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Mujeres malqueridas Atadas a relaciones destructivas y sin futuro Mariela Michelena La Esfera de los Libros

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Mujeresmalqueridas

Atadas a relacionesdestructivas y sin futuro

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Malqueridas

A lo largo del último siglo son muchos y muy valiososlos territorios que la mujer ha conquistado. El voto, laindependencia económica y decidir cómo, cuándo,dónde y con quién tendrá sus hijos, son logros indiscu-tibles. Sin embargo, en medio de los aplausos por tantasvictorias, llevamos algún tiempo escuchando las quejasde mujeres independientes y emancipadas, que sufrenpor un mal amor. Hace no tantos años su lamento en-cajaba perfectamente en el listado interminable de mal-trato y postergación social del que la mujer ha sido víc-tima. Su padecimiento por amor era una queja más, ocasi podría decirse que una queja menos, porque entretanta reivindicación fundamental, una lágrima, una es-pera, un nudo en la garganta o un insomnio, parecíandetalles insignificantes. Tomando en cuenta las condi-ciones de menoscabo que ha sufrido durante siglos lamujer, interrogarse por su felicidad en el amor hubiera

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sido como si, ante un niño que empuja una carreta decarbón en una mina de Gales, nos hubiéramos preocu-pado por el estado de sus uñas o de sus dientes.

Hoy, que otros problemas más acuciantes están re-sueltos, las voces de las mujeres que sufren por amor seescuchan con más intensidad. Sus lamentos chirrían enun mundo que muchas dan por conquistado. Todos co-nocemos a más de una mujer que se queja de que laquieren mal. El eco de su pena se escucha en los lugaresde trabajo, en el gimnasio, en las animadísimas comidasentre amigas y en las series de televisión. Dicen que es untema femenino de actualidad. Por supuesto que conozcoy frecuento todos esos foros, pero en este libro voy a ha-blar desde mi experiencia como psicoanalista.

Malqueridas

Cuando hablemos de malqueridas hablaremos demujeres que padecen por un mal amor, no necesaria-mente de mujeres maltratadas físicamente, sino de mu-jeres enzarzadas en relaciones imposibles, destructivas,que lloran por un amor perdido o sin futuro aunquepasen toda la vida enganchadas a ese llanto y a esa rela-ción. Mujeres fieles a parejas intermitentes. Amores fur-tivos, prohibidos, clandestinos. Mujeres extraordinariasque se transforman en niñas enfermizas si un hombreno las llama. Mujeres encadenadas a una pena de amor,condenadas a ser la horma de cualquier zapato, o a ins-talarse debajo de cualquier zapato. Mujeres que no secansan de escuchar: «No quiero compromisos». Mujeressumisas, mansas, asustadas, complacientes. Mujeres que

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son fuertes ante todos los retos de la vida, brillantes pararesolver sus tareas, para enfrentarse a cualquier desafío,valientes para todo, excepto para resguardarse de esehombre que las quiere mal. Mujeres dispuestas a esperary a esperar y a esperar. Engañadas, traicionadas, malque-ridas…

De sus parejas sería arduo delimitar dónde empiezael maltrato emocional y dónde termina la malquerencia.Y cuando digo que las malquieren, no me refiero a queNO las quieran, al contrario, puede incluso que las quie-ran muchísimo, lo que ocurre es que las quieren mal.Quieren a una que no es ella, la quieren raro, torcido, alrevés, y ella se retuerce y se contorsiona hasta encontrar laforma exacta que encaje con el trazado caprichoso de esemal amor. A veces el hombre quiere a «otra» que tiene ensu imaginación y pretende transformar a su amada en al-guien que no es ella, y la amada descoyunta su ser inten-tando complacerle. A la mujer verdadera apenas la tiene encuenta, a veces ni siquiera se ha preocupado por conocersus gustos, sus inclinaciones, sus dificultades; ¿para qué?Es suficiente con que ella siempre esté allí para él. Se tratade un amor que suele quedar un poco estrecho de cinturay holgado de espalda. Es un amor «de otra talla» que no lesienta bien a casi nadie y que, no obstante, esa mujer in-siste en llevar a cuestas a pesar del sufrimiento que le su-pone. Una mujer subida a un amor como ése, debe tenerla misma sensación que una mujer subida a unos zapatosprestados, estrechos, puntiagudos y de tacón muy alto.Mientras todos los que la rodean la ven haciendo malaba-res y tambaleándose, ella se cree elegantísima ymaravillosa,incapaz de reparar en que no es más que una mujer quesufre y que se siente profundamente desgraciada.

