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Del mayorazgo colonial a la hacienda porñriana: el caso de Santa Elena de Ojuelos, Jalisco.* Ma. Guadalupe Serna Pérez El Colegio de Michoacán Introducción El objetivo del presente ensayo es esclarecer la mecánica de la producción en un complejo agríco- la-ganadero y evidenciar las características que conforman lo que se ha denominado hacienda porñriana. Para ello se analiza el caso de la Ha- cienda de Santa Elena de Ojuelos y anexas, ubi- cada en los límites de los estados de Jalisco y Za- catecas. El estudio se realiza desde la perspectiva interna de la hacienda, con lo que se busca com- prender la racionalidad de los procesos producti- vos desde el punto de vista de la unidad; se inten- ta recuperar así la especificidad de este complejo agropecuario y, por tanto, el de la región en don- de se encontraba situado. Se bosqueja brevemen- te su desarrollo histórico y la forma en que inicia sus actividades productivas. * Este articulo es una parte reelaborada de un estudio más am- plio: “Análisis de una hacienda agropecuaria en el siglo XIX, Ojuelos, (1861-1880), presentada como tesis de Lic. en Sociolo- gía de la Universidad Autónoma de Aguascalientes en 1981. Agradezco a la Mtra. Silvia Ortega y Dres. Elias Trabulse, Jan Bazant, Jean Meyer, Guillermo de la Peña, Beatriz Rojas y Claude Morin sus valiosos comentarios.

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Del mayorazgo colonial a la hacienda porñriana: el caso de Santa Elena de

Ojuelos, Jalisco.*

Ma. Guadalupe Serna Pérez El Colegio de Michoacán

Introducción

El objetivo del presente ensayo es esclarecer la mecánica de la producción en un complejo agríco­la-ganadero y evidenciar las características que conforman lo que se ha denominado hacienda porñriana. Para ello se analiza el caso de la Ha­cienda de Santa Elena de Ojuelos y anexas, ubi­cada en los límites de los estados de Jalisco y Za­catecas. El estudio se realiza desde la perspectiva interna de la hacienda, con lo que se busca com­prender la racionalidad de los procesos producti­vos desde el punto de vista de la unidad; se inten­ta recuperar así la especificidad de este complejo agropecuario y, por tanto, el de la región en don­de se encontraba situado. Se bosqueja brevemen­te su desarrollo histórico y la forma en que inicia sus actividades productivas.

* Este articulo es una parte reelaborada de un estudio más am­plio: “Análisis de una hacienda agropecuaria en el siglo XIX, Ojuelos, (1861-1880), presentada como tesis de Lic. en Sociolo­gía de la Universidad Autónoma de Aguascalientes en 1981. Agradezco a la Mtra. Silvia Ortega y Dres. Elias Trabulse, Jan Bazant, Jean Meyer, Guillermo de la Peña, Beatriz Rojas y Claude Morin sus valiosos comentarios.

El análisis cubre el período 1861-1880, en que la hacienda se desliga del grupo de que formaba parte e inicia una fase de reestructuración en su organización administrativa y productiva. En este lapso se observan también los cambios que llevaron a la unidad a conformar un complejo agroindustrial.

En este corto tiempo se puede observar la for­ma en que la hacienda orienta sus lineas básicas de producción. Una de ellas se dirige al autoabas- to (de la mano de obra empleada y de los anima­les de tiro y carga), y la otra al mercado. Esto lle­va al hacendado a diversificar sus actividades productivas y abrir canales de capitalización. Ambas formas de organizar la producción se en­cuentran interrelacionadas e imprimen su sello distintivo a este complejo.

Antecedentes históricos

La Hacienda de Ojuelos (Santa Elena de Ojuelos a partir de 1868) propiedad de Juan Bautista Rin­cón Gallardo y Rosso, formaba parte de un com­plejo mayor denominado Mayorazgo de Ciénega de Mata, que cubría 347 000 hectáreas de los es­tados de Jalisco, Zacatecas, Guanajuato y Aguas- calientes.

El Mayorazgo nació hacia la última década del siglo XVI, cuando el labrador Pedro Mateos y su hijo Diego obtuvieron gran número de merce­des de tierra al este de Aguascalientes, una zona expuesta al ataque de los indios. Supieron explo­tar su tierra y ganar dinero. Para 1605 cerca de su casa, en la “Estancia de Ciénega de Mata”, repre­saron un arroyo y construyeron una gran toma

de agua. Con ella regaron sus campos, edificaron molinos de trigo y, sobre todo, operaron ingenios de beneficio de minerales de plata.1

Para fines del siglo XVI y principios del XVII se descubrieron importantes yacimientos de pla­ta en Zacatecas. Ello propició el surgimiento de haciendas de fundición y ranchos agrícolas. La Estancia de Ciénega de Mata se dedicó al benefi­cio de minerales, a la ganadería (ovinos y muías) y a la agricultura (maíz y trigo). Al declinar la producción de las minas, las haciendas cambia­ron de giro dedicándose a la agricultura y a la ga­nadería extensiva.

Durante ese período, don Diego Mateos here­dó, al morir, la estancia a don Agustín Rincón, su nieto. Este logró que la antigua estancia se eri­giera Mayorazgo de Ciénega de Mata en 1657, cuando contaba con 75 y medio sitios de ganado mayor; 18 sitios de ganado menor y 219 caballe­rías de tierra, que hacían un total de 155 990has.2 Don Agustín heredó el mayorazgo a su hermano el Lie. Pedro Rincón. Este a su vez heredó a su so­brina doña Juana Rincón y Pérez de Aguirre, quien casó con el Cap. Nicolás Gallardo de Rodas. El hi­jo de este matrimonio, José, pospuso su apellido paterno cuando heredó el mayorazgo por línea materna formándose así el apellido Rincón Ga­llardo.3 Los primogénitos de esta familia hereda­ron y conservaron el mayorazgo por más de dos siglos. Habiendo vinculado su nombre a la tierra, algunos de los herederos del mayorazgo se dieron a la tarea de conseguir títulos que los ennoblecie­ran.4

Entre 1657 y 1714, el mayorazgo se amplió con nuevas mercedes y compras. En este año logró

su mayor extensión: 347 452 has. de tierra.5 A par­tir de entonces y hasta 1858 el complejo no creció en extensión, sino que orientó su actividad a la consolidación de su organización productiva.

En 1862, cuando el mayorazgo fue formal­mente disuelto,6 su propietario José María Rin­cón Gallardo y Santos del Valle lo repartió entre sus hijos. Sólo cinco de las diecinueve haciendas que lo constituían se vendieron, mientras que el resto se distribuyó entre doce hijos.7 A pesar del cambio de propietario, las haciendas continua­ron operando como un núcleo integrado, cada una dedicada a actividades distintas y comple­mentarías.

