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1 Del punto de vista al punto de la vista: Una apuesta de Leonardo da Vinci Eduardo Gandolfo (*) Propósito Primera parte 1-De Leonardo y su estilo. 2- De la tradición greco-árabe. 3- Del marco renacentista. Segunda parte 1-Del ojo como ventana. 2- De la exclusión del ojo y su reinclusión. 3- Del agujero. 4- Del ojo como cámara óptica. 5- De las perspectivas menguantes en pintura. (*) Psicoanalista. Desarrolló extensa actividad docente universitaria y privada. Ex. Prof. Adj. de Psicología de la Personalidad (UBA) y Prof. Tit. de Historia de la Psicología (UCES). Ha publicado trabajos sobre los comienzos de la clínica freudiana. Actualmente, y desde hace más de dos décadas, se aboca al estudio de la combinatoria perspectiva en la constitución del espacio pictórico.

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Del punto de vista al punto de la vista:

Una apuesta de Leonardo da Vinci

Eduardo Gandolfo (*)

Propósito

Primera parte

1-De Leonardo y su estilo.

2- De la tradición greco-árabe.

3- Del marco renacentista.

Segunda parte

1-Del ojo como ventana.

2- De la exclusión del ojo y su reinclusión.

3- Del agujero.

4- Del ojo como cámara óptica.

5- De las perspectivas menguantes en pintura.

(*) Psicoanalista. Desarrolló extensa actividad docente universitaria y privada. Ex. Prof.

Adj. de Psicología de la Personalidad (UBA) y Prof. Tit. de Historia de la Psicología

(UCES). Ha publicado trabajos sobre los comienzos de la clínica freudiana. Actualmente, y

desde hace más de dos décadas, se aboca al estudio de la combinatoria perspectiva en la

constitución del espacio pictórico.

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Propósito

En lo que concierne al registro escópico J. Lacan expone en sus seminarios XI y XIII

consideraciones de inestimable importancia, en especial su presentación -dificultosa por

cierto- del dispositivo perspectivo, construcción calificada de “legítima”1 refiriéndose al

marco matemático-geométrico que la encuadra. Es ineludible estudiar lo esencial de esa

convención representativa del espacio si se quiere captar la originalidad de la toma de

posición lacaneana, consistente en esencia en una relectura del montaje perspectivo bajo el

lente de la geometría proyectiva y la topología combinatoria.

Este trabajo va a centrarse en un aspecto parcial de la vastísima reflexión de Leonardo

da Vinci, dejando de lado forzar posibles articulaciones con los desarrollos lacaneanos. De

este modo puede resultar útil tanto a quienes estén particularmente interesados en el

inventor y artista florentino, como así también a los lectores de Lacan que deseen

aprovechar este material para extraer conclusiones propias. Ocurre que considerar a

Leonardo no merecedor de atención, sólo porque Lacan no subrayó explícitamente su

gravitación en los seminarios citados, sería obviar dos razones fundamentales: por un lado

Leonardo ha quedado, desde Freud, vinculado inauguralmente al campo psicoanalítico; por

otro, Lacan no dejó de señalar que, en lo tocante a los intereses del analista, los artistas

suelen anticiparse y señalarle el camino. No incurrir pues en la torpeza de hacerse el

psicólogo a costa de ellos y sus producciones, así como no deslizarse hacia metas más

propias del crítico de arte serán riesgos a tratar de evitar.

1 Los calificativos que suelen acompañar al término perspectiva pueden ser utilizados indistintamente:

Perspectiva artificial por oposición a la “natural”; renacentista: por haberse gestado y formalizado en ese

periodo; albertiana: por ser L. B. Alberti quien la sistematizó por primera vez; legítima: por ajustarse a leyes

estrictas de composición; geométrica o lineal: por el espíritu matemático que la anima; central o cónica: por

organizarse en torno a un punto de vista único que opera como vértice de un cono cuya base es el objeto a

representar; fugada: ya que remite al trazado de líneas de proyección que convergen en distintos puntos de

fuga, mayormente situados en la línea de horizonte; plana: por su diferencia por la perspectiva “angular”, que

según demostró Panovsky, proyecta sobre una superficie esférica y es propia de la antigüedad clásica.

Panovsky, E. (1999) La perspectiva como forma simbólica. Barcelona: Ed.Tusquets.

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Primera parte

1- De Leonardo y su estilo

Vince costui pur solo

Tutti altri, e vince Fidea e vince Apellie

E tutto il lor vittorioso stuolo

Giovanni Strozzi, Alabanza a Leonardo Da Vinci2

Adentrarse en la concepción que Leonardo da Vinci tiene del ojo y de lo que llama

su “oficio”, la visión, así como entender los efectos que su práctica como pintor tiene en

esas teorizaciones, presenta algunas dificultades. En primer lugar están los obstáculos que

tienen que ver con que su extensa producción escrita no es fácilmente accesible en

castellano. Por un lado el conocido Tratado de la pintura reúne, en realidad, citas que no

estuvieron en su origen agrupadas como obra unitaria.3 En cuanto al resto de sus notas, que

abarcan una extensa variedad de temas, suelen hallarse compiladas en antologías que

reúnen observaciones separadas a veces por décadas, en general carentes de fechado y otros

datos de procedencia.

Por otro lado, dentro de esa escasa documentación disponible, Leonardo reitera en

muchas ocasiones y con escasas variantes sus reflexiones, en tanto que en otras

circunstancias las modifica sustancialmente sobre la marcha, a partir de observaciones y

experimentos.

En el extenso abanico de cuestiones que lo convocan se detectan dos actitudes

extremas: a veces cuestiona polémicamente afirmaciones que la tradición ha sostenido

inmutables; otras, da crédito a ciertos postulados considerados verdades incuestionables y

por eso no necesitados de verificación.

2 Citado en G. Vasari, Vida de los más grandes pintores, escultores y arquitectos. Buenos Aires: Ed. Jackson

1960. 3 La decisión de imprimir un Tratado… parte del Cardenal F. Barberini. En 1651 se publica por primera vez

en lengua italiana. La redacción se hace en base al Codex Barberinus, una copia abreviada del Codex Urbinas

y el Codex Atlánticus. Un año después es traducido al francés y recién a principio del siglo XVIII, al

castellano.

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El pensamiento de Leonardo tiene pues ese sello de ambigüedad que muchas veces

desorienta al lector.

Suele ocurrir también que se constaten algunas divergencias entre sus notas y el

abundante material gráfico que las acompaña. Leonardo no puede limitarse a lo escrito sino

que siembra el texto de gráficos, bocetos y esquemas. Sin esta peculiaridad su pensamiento

no sería lo que es. Omo sanza lettere –como suele definirse- tiene una relación difícil con la

escritura. Su inicial ignorancia de la gramática y la lengua latina (que compensa más tarde

mediante esfuerzos autodidactas) le dificulta el diálogo con los doctos de su tiempo. Piensa

que mucho de su ciencia puede expresarse mejor con el dibujo que con la palabra

manuscrita. Así, anota en sus cuadernos: “¡Oh, escritor, con que letras escribirías con tanta

perfección la representación entera como lo hace aquí el dibujo!” (Af.:101)4. Leonardo

tiene una necesidad inagotable de escribir y dibujar, no sólo para dejar testimonio de sus

investigaciones sobre la naturaleza sino, principalmente, para dar forma a sus fantasmas,

poniendo en evidencia admiraciones y rechazos sobre el escenario de una ilimitada

curiosidad.