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Lo que yo sostengo es que en toda mujer malqueridapor una serie de hombres, hay una mujer que se quieremal a sí misma. Y cuando digo que se quiere mal, quierodecir que se quiere con un amor tergiversado. Con suspalabras ella dice que quiere una cosa, pero sus actos re-velan que quiere otra. No estoy hablando de que «no sequiere suficiente»; no me refiero a que tenga una «bajaautoestima». Puede que, sin saberlo, incluso, se quiera así misma en exceso y se sienta en el fondo tan fuerte y tanpoderosa como para ser capaz de salvar, por amor, todaslas dificultades que se le presenten en el camino, aunqueen el empeño se deje la sangre y la piel. Alguien que haceun mal negocio no necesariamente es alguien que notiene dinero, puede quedarse sin dinero por no habersacado bien las cuentas, a causa de un negocio torcido,o de una mala inversión. Pero quedarse sin dinero esuna consecuencia, no una causa. Quedarse sin autoes-tima puede ser la consecuencia de haber invertido malel amor propio. A veces el amor propio tiene una preo-cupante tendencia al heroísmo, a adornarse a sí mismocon una capita de superhéroe, que lleva a su dueña asentirse capaz de acometer ciertas proezas titánicas queno le reportarán ni el éxito, ni la fama mundial, ni si-quiera le servirán para asegurarse un lugar en el Cielo.Sólo obtendrá cansancio, humillación y sufrimiento.

Ellas tienen la palabra

Desde mi experiencia como psicoanalista, he tenidoocasión de toparme con muchas mujeres malqueridas.Sus historias aparecen en estas páginas lo suficiente-

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mente enmascaradas como para que ni siquiera ellasmismas puedan reconocerse. Todas ellas me han ense-ñado algo. Todas y cada una me han permitido descu-brir una fascinante y singular respuesta. A todas ellas,para empezar, mi agradecimiento. A cada una de sushistorias me acerco como si fuera la primera y no puedodejar de preguntarme «¿y por qué?». ¿Y por qué estamujer, tan inteligente, tan desenvuelta y exitosa en sutrabajo, no se da cuenta de cuánto está sufriendo? Y, silo sabe, ¿por qué lo acepta como si no tuviera otra alter-nativa? ¿Y por qué sufre tanto por el final de una rela-ción que iba tan mal? ¿Y por qué vuelve con él despuésde todo lo que ha sufrido a su lado? ¿Y por qué lo echatanto de menos si apenas se soportaban? ¿Y por quésigue esperando a que cambie, si es evidente que nuncava a cambiar? ¿Y por qué le parece que ese hombre estan extraordinario si tampoco es para tanto? ¿Y por quése ha buscado a otro hombre exactamente igual al ante-rior?

De todas estas preguntas se desprende una que resultaesencial: ¿qué ventaja saca ella de todo esto? ¿Qué extrañay secreta transacción ha realizado ella, consigo misma,con su pareja, con la vida, para creer que una situacióntan dolorosa le resulta rentable? ¿Cómo explicar que seresista con tanta voluntad a abandonar ese lugar queaparentemente es tan incómodo? Intentar responder aestas preguntas es el tema que va a recorrer como unhilo rojo las páginas de este libro y lo que va a diferen-ciarlo de otros.

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«¿Qué he hecho yo para merecer esto?»

Enmi consultorio, yo no soy la única que se hace pre-guntas. La paciente que acude a una consulta también estábuscando respuestas. Cuando alguien, cualquiera, hombreomujer, sufre y reza ante otro su letanía de quejas, al final,aunque no pronuncie las palabras, hay algo en él o en ellaque reclama: «¿Qué he hecho yo para merecer esto?». Ge-neralmente, repito, aunque no se pronuncien las palabras,el tono suena más a un reclamo que a una interrogacióny no parece que el afectado esté esperando una respuestasino un consuelo. Con frecuencia, lo que espera escucharde su interlocutor es algo muy parecido a:

«Tú no has hecho nada, esto es una injusticia, túeres estupenda(o), claro que no te mereces una situacióncomo ésta. Las circunstancias son duras y “el malo” es elotro».