Entre las haciendas repartidas en 1862, la de Ojuelos pasó a ser propiedad de Juan B. Rincón Gallardo y Rosso. Situada en la Jurisdicción del Cantón de Lagos de Moreno, Jal. (hoy municipio de Ojuelos, Jal.) y en la Jurisdicción del Partido de Pinos, (hoy municipio de Pinos, Zac.), tenía una extensión aproximada de 47 243 ha, com­puesta por 26 sitios de ganado mayor y 37 caba­llerías de tierra, con un valor de 169 620 pesos en ese año.8 El heredero también recibió las edifica­ciones que en ella se encontraban, aperos e ins­trumentos de labor, semoviente manso, ganado menor y granos. El valor total de la heredad, in­cluido el de la tierra, era de 202 629 pesos.9

Dentro de la hacienda había terrenos de dis­tintas calidades:

95.6 has. de tierra de labor en potrero con $ 15.00 ha.

1 722.0 has. de tierra de labor en temporal a:15 151.2 has. Llanos de buen agostadero a:18 917.6 has. Terrenos de agostadero en mesas con

riego a:7.00 ha. 4.20 ha.

palma y nopal a: 3.50 ha.

11 299.2 has. Terrenos de agostadero con encinos yembalajes sanos a: 2.34 ha.10

El 90% de la superficie total se dedicaba a la explotación ganadera en forma extensiva (gana­do menor y mayor), el 6 u 8 por ciento se dedicaba a la producción agrícola y el resto eran fincas de la hacienda. El rubro de producción más impor­tante era la cría de ganado menor y, en forma complementaria la producción agrícola. Esto se debía, por una parte, a que los terrenos no eran propicios para desarrollar una agricultura flo­reciente y, por otra debía enfrentar el grave pro­blema que representaba la escasez de agua.

Juan B. Rincón Gallardo adquirió algunas propiedades con el fin de mejorar la calidad desus tierras. En 1862 compró en Zacatecas 5 804 has. de la Hacienda de Gallinas, de Guadalupe L. de Igaoaga, con un valor catastral de 111399 pe­sos. En años anteriores había adquirido también en ese estado la Hacienda de Santa Elena, de Mi­guel Belaunzarán y El Pabellón, del párroco de Ojuelos, Luis G. Maciel.11 Asimismo procedió al establecimiento de la “servidumbre de paso de aguas”, con los propietarios de los ranchos colin­dantes a su propiedad.12

Reorganización del complejo hacendarlo

Entre 1862 y 1868 surgieron cambios importan­tes en la hacienda de Ojuelos, tanto en la estruc­tura de propiedad, como en la organización pro­ductiva y administrativa, sentándose las bases sobre las que funcionaría el complejo agrogana- dero.

En 1863, Ojuelos se convierte en Municipali­dad del estado de Jalisco. El origen fue un comu­nicado enviado al gobierno de ese estado en 1862, por el apoderado de José Ma. Rincón Gallardo, en el que proponía la fundación de una villa o pue­blo “para la mejora de los arrendatarios y habi­tantes de Ojuelos que llegan a las 3 500 almas”. Ofrecía donar la iglesia y casa cural ya construi­das y, 45.5 has. para la construcción de casas, es­cuela pública y ayuntamiento. Asimismo, ven­der a'los moradores fundos y solares a precios ba­jos para cultivo de granos y pastoreo de anima­les propios. La única condición del hacendado era eximir a su propiedad del pago de alcaba­las por cinco años.13

Aceptada la propuesta por el gobierno del es­tado de Jalisco se inició la venta de terrenos a car­go de Tomás Ortega, administrador general de la hacienda. Se calculó una venta de 8 000 a 9 000 has. de temporal y agostadero, fluctuando el va­lor de ésta entre 2.30 y 4.20 pesos, la hectárea, de acuerdo a los precios de la época.14

Los objetivos de esta venta —que enajenó cerca del 20% de la superficie total en ese momen­to— eran claros: por una parte lograba fijar a la mano de obra, que constantemente amenazaba con emigrar;15 y por otra, se deshacía de las tierras de peor calidad. Debe consignarse que los títulos de propiedad correspondientes no se expidieron a los beneficiarios en forma inmediata.16

En ese mismo período las actividades pro­ductivas del complejo muestran cierta inestabili­dad, debido a un proceso de reorganización eco­nómica y administrativa17 que culminó en 1868- 1869 con el cambio de nombre de la hacienda a:

Hacienda de Santa Elena de Ojuelos y Anexas. Bajo esta denominación se integraron tres ha­ciendas: Ojuelos, Santa Elena y La Estrella, esta última surgida de los terrenos de la antigua ha­cienda de Gallinas, los ranchos de Atencio y San Onofre, comprados con anterioridad.

Se arrendó por cuatro años la hacienda de La Troje, de Pedro Rincón Gallardo, con 10 sitios de caballería en 8 250 pesos anuales.18 Este arriendo tenía como finalidad una alianza de tipo comer­cial. En colaboración con Manuel Rincón Gallar­do, se arrendó también la hacienda de Punteras —propiedad del padre de ambos—. El contrato es­tipuló un arrendamiento por cinco años a un costo de 2 500 pesos el primer año y 5 000 anuales los cua­tro restantes.19

El propietario de Santa Elena de Ojuelos y Anexas ordenó la construcción de diversas obras de infraestructura que permitieron aumentar su producción y aprovechar al máximo los recursos de que disponía. Se ampliaron y remodelaron las obras permanentes, destacando en forma impor­tante la construcción de obras hidráulicas. En la hacienda de La Estrella —aprovechando un gran ojo de agua—, se inició la construcción de la presa del mismo nombre. También se construyeron los tanques de Dolores, Atencio y La Colorada, igual­mente se abrieron nuevas tierras al riego.20

No se descuidaron los aspectos relacionados con la vivienda de los trabajadores: se remodela­ron las cuadrillas en que habitaban los pastores de Ojuelos y se construyó un mesón para los al­quilados. En Santa Elena se edificaron casas pa­ra los sirvientes.

Las actividades productivas del complejo

fueron reorganizadas en esa época. Así encontra­mos una empresa en la que destacan líneas de producción para el mercado, como la cría de ga­nados menores y la producción de trigo. La pri­mera actividad ocupaba un renglón muy impor­tante en cuanto a ingresos que percibía el hacen­dado. La segunda, aunque al principio tuvo poca importancia, a partir de 1878 ocupó un lugar se­mejante al de las actividades ganaderas. Las lí­neas de producción orientadas al autoabasto eran el maíz y el frijol, —que empleaban para la alimentación de la mano de obra— y cebada, —básicamente para el ganado—. La distinción anterior nos refiere a las líneas de producción en tomo a las cuales giraba la organización hacen­daría.