Ahora, yendo específicamente al tema de este trabajo, habría que entender el

discurrir de Leonardo como columpiándose entre concepciones provenientes de fuentes

dispares: algunas muy antiguas, como son la teorías greco- árabes acerca del ojo y la visión,

mediatizadas por el Medioevo; otras, más contemporáneas, como las mostraciones de

Brunelleschi y principalmente la normativización de la perspectiva artificialis formulada

por León Battista Alberti. Dichas oscilaciones están en el núcleo de la meditación

leonardesca y dan cuenta tanto de sus innovaciones como de sus estancamientos y

callejones sin salida.

Para dar un ejemplo: en sus Seis libros acerca de las luces y las sombras Leonardo

expone consideraciones sobre el comportamiento de la luz y su impacto en los objetos. Sus

muchos dibujos son, en general, límpidos e inequívocos; pero cuando su mano choca contra

los arquetipos iconográficos greco-árabes diseminados en los tratados medievales que

consulta, su expresión se hace incierta. Tironeado como está entre lo que pretende ver

4 Para entender el uso de estas siglas y las siguientes, ver nota que encabeza el listado bibliográfico.

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adánicamente y lo que lee afanosamente en los autores de la antigüedad clásica, el contraste

es notorio.

Otro tanto ocurre con los famosos dibujos del nervio óptico y los ventrículos

cerebrales (Colección Windsor) en que Leonardo representa tres cavidades esféricas unidas

unas con otras por un canal cóncavo, creencia que estaba muy extendida en la anatomía

medieval (Fig.1). Esta fidelidad no impide que después cuestione tal concavidad, ya que las

imágenes conducidas se confundirían entre sí y, por consiguiente, conjeture que el nervio

óptico debe estar constituido por una serie de canales o poros similares a los que perfora la

piel de los cuerpos.

Entonces, cuando aborde la estructura del ojo y piense el mecanismo de la visión,

Leonardo procederá de tal modo que muchas veces va a dibujar no lo que ve, sino lo que, al

menos parcialmente, otros han establecido que sea. Claro que también incluirá infinidad de

ideas notablemente originales, con lo cual, tal vez, haya que referirse en Leonardo, como se

dijo, a una suerte de personal “fantasma del ojo y la visión”.

De manera que, por ahora, habrá que postergar la entrada de lleno en lo peculiar de

su pensamiento. Es imprescindible reconstruir previamente el tejido de ideas que lo

preceden situando mejor sus coordenadas, no para enumerar meramente la suma de

influencias que convergen en él, si no para entender mejor el sentido radical de su apuesta.

Pero para que sea más soportable al lector la extensa exposición que va a abarcar

toda la primera parte, se puede ir anticipando que dicha apuesta concierne a un debate que

tiene en Leonardo su sede: la divergencia entre los presupuestos de la teoría perspectivista y

su propia concepción del ojo. Debate que se centra en una constatación, a saber: la

perspectiva albertiana se funda originariamente en una exclusión del ojo que ve. Por

lo tanto, fiel a las alabanzas que vierte sobre el ojo y su función, toda la apuesta de

Leonardo –tanto la que dará forma a su óptica como la que conducirá al ejercicio de

su pintura- va a consistir en su empeño por reintroducir en el sistema perspectivo ese

ojo excluido.

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2- De la tradición greco-árabe

El ojo debe su existencia a la luz…la luz produce para

ella un órgano que le sea semejante, y así el ojo se

forma por la luz y para la luz, a fin de que la luz

interior venga a responder a la luz exterior…si el ojo

no fuera solar –dice Boeheme- ¿cómo percibiríamos la

luz?

J.W. von Goethe, Tratado de los colores.

Una polémica recorre a la antigüedad griega en lo que hace a la estructura del ojo y

al mecanismo y naturaleza de la visión. Enfrentamiento que puede ser sintetizado así:

-Por un lado, las especulaciones que pueden subsumirse bajo el título de teorías emisivas.

Para Pitágoras, por ejemplo –así como más tarde sostendrán su discípulo Euclides e incluso

Ptolomeo- el ojo emite un haz de rayos que, viajando por el espacio, choca con los objetos.

Dicho choque entre los rayos y la realidad exterior genera el sentido de la visión,

análogamente a como el ciego tantea las tinieblas con el extremo de su bastón. Concebido

así, el ojo se convierte en el vértice de un cono de rayos, una suerte de jaula para envolver y

apresar los objetos. Euclides incluye en dicha explicación la naturaleza misma de la luz,

asimilando los rayos solares a rayos visuales con las mismas propiedades.

-En el polo opuesto se hallan las concepciones rivales, las teorías inmisivas, que imaginan

a los objetos enviando continuamente réplicas de sí mismos a la atmósfera circundante, en

una suerte de permanente desfoliación. El aire se colma de “imágenes” transparentes, de

envolturas sutilísimas, que se entrecruzan e irradian en el espacio. También, en la misma

línea, se supone que de cada uno de los cuerpos se desprenden pequeñísimos fragmentos de

materia, cada uno de los cuales conserva las características que tenían en el momento de su

separación. En otras palabras, se concibe a las cosas como disolviéndose lentamente en esa

especie de solvente universal que es el espacio. Pero sean lo que fueren –éidolas o átomos-

deberán ingresar, tarde o temprano, por el orificio de la pupila5 tras el cual los espera el

cristalino, perfectamente esférico y centrado en su microcosmos de órbitas transparentes.

5 Del latín pupilla, “muñeca pequeña”. Cuando los romanos miraban a los ojos de alguien, veían un reflejo de

sí mismos, como un pequeño muñeco.

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Fig. 1

Fig. 2

Fig. 3

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En ese punto de contacto y relevo, las éidolas o átomos se pierden y entregan el don de su

energía al “espíritu visual”.

-Platón, por su parte, no conforme con esta polarización que enfrenta un “ojo-faro” -

reflector activo- a un “ojo-trampa” –receptor pasivo- intenta conciliarlos en una tercera

concepción, más acorde a su mundo de Ideas: la visión es el encuentro entre el fuego

interior que, brotando del ojo, es enviado al exterior a explorar el mundo y una luz externa

proveniente del sol. Por consiguiente se ve “fuera”, cuando ambas tocan las cosas. Por su

lado Aristóteles ha de postular que debe existir entre el objeto y el ojo un intermediario

llamado “el transparente”, pues en el vacío absoluto nada se podría ver. Pero este

intermediario sólo actúa cuando está iluminado por el fuego o el éter. Ese fuego no puede

emanar del ojo pues, argumenta, así podría verse en la oscuridad. Sin embargo Aristóteles,

infiel a su propia idea, recurre con frecuencia a la emisión por el ojo de rayos visuales,

como siguen haciéndolo durante muchos siglos los filósofos y los físicos, para quienes la

visión, confundida con la luz, continúa siendo una proyección del alma hacia el mundo

exterior.