Claro que hay sufrimientos que nadie se merece.Nadie merece ser malquerido y mucho menos maltra-tado. Pero cuando un paciente formula esa misma quejaen la consulta de un psicoanalista, éste se toma en seriola pregunta del paciente, en un sentido literal, y se ponea la faena de ayudar a comprender al paciente qué hahecho él para merecer tal o cual situación. Se empiezan aanudar las preguntas del paciente con las del terapeuta yse emprende un camino conjunto en busca de respues-tas. Con el correr del tratamiento y la ayuda del psicoa-nalista, el paciente termina por responderse con el re-verso de su propia pregunta:

«Pues sí, puede que yo haya hecho tal o cual cosapara contribuir a esta penosa situación que estoy vi-viendo…».

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En el caso de las mujeres que sufren por amor, lasrespuestas a estas preguntas suelen ser múltiples. A lamujer malquerida que pregunta ¿qué he hecho yo?, po-dríamos empezar por contestarle que lo primero que hahecho es ser mujer. Y luego indagaríamos en cada casoparticular para entender cómo deambula ella, a su ma-nera, por el territorio de su feminidad, un deambularque vendrá determinado por su historia infantil, por unafamilia, una madre, un padre, un lugar entre los herma-nos, un carácter y una forma de ser.

Si bien encontraremos rasgos comunes en unas yotras malqueridas, no hay una causa única que expliquetodos los casos. Hay que pensar más bien en una dialéc-tica constante entre lo general y lo particular, entre aque-llo que atañe a todas las mujeres, como género, ese ex-tremo burdo de la generalización, del «eterno femenino»y lo estrictamente particular y personal que concierne acada mujer según su propia historia.

Si sólo tuviera importancia lo general, lo universal,escribir este libro no tendría demasiado sentido porquetodas las mujeres, sin excepción, estaríamos abocadas,condenadas, a ser mujeres malqueridas. Si, por el contra-rio, sólo tuviera peso la historia personal, también nosveríamos obligados a abandonar nuestro empeño, puesno tendríamos nada que aportar con un solo libro, ten-dríamos que escribir un libro para cada lectora, que dieracuenta de su propia biografía. Así que, en estas páginasiremos permanentemente de lo general a lo particular yviceversa.

No son pocos los rasgos de «lo femenino» que con-tribuyen a que una mujer se preste a representar en suvida el papel de malquerida, sin embargo, en este libro

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veremos que algunos de ellos parecen más relevantes queotros.

Desde la perspectiva de lo particular, nos encontra-mos ante el peso de la historia infantil y su influencia enla vida adulta que hará que esos rasgos femeninos se mo-delen de una forma peculiar en cada mujer. Esa historiainfantil va a generar una especie de «agenda oculta», unplan secreto que escapa a la lógica formal y a la concien-cia. Se trata de una guía silenciosa que se sigue a piesjuntillas y a ciegas. Una guía que no siempre lleva alusuario por el mejor camino, ni mucho menos por elmás despejado, ni el más sencillo. Al contrario, lo llevaa repetir situaciones dolorosas, una y otra vez, sin saberni cómo, ni cuándo, ni por qué. Se trata de la guía se-creta de los nudos del inconsciente que con frecuencianos domina y nos traiciona.

Los hombres y las mujeres

Buscando analogías que nos permitan acercarnos entoda su complejidad al misterio de lo femenino y lomasculino, he pensado que Hamlet, la tragedia de Sha-kespeare, cuenta con dos personajes que encarnan, cadauno en su propia tragedia, a lo que pueden conducir elextremo de la posición femenina y el extremo de la po-sición masculina. Me refiero a la pareja malograda deHamlet y Ofelia.

Hamlet y Ofelia están locamente enamorados el unodel otro. Todo está bien hasta que el Rey, el padre deHamlet, muere en extrañas circunstancias y él, como suúnico hijo, está obligado a vengar esa muerte. A partir de

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ese momento toda su vida gira en torno a convertirse enel digno vengador de su padre. El resto del mundo dejade interesarle, incluida Ofelia. Sólo lo mueven la obse-sión de venganza y la duda de si será o no capaz de darla talla y de cumplir con lo que el padre espera de él. Alo largo de la tragedia, acosado por la indecisión, Hamletse hace muchísimas preguntas, pero entre todas ellas, hayuna que lo caracteriza: ¿Ser o no ser? Su pregunta me pa-rece típicamente masculina; algo así como «¿soy suficien-temente hombre para cumplir con mi padre?», «¿cómotendría que demostrarlo?». Su pregunta encarna la preo-cupación masculina, el hombre está mortificado por«ser», por parecer lo que se supone que debe ser: unhombre. Para la posición masculina es importante de-mostrar activamente que él «tiene» lo que hay que tenery suele pasarse buena parte de sus días poniendo sus atri-butos sobre todas las mesas. Él «tiene que ser» el más va-liente, el más potente, el más listo, el más conquistador.En fin, ha de ser siempre el primero de alguna lista, dealguna competición que continuamente está librandocon algún otro hombre en su cabeza. De hecho, en latragedia de Shakespeare, Hamlet está dispuesto a matar—y mata— para «ser» un hombre, digno hijo de supadre, para defender su lugar en el mundo.

