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La felicidad ¿donde emerge? ¿Será de la familia?, cuando la gente no tiene porque vivir, busca con urgencia un hijo o el casamiento, endosa el sentido de la existencia, vivir para otros, rastrear desesperadamente una razón para alejar la muerte, entonces encontramos un gran argumento, ya no podemos dejar solos a nuestros hijos o a nuestra esposa, hay que trabajar por ellos, sobrevivir por ellos y nosotros dejamos de ser propios, lo que viene después es pura costumbre e instinto de sobrevivencia. Luego vienen otros contratos, no tuvimos suficiente con el contrato de trabajo, las estocadas finales, las ataduras definitivas se consolidan con el contrato de cuenta corriente, con el contrato del crédito de consumo, con las tarjetas, con el contrato de matrimonio y con el tercio de la sumatoria de ellos se diluye toda posibilidad de escapar, toda opción de renunciar a las cadenas de contratos que nos fueron cayendo, para quedar sometidos totalmente a la rutina, en ese momento acabamos de ser castrados de la posibilidad de emprender un rumbo distinto. Firmando, poniendo la huella digital, terminamos de escribir nuestro pasado a la vez que enterramos el presente, para que mencionar el futuro, si no tenemos presente el futuro es pura melancolía. Las proyecciones que nos permitimos tienen que ver con el consumo, quiero comprar esto o aquello, el próximo año cambio el auto, voy a comprar pasajes para viajar. Adicción al consumo, es la nueva patología que nos ataca, la felicidad que nos otorga es fútil, ilusoria, dura unas pocas horas, ya que cuando las cosas pierden el olor a nuevas, otra vez el vacío existencial, a sacar cuentas, a cuadrar el salario con la realidad. Toda esta angustia que siento ¿emana de la forma mercancía del trabajo? o sea, ¿de mi propia cosificación?, pero también hay otras cuestiones que pugnan en mi interior. No puedo escapar del sistema capitalista, las opciones de una vida distinta son muy reducidas, podría huir al campo o al cerro y correr tras la libertad, pero serían solo parches transitorios, debido a que el mundo seguiría ahí, los hechos económicos continuarían ocurriendo, el olor de la explotación y la opresión no me dejarían dormir. La locura del dinero me perseguiría hasta el cerro más alto y apartado del mundo, para recordarme que los cobardes arrancan, entonces el vacío sería otro, más agudo, más personal, más interno. Esto debido a que el viaje al desierto de la vida habrá ocurrido como consecuencia de una decisión voluntaria, en un acto de puro egoísmo, sería un salvarse solo, sería un trance burgués, individualista, perdería mi identidad, para luego morir de aburrimiento, en el olvido, en la soledad del anonimato. No, no puedo desertar de esa forma, sería semejante a la alternativa del suicidio, se me aprieta la garganta al pensar en esa posibilidad de acabar con todo en menos de un segundo. La monotonía es una constante en el sistema, tarde o temprano el trabajo se vuelve mecánico. Las acciones repetitivas nos van poseyendo hasta apoderarse de nosotros, luego ya no podemos vivir sin la rutina, nos hacemos plenamente dependientes de ella, cuando los acontecimientos son novedosos o salen de lo común quedamos descolocados, entramos en pequeñas crisis, en cambio la “normalidad” nos da cierta calma maléfica, ya que ¿Cuál es el motivo de mi existencia? ¿Será el placer?

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La felicidad ¿donde emerge? ¿Será de la familia?, cuando la gente no tiene porque vivir, busca con urgencia un hijo o el casamiento, endosa el sentido de la existencia, vivir para otros, rastrear desesperadamente una razón para alejar la muerte, entonces encontramos un gran argumento, ya no podemos dejar solos a nuestros hijos o a nuestra esposa, hay que trabajar por ellos, sobrevivir por ellos y nosotros dejamos de ser propios, lo que viene después es pura costumbre e instinto de sobrevivencia. Luego vienen otros contratos, no tuvimos suficiente con el contrato de trabajo, las estocadas finales, las ataduras definitivas se consolidan con el contrato de cuenta corriente, con el contrato del crédito de consumo, con las tarjetas, con el contrato de matrimonio y con el tercio de la sumatoria de ellos se diluye toda posibilidad de escapar, toda opción de renunciar a las cadenas de contratos que nos fueron cayendo, para quedar sometidos totalmente a la rutina, en ese momento acabamos de ser castrados de la posibilidad de emprender un rumbo distinto. Firmando, poniendo la huella digital, terminamos de escribir nuestro pasado a la vez que enterramos el presente, para que mencionar el futuro, si no tenemos presente el futuro es pura melancolía. Las proyecciones que nos permitimos tienen que ver con el consumo, quiero comprar esto o aquello, el próximo año cambio el auto, voy a comprar pasajes para viajar. Adicción al consumo, es la nueva patología que nos ataca, la felicidad que nos otorga es fútil, ilusoria, dura unas pocas horas, ya que cuando las cosas pierden el olor a nuevas, otra vez el vacío existencial, a sacar cuentas, a cuadrar el salario con la realidad.

Toda esta angustia que siento ¿emana de la forma mercancía del trabajo? o sea, ¿de mi propia cosificación?, pero también hay otras cuestiones que pugnan en mi interior. No puedo escapar del sistema capitalista, las opciones de una vida distinta son muy reducidas, podría huir al campo o al cerro y correr tras la libertad, pero serían solo parches transitorios, debido a que el mundo seguiría ahí, los hechos económicos continuarían ocurriendo, el olor de la explotación y la opresión no me dejarían dormir. La locura del dinero me perseguiría hasta el cerro más alto y apartado del mundo, para recordarme que los cobardes arrancan, entonces el vacío sería otro, más agudo, más personal, más interno. Esto debido a que el viaje al desierto de la vida habrá ocurrido como consecuencia de una decisión voluntaria, en un acto de puro egoísmo, sería un salvarse solo, sería un trance burgués, individualista, perdería mi identidad, para luego morir de aburrimiento, en el olvido, en la soledad del anonimato. No, no puedo desertar de esa forma, sería semejante a la alternativa del suicidio, se me aprieta la garganta al pensar en esa posibilidad de acabar con todo en menos de un segundo.

La monotonía es una constante en el sistema, tarde o temprano el trabajo

se vuelve mecánico. Las acciones repetitivas nos van poseyendo hasta

apoderarse de nosotros, luego ya no podemos vivir sin la rutina, nos

hacemos plenamente dependientes de ella, cuando los acontecimientos

son novedosos o salen de lo común quedamos descolocados, entramos en

pequeñas crisis, en cambio la “normalidad” nos da cierta calma maléfica,

ya que¿Cuál es el motivo de mi existencia? ¿Será el placer?