En cuanto a los árabes, que abrevan en las concepciones griegas, heredarán su

tradición. Demostrando su preferencia por la óptica geométrica debido a su pasión

matemática, nada nuevo aportarán en cuanto a los conceptos atinentes a la naturaleza de la

luz y la visión. Sí, en cambio, se esmeran en dibujar infatigablemente numerosos diagramas

de la estructura del ojo. El esquema de la (Fig.2), modificado de un tratado antiguo,

muestra las características esenciales de la concepción greco-árabe del ojo. En su mayoría

no son reproducciones anatómicamente fieles (a pesar de tener libre acceso a disecciones)

sino casi esquemas funcionales, invariables en su tópica de puntos y lugares obligados

dispuestos en sucesión: adelante el agujero de la pupila, tras él el cristalino en posición

central y luego, saliendo desde el fondo de la esfera ocular, el nervio óptico dibujado como

receptáculo cóncavo. Los tres elementos están estrictamente alineados, construyendo así

una especie de “ojo embudo” u “ojo copa” destinado a que la luz pueda volcarse en su

interior.

Hay que señalar que la óptica greco-árabe se articula sobre la profunda semejanza y

continuidad reversible entre el órgano vidente (el ojo) y lo visible (la luz). Una causalidad

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analógica para la cual lo semejante sólo puede actuar sobre lo semejante sostiene el edificio

de la óptica antigua, en la conjunción de un saber sobre la visión y un saber sobre la luz.

Si a través del Medioevo se trasladan estas ideas a épocas posteriores, hay que

destacar que tampoco este período aportará demasiado a la tradición del pensar antiguo.

Tanto Roger Bacon como Alejandro Magno, Vitellio o John Peckhan (puede ser que

Leonardo haya tenido acceso a sus dibujos) se empeñarán en diseñar el interior del ojo al

modo de un sistema ptolomeico, perfecto como rosetón gótico. Todos parecen reproducir

un microcosmos destinado a reflejar y contener al otro, perfectamente circular, como si

estuviera concebido por un compás divino. No se intenta representar un ojo sino el ojo

ideal. En un dibujo perteneciente al alto Medioevo se muestra la sobrevivencia de la

tradición greco-árabe (Fig.3).

Sin embargo, bajo la apariencia engañosa de estos diseños geométricamente

depurados, esquemas funcionales pensados más que vistos, se pueden reconocer todavía los

elementos anatómicos heredados de Pitágoras, Platón, Galeno, etc. Las envolturas

concéntricas reducidas a órbitas estelares se ordenan en la misma secuencia: primero la

pupila, detrás, en el centro, el cristalino, primum mobile, que para griegos y árabes es el

corazón funcional del ojo. Por último, simétricamente alineado, el nervio óptico, ahora

extrañamente cónico, pero manteniendo su concavidad. Así la tradición permanece intacta,

preservada esta vez por una geometría divinizada.

Ahora bien, pese a dicha inmutabilidad, el pensamiento sigue asediando

críticamente sobre todo la consistencia lógica de las teorías emisivas. Porque si es cierto

que el ojo emite luz ¿cómo se explica que al exponerlo a algo intensamente iluminado

como el sol se sienta dolor? ¿Y cómo el ojo, al cerrarse tras haber mirado por un cierto

tiempo una imagen muy iluminada, pueda seguir viéndola a pesar de la oclusión de los

párpados?

Hay que mencionar al erudito árabe Ibn-al- Haitan (Al-Hasen) que junto a Ptolomeo

dejarán su impronta en todo el Medioevo. En el siglo XI Al-Hasen defiende claramente un

concepto inmisivo de la visión, atribuyendo a los objetos el envío de una infinidad de rayos

de tal modo que cada punto de los mismos se convierte en vértice de una pirámide o cono

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cuya base impacta en la pupila. En su tratado, cuando tiene que dar cuenta del mecanismo

de la visión, afirma que ésta se produce por los rayos luminosos que llegan al ojo desde el

exterior, descartando por errónea la creencia de que el órgano emita algo por sí mismo.

También Galeno aportará un cuidadoso análisis de la estructura del ojo, pero su

referencia al pensar greco-árabe es inevitable. Hay que advertir, sin embargo, que realiza

una descripción más compleja para explicar el funcionamiento de la visión: plantea que un

Espíritu Visual, originado en el cerebro, entra en los nervios ópticos, los recorre y

desemboca en las cavidades de los ojos; se pone en contacto con el cristalino y “toca” la

luz; cargado con las formas que la luz lleva al centro del cristalino, vuelve a recorrer los

nervios regresando al cerebro. Para Galeno entonces el flujo en los canales nerviosos es

bidireccional. El fluido visual los recorre “hacia abajo”, en dirección a los ojos. Luego,

fecundado por la luz, vuelve a subir al cerebro donde deposita los simulacros de la realidad

en los compartimentos de la memoria.

Se podría decir que para Galeno ese flujo bidireccional pensado por los griegos-

como concepciones ora opuestas, ora conciliables- pasa del mundo exterior a ser

interiorizado en el ojo mismo y su unión con el cerebro.

Por su parte, la imagen de la pirámide visual, esa jaula cónico-piramidal de rayos

emitidos por el ojo, pierde progresivamente su carga realista para convertirse en un artificio

simbólico. Ya no son rayos luminosos los que salen de la pupila, sino sólo líneas

geométricas, abstracciones euclidianas, listas para su “legitimización” durante el

Renacimiento.

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3- Del marco renacentista

Las teorías perspectivistas del Renacimiento alentaron

a la pintura para producir libremente experiencias de

profundidad y, en general, las presentaciones del ser.

Ellas no serían falsas si no hubieran pretendido cerrar

las investigaciones y la historia de la pintura, pintar

una pintura exacta e infalible.

M. Merleau-Ponty, El ojo y el espíritu.

Filippo Brunelleschi es seguramente el primero que divulga las posibilidades de la

perspectiva. Entre 1416 y 1425 pinta dos cuadros a título de mostraciones. Si bien ambos se

han perdido, se cuenta con la descripción que del primero, expuesto al público, hizo

Antonello Manetti, biógrafo del artista, descripción que tanto ha dado que hablar a los

historiadores de arte6 :

Demostró su sistema de perspectiva pintando en una tabla cuadrada de unos 30 cm, el

Baptisterio de San Giovanni visto desde el interior del portal de la Catedral de Florencia y

resolvió el cuadro con tal precisión que un miniaturista no lo habría hecho mejor. Puso plata

bruñida en el lugar correspondiente al cielo, de manera que reflejara el cielo y las nubes

(…). Cuando terminó el cuadro hizo un agujero en el centro coincidiendo con su propio

nivel visual y el punto de vista central. El tamaño del agujero era de una lenteja en el lado

pintado y se ensanchaba por detrás en forma cónica hasta el diámetro de un ducado. Filippo

indicaba entonces a quienes quisieran verlo que miraran por donde el orificio era más

grande y que mientras con una mano sostenían el cuadro, con la otra sostuvieran un espejo a

la altura del ojo, de modo que la pintura se reflejara en él con lo cual el espectador creía que

la escena era real. (Citado por Wrigth, 1985: 70-71)

Sin duda el orificio o mirilla está para garantizar no sólo un centro correcto de vista

-no así la distancia- sino para imponer el requisito de que la imagen se contemple con un

sólo ojo. Este hallazgo lo lleva entonces a determinar el punto de vista principal o punto de

fuga de la perspectiva, a la que únicamente le falta la línea de horizonte para ser como la

actual. (Figs. 4, 5, 6, 7).

Pero hay un inconveniente por el que se puede poner en tela de juicio la credibilidad

de Manetti: lo dificultoso de sujetar la tablita pintada con una mano y el espejo con la otra.