Pero ¿qué pasa con las mujeres?, ¿qué pasa con Ofe-lia? Mientras Hamlet está obsesionado por la venganza,ocupado en dilucidar si él «es o no es», en averiguar quétendría que hacer para «ser» un hombre como su padre;Ofelia, ajena por completo a las luchas por el poder, sólosabe que ella sigue enamorada de Hamlet y que él la ig-nora. Incapaz de tomar ninguna iniciativa, sólo atina asoñar con su amor. Es así como Ofelia se pasa las horas

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perdidas, entregada a preguntarse otra cosa. Ofelia sevuelve loca de amor y se rinde sin moderación a su lo-cura. Ha perdido la razón porque Hamlet no la quiere.Rodeada de flores, dedica los últimos días de su vida adeshojar margaritas y a preguntarles «¿me quiere? o ¿nome quiere?». Ofelia está dispuesta a morir —y muere—,se quita la vida por amor. Ofelia encarna el extremo de lapasividad femenina.

La queja de Ofelia es la queja que más se escucha enboca de una mujer, quien, más tarde o más temprano sepreguntará: «¿Me quiere?, ¿no me quiere?», «¿cuánto mequiere?», «¿cómo me quiere?», «¿me querrá siempre?»,«¿qué tengo que hacer para que me quiera más?».

Estas preguntas: «¿Me quiere?, ¿no me quiere?», nosuelen ser el mejor camino para despejar dudas respectoa una relación maltrecha. No es suficiente con que larespuesta sea «¡Sí! ¡Me quiere!». También los maltratado-res quieren muchísimo a sus víctimas, tanto, que no so-portan estar sin ellas y verlas vivir lejos de su control…Las quieren, sí, pero las quieren mal, las quieren con unamor monstruoso, con un amor enfermo. Las quierentanto que prefieren verlas muertas antes que en brazosde otro, por ejemplo. Así que ¿me quiere?, ¿no me quiere?son preguntas que arrojan respuestas engañosas. Paraempezar, la respuesta está en manos de la otra personay siempre es preferible plantear preguntas que puedaresponderse cada quien, por ejemplo: «Una relación así,¿me compensa o no me compensa?», «¿Es esto lo queyo quiero para mi vida?», «¿Estoy dispuesta a perdonarleotra infidelidad?», «¿Cuántos años más puedo esperarhasta que se decida?», «¿Tengo que creer en sus palabraso en sus actos, en sus promesas o en los hechos?».

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¿Sólo mujeres?

Vamos a hablar de «mujeres malqueridas», para en-tendernos y porque son mayoría, pero por supuesto quetambién hay «hombres malqueridos». Excepto la Barbie,no conozco a ninguna otra mujer que sea cien por cienuna mujer, ni a ningún hombre, excepto Rambo, quesea cien por cien un hombre (y digo Rambo porque meparece que ni siquiera el Ken, la pareja de la Barbie, tienesu identidad sexual muy definida). El ser humano se dis-tingue, entre otras cosas, por su disposición a la bisexua-lidad.

Ante cada persona concreta, más que de «hombres»y de «mujeres» en estado puro, cabe hablar de posiciónmasculina o posición femenina, identificando «feme-nino» con pasividad y «masculino» con actividad. Paraexplicar en qué sentido identifico el par femenino/mascu-lino con el par pasividad/actividad, voy a recurrir a la ex-presión biológica más elemental: la fecundación. Desde elpunto de vista más descriptivo, en la fecundación, aun ariesgo de ser considerados políticamente incorrectos,podemos afirmar que el óvulo espera (pasivamente) lallegada del espermatozoide, mientras que el espermato-zoide ha de buscar (activamente) el encuentro con elóvulo. Así se forja la historia de amor entre el óvulo yel espermatozoide.