El complejo se organizaba con el fin de cu­brir las necesidades de producción, distribución y transformación de estos bienes. Para esto, la or­ganización interna dividía las actividades que se realizaban a lo largo del año en cuatro rubros: ta ­reas de producción, tareas ligadas al transporte, tareas vinculadas a la producción de instrumen­tos de trabajo, obras y fábricas.

Tareas de producción

Renglón dedicado al cuidado de ganados meno­res, mayores y semoviente manso. Se incluían también las labores de campo requeridas por dos tipos de cultivos: de primavera-verano, con maíz y frijol, que se iniciaba en marzo limpiando el barbecho y concluía en diciembre o enero al le­vantar la cosecha; y el de otoño-invierno con trigo que se iniciaba en septiembre con la siembra y

terminaba en mayo al cosechar antes de las pri­meras lluvias.

Tareas ligadas al transporte

Se incluía el trabajo de arrieros y carreros que trasladaban —en hatos de muías y carretas tira­das por bueyes— los granos cosechados hacia las trojes o los molinos; transportaban las maderas para la fabricación de instrumentos de labor, carretas y cercas; y conducían los productos a los mercados regionales.

Tareas vinculadas a la producción de instrumen­tos de trabajo

Un sector de trabajadores especializados —car­pinteros y fraguadores— fabricaban los instru­mentos de labor, correaban barzones, labraban manceras y reconstruían los viejos arados o en­marcaban los nuevos, labraban orejeras y cuñas, construían yelmos para la trilla, reparaban co­yundas y fabricaban compuertas de madera para los tanques. Estas actividades eran muy precia­das, pues reducían costos al hacendado.

Obras y fábricas

Es decir, construcción y remozamiento de las obras permanentes. Los albañiles se encargaban de construir trojes para almacenar los granos, casas para los peones permanentes y obras de in­fraestructura.21

Santa Elena de Ojuelos era un complejo pro­ductivo que diariamente requería de una gran

movilización de mano de obra —permanente y estacional— para llevar a cabo las tareas estable­cidas.

El ganado menor en las haciendas y su ciclo pro­ductivoComo se indicó, la producción orientada hacia el mercado era la cría de ganado menor: ovejas y chivos. En 1862, la hacienda tenía 900 carneros. Para 1869, el número se incrementó notablemen­te: 37 227 cabezas de ovejas con valor de 44 368 pesos y 250 chivos a 159.88 pesos.22 Entre 1869 y 1880 el ganado menor —concretamente las ove­jas— mantuvo una existencia anual media de 33 000 cabezas con incrementos que alcanzaban las 47 000 en algunos años.

El tener como rubro principal la cría de ove­jas obedecía a dos razones: en primer lugar, la calidad de los terrenos heredados propicios para este tipo de producción. De las 43 000 hectáreas de extensión que debía tener el complejo, en 1869, se destinaban entre el 70 y 80% a los ganados (la­nar, cabrío, semoviente manso y bovinos); en se­gundo, una tradición familiar de más de dos si­glos.

Los ganados menores pastaban todo el año en distintos terrenos del complejo. Para su cuidado, las ovejas eran divididas en manadas de 1 500 ó 2 000 cabezas y tres o cuatro manadas integra­ban una partida, agrupando de preferencia ani­males de distinto sexo e igual edad. Había en Ojuelos y Santa Elena —en total— siete partidas compuestas por borregos y borregas de arredro, borregos primales, ovejas de vientre, ovejas vie­jas, carneros padres y carneros añejos.

Cada manada se encontraba bajo el cuidado de tres pastores y dos vacieros. Los pastores cui­daban las ovejas durante el día en tanto que los vacieros se encargaban de transportar en burro las provisiones e instrumentos de trabajo, —tala­ches, machetes y trampas para coyotes—, y vigi­lar las manadas por la noche. El cuidado debía ser constante, pues la pérdida de un animal repre­sentaba un adeudo con la hacienda.

Las partidas estaban subordinadas a dos ayudantes, encargados de que los animales co­mieran y abrevaran; para el tiempo de secas, de­bían procurar que lo hicieran por lo menos cuatroo cinco veces a la semana. Los ayudantes depen­dían del mayordomo de ganados menores, quien recorría diariamente los lugares donde estaban las ovejas y chivos. Para cada partida había un pastero y un semanero; el primero se encargaba de buscar los mejores pastos y el segundo de re­coger los víveres necesarios e informar a “la casa grande” las novedades sobre los ganados.23

Los terrenos para agoste del ganado se selec­cionaban previamente. Esto significa que, mien­tras las ovejas y chivos estaban en un terreno, en otro se encontraban los ganados mayores y el semoviente manso, en tanto que otros terrenos estaban en descanso.

En la época de secas —cuando el pasto esca­seaba— las ovejas permanecían sólo una o dos semanas en un lugar. En cambio, en la estación de lluvias se establecían de cuatro a cinco sema­nas en un mismo lugar. Al trasladar los ganados mayordomo, ayudantes, pastores y vacieros cola­boraban en la tarea.

En dos ocasiones al año las partidas llegaban

al casco de las haciendas para realizar la trasqui­la: en marzo a Ojuelos y en agosto a Santa Elena. Ahí las manadas eran encerradas en corrales pa­sando luego a grandes cuartos, donde se les qui­taba la lana, empleándose para ello “monedas” (hojas de lámina en forma de medio círculo con el extremo curvo afilado). Terminada la trasquila, los ganados continuaban su recorrido por los pas­tos del complejo. La lana obtenida se preparaba y empacaba —con una máquina para hacer tercios de lana— para enviarse a la fábrica de Ciénega de Mata para su transformación, o a mercados extrarregionales para su venta.

Organización de los pastores de las haciendas

La cantidad de trabajadores que laboraban en la cría de ovinos fue variable. Entre 1863 y 1866 —período de reorganización— hubo 108 pastores y 7 vacieros. En cambio de 1868 a 1872 disminu­yó a 35 pastores y 35 vacieros. Finalmente, de 1873 a 1880 contó con 60 pastores y 25 vacieros;24 en esta última etapa el complejo hacendario ad­quirió un perfil económico consolidado que trajo consigo un control riguroso sobre sus actividades productivas.