Una prueba confirma estas dudas, ya que por quieto e impasible que esté el espectador, el

cuadrito oscila con relación al ojo y la doble imagen, reflejada en el cielo real incluido en el

6 H. DAMISCH, en el Origen de la perspectiva (1997), hace un extenso y detallado examen de la mostración

de Brunelleschi

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Fig. 4

Fig. 5

Esquema simplificado que muestra el punto en donde se situó Brunelleschi para pintar el Baptisterio. Punto

de vista del pintor: A.

Fig. 6

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Fig. 7

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cuadro, oscila aún más. Tampoco lo garantiza que el espejo se mantenga a la distancia

adecuada y, si no se hace así, la perspectiva se falsea. Claro que podría remediarse

haciendo que tabla y espejo estén unidos por un simple listón y, además, sobre algún tipo

de estructura.

El escrito de Manetti fuerza a adivinar cómo estaría realizada la tabla con su

mirilla, sin siquiera mencionar que debía estar pintada al revés –invertida especularmente

en sentido lateral-para lograr que la escena pareciera correcta. Difícilmente podría haber

dibujado normalmente del natural un tema tan complicado para luego copiarlo al revés en

su estudio; sin embargo el método, la imagen invertida y el recurso al reflejo del cielo real

se explicarían si primero hubiera dispuesto una plancha de metal bruñido para reflejar el

tema, determinando una mirilla fija, para luego pintar la escena directamente sobre la

plancha. Tras hacer el agujero, se une el segundo espejo y ya se tiene el dispositivo.

Es necesario detenerse a continuación en León Battista Alberti (1404-1472). No tan

importante como Brunelleschi como para atribuirle la invención de la perspectiva lineal es,

en cambio, el primero en compilar un método normativo y práctico, fundado en “razones”.

La primera parte de su tratado De pictura (1436) trata de la perspectiva geométrica.

Después de varias dudas, Alberti opta por postular que los rayos van desde el objeto al ojo

y, en consecuencia, concibe al cuadro como una ventana a través de la cual ve el mundo

exterior un observador inmóvil. Lo que Euclides denomina cono visual, él lo denomina

pirámide visual. La novedad de este esquema estriba en la interposición de una superficie

pictórica imaginaria –el plano del cuadro- entre el vértice y la base de la pirámide. Cada

rayo que incide sobre el ojo partiendo de un punto del objeto atraviesa el plano pictórico,

determinando con su intersección la posición de dicho punto en el cuadro. A continuación

Alberti traza una original aplicación de la teoría euclidiana, no como método para construir

geométricamente la perspectiva, sino como un instrumento mecánico al que puede recurrir

el artista. Es lo que denomina velo o intersector, una suerte de pantalla interpuesta. Escribe:

…no puede encontrarse nada más adecuado que el velo, que entre mis amigos llamo

intersección y cuyo uso fui el primero en descubrir. Consiste en lo siguiente: un velo de

tejido muy fino (…) tensado sobre un marco. Lo coloco entre el ojo y el objeto a

representar, de manera que la pirámide visual pase a través del fino tejido del velo. Esta

intersección presenta grandes ventajas, primero porque la superficie se mantiene inalterable,

ya que una vez fijada la posición de las siluetas se puede hallar inmediatamente el vértice de

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la pirámide inicial, lo que resulta dificilísimo sin la intersección. Ya sabéis lo imposible que

es pintar algo que no presente constantemente el mismo aspecto (…) el velo procura la

notable ventaja que he explicado, es decir que el objeto visto conserva siempre su

apariencia. (Citado por Wrigth, 1985: 78-79)

Se puede seguir paso a paso el procedimiento de Alberti. Hay que mencionar que

tanto él como Brunelleschi no mencionan la línea de horizonte. Los dos calculan la

situación del punto principal –punto de fuga- a la altura de tres braccio7 que corresponde a

la altura de un hombre, lo cual es prácticamente igual a situar el punto principal en la línea

de horizonte, una línea que recién aparece hacia 1505, setenta años después del libro de

Alberti (Fig. 8,1).

La fórmula de Alberti consiste en duplicar el espacio del damero o pavimento,

repitiendo la señalización de las baldosas (A´, B´, C´, D´, etc.) y levantar el velo visto en

alzada de perfil, estableciendo el punto de vista (PV) a la misma distancia (A-A). A

continuación Alberti traza una serie de diagonales (en línea plena) a las señales del mosaico

A, B, C, D, etc.; diagonales que al cruzar el velo o plano del cuadro (a, a´, a´´) determinan

los espacios en profundidad entre las baldosas (líneas punteadas) (Fig. 8,3). Alberti concibe

la fórmula anterior separando el proceso para comodidad del artista, pero posteriormente

resume la fórmula en una sola imagen. Obsérvese el perfecto trazado de las diagonales

dentro del embaldosado como prueba del resultado correcto (Fig. 8,4).

7 Braccio, en plural Braccia: antigua medida italiana de longitud que va desde los 58 cm. hasta los 70 cm.,

según el área geográfica en que era empleada.

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Fig. 8

Fig. 9

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Segunda parte

1- Del ojo como ventana

El pintor, cualquiera sea, mientras pinta, practica una

teoría mágica de la visión.

M. Merleau-Ponty, El ojo y el espíritu.

En esta segunda parte ha llegado finalmente el momento de formular la pregunta

central: ¿Por qué Leonardo se empeña en reintroducir, en un sistema que por

definición prescinde de él, a ese ojo excluido? Se verá más adelante el argumento que

esgrime Alberti para ello. Pero hay que responder por ahora refiriéndose al cúmulo de

alabanzas que Leonardo vuelca continuamente sobre el órgano de la visión. La más

conocida es, sin duda, aquella en que dice: “El ojo, que llaman ventana del alma…”

añadiendo que es la “ventana del humano cuerpo; a través de ella el alma contempla y goza

la belleza del mundo; gracias a ella soporta su humana cárcel, que, sin ella, sería una

tortura”. Por último, hace una afirmación en forma de pregunta: “¿No ves que, en efecto, el

ojo abraza la belleza total del mundo?” (Af: 78).

Hay aquí un doble elogio: Leonardo considera a la visión como fuente e instrumento

de saber, por encima de los demás sentidos:

El ojo, a una distancia apropiada y en circunstancias adecuadas, se equivoca menos en su

oficio que los otros sentidos, porque no ve sino por líneas rectas (…) (TP: 26)

Pero Leonardo también plantea a la visión como fuente de goce, de satisfacción, en

ese abrazar amorosamente todas las cosas dotadas de belleza.

Entonces el ojo es, a la vez, único acceso del hombre al mundo, marco a través del

cual puede aprehenderlo y también abertura privilegiada, que le posibilita salir de sí mismo

para conjugarse con lo que está fuera de él. En la metáfora misma del ojo como ventana,

así como en las ideas de abertura, agujero u orificio está implícita una problemática no

menor, a saber: ¿qué entra al ojo y qué sale de él? ¿Acaso lo que entra es la luz,

posibilitando el ejercicio de la visión? Una respuesta afirmativa sería apresurada y a la vez

parcialmente errónea. Por otra parte si el ojo emite algo, no está claro de qué se trata.

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No obstante esta sola presunción hace de Leonardo un heredero de la óptica antigua

en tanto, como se ve, no rechaza ni niega por el momento el debate inmisión- emisión

ligado a la visión.

Lo que la luz del ojo ve, es visto a su vez por dicha luz y lo que ella ve, es visto por la

pupila. (tp: 44)

Es por eso que Leonardo puede concebir doblemente la función del ojo:

En el preciso instante en el que se hace la luz queda colmado el aire de las imágenes

infinitas causadas por los distintos colores y cuerpos que se disponen en su seno,

convirtiéndose el ojo en su diana y piedra imán. (TP: 96) y (BIF: 90)

Por ejemplo Leonardo afirma que el ojo emite rayos “así como el almizcle llena la

atmósfera con su olor” (TP: 96).

La teoría leonardesca de la visión pone de relieve su suposición de que entre la vista

y lo visible, entre sujeto vidente y objeto visto, no hay corte sino una continuidad

reversible, una posible permutación de los lugares de agente y paciente. Por eso los rayos

visuales conservan fundamentalmente un parentesco con los rayos luminosos: el brillo de

los ojos participa, por su naturaleza, de todo lo que brilla e impresiona (recuérdese el fuego

propio emitido por los ojos, planteado por Platón o el epígrafe de Goethe que encabeza el

punto 2 de la primera parte).

Ocurre que para los antiguos griegos los cuerpos celestes están supuestamente

dotados de vista. El sol mira con sus rayos a los mortales que, por su parte, lo miran. O sea,

si el ojo ve las cosas es, a la vez, mirado por ellas.

Entonces, así como el imán atrae el hierro, los rayos visuales atraen los simulacros o

apariencias de los objetos hacia los ojos. Estos rayos nada tienen que ver, recuérdese, con

los rayos de luz, ya que los simulacros, apariencias, imágenes miniaturizadas o dobles

inmateriales –esas “casi cosas”- emanan primaria y originalmente de los objetos de los que

se desprenden.

En la cita siguiente puede constatarse no sólo el pensamiento por analogías propio

de Leonardo sino también, con el correr del tiempo, su vuelco hacia una concepción

inmisiva:

Page 19: Del punto de vista al punto de la vista: Una apuesta de

19

Así como la piedra tirada al agua deviene centro y causa de muchos círculos, y como el

sonido se difunde por círculos en el aire, así cualquier objeto, situado en la atmósfera

luminosa, se difunde a sí mismo en círculos y llena el aire circundante de infinitas imágenes

de sí mismo, y aparece todo por todo y todo en cada parte. (TP: 96-97)

Ese progresivo alejamiento se fundamenta en un hecho en que Leonardo repara:

Si observas el sol o cualquier otro punto luminoso y cierras los ojos seguidamente, lo verás

nuevamente en el interior de tus ojos durante un prolongado lapso de tiempo. Tal es la

prueba de que la imágenes entran al ojo (Af: 101)

Un argumento que vuelca las razones hacia la concepción inmisiva, apoyándose en

otra observación igualmente notable: supongamos, dice, que se mira una estrella por un

tiempo brevísimo, el tiempo de un parpadeo. En un lapso tan corto ¿cómo puede la luz

emitida por el ojo llegar a la estrella y volver al ojo? Y además ¿cómo es posible que se

pueda mirar y mirar las cosas sin cansarse? Si cada vez que se mira se emite luz, finalmente

el ojo debería quedar ciego.

Una última observación antes de entrar en el examen que Leonardo va a realizar del

sistema albertiano y de los fundamentos en que se sostiene. En primer lugar se ocupa de

revisar minuciosamente la metáfora más amada por los perspectivistas: ese instrumento

práctico llamado pirámide visual. Antes de que Alberti se adueñe –vía Euclides- de este

concepto, la idea de la pirámide visual ya era venerable. Alberto Magno, Peckan, Vitellio -

ya se ha citado a todos ellos- consideran sólo un punto matemático del ojo: ese punto en el

cual convergen los rayos luminosos (o en el cual se originan los rayos luminosos

interiores). Leonardo debe haber leído atentamente a Peckan si afirma interpretar su

pensamiento en el sentido de considerar el vértice mismo de la pirámide como un punto y

someterlo consecuentemente a examen.

Page 20: Del punto de vista al punto de la vista: Una apuesta de

20

2- De la exclusión del ojo y su reinclusión

Si alguna vez un filósofo ciego y sordo de nacimiento

concibe un hombre a semejanza de Descartes, me

atrevo a asegurarle, señora, que ubicará el alma en la

punta de los dedos…

Denis Diderot,

Carta sobre los ciegos para uso de los que ven

La perspectiva no es la óptica

J. Lacan, Seminario XIII (4-5-66)

Hay que partir esencialmente del estatuto de ese punto, puesto que en torno a él gira

la discusión que enfrenta a Leonardo con Alberti. Cincuenta años después de la publicación

de De Pictura, en 1492, Leonardo define la perspectiva como la intersección de la pirámide

visual con un plano transparente, retomando así la definición del cuadro según Alberti. El

velo o intersector se encuentra en Leonarado rebautizado como pared de vidrio:

La perspectiva no consiste en otra cosa que ver un objeto que se encuentra detrás de un

vidrio liso y transparente en el que se refleja todo lo que se encuentra detrás del vidrio; todo

va al punto del ojo por diversas pirámides, y estas pirámides se cortan sobre el vidrio.

(BIF: 89)

En un grabado de 1811 se puede ver la mecánica de la ventana de Leonardo

(Fig. 9). El artista, cerrando el ojo izquierdo, apoya la cabeza en el brazo para mantener el

ojo derecho en posición fija y mira al objeto a través de una hoja de cristal vertical. Si se

traza una línea recta desde cualquier punto del objeto hasta el ojo, ésta representa un rayo

de luz que discurre desde ese punto hasta el ojo. La intersección de cualquiera de estas

líneas con la superficie del vidrio corresponde a la posición aparente del punto real a partir

del cual se ha trazado la línea. Si el artista puede dibujar sobre el vidrio sin mover la

cabeza, logra marcar todos los puntos sobre el mismo y unirlos con líneas completando así

un dibujo en perspectiva del objeto.

Sin embargo surge un problema a partir del momento en que Alberti, en las

primeras páginas de De Pictura, evidencia en forma simple, sin ostentaciones pero con

contundente “objetividad”, su absoluta indiferencia respecto de toda especulación

Page 21: Del punto de vista al punto de la vista: Una apuesta de

21

filosófica. Alberti declara que su propuesta está dirigida a un pintor, un hombre que, como

él, se mueve con el deseo de representar las cosas como son y como aparecen a la vista.

Para él la pirámide visual sólo funciona como un afilado instrumento intelectual, una

metáfora útil que guía la realización práctica de imágenes “realistas”. Si afirma que el

punto que representa la cúspide de la pirámide está situado en el ojo, precisa a continuación

que:

…no es aquí el lugar para debatir en qué la visión, como se la nombra, reside en la unión del

nervio interno o en qué las imágenes son formadas sobre la superficie del ojo como sobre un

espejo vivo. La función de los ojos no necesita ser considerada aquí. (Citado por

Wrigth, 1985: 43).8

Ahora bien, este punto que hace las veces de cúspide de la pirámide visual, es

justamente lo que implica un obstáculo para Leonardo. Porque, situado por Alberti en el

ojo, no interviene como tal, sino como un elemento puramente geométrico, lo que Leonardo

llama “un ser de nada” y que, en consecuencia, califica de noción filosóficamente

inconsistente:

Siendo el punto indivisible, no ocupa ningún espacio. Aquello que nada ocupa, nada es (…)

a lo que no es parte de alguna cosa lo llamamos nada. (TP: 68).

Por ende Leonardo va a plantear que:

Si todas las imágenes que llegan al ojo convergen en un ángulo, por la definición del ángulo

deberían unirse en un punto matemático que se comprobó indivisible; entonces todas las

cosas del universo deberían aparecer como una e indivisible. La perspectiva, en tanto tal,

produce una visión necesariamente ciega. (BIF: 176).

De este modo, si el sistema perspectivo geometral o lineal rompe con la óptica

anterior evacuando por completo la función del ojo, también divorcia a éste de toda

referencia a la luz y la visión.

Retomando una vez más la cuestión del punto, hay que decir que para entender el

problema, será necesario prestar atención a algunos matices que se demuestran decisivos:

Leonardo no niega exactamente el protagonismo de ese elemento que plantea Alberti.

No sólo afirma en principio que “la perspectiva es timón y rienda de la pintura”, sino que

además va a expresar su admiración por el prodigio que representa ese punto:

8 El subrayado es nuestro.

Page 22: Del punto de vista al punto de la vista: Una apuesta de

22

Aquí, en el ojo, las formas, los colores, los rasgos de todo el universo se reducen a un punto;

pero ¡qué punto tan maravilloso! ¡Oh admirable, magnífica necesidad, por tu ley obligas a

que participen de sus causas por el camino más breve todos los efectos! Tales son los

milagros verdaderos… ¡qué en un espacio tan mínimo pueda recomponerse y renacer su

extensión! (TP: 76)

Pero solamente cuando Alberti diga que ese punto está situado en el ojo, Leonardo

opondrá la idea de que se trata allí de un punto del ojo, no un punto matemático, sino

un punto del órgano mismo, que situará en el cristalino. Hay pues una distinción radical

entre un punto geometral y un punto anatómico, que evidencia la suposición que

conlleva: para Leonardo la cúspide de la pirámide visual, que la perspectiva llama el

“punto de vista”, deberá ser tomada literalmente, no como ese punto del espacio

donde se considera que el espectador debe colocar su ojo, sino como el punto de la

vista, aquel mismo donde se opera la visión. Esta suposición leonardesca reenvía a los

fundamentos de la óptica griega. Ahora bien, hay que tener presente que es justamente esa

óptica con la que la perspectiva artificial ha consumado su ruptura, sosteniendo la cuestión

de la “virtud visual” no como resuelta, sino simplemente, como plantea Alberti, totalmente

indiferente a su sistema.

Por el contrario, para Leonardo no existe sólo el fondo del ojo, punto ideal de

convergencia de todos los rayos luminosos que ingresan por la pupila. En principio para él

todo el ojo está comprometido en el proceso de la visión. La “virtud visual” consagra al ojo

en su globalidad, no pudiendo, por ende, ser reducida a una propiedad puntiforme.

De todos modos, invocar esta afirmación de Leonardo refiriéndola más a los

Antiguos que a Alberti, no puede limitarse a la constatación de una simple divergencia. Ya

que ella implica una serie de consecuencias que cobran valor respecto de las posturas

perspectivistas. Principalmente tener que considerar al cristalino como órgano sensible

obliga a definir, al mismo tiempo, a la luz como un sensible en sí mismo.

Page 23: Del punto de vista al punto de la vista: Una apuesta de

23

3- Del Agujero

…egli aveva fatto un bucco nella tavoletta dov´era

questa dipintura

A. Manetti, Vita de Filippo Brunelleschi.

En resumen, Leonardo pone en duda los fundamentos de un sistema al que él mismo

adhirió en principio. Sistema que pretende reducir el sujeto vidente sólo a un ojo inmóvil y

luego reduciendo ese ojo a un punto geométrico.

Hay que advertir sin embargo que este proceder no deja de hallarse en cierto modo

justificado, ya que la perspectiva artificial parece reproducir, imitándola, la operación de la

visión. Recuérdese que la demostración de Brunelleschi exigía que el agujero estuviera

abierto en el centro de la tabla, en ese punto del que Filarete decía que estaba hecho a

imagen del ojo, como las líneas que convergen hacia él lo están a la de los rayos visuales.

Utilizando términos del mismo Leonardo, la perspectiva no es la única en estar subordinada

a un orificio:

El ejercicio de la facultad visual supone, como condición, que las imágenes que colman la

atmósfera se concentren en un lugar dado, obligadas como están a pasar por un pequeño

orificio. Orificio que es como un punto, pero un punto natural y, como tal, extenso, a

diferencia del punto matemático y geométrico, donde se entrecruzan y se interpenetran, pero

permaneciendo distintos. (BIF: 55)

Así pues, hay que centrarse en la función del agujerito abierto inauguralmente por

Brunelleschi, así como también en la del plano opaco en que éste es horadado. Leonardo se

propone demostrar…

…como nada puede verse sino a través de un pequeño agujero por el que pasa la atmósfera

cargada de imágenes de objetos que se entrecruzan entre los lados densos y opacos de dicho

agujero. Por esta causa, nada inmaterial puede discernir la forma o el color de un objeto

puesto que se requiere, necesariamente, un instrumento denso y opaco, para que, por su

abertura puedan cobrar forma y color las imágenes de los objetos. (Af: 90)

También establece cuál es la relación de posición mutua que han de adoptar ojo y

agujero:

Page 24: Del punto de vista al punto de la vista: Una apuesta de

24

Tal invención fuerza a quien la contempla a mantener el ojo junto a un orificio: solo vista a

través de él será satisfactoria. Mas como se esfuercen muchos por ver una misma obra al

mismo tiempo y por medio de tal artífico, solamente uno de los tales contempladores verá el

efecto de tal perspectiva de modo adecuado, permaneciendo confusos todos los demás.

(TP: 121)

4- Del ojo como cámara óptica

Las imágenes pónense cabeza abajo al pasar por un

pequeño agujero abierto en una habitación oscura,

habitación a la que llamo “el lugar de recoger” o “la

habitación del tesoro encerrado”

Mo-Ti (Filósofo chino, 384-322 AC).

Por la introducción de la fisura, agujero, orificio o mirilla surge, al margen de lo que

puede haber de metafórico en la designación del ojo como ventana, la dimensión del ojo

como cámara óptica. Para Leonardo la cámara oscura es la metáfora más útil cuando

piensa y dibuja el ojo. Esta cámara no es otra cosa que una pequeña caja con un agujerito

en el centro de una de las caras. La cara opuesta a la que está atravesada por la perforación

se puede hacer semitransparente usando papel aceitado o, en tiempos más recientes, vidrio

esmerilado (Fig.10; se agregan algunas referencias vinculadas a los desarrollos de Lacan en

el seminario XIII, no mencionadas en el presente escrito). Leonardo describe el…

…experimento que enseña como transmiten los objetos las imágenes o simulaciones que se

interceptan en el humor cristalino dentro del ojo. Queda esto demostrado cuando, por un

pequeño agujero de forma circular, penetran imágenes de objetos muy luminosos en una

habitación muy oscura. Si tú recibes tales imágenes sobre un papel blanco colocado dentro

de dicha habitación, muy próximo al agujero tal, observarás sobre el papel al objeto con su

forma y colores reales, aunque, debido a la intersección, de tamaño menor e invertido

verticalmente. Si las imágenes provienen de un lugar iluminado por la luz del sol,

aparecerán como si fueran pintadas en dicho papel, que deberá ser en extremo delgado y

visto por el revés. El agujero deberá abrirse en una delgada placa de hierro.

(TP: 102-103)

Leonardo, en síntesis, establece aquí una homología funcional entre ojo y cámara

oscura. Esta homología es aquella misma que, sostenida por Kepler, dará su fundamento a

la óptica científica moderna. O sea que Leonardo formula, anticipándose en cien años, lo

que Kepler producirá: un sujeto puro de la visión.

Ahora bien, uno de los defectos esenciales que presenta la cámara oscura y su

gemelo metafórico, el ojo, es que las imágenes aparecen invertidas. Problema menor si

Page 25: Del punto de vista al punto de la vista: Una apuesta de

25

Fig.10

Page 26: Del punto de vista al punto de la vista: Una apuesta de

26

trata de divertir y asombrar al público con ese “tesoro encerrado”, pero si la metáfora es

válida, ¿cómo se explica que se vea derecho y no al revés? Esto es lo que preocupa a

Leonardo. Cierto es que él no inventa la cámara oscura, pero sí es, en cambio, el primero en

arriesgar una posible homología entre ésta y el funcionamiento del ojo.

Sin embargo Leonardo no puede asumir totalmente las consecuencias de esta

homologación, pues afirma que para que el sentido de la vista pueda registrar imágenes

“derechas”, algo o alguien debe ocuparse de enderezarlas. Intenta resolverlo, a veces dando

en sus dibujos una extraña forma cardioide al cristalino, o agregando una lente nueva.

Ópticamente las dos soluciones funcionarían aceptablemente, pero para la anatomía es

diferente. No hay indicios de que Leonardo haya modificado esta concepción con el correr

del tiempo. Finalmente lo resolverá postulando que es al ojo mismo al que le concierne esta

doble inversión:

Ninguna imagen, por pequeño que sea el cuerpo que la causa, penetra en el ojo sin

invertirse, más al penetrar en la esfera cristalina, se invierte nuevamente y, de este modo, en

la parte interior del ojo, la imagen se ve al derecho.(TP: 105-106)

(Tomando como referencia el dibujo con el que Leonardo acompaña a su escrito, se

traza aquí un esquema simplificado. Fig. 11)

Ahora bien, a pesar del rigor demostrativo experimental con que encara la cámara

óptica y pese también al conocimiento que puede tener por disecciones de la anatomía del

ojo, Leonardo se rehúsa a aceptar la equiparación entre ojo y cámara. Si bien admite que los

rayos vienen del objeto y entran al ojo, invirtiéndose al pasar por el agujero de la pupila,

por el lado del ojo niega las posibles consecuencias y endereza la imagen en el interior del

órgano.

De este modo parecen converger en Leonardo dos vertientes: una es la que proviene

de una teoría puramente óptica y, otra, la que concierne a su singular teoría del ojo, sin que

ambas lleguen a armonizarse. No hay que pensar que Leonardo anticipa parcialmente lo

que Kepler va a unificar y completar un siglo más tarde. Porque la cuestión atañe a lo

siguiente: Leonardo piensa que lo que se invierte es la imagen del objeto como tal, la que

sería meramente transportada por los rayos, en tanto Kepler supone que son los rayos

luminosos mismos los que se invierten al pasar por el orificio pupilar. Así, la imagen que

Page 27: Del punto de vista al punto de la vista: Una apuesta de

27

se forma en el ojo, no sería pues la del objeto, sino una correspondencia punto a punto entre

el objeto visible y lo que se forma sobre esa mera superficie de proyección que es la retina

(imágenes que Leonardo, en la cita transcripta más arriba, dice que aparecen “como si

fueran pintadas”...).

Por lo tanto, no se trata ya del modo en que el ojo ve, sino de la manera en que se

forma la imagen, fundando por ese camino, una óptica física cuyo objeto será,

estrictamente, el comportamiento de los rayos luminosos, quedando a cargo de otras

ciencias el estudio del órgano ocular y los mecanismos de la visión.

5- De las perspectivas menguantes en pintura

Esto hace intervenir lo que está elidido en la relación

geometral-la profundidad de campo-, con todo lo que

presenta de ambiguo, de variable, de no dominado por

mí en absoluto.

J. Lacan, Seminario XI (4-3-64)

Si se produce un corte con la perspectiva geometral, en tanto ésta, reducida a una

pura combinatoria de líneas y puntos, deja fuera de juego la dimensión del ojo real, es el

momento, ahora, de cambiar de frente y abordar la cuestión de Leonardo y su particular

estilo pictórico.

Se sabe que practicó y teorizó otros dos tipos de perspectiva además de la lineal:

La perspectiva que se usa en la pintura tiene tres partes principales; la primera trata de la

disminución que hace al tamaño de los objetos a diversas distancias; la segunda trata de la

disminución de sus colores; y la tercera del oscurecimiento, confusión y pérdida de nitidez

de los contornos que sobreviene a las figuras vistas desde varias distancias. (BIF: 241)

La primera es, de hecho, la perspectiva lineal o geometral; la segunda concierne al

tinte azulado que impregna los colores del paisaje por efecto del medio atmosférico

interpuesto y será llamada por Leonardo aérea; la última es una perspectiva de

borramiento y consiste en la progresiva pérdida de claridad de la línea que define el

contorno de los objetos a medida que se alejan del ojo.

Page 28: Del punto de vista al punto de la vista: Una apuesta de

28

Fig. 11

Fig. 12

Fig. 13

Page 29: Del punto de vista al punto de la vista: Una apuesta de

29

A las tres perspectivas se las podría designar, aunque Leonardo reserve éste

calificativo para la última, de “menguantes”: una mengua los tamaños; otra mengua la

pureza del color; la tercera, finalmente, mengua el grado de nitidez.

…Sólo se ha de practicar la perspectiva de la disminución de los cuerpos, de la disminución

de los colores y de la disminución de la evidencia o percepción de los objetos contrapuestos

a la vista. Esta es la que hace aparecer más remoto a un mismo objeto en virtud de la menos

exacta percepción de su figura. (tp: 193).

Pero aunque Leonardo parezca sugerir cierta puesta “en serie” de las tres

perspectivas (al escribir “primera”, “segunda”, “tercera”…) no es así. Porque las dos

perspectivas inventadas por él se apartan radicalmente de la puramente lineal: es decir, no

tienen, para producir la ilusión de distancia o profundidad, únicamente una referencia

geométrica, sino que, en lo tocante a la perspectiva aérea, su factor regulador es la luz

atravesando el aire, en tanto que la de borramiento tiene su referencia en las figuras

convertidas en manchas difusas.

Como lo advierte Lacan citando al Diderot de Cartas sobre los ciegos9, la forma, el

tamaño, la distancia, es decir todo lo que interesa a la perspectiva artificial, puede ser

aprendido por los ciegos mediante el tacto. Por lo tanto son considerados “visibles” en sí

mismos. Lo que proviene radicalmente sólo de la vista es la luz en tanto difundible o, más

precisamente, la luminosidad. Por eso la pintura italiana, en tanto fundamentalmente

perspectivista, no es, en esencia, “luminista”.

Los objetos, los hombres, los paisajes, no son representables en la obra pictórica de

Leonardo mediante líneas netas y precisas que circunscribirían su contorno, sino sólo

evocados por el continuo disolverse de las formas. Por eso la conocida técnica inventada y

practicada por Leonardo –el sfumato- es también un procedimiento que intenta recuperar la

parte “carnal” de la visión en un sentido lato: fondos y figuras, luces y sombras, se tratan de

tal modo que terminan produciendo un sutil tránsito de unas a otras. Cierto es que adoptar

un sistema representativo basado en el uso privilegiado del contorno tiene una obvia

ventaja, ya que la forma está completamente dominada y terminada en sí misma,

análogamente a la manera en que en los mapas las líneas fronterizas evocan la soberanía de

9 Diderot, D. (1749), Carta sobre los ciegos para uso de los que ven. Buenos Aires: El cuenco de Plata, 2005

Page 30: Del punto de vista al punto de la vista: Una apuesta de

30

un Estado. Pero esa línea de contorno no es meramente un artilugio representativo: depende

además de una concepción en que la imagen, concluida “en sí”, vuela por los aires y sólo se

torna visible cuando choca con el ojo. Lo que se conoce como “línea florentina” puede ser

también la materialización de un concepto neoplatónico de la realidad, en tanto confiere a

las formas estatuto de ideas.

Si la perspectiva artificialis, de acuerdo con ésto, propone una imagen en que todas

sus partes tengan igual nitidez por alejadas que estén del ojo, por el contario en Leonardo el

tratamiento de los fondos muestra su preocupación por generar la ilusión de distancia,

mediante otros recursos: los objetos y paisajes carecen de la diáfana nitidez que presentan

en sus pinturas artistas anteriores e incluso contemporáneos de él; azulamientos

atmosféricos y difuminación de las formas operan, junto a la disminución del tamaño, para

sugerir las distintas lejanías.

Conviene recordar lo dicho por Merleau-Ponty en el epígrafe que encabeza la

segunda parte de este escrito: si el pintor, mientras pinta (subrayado de M-P) pone en acto

una “teoría mágica” de la visión, entonces en el Leonardo pintor se produce la “magia” de

un invento: dos perspectivas no geométricas sino estrictamente pictóricas. En tanto en L. B.

Alberti se verifica una expulsión del sujeto vidente como condición constitutiva para

formalizar su sistema, con Leonardo ese sujeto vuelve a reinstalarse, esta vez como factor

perturbador de la “vocación cartesiana” que anima el ideal perspectivista. El ojo concebido

por Leonardo como substancia gozante tiene, para él, un régimen propio, régimen que se

sustrae a la tentativa de reducción que lo confinaría en una cárcel de puntos, de líneas, de

planos e intersecciones.

Se ha acentuado el costado pictórico de Leonardo y convendría ahora examinar

algunas pocas obras.

Que no prescinde de la perspectiva albertiana puede comprobarse en el dibujo

preliminar para La adoración de los reyes (Fig.12). Allí las figuras están suspendidas sobre

una estructura de base y un fondo de edificios construido con tanto rigor geométrico que

podría incluirse en un manual de perspectiva lineal (nótese en el diagrama adjunto el

embaldosado reconstruido para una mayor claridad; Fig.13).

Page 31: Del punto de vista al punto de la vista: Una apuesta de

31

Pero en pinturas tales como La virgen y el niño, con Santa Ana y un cordero, La

virgen de las rocas, o La Gioconda (Figs. 14, 15,16)10

, los paisajes de fondo se diluyen

bajo un tinte azul verdoso y en una borrosidad –más propia de la mancha- que inscriben la

distancia que los separa de las figuras del primer plano. En cuanto al San Juan Bautista

(Fig.17), es una obra en que la técnica del esfumado se pone notablemente de relieve: las

numerosas capas de color transparente, aplicadas sobre fondo oscuro, consiguen distintas

gradaciones de sombras, de manera que el santo parece emerger de la oscuridad como una

presencia fantasmal. Leonardo consigue de este modo producir una superficie pictórica

vibrante, sorprendentemente “viva”. Así como Goethe pensó una radical consustancialidad

entre ojo y luz (“El ojo se forma por la luz y para la luz…”) restará finalmente considerar el

estatuto privilegiado que Leonardo confiere a esta última.

En tanto para él la profundidad de campo ya no está subordinada a la sola

regulación desde un punto de vista central y único –suerte de trono en que el sujeto

espectador ha de sentarse para disfrutar plenamente del cuadro- entonces, de hecho, va a

producir en (y con) su pintura el derrocamiento de ese espectador soberano.

Descentramiento y destitución de un sujeto supuestamente a cubierto de lo que vendría a

enfrentarlo desde “fuera”, a título de luz. Mar radiante, océano luminoso que todo lo baña y

en que todo se sumerge, luz elidida –al igual que el ojo- de la perspectiva renacentista que,

en Leonardo, recobra presencia y protagonismo. Su pintura puede ser calificada de

verdadera epifanía de la luz, en tanto el sentido último de su apuesta consiste en restituir y

exaltar lo que Lacan califica de ambiguo, de variable, de no dominable en absoluto.

Y una observación para concluir: si Leonardo concibe al ojo como blanco y a la vez

como imán, no parece sin embargo –y a pesar de declararlo a cada instante- que ese ojo

encuentre su meta y su solaz en la visión de la multiplicidad transitoria de los seres que

pueblan la naturaleza. El goce de la contemplación al que invita en esta última cita, parece

resumir y contener una idea más esencial…

Observa la luz y admira su belleza. Cierra los ojos y mira: lo que has visto ya no existe, y lo

que verás no existe todavía ¿quién lo rehace, si quién lo hace está en perpetuo movimiento?

(Af: 57)

10 Se reproducen sólo detalles de las obras.

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32

Fig. 14

Fig. 15

Fig. 16

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Fig. 17

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34

Fuentes bibliográficas

Las siglas colocadas al principio sirven para identificar la fuente bibliográfica de las citas

vertidas en el texto.

(TP) Da Vinci, Leonardo. Tratado de la pintura. Buenos Aires: Ed. Distal, 2010. (Trad. E.

Galvano).

(Tp)------------------------- Tratado de la pintura. México: Ed. Gaceta, 1985. (Edit.,

selección y notas E. Ceballos)

(BIF) ---------------------- Breviarios. Los catorce manuscritos del Instituto de Francia.

Buenos Aires: Ed.Schapire, 1962. (Traducción F. Ayala)

(Af) ------------------------ Aforismos. Buenos Aires: Ed. Austral, 1943. (Selec. Trad. y Prol.

E. Gracía de Zuñiga)

Wright, Lawrence (1985), Tratado de Perspectiva. Barcelona: Ed. Stylos.

Procedencia de las ilustraciones

Las figuras 2 y 3, extraídas de Pierantoni, R (1980). L´occio e L´idea. Milan: Ed.

Boringhiri

Las figuras 9 y 13, tomadas de Wright L. Óp. Cit.

Excepto el dibujo de la Colección Windsor (fig.1) y las obras de Leonardo (figs. 12, 14, 15,

y 16), el resto (figs. 4, 5, 6, 7, 8,10 y 11) han sido realizadas por el autor de este trabajo.