¿Qué pasa cuando esa expresión biológica elementalse hace más compleja, cuando hablamos de seres huma-nos? Entonces contamos con un abanico muy variado,en el que lo femenino y lo masculino, la pasividad y laactividad, se mezclan en distintas proporciones, dandocomo resultado una gama amplísima de actitudes hu-

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manas que recorre desde los extremos más caricaturescosde la homosexualidad en la que se supone, por ejemplo,que un hombre se coloca netamente en una posición fe-menina o una mujer en una posición indiscutiblementemasculina; a la supuesta heterosexualidad sin mácula re-presentada por los iconos del «macho ibérico» y la«mujer objeto», pasando por la ejecutiva agresiva de «or-deno y mando», uniformada con su impecable traje dechaqueta, o el metrosexual atildado que se depila, usa elsecador de pelo durante más tiempo que su mujer y gastaen cremas tanto o más que ella.

Una vez aclarado que parto de la idea de un gra-diente masculino-femenino de infinitas combinaciones,quiero destacar que en la posición femenina pasiva hayuna mayor disposición a sufrir por amor, que en la po-sición masculina activa.

Para Simone de Beauvoir, el estilo de querer consi-derado como «típicamente femenino» es la consecuen-cia inevitable de la situación de desventaja social en laque se encuentra la mujer, una situación de dependen-cia que le impide situarse en la vida como sujeto y serprotagonista de su historia. Según su punto de vista, lamujer, condenada a depender de un hombre, no ten-dría otra alternativa que transformar a ese hombre enun dios y, a partir de ahí, convertir su condición de es-clava en una virtud, y el amor en su única razón de ser.Lo curioso es que la mujer no se revela contra esta situa-ción, antes bien, la mujer sometida se siente orgullosade su esclavitud, y experimenta una especie de honra desierva. Es así como el amor, para la mujer, más que unaforma de expresión afectiva, se constituye en una reli-gión.

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Personalmente yo comparto la opinión de Simone deBeauvoir respecto a la mayor parte de las mujeres hastahace escasos decenios. Pero este planteamiento me resultainsuficiente para explicar la situación de un enorme nú-mero de mujeres que sufren por amor en la actualidad.Hoy en día hay cada vez más mujeres que cuentan conuna entrada económica estable y que son las únicas due-ñas de las riendas laborales de su vida. Cualquiera conocea una mujer que se ha labrado a pulso un lugar propio enel mundo, sin tener que depender de un hombre. Sabe-mos que, a pesar de que persisten las diferencias por ra-zones de sexo, cada vez hay más mujeres que alcanzanpuestos de alta responsabilidad en la política, en los ne-gocios, en la cultura, etcétera. Simone de Beauvoir sesentiría orgullosa de todas ellas porque son la demostra-ción de que su lucha y sus palabras, inspiradoras del fe-minismo más fecundo, no han sido en vano.

Y, a pesar de todos esos logros, la misma Simone deBeauvoir se sorprendería si comprobara hasta qué puntolas consultas psicológicas se siguen nutriendo de mujeresautónomas, emancipadas, independientes, que, cuandonadie las ve, lloran desconsoladas las heridas que dejaun amor desdichado, como solían llorarlo sus antece-soras. Esas mujeres brillantes, reconocidas, a quienes noles queda casi nada por demostrar desde el punto devista laboral, siguen emulando a Ofelia y, a escondidas,deshojan la mustia margarita del «¿me quiere?, ¿no mequiere?».

Visto así, el argumento de la subordinación econó-mica y social de la mujer respecto al hombre, no es su-ficiente para explicar este estilo femenino de querer. Te-nemos que buscar la explicación en otra parte. En este

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caso, «la verdad no sólo está allí fuera», en la sociedad,sino también «aquí dentro», en la misma condición fe-menina, lo que veremos en el próximo capítulo.

El ciclo de la repetición

Hacerme las mismas preguntas a lo largo de tantosaños me ha llevado a concebir la ilusión de que se pue-den responder. El amor es un animal extraño y capri-choso que se mueve sin brújula, y sus razones escapan atoda lógica consciente. El amor es un animal que se ali-menta de certezas absurdas y de verdades falsas. El casoes que la experiencia terapéutica repetida con este tipo decasos me ha permitido vislumbrar un patrón reiterativo.

La repetición es una marca de identidad de la con-ducta humana. Solemos repetir a ciegas desde la conductamás sublime hasta la más impresentable. Quiero que através del libro recorra conmigo una especie de ciclo quese repite y que empieza con toneladas de ilusión y expec-tativas que, sin entender muy bien por qué, naufraganuna y otra vez en un amor lastimoso.

Después de acercarnos a esa disposición típicamentefemenina para el amor incondicional y el sacrificio, con-tinuaremos la historia con la propia elección de parejaque siempre es fruto de todo menos del azar. Me referiréa esos casos en los que se establece un tipo de relación enel que la mujer convierte a su hombre en un dios y ellapasa a ocupar el lugar de su sierva, de su dueña. Repasa-remos lo que he llamado «pecados capitales» de una re-lación, algunas de esas situaciones, actitudes o vicios ine-vitables pero que, en exceso, se convierten en pecados

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que llevan a la mujer a verse envuelta en relaciones des-tructivas y sin futuro.

Recorreremos varios de los ingredientes típicos deeste tipo de relaciones: la infidelidad, la Otra, los celos.Repasaremos también algunos de los recursos de los queecha mano una mujer atrapada en este tipo de relaciones;en el mejor de los casos empieza a funcionar un radarque la lleva a buscar ayuda y compañía. Recurre a susamigas, que se convierten en pilares firmes que la sostie-nen; además busca consejo con el mismo interés en unlibro de autoayuda, en el horóscopo o en las cartas deltarot y, finalmente, cuando nada de lo anterior le ha fun-cionado y el sufrimiento persiste, acude a un terapeutapara pedir ayuda psicológica. Veremos que cada una deestas «tablas de salvación» cumple una función diferente,tiene sus peculiaridades y ninguna de ellas sustituye a lasdemás.

La mayoría de estos amores imposibles, por suerte,no son eternos, y aquel que hasta ayer era un dios y ocu-paba el lugar más alto de un pedestal, una mañana caesin remedio y casi sin explicación. Un buen día resbala elvelo que no dejaba ver a la mujer con claridad y su ídolose presenta en toda su humanidad. Será cuando ella estépreparada para desprenderse internamente de él, aunquese hayan separado mucho tiempo atrás.

Caído el ídolo del pedestal, empieza el proceso dereconstrucción de la mujer, que habrá de atravesar unduelo inevitable. Veremos que son muchas y muy va-riadas las estrategias que puede emplear una mujer paraevitar ese duelo, para darle de lado, sin embargo sin esetrabajo de duelo, no hay final. En los casos de peor pro-nóstico, una mujer todavía convaleciente de un amor

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desdichado, que no conoce las verdaderas razones que lamantuvieron atada a esa relación, se prepara —sin sa-berlo— para emprender otra relación igual de perniciosapara ella que la anterior y repetirá el mismo ciclo. Sólocuando la mujer ha podido determinar qué papel ha de-sempeñado ella misma en su sufrimiento, en esa desgra-ciada historia, entonces podrá restituir su propia identi-dad, su valía y su razón de ser, más allá de la relación quemantenga con un hombre. Sólo entonces será capaz derelacionarse consigo misma y con los demás, de una ma-nera menos destructiva y más provechosa. Si lo consigue,habrá deshecho la rueda de la repetición y su próximahistoria de amor, su propia historia, será otra.

No espere un GPS

En este libro no va a encontrar recetas infalibles. Losiento, no existen, a menos que alguien esté dispuesto acurarse de su propia humanidad o a vacunarse contra laspasiones. Encontrará descripciones, explicaciones que res-ponden a otros tantos «¿por qués?». Aclaraciones queacompañan, que tranquilizan, que le permitirán com-prenderse y conocerse mejor. En este libro encontraráalgo así como el trazado de un mapa. Una suerte de car-tografía emocional que indica cuáles son los ríos; cuáleslas montañas; que mucho ojo que por aquí hay precipi-cios; y que esto es una carretera comarcal y no una au-topista. Se señalan alarmas, signos de alerta, zonas mar-cadas con bandera roja que adviertan: «Prohibidoestacionar». Se indicará que a este lado está la inmensi-dad del océano, y al otro extremo un límite infranquea-

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Page 18: destructivas y sin futuro de - La esfera de los libros · 2015-11-17 · Mujeres malqueridas Atadas a relaciones destructivas y sin futuro MarielaMichelena malquerida monje:Malqueridas

ble. Pero se trata de un simple mapa, sin GPS. No en-contrará indicaciones del tipo «ahora gire a la derecha yen el próximo semáforo a la izquierda y al final del tra-yecto llegará a su destino: ¡la felicidad!». En este libroofrezco sólo un mapa. La brújula y la decisión últimadel camino a seguir están en las manos de cada quien.

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