Los trabajadores de los ganados menores es­taban organizados jerárquicamente.25 Primero el mayordomo, responsable ante el administrador de sus subordinados, quien ganaba —entre 1863 y 1870— 4 pesos, un carnero y una fanega de maíz semanarios, con lo que cubría sus necesidades de alimentación y vestido. En seguida estaban los ayudantes, quienes vigilaban que se atendie­ra a los animales y que recibían un pago semanal

de 2 pesos y 4 almudes (21.6 kg.). Esto apenas sa­tisfacía las necesidades de una familia de 7 ú 8 miembros. La siguiente categoría era ocupada por vaciero, semanero y pastero, quienes vigila­ban las manadas y recibían 1.50 y 2 almudes (10.8 kg.) de maíz semanarios. Igual ración reci­bían los pastores, —que cuidaban las ovejas du­rante el día— pero recibían sólo un peso semana­rio.26 Existían además pastores “chicos” quienes ganaban .50 cvs. y 1.8 kg. de maíz semanario.27

Todos estos trabajadores eran empleados permanentes del complejo —sirvientes en los li­bros— y vivían dentro del perímetro de la unidad. Los pastores y vacieros habitaban las cuadrillas: conjuntos de casas con una habitación grande y una cocina, construidas de adobe y techo de pal­ma.28 Es posible que a las familias de estos traba­jadores se les proporcionara por cuenta de la ha­cienda, algún solar para cultivar maíz y tener al­gunos animales domésticos.

El pago se hacía semanalmente en las tien­das de raya de las haciendas, donde se adquirían comestibles y ropa. No es posible determinar si los artículos tenían precios más altos que en los mercados regionales. Sin embargo, la tienda de raya ofrecía la posibilidad de obtener más comes­tibles de los que su salario podía cubrir, aún cuan­do esto significaba un adeudo permanente.

La ración en especie y el salario que recibían —los vacieros, semaneros, pastero y pastores— difícilmente mantenía a una familia de seis miem­bros.29 Sobre todo, si se toma en cuenta que debían vestirse y curarse cuando enfermaban. La com­pra de vestido y calzado era costosa: una vara de mezclilla o de manta costaba dos y medio reales

(vendida al costo), un pechera de camisa dos rea­les (al costo), un rebozo a once reales y unos zapa­tos de hombre a 31 reales (al costo). Algunos de estos artículos estaban destinados a las capas superiores de los trabajadores. La vestimenta de las mayorías se componía —en el mejor de los ca­sos— para los hombres de pantalón de mezclilla, camisa de manta y huaraches, y las mujeres fal­da y blusa de manta, rebozo y huaraches.

La comercialización de carne y lana

La rápida reproducción de las ovejas aseguraba una fuente de ingresos a un costo mínimo. Anual­mente se pagaban alrededor de 3 400 pesos por el cuidado de las ovejas30 y las ganancias que redi­tuaba la venta de lana y ganado en pie, eran del 65 a 70% del total recibido por el complejo. Por ejemplo, en 1876 se obtuvo un ingreso de 30 437 pesos por todas las ventas (lana, carneros, trigo, queso y frijol). De esta cantidad 3 215 pesos per­tenecían a ventas de lana y 16143 pesos a carne­ros.31 Entre 1874 y 1878, el fenómeno se repitió ca­si sin interrupción,

La producción de lana en estos años varió en­tre 28 267 y 8 355 kg. por lo que es difícil estable­cer una media de producción.32 En un buen año se obtenían alrededor de 2 500 kg. en promedio por oveja, puesto que no todas estaban en producción. La lana tenía destinos diferetes: una pequeña par­te era enviada a Ciénega de Mata, para tejer jo­rongos y frazadas que se remitían luego al alma­cén de Ojuelos; el resto era vendida en bruto a mercados regionales y extrarregionales.

La comercialización de la lana seguía proce­sos diferentes de acuerdo al lugar de destino. Cuando era vendida en mercados regionales —Aguascalientes, Zacatecas o San Luis Potosí— se trasladaba en carretas. Para ello el complejo contaba con un grupo de carreros, comandado por un mayordomo, encargado del traslado de los tercios de lana y de vigilar que llegaran a su des­tino. Cuando se vendía en mercados extrarregio- nales —México, León o Celaya, Gto.— eran arrie­ros los encargados del traslado. La unidad mane­jaba sus mercaderí as bajo el cuidado de dos tipos de arrieros; unos que trabajaban para la finca de manera permanente y otros que lo hacían por con­trato. Los medieros independientes —propieta­rios de sus hatos— cobraban los fletes por carga y distancia. Un flete a la ciudad de México importa­ba 100 6 150 pesos, pues era pagado a cuatro rea­les por arroba de lana. Con ambos tipos de arrie­ros el derecho de aduana, 1/2 por ciento de carre­taje, y los 21/2 por ciento de comisión al vendedor lo pagaba el hacendado.33 El traslado de la mer­cancía duraba a veces hasta un mes y el Sr. Rin­cón Gallardo recibía el pago tres meses después.

Además de la lana vendían la carne y las za­leas de los borregos. Cuando este era el caso los cameros —que podían ser de 100 a 1 500 cabe­zas— se enviaban en pie a San Luis Potosí o Za­catecas, donde se realizaba la matanza, y de ahí se enviaban a su destino. La venta de carne re­portaba excelentes ingresos aunque su realiza­ción duraba a veces quince días.34 Esto significa­ba pagar —además del traslado, impuesto muni­cipal, derecho de alcabala, comisión del vende­dor, matancero y freidor— pastores y consumo de

pastos extra. Otra parte de carneros se consumía en la unidad, para raciones de los sirvientes aco­modados y venta en la tienda de raya. Entonces la matanza se realizaba en las haciendas.

Este rubro de producción podía arrojar pér­didas (en caso de epizootia) pero con relación a las ganancias que se obtenían estas eran míni­mas.

Organización y funcionamiento de la producción agrícola

El complejo hacendario se dedicaba, principal­mente, al cultivo de maíz, y en menor medida, de frijol, cebada y trigo. Aquí nos ocuparemos del ciclo de cultivo de maíz, que se utilizaba para el consumo interno y garantizaba la autonomía productiva.

La hacienda destinaba una parte de sus terrenos de riego y temporal a la siembra de maíz. La mayor porción era sembrada directamente por la hacienda; se contrataban medieros para sembrar maíz en terrenos de temporal.

Para 1862, la producción total de maíz fue de 86 005.8 kg., y en 1866 ascendió a 503148.6 kg. En­tre 1867 y 1880 mantuvo una existencia anual media en trojes de 619 770 kg. En algunos años se registraron variaciones muy importantes en las existencias; en ocasiones hasta de l ’OOO 000 de kg.35 El complejo no interrumpió la producción de maíz, sino que la incrementó notablemente a lo largo del periodo.

No es posible fijar una media de producción anual, debido a que algunos años aumentaba el volumen de maíz producido y otros disminuía,

aunque siempre en mayor cantidad de la que se necesitaba. Parece razonable suponer que el pro­pietario seleccionaba anualmente la extensión de cultivo.36 Esta se determinaba en función de las existencias en las trojes y de los rendimientos obtenidos en el año anterior. En casos extremos, cuando se perdía la cosecha, se contaba siempre con la producción de los medieros o se compraba este producto a las haciendas —de sus herma­nos—, o ranchos vecinos.

En 1862, sólo la hacienda de Ojuelos produ­cía maíz. A partir de 1865 lo hizo también la de Santa Elena; La Estrella, —que surgió hasta 1868— inició ese año su producción.

El ciclo agrícola del maíz daba principio el mes de marzo, con el volteo y deshierbe. lo que permitía una nitrogenación adecuada de la tierra. Para esta actividad se empleaba un arado enti- monado de madera, tirado por dos bueyes. Por lo general se abría un borde enmedio de los surcos y con la coa se deshierbaba. La siguiente labor era desterronar, empleándose un tronco de muías. El mes de abril se iniciaba la siembra de maíz de riego; abriéndose los canales para el efecto. Esta siembra se concluía en el mismo mes y en mayo empezaba la de temporal. Paralelamente se des- quelitaban las siembras de riego. En junio ter­minaba la siembra de temporal y se hacía la so- breescarda y el desquelite en las labores de riego. Había que darles otra regada. De julio a septiem­bre se desquelitaba y sobreescardaba el maíz de temporal y se desaguaban las labores. A fines de septiembre el maíz de riego estaba listo para co­secharse y el de temporal en octubre-noviem- bre. El maíz se cortaba y se colocaba en arcinas

hasta fines del año. La cosecha se levantaba en diciembre-enero, para lo que se empleaban ca­nastos. Las mazorcas se transportaban en carre­tas hasta las trojes para ser almacenadas y des­granadas, se separaba luego el maíz limpio y el puerco, ya que ambos tenían destinos diferen­tes.37

Es difícil determinar con exactitud el rendi­miento del maíz por hectárea. No obstante, to­mando como referencia los datos recabados de 2 000 a 3 000 kg., por héctarea38 suponemos que era bueno si se considera que la semilla era del tipo criollo.

Durante todo el período, el complejo contó con los instrumentos, aperos y animales necesa­rios para las labores.39

Organización del trabajo agrícola

Para llevar a cabo el ciclo productivo del maíz, se empleaba mano de obra alquilada y permanente. Su organización jerárquica tenía una estructura piramidal. En la cúspide se encontraba el mayor­domo de labor —dependiente del administrador general— encargado de vigilar que las labores se realizaran en el tiempo requerido. Seguían en importancia los ayudantes de labor, quienes re­corrían los campos de cultivo. Subordinados a éstos, los capitanes de labor vigilaban a las cua­drillas de labradores. Desde el mayordomo hasta los capitanes eran sirvientes permanentes y vi­vían dentro de las haciendas. La base de la pirá­mide eran los peones o “labradores” —básica­mente trabajadores alquilados por ciclo agríco­la—. Su trabajo dependía de los requerimientos de las labores: voltear, desterronar, sembrar, es­

cardar, desquelitar y cosechar. Estos vivían fuera del perímetro del complejo; cuando el trabajo así lo requería, podían dormir en el mesón de la ha­cienda.

El riego, limpia de bordos y canales, era un trabajo independiente dirigido por un mayordo­mo de campo y ejecutado por regadores y limpia­dores.

Se trabajaban los siete días de la semana y las jornadas eran prolongadas: se iniciaban al amanecer y concluían al oscurecer. A la semana había unos 500 alquilados trabajando para el complejo. Este número variaba poco, pues siem­pre había actividades que realizar. A partir de 1869, con la división del trabajo que se estable­ció en las tres haciendas, su número aumentó en un 70%,40 al mismo tiempo que las actividades agrícolas se incrementaron y diversificaron.

Entre los trabajadores agrícolas, como en­tre los pecuarios, el pago dependía de su jerarquía, y se les liquidaba semanalmente en la tienda de raya. El mayordomo de labores recibía cinco pe­sos y una fanega de maíz; éste gozaba de una po­sición obviamente desahogada. Los ayudantes de labor percibían 1.75 pesos y tres almudes (16.2 kg.) de maíz, a diferencia del capitán de labores que ganaba 1.25 pesos y dos almudes (10.8 kg.). Este último recibía un pago que no cubría lo mí­nimo necesario, lo que propiciaba su endeuda­miento, al igual que los alquilados. Sin embargo, su categoría de sirviente lo colocaba en una posi­ción superior con respecto a ellos, quienes gana­ban un real diario por jornada y trabajando la se­mana tenían derecho a una ración de dos almu­des de maíz. Los “chicos” ganaban real y medio

diario y un almud semanario.41 El pago se recibía el día de raya y se debía saldar la deuda por prés­tamo cada semana. Muy pocos obtenían estos a más largo plazo, pues no interesaba mantenerlos endeudados. Es posible que esto fuera un meca­nismo de control del hacendado que le permitía contratar o no a este personal, según las necesi­dades del complejo. También era fácil evitar po­sibles rebeliones y protestas al no existir ningún vínculo permanente entre el propietario y los tra­bajadores. Las condiciones de vida de los alqui­lados eran muy precarias y su estancia en el com­plejo dependía de la forma en que realizaran su trabajo. Algunos conseguían ingresar a la cate­goría de sirvientes, asegurándose una posición económica menos difícil.

De 1862 a 1874 el jornal de los alquilados se mantuvo sin aumento de acuerdo con las listas de raya. En 1875 ascendió de siete a doce reales se­manarios, suspendiéndose a la mayoría la ración en especie.42 Esto significó una disminución real de su salario, puesto que debían pagar cuatro rea­les por dos almudes de maíz que antes recibían como ración y comprar el resto de artículos nece­sarios a un precio ligeramente mayor que en años anteriores.

Distribución del producto

El maíz producido tenía destinos diferentes. Una gran parte se empleaba en raciones de sirvien­tes y alquilados; sobre todo entre 1862 y 1874. Otra parte se destinaba al ejército: José Rincón Gallardo era jefe de la División de Guanajuato y continuamente recurría a sus hermanos, que le proporcionaban lo que necesitaba.43 Otra parte

se entregaba en pago de diezmos a Luis G. Maciel, párroco de la Villa de Ojuelos. Hasta 1875, el go­bierno también recibió su pago en especie. Final­mente, una parte de la producción de maíz se des­tinaba a ventas en mercados regionales.

Es muy factible que la hacienda fungiera como acaparadora de granos en la región por compra de producción a pequeños propietarios, sobre todo en periodos de crisis o sequía. La pro­ducción de granos básicos era importante para el complejo, pues permitía la autosuficiencia ali­mentaria y garantizaba la estabilidad de la fuer­za de trabajo necesaria para su desarrollo.

Una visión de conjunto

Entre 1861 y 1880 el complejo hacendario cono­ció distintas fases de desarrollo estrechamente relacionadas entre sí: una primera etapa (1861- 1868) de reorganización productiva y adminis­trativa seguida de un segundo período (1869- 1875) de estabilidad con crecimiento y finalmen­te, una última fase (1876 en adelante) de reorga­nización productiva. A lo largo de estas tres eta­pas es posible detectar modificaciones sustancia­les en las relaciones sociales y de producción en el complejo.

Primer periodo. La puesta en marcha de la unidad implicó la organización de todas sus acti­vidades. Se allegaron los recursos necesarios: buena tierra, abastecimiento de agua y capital. Una vez obtenidos se definieron las líneas bási­cas de producción de acuerdo con ellos: produc­ción de ganado menor, destinada a la comercia­lización y de granos básicos para el autoabasto.

La primera era la fuente de ingresos más impor­tante de la unidad y permitía capitalizar e in­vertir en otras áreas. La producción para el auto- abasto, aunque no generaba ingresos garantiza­ba la autonomía productiva.

En este punto era muy importante la activi­dad de los medieros. Estos tenían un papel fun­damental dentro de esa estructura productiva, pues abastecían a la unidad de granos básicos a un costo mínimo. Sus condiciones de trabajo eran diferentes de las de los demás. Formalmente eran agricultores libres que producían por su cuenta soportando el riesgo de una mala cosecha a cam­bio de una parte del producto. Sin embargo, repre­sentaban fuerza de trabajo gratuita cuando se re­quería y dependían por completo de la disponibi­lidad de tierras de la hacienda para su subsisten­cia (Ver anexo). Para la hacienda constituían una forma de disminuir costos y riesgos sin perder la posibilidad de producir su propio maíz: eran un subconjunto dentro del rubro de producción para el autoabasto. De ahí que durante el primer perio­do se buscara definir su relación con la hacienda.

En esta fase, la hacienda organiza y define también las funciones de sus trabajadores. Esta­blece una estructura piramidal similar a la que tenía el antiguo mayorazgo. La cúspide era ocu­pada por el hacendado, preocupado del buen ma­nejo de su empresa. Como responsable directo aparecía el administrador general y subordina­dos a él, mayordomos, ayudantes, capitanes y el grueso de la mano de obra, organizada y contro­lada en forma eficiente.

Se crean asimismo los canales para la co­mercialización. Al interior, se organizan grupos

de carreros y arrieros encargados de transportar las mercancías. Al exterior, se establecen los vín­culos con dos compañías de comisionistas —Mu- riendas y Cía. en San Luis Potosí, y Viadero y Cía. en Zacatecas— para la venta y distribución de los productos enviados por el complejo.

Segundo periodo. La organización producti­va y administrativa que se definió en los años an­teriores, arroja sus frutos en esta etapa. Las tres haciendas que constituían el complejo Santa Ele­na de Ojuelos y Anexas, desarrollaban activida­des complementarias. Toda la actividad del com­plejo se orienta al aumento de los volúmenes de producción agroganadera: incrementos en las superficies sembradas e intensificación en la pro­ducción de ganado. A cambio de esto no hay más compras de tierra, ni maquinaria; no se invierte en obras de infraestructura, ni fuera déla unidad. Podemos decir que es un periodo de estabilidad en el que las'ganancias van en aumento. Se sien­tan así las bases del futuro crecimiento y diversi­ficación de las actividades.

Tercer periodo. Alrededor de 1876 y en los años siguientes, el complejo agro-ganadero sufre importantes transformaciones en su organiza­ción productiva. Se busca cerrar el círculo entre­gando al mercado productos elaborados a un me­jor precio. Esta integración de la unidad a corto plazo la convertirá en una “empresa agroindus­trial”.

Las primeras modificaciones se hicieron en la producción comercial. Para 1875, Juan B., aso­ciado con Francisco Rincón Gallardo, inician la operación de una fábrica de hilados y tejidos en Lagos de Moreno, Jal. (a unos 80 kms., de Ojuelos),

llamada “La Victoria”.44 A estos talleres se envia­ba la lana producida en las haciendas de Santa Elena de Ojuelos, Ciénega de Mata y La Presa (estas dos últimas propiedad de Francisco) para ser procesada y transformada. La incursión en la rama de las manufacturas textiles, permitió a es­tos hacendados-empresarios capitalizar las ga­nancias que se vieron aumentadas, gracias a la venta de estos productos elaborados. Al mismo tiempo, Juan B., mejoró la calidad de los gana­dos menores, introduciendo animales de registro de la raza merino.

En la rama de la producción agrícola inten­sificó el cultivo del trigo. Para esto amplió de nue­va cuenta las superficies de labor: en 1876 compró el cercano rancho de Los Patos —706.2 has., de buena tierra de riego— e intercambió otros terre­nos de su propiedad por superficies colindantes a sus predios. Posteriormente adquirió el rancho de El Molino, con 385.2 has., de tierra de riego.45 En 1877 concentró todas las acciones del Molino de Guadalupe en la Hacienda de Ciénega de Mata (sus hermanos Rodrigo, Manuel y Eduardo ven­dieron su parte). Adquirió también en 150 pesos una máquina trilladora. Con estas posibilidades de transformación, con el incremento en la super­ficie dedicada al trigo y su compra a las hacien­das y ranchos cercanos se convirtió en un impor­tante, si no único, acaparador e industrializador de este producto en la región.

El trigo cosechado y comprado era transfor­mado en harina flor, salvado y semita, en el Mo­lino de Guadalupe. Estos productos se destina­ban fundamentalmente a la comercialización en los mercados regionales y extrarregionales: La­

gos de Moreno, San Luis Potosí, Aguascalien- tes, Zacatecas, León, México y Durango. A corto plazo los ingresos que este renglón generaba tu­vieron la misma importancia que la venta de ga­nado en pie y las manufacturas de lana.

Las obras hidraúlicas y de infraestructura también se desarrollaron en forma importante. Se construyeron en este periodo dos enormes pre­sas: La Saleta y La Concepción (en 1880 se ha­bían gastado cerca de 30 000 pesos en ellas) que almacenarían grandes volúmenes de agua, para satisfacer las demandas de la unidad. Se edifica­ron, además, monumentales trojes para el alma­cenaje de granos, mesones, un hotel, una capilla y una escuela.46

Para 1880 en que finaliza nuestro análisis, Santa Elena de Ojuelos aparece como un comple­jo agroindustrial perfectamente integrado a la economía nacional y con grandes posibilidades de desarrollo. Una rápida visión de los años si­guientes nos indica que continúa con su proceso modemizador: compra de maquinaria importa­dora para aumentar los rendimientos y dismi­nuir los costos e inversiones de capital en otras ramas de la producción. Durante el periodo se in­crementan también los gastos suntuarios cuya manifestación principal es la compra de elegan­tes fincas urbanas.

Conclusiones

En el caso del complejo analizado sorprende lo definido de estos periodos de contracción y ex­pansión —similares a los del mayorazgo— y su rápida industrialización. En un corto tiempo una

hacienda agro-ganadera, que funcionaba en for­ma regular, pasa a convertirse en una empresa agroindustrial. En este periodo parece muy clara la existencia de una lógica empresarial por parte del propietario y una habilidad para integrar la unidad a la economía nacional mediante víncu­los comerciales sólidos y bien definidos.

Es importante añadir a la conclusión anterior, que este tipo de hacienda es lo que se puede lla­mar una hacienda porfiriana. Las característi­cas de una hacienda porfiriana son: además déla integración a la economía nacional, una especí­fica manera de producir y comercializar; una for­ma de organizar las actividades laborales y un ti­po particular de relación entre el propietario y su fuerza de trabajo.

Me parece interesante explorar la posibili­dad de establecer el tipo de desarrollo enunciado para este complejo como una constante para las haciendas porfirianas del centro-norte.

Finalmente, habría que poner atención so­bre la diversidad en el desarrollo de la hacienda porfiriana en las distintas regiones de México. Un conjunto de estudios monográficos sobre es­tas unidades permitirá replantear el viejo proble­ma de la hacienda en México y lo que significó, dentro del desarrollo histórico del país.

ANEXO

Las relaciones de mediería eran reguladas me­diante un contrato como el que transcribimos del año de 1882. Era un contrato ̂ nico que firma­ban todos los medieros y el administrador de la hacienda ante el alcalde.

“Ante el C. Crescendo López, alcalde único constitucional de la Villa de Ojuelos,... compare­ce Domingo Maclas, apoderado y administrador de Juan B. Rincón Gallardo, para evitar cuestio­nes desagradables con individuos que siembran a partida en la hacienda, pide que se establezca un contrato.

1 a. La hacienda tiene obligadón de dar a sus medieros a propordón de lo que cada uno siembra, tierras, bueyes y aperos o sea una yunta aperada por cada fanega de labor. 2a. Cada mediero sembrará un almud de maíz y su producto lo disfrutará a satisfac­ción, esta siembra se hará en el potrero o terreno que se le indique y en calidad de elo­tes.3a. De los frutos de la tierra sea cual fuere serán divididos por mitad.4a. Se les dará agostadero gratis para que pasten de uno a cuatro animales máximo. 5a. Terminados los beneficios de las labores los bueyes podrán volver al pie del ganado de la misma hacienda donde por cuenta de ella se cuidarán hasta que haya menester.6a. La habilitación será repartida del modo siguiente: una fanega en el tiempo que está sembrando. Una fanega en el tiempo de es­cardas. Una al fin de las segundas. Si no se nota empeño no perdbirá habilitación a me­nos que garantice el pago de ella.7a. Por cada buey que se inutilice o muera pagará 20 pesos.8a. Los medieros deben trabajar un día a la

semana para la hacienda como es costum­bre.9a. Los medieros que no cumplan lo estipu­lado perderán el derecho a los frutos que tie­nen a partido.10a. Los medieros que tengan bueyes pro­pios para girar la labor serán agraciados con tres almudes de sembradura en calidad de elotes y tendrán libertad para que agos­ten sus bueyes, en el potrero que se les indi­que.lia . Los medieros que ocupan casas de la ha­cienda pagarán la renta que se les indique .

Fuente: AHO, Estados y ministraciones de Santa Elena y La Estre­lla, ganado lanar, liquidación de sirvientes y condiciones de medie- ros. Año de 1882. No. 30 Sec. III (el contrato fue firmado por 47 me­dieros).

NOTAS

1. Información sobre el mayorazgo vease:. Chevalier, F. La for­mación de lo8 grandes latifundios en México, F.C.E. México, 1975 Florescano, E. Origen y desarrollo de los problemas agrarios en México, (1500-1821). ERA, México, 1976. Serrera, R. “La contabilidad fiscal como fuente para la histo­ria de la ganadería. El caso de Nueva Galicia”. (En. Historia Mexicana, No. 94, Vol. XIX, El Colegio de México, Mex. Í974) Sema, Ma. Gpe. “Análisis de una hacienda agropecuaria en el siglo XIX, Ojuelos (1861-1880)”. Tesis de Lic. U.A.A. 1981.

2. Sitio de ganado mayor= 1 756 has. Sitio de ganado menor= 780 has. Caballería de tierra= 42.8 has. Fanega de tierra de sembradura= 3.6 has. Un real= .125 peso. 8 reales= un peso. Una arroba 1.5 kg., una libra= .460 kg. Una fanega= almu­des. Fanega de maiz= 65 kg. (En: Bazant, J. Cinco Haciendas Mexicanas, El Colegio de México, México, 1975).

3. Archivo Hacienda de Ojuelos (AHO) No. 6 Sec. I (Ff. 72-78) Copia declaración a Sría. Fomento indicando que no existen

terrenos baldíos en haciendas familia Rincón Gallardo. Con ello se reconstruyó la historia de propiedad del siglo XVII al XIX.

4. En 1693 José Rincón Gallardo, obtiene titulo de “Capitán de Caballeros Corazas del Batallón de las Milicias de los Reinos de la Nueva España. Fines del siglo XVIII Manuel Rincón Ga­llardo y Calderón es nombrado primer Marqués de Guadalu­pe.

5. Manuel Rincón Gallardo y De Luna poseía 183 un cuarto si­tios de ganado mayor, 19 sitios de ganado menor y 225 caba­llerías de tierra. AHO No. 6 Sec. I.

6. En 1832 se decretó la disolución de los mayorazgos, pero el de Ciénega de Mata, bajo la forma de haciendas, continuó igual que en la etapa colonial.

7. En 1860 las haciendas del mayorazgo eran: Ciénega de Ma­ta, Juachi, Ojuelos, Chinampas, Matandllas, Los Campos, Palo Alto, Jaltomate. Santa María, La Punta, Ledezma, Tecuán, La Troje, Llano del Tecuán, El Tule, Tulillo Seco, San Antonio Jaltomate, Támaro y La Presa. No. 6 Sec. I.

8. No. 2 Sec. I (ff 3 a 6)9. No. 4 Sec. I (inventario al 14 de agosto de 1861) La mayor ha­

cienda era Ojuelos y ocupaba el 13.45% de la extensión total del mayorazgo.

10. No. 4 Sec. I.11. No. 6 y 8 de Sec. I y No. 1 Sec. III. De algunos terrenos se des­

conoce su extensión.12. No. 2 Sec. I (ff 13 a 15, 17 a 24).13. No. 10 Sec. I (ff. 4 a 9)14. Este fenómeno de parcelación parece ser generalizado en la

época. Vease: González L Pueblo en Vilo, El Colegio de Méxi­co, 1979. Díaz J. y Rodríguez R., El movimiento cristero, Nue­va Imagen, 1979.

15. No se descarta la posibilidad de que se hayan registrado mi­graciones.

16. No. 10 Sec. I (ff 44 a 48).17. No. 6 y 20 de Sec. I. Es difícil precisar el efectivo del propieta­

rio, para iniciar sus actividades. La fuente indica que su pa­dre puso a su disposición 23 840 pesos en calidad de préstamo que restaban de un adeudo que aquel tenia con el Sr. José Ma­ría Rincón Gallardo.

18. No. 2 Sec. I (ff 22 a 25). En La Troje tenía derecho a usar la mi­tad de agua de la presa de Valerio, ganado, semillas, instru­mentos de labor y edificaciones.

19. No. 20 Sec. I (ff 166 a 169). Una parte del ganado menor se tu­vo en Punteras. Manuel probablemente se dedicó alaproduo

ción de magueyes, ya que la hacienda tenia.20. Notas Semanarias, Sec. II (£f 120 a 180).21. Notas Semanarias, Sec. II (ff 2 a 139).22. Ño. 2 Sec. III. Este documento contiene la contabilidad del

ganado menor, valor por unidad, pérdidas, nombre y catego­ría de los trabajadores y la forma en que tenían organizados los ganados.

23. Cfr. Katz F., La servidumbre agraria en México en la época porfiriana, ERA, México, 1980.

24. No. 11 (ff 2 a 18) y No. 14 (ff 4 a 15) de Sec. II No. 2 (ff 40 a 72), No. 8,13 y 14 de Secc. III.

25. Todos los mayordomos dependían directamente del Admi­nistrador General de la Hacienda, responsable de la empre­sa, ante el propietario. Este ganaba en 1863,20pesos mensua­les, en 1866, 25 pesos y en 1875, 30 pesos. Semanalmente re­cibía una fanega de maíz y un carnero. Además 2% de utilidad sobre todos los tiros de la hacienda.

26. No. 11 y 14 Secc. II No. 1 Secc. III27. Periódicamente se contrataban pastores y vacieros alquila­

dos, sustituyendo a los permanentes, cuando estos iban a visitar a sus familias.

28. No. 4 (ff 1 a 7) Sec. I.29. No. 19 Sec. I. La tienda “Paso del Aguila” en la hacienda de

Ojuelos, dependiente del almacén, vendía sus productos a los siguientes precios: 1 Ib. de chile a 4 reales, de azúcar a 2 rea­les, de café a 4 reales de arroz a un real y 10 lbs. de frijol a un real.

30. No. 1 y 2 de Sec. III.31. Libro Diario (1875-1877) Sec. II.32. Libro Diario (1875-1877), No. 5, 7 y 26 de Sec. II.33. No. 17 Sec. I (Varias facturas).34. No. 17 Sec. I (Varias facturas).35. No. 1, 5 y 26 de Sec. II. No. 4 Sec. I (En 1871,1’480 115 kg., en

1875,731185 kg., y en 1872127 660 kg., de existencias de maíz en trojes).

36. Suponemos que igual hacía para el frijol, cebada y trigo.37. Notas Semanarias, Sec. II (ff 3 a 132).38. En 1868 la hacienda sembró por su cuenta 29.5 fgs., de sem­

bradura (106 has.) y obtuvo 3 429 fgs., (222 885 kg.). Esto da un rendimiento de 2 102 kg. por ha.

39. En 1874 se empiezan a usar los arados de fierro. Para 1889 el complejo tiene ya arados americanos, (Oliver, Caty city y Smith) manceras de fierro, máquinas sembradoras y desgra­nadoras con motor y máquinas de picar pastura.

40. No. 4 Sec. II Racioneros No. 1 ,2,8 ,13y 14. Rayas 1 y9 Sec. III.

41. No. 14 Sec. II Racioneros 1 y Rayas 1 de Sec. III.42. No. 8 y 9 Sec. III.43. No. 30 Sec. I. En 1864 el Ejército Mexicano de la División de

Zacatecas, recogió de las trojes todo el maíz, ocasionando severos trastornos. Un suceso de esta magnitud no se repitió y sólo continuó dando granos, paja, alimento y dinero a éste.

44. Libro No. 2 Sec. I (ff 115 a 123) Juan B. solicita además un préstamo de 12 000 pesos, que paga en tres años.

45. No. 3,4 y 12 de Sec. I. Por Los Patos pagó 7 000 pesos, y por El Molino 1220pesos. Para esta última compra presiona a los propietarios que se negaban a venderle.

46. No. 4 Sec. I (Inventarios a Feb. de 1875,1876,1878,1880,1883 y 1885. Las obras hidráulicas continúan y en 1883 empieza la construcción de las presas: La Soledad y Yerbaniz.

Archivo de la Hacienda de Ojuelos ( A H O )Relación de las fuentes consultadas.

De la Sección I:Escrituras Diversas (1866-1877) No. 2, Escrituras Diversas (1878- 1897) No. 3 Inventario General (1861-1897) No. 4 Cía. La Troje, Do­cumentos oficiales y cuentas con el curato (1861-1894) No. 6 Comu­nicaciones (1861-1874) No. 10, Comunicaciones (1875-1897) No. 11 Facturas (1861-1884) No. 13, Cuentas con José María Rincón Ga­llardo (1863-1878) No. 16, Cuentas de ventas (1864-1896) No. 17, Ba­lances del Almacén (1866-1897) No. 19, Copias de cuentas con fami­lia Rincón Gallardo (1867-1895) No. 20, Telegramas (1870-1890) No. 21 Copias de cuentas Fábrica “La Victoria” (1877-1894) No. 22, Manifestaciones y ventas al menudeo: Zac. y Jal. (1893-1896) No. 26, Préstamos forzosos (1860-1883) No. 30.

De la Sección II:Notas Semanarias de Ojuelos (1868-1869), Libros de Sirvientes de 1863, No. 11 y 1868, No. 14. Libros Diario (1875-1877) SinNúm. 1870, No. 2,1882, No. 6 Libro Antiguo, (1866) No. 26, Libros Antiguos de 1861, No. 1,1865, No. 5 y 1866, No. 27. Esquilmos 1861, No. 1 y 1865, No. 5. Distribuciones y esquilmos de 1866. Esquilmos 1875 No. 7.

Sección III:Libros de Racioneros, No. 1, 2, 3 ,8 ,9 ,13 y 14. Rayas de las tres ha­ciendas No. 1,2,5,6,9,14,15. Libro de Medieros y Estados de gana­do lanar, 1869, No. 2, Carpintería y Fragua 1870, No. 4, Ministra- ción general 1875, No. 5 y Molino de Guadalupe (1877-1891) Sin núm.