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FERNANDO ALEGRIA DARIO EN CHILE Para quien estudia la historia de la poesia chilena sigue siendo un problema determinar con precisi6n qu6 trajo Dario desde Centro Am6rica de naturaleza esencial para la revoluci6n mo- dernista y qu6 obtuvo, directa o indirectamente, en su trato con los escritores chilenos de su tiempo. Dos son los testimonios que generalmente usan los criticos del modernismo para dilu- cidar este asunto: un articulo del chileno Samuel Ossa Borne 1 y la obra del nicaragiiense Diego Manuel Sequeira Ruben Dario criollo. 2 Ambos dejan en claro como un hecho irrefutable que Darfo, gracias alas ensefianzas del poeta salvadorefio Francisco Gavidia y a sus abundantes lecturas mientras sirviera un cargo en la Biblioteca Nacional de Managua, lleg6 a conocer bastante bien el franc6s y a familiarizarse con la obra de Victor Hugo. E1 critico norteamericano Erwin K. Mapes ha dicho a este prop6sito: ,,Enfin nous avons d6j~t vu qu'~t l'~ge de quatorze ans, sept ans avant la publication d'Azul, le jeune Rub6n avait collabor6 avec Francisco Gavidia ~t des adaptations de l'alexandrin ter- naire de Hugo a la po6sie espagnole. En 1885 il avait publi6 dans Primeras Notas ses premiers vers de ce type. ''8 Segfin Sequeira, en la Biblioteca de Managua Dario tuvo a la mano y ley6 obras de Catulle Mend~s, Th6ophile Gautier, de los hermanos Goncourt y de otros excritores el~tsicos y 1 ,,A la manera de Heine", Revista chilena, t. I, 1917. z Buenos Aires, 1945. a L'influence francaise dans l'oeuvre de Ruben Darfo, Paris, 1925. 14"

Dario en Chile

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FERNANDO ALEGRIA

DARIO EN CHILE

Para quien estudia la historia de la poesia chilena sigue siendo un problema determinar con precisi6n qu6 trajo Dario desde Centro Am6rica de naturaleza esencial para la revoluci6n mo- dernista y qu6 obtuvo, directa o indirectamente, en su trato con los escritores chilenos de su tiempo. Dos son los testimonios que generalmente usan los criticos del modernismo para dilu- cidar este asunto: un articulo del chileno Samuel Ossa Borne 1 y la obra del nicaragiiense Diego Manuel Sequeira Ruben Dario criollo. 2 Ambos dejan en claro como un hecho irrefutable que Darfo, gracias a las ensefianzas del poeta salvadorefio Francisco Gavidia y a sus abundantes lecturas mientras sirviera un cargo en la Biblioteca Nacional de Managua, lleg6 a conocer bastante bien el franc6s y a familiarizarse con la obra de Victor Hugo. E1 critico norteamericano Erwin K. Mapes ha dicho a este prop6sito:

,,Enfin nous avons d6j~t vu qu'~t l'~ge de quatorze ans, sept ans avant la publication d'Azul , le jeune Rub6n avait collabor6 avec Francisco Gavidia ~t des adaptations de l'alexandrin ter- naire de Hugo a la po6sie espagnole. En 1885 il avait publi6 dans Primeras Notas ses premiers vers de ce type. ''8

Segfin Sequeira, en la Biblioteca de Managua Dario tuvo a la mano y ley6 obras de Catulle Mend~s, Th6ophile Gautier, de los hermanos Goncourt y de otros excritores el~tsicos y

1 ,,A la manera de Heine", Revista chilena, t. I, 1917. �9 z Buenos Aires, 1945.

a L'influence francaise dans l'oeuvre de Ruben Darfo, Paris, 1925.

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romfint icos franceses, ingleses, a lemanes e i ta l ianos . ~ Sabemos, t ambi6n , q u e e n sus afios juveni les D a r i o ley6 cu idadosamen te los pr61ogos de la Bibl io teca de Au to re s Espafioles y que asi- mi l6 especia lmente la tem~ttica y el t ono de los poe ta s rom~inticos, p u d i e n d o imi t a r con a s o m b r o s a hab i l i dad a C a m p o a m o r y B6cquer. P rueba de ta l cosa dej6 en sus A b r o j o s y e n las R i m a s

con que concursa ra al Ce r t amen Valera (1887). ~ U n a revis i6n imparc i a l de o t ros documen tos que p o r lo

genera l se aducen con respecto a los origenes l i te rar ios de la r enovac i6n modern i s t a deja en c laro dos hechos : el p r imero , que lo escri to p o r el poe t a nicaragfiense antes de venir a Chile no g u a r d a un vinculo esencial con lo que va a ser el mov imien to m o d e r n i s t a : y el segundo, que Dar io descubre en Chile, pa r t i - cu la rmente a trav6s de Pedro Ba lmaceda Toro y Manue l Ro- dr lguez M e n d o z a , aspectos de la l l amada l i t e ra tura decadente eu ropea que van a influir en la est6tica modern is ta . Puede de- cirse que D a r i o da fo rma ar t is t ica a la men t a l i dad modern i s t a de sus amigos chilenos. D e aqu i que acep temos sin con t rapeso la s iguiente op in i6n de Rafil Silva Cas t ro :

, ,Median te la r eproduec i6n , en co lumnas para le las , de f l a g -

4 Cf. Sequeira, op. cit., pag. 173. Acerca de la influencia que Gavidia ejerci6 sobre Darlo v6ase Francisco Gavidia y Ruben Dario (San Salvador, 1958) por Crist6bal Humberto Ibarra, ensayo de abundante documen- taci6n y rn6rito literario, aunque exagerado en las proyeeciones de su tesis.

Las rimas de Dario no fueron premiadas aunque si elogiadas por los miembros del jurado: J. V. Lastarria, Diego Barros Arana y Manuel Blanco Cuartin. Para una detallada historia de todo lo relacionado con este concurso v6ase la obra de Rat~l Silva Castro Ruben Dario a los veinte a~os (Madrid, 1956), pgs. 169--198. En justicia debe decirse, sin embargo, que Silva Castro eonfiere una importancia desmedida a este episodio literario llegando a decir que ,,el Certamen Valera de 1887 es el m~is importante de la literatura chilena y no s61o porque en 61 se encuentre el hombre de Dario, sino pot el gran caudal de composiciones que se presentaron a optar pot los premios sefialados" (pg. 178). No hay duda de que hubo ,,gran caudal" --53 composiciones--, pero en la n6mina de eoneursantes pocos hombres se encuentran que hayan dejado huella profunda en la poesfa chilena.

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mentos de obras escritas en Chile y de otras posteriores, pudo establecerse que Rub6n Dario habia encontrado en este pais, por primera vez, algunos modos de decir y asociaciones de ideas y de im/tgenes que le iban a servir, afios m~ts tarde, para com- poner sus poesias modernistas. En suma, dicho en otra forma, qued6 establecido que el Modernismo habia nacido en Chile. ''6

La conclusi6n de Silva Castro se refuerza si junto a ella cita- mos una phgina del guatemalteco Eduardo Torres, notable pot su sobriedad y precisi6n:

,,El ambiente intelectual de Santiago le permite explayar su espifitu en un espacio cultural que antes no ha tenido. San- tiago cuenta con una biblioteca nacional en la que su curiosidad y su apetito intelectual pueden encontrar todo lo que deseen. Pedrito, como llaman al hijo del Presidente Balmaceda, suele llevarlo consigo a su propia habitaci6n en Palacio. Hay alli un gran acopio de piezas artisticas: cuadros, retratos, escultnras, decoraci6n suntuosa, que el alma suya ingurgita golosamente; pero mils aprovecha de las lecturas y comentarios que alli hace con Pedro y los demos jovenes amigos, Alfredo Valenzuela Puelma, Ernesto Molina, Daniel Riquelme, Jorge Huneeus Gana, Alfredo Irarr/tzaval, Luis Orrego Luco, Manuel Rodri- guez Mendoza y Alberto Blest Bascufi~m.

,,Muchos cambios experimentan el estilo, el gusto y las ideas literarias de Dario. Lo que escribe en Chile, en efecto, apenas tiene antecedentes en su labor anterior. Ninguno de los cuentos, ninguno de los poemas nicaragtienses tiene semejanza con los cuentos y poemas chilenos. E1 fen6meno lo explica satisfacto- riamente su flexibilidad mental y su pasmosa capacidad de asimilaci6n. La lectura de 10s parnasianos franceses, con su pontifice Leconte de Lisle, le hacen la revelaci6n de la forma escult6rica de la estrofa, del colorido de la adjetivaci6n y del brillo de las im~tgenes, precisas, destacadas y pulidas como cama-

Silva Castro se refiere al an~lisis de los temas del Modernismo que 61 mismo ha hecho en la Introducci6n a Rub6n Dario, Obras desconocidas (pp. LI-- LXXVI).

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feos. Se siente como Aladino ante el tesoro hallado y se dispone a aprovecharlo desde enseguida. ''7

He aqui la verdad hist6rica expuesta con claridad y sin brava- tas patri6ticas o acad6micas. Dario, el poeta nifio, romilntico, sentimental, precozmente ret6rico en sus epistolas, juguet6n nost~ilgico en sus Abrojos y Oto~ales, grandilocuente en su Canto dpico a las #lorias de Chile, abrumado por sus lecturas en la Colecci6n Rivadeneira de cl~isicos espafioles, descubre en Chile un deslumbrante remedo de la decadencia francesa, afina su nuevo instrumento, lo perfecciona en A z u l . . . y deja asi lanzado el movimiento Modernista.

Dario, que con tanta inspiraci6n iba a hablar de hipsipilas en su vida po6tica, tuvo en Chile un despertar de larva. Esto no hay que olvidarlo para comprender cabalmente las circuns- tancias en que nace el Modernismo. Ese despertar se produce en el fimbito de una amistad que a todas luces debe parecernos

r a r a . Me imagino a Dario - no hay mils que leer su Autobio- 9raf[a-, con sus magros veinte afios a cuestas, su morena alti- vez, su ocio sensual, su mirada escondida, su pobreza y su genio, paseando por la Avenida Ej6rcito o pot los senderos del Parque Cousifio, del brazo de Pedro Balmaceda Toro, joven y elegante jorobado de frente lficida, de noble y hermosa mirada, de innato refinamiento, romilnticamente herido ya por una enfermedad incurable. He ahi dos extrafios iluminados, bor- deando el abismo de la bohemia, uno atacado por la espalda, el ot to apufia!eado por dentro; uno, el aristocr~ttico hijo del Presidente de la Repfiblica; el otto, nacido en provincianas miserias indianas; uno, arafiando para no perder el postrer aliento; el otro, marcando el paso antes de conquistar el mundo. Ninguno de los dos habia viajado a Europa, pero haman, suefian y escriben en el m~is puro lenguaje de la decadencia francesa. Ambos barajan los hombres milgicos de la pintura, la poesla, la mfisica del renacimiento parnasiano europeo. Dario sigue a su amigo : ha y en su actitud mils admiraci6n que amor, cierta

La dramdtica vida de Rubdn Darlo, Guatemala , 1952, p. 103.

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silenciosa ternura e instintivo respeto. Pero guarda sus senti- mientos: aparenta sofiar, hablar, reir, de igual a igual. Secreta- mente va enterrando sus melenas, sus dolores, sus abrojos, sus brindis y sus himnos, - t o d o aquello que trajo en la vieja valija desfondada- bajo la elegancia ~urea de Balmaceda. Apenas le conoce sabe queen Balmaceda aprenderh un estilo. Dice:

,,A1 hojear un dia los diarios de la tarde, encontr6 en Los Debates un articulo firmado con un seud6nimo que no recuerdo, articulo cuyo estilo nada tenia de comfn con el de todos los otros escritores de entonces. ''s

L De qu6 estaba hecho ese estilo? Oigamos nuevamente a Dario:

,,De esta manera, en su estilo de escritor, 61 era lleno de poesia, de forma, de color, de don mel6dico. Su inspiraci6n primaveral soltaba al aire bandadas de p~jaros alegres y de lib61ulas irisadas. Hay frases suyas que son bftcaros de violetas, jarras de lilas nuevas. Posela cristalizaciones lapidarias que hacian temblar al sol; y e n una comparaci6n burilaba un carna- feo. Alas veces, un centauro joven iba al campo florid0 a coro- narse de rosas bajo el follaje de los laureles. Entonces veis en el perlodo del cuento una gallardia de expresi6n, un modo de decir las cosas gentitmente peregrino en nuestra lengua." (Ibid., pgs. 169-170)

Refiri6ndose a Estudios y rasgos literarios, la obra p6stuma de Pedro Balmaceda, agrega:

,,El libro es como una caja de cristal llena de pequefios bibe- lots de bronce, de joyas de oro, de alabastros, de camafeos, copas florentinas, medallas, esmaltes, y e n mgtrmol se ve la huella del cincel de acero." (Ibid., pg. 231)

En p~tginas de Balmaceda Toro descubre Dario, como en un secreto aparador de fragancia picante, la plata, la china, el oropel y el ajuar e x6tico del lujo modernista. He aqul un buen ejemplo:

8 A. de Gilbert, en Obras completas, Afrodisio Aguado, Madrid, 1950, T. II, p. 152.

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, , . . . / ,Est~is triste? i Pues, sefior, vamos a recoger flores! Y salen los versos, artisticas joyas y raros engastes, perfumes de Arabia y mantos de Persia, monstruos de la India y vasos del Jap6n. '9

Balmaceda juega con los temas malditos que Dario va a manejar muy pronto en Los taros. Dice:

,,No comprendo de otto modo la borrachera. Despu6s de una pfigina de Mademoiselle de Maupin, el ajenjo; el ajenjo con Alfredo de Musset, con Rolla y Namouna. Sabes que con esta filosofia llego a una conclusi6n: de que hay ciertos libros que no se pueden leer sin vino embriagador. Para Poe el aguardien- te. Para Musset, el ajenjo. Para B6cquer el J6rez de la Fron- tera. Para H e i n e . . . no encuentro un vino a p r o p i a d o . . . (ser~i el n6ctar de los dioses). Y para ti, yo desearia uno de esos vinos tristes, melancdlicos, que ruedan lentamente por los bordes del cristal de B o h e m i a . . . poemas rojos, saturados de sangre hirviente y del perfume de las vifias." (Ibid,, pgs. 2 3 6 - 7 )

En el departamento de soltero que Balmaceda mantiene en La Moneda, Dario ve cdmo la casa de mufiecas modernista cobra vida, y se admira y se asombra con deleite:

,,i Un pequefio y bonito cuarto de joven y de artista, por mi fe! Pero que no satisfacla a su duefio.

,,El era apasionado pot los bibelots curiosos y finos, por las buenas y verdaderas japonerlas, por los bronces, las minia- turas, los platos y medallones, todas esas cosas que dan a co- nocer en un recinto cuyo es el poseedOr y cual es su gusto. Par6ceme ver afin, a la entrada, un viejo pastel, retrato de una de las bisabuelas de Pedro, dama hermosisima en sus tiem- pos, con su cabellera recogida, su tez rosada y un perfil de du- quesa. M~fs, all~i, acuarelas y sepias, regalos de amigos pinto- res. Fija tengo en la mente una reproduccidn de un asunto que inmortaliz6 Dor6: allgt en el fondo de la noche, la silueta negra de un castillo, la barca que lleva un mudo y triste remador y e n la barca, tendido, el cuerpo de la mujer p~lida. Cerca de este pequefio cuadro, un retrato de Pedro, pintado en urla valva,

De una carta de Balmaceda a Dario en la obra citada, p. 236.

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en traje de los tiempos de Buckingham, de Pedro cuando nifio, con su suave aire infantil y su hermoso rostro sobre la gorguera de encajes o n d u l a d o s . . . En todas partes libros, muchos libros, libros cl/tsicos y las filtimas novedades de la producci6n uni- versal, en especial la francesa. Sobre una mesa diarios, las pilas azules y rojizas de la Nouvelle Revue y la Revue de Deux Mondes. Un ibis de bronce, con su color acardenillado y viejo, estiraba su cuello inm6vil hierfiticamente. Era una figura pom- peyana aut6ntica, como un c6sar romano que le acompafiaba, de labor vigorosa y admirable.

,,Cortaban el espacio de la habitaci6n pequefios biombos chinos bordados de grullas de oro y de azules campos de arroz, espigas y eflorescencias de seda." (Ibid., pgs. 160-161)

Hay algo de bella monstruosidad en la imagen de ese par de j6venes enguantados, el uno alto y mestizo, el otto contrahecho y p~tlido, que van por las calles de Santiago creyendo ver carro- zas Dumont, panneaux antiguos, desnudos de Reni, modas de Buckingham y perfiles de duquesas, mientras los vecinos se mueren de la peste viruela, arrastran los pies pot callejuelas de piedra y lodo, se desvanecen en la luz mortecina del gas y se apartan a saltos para no morir arrollados por los salvajes ca- ballos del carro de bomberos. 1~ Junto al habla quebrada y parca de los santiaguinos, este par revolotea pot la Alameda de las Delicias dejando a su paso extrafios sonidos:

,,El tenia en su conversaci6n mariposeos y transiciones - r e - cuerda D a r i o - . Habia en esto mucho de mujer. A intervalos la risa vibraba su diapas6n: ,Por mi parte, hombre, yo opino que es suficiente gloria para los hermanos Goncourt haber sido los introductores del japonismo en Francia, haber dado la nota del buen gusto en los muebles y adornos de sal6n con plausibles resurrecciones de cosas bellas y haber presenfido a Zola y el desarrollo de la escuela./,Qu6 crees tfi? Pero, pot lo visto, tfi no te f i j a s . / , Q u 6 . . . ? Escribiremos un libro hirviente fitulado C h a m p a f i a . . . '

io D igo es to a pesa r de u n a car ta de Ossa , c i tada p o t Silva Cas t ro , que m~is se refiere a re lac iones pe r sona les que li terarias.

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,,Y nos reiamos." (Ibid., pg. 153) Es el Modernismo que camina por la Alameda santiaguina.

A la sombra de Balmaceda Toro y un poco, no tanto, a la de Rodriguez Mendoza, Dario liquida su negocio romint ico , deja bien enterrados a Zorrilla, Campoamor , Espronceda y B6cquer, y da forma a su reci6n asimilado parnasianismo: no es otra cosa A z u l . . . La historia de este libro, el papel que en su edicidn jugaron Poirier, Rodriguez Mendoza, Balmaceda y otros, la influencia directa que Balmaceda ejerci6 sobre Dario durante su composicidn, asi como en el origen de uno de los cuentos afiadidos a la segunda edici6n, ha sido examinada con lujo de detalles por criticos de Am6rica y de Espafia. 11

Sabido es que la primera edici6n de A z u l . . . (1888) llevaba un pr61ogo de Eduardo de la Barra. Tal hecho rue, en realidad, accidental: no s61o por la muerte de Lastarria, a quien se le habia encomendado tal tarea, sino porque de la Barra s61o por ,,accidente" podria haber comprendido el milagro po6tico que llegaba, asi de sorpresa, a sus manos. E1 prdlogo de Eduardo de la Barra es t i concebido en moldes acad6micos:

, , . . . La regla serla: -- la ficci6n para hacer resaltar la verdad; el esplendor de la imaginaci6n propia a lumbrando la raz6n ajena y avivando la conciencia, la imagen para esculpir el pensa- miento que inclina a la virtud y eleva la inteligencia. He aqui en pocas palabras las miras de nuestra po6t ica. . . , ,12

Y, ademis , escrito en estilo cursi y amanerado: ,,Aplicad, lindas lectoras, aplicad estas reglas del sentimiento

a las armonlas azules de Rub6n Dario, y vuestro juicio ser i certero. Vuestros ojos, lo s6, de r ramar in mils de una lfigrima,

11 V6anse las investigaciones de Silva Castro y, en particular, su obra Ruben Dario a los veinte a~os. La bibliografia sobre el movimiento Mo- dernista es inmensa. Por la solidez y abundancia de su informaci6n, as/como por lo ecu~inime de sus valoraciones, el mejor guia para inter- narse en ese mundo de creaci6n, de cr6nicas y comentarios es la Breve historia del Modernismo de Max Henriquez Urefia, M6xico, 1954.

12 Citado por J. Saavedra Molina y Erwin Mapes en Obras escogidas de Rubdn Darlo publicadas en Chile, t. I, Santiago, 1939, p. 162.

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vuestros labios gozosos dir~n: iQu6 lindo!, iQu6 l indot" (Ibid. pg. 163)

En un piano literario se esfuerza por emparentar a Dario con Hugo y Catulle Mend~s, pot razones obvias; y con Paul de St. Victor, D'Amicis, Daudet, Bernardin de St. Pierre y Jorge Isaacs, pot razones misteriosas. Le critica una excesiva pre- ocupaci6n por la forrna y una marcada tendencia a la orna- mentaci6n (op. cit., pg. 165), le censura su efectismo; clama, entretanto, contra los ,,decadentes" y al enumerar los peligros con que enos tientan al poeta joven (pgs. 169-170) quiebra, sin darse cuenta, la imagen misma de la poesla que ya ha acep- tado Dario. i Fantfistico caso el de este prologuista que lanza su artiUeria contra los valores esenciales del poeta que pre- senta! /,C6mo puede decirse que de la Barra ,,presinti6" la revoluci6n po6fica de Dario cuando afirma cosas como 6stas ?

,,En estos neur6ticos debe operarse cierta inversi6n de los sentidos, pues q u e e n su vocabulario especial confunden los sonidos con los colores y los sabores, como pasa bajo el im- perio de la sugesti6n h i p n 6 t i c a . . . Y no creels, mAs sefioras, que exagero. Los decadentes no son desprevenidos y tienen su C6digo. Han ya reducido a preceptos las incoherencias de sus suefios morfinizados en el Tratado del Verbo.

,,Establ6cese all' que cada letra tiene un color, cada color corresponde a un instrumento mfisico y cada instrumento sim- boliza una pasi6n o un modo de ser. Asi, por ejemplo:

,,La A es negra, lo negro es el 6rgano, el organo expresa la duda, la monotonia y la simpleza (sic).

,,La E es blanca, lo blanco es el arpa, el arpa es la serenidad, etc., etc.

,,De las combinaciones de letras, segfin ellos, nacen los di- versos matices del sonido, del color y del sentimiento. He aqui, pues, la c~tbala judia aplicada a l a s bellas letras." (Ibid., pgs., 170-171)

La alianza de Eduardo de la Barra y Rub6n Dario en la primera edici6n de Azu l . . . debe pasar a la historia como una an6cdota curiosa - c o n ribetes c 6 m i c o s - , y no como un

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hecho de significacidn est6tica: he aqui a un poeta joven que sabe a ciencia cierta la medida justa de su obra revolucionaria y a un ilustre acad6mico que, convertido en prologuista, se empefia en negfirsela. Dario jamfis debi6 permitir que la tirada ultraacad6mica y neoclfisica de Eduardo de la Barra sirviera de introduccidn a un libro como el suyo: a decir verdad, Dario, meses antes de lanzar A z u l . . . habia publicado un articulo que es, sin lugar a dudas, el verdadero manifiesto inicial del Modernismo. La significacidn de este documento ha sido sefialada por criticos como Saavedra Molina y Mapes, quienes han dicho:

,,Resume alli Dario en forma indirecta, su pretext 0 de ex- plicar al escritor franc6s (Catulle Mend~s), sus propias ideas est6ticas, ensalzando a sus preferidos del momento. Por l o cual no hay palabras m~s adecuadas para explicar A z u l . . . que esas mismas palabras de D a r i o . . . " (Ibid. pg. 129)

En ese articulo Dario parece responder, palabra por palabra, a los cargos que de la Barra le iba hacer m/Ls tarde. Veamos. De la Barra dispara contra la invasi6n de la pintura y la mfisica en el estilo po6tico de los simbolistas. Dice Dario:

,,Creen y aseguran algunos que es extralimitar la poesia y la prosa, llevar el arte de la palabra a! terreno de otras artes, de la pintura, verbigracia, de la escultura, de la mSsica. No. Es dar toda la soberanla que merece al pensamiento escrito, es hacer del don humano por excelencia un medio refinado de expresi6n, es utilizar todas las sonoridades de la lengua en exponer todas las claridades del espiritu que concibe.

,,Los hermanos Goncourt fueron de los primeros en caminar por esa hermosa via. Julio J a n i n . . . les atac6 sus primigenias t en ta t ivas . . . Entonces Janin llamaba ,,estilo en delirio' al estilo de Julio y Edmundo, y consideraba un absurdo, una locura, pretender pintar el color de un sonido, el perfume de un astro, algo como aprisionar el alma de las cosas.

,,A los de ahora, y sobre todo a Mend~s, se les ataca po t ese Iado.

,,Mala fe o c e g u e r a . . .

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,, i Ah! y esos desbordamientos de oro, esas frases kaleidos- c6picas, esas combinaciones de palabras arm6nicas, en pe- riodos ritrnicos, ese abarcar un pensamiento en engastes lumino- sos: i todo eso es sencillamente a d m i r a b l e ! . . .

,,Juntar la grandeza o los esplendores de una idea en el cerco burilado de una buena combinaci6n de letras; lograr no escribir como los papagayos hablan, sino hablar como las ~tguilas callan; tener luz y color en un engarce, aprisionar el secreto de la mfisica en la trampa de plata de la ret6rica, hacer rosas artificiales que huelen a primavera, he ahi el rnisterio. Y para eso, nada de burgueses literarios, ni de frases de c a r t 6 n . . .

,,Un orifice pintor, un misico que esculpe, un paisajista fot6- grafo y hasta quimico y siempre portico y - a q u i est/t la pa- l a b r a - un poeta con el don de una universalidad pasmosa, he ahi a Catulle Mend~s.

,,Aborrece a los gram/tticos, a los fil61ogos de pacotilla, a los descuartizadores de las partes de la oraci6n, por sus disci- plinas, pot sus anteojos, porque aturden con sus reglas y se sientan sobre sus diccionarios; y no obstante, es Mend~s gra- mittico consumado, puesto que no olvida nunca ser correcto y bello al escribir. Conoce m/ts que lo que ensefia el sefior profesor; fiene el instinto de adivinar el valor hermoso de una consonante que martillea sonoramente a una vocal; y gusta de la raiz griega, de la base ex6tica, siempre que sea vibrante, expresiva, melodiosa. Sabe que hay vocablos maravillosamente propensos a la armonia musical. Las letras forman, por decir asi, sus cristalizaciones en el lenguaje. Las eles bien alternadas con eresy enes, enlazando ciertas vocales, la q, l a y griega, son propicias a las palabras mel6dicas. Hay letras diamantinas que se usan con tiento, porque, si no, se quiebran formando hiatos, angulosidades, cacofonias y durezas." (Ibid. pgs. 130-131)

Para dar remache final y dictarle dttedra al catedrfitico, Dafio estampa estas hermosas palabras sobre la aventura eterna del lenguaje en la gran literatura espafiola:

,,En castellano hay pocos que sigan aquella escuela casi exclusivamente francesa.

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,,Pocos se preocupan de la forma artistica, del refinamiento; pocos dan -pa ra producir la chispa- con el acero del esfilo en esa piedra de la vieja lengua enterrada en el tesoro escondido de los clhsicos; pocos toman de Santa Teresa, la doctora, que retorcia y laminaba y trenzaba la frase; de Cervantes, que la desenvolvia armoniosamente; de Quevedo, que la fundia y vaciaba en caprichoso molde, de raras combinaciones grama- ticales. Y tenemos, quiz~i m~s que ninguna otra lengua, un mundo de sonoridad, de viveza, de coloraci6n, de vigor, de amplitud, de dulzura; tenemos fuerza y gracia a maravilla. Hay audaces, no obstante, en Espafia, y no faltan -gracias a Dios - en Am6rica." (Ibid. pg. 132)

Tampoco se olvida Dario, en este memorable articulo, de sefialar entre los escritores chilenos de su tiempo aqu611os en quienes descubri6 una com~n voluntad de renovar el idioma:

,, i He aqui a Riquelme, a Gilbert, en Chile! - exclama - . Se necesita que el ingenio saque del joyero antiguo el buen metal y la rica pedreria, para fundir, montar y pulir a capricho, volando a! porvenir, dando novedad a la producci6n, con un decir flamante, r~ipido, el6ctrico, nunca usado, por cuanto nunca se han tenido a la mano, como ahora, todos los elemen- tos de la naturaleza y todas las grandezas del esp[ritu." (Ibid. pg. 132)

Hablando de otros, -franceses, espafioles o americanos- Dario habl6 en esa ocasi6n de si mismo; defendiendo a los "decadentes" afirm6 su propia urgencia de experimentar por los fimbitos de la sinestesia, de crear su idioma po6tico al mar- gen de las academias pero cuidando celosamente las raices castizas. E1 culto por la belleza parnasiana de la forma, tanto en la prosa como en la poesia, el valor de la sugesti6n sobre el c0ncepto como instrumento est&ico, de la imagen rara sobre la manida met~ifora del neoclacisismo, el redescubrimiento de la belleza lirica escondida en l a poesla medioeval y cl~isica espafiolas - n o en los modelos anquilosad0s de la academia, sino en la interpretaci6n que les da una sensibilidad de fin de s iglo- , el valor artistico de aquello queen esos momentos

DARIO EN CHILE 223

pasa por decoracidn exdtica -orientalismo, en general, e hinduismo, algo m~ts t a rde - , la oposici6n del esplritu rebelde, iluminado, aristocrhtico, contra el ,,establecimiento,' burgu6s, comercial, acad6mico; en otras palabras, la exaltaci6n de los taros contra los vulgares; la experimentaci6n controlada con los elementos b~tsicos de la prosodia, todo eso, en suma, que los preeeptistas convertir~m en la ,,est6tica del Modernismo", lo dejar~t anunciado Darlo, obvia o veladamente, en A z u l . . . y en su manifiesto de La libertad Electoral.

Estos son sus hist6ricos legados al desarrollo de la poesla moderna en Chile. Sus Abrojos habrfin conmovido el ambiente de los salones santiaguinos, su Canto dpico la sobremesa del Presidente de Chile, sus rimas la faena de los jueces del Certa- men Varela, pero es en A z u l . . . y en ,,Catulle Mend~s: Par- nasianos y decadentes" que los poetas chilenos de fin de siglo aprender~in la decisiva lecci6n del Modernismo. Se ha dicho, y con toda raz6n, que la influencia de Dario se hizo notar tar- diamente en Chile, que no dio sus frutos de inmediato, sino cinco o diez afios despu6s de su partida: 1889. ~,C6mo iba a darlos si su propio prologuista basaba sus elogios en la espe- ranza de que Dario corrigiera sus arrestos revolucionarios, vale decir en la renuncia a su bella aventura modernista? Dario no influy6 en la poesla oficial chilena de ese momento porque ella estaba afin bajo la 6jide firme y celosa de los patriarcas del neoclacisismo: Lastarria y de la Barra, principalmente.