruinas. Para «Un profano en Arte», en el «Diar io de Avisos- , Segovia, 7-VM915.

(32) Jean Lucas-Dubreton: Segovie, en «La Revue Critique des Idees et des Livres», París, Í920, XXVIII, 297-307. E l mismo autor y en la misma revis­ta publicó otro estudio sobre Enrique IV de Castilla, Le roí sauvage, páginas 548-557. Reunidos en Whvo: L'Espagne au quinziéme siécle. Le Roi Sauvage-París, 1922, 8.°, 302 pp. Traducido al español por J. García Mercadal, con el tí­tulo de E l rey h u r a ñ o (Enrique I V de Castilla y su época), con prólogo de Marañón, Madrid, Morata, 1945, 4.°, 256 pp., con ilustraciones de Jorge Tnhiller Gelabert